Nardo (el siempre sólido Manuel Vicente) es el encargado de un garage porteño cuya vida no parece ir más allá sus rutinas laborales: el té por la mañana, el intercambio de unas pocas palabras con los clientes, la limpieza de los coches, la obsesión por que queden milimétricamente estacionados. Pero por las noches, cuando queda solo, este parco cincuentón da rienda suelta a algunas "fantasías" como no sólo husmear en el contenido de los autos, sino también sentarse al volante y practicar coleadas en el medio del garage (y con música electrónica a todo volumen).
Hora-Día-Mes cuenta la historia de Nardo, el encargado de un estacionamiento que durante el día se entrega a la más absoluta rutina y de noche, o en soledad, crea un universo en el cual él es amo y señor del lugar, los autos y el mundo en su totalidad. Un personaje que parece gris pero que en realidad encierra una riqueza de ideas y un afán de control y comprensión más allá de lo imaginable. El actor Manuel Vicente le da a Nardo el rostro y la actitud perfectos para el personaje. La casualidad quiere la película tenga muchos puntos en común con El Botones (The Bellboy, 1960) la ópera prima del director (y también guionista, productor y actor) Jerry Lewis. En esa película un productor (guionado) aclaraba que la película no tenía historia ni conflicto, acá la voz en off nos dice lo mismo. En ambos films una serie de viñetas muestran la extraña y por momentos misteriosa relación que tiene el protagonista con el mundo cuando está solo, dominando su espacio de trabajo. El pequeño hombre transformado en gigante, controlando el mundo. Aunque El botones es abiertamente una comedia que busca entretener todo el tiempo y Hora-Día-Mes tiene humor más delicado, por momentos basado en el contraste entre imagen y voz en off, ambas disfrutan de generar a partir de la forma el sentido de la película. Hora-Día-Mes y El botones también parecer venir del árbol genealógico de Jacques Tati y más lejanamente de Buster Keaton. El héroe solitario, incomprendido, filmado por momentos de forma distanciada, en batalla con los objetos y los espacios. No es esteticismo, es aprovechamiento del lenguaje del cine. Es significativo que a pesar de lo muy cinematográfica que es la película, Hora-Día-Mes tenga una conexión tan poderosa con la literatura. Claramente el texto de Marcelo Cohen y la voz en off son parte imprescindible de la película. El choque entre texto e imagen, la frialdad con la que esa voz expresa verdades enormes o trivialidades absolutas le otorga a la película la capa final de sentido a la vez que le otorga gran parte de su humor. En ese aspecto también se une a una línea del cine argentino alejada de los cánones habituales de nuestra cinematografía. Parecida a los primeros films de Mariano Llinás y a los largometrajes de Mariano Cohn y Gastón Duprat, personajes claves de un cine argentino inteligente y sofisticado, más preocupado por ideas transcendentes que por conflictos coyunturales. El director Diego Bliffeld busca mantener el ritmo y el interés con resoluciones originales e inesperadas, aunque en definitiva todo transcurre dentro de esa gran única locación. Por momentos la película se ameseta y en otros se vuelve brillante y luminosa. Nunca es pretenciosa ni grandilocuente, pero tampoco busca regodearse en el minimalismo, al contrario, la película se llena de elementos, amenazando con volverse enciclopédica en el sentido más apasionante del término. Como si fuera un Diderot en película, Diego Bliffeld enumera cosas, la define y las explica. A veces con rigor científico, a veces con delirantes metáforas e interpretaciones acerca del aspecto de los autos. Literatura y cine vuelven a cruzarse en esos momentos fantásticos. Se fascina frente al mundo, no lo mira con el sobrado desdén del que se creé que puede dar cátedra, sino con los ojos del que sueña que algún día todo podría ser explicado y controlado. Nardo quisiera poder controlarlo, calificarlo, enumerarlo, pero esa es solo una ilusión que posee cuando está en soledad. Luego amanece, la magia se termina, y la rutina vuelve a comenzar. Quedará para mañana el retomar la aventura del conocimiento, el secreto control sobre todas las cosas que el protagonista tiene.
"Dicen que mi literatura es extravagante y a veces anticipatoria. Yo no sé a qué género pertenece. Llamémoslo, por ahora, ‘sociología fantástica’, como si intentara pasar por alto la avara antinomia entre fantasía y realismo”. Vale recordar la definición provisoria que Marcelo Cohen le atribuye a su obra literaria antes de señalar la doble participación del escritor porteño, como guionista y como narrador en off, en Hora – Día – Mes. De hecho, la nueva película de Diego Bliffeld intenta pasar por alto dos “avaras antinomias”: aquélla mencionada en este texto de 1999, y la que fogonea el desencuentro entre cine y literatura. Vaya par de desafíos para un film ambientado en una sola locación, y cuyo protagonista –magníficamente interpretado por Manuel Vicente– habla muy poco. Además de Cohen, también participaron de este proyecto Gastón Duprat y Mariano Cohn. Acaso se trate de los mejores socios creativos para llevar adelante un ejercicio de “sociología fantástica”. En primer lugar, el encargado del garage Alborada, Bernardo Talavera, es un personaje digno de la atención de los creadores de Televisión Abierta. En segundo lugar, Bliffeld trabajó en otras ocasiones con estos colegas; por ejemplo fue responsable de la banda sonora de El artista. El apodado Nardo convive sobre todo con los autos estacionados en el galpón en cuestión. En el interior de ese garage y de esos vehículos anida todo lo que sobrevive a la monotonía fraccionada por hora, día, mes. Bliffeld convierte los rincones sombríos y luminosos del Alborada en expresión visual de una existencia con claroscuros. Por otra parte, cuando filma los vehículos, el realizador le saca lustre a un texto consecuente con la máxima nacional de que cada auto dice mucho de su conductor. Cuando se proyectó en la edición 2017 del BAFICI, la Asociación Argentina de Sonidistas Audiovisuales distinguió a esta película con una mención especial. Sin dudas, la banda sonora del largometraje alimenta la ilusión de que el taciturno Nardo se desplaza entre dos dimensiones: una, visible, se circunscribe a la rutina laboral; la otra, disimulada, se nutre de ensoñaciones. Como con Línea de cuatro, con Hora – Día – Mes Bliffeld demuestra su destreza para contar pequeñas historias ambientadas en un espacio único (transcurre en el living de un departamento la película que co-dirigió en 2015 con Nicolás Diodovich). Por si este talento resultara insuficiente, en el film que se estrena pasado mañana consiguió nada menos que dotar de alas cinematográficas a la “sociología fantástica” de Marcelo Cohen.
Una película atípica ambientada en el garage Alborada, que aproxima al espectador el mundo de Nardo, un empleado del estacionamiento, de quien iremos conociendo su rutina laboral y también parte de su vida. La película de Diego Bliffeld,producida por Mariano Cohn yGastón Duprat, cuenta con narración en off de Marcelo Cohen y es la que brinda demasiadas explicaciones y detalles que agregan y subrayan lo que muestran las imágenes. Un espacio lúgubre en el que Nardo -con la buena máscara de Manuel Vicente- desarrolla sus conductas rutinarias, la relación con su distante compañero de trabajo y con los dueños de los autos que ocasionalmente ingresan al estacionamiento. Estructurada en días de la semana y horas, el relato es preciso en sus imágenes pero no logra despertar interés y la narración en off fagocita la atmósfera que el director le quiso imprimir al filme. Entre prácticas para vender un autmomóvil, el descanso de Nardo, la limpieza del lugar y los detalles técnicos sobre los diferentes modelos que allí se encuentran, la película es autoconciente de lo que entrega -esta historia no tiene un conflicto o una estructura clásica- pero el interés se va perdiendo a lo largo de la propuesta. Nardo conoce cada milímetro del garage en el que trabaja y lo convierte en su propio espacio mientras desarrolla su actividad. Si bien el filme está técnicamente logrado -con encuadres y planos detalle de los autos- el problema reside en lo que cuenta y cómo lo hace, ya que va exponiendo los sueños del protagonista mientras sigue con su interminable rutina, pero se olvida del espectador que siempre está esperando tensión o que algo más suceda.
Los directores de El hombre de al lado (2009) producen esta película dirigida por Diego Bliffeld sobre la rutina de un empleado a cargo de un garaje. El relato de Marcelo Cohen acompaña las imágenes dándole un tinte filosófico cómico a la observación cansina de este personaje. Nardo (Manuel Vicente) es un amante de los autos, sólo que no tiene uno. Perdió su licencia de conducir luego de un accidente, y se conforma con cuidar los autos ajenos en el garaje que regentea. El tiempo y el espacio se detienen en ese particular lugar, para hacer un existencial discurso sobre la soledad. El relato de Marcelo Cohen, voz destacada de la literatura argentina, condiciona el modo de observar a Nardo. El narrador hace las asociaciones entre el espectador y las imágenes y dictamina cómo leerlas. Desde análisis astronómicos, el pequeño lugar del ser humano en relación a la galaxia, hasta sociológicos, imaginar el comportamiento de las personas a raíz del auto que manejan. La prosa es consciente del relato y a la vez mucho más imaginativa que cualquier interpretación que pueda hacerse. De esta forma, la película que no tiene guion –en los créditos no figura guionista alguno- ni tampoco el convencional inicio, nudo y desenlace, como anuncia el narrador, se concibe como una reflexión filosófica con crítica al argentino medio. Con pizcas de humor y momentos fantásticos (por la noche Nardo entra a los autos en busca de elementos que le disparan la imaginación) Hora - Día - Mes (2016) va en el mismo camino que los films dirigidos por los responsables de El ciudadano ilustre(2016) aunque la falta de un argumento clásico la deja a mitad de camino en sus intenciones.
Bernardo Talavera, más conocido por todos como Nardo, es el responsable del garage Alborada. Si bien tiene una habitación en un suburbio donde pasar el franco que le corresponde, prácticamente vive en su lugar de trabajo. Tiene un joven que lo ayuda (aunque parece estar bastante más interesado en su celular) y un supervisor que retira lo recaudado, pero es él quien se ocupa de todos y cada uno de los detalles del negocio. Nardo es un obsesivo de su trabajo (que incluye barrer y manguerear el local, ganarse unos extras lavando autos o ayudando a vender un coche para quedarse con un 10%), pero además sueña (imágenes y sonidos imaginarios) con las características y funcionalidades de cada modelo. El director de Joste y Línea de cuatro tuvo en este caso un punto de partida muy significativo: unos textos escritos y luego narrados por ese notable escritor que es Marcelo Cohen. El off es fundamental, el auténtico motor del relato y luego las imágenes de Nardo (interpretado por Manuel Vicente) acompañan a esa lectura. El resultado, sobre todo en la primera mitad, es convincente y por momentos incuso fascinante, aunque también es cierto que luego el esquema -que se mantiene durante los 79 minutos- empieza a desgastarse un poco, a desinflarse. La propia película –producida por Televisión Abierta de Mariano Cohn y Gastón Duprat– hace explícita la ausencia de conflicto, de tensión, de nudo y desenlace. Son los pequeños detalles, las sutiles observaciones, los hechos aparentemente insignificantes los que van configurando la psicología torturada y reprimida del personaje. Hay un atisbo de romance, cierta reivindicación de la curiosidad del protagonista por adquirir nuevos conocimientos, pero Nardo es, en todo sentido, un antihéroe, un hombre gris algo frustrado y desencantado que vive en su propia burbuja (física, mental) y que termina perdiendo hasta la noción del tiempo. La puesta en escena, cierto sentido coreográfico en la construcción de las imágenes del realizador y su DF Alejo Maglio, ayudan a sostener el interés que, de todas maneras, depende en buena medida de la ingeniosa, impiadosa prosa (y voz) de Marcelo Cohen.
Hay algo que no funciona en la propuesta, porque arrancando con una voz en off que relata la vida de Nardo (Manuel Vicente), el sereno de un garaje, y las reflexiones sobre clases sociales, rutinas y aspiraciones, se termina por constituir un relato que pierde vuelo y potencia.
Hora – Día – Mes: La pretensión de lo intrascendente. La nueva película de Diego Bliffeld apunta muy alto con esta propuesta sobre un encargado de estacionamiento que parecería esconder secretos y obsesiones. ¿Llega a lo que pretende? Algo particular previo al análisis y disección de esta película es conocer un poco la filmografía previa del director. La única película que había dirigido Diego Bliffeld fue una co-dirección en “Linea de cuatro”. Esto es importante para comprender de donde viene, pero finalmente termina alejándose casi en su totalidad del anterior aspecto creativo en su obra. Son dos estilos totalmente distintos. La propuesta comienza como algo simple y directo. Retratar la vida de Nardo, el encargado de un estacionamiento común y corriente. Pero esto que funciona como punto de partida a la real búsqueda del film es extremadamente importante. Lo que vemos en la imagen, efectivamente, se carga de intrascendencia y banalidad. Vemos a un hombre aparentemente aburrido, que intenta tener conversaciones con sus clientes y deja pasar el día. Pero, obviamente, hay un elemento más en esta historia y es la presencia de un narrador. El narrador, escrito e interpretado por Marcelo Cohen, funciona directamente como contraste de esta historia llana. Mientras que el personaje de Nardo realiza acciones banales como leer una revista o cerrar la puerta del garage, el narrador relata todos los sentimientos y pensamientos del personaje. Las palabras que utiliza, el estilo con el que habla y la conexión entre esto que narra y lo que vemos en pantalla es merecedor por sí solo de verse e interpretarse. El problema es que, luego de pasados unos minutos de metraje, esta propuesta interesante y con potencial termina achatándose y perdiendo el efecto. Los textos, eso si, nunca llegan a ser locuras extremadamente pretenciosas, pero esa banalidad en lo contado por el narrador aburre a un espectador promedio, y le cuesta mantener en pantalla a un espectador interesado. Uno de los principales problemas de este film, en consecuencia a lo escrito en el guión, es esta continua falta de ritmo. A los pocos minutos de metraje, el narrador anuncia y aclara que la película no tendrá ningún comienzo, ni trama, ni desarrollo. Esto, obviamente, no es tan directo y especifico, pero marca la pauta del difícil ritmo de la película. Como idea, el hecho de narrar libremente y retratar la vida de un espectador sin aparentes intenciones de búsqueda es algo un poco descabellado, y aunque Bliffeld juega lo más a fondo posible esta propuesta, aún así no termina de funcionar del todo. Algunas escenas tienen muy poco significado y parecen ser decisiones relativamente aleatorias más que un mensaje oculto en la narración. Eso sí, técnicamente, y sobre todo en lo que respecta al sonido, hay un trabajo muy bueno. El motor se hace parte de esta búsqueda y la música, también compuesta por Diego Bliffeld, es una de las principales responsables del ambiente que construye el film. Desde la fotografía, en cambio, el trabajo es meramente correcto, y puede que una vuelta de tuerca en la creatividad visual hubiera ayudado a la película a transmitir lo que sentía este personaje durante su día a día. Algo que también se echa un poco en falta es más potencia actoral en los interpretes secundarios que interactúan con el personaje de Nardo. Mientras que el protagonista, interpretado en muy alto nivel por Manuel Vicente, logra generar un personaje creíble. Los clientes y compañeros del film son simplemente herramientas y parecen descuidados actoralmente, limitados solo a leer sus lineas de dialogo, y no a meterse en personajes, pese a que aparezcan poco en pantalla. Resumiendo, la propuesta del director es curiosa e interesante, pero debido a su extraño desarrollo queda a medias entre lo que podría ser una excelente historia sobre los sentimientos internos del personaje y este producto final, que carece de avance narrativo. No es una mala película, sin lugar a dudas, y los textos de Marcelo Cohen son muy buenos y divertidos en algunos momentos, pero a la hora de transmitir visualmente y de contar un mensaje un poco más interesante, se cae y no termina de arrancar. Interesante para los fanáticos de las propuestas distintas y los aburridos del convencionalismo, pero lenta y trunca para un espectador promedio
El film de Diego Bliffeld parte de un esquema que cruza lo visual, lo interpretativo con los textos de Marcelo Cohen, precisos y detallistas, cortantes como un bisturí para analizar a su personaje, que es también el narrador. De entrada se plantea que no habrá nada de las convenciones habituales del género, un comienzo, una trama, un final, un desarrollo del personaje. Es la observación de su mundo, con un intérprete muy bueno como es Manuel Vicente, en una semana elegida al azar en su vida rutinaria, en el estacionamiento donde trabaja. Las reglas del juego son claras y esa mixtura de cine y literatura comienza de manera fascinante. En especial cuando uno se familiariza con ese personaje que de día es un meticuloso empleado, que siempre quiere aprender más sobre autos, que de lunes a viernes vive en un cuartito del mismo garaje y que se sabe de memoria todo lo que debe hacer. De noche su mundo se transforma: invade los autos de sus clientes, los acomoda con obsesiva curiosidad y hasta puede dar un espectáculo artístico muy particular para una amiga. El tema es que el recurso elegido después de una primera parte de descubrimiento y sorpresa, se desgasta y no ofrece un sostenido interés para el espectador. Pero es una búsqueda interesante, una toma de riesgo al elegir esta forma de expresarse, una manera original al abordar temas tan acuciantes como el paso del tiempo, las rutinas que sostienen nuestras vidas, el inevitable tedio, la interminable espera.
De uno de los directores de “Línea de 4”, y con la producción de Cohn-Duprat, Hora-Día-Mes recorre la vida de Bernardo Talavera (Manuel Vicente), un trabajador de un garage a en la ciudad de Buenos Aires. El film, narrado maravillosamente por el escritor Marcelo Cohen, se encarga de hacer mágico lo cotidiano. A través de las relaciones con los clientes y la voz en off, conocemos obra, vida y pensamiento (sobre todo esto último) de una persona cuyas circunstancias en la vida no fueron del todo favorables (pero tampoco desfavorables) y como terminaron llevando a Nando, un amante de los autos, a trabajar en ese garaje. La fotografía y la poesía del narrador le otorgan belleza al relato y llevan al film a momentos de gloria. Sin embargo, el recurso se agota a mediados del trabajo y termina siendo un poco tedioso sobre el final. Más allá de eso, la magia de lo común está bien fundamentada, las particularidades del personaje, de sus pasiones y de una vida que se encuentra atrapada en una rutina donde la costumbre, y también su falta de deseo, no le permiten salir. La reflexión final sobre el tiempo, el hombre y sus aconteceres es interesante para pensar y salir de la óptica lineal de la vida. Lo bueno es que a pesar de ser un relato de la cotidianeidad, Nando no sólo queda retratado como el “hombre común”, sino que en sus obsesiones con los autos y el clima, se permite huir de las convenciones por las noches, en esos escapes de lo políticamente correcto.
Sobre repeticiones, esperas y tiempo Es verdad que (me pasa) es posible que exista algo de incomodidad al escribir una serie de comentarios a modo de reseña sobre una película que todo el mundo aclama. Bueno, eso fue lo que me pasó con Hora-Día-Mes, vaya uno a saber si fue porque en el contexto (y en el día) lo que percibí no estaba llegando con toda la fuerza que era de esperar, o porque la abulia, el tedio, la pasividad irritante del personaje principal, Nardo, al frente del estacionamiento en que trabaja y sus horas pasan en una monotonía bastante desgastante, hacían que mis sentimientos fueran desde el enojo hasta el embole supremo. Y bueno…ahí está la cosa. El mensaje llegó, Nardo se me hizo tan aburrido y me empecé a preguntar qué lo llevaba a estar cómodo en ese pequeño espacio que podía tornarse una especie de encierro autoimpuesto en el que él dominaba todo. Un sector, un mundo en que el control era absoluto y podía manejar los acontecimientos a sus anchas. “Como no es posible poder manejar todo fuera de acá, puedo manejar todo lo que ocurre dentro” se habrá dicho un día Nardo, un tipo frustrado que sabe que no logrará nada más. Y si expandimos la experiencia del personaje, vemos multiplicados miles de Nardos en el movimiento en masa de una sociedad apática, deslucida, que sabe que..bueno, que ya está, tiene un límite, y le han dicho que no puede hacer nada más ni legar más lejos. Pero (y esto es una opinión muy personal) a no confundirse; el desgaste conjunto de el grupo de individuos, el erosionamiento de la voluntad en cada uno de ellos para apagar al conjunto tiene un desarrollo previo en forma de trabajo de hormiga individual, en que cada sujeto recibe como un goteo seco, segundo a segundo, lo que al final será recibido en la cabeza como un martillazo que no cesa: NO PODÉS. NO. Y estas negativas son tan fuertes que se terminan haciendo carne y después se contagian. De modo que, lo que no hay que olvidar, es que la valía individual es necesaria para un todo que funcione; diluir las posibilidades propias anulándolas no permite construir nada, y nos trae un montón de Nardos; parecen tener magia, pero al final son sombras vivientes que controlan pequeños mundos grises, melancólico y deprimente. Manuel Vicente encuentra el tono perfecto y podemos creer en su apagado Nardo, mientras, por ejemplo, memoriza el spitch para vender un auto repitiendo el contenido del mismo una y otra vez, como un chico que aprende la lección de memoria. Los textos de Marcelo Cohen (también acompañando desde la voz en off) sirven de apoyo para entender la historia y el devenir del personaje.Digna de verse si tienen ganas de filosofar un poco. Hora-Día-Mes es una película que tiene un cierto sentido un poco plano a pesar de una buena construcción general, pero que al final logra dar su mensaje.
La vida de Naldo es tan austera como monótona. Todos los días camina desde su casa, donde vive solo, hasta el garaje en el que, desde hace años, se ocupa de registrar la entrada y la salida de los vehículos y de organizar todas las tareas cotidianas. En ese amplio local él también sueña, frente a los lujosos autos que están allí estacionados, con conducir sin problemas algunas de esas máquinas que su destino nunca podrá poner en sus manos. La observación paciente de todas estas situaciones construye la materia con la que se moldea un meticuloso relato visual, y sobre esta base se erige la columna que da sustento al film a la que el director Diego Bliffeld supo acompañar con auténtica emoción. El escritor Marcelo Cohen, una de las figuras más sobresalientes de la literatura argentina actual y autor de la historia original, se encargó con su voz en off de relatar las idas y venidas de ese Naldo (muy buen trabajo de Manuel Vicente), y así la historia se desarrolla casi sin diálogos, lo que le da una estructura atípica y plena de candor y de poesía. Así los pensamientos del protagonista, su presente y su posible futuro se van desarrollando dentro de un mismo ámbito (el garaje) y al compás de todas y de cada una de las pobres peripecias en las que se ve envuelto ese hombre taciturno inserto en su pasión por los automóviles y en esperar que su suerte finalmente pueda cambiar.
Nardo trabaja cuidando autos en el garage “La Alborada” y su vida es rutinaria. De día mantiene sus formas como cualquier persona, pero de noche aprovecha para conocer autos a los que jamás podría acceder.
“Oídos bien abiertos” El cine argentino, el último al menos, no tiene tradiciones ni descendencias: a lo sumo hay autores con búsquedas propias y filmografías personales pero sin discípulos, mucho menos imitadores. No hay proyectos colectivos, tendencias ni escuelas (escuela en el sentido de movimiento unificado y no de espacio de formación). Si en los inicios del Nuevo Cine Argentino hubo diálogos y polémicas, como la del naturalismo de Trapero/Caetano vs. la estilización de Rejtman/Sapir, hoy solo queda un panorama diverso (y disperso) donde todo convive mezclado sin ruido ni fricciones. Una película como Hora – día – mes es una rareza. La opera prima de Diego Bliffeld realiza un gesto inédito: se identifica con un cine, el del dúo Cohn-Duprat, y se sirve de esa filiación de manera productiva; el director adopta un tono, una cierta forma de mirar y de hablar, de aproximación al mundo, pero se diferencia del proyecto de sus referentes. Si en el cine de Cohn-Duprat la distancia es el recurso predilecto que permite construir dispositivos de tortura algo malévolos con los que castigar a sus protagonistas (el ejemplo más acabado de esto seguramente sea Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, pero todo ya era visible en Yo, presidente y hasta en Televisión Abierta), Bliffeld usa la distancia para instaurar una extrañeza irreductible, un asombro que mana sin parar de la realidad fracturada de su protagonista. Nardo tiene una vida gris y sin sobresaltos: en la semana trabaja todo el día en un estacionamiento y duerme en el lugar, y los viernes se va a la casa de un primo en la provincia. En los papeles, Nardo parece un personaje macizo, impenetrable, de esos que suelen poblar el cine y la literatura después de los 60: un ser del que el narrador sabe poco y nada y renuncia a tratar de explicar. Pero la tarea que la película se da a sí misma consiste en rodear al protagonista y analizarlo, describirlo, diseccionarlo en cortes infinitesimales, revelar sus movimientos más hondos. Los instrumentos para llevar a cabo esa exploración son los textos leídos desde el off por Marcelo Cohen. Cohen habla (escribe) y es como si el mundo se transformara: el estacionamiento, Nardo, los clientes, la espera, la calle, ese panorama más bien chato revela una riqueza material insospechada, una constelación de relaciones, deseos e ideas se dibuja ante nosotros con una claridad increíble. La voz tiene desde el comienzo un tono irónico que hace pensar que lo que vendrá será otro experimento narrativo a lo Querida…, pero a los pocos segundos queda claro que no, que Bliffeld se apropia del arsenal estilístico de Cohn-Duprat (que acá ofician de productores) con otros fines. Porque esto también es un experimento, pero uno carente de maldad: el director se propone extraer de Nardo y de sus actos rutinarios capa tras capa de espesor, exponer todo un hilo de pensamientos partiendo apenas un gesto imperceptible, de una mirada al vacío o del acto de chupar la bombilla de un mate. En vez de dejarlo fijado en ese lugar de tipo corto, replegado, sin grandes aspiraciones ni logros, los textos trabajan activamente para modelar un personaje distinto, un Nardo que reflexiona acerca del tiempo, que sopesa la información del mundo con los datos de su conciencia, que examina sus creencias menos para cuestionarlas que para asumirlas con convicción. La prueba de que el discípulo se ubica a una distancia máxima de lo hecho por los maestros/productores se certifica en las escenas en las que se rompe con el registro visual más o menos naturalista y se traslada a la puesta en escena el punto de vista de Nardo, como si de golpe sus fantasías pasaran a estructurar la película. Por ejemplo, todas las veces que, sin ninguna excusa diegética, desfilan ante nosotros distintos autos y la voz en off, tomando a su cargo los gustos y los saberes de Nardo, los describe, los clasifica, los juzga, pone apodos; hace una poesía de las máquinas y de los motores y de su relación con los hombres. Estas escenas se vuelven cada vez más frecuentes, como si Bliffeld agarrara confianza sobre la marcha y se permitiera interrumpir la acción sin hacerse demasiado problema. Sucede que, en el fondo, como pasa con cualquier máquina eficaz, una vez dispuestos y calibrados sus instrumentos principales, la película está en condiciones de hacer cualquier cosa que le venga en gana: el contraste entre la parsimonia y economía pasional de Nardo con la prosa subyugante y recargada de Cohen genera una combustión perpetua que parece inagotable. Llega un momento en que ya no importa tanto qué ocurre en cada escena, el mecanismo impregna de interés por sí solo cualquier hecho; la película podría durar más tiempo sin que ese sistema estético agote su fuerza. La voz de Cohen habla como si proviniera de otro planeta o de otro plano de la existencia y el efecto es impresionante: sus intervenciones abren grietas en la trama cotidiana de Nardo y hacen poesía con lo que encuentran, cualquier material puede volverse insumo de belleza, ya sea un accidente en la ruta, un recuerdo del padre o los prejuicios sobre internet. Una buena parte del placer sereno en el que la película sumerge disimuladamente al espectador tiene que ver con la importancia que se le otorga a las palabras. Si el cine argentino se sirve de los diálogos en general como un elemento informativo, necesario, a lo sumo como un indicador sociológico, Hora – día – mes reencuentra el gusto olvidado por exponer el grano de la voz, los cambios de tono, una acentuación sorpresiva, la alternancia de registros, la textura sonora de una palabra caída en desuso. No son tantos los directores en actividad que cuidan el habla y la vuelven objeto de sus exploraciones: está Matías Piñeiro, obviamente, además de los propios Cohn y Duprat, Campusano, Perrone, Martel, Rejtman, Llinás. ¿Hay más? Podrán no quedar proyectos colectivos, movimientos, tendencias ni grandes polémicas, pero Hora – día – mes viene a integrar una comunidad dispersa de películas hechas por directores que tratan de devolverle al cine argentino su capacidad de escucha.
Todo transcurre en un garage, donde los espectadores van viendo la vida cotidiana de un empleado llamado Bernardo “Nardo” Talavera que se encuentra día y noche trabajando en ese lugar, un ambiente cerrado por momentos asfixiante, vamos conociendo los distintos personajes que van pasando por el lugar y la rutina de trabajo de este hombre (Manuel Vicente, una buena interpretación a pesar de un guion austero). La película se encuentra llena de detalles y otras explicaciones que se brindan a través de la voz en off de Marcelo Cohen. Tanto relato ante una historia que podría resultar poco atractiva, a medida que corren los minutos se va perdiendo el interés y puede ser aburrida.
UNA COMEDIA QUE NO ARRANCA En Hora-Día-Mes, el director Diego Bliffeld sigue algunos momentos de la vida de Nardo (interpretado por el actor Manuel Vicente), quien vive y trabaja en un garaje llamado La Alborada. A lo largo de la semana que narra la película, Nardo trabaja en la cochera y lleva una rutina monótona, como corresponde a ese personaje algo gris. Así es como descubrimos que un hecho trágico de su pasado lo terminó llevando a trabajar en ese lugar. Pero lejos de lo trágico, Hora-Día-Mes es un film que utiliza algunos recursos humorísticos sin demasiada fortuna. Uno de esos recursos que señalamos es la voz en off de Marcelo Cohen, quien narra y subraya varias partes de los diálogos, mientras Nardo interactúa con los otros personajes y remarca lo mismo que escuchamos en off. Decíamos que es un recurso que se utiliza al principio como elemento gracioso, pero que no lo logra e inclusive tiende a desaparecer mientras avanza la película. Hay una especie de separadores, algunos funcionan (él que cuenta cómo fue pasando de dueños un Renault 12) mientras otros se vuelven poco interesantes y es ahí donde el recurso pierde efectividad. En un momento Cohen dice que esta película no tiene conflicto, ni desenlace y se le nota, nunca termina de cerrar ninguna de las pocas historias que comienza: la romántica, por decirlo de alguna manera, en la que el personaje recrea una especie de ópera con los sonidos de varios autos (es muy lograda desde lo visual y sonoro), a una mujer que va a estacionar su coche (la actriz Romina Pinto, que acá no puede lucirse pero tiene interesantes papeles en cortometrajes de comedia); o la historia del asiático que queda en una mera anécdota y podría haber sido un disparador para algo mejor. Una historia circular que denota un universo absurdo que no termina de cerrar.
Diego Bliffeld hizo su debut como director con la comedia “Linea de Cuatro” (actualmente disponible en www.cine.ar/play) y trabajó en la productora de Cohn- Duprat en “El hombre de al lado” y “Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo”. Quizás sea por ese vínculo que hoy, su nuevo film, “HORA – DIA – MES” está justamente producido por “Televisión Abierta” de Mariano Cohn y Gastón Duprat, los hacedores de “El ciudadano ilustre” y la reciente “Mi obra maestra”. El personaje excluyente del “HORA – DIA – MES” es Bernardo Talavera –Nardo- que durante la semana trabaja todo el día en un Garage que es a la vez su trabajo como su propia casa. Duerme allí durante toda la semana y solamente los fines de semana, emprende viaje hacia la casa de su primo en el conurbano bonaerense, único momento de desapego: el estacionamiento es su lugar, su hábitat, su reino, su imperio. La apuesta de Bliffeld es arriesgada. Conoceremos no sólo la rutina y las precisiones con la que Nardo maneja su trabajo y el cuidado de los autos, sino que además va apareciendo todo su mundo interno. El dispositivo utilizado, es el de una voz en off que será un narrador absolutamente omnisciente, quien nos cuenta, con lujo de detalles, cada uno de los rituales del protagonista. Ese narrador no es otro que el escritor Marcelo Cohen, autor justamente de los textos a los que él mismo les presta su voz. Entre lo más destacado de su obra se encuentran sus cuentos reunidos, por ejemplo, en “La solución parcial”, los relatos de “El fin de lo mismo” o sus novelas “En casa de Ottro” y “Donde yo no estaba”. Sus textos han sabido instalarse en una geografía y en un uso particular del lenguaje, basados en la potencia de la construcción de un espacio imaginario que fue creando minuciosamente hasta llegar a su Delta Panorámico, un territorio imaginario, una conjunción de islas similares y diferentes a la vez, en donde instaló sus historias con diversos géneros, enfoques y miradas políticas y sociales. El Garage, personaje tan necesario como Nardo en “HORA – DIA – MES”, también forma parte de esas geografías de las que Cohen construye y se apodera. Su texto va moldeando al espacio y al personaje con la misma fuerza, haciéndolos simbióticos, los dos se hacen uno. Allí vemos a los clientes, los autos –a los que describe con una meticulosidad y un preciosismo delicado y exquisito-, la calle, las horas muertas y sobre todo, la llegada de la noche donde se permite plantear un espacio más onírico, diferente, casi deslumbrante y que da lugar a la ensoñación y al relato más cercano a aquellos universos paralelos que siempre plantea Cohen. La apuesta donde casi el único recurso es el texto en off es arriesgada: tal como sucedió con “El origen de la tristeza” en donde el autor, Pablo Ramos, incorporó al film fragmentos de sus propios textos prestando su voz, en “HORA – DIA – MES” también ese recurso se vuelve (algo) tedioso. Los textos de Cohen tienen una belleza literaria indiscutible, pero no siempre lo que funciona en el papel, con la cadencia de la voz que le pone cada lector, puede llegar a ser funcional en el ámbito de la pantalla grande. El recurso innovador, creativo, inteligente, podría sumar en tanto y en cuanto la película no estuviese casi excluyentemente apoyada sólo en eso. Uno quisiera conocer a Nardo por él mismo, desde sus propias notas interiores, y eso justamente no ocurre porque la voz en off lo ocupa todo, invadiendo incluso el espacio que se le puede asignar a los espectadores, de forma tal de que cada uno pueda construir su propio rompecabezas. Cohen estructura textos con humor, con una cuota de delirio y sobre todo vuela mucho más aún en los momentos nocturnos, finalizada la jornada de trabajo. La puesta de Bliffeld es austera, concreta, permitiendo un gran lucimiento de Manuel Vicente en un protagónico absoluto, sobre el que podría incluso pensarse que hubiese sido escrito pensando en su “physique du rol”. Pero cinematográficamente, el texto se superpone con la imagen, sobreexplica lo que ya se ve e incluso llena de palabras algún espacio que podría haberse cimentado en lo visual, que aquí sólo aparece como complementando, en segundo plano, a la fuerza que le impone el discurso. De esta forma, “HORA – DIA – MES” queda planteado como un interesante ejercicio de estilo, pero al que aún se lo percibe como falto de interés cinematográfico. No todo lo que en la literatura funciona a la perfección, sirve para ser transmitido en cualquier otro ámbito artístico, peligro que deben sortear la mayoría de las adaptaciones de grandes textos literarios al cine.
Hay trabajos que hace el ser humano que pasan desapercibidos frente a la vista de los demás. Están, existen, pero no son valorados como tal, sino que integran la constelación de personas que ayudan a otras para que vivan lo más tranquilos y despreocupados posibles. Entre esos se encuentra Nardo (Manuel Vicente), quién es el encargado de un estacionamiento para autos. Su jefe confía ciegamente en él, así que nunca está presente en el garaje Alborada, enclavado en una calle tranquila de la ciudad. El protagonista pasa sus días, de lunes a sábadom cumpliendo con su deber. Prácticamente vive allí. Duerme en un cuartito. La cabina donde cobra atiende a los clientes y guarda las llaves de los vehículos. Es su hábitat. Allí desayuna, almuerza y cena. El director Diego Bliffeld diseñó un personaje a la medida de su intérprete. Es silencioso, respetuoso, pulcro, ordenado, lee revistas culturales. Pero cuando está en contacto con los autos se transforma. El garaje es su lugar en el mundo. Llegó allí por cosas de la vida, porque es un experto conductor, pero debe conformarse con lo que le tocó en suerte. Detrás de esta historia sencilla, austera y bien contada, donde el director sabe lo que quiere y lo lleva a cabo, hay un relato que va explicando las vivencias de Nardo, su pasado, el presente, alternadas con reflexiones de vida y detalles de las prestaciones mecánicas, estilísticas y de confort de varios de los vehículos que tiene estacionados, encarnado en la voz en off de Marcelo Cohen. Los años y la experiencia convirtieron al protagonista en lo que es hoy. Hace a medias lo que le gusta. No tiene vivienda propia. Su ex esposa ni siquiera le atiende el teléfono, etc. Parece anestesiado, los golpes no le duelen, el paso de las horas no los siente. Técnicamente, el director utiliza muchos fundidos a negro para concluir una escena, como también en ciertas ocasiones que lo ameritan suena una música estridente y pegadiza para reforzar aún más la acción. Este estreno, en la que narra una semana en la vida de Nardo, es una propuesta fuera de lo común pues lo interesante son sus días y sus noches, el trato y la interacción con los clientes, su amor por los vehículos motorizados, etc. Porque es una película en la que no hay conflictos visibles que modifiquen la metódica rutina, sino que los lleva internamente y eso lo convierte en más rico aún.
Tras su paso por la Competencia Argentina del Bafici 2017, se estrena Hora – Día – Mes de Diego Bliffeld. Un hombre que trabaja como encargado en un garaje. Se llama Bernardo pero todos lo conocen como Nardo (Manuel Vicente). Sobre sus pequeños actos, sus pequeños dilemas, su cotidianidad y sus vínculos que se originan en lo laboral y se vuelven central en su existencia -porque no parece haber más vida por fuera de La Alborada (así se llama el estacionamiento)-, es que se desarrolla el filme. Escenas que actúan por acumulación, demarcadas por los días de la semana y las distintas horas en que suceden los hechos, evidentemente nunca elegidos por su característica extraordinaria sino más bien todo lo contrario, y separados por fundidos en negro, arman esta historia sin historia, tal como explícitamente se enuncia: sin conflicto, sin comienzo, nudo ni desenlace. Una película construida con planos fijos, donde la cámara inmóvil toma a los objetos en detalle (los autos tienen su importancia capital) o a los sujetos en movimiento deslizándose por el cuadro (de espaldas, cortados, en sombras). Una voz en off que da sentido al relato, sentido pleno y de completitud sobre la imagen con observaciones que van de lo filosófico a lo sociológico, sin olvidar el humor. Una voz literaria depurada y exquisita en general (proveniente de Marcelo Cohen y de su pluma) y que a veces peca de un exceso artificioso o de cierta pedantería (rasgos que caracterizan a los obras de los productores del filme: Cohn y Duprat) y que no se logra ocultar con la búsqueda de términos populares o coloquiales para lograr la empatía que los procedimientos utilizados esquivan. Porque claramente la forma procura dar cuenta del contenido: de esa quietud, de esa repetición al infinito en una vida común y corriente, de ese tedio, del aburrimiento, de la inacción que sólo se quiebra cuando la madrugada llega, a fuerza de girar en redondo, a altas velocidades y en un lugar cerrado en automóviles ajenos o formar con varios de ellos una “rosa mecánica” para conquistar a una chica. Pequeños atisbos de vida, de aliento apresurado y nervioso en procura de ser.
Tras su estreno en el Bafici en el año 2017, “Hora-Día-Mes” llega a los circuitos comerciales casi dos años después. La cinta está dirigida por Diego Bliffeld, colaborador recurrente de Mariano Cohn y Gastón Duprat (directores de “El hombre de al lado” y “El ciudadano ilustre”), que aquí se encargan de producir la película. La historia narra una semana en la vida de Bernardo Talavera, mejor conocido como “Nardo”, responsable del garage La Alborada. La misma está basada en los textos originales de Marcelo Cohen, importante crítico literario y escritor, quien se encarga de narrar la película. Y ésto lo de hace de una manera que vuelve a su voz omnisciente en uno de los protagonistas del film. “Nardo”, interpretado de gran manera por Manuel Vicente, no sólo encuentra en La Alborada su lugar su trabajo, sino que también es donde come, duerme, lee y organiza sus tareas. Y por las noches, deja volar su imaginación y sus deseos, pasándose de algunos límites que lo llevan a entrometerse en los aspectos íntimos de los clientes del garage. Estamos frente a una historia atípica, que busca dar vueltas en la cotidianidad sobre las repeticiones, esperas y tiempos que parecen desdibujarse hasta perder la noción. El inicio de la cinta, que aclara que no presenta conflictos, tensiones, algún tipo de nudo o desenlace, tiene un esquema interesante, transmite de manera excelente lo que tiene para contar, pero comienza a desgastarse a medida que avanzan los minutos. La obra prefiere detenerse en las observaciones de su personaje, su relación con las personas que lo rodean en su “micromundo”, para entrar en la psicología de su protagonista. También, en su conocimiento y su gusto sobre los automóviles, utilizando buenos recursos cinematográficos y literarios, aunque lo que narre puede tornarse poco atrayente. Puntaje: 5,5/10 Federico Perez Vecchio