Mi papá es un chanta... y un ídolo En los escasos cinco meses (marzo-agosto) que pasaron desde el inicio del rodaje de Igualita a mí hasta su estreno comercial escuché en el ambiente varias voces de preocupación sobre la marcha del proyecto: que costó encontrar el director, que hubo ciertos problemas con los tiempos, que se produjeron muchas discusiones con el corte final... Fui, por lo tanto, con cierta cautela a la proyección de prensa y la verdad es que 110 minutos más tarde salí bastante conforme y... aliviado. Me intrigaba saber cómo sería el trabajo de Diego Kaplan, un realizador indie que ocho años atrás había mostrado algunas cosas interesantes en ¿Sabés nadar? y que -luego de algunas incursiones en la pantalla chica, pero sin haber vuelto al cine- trabajaba ahora por "encargo" para la principal productora del medio local (Patagonik). Ya entraré en el análisis más específico de los méritos y carencias del film, pero lo primero que hay que decir es que Kaplan consigue de entrada y mantiene durante casi todo el relato un buen timing para la comedia (tanto física como verbal) y que su puesta en escena es más que digna, sólida, serena, sorteando incluso cierta tendencia a la factura (léase vicios, facilismos) "televisiva". La dirección de actores (tanto del dúo protagónico como de los muy buenos personajes secundarios) también está por encima de la media local. Otro aspecto que me interesaba -casi tanto como el narrativo- era el técnico: la película se rodó con la hoy muy de moda cámara RED ONE y la proyección que se nos ofreció a los críticos y cronistas fue en una de las salas digitales que se suelen usar para los films en 3D. La calidad de imagen y sonido fue inmejorable: dudo mucho que el público pueda apreciarla en esas mismas condiciones en cualquiera de los cines que tengan copias en fílmico. ¿Y la película?, se estarán preguntando a esta altura los lectores. Digamos que está bien (por momentos muy bien), pero a mi gusto se queda un punto por debajo de Un novio para mi mujer. Sí, hay bastante de fórmula y de caricatura, pero la cosa funciona. Es más, diría que durante su primera mitad (y aunque las feministas se horroricen con el machismo estereotipado del chanta que interpreta Adrián Suar) el film se disfruta con esa ligereza y fluidez que el género necesita y el espectador agradece. Los problemas empiezan a surgir en la segunda mitad, cuando la historia se torna cada vez más y más sentimental, cuando cede a la dictadura de la corrección política y termina siendo absolutamente condescenciente y demagógica. La propuesta es sencilla y bastante eficaz: Freddy (Suar) es el típico soltero cuarentón que vive de fiesta en fiesta, de conquista en conquista (casi un émulo de Isidoro Cañones), evitando cualquier tipo de compromiso o responsabilidad (vive de la empresa del hermano mayor y de cierta capacidad para el "chamuyo"). Su vida cambia por completo cuando Aylin (Florencia Bertotti) aparece en su vida para contarle que no sólo es su hija (producto de un fugaz romance con una adolescente durante un viaje de egresados a Bariloche) sino tambien que él va a ser... abuelo. Igualita a mí -que según mi percepción tiene un destino casi inevitable de gran éxito comercial- coquetea en varios pasajes con la negrura, la audacia y la irreverencia (es notable una escena muy zarpada entre Suar y Claudia Fontán, una peluquera también cuarentona que puede sacarlo de su obsesión por los romances pasajeros con jovencitas), pero -más allá de que siempre sostiene una mínima dignidad- va decayendo en su segunda parte, cuando el padre busca reconciliarse y redimirse con su hija, aparece una viejita como posible víctima de un fraude inmobiliario y la cosa se pone demasiado conservadora en todos los ámbitos. Así, la película termina siendo "sólo" buena y demasiado igualita a muchas otras.
El juego de las coincidencias Sin dudas, la comedia es el género que mejor le sienta a Adrián Suar y el estreno de esta película lo confirma. Con dirección de Diego Kaplan (¿Sabés nadar?) y la cuidada fotografía de Félix Monti, Igualita a mí, acierta en la construcción de personajes y de una trama salpicada con humor y emoción. Quizás la excesiva promoción de la historia le pueda jugar en contra, pero el relato se guarda un as en la manga y entretiene. Viendo los últimos exponentes (tristes) de comedias norteamericanas, el film de Kaplan se vuelve altamente interesante porque focaliza en Fredy (Suar), un cuarentón que construye un personaje "falso" sobre su persona. El tiene 41 años, es un soltero empedernido y metrosexual. Prefiere pasar más tiempo en la peluquería (y caer en las manos de una siempre convincente Claudia Fontán) que trabajar para unos inversores que quieren apoderarse de una propiedad valiosa a través del engaño. Sus noches de boliche y conquista de veinteañeras parecen no parecen tener límites hasta que conoce a Aylín (Bertotti). Creyendo estar frente a un nuevo affaire pasajero, descubrirá que ella es su hija y las sorpresas no terminan ahí. Este encuentro le hará replantearse su vida, aunque le cueste perder lo que más aprecia: su propia libertad. Igualita a mí tiene algún punto de contacto con Apariencias, film también protagonizado por Suar y con dirección de Alberto Lechi, en el que el personaje central construía una imagen falsa. Acá ocurre algo similar, cuando Fredy no puede aceptar ser padre y mucho menos...tener canas. La relación con su hermano, con quien trabaja; con sus padres (para quienes sigue siendo el "nene" de la casa) y la posterior llegada de la familia de Aylín desde el Sur hará que el juego de las coincidencias encienda además el de los contrastes y haga crecer a la comedia. De este modo,se suceden imágenes de los protagonistas viviendo en ventanas opuestas y separados por la calle; la serie de mentiras que descubre Aylín sobre el trabajo de Fredy y la eficaz escena de la visita al doctor. Todo encaja y convierte al film en un muy bienvenido pasatiempo, en el que ya nada será igual para los personajes.
La comedia de la vida La comedia no es un género que el cine argentino explote en demasía, salvando contadas excepciones son muy pocos los directores que se juegan por un género al que muchos consideran menor y que a la hora de las premiaciones siempre queda marginado. Pero contrariamente, a la hora de sumar espectadores las comedias siempre son las más convocantes y sin duda alguna Igualita a mí (2010) no será la excepción. ¿O alguien tiene alguna duda que pasará el millón? Fredy (Adrián Suar) es un cuarentón que no puede dejar de ser adolescente. Metrosexual, vago, charlatán y mujeriego ve pasar sus días entre peluquerías, mujeres veinteañeras, mucho champán y poco trabajo. A Fredy la vida le dará una sorpresa cuando de la noche a la mañana le aparezca una hija, fruto de una relación casual en su juventud, hija que además lo convertirá en abuelo. Entre planteos, moralinas y aprendizajes Fredy deberá replantearse su vida e intentar sentar cabeza de una vez por todas. La nueva película que trae de vuelta a la dirección de cine a Diego Kaplan (¿Sabés nadar?, 1997) tras trece años de ausencia tiene muchos aciertos y aunque sin duda el más loable es el de ser honesta consigo mismo y con el espectador. Igualita a mí no pretenda más de lo que puede dar, ni más, ni menos y eso hoy por hoy ya es importante. Con una estructura narrativa que remite a la comedia americana clásica en la que el humor se sostiene con el gag rápido y sin demasiadas vueltas, algo que a Suar le sienta muy bien. La primera hora del film nos ofrece momentos que el espectador agradecerá y que le harán soltar una que otra risotada. Pero en el tramo final se pone en juego la redención del personaje con todo el trasfondo familiar y todo lo que eso lleva. Es ahí cuando la historia empieza a decaer por momentos, sobre todo cuando entran en escena el novio y la madre de la hija, virando a la comedia dramática en busca de la emoción del espectador que derramará alguna que otra lágrima. Situación que por momentos resulta innecesaria sobre todo si tenemos en cuento como estaba planteada la historia hasta ese momento. Adrián Suar hace lo que mejor le sale que es parodiarse a sí mismo con una memorable escena de baile en bata en un homenaje a Tom Cruise . Dentro de las compañías femeninas es Claudia Fontán quien lleva todas las de ganar con una ductilidad increíble para la comedia, mientras que Florencia Bertotti actúa como una partenaire correcta con un personaje que por momentos recuerda a su personaje en la serie televisiva Floricienta, al que se nota que le cuesta dejar de lado. Que Igualita a mí va a superar el millón de espectadores en los cines argentinos no cabe la menor duda y aunque podría haberlos superado apostando a poco, el producto se cuidó, buscó contar una historia y no subestimó al espectador algo que el cine realiza con frecuencia. Una comedia lograda que busca recuperar a un espectador que rehúye de ver cine argentino. ¿Lo logrará?
Orgullosamente convencional La película puede servir para reírse con algunas de sus situaciones, o para lamentar el exceso de convenciones que desbordan su estructura. También se puede –por qué no– alegrarse por el ingreso que su recaudación le reportará, seguramente, al Instituto del Cine. Hay dos formas para ver cualquier película, o, más exactamente, dos formas en las que se las suele criticar. La primera consiste en pasar revista a aciertos y deméritos para esbozar una aproximación al intento creativo de los responsables de su factura. La segunda, mercantilista, se limita a reducir cualquier hecho artístico a su aspecto menos ligado con la intención propia del arte, al simple beneficio que se obtiene de su comercialización. Desde una u otra rara vez se arriba al mismo puerto. Igualita a mí es uno de esos productos testigo que pueden funcionar a modo de filtro decantador para ver de qué lado se paran unos y otros. Ciertamente la nueva película de Adrián Suar será bienvenida por aquellos que se excitan leyendo las tablas de las más taquilleras, de los libros más vendidos o de los programas de televisión con mayor rating. Y tal vez será lapidada en plaza pública por quienes no acepten que un producto regular no equivale a aburrido. Hay un punto intermedio para sentarse a ver Igualita a mí: para reírse con algunas de sus situaciones; para lamentar el exceso de convenciones que desbordan su estructura y –por qué no– alegrarse por el ingreso que su recaudación le reportará (se supone) al Instituto del Cine. Es cierto que el tipo de película que elige ser Igualita a mí necesita de lugares comunes; de atarse a uno o varios géneros para aprovechar sus fórmulas; de actores no necesariamente buenos, pero sí eficientes al abordar el personaje que les toca en suerte. Con todo eso cumple este segundo trabajo en el cine de Diego Kaplan, director de intensa trayectoria televisiva. Bastará mencionar que Freddy, su protagonista, es un cuarentón que se niega a abandonar la famosa adolescencia extendida de la posmodernidad, que va de boliche en boliche y a quien le gustan la noche, el bochinche y terminar cada día con una veinteañera distinta. Suerte de Isidoro Cañones modelo 2010, que se niega a las relaciones estables como a trabajar más de dos horas por día, este Freddy encontrará la horma de su zapato (o un corset para su vida ligera) cuando Aylín, una de las jovencitas que consigue llevar a su departamento de soltero, le revele que posiblemente ella sea su hija, concebida durante un viaje de egresados a finales de los ’80 con una hipona local. Esta idea, la del adulto que debe aceptar la responsabilidad de un vínculo inesperado –una de las más recurrentes del cine norteamericano–, alcanza para que una vez planteada cualquiera pueda trazar, con un mínimo margen de error, el derrotero posterior de la película. Sin dudas en este trazo esquemático (en ocasiones hasta burdo) con que la narración no se permite apartarse de lo previsible está lo menos positivo de Igualita a mí. Ante la fuerte sensación de que no se ha seleccionado a los protagonistas por lo que ellos pudieran haberle aportado a Freddy y Aylín, sino que éstos son construcciones a medida para Adrián Suar y “Floricienta” Bertotti, no queda sino aceptar que ambos actores conocen a sus personajes como baqueanos que han ido y venido toda la vida por los mismos senderos. A Bertotti le toca la jovencita inocente y algo atolondrada que ya desplegó con éxito en más de tres programas de televisión, y a Suar el petiso canchero le sale como si de interpretarse a sí mismo se tratara. (Aunque no estaría mal que agradeciera a Francella y a Darín por usarlos de espejo.) ¿Y es malo esto? Tal vez no. Hasta puede decirse que es lo mejor de una película que apuesta por las convenciones sin renegar de ellas. La química Suar-Bertotti funciona de modo razonable y eso hace que todo lo otro pase un poco más (muy poco) inadvertido.
Puro entretenimiento Igualita a mí es un acierto: tiene timing cómico, buenos diálogos y divertidas actuaciones Conviene dejar atrás cualquier prejuicio. Ni Igualita a mí responde a la clásica fórmula costumbrista de Polka ni se atiene al formato televisivo que las presencias de Adrián Suar y Florencia Bertotti al frente del elenco harían sospechar ni todo se reduce a la buena idea marketinera de asociar figuras de probado arrastre televisivo para sumar sus respectivos públicos y multiplicar el negocio. Puede que haya algo de eso, pero antes que nada esta nueva producción de Patagonik, probablemente destinada al éxito, es, de verdad, una comedia. Con la ligereza que se espera del género, con el ritmo, el humor y la simpática intrascendencia que suele celebrarse en sus temas y, sobre todo, con ese timing característico que a tantos realizadores suele resultarles esquivo. No a Diego Kaplan. El film es puro entretenimiento, simpático, gracioso, accesible. Y sostenido con recursos legítimos, más allá de que la parte final acuse algún desnivel y que la apelación a lo sentimental que contienen esos tramos parezca una concesión para cumplir con la dosis de emotividad que agradecen muchos aficionados a la comedia. La historia es simple. A Freddy -el protagonista concebido a la medida de Suar- los años (ya pasó los 40) no le han hecho perder el pelo ni las mañas. Para las canas están las tinturas que sabiamente administra su peluquera de confianza; para el resto, un carácter juvenil, juguetón e irresponsable que hará renegar a su hermano-socio en los negocios pero sigue encantando a las chicas, aunque siga usando todavía el mismo discurso que le daba resultados en los tiempos de Bamboche. Madurar no está en sus planes; sólo hacer algún negocio y seguir disfrutando de su libertad y sus conquistas, noche a noche. Pero el pasado existe y un día viene a buscarlo en la persona de una señorita que dice ser su hija, fruto de un fugaz amorío de viaje de egresados. La recién llegada -de El Bolsón, hippoide, adicta al mate- tiene el fresco desparpajo de Florencia Bertotti. Las complicaciones apenas comienzan. Porque Aileen, que así se llama la patagónica criatura, no cederá hasta comprobar cuál de los tres posibles padres de los que le habló su mamá es el verdadero. Quizá sea Freddy, y entonces todo el paraíso personal que con tanto empeño se construyó el eterno adolescente empezará a tambalear. Un elenco de apoyo bien elegido (notable Claudia Fontán), diálogos chispeantes, el gancho de los protagonistas y la excelencia de los rubros técnicos sustentan el film. Todo un acierto.
Desventuras de un metrosexual Adrián Suar se descubre de golpe padre y abuelo en esta comedia con los elementos para ser un éxito. Aunque se parezca en el afiche, donde se toma la cara, al Macaulay Culkin de Mi pobre angelito , Freddy no tiene nada de pobre y menos de angelito. Freddy vive al día, es un playboy sin ataduras que pasa el día haciendo negocios -o negociados- o en la peluquería -es un metrosexual-, y la noche bailando en una disco, seduciendo chicas jóvenes. Hasta que intenta “levantar” a una chica, pero Aylin, a la que Florebncia Bertotti le aporta su cuota de gracia, resulta ser la hija que nunca supo que tenía. La sorpresa es doble: Aylin está embarazada, así que de pronto descubre que es padre y que será abuelo. Con el correr de los años, y de las películas, Adrián Suar se ha afianzado en la combinación de la comedia de situaciones y el cine de raigambre popular. Los buenos guiones, como el de Un novio para mi mujer y el de su estreno de hoy, Igualita a mí , le permiten expresar su andamiaje interpretativo volcado al género, pero –y la diferencia es vital- no sólo a su servicio. Suar ya no es el mismo de los tics de Comodines , aunque algunas escenas de Igualita a mí parecieran escritas para él. Detrás de El Tenso ( Un novio… ) y de Freddy hay un personaje o, mejor aún, una persona distinta. Otros actores nacionales se reiteran a sí mismos, no importa el papel que deban jugar en la trama. Los ejemplos abundan. Es que Freddy no es aquel mismo que conoce a Aylin al final de la proyección. Pese a la previsibilidad de la historia, lo que la hace entretenida son los enredos, las líneas de diálogo, las resoluciones de las situaciones y, claro, las propias actuaciones de los protagonistas: todo para ser un éxito. El guión de Juan Vera -involucrado en la producción en cinco de las seis películas que Suar tiene como protagoniosta- posee el timing, el humor y el sentimentalismo justos. Como toda buena comedia, los intérpretes principales tienen un fuerte soporte en los papeles llamados secundarios (con Claudia Fontán a la cabeza). Y los rubros técnicos son de una calidad propia de una superproducción. Un párrafo aparte merece el ecléctico Diego Kaplan, que de joven soñaba con ser Spielberg, y luego de dirigir a Carlos Calvo en la miniserie Drácula debutó en cine con la mucho más críptica Sabés nadar? y ahora, esta comedia. Lo que se dice un todoterreno.
Un canto a la mediocridad Freddy (Adrián Suar) tiene 41 años, se mantiene muy bien, vive la vida loca, de noche a noche y de boliche en boliche. Prueba de su buen estado físico, y del chamuyo intacto, es que todas las noches se lleva a la niña más linda, de la mitad de su edad. Trabaja para la empresa familiar, un par de horas por día, convencido de que eso y su labia es suficiente para organizar el negocio. Además, junto a su hermano, está en un proyecto inmmobiliario que le exige la utilización de su carisma al máximo. Mal no le va a Freddy. Hasta que por obra y gracia de los guionistas perezosos se le aparece en un boliche, en plena ciudad de Buenos Aires, una chica llamada Aylin (Florencia Bertotti)proveniente de El Bolsón que anda buscando a su padre. La chica en cuestión tiene 23 años y dificilmente esté buscando a alguien de las características físicas de Freddy, que no aparenta la edad que tiene. Pero el cine es así, y ella arremete con su decisión de invitarlo a hacerse un ADN. Esta película no guarda ningún secreto para el espectador, ya que desde su promoción se sabe que efectivamente Freddy no sólo es el padre de la chica, sino que esta además está embarazada. Es decir, el hombre pasará a ser padre y abuelo. Lo peor que le espera a Freddy no es eso, sino su entorno; que le grita que debe cambiar su vida, asumir sus canas, dejarse de joder. Y Freddy baja la cabeza y se deja llevar por aquellos que miran el documento antes que a sí mismos. Adrián Suar actúa consciente de sus limitaciones y su mérito está en sacar provecho de ellas, el papel está hecho a su medida y encuentra en Bertotti a una buena partenaire. Claudia Fontán, por su parte, interpreta a una peluquera colorista que repite los modos que la actriz ya desplegó hartamente en televisión. Filmada sin riesgo alguno, de fotografía neutra, casi publicitaria, con un guión pensado para agradar al medio pelo, esta película se pasa de rosca y queda atrasada al tiempo en que se vive. Un Suar exageradamente encanecido sobre el final es la muestra más clara del peor mensaje empaquetado en el filme: El de ser prisionero de la mirada de los otros, en lugar de hacerse cargo del sentir de uno mismo.
Adrian Suar tiene dos extremos en el cine... en el más bajo Apariencias, y en el más alto Un novio para mi mujer. ¿Donde se ubica Igualita a mi? casi en el medio, pero más inclinada a Un novio... por suerte. Acá no está forzado en un papel como lo tuvo en El día que me amen. Su personaje de playboy no tiene cuestionamientos... le calza justo y uno ya le cree desde el vamos. El Un novio había logrado una muy buena dupla con la Bertuccelli, y en este caso la química lograda con una super fresca Florencia Bertotti también empuja a la película. Todo el elenco secundario está muy bien seleccionado. Las tomas está bien logradas, y la calidad de imagen y fotografía están muy bien. ¡¡No tiene chivos!!! Suar se está convirtiendo definitivamente... no es el mismo de antes! Suena raro lo que voy a decir, pero lo justifico después: "El cine argentino necesita más películas así". Y acá lo aclaro ¿Cual es el pecado de tener 3 o 4 películas argentinas que apunten a ser un simple entretenimiento, entre 40 que no le interesan a nadie?. El que quiera ver el otro cine, simplemente no va a ir a ver esta película... Igualita a mi es orgullosamente un cine industrial que el cine argentino como mínimo debería poner cada dos meses, y que brilla por su ausencia. Esta película está bien hecha, bien filmada, no cae en los errores del pasado o "mentastianos", con un humor simple e identificable y punto. Después podemos ver si le sobran unos minutos o algunas escenas quizás no estén bien logradas. Pero esta película paga la entrada y punto. No saldremos a recomendarla a los cuatro vientos como Un novio... pero definitivamente es un buen producto y listo.
El abuelo cool El nombre de Diego Kaplan en cine resuena a partir de un film poco recordado llamado ¿Sabés nadar? (1997), rodado enteramente en Mar del Plata y en el que Graciela Borges, junto a su hijo Juan Cruz, hacían de las suyas en un registro de comedia poco habitual para ese momento donde el cine nacional conservaba su cuota de costumbrismo y lugares comunes. Luego, llegaron algunas producciones interesantes para la televisión, como la irreverente ''Son o se hacen''; ''Mosca y Smith en el once'' o la bizarra ''Drácula'' estelarizada nada menos que por Carlos Andrés Calvo. Su carrera siguió por el terreno de la publicidad con productora propia, que trabaja con las firmas más importantes del planeta hasta la actualidad. Por eso la unión con Adrian Suar (otro referente indiscutido de la televisión argentina de los últimos años) en esta comedia dramática coprotagonizada junto a Florencia Bertotti acusa un ritmo televisivo que se ajusta adecuadamente al registro y tono de la trama. Igualita a mí, a diferencia de Un novio para mi mujer (la anterios comedia romántica protagonizada por Adrian Suar y dirigida por Juan Taratuto) cuenta con todos los ingredientes necesarios para hacer que fluya una comedia de situaciones, que por un lado apuesta a los equívocos y enredos para encontrar en lo cotidiano rasgos de humor y por otro deja que afloren los sentimientos de sus personajes a partir de acontecimientos sencillos, sin dar la sensación de impostura o artificio. Con un guión bien escrito por los debutantes Juan Vera y Daniel Cúparo, dotado de lenguaje coloquial y diálogos creíbles que, sumados a las naturales interpretaciones del elenco, se hacen amenos. La historia arranca en el año 1987 en una alocada noche de adolescentes en el legendario boliche Bamboche donde Freddy seduce con su carisma a una chica que baila desenfrenada un tema de Los Pericos. Elipsis mediante, lo tenemos al mismo Freddy (Adrián Suar) utilizando los mismos artilugios de seducción, pero esta vez en el boliche Tequila en el año 2010 reflejando el prototipo de playboy argento. Basta un rápido vuelo por su rutinaria vida para darse cuenta de que el hombre es un metrosexual, soltero y chanta, que huye a cualquier compromiso aludiendo que de esa manera se siente libre. Sin embargo, en una de esas noches de diversión se topa con Aylín (Florencia Bertotti), una joven 20 años menor que él dispuesta a darle una noticia que sin lugar a dudas cambiará para siempre el rumbo de su existencia y lo hará tomar –paulatinamente- conciencia sobre su conducta inmadura, su presente y su futuro. Si hay algo que pueda destacarse de esta historia de afectos y uniones familiares en tiempos donde la fragmentación parental es moneda corriente, eso es -sin llegar a un análisis muy profundo- la transformación progresiva que cada personaje atraviesa en el proceso de cambio de roles. En el caso de Freddy transformarse de la noche a la mañana en padre y abuelo a los 40 y pico, y en el caso de Aylín convertirse en madre e hija al mismo tiempo. Esa progresiva adaptación encuentra en el relato un tiempo y ritmo sostenido que no decae y se nutre de una serie de episodios que rozan el costumbrismo, lo cómico o lo agridulce proporcionalmente en un equilibrio dramático que Kaplan sabe llevar apelando, incluso, a un buen contrapunto con personajes secundarios bien construidos, como por ejemplo la madre de Aylín o el hermano de Freddy, entre otros. Sin mayores pretensiones que las de contar una historia sencilla e identificable con un gran sector del público, Igualita a mí es un buen ejemplo de cine comercial y masivo con buena calidad artística, elementos que a veces parece difícil conjugar cuando de cine argentino se trata.
Será tu astilla La discoteca es el habitat natural de Freddy que baila frenéticamente en medio de chicos y chicas que podrían ser sus hijos. A los 41 años, ese Peter Pan porteño insiste con el discurso adolescente de la libertad incondicional y concurre a la peluquería cada martes para tapar las canas con una buena mano de tintura. Hasta que su vida cambia drásticamente. Adrián Suar protagoniza Igualita a mí, junto a Florencia Bertotti, una pareja de feeling indiscutible frente a las cámaras. La anécdota de la película que dirige Diego Kaplan no pretende ser original. De hecho, en cuanto se instala el tema, queda planteado el techo del relato sobre la chica que busca a su padre a los 23 años y cuando lo encuentra, también ella está a punto de vivir un cambio trascendente como mujer. Además de la química de los actores, potenciada por la fotografía de Félix Monti que embellece y compone cualquier rincón, Igualita a mí se desarrolla como una comedia convencional que apuesta a los diálogos y situaciones. Incluso cuando ciertas escenas recuerdan a algunas ya vistas en comedias hollywoodenses (como la escena del baile de Freddy en su departamento con la música a todo volumen), el guión de Juan Vera y Daniel Cúparo es un relojito y funciona muy bien. El departamento del solterón se convierte en algo parecido a un hogar, y al hombre que padece de viejazo permanente no le queda más remedio que anclar. Lo asiste y rigorea su peluquera, el rol de Claudia Fontán en el que la actriz ofrece la faceta que mejor conoce, entre sexy y madura. La película tiene mucho humor, surgido de esas situaciones cotidianas, con pizcas de viveza criolla. Hay chistes reconocibles que, en este nuevo contexto, vuelven a sonar ocurrentes. La vocación de Suar para jugar el ridículo roza, deliberadamente, el patetismo, aunque el tono nunca decae ni se pone sentencioso. Sorprende en este protagónico absoluto. Florencia Bertotti es Aylín, de El Bolsón, una chica provinciana, transparente, que sabe lo que busca. La actriz va creciendo en esta historia de jóvenes que adoptan a los adultos. Igualita a mí, con el diseño de arte de Mercedes Alfonsín, ubica la acción en una porción de vida, sencilla y familiar donde los códigos generacionales se plantean amablemente. Existe un trasfondo interesante en cuanto a la paternidad negada o asumida, a la identidad que el paso del tiempo mejora o anquilosa, y al amor, que se elige un día, cuando comienza la verdadera historia.
El Hombre Solitario No se trata ni más ni menos que un “run for cover”. Patagonik necesita estrenar alguna comedia para la etapa posterior a las vacaciones de invierno, en que los grandes tanques de Hollywood ya pasaron, para que el público masivo vaya a ver “cine argentino”. Generalmente esta es la mejor semana para estrenar alguna película nacional “comercial”. El año pasado, se trató de El Secreto de sus Ojos y mal… creo que no le fue, aunque Patagonik no estaba involucrada. Este año, que solo tuvo dos estrenos argentinos rendidores en cuanto a taquilla nacional como Dos Hermanos y Carancho, ejemplos soberbios en cuanto a manufactura cinematográfica, Patagonik decidió apostar por lo seguro: una comedia con Adrián Suar, Hace dos años, Un Novio para mi Mujer de Juan Taratuto fue un éxito masivo, que le devolvió la corona de “rey de la taquilla” a Suar, tras haberla perdido hacía rato contra los productos de Telefé contenidos. Desde el 2001 no había logrado un éxito como fue El Hijo de la Novia. Por lo tanto, había motivos para festejar cuando Un Novio para mi Mujer, dio buenos dividendos. Particularmente, no me gustó Un Novio… Si bien confieso que es un poco mejor que las comedias anteriores del gerente de programación de Canal 13, no pude integrarme ni hacerme cómplice de los protagonistas. Y pienso que el “éxito” se debió a que dentro del elenco había dos actores monumentales, interpretando dos personajes ricos en matices y originales, en un contexto narrativo y audiovisual demasiado convencional y conservador para ser aprovechados al máximo. Porque la regla de tres simple es muy básica: un buen contexto + buenos personajes + buenas interpretaciones dan como resultado una buena película. Un Novio tenía a La Tana y El Cuervo, dos personajes divertidos de por sí y conceptualmente interesantes, interpretados de manera brillante por dos monstruos como Valeria Bertuccelli y Gabriel Goity. Ya de por sí, ellos dos valen el precio de la entrada. Pero en el medio está Suar, un guión poco inspirado y una dirección demasiado publicitaria. A mi pesar, la película funcionó. Por lo tanto, para el 2010 había que repetir el éxito, pero el proyecto se postergó, se apuró y aquí llegó… en fecha elegida. Sin embargo, entre las distribuidoras nunca hay buen diálogo, ya que en dos semanas se estrena El Hombre Solitario, una comedia de la dupla Koppelman / Levien con Michael Douglas interpretando a un playboy sesentón con hijos y nietos, que sale con muchachas de 20 años sin pretensiones de tener una relación seria con alguna, y al que no le gusta que lo llamen padre y abuelo respectivamente. Acá, pasa algo similar… En Igualita… Fredy (Suar) tiene 41 años y reniega de su edad. Como a los 18 años, sigue saliendo todas las noches, sigue siendo el rey de la noche (nada que ver con Rudy de 76 89 03), sigue teniendo los mismo chamuyos… y sigue levantándose chicas de 20 años… Trabaja con su hermano (Chame Buendía) en una especie de inmobiliaria y tiene negocios con productos “todo x 2 pesos” provenientes de China. Se levanta a las 4 de la tarde, tira ideas para comprar o vender casas y vuelve a salir de joda. Un día, entre sus “levantes” conoce a Ailín (Bertotti), una vendedora de artesanías de El Bolsón. La invita a la casa y se entera, que ella, en realidad, es su hija, producto de un “romance” del viaje de egresados 23 años atrás. Y peor aún, cuando se confirman los análisis de paternidad, resulta que Ailín está embarazada. Por lo tanto, en una semana, Fredy se convirtió en padre y abuelo. El planteo es si Fredy va a madurar y aceptar su edad, o va a seguir con su vida burguesa y nocturna. Lo que podría haber sido la punta inicial para una comedia unitaria de Canal 13 se convirtió en una película de casi 2 horas, pero sin perder una estructura narrativa y estética televisiva. El director seleccionado para dicho proyecto fue Diego Kaplan (¿Sabés Nadar?), que estuvo demasiado alejado del cine con sus publicidades y direcciones televisivas (lo mejor que hizo fue Mosca & Smith), pero esta vez los resultados son desilusionantes. Si bien la premisa no es demasiado original (hay elementos de El Padre de la Novia, Tres Hombres y un Bebé, El Hijo de la Novia y ¿Quién dice que es Facil?), el tratamiento es aun peor. Mucho se debe a la acumulación de tics y gestos repetidos, demasiado conocidos, insoportables de un Suar, que abarca demasiado tiempo en pantalla. Esto termina impostando y artificializando aun más el relato. Si bien el personaje tiene una construcción interesante, la interpretación exagerada del protagonista no le hace justicia, más allá de que se parodie a sí mismo, y acepte que no puede seguir interpretando al “muchachito de la película”. La película además de tener clisés y estereotipos, escenas y salidas argumentales previsibles, una estructura llena de lugares comunes, es bastante decepcionante en términos visuales y artísticos. Taratuto tiene imaginación para imprimirle una dinámica cinematográfica a sus obras. En cambio Kaplan abusa de los interiores, del plano contra plano (aunque hay un virtuoso plano secuencia cuando Fredy se entera que es padre). La fotografía del GRAN Felix Monti, no está a la altura de lo que se puede esperar de su prestigio y su carrera. Aunque haya sido filmada con una cámara último modelo, la puesta de luces televisiva no dimensiona cinematográficamente la obra final. A nivel narrativo empieza a acumular personajes y subtramas, que no terminan cerrando. Todo para apoyar y simbolizar innecesariamente el carácter superficial y avaricioso del protagonista, para resaltar como va a cambiar su carácter previsiblemente dentro del relato. Hay un negocio inmobiliario (incluso parece plagiado de El Hijo…) donde se quiere transformar una casa antigua en un edificio torre, y la película apuesta por la moralina de que lo “viejo” también tiene sus beneficios, que hay que respetar la edad, etc, etc, etc. La comparación abruma por la obviedad, pero lo que es peor, no termina por definirse cuando llegan los créditos. En la última media hora, cuando la película podría empezar a definirse, los realizadores deciden agregarles innecesarias escenas que poco le aportan a la trama principal. La música incidental de Iván Wyszogrod, decepciona también por lo convencional y la poca participación que tiene durante la marcha. Lo único que le aporta verdadera calidez al relato son las demás interpretaciones, empezando por Florencia Bertotti, que sin sobreactuar ni denotar gestos provenientes de sus personajes televisivos, le da naturalidad a un personaje que lamentablemente no está tan elaborado como el de Fredy, que pasa durante la segunda parte del relato a segundo plano, tapado por hegemonía del protagonista. Una lástima porque Bertotti le da humanismo y gracia, a su Ailín. Cabe preguntarse porque la actriz no tuvo más propuestas cinematográficas (tuvo solo roles secundarios) ya que logra evadir caer en el personaje de sit com, para entrar en una posición más realista, alejada de la caricatura. El resto de elenco aporta medianas cuotas de humor, pero las situaciones en las que participan no están suficientemente desarrolladas ni aprovechadas. Kaplan no tiene timing humorístico o intuición para saber aprovechar al máximo una escena cómica. Hay varias que podrían haber funcionado muy bien, que lamentablemente se quedan a mitad de camino. Claudia Fontán, tiene una gran capacidad interpretativa, un humor espontáneo y talento para las comedias, pero queda encasillada en el personaje de amiga, de ex, de interés maduro. Su personaje recuerda demasiado al que ya interpretó en El Hijo de la Novia, específicamente. El resto, sorpresivamente desconocidos, logran interpretaciones interesantes, a tener en cuenta por futuros cineastas. Tanto Chame Buendía como Castel provienen del cine ultraindependiente. Sus trabajos pasados más inmediatos fueron en las obras de Tetsuo Lumiere, lo que habla muy bien del ojo del cineasta para elegir actores. Con los previsibles contrastes que uno puede esperar de este tipo de películas (Fredy es cheto, Ailin, bohemia) y el mensaje que todos pueden convivir juntos en buena ley, apostando por una moraleja familiar, conservadora, algún que otro chiste forzado, un montaje demasiado publicitario, la manipulación sentimentalista y lacrimógena de la segunda mitad de la película (el protagonista debe aprender su lección a la fuerza), Igualita a Mí, es un producto meramente simpático que va a llevar multitudes a las salas, reembolsar las inversiones del Instituto por las películas que no funcionaron comercialmente en el resto del año y borrada rápidamente de la memoria. De ingenio cinematográfico o artístico, ni hablar. Es lo que hay. En Hollywood lo tienen a Adam Sandler. Acá tenemos a Adrián Suar. Por suerte el actor y productor argentino, no compra los derechos de películas estadounidenses (se “inspira” en ellas). Mientras que Sandler (que ya intentó llevar El Hijo de la Novia), probablemente saque Igualita a Mí en un par de años con Kevin James y Rob Schneider… y le salga “igualita”.
Paternidades Dos películas sobre la paternidad están actualmente en cartelera. Una busca caminos laterales y divertidos (de diversión, también entendida como una estrategia distractiva); la otra se estrella de frente con su tema. 1. Mi villano favorito (estrenada en la misma semana que El origen) es una película de animación (3D o 2D, Ud. elige), que con formas geométricas simples crea un mundo lleno de matices. El villano protagonista (que es el héroe de la película, nada menos) tiene brazos y piernas finitos, nariz puntiaguda, torso compacto y carece de cuello. Es enternecedoramente malvado y tiene –como diría Pappo– un “satánico plan”: robarse la luna, previo achicamiento del satélite. El plan es más bien delirante (la película es toda un poco lisérgica), y el dispositivo narrativo para contar ese plan incluye personajes como un científico viejo, chiflado y distraído, un villano competidor ultratecnologizado, un banquero mucho más villano que los villanos, y un ejército de bichitos amarillos –algunos con dos ojos, otros con uno solo– que hablan un cocoliche muy simpático y que vaya a saber uno qué son. También están la madre del villano protagonista y tres huerfanitas que el villano decide adoptar por interés, para poder cumplir su plan. Mientras nos divierte (acá tienen cinco acepciones de divertir: “entretener, recrear, apartar, desviar, alejar”) con chistes, acción, competencia entre villanos, explosiones, montañas rusas, unicornios de peluche, un tiburón mascota, múltiples inventos y hermosos colores, la película de a poco empieza a contar la historia de alguien que se convierte en padre. Como siempre hizo el buen cine clásico, Mi villano favorito nos cuenta en la superficie una historia, y en el fondo otra. Mientras pasa, y pasa velozmente, nos mete en un mundo propio, distinto al nuestro aunque reconocible, y nos recompensa con una burbujeante felicidad. 2. Por su parte, Igualita a mí (dirigida por Diego Kaplan, el de Sabés Nadar?) es una película sobre la paternidad. Una y mil veces se nos dice que es sobre la paternidad, sobre madurar, sobre cómo convertir a un soltero playboy –y que se tiñe– en un “hombre de familia” según la más rancia tradición de las viejas telecomedias (no sé si de las nuevas, porque no las veo). El protagonista es Adrián Suar, que por suerte pestañea menos que antes para actuar (antes era su recurso interpretativo más saliente), aunque imita tanto pero tanto los modos de hablar de Francella que obtiene un registro artificial y que impide la empatía (a lo que ayudan sus mejillas, lustrosas e inmóviles). La película se apoya en situaciones convencionales: la operación inmobiliaria en la que hay alguien que no quiere vender, el abuelo que pasea con la nieta y Suar lo ve y recapacita, la mascota rechazada y luego aceptada, y muchos etcéteras, incluido el puntapié inicial: “al playboy le cayó del cielo una hija”. Abusa de personajes definidos convencionalmente (los hippies del bolsón, el propio personaje de Suar), en maneras de hablar que son de manual de estereotipia (a veces logran escapar de tanto automatismo, gracias a la naturalidad de sus gestos, Florencia Bertotti y Claudia Fontán). La película avanza paso a paso –como un Via Crucis– por una situación remanida tras otra, como si fueran obligatorias (encima vistas antes en muchas y mejores películas americanas) sin desviarse, sin divertirse, sin divertirnos, sin poder simbólico o metafórico alguno, creando un mundo hecho de retazos del nuestro pero que parece de plástico, definido por lo más exterior del viejo costumbrismo pero sin confiar en él (esto es “más moderno”, pero básicamente por cierto minimalismo del mobiliario, la imagen brillosa y el sonido claro): todo está de frente, en la superficie: plano, directo, sin gracia y sin fuga. Es increíble lo largos que pueden llegar a ser estos 110 minutos, y todo para llegar a la literalidad y superficialidad y obviedad aplastantes del diálogo final entre padre e hija. El plano final, por su parte, no está lejos de ciertas publicidades de productos navideños, de esas que gritan “así somos los argentinos”.
Las comedias de gran público en la Argentina giran alrededor de un imaginario que no ha cambiado sustancialmente en las últimas cuatro décadas. El porteño, la porteña, etcétera, sólo han mutado el corte de vestidos y camisas y, es cierto, en los setenta no abundaba el lycra. Los productos con o de Adrián Suar funcionan alrededor de ese mundo cristalizado y de tramas sentimentales convencionales. Pero sería deshonesto decir que un film es malo por esto: la mayoría de las cinematografías industriales juegan con arquetipos. El caso de “Igualita a mí” es curioso: tiene detrás al director Diego Kaplan, que había debutado con una interesante comedia independiente, “¿Sabés nadar?” (2002) y había introducido frescura en la comedia televisiva con el programa de culto “Son o se hacen”. Pero en esta película, trabajando con un producto diseñado para el éxito masivo, el peso de la producción atenta contra su capacidad para la verdadera clave de cualquier comedia: el timing. Así, la historia de un cuasi playboy cuarentón que descubre tener una hija veinteañera y además embarazada, sucumbe ante la necesidad de dejar claro que el personaje es, en el fondo, un tipo buenote que se redime en el amor familiar. Tranquilizador en su conservadurismo, el film termina cayendo en la moraleja que el espectador adivina desde el momento en que compra su entrada, y así no hay humor que alcance.
Un abuelito con onda. “Igualita a mi” tiene la estructura de las comedias clásicas. Un soltero que disfruta de su libertad intenta seducir a una adolescente que resulta ser su hija y que además está embarazada. Con lo cual en pocas horas se convierte en padre y abuelo. Luego de revelar ese secreto, la película se centra en describir la forma en que esos dos desconocidos construyen el vínculo. Pero como se trata de una comedia, la trama se desarrolla con sobresaltos para el personaje de Adrián Suar, una especie de niño grande que se resiste a enfrentar sus responsabilidades. Un guión que combina el humor con tramos que apelan a los sentimientos son la columna vertebral sobre la cual se apoya el filme, con el tono adecuado para que la comedia no se salga de unos límites bien definidos por el director.
Una hija y una nieta y una novia para mi papá Hay algo que le envidio a Adrián Suar: la impunidad de la que goza entre periodistas, críticos -no todos, es justo decirlo- y público. Impunidad que impide una crítica más certera sobre su trabajo como actor (Un novio para mi mujer, con sus problemas sobre el final, es tal vez lo mejor que ha hecho) y su trabajo como productor televisivo, con ideas que se parecen sospechosamente a otras y que se repiten hasta el hartazgo. Este verano me tocó verlo en una adaptación teatral de la película El año que viene a la misma hora: el tipo, escaso de recursos, convierte un drama romántico sobre el paso del tiempo y la posibilidad de otro tipo de amor en una comedia mala de Francella. Y lo ovacionaban de pie. Hay que reconocer que Suar, con el tiempo, logró soltarse y adquirió algunos tics efectivos. Pero eso no lo hace mejor, sino apenas funcional. Lo mismo se puede decir de un mueble o un aplique. En realidad uno viene a hablar de Igualita a mí. Pero lo que motiva este arranque son algunas cosas leídas por ahí, que dejan pasar desvergonzadamente el conservadurismo y atraso en sus ideas de esta comedia discreta, y se dejan embaucar por los encantos de un tipo como Suar y porque “bueno, éxitos como estos son los que precisa la industria”. Uno ve, lamentablemente, cómo la crítica de cine en el país se va achicando en sus posibilidades y se convierte en mera socia del suceso, incluso con miedo de caer antipática al público. Sería bueno que los comentarios cancheros sobre las últimas malas comedias de Adam Sandler se escuchen también sobre productos como este. Sería bueno, también -y para ser un poco frívolos-, que los chistes que se hacen sobre las caras brillosas de Jennifer Aniston, Meg Ryan o Nicole Kidman, argumentos que se usan para ¡hablar mal de las películas!, se repitan acá, con la misma sorna, al ver los mofletes de Suar. Pasada la calentura, digamos que Igualita a mí confirma, lamentablemente, todo el prejuicio que uno podía tener con una película como esta cuando leía la sinopsis. Digo lamentablemente porque Diego Kaplan, su director, había realizado una película interesante como ¿Sabés nadar? y se había desmarcado en la televisión con productos que se corrían un poco de la norma. Sin embargo aquí se manda una que Luis Sandrini o Palito Ortega hubieran querido hacer: porque si bien el discurso es igual de conservador y condenatorio contra todo lo que se corra de una idea de familia, es indudable que la película tiene una pericia técnica y un par de actuaciones secundarias de buen nivel, incluso con pasajes de buen timing cómico. Mientras miraba Igualita a mí hacía un ejercicio mental y pensaba en los caminos que podía tomar un film como este para ser, digamos, mejor. Por un lado pensaba en las primeras comedias de Adam Sandler, donde el tipo fuera de norma estaba realmente fuera de norma y no era alguien que se teñía el pelo (parece que en el acto teñirse el pelo -por lo demás una idea ya vista hace 40 años- se esconde uno de los mayores atentados contra la vida burguesa) como mayor provocación, y donde su reubicación dentro de lo razonable se daba no sin una catarata de chistes memorables sino además con, valga la redundancia, razonabilidad y coherencia, sin maltratos a los personajes. El final feliz era una consecuencia, no una imposición. Por otra parte, teniendo en cuenta el tema del embarazo no deseado, en este caso por partida doble (él se entera que tiene una hija mientras ella descubre que está embarazada), pensaba también en Juno y cómo allí se abordaban, desde la perspectiva de una adolescente, temas como la paternidad, la adopción, con una inteligencia y una profundidad envidiables. Pedirle tal vez a Igualita a mí nivelarse con una de las diez mejores películas norteamericanas de la década sería algo injusto, pero al menos uno pide determinada reflexión sobre los temas que se abordan o que, mínimo, las reflexiones a las que se lleguen no estén en consonancia con una sociedad de la década del 50. Suar (Freddy), un juerguista que vive de noche y quiere estar bien lejos de la idea de ser padre y esposo, decide hacerse cargo de la situación, básicamente, porque sentado en un café ve pasar a un abuelo de la mano de su nieto. La ramplonería, cursilería y sensiblería de los últimos 15 minutos de esta película son intransitables. Típica película dividida en dos -donde la primera parte nos muestra lo gracioso y supuestamente desaforado del asunto para luego caernos con todas las de la ley y bajarnos línea-, el problema fundamental es que ninguna de esas mitades están bien manejada: la comedia descontrolada que podría haber sido sucumbe ante la reiteración de Freddy bailando en la disco, tiñiéndose las canas, levantándose tarde, como si todo eso fuera terrible. Y lo curioso del caso es que Freddy parece ser bueno en su laburo. Entonces ¿por qué se lo condena? Más lamentable es cuando es evidente que detrás de cámaras hay un tipo competente que sabe filmar y hasta manejar una situación humorística: ejemplo, aquella escena en la que Freddy confiesa a sus padres y su hermano que tiene una hija. Pero la falta de más momentos como este imposibilitan que uno tenga algo de lo que agarrarse cuando la monserga se venga. Esta gente no aprendió nada de comedias desparejas como Los rompebodas o Navidad sin los suegros, que padecían problemas similares. El final, está dicho, es lamentable. La aparición de la madre de la hija de Suar abre nuevas posibilidades al desagrado. Igualita a mí incorpora la misoginia (no hay mucha diferencia entre alguna situación de cama con aquella “gorda lechona” de Emilio Disi) y, en el caso del novio de Aylín (Florencia Bertotti), una burla al hippie no sólo discriminatoria sino además retrógrada. Y ahí aparece otra comparación: el “yo mantengo a todos estos vagos” que tira Freddy (que será fiestero pero no fuma porro, eso está claro) sobre el final sin dudas impactará festivamente en el público de clase media que se pueda acercar a este bodrio. Pensar en la alegría fumona que destila Pájaros volando, comedia nacional estrenada la semana pasada y cabal representante de otro público, y en cómo cada una retrata a esos mochileros es no sólo pensar en dos formas diferentes de hacer cine sino también en dos formas diferentes de país. Y yo ya sé en cuál quiero vivir.
A veces el cine argentino se da el lujo de inspeccionar géneros poco transitados nacionalmente, a contar historias interesantes y originales y a deleitar al espectador como si estuviese presenciando una de las mejores obras del mundo. Otras tantas es un cine decepcionante, carente de ideas, repetitivo y sin alma. "Igualita a Mi" no forma parte de ninguno de estos dos extremos, es una película sencilla, que no se molesta en innovar ni en sorprender al espectador, pero que cumple con su objetivo: entretener al público.
La fiesta interminable de Fredy Desde la desopilante y sorpresiva escena en donde el protagonista hace una lectura errónea de un momento de intimidad con una mujer a la cual intenta que le practique sexo oral, hasta una cena digna de Los Campanelli con todos los personajes sentados a la mesa familiar, Igualita a mí incluye momentos de una audacia inusitada propios de la comedia americana de los últimos años y otros de un conservadurismo fatal, heredero de la televisión de los setenta. La película está estructura en torno a Adrián Suar, que demuestra una vez más un timming especial para la comedia, con su eterno personaje de porteño turro aunque adorable. Desde ese lugar compone a Fredy, un cuarentón que pasa sus noches en boliches, sale con chicas de la mitad de su edad, picotea en los negocios familiares, y sobre todo opone resistencia al paso del tiempo con un vestuario adolescente y frecuentes excursiones a la peluquería para ocultar las canas. Pero una noche de tantas, conoce e intenta seducir a Aylín (Florencia Bertotti), una joven que lo estaba buscando para comunicarle que es su hija, fruto de una relación pasajera que el playboy de cabotaje que tuvo en el viaje de fin de curso a Bariloche, y que además, pronto lo va a convertir en abuelo. Igualita a mí empieza bien alto, en donde el director Diego Kaplan, que debutó con ¿Sabés nadar? (1997), un film que también hablaba de la inmadurez -con surfistas gordos que no surfeaban y neuróticos directores de cine que no filmaban-, combina los grandes momentos del hedonismo sin culpa de Fredy con una clara inspiración en Los rompebodas, más algunas escenas de divertida crueldad de Loco por Mary. Y Suar está a la altura, manejando con soltura la fiesta permanente de la adolescencia tardía, así como también el estupor inicial ante la noticia que viene del pasado, y el enojo ante la evidencia que se termina un ciclo. Sin embargo, después Kaplan abandona la irreverencia, se deja ganar por la rutina televisiva de los envíos más convencionales –bien lejos de sus propias experiencias en ciclos como Mosca y Smith en el Once y la comedia de culto Son o se hacen– y lo que era hasta ese momento una buena comedia popular, se convierte en una condena al chanta de Fredy, al que fuerza a un cambio políticamente correcto pero dañino para el conjunto del relato.
Los marketineros cinematográficos aconsejan, que cuando no se alcanzó las fechas de vacaciones (estivales o invernales), la mejor oportunidad para estrenar comedias con formato televisivo es la víspera de feriados largos. Con la obra que se comenta se dan y se cumplieron todas las pautas. Se comentó desde el comienzo del rodaje hasta su estreno los problemas que se presentaban en cuanto a “escapes” de presupuesto, discusiones sobre el corte final y dificultades varias, para finalmente arribar a un fin de semana largo para presentarla al público que se espera, que motivado por los éxitos televisivos de los actores que protagonizan, concurra masivamente. Una historia muy simple con una temática que el cine ha tocado muchas veces, nos cuenta sobre un cuarentón cuya vida es una seguidilla de fiestas, noches en boliches “de onda”, sexo ocasional, a lo que se suma el tratar de eternizarse físicamente mediante tratamientos cosmetológicos y capilares que “congelen” su imagen externa. Pero una noche conoce a una joven mujer por la que se siente atraído y pretende conquistar hasta que se entera que ella es su hija, producto de una fugaz aventura sexual durante su viaje de egresados. La muchacha traerá un cambio a su vida, sobre todo porque está embarazada y lo convertirá en abuelo y eso servirá de disparador a sentimientos que no creía tener capacidad de experimentar. El espectador se divierte con esta historia y la música que se utilizó incidentalmente sirve para entretener. El realizador Diego Kaplan que en esta oportunidad ha dirigido por encargo, tiene experiencia como director televisivo, así que este formato lo maneja con facilidad. Hay buen ritmo, los tiempos son adecuados y algunos cuadros son hallazgos visuales para la cinematografía argentina, aunque no lo sean para la televisión. Además se efectuó la filmación con cámara Red One que le da perfección técnica a la imagen sobre pantalla. Adrián Suar, excelente empresario de televisión, interpreta al protagonista con un cierto aire de “Isidoro Cañones”, con los mismos recursos actorales que usó en la recordada serie de la “La Banda del Golden Rocket” (1991) que lo hiciera famoso, aunque ahora su gestualidad pasa alrededor de sus prominentes pómulos. Florencia Bertotti, que cuando sonríe parece que está riendo, pone las mismas caritas de “Floricienta”, el personaje que le diera fama televisiva internacional, y dice la letra con algo de apuro, olvidándose que en el cine no hay tandas, aunque veamos algunas escenas parecidas a “avisitos”. Destaca en este elenco Ana María Castel al componer a una madre de la que a ningún espectador le cabe duda que “fabricó” ese hijo, pues ella también trata de disfrutar sin límites, quiere una familia compacta desde lo afectivo y alecciona sobre cosas en las que mucho no cree. Esta obra cinematográfica seguramente llegará muy pronto a la televisión mediante un programa especial de presentación preparado por productores marketineros, para luego afincarse en las tardes televisivas de los domingos.
Más allá de una estudiada empatía, de una fórmula pretendidamente exitosa, Igualita a mí termina conformando la deliciosa y divertida comedia que sus artífices se propusieron. El cineasta independiente Diego Kaplan derrocha una inesperada capacidad en el género para ofrecer un buen momento de cine nacional en el que el entretenimiento y la emotividad transitan por equilibrados andariveles, salpicados por algunas escenas memorables. Tras su auspicioso pero lejano debut con ¿Sabés nadar?, Kaplan se destacó en la TV (Drácula, Mosca & Smith), la publicidad y los clips musicales, y su retorno al cine lo muestra ingresando de lleno en una industria con ambiciones masivas. Aún así, Igualita a mí cuenta con aciertos en su trama, desarrollo y rubros técnicos para escaparle al mote de “producto” y garantizar su eficacia dentro de un cine de comedia no siempre aceitado en el terreno internacional. El guión del productor Juan Vera y Daniel Cúparo acerca de un ególatra, machista y ermitaño hombre de la noche a punto de ser redimido por una hija oculta, cumple su sustancial función dentro del andamiaje del film, junto, claro está, a la pareja protagónica. Un Adrián Suar pleno en matices para superar los estereotipos de su rol se complementa con el encanto exacto de Florencia Bertotti, mientras que intérpretes secundarios como Claudia Fontán, Andrea Goldberg y Gabriel Chame Buendía, entre otros, hacen un estupendo aporte.
Comparada con gran parte de las nuevas comedias que están llegando de Estados Unidos, Igualita a mi está bárbara, pero en realidad no llega a ser todo lo cómica o super divertida que promete. Creo que el mayor problema que tiene es que...
Suar Method Fredy, un cuarentón, soltero, y fiestero empedernido, vive de boliche en boliche, levantando mujeres de veintipico. Todo es pura diversión y muy poco trabajo en la vida de este personaje, hasta que derepente se topa con Aylín, una joven de 23 años que al principio parece ser otra de sus “conquistas”, pero Fredy se sorprenderá al enterarse que la chica en cuestión, es su hija y no solamente eso, sino que al mismo tiempo ambos descubrirán, que ella está embarazada, o sea que pasará en un santiamén de ser el rey de los solteros a ser abuelo. Esta situación llevará a disparatadas situaciones cuando estos dos personajes intenten convivir bajo un mismo techo, con peleas, discusiones, reconciliaciones, etc. Además de esto, luego aparece Kato, el “novio de la nena” que resulta ser todo un espécimen de dejadez, casi un primo cercano de Pie Grande, junto con la madre de Aylín, quien fue una muy bella joven pero ahora está bastante descuidada y avanzada en kilos. Completa este grupo, la actriz Claudia Fontán, como la peluquera y confidente del protagonista, quién intenta convencerlo de asumir su verdadera edad y con ello, las responsabilidades correspondientes. Un buen producto nacional, muy bien actuado, aunque al principio a Suar parece no logra convencer en el personaje, luego ayudado por las otras actuaciones, en especial de Bertotti y Fontán, uno se mete en la historia, y al final se lleva un muy buen mensaje, en especial para los que viven pensando en ser jóvenes eternamente y buscan la época dorada que creen haber perdido. Seguramente este film no ganará ningún premio internacional, pero en definitiva es una buena opción para pasar un rato agradable en el cine.
Tras el éxito obtenido en 2008 con el film de Juan Taraturo, "Un Novio para mi Mujer", Adrián Suar vuelve a protagonizar otra comedia simple, sin pretensiones y con el único objetivo de entretener al público. "Igualita a Mi" y las películas de Taraturo ("Un Novio para mi Mujer", "Quién dice que es fácil?" y "No sos vos, soy yo") son ejemplos de un estilo de comedia que funciona bien en los cines argentinos, pensadas para un público que busca distraerse un rato sin grandes exigencias. Lo extraño es que, sabiendo que es una fórmula probada y exitosa, no se estrenen más de éstas por año, en vez de ese cine nacional de festivales que nadie ve. Con esto no quiero decir que sea una gran película, lejos de eso. Adrián Suar interpreta a Fredy, un playboy, un tipo de más de cuarenta al que le gusta la noche y las chicas jóvenes, con un look parecido a Jacobo Winograd. A Suar le encaja perfecto este personaje y, por más que en algunos momentos luzca sobreactuado, la comedia es lo que mejor le sale. Junto a él participan Florencia Bertotti (como la hija) y Claudia Fontán (como la peluquera), dos actrices carismáticas que siempre rinden. A esto se le suma algún otro personaje secundario simpático como el hermano. La primera mitad es la que mejor funciona, mostrando a un Fredy mujeriego y atorrante que no quiere saber nada con su nueva hija. Los momentos divertidos están a cargo del personaje de Adrián Suar: la escena del gato, la visita al doctor, los movimientos en la pista de baile o las puteadas alcanzan para sacarte una sonrisa. La segunda mitad se pone sentimental y lenta, con un Fredy que asume sus errores y madura, haciendo que decaiga bastante hasta llegar a un final previsible. Es cierto que si esta misma película se estrenara con el sello de Hollywood, mi opinión hubiera sido peor, pero como es una producción nacional uno la mira diferente. No se le puede exigir mucho, está bien, para esperarla que salga en DVD.
Cuando los años no vienen solos y te haces padre y abuelo todo en uno! Seré honesta, cuando estrenaban Igualita a mí y a pesar de contar con uno de los guionistas de Un novio para mi mujer (Juan Vera), el hecho de estar protagonizada por Florencia Bertotti me echaba para atrás. No es que la considero una mala actriz, muy por el contrario creo que ha demostrado muchas veces tener grandes dotes de actuación; pero luego de su “Floricienta”, me ha costado mucho volver a valorarla pues los tics y tonos del personaje como que se le han pegado. No obstante le di una oportunidad y afortunadamente este es un film donde su personaje, aunque aun con algunos que otros puntos y señales reconocibles del personaje de la tira, se desenvuelve correctamente y al menos no son tan estereotipados. Esta es una comedia liviana que apela a muchos de los clichés ya vistos, con las reflexiones pertinentes al caso; pero que al menos se disfruta sobretodo en familia. Como diría la publicidad de la conocida gaseosa: "Totalmente olvidable", pero no por ello menos efectiva. Freddy (Adrián Suar) es el típico cuarentón anclado en la adolescencia, solterón, de esos que le tienen alergia al compromiso y por ende a salir con mujeres de su propia edad. Una noche conoce en un boliche a una carismática joven de unos 23 años llamada Aylin (Florencia Bertotti) quien finalmente y tras una infructuosa tentativa de seducción por parte de él, le suelta la noticia de que podría ser su hija. Pero eso no es todo porque el día que les dan el resultado del ADN no sólo le confirman su paternidad sino que además ella está en la duce espera por lo que de un solo golpe termina siendo padre y abuelo al mismo tiempo. De aquí en más se desenvuelve la trama dirigida por Diego Kaplan con escenas infaltablemente emotivas, alguna que otra simpática aunque no sumamente hilarante y con actuaciones correctas. Si hay algo que hay que agradecerle a Patagonik es el rescatar actores que hace un tiempo uno no veía en pantalla como es el caso de los padres de Freddy con Juan Carlos Galván y Ana María Castel o de esas presencias que uno siempre disfruta- aun cuando también suelen hacer el mismo tipo de papeles- como es el caso de Claudia Fontán como Elena, la peluquera. Así mismo y aún cuando se lo suele ver a Suar mejor como productor que como actor, su personaje es creíble, bastante patético por momentos como todos aquellos hombres que nunca terminan por madurar. Es que el film apunta mayormente a eso, a mostrar que la vida tiene etapas y aunque hay ciertos mandatos sociales impuestos que podrían fácilmente ser cuestionados- como que todos debieramos estar casados y con hijos para una determinada edad- la vida tiene etapas a las que no es bueno aferrarse como tampoco quemarlas. Hacerse cargo de las responsabilidades es parte del crecer, los afectos son los que realmente cuentan. Un final más bien predecible pero si hay algo que no se le puede machacar al film es que esté mal hecho o sea aburrido, realizado en forma más que correcta y prolija se disfruta aun cuando hemos visto mejores con este tipo de temáticas. Y como siempre digo, por muy liviana y parecida a otras, es siempre bienvenido que en el cine nacional siga habiendo quien apueste a la comedia familiar y, aunque a esta que escribe no le haya parecido una maravilla, es bueno saber que ha sido muy bien recibida por el público . Aunque de los números de taquilla siempre dudo, sepan disculpar, en este caso me guío por los comentarios de parientes, amigos y compañeros de trabajo que la han visto. Asique ya saben, si gustan de las comedias esta es una de esas películas que uno termina siempre viendo en la tele esos fines de semana en que la programación no destaca.
Tras el éxito de público de "Un novio para mi mujer", Adrián Suar protagoniza esta comedia, con Florencia Bertotti y Claudia Fontán como compañeras de reparto. Dirigido por Diego Kaplan ("¿Sabés nadar?"), Suar interpreta a Freddy, un cuarentón soltero y sin hijos, prototipo de playboy que vive de juerga y cuya principal función es seducir veinteañeras. Pero de repente su vida cambia cuando en una disco conoce a la desenvuelta Aylín (Bertotti) que, lejos de ser una más de sus conquistas, resulta ser su hija de 23 años, a la que nunca antes había conocido. Freddy se enfrenta así a una lucha consigo mismo, pretendiendo equilibrar su vida sin compromisos y la demanda de una joven que quiere formar parte de su vida. El guión fue escrito por Juan Vera y Daniel Cúparo, con la colaboración de Mariano Vera. Lamentablemente, tras ver la película, se confirma todo el prejuicio que uno podía tener con una obra como ésta cuando veía el trailer o, sin profundizar demasiado, con sólo ver el afiche de promoción. A pesar de contar con grandes profesionales de la industria del cine nacional en los rubros técnicos, como Mercedes Alfonsín (diseño de arte) y Félix Monti (director de fotografía), el protagonismo de actores eminentemente del mundo televisivo, o muy relacionados con éste, le da al filme un aura que lo aleja de lo cinematográfico, puesto que, tanto el chato y previsible tratamiento del guión como las actuaciones, se asemejan a ese medio. Es (principalmente) por ello que, más que estar viendo una película hecha para el cine, da la sensación de estar viendo el capítulo de una (mala) telecomedia, y eso resulta frustrante y fallido. Al margen, son innegables ciertos momentos simpáticos, risueños y hasta tiernos, pero ellos no logran salvar al filme de ser un entretenimiento de poco peso, demasiado convencional, no creíble y manipulador. Es Claudia Fontán la que logra mejores momentos graciosos, con su gran timing para decir sus diálogos, a pesar de mostrarse como en varios roles ya vistos anteriormente. Suar y Bertotti no logran la mejor química en pantalla grande; les sienta mejor la pantalla chica, y por separado…
Parado en el medio de la vida Si utilizáramos el siempre útil recurso de pensar un film como el resultado de varios preceptos ideológicos y culturales del tiempo en que se genera, bien podríamos decir que el nuevo film de la productora Patagonik tiene más de un acierto. Vale la pena destacar que Igualita a mí, el título que devuelve a la pantalla grande a Adrián Suar luego del éxito que resultó Un novio para mi mujer, es el fiel reflejo de una sociedad que se auto perpetua a permanecer joven. No sólo por los avances tecnológicos que consiguieron prolongar la edad “joven” respecto a la edad “vieja”; sino porque el propio sistema obliga a emparentar las costumbres, herramientas, vocablos y hasta estilos de vida, corrompiendo entre ese cada vez más indefinible concepto de adultez. Freddy (Suar) es un hombre que con 41 años, vive con plenitud su soltería, trabajando la menor cantidad de horas posibles en la empresa de su hermano mayor y disfrutando de los placeres de la soltería: departamento libre, vida nocturna, relaciones sin compromisos, etc. Sin embargo la llegada de Aylin, (Florencia Bertotti) una presunta hija oriunda del sur, puede llegar a cambiar sus planes. Durante la primera parte del film los planteos son, de alguna manera, ambiguos. Porque si bien el soltero empedernido que parece llevar como bandera el ritual del “pendeviejo” (sepa entender el concepto aplicado) muestra a un Suar machista, egoísta y hasta irresponsable, pero a su vez, incapaz de comprometerse o de aceptar e incluso equiparar su maduración física con su crecimiento psicológico, las mujeres que se representan en el film no dejan de ser un mero objeto sexual; hasta que, por supuesto, las cosas empiezan a cambiar para el incorrectamente político protagonista. Pensar en los hallazgos que Igualita a mí tiene como comedia es, sorprendentemente placentero. El buen timing que el director Diego Kaplan (¿Sabés nadar?, 2002) logra con la construcción del relato, más la buena química que presenta no sólo la pareja principal sino todo un reparto mixturado por simpáticos personajes secundarios, hacen del film una obra mucho más interesante de lo que a priori uno juzgara. Kaplan logra armar una película precisa, con rubros técnicos impecables y una sencillez para el divertimento a veces procaz, otras tantas arriesgado (principalmente los de índole sexual) que se disfrutan desde este lado de la pantalla. A pesar de ello, el principal problema del film aparece con la segunda parte de su desarrollo, cuando es obligatorio dar lugar al conflicto. Sin abundar en detalles, la innecesaria resolución de algunos pasajes es por un lado entendible pero por otro una enorme cantidad de señas al lugar común y a la sensibleria más directa que tal vez buena parte del público a la que apunte el film agradezca; pero que invita a imaginar qué otros caminos se podrían haber tomado. De alguna manera, es aliviador pensar que un género tan desprestigiado en el país como la comedia empiece a encontrar un mejor rumbo, aún incluso cuando ni siquiera el propio Hollywood pueda ofrecer un título verdaderamente destacable . Ya sea desde el aporte de los Taratuto (No sos vos, soy yo; ¿Quién dijo que es fácil?), los Goldfrid (Música en espera) y hasta la ya mencionada Un novio para mi mujer, se está logrando contar buenas historias, divertir y reflexionar -no importa cuán superfluamente- sobre temas de interés. Hay un cine industrial argentino que crece, Igualita a mí no deja de ser el resultado del buen tino de los productores y la posibilidad de ofrecer un título que respete a los espectadores. A pesar de los pormenores que se puedan encontrar en el film, sin duda alguna es una buena oportunidad para encontrase con el humor de personajes que televisivamente están condenados al prime time, pero que aquí logran ofrecer un producto digno, de una notable calidad estética y un cuidado artístico que debería resultar correspondido en las salas. No sólo porque lo merezca, sino también para demostrar que la comedia nacional empieza a ofrecer (con opciones como Pájaros volando y Lucho & Ramos actualmente en cartel) propuestas atractivas para distintos tipos de espectadores.
La vida te da sorpresas No está Patoruzú ni el severo y aristocrático Coronel Cañones, pero Adrián Suar, en su personaje de Freddy, es tan mujeriego y simpáticamente irresponsable como Isidoro, prototipo del despreocupado play boy nacional, desconectado de todo compromiso que cercene su libertad. Ajeno al paso del tiempo, desconoce que ha superado los cuarenta y solamente se relaciona con lindísimas adolescentes, a las que seduce con un repertorio de frases hechas y luego expulsa rápidamente de su vida. A este Isidorito local le molesta compartir algo más allá de la sensualidad de una noche y al otro día se apura a pedir un taxi que devuelva a su eventual conquista a su casa, porque no soporta la invasión de su espacio personal. Mezcla de yuppie y chanta, Freddy pasa una parte considerable de su tiempo ocupándose de su apariencia personal: se tiñe canas y cejas con una peluquera genialmente interpretada por Claudia Fontán, con la que comparte confesiones de su vida sentimental, utilizando un lenguaje más propio de la informática que del corazón. También trabaja en negocios inmobiliarios poco claros pero que le permiten mantener su departamento de rigurosa soltería y desayunar con champán. Pero sus noches de seducción y sus días de trabajo serán alterados por la irrupción de una joven que le revela la posibilidad de ser el fruto de una relación fugaz del pasado. “Floricienta” Bertotti aporta para el personaje de la probable hija desconocida, toda la espontaneidad de una jovencita atolondrada pero de carácter muy firme. Las averiguaciones y consecuencias de esta inesperada paternidad enfrentarán al adolescente tardío con la conciencia del tiempo y la negación a envejecer. Un buen equilibrio El realizador Diego Kaplan, formado en el cine independiente y posteriormente absorbido por la televisión y la publicidad, consigue de entrada mantener un buen ritmo y una puesta en escena que elude facilismos, haciendo que las fórmulas y efectos de la comedia funcionen, con un elenco protagónico y secundario que acierta en el tono (la escena cuando ella conoce a los posibles abuelos que ignoran su existencia es de antología). Sin pretensiones, más bien orgullosamente convencional, la película aspira a contar una historia sencilla e identificable con un gran sector del público: un relato de afectos familiares en tiempos donde la fragmentación familiar es moneda corriente. El film es puro entretenimiento, simpático, gracioso, accesible y sostenido con recursos legítimos. Desde lo técnico, asombra una notable calidad de imagen y sonido. De esta forma, “Igualita a mí” logra un equilibrio ideal entre cine comercial y masivo con genuina calidad.
Igualita a Suar Fredy (Adrián Suar) es un cuarentón que no abandonó todavía su eterna adolescencia y tiene todos los tics del típico mujeriego que está más abocado a ir a la peluquería para ocultar sus canas, no faltar a ninguna de las citas en las discotecas de moda con mucho champán que de sentar cabeza de una vez por todas. Una de sus conquistas en una nocturna "rotation" por su disco habitual, será Aylin (la siempre extrovertida y sonriente Florencia Bertotti, quien parece tener arraigados aún algunos de los mohines de Floricienta de los que no logra despegarse) quien después de algunas copitas de más en el departamento del Don Juan le confiesa que está en la búsqueda de su padre y que él no es más que una de sus tres alternativas. Exámen de ADN mediante, tratarán de encontrar la verdad, sin pensar ambos que este análisis les dará otra sorpresa más a ambos: Aylin está embarazada, por lo que en un mismo trámite Fredy se convierte en padre y futuro abuelo al mismo tiempo. El guión de Juan Vera (quien había participado como productor en "Un novio para mi mujer") le brinda a Suar la posiblidad de un Fredy escrito a su medida, en donde puede hacer carne cada una de las líneas de diálogo (cosa que no sucedía en una forzada composición teatral de "El año que viene a la misma hora" o bien cuando intentó tocar algunos otros matices en "El día que me amen" con Leticia Brédice). La velocidad de los diálogos en un estilo sitcom y la frescura con la que se desenvuelven tanto Suar como Bertotti, hacen que la comedia vaya por los mejores cauces y que el ritmo no decaiga en ningún momento. Es también un rasgo distintivo respecto de otras producciones, que la dirección sea de Diego Kaplan (cuya opera prima fue "¿Sabés nadar?" en el '97 con un registro completamente opuesto al que tiene esta comedia) y aún con sus diferencias, "Igualita a mi" respira en todo momento un estilo similar al de las comedias de Juan Taratutto o bien las anteriores producciones de Suar como "Apariencias" donde se remite a la comedia clásica bien estructurada. Sin bien puede haber algunos puntos del guión sobre los que puede tenerse algún reparo (sobre todo en la excesiva reiteración de las escenas de Suar en la disco donde ya quedó claro el perfil del personaje desde un primer momento sin necesidad de tanta repetición casi calcada -Suar bailando a los saltos mientras la señorita en cuestión se entrega a su "verso amoroso" entre la música ensordecedora-), el excelente trabajo de casting compensa cualquier observación y es una de las piezas claves del éxito en el ritmo de la comedia. Dentro del elenco secundario, si bien se destaca Claudia Fontán con un talento especial para este tipo de pasos de comedia (y con un guión que le podría haber dado más lugar a su personaje), todos los roles están cubiertos con una enorme eficacia: la madre de Aylin que llega desde el sur, con planteos completamente desopilantes al que fue su amor fugaz de juventud, la pareja de Juan Carlos Galván y Ana María Castel como los padres de Fredy y también Gabriel Chame Buendía como el hermano que sigue más los lineamientos de la familia que tiene que soportar al "tiro al aire" de su hermano. Un producto cuidado tambien en todos los rubros técnicos hace suponer que no solamente se pensó en dos figuras de amplia convocatoria televisiva para generar una concurrencia de público, sino de una decisión de entregar una buena comedia con todo lo mejor que brinda este género. Y Suar, agradecido, sigue nadando como pez en el agua....