El 24º aniversario del atentado a la AMIA resulta un marco propicio para el desembarco –por ahora porteño– del tercer largometraje de Ricardo Piterbarg, Ikigai. Volver a la vida. De hecho, la voladura intencional de la Asociación Mutual Israelita Argentina el 18 de julio de 1994 constituye el punto de partida y a la vez eje central de este retrato de la artista plástica Mirta Regina Satz. A tono con la especialidad –el mosaiquismo– de su musa inspiradora, el realizador criado en La Boca también trabajó con piezas de distintas formas, texturas, colores. Por ejemplo, la definición del término japonés erigido en título del film, anécdotas de inmigrantes temerarios, melodías y pasos de tango, la legendaria sonrisa de Carlos Gardel, testimonios de colaboradores, alumnos, familiares, postales de los barrios de Parque Patricios y Balvanera (u Once), recreaciones varias del desmoronamiento que una detonación criminal provocó un cuatro de siglo atrás en la calle Pasteur. En las antípodas del modelo de resiliencia estrictamente individual, Piterbarg resalta la dimensión colectiva del resurgir personal y profesional de Satz. Por eso se concentra en la evolución de una de las obras que la fundadora de la escuela de arte Inclán dirigió años atrás: el precioso frente que desde 2015 viste la casa familiar devenida en taller barrial. “La cultura es un enorme corazón que nos da vida y este mural es un latido más en nuestra amada Buenos Aires” lee esta mujer que emergió de los escombros de la vieja AMIA, abrazada a la segunda oportunidad que le brindaron las actividades artística y docente. Como la cigarra protagonista de la entrañable canción de María Elena Walsh, Mirta Regina también resucitó y encontró quien la acompañara –en su caso– a rescatar trocitos de azulejos descartados, a reinventar veredas, a restaurar fachadas. En una sociedad más atenta al presente de las celebrities que a las enseñanzas más o menos recientes de la Historia, Ikigai es una propuesta osada por partida doble. Primero porque invita a descubrir una luz ajena al firmamento de estrellas estereotipadas; segundo porque evoca el recuerdo de un episodio trágico de nuestro pasado nacional. Mientras tanto, Piterbarg le rinde tributo a la cultura porteña en tanto amalgama de venecitas de origen europeo, japonés, paraguayo, milonguero. A su manera, el realizador también le da gracias a la desgracia que mata tan mal y deja seguir creando.
La posibilidad de ver el camino de resiliencia de una mujer que por los aires vio cambiar de un día para otro su destino, es la principal virtud de esta propuesta. El arte como refugio, el mirar para adelante más allá de cualquier obstáculo y situación traumática, destacan en una película simple y modesta, que a 24 años del atentado de la AMIA exige su visionado.
Sobre las muchas posibilidades de volver sobre el atentado a la Amia, una herida no cerrada por la impunidad y corrupción, resulta acertada la elección de Ricardo Piterbarg de basarse en al vida de una sobreviviente, Mirta Regina Satz, y la salida que encontró ella para renacer, a través del arte solidario y de un mural, cuya historia se cuenta. Mirta, una bailarina de tango, artista plástica, tuvo la inspiración, la necesidad imperiosa de sentir que el caos y la destrucción del atentado donde se salvó milagrosamente (fue empleada de la Amia por l8 años y sobrevivió con un mínimo raspón físico) fuera fuente de creatividad. Lo mejor de este trabajo es precisamente como se concretó ese mural. Más los testimonios de quienes estuvieron codo a codo con su inspiradora. Lo que resulta no muy logrado es esa “actuación” del dolor, o los testimonios ya muy visto de ese grupo de sobrevivientes.
Los azulejos felices. En un soplo, la mutual de la AMIA se derrumbó al detonarse la bomba asesina. En un soplo, la alegría dio su último estertor y la vida se apagó de tristeza. En el tango Volver, la inconfundible voz del que cada día canta mejor dice ...sentir que es un soplo la vida… pero luego del 18J, fecha nefasta para la historia argentina contemporánea, lo único que se siente tras la impunidad es que allí en la calle Pasteur persiste el soplo de muerte desde el 18 de Julio de 1994. El luto de un sobreviviente es otro tipo de luto y esa mezcla de haber logrado permanecer a expensas de todos los que ya no están por correr otra suerte en su destino genera tantas partes o fragmentos, que arrancan por la identidad, desgarran los recuerdos y se unen en un silencio que va por dentro. Algunos reponen ese gigante vacío desde las entrañas con el cuerpo y otros a partir de recuperar un orden ante tanto caos y destrucción. Unir los pedazos rotos para reconstruir, leit motiv de la voluntad y la razón de vida que motivó a Mirta Regina Satz, quien se encargaba de la parte de tesorería en la AMIA y fue testigo de la explosión y una de las encargadas voluntarias en la recolección de objetos entre escombros y ruinas, sobre un caos de vida y muerte. Su arte y su enfático deseo de crear mutó por varios caminos, que tienen al tango y a la sonrisa inmutable de Carlos Gardel como símbolo de resistencia. Frente a tanta destrucción de vidas y sueños, la sonrisa de Carlitos y de la propia Mirta permanece y también para ella el fulgor de un pueblo o comunidad que desde sus ancestros festejan cada minuto de existencia. Si por cada minuto de felicidad se buscara un azulejo, entonces la configuración de una imagen fragmentada se transformaría en un mosaico al que la muerte o el deterioro causado por el paso del tiempo no le afectarían. Esa idea encontró una usina colectiva, decenas de personas que sumaron trabajo, creatividad y afecto por la artista que además de darle forma a su proyecto con los mosaicos de la fachada en la calle Inclán 3090, bailar con su pareja en un andamio o estimular a los niños y adolescentes para que hagan del arte parte de su esencia, cuenta a cámara su historia, sus enfrentamientos con ese recuerdo funesto de guardar pedazos de vidas en bolsas negras, a la vez de su necesidad de no contar más esa historia por temor a quedarse demasiado corta en detalles o faltar a la verdad por las malas jugadas de la memoria y los mecanismos de defensa que operan a la hora de viajar por el colectivo del pasado. El único colectivo al que se sube Mirta es al colectivo artístico y comunitario para ir siempre hacia adelante como esos tangos donde se vuelve al primer amor, que para los ojos de la artista, retratada por Ricardo Piterbarg, son los rasgos culturales de su Buenos Aires querido.
Sonrisas heridas IKIGAI, la sonrisa de Gardel (2017), documental dirigido por Ricardo Piterbarg, es un esbozo que gira en torno a una tragedia, en este caso un atentado terrorista que marcó a una sociedad y a un país como fue lo ocurrido con la AMIA, y que se convierte en una alegoría a partir de los sobrevivientes y en cómo han enfocado sus vidas después de tantos años. Una mirada necesaria e interesante pues apela a la emoción de lo que significa unir el arte, la gente y el recuerdo del dolor, como si del caos pudiera surgir una fuerza creativa para sobrevivir. El 18 de julio de 1994 ocurrió el atentado terrorista a la AMIA. Mirta Regina Satz trabajaba como jefa de tesorería y aquel día se salvó de milagro y desde entonces se convirtió en una sobreviviente o como dice el título, IKAGI, que significa volver a vivir. Ella, una artista multifacética y bailarina de tango, ha repensando todo el tiempo como trascender lo sucedido a partir de una herida que no ha podido cerrar. No solo porque fue un golpe personal, sino uno muy duro para la colectividad judía en Argentina y para la sociedad en general. La sonrisa de Gardel fue el motor: Un mural con los azulejos donde el cantautor y símbolo argentino sea el artífice para renacer. Sin duda que es importante la temática de este documental y resulta interesante la manera de generar simbología con la destrucción como eje para la creatividad. Una manera de superar un dolor. Sin embargo, sucede una doble apreciación con respecto a lo que vemos en sus imágenes y la forma en que se construye el relato. Por un lado tiene una acertado ir y venir, que resuelta atractivo puesto que utiliza el arte para dejar en claro y redondear el mensaje de los azulejos y el mural como figura central de lo que significa una vuelta a la vida por un sobreviviente. No obstante por otro lado, hay momentos en ese ir y venir entre la vida cotidiana, las entrevistas a otros sobrevivientes, las cortinas musicales del tango arrabalero y valses perdidos entre los talleristas de Mirta, donde aparece un gesto que apela demasiado a una sobre-emoción y a una excesiva presencia de su protagonista, como si el dolor pudiera volver a gesticularse o sobreactuarse. Lo llamativo es que son las mismas imágenes las que demuestran tener la respuesta. Hubiera sido más idóneo construir desde las imágenes para elevar la simbología de la fragmentación y el dolor; en lugar de sólo corporizarlo en Mirta y las imágenes sobre-estetizadas que dan la impresión de una nueva vida que visualmente resulta “forzada” en su reconstrucción. IKIGAI, la sonrisa de Gardel tiene una forma de vaivén para contar que engancha y luego genera un desapego. Una especie de línea sinusoide, con subidas y bajadas que al final dejan un mensaje muy emotivo sobre todo cuando encaja la idea del azulejo y el mural dedicado a Gardel. Además toda la imagen poética de Mirta caminando entre los escombros es de una gran fuerza. Pero así mismo algunos testimonios en su manera de estar filmados rompen un poco con el estilo planteado. Cae un poco sobre lo ya visto y sobre lo ya dicho, y se percibe más cuando el documental evidencia que no tiene mucho más para decir y continúa hilando imágenes. Después de todo es una película que trae mucha alegría, el gesto de sobrevivir siempre es atrayente, su forma de ir para adelante lo mantiene a flote y no deja de ser un mensaje importante sobre una tragedia que no se puede olvidar.
Mirta Regina Satz, mujer multifacética e inquieta, artista plástica, cantante y bailarina de tango, halló en el arte el refugio que le permitió transitar sus años de dolor y de desconcierto. Tras sobrevivir al atentado a la AMIA, lugar en el que ella trabajaba diariamente, a partir del 18 de julio de 1994 concentró todas sus energías en la labor de arte comunitario que desarrolla en su casona de Parque Patricios. Con entereza ella abrió sus puertas de ese espacio a todos quienes se acercaban a él y lo transformó en una usina de creatividad donde personas de todas las edades aprenden a compartir y a expresarse. En este contexto Mirta concibió la idea de realizar un mural colectivo y recordar a ese símbolo porteño que es Carlos Gardel, a partir del trabajo con pequeños trozos de azulejos que forman las cien caras del eterno cantor de tangos. Ricardo Piterbarg recorre en este cálido documental la trayectoria de esa mujer que sobrevivió a la catástrofe, y comprometió un nuevo rumbo para su vida. La propia Mirta se encarga de narrar a cámara todos los detalles del terror de esa mañana de 1994 apoyándose en fragmentos de noticieros y recortes de diarios. De su historia surge ikigai, término de origen japonés que significa, como la trayectoria de su protagonista, tener una razón para vivir.
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“Ikigai, la sonrisa de Gardel”, de Ricardo Piterbarg Por Mariana Zabaleta El recorrido de un artista se liga a la búsqueda de una expresión. La búsqueda se inicia en los motivos, la tragedia es una grieta que recorre el film, la cerámica, los cuerpos y se extiende con dinamismo. Las ruinas y el polvillo coronan envolviendo en niebla la escena. Un estallido que no es solo explosión, es ruptura de espacio y tiempo. “Éste debe ser el aspecto del ángel de la historia. Es el ángel que ha vuelto el rostro hacia el pasado.” Los sobrevivientes vieron las ruinas desde la mismísima grieta, sus palabras son testimonio/pieza de accidentes, acontecimientos que reconstruyen en acciones y sensaciones después del estallido. Estos testimonios se esfuerzan por recordar sus últimos momentos antes del acontecimiento, cada mínimo detalle reconstruye un puente propio, pero compartido, de un pasado ingenuo que ha sido mudado. Las ruinas de la memoria es el espacio que los testimonios habitan. “Donde a nosotros se nos aparece una cadena de acontecimientos, él ve una única catástrofe que constantemente amontona ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies.” Una cámara testigo, amiga y confidente, se hace presente con experticia. El baile, el color, la tradición familiar encarnan motivos de los testimonios durante la primer parte del film. El discurrir sobre el carácter del cielo, una partida de domino, y demás acuarelas porteñas conviven con lo destrozado. “Este ángel querría detenerse, despertar a los muertos y reunir lo destrozado.” El taller de mosaiquismo enfrenta a las ruinas reconstruyendo la imagen de Gardel, su sonrisa angelada disipa la niebla, iluminando esperanzado el futuro. La tempestad, que impulsa irremediablemente todo hacia el futuro, encuentra un sendero de luz. La búsqueda de una expresión artística culmina en las ruinas, levanta de ellas el arte un nuevo templo, encarnado en este film, la cerámica y los cuerpos. IKIGAI, LA SONRISA DE GARDEL Ikigai, la sonrisa de Gardel. Argentina, 2017. Dirección: Ricardo Piterbarg. Guion: Ricardo Piterbarg y Telma Satz. Fotografía y cámara: Juan Costamagna. Montaje: Roly Rauwolf. Música: Sebastián Díaz. Duración: 72 minutos.
En Ikigai, la sonrisa de Gardel, su segundo largometraje, el director Ricky Piterbarg (Venimos de muy lejos) presenta un documental que tiene de base la idea del arte como una manera de sanar las heridas. El 18 de julio de 1994 es una de las tantas fechas históricas y dolorosas para el pueblo argentino: ocurrió el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Allí murieron 85 personas y otras cientos resultaron heridas. Mirta Regina Satz es una de las sobrevivientes de aquel episodio. En este documental, el cineasta Ricardo Piterbarg transita el recorrido que realizó esta mujer para sanar aquellas heridas. Luego de doce meses de ocurrido el atentado, Mirta decidió dejar el puesto que tenía como jefa de Tesorería y volcar su vida hacia otro lugar: la pintura, el tango y la escritura. Luego de unos años, se graduó como profesora superior en Bellas Artes. Con el tiempo también construyó un espacio de arte en su propia casa, en donde se realizan disciplinas como el dibujo, el canto y el mosaiquismo, además de las ya mencionadas pintura y tango. Ikigai significa volver a la vida. Y no es casualidad. Mirta sobrevivió a aquel atentado y, a través del arte, logró curar sus heridas. El dolor por el atentado y el amor al arte decantaron en la obra cúlmine de Santz: La sonrisa de Gardel, un mural colectivo ubicado en Parque Patricios. En este punto es donde más hace hincapié Ricardo Piterbarg. La historia de Mirta -y la forma en que la narra el director- tiene una clara alegoría: la destrucción (atentado) como principio para la construcción (mural). El documental no sólo cuenta la historia de Mirta, sino que también ahonda en otros sobrevivientes del atentado. Si bien esto hace que Ikigai, la sonrisa de Gardel sea más dinámico, también ocasiona que, por momentos, se pierda el eje central. La decisión de Piterbarg de añadir estos testimonios, y acompañarlos por un potente tango, parece estar más direccionada a generar una emoción en el espectador que en aportar algo más a la historia. El documental muestra el drama que significó el atentado a la AMIA para Mirta Regina Satz y para todos los argentinos. Aun así el eje central va hacia otro lado. Tal como dice el título -Ikigai (tanto en su significado de origen japonés, como en relación a esta historia)-, consiste en la vuelta a la vida.
Un mural hecho con pedazos de memoria A partir de la historia de una sobreviviente del atentado a la AMIA, el documentalista da cuenta de una herida que sigue abierta, pero a la vez registra uno de los modos de cicatrizarla. A 24 años exactos de la voladura del edificio de la Mutual Judía AMIA, que se cumplieron anteayer, se estrena el documental Ikigai, la sonrisa de Gardel, en la que el director Ricki Piterbarg aborda el tema desde el más particular de los puntos de vista: el de una de sus víctimas. Pero aunque la cuestión se encuentra en el centro mismo de su película, esta no se ocupa exclusiva ni directamente de la tragedia ocurrida durante esa mañana de Julio de 1994. En cambio prefiere recorrer el camino de transformación que la protagonista elegida, Mirta Regina Satz, debió atravesar a partir de que el destino la convirtiera en una de las protagonistas involuntarias de aquellos hechos. Piterbarg elige contar una historia de reparación sin eludir lo evidente: que toda reconstrucción es hija de la destrucción. Dicho de otro modo, prefiere concentrarse en las cicatrices que hacer foco en la herida, aunque no olvida recordar que esta continúa abierta, un cuarto de siglo después de producida. Esta forma indirecta es la que ordena a Ikigai, sobre todo en sus dos tercios iniciales. Tanto que, si no fuera por los dos textos que al comienzo sintetizan los acontecimientos ocurridos 24 años atrás, resultaría imposible ligarlos a la historia de Mirta. Ella es una profesora de arte y aficionada al tango, que en su casa-taller de Parque Patricios organiza junto a un grupo de alumnos un proyecto para realizar un mural de mosaicos en el frente de su casa, dedicado a la figura de Carlos Gardel. Y es que para Mirta en la icónica sonrisa del cantante se encuentra uno de los símbolos más poderosos no solo de la identidad cultural porteña, sino de toda la Argentina. Hija de inmigrantes judío-ucranianos y empleada de la AMIA durante el atentado, Mirta se aferra a la sonrisa gardeliana y convierte a su proyecto en un canal para drenar el horror produciendo de la belleza. Piterbarg se toma su tiempo para contar el recorrido de Mirta. Su vínculo con Rufino, un albañil al que conoce en una milonga y que se convertirá en parte fundamental del relato; la relación con su padre y su hija; y por fin, su sentido de pertenencia a una historia y una tradición como la judía. Pero cuando parece que se reducirá a contar lo anecdótico de una vida que no es más ni menos interesante que cualquier otra, el documental introduce el trauma del atentado y pone en evidencia el rol movilizador que jugó en la biografía de la protagonista. La escena en que en una mesa de café Mirta y un grupo de sobrevivientes cuentan algunos detalles de antes, durante o después de que sus vidas cambiaran para siempre, tiene en la película una consecuencia idéntica a la que aquel hecho atroz produjo en ellos. A partir de ahí la historia de Mirta deja de ser una más para convertirse en única y en ese cambio se concentra la potencia del relato. Ese salto revela además un movimiento que pudo haber sido pasado por alto: el verdadero rol que la sonrisa de Gardel juega en este relato. Suele verse a la comunidad judía como un cuerpo extenso en el que prima el sentido de pertenencia a una tradición que trasciende las nacionalidades. En ese aferrarse al gesto del Morocho del Abasto, Mirta demuestra que eso es cierto a medias (o que directamente no lo es), y que lo judío es también una parte más del omnipresente crisol que le da forma a la identidad argentina. Y si la sonrisa de Gardel es una bandera que reúne a todos, entonces el atentado de la AMIA no puede ser reducido a la categoría de tragedia judía, sino que es un dolor que atraviesa a cada argentino de Jujuy a Tierra del Fuego. “Tardé mucho en encontrar la manera de expresar esa herida”, dice Mirta. Su trabajo con los mosaicos resulta emblemático, en tanto se basa en la destrucción de un orden previo para dar lugar a una forma nueva y superadora. Eso es lo que representan los azulejos que deben ser partidos en pedazos para convertirse en las decenas de esfinges gardelianas que componen el mural de la calle Inclán al 3000, que fue declarado de interés cultural por el gobierno de la ciudad. Todos esos detalles son ordenados por Piterbarg, cuyo trabajo revela un verdadero compromiso con la historia que decidió contar en Ikigai. Es cierto que a partir de esa pasión el director se anima a tomar ciertos riesgos de puesta en escena que quizás puedan ser vistos como excesos románticos. Tan cierto como que el riesgo es un desafío que no todos los cineastas aceptan y ese valor también merece reconocerse.
Este film sobre el atentado a la AMIA es desparejo pero tiene tres grandes puntos a su favor. Para empezar, luego de tantas décadas de ver cada mes de julio por TV el mismo material de noticieros y los actos donde al final el tema es si va o no la presidenta o el presidente, "Ikigai, la sonrisa de Gardel" le da al espectador la oportunidad de recordar ese miserable atentado criminal aún sin justicia de un modo muy original, que incluso puede arrancar varias sonrisas entre la angustia y la bronca. Por otro lado esta película de Ricardo Piterbarg parte de una gran idea. Ikigai es una expresión japonesa que, tal como cuenta un tintorero, significa "volver a vivir", y la artista Mirta Regina Satz, utiliza esa idea para combinarla con su mural de distintos "Gardeles" sonrientes hecho con los mismos escombros de la AMIA. El asunto es que entre el diálogo con el japonés y la idea del tango , el espectador se mete en testimonios que no tienen que ver directamente con el atentado, pero que obviamente está en el trasfondo y sorprende de otra manera a través de las distintas entrevistas. El tercer punto atractivo es la banda sonora tanguera, sin desperdicio. Eso si, las intervenciones de Mirta Regina Satz por momentos son excesivas, y en medio de testimonios sustanciosos hay otros que se van por las ramas. Hay un buen trabajo de edición y sobre todo, un tema que jamás tiene que dejar de interesarnos.
Ricardo Piterbag (director de "Venimos de muy lejos, la película") nos presenta su segundo largo documental, "Ikigai, la sonrisa de Gardel", relato en el cual se muestra la difícil tarea de sobrevivir, a la inmensidad de una tragedia como la experimentada en la AMIA, en 1994, un año trágico para nuestro país. Aquel atentado terrorista (aún impune), generó una enorme herida en la comunidad judía y porteña aún no cicatrizada. Ese 18 de julio, una de las sobrevivientes, Mirta Regina Satz (jefa de tesorería en el lugar), no estuvo en la lista de víctimas, pero presenció la brutalidad de ese ataque, in situ. ¿Cómo se vuelve de semejante dolor?¿Cuál es la estrategia para volver a tener ganas de vivir, después de presenciar tanta muerte? Mirta, corporiza el espíritu de resilencia en este relato. Ella decide iniciar la reconstrucción, desde ese caos. Elige una figura porteña por excelencia, (Carlos Gardel) y comienza a diseñar una idea singular: crear con azulejos destrozados, un nuevo rostro para esa sonrisa que tenía el "Mudo". La faceta artística de este enfoque, se complementa con otras voces, que hablan sobre la desintegración y cómo construir desde ese lugar, el tango, la colectividad, y la fuerza vital para seguir adelante. En lo personal, la película es un documento interesante sobre la pos-tragedia de la AMIA. Creo que el seguimiento de Piterbarg hacia Mirta, es válido e intenso, pero que se alguna manera, hay ciertas cuestiones que me parecen fuera de foco en los relatos. Quiero decir, que las siento, no tan centradas sobre el tema de vivenciar el duelo y darle una dimensión artística, sino de otra naturaleza. Mirta es una gran convocante de "Ikigai, la sonrisa de Gardel" y el interés de la historia se apoya en su carisma. En resumen, un doc que aporta a la construcción colectiva de la memoria y que tiene un valor potente, más allá de sus desniveles.
Tres ecos van a quedar retumbando en el espectador después de ver Ikigai, este documental que acaba de estrenar Ricardo Piterbarg. Uno, que a 24 años del atentado a la AMIA hay muchos dolores que quedan todavía por contar y muchas heridas por sanar. Dos, que la cultura es un enorme corazón que nos da vida, tal como lanza una de las frases de las tantas que transita el film. Tres: que un caso, como el de Mirta Regina Satz artista plástica, compositora, cantante y bailarina de tango es uno, pero puede multiplicarse si pudiéramos saberlos todos. - Publicidad - En primer lugar, Piterbarg presenta este trabajo como una exploración sobre la experiencia de la enseñanza del arte. Con el correr de los minutos se va adentrando en el tema de la inmigración, para después desgranar cómo surge una idea que se hace colectiva: un mural de retratos idealizados de Carlos Gardel (cada quien hará el retrato de Gardel con el que identifique) realizados en la fachada de la casa de Regina en Parque Patricios. Por allí se cuela el tango y por allí se cuela el atentado y la destrucción del edificio de la AMIA aquel 18 de julio de 1994. El eje de la historia es Regina Satz, esta ex jefa de Tesoreria de AMIA que abandona todo para dedicarse al arte, los testimonios van girando alrededor de ella hasta abrir a otros que recuerdan concretamente el día que sobrevivieron al atentado. Ikigai es una palabra japonesa que significa “Volver a la vida”; Ikigai-film eleva una conclusión bien clara: que es posible volver a la vida a través del arte. Para demostrar esto, Piterbarg yuxtapone y alterna creativa e inteligentemente varios momentos que se presentan como performáticos: una pala mecánica trasladando escombros dentro de un edificio en ruinas, una mujer vagando entre la nube azulada que dejan esos mismos escombros, un grupo de jóvenes revisando y limpiando objetos como libros, cuadernos, calculadoras. Existe un documental del 2005, Brigadas de papel sobre el rescate de los objetos destruidos y perdidos en AMIA. Ikigai, la sonrisa de Gardel no es el típico documental expositivo sobre los vericuetos de un atentado que queda aún sin resolver y que trajo consecuencias políticas descomunales para los gobiernos sucesivos. Se trata más bien de un ramillete de subtemas realmente muy bien integrados que dan un costado distinto donde lo que se rescata es lo humano: el dolor, la culpa pero tambien de la alegría y la creatividad. Tal vez no son muy felices los achicamientos de pantalla, extraídos registros anteriores, y hay muchos, pero no afectan a un film que tiene ademas una bella banda sonora e instala como tema la felicidad de volver a la vida.
RECONSTRUCCIÓN Y RENACIMIENTO El atentado a la AMIA es de esas huellas imborrables que posee nuestro país, la cual es una herida que nunca parece cicatrizar, como (lamentablemente) tantas que tiene la Argentina. Es quizás un evento que olvidamos por momentos pero que cuando vuelve a nuestra memoria causa un dolor inmenso. Es por ello que la búsqueda de tratar de sobrellevarlo conlleva un trabajo arduo, sobretodo para quienes fueron sobrevivientes de la explosión. Y es a esto a lo que apunta Ikigai, la sonrisa de Gardel, documental donde se exhibe cómo una mujer que trabajaba en la AMIA intenta a través del arte recomponer su vida y transformar la destrucción en algo nuevo, en algo que sirva y embellezca, como su trabajo en la sonrisa de Gardel. La estructura de esta producción es simple y sencilla, no buscando ser pretenciosa ni mucho menos, tan sólo ser un bello documento de esta búsqueda artística, presentando el origen de la idea y los sentimientos que pretenden mostrarse en ella. Y es allí, en lo que se busca exhibir, donde está el fuerte del documental. En una historia oscura pero en la cual se pretende salir mediante la reconstrucción sobre los cimientos, hacer de esos azulejos rotos y desechos algo maravilloso y bello para lograr transformar una vieja casa de Buenos Aires en un homenaje a Carlos Gardel. Narrada en forma pausada pero precisa, Ikigai, la sonrisa de Gardel va transportando al espectador a una genuina emoción y melancolía, llevando a que el relato sea tan querible como sus protagonistas y provocando la necesidad de conocer aún más de este trabajo, que pretende, después de lo sucedido, encontrar una forma de reconstrucción y renacimiento.
Emotivo documental más próximo al arte que a la crónica informativa Luego del atentado a la AMIA, ocurrido el 18 de Julio de 1994, surgieron varias historias y anécdotas de distinta índole acerca de las personas que murieron o lograron salvarse en ese funesto día. Este documental cuenta la vida actual de una sobreviviente, Mirta Regina Satz, aunque le gusta que la llamen Regina, quien fue durante 18 años jefa de tesorería de la institución. Ella pudo salir del edificio destruido, sana y salva. Pero no se quedó atada al permanente lamento por lo ocurrido, ni victimizándose sino que, gracias a su capacidad de resiliencia, la hizo transformarse en otra mujer, en algo que lo tenía oculto, y casi, sin darse cuenta, encontró lo que la cultura japonesa llama Ikigai, es decir, una razón para vivir. Entonces abandonó su trabajo y comenzó a estudiar bellas artes y a frecuentar las milongas porteñas. Su obra, la que le hizo volver a la vida, es la reconstrucción de una vieja casa que fue de sus padres y convertirla en un taller de arte, pero no en uno cualquiera, sino que este se distingue por tener la fachada cubierta por murales hechos entre todos los que quisieran, homenajeando a la sonrisa de Gardel. Cada uno lo realizó con su propio diseño y utilizando azulejos, cerámicos, platos, etc., todos rotos, quedó eternizado el rostro del tanguero más famoso del país. Ricardo Piterbarg dirigió esta película para contar una historia distinta, donde la lección más importante no es escarbar y realzar el dolor, sino qué es lo que se puede hacer con él y usarlo a favor. Por eso, los momentos de emoción son acotados y justos. El director cuenta con la gran fortuna de tener a la protagonista, que no se amilana frente a la cámara y se maneja con una gran expresividad física, verbal y gestual. No sólo participa Regina, también lo hace su padre, su hija y el albañil que ayudó a refaccionar el lugar, entre los más destacados. El film está producido con un gran sentido estético y narrativo único, no avanza el relato de forma tradicional sino cuidando cada escena. Amalgama los sentimientos, esperanzas, dolores y recuerdos con imágenes y sonidos de archivo, cuando es necesario. Además del tango, tocado por una guitarra y la compañía infaltable del bandoneón, principalmente, para que no termine siendo un documental más, sino una obra mucho más cercana al arte, que a la mera crónica informativa. Así es como la artista logró que la incómoda mochila que carga sobre sus espaldas, con los momentos buenos y malos de su vida, pueda ser más liviana que hace 24 años.
Una mujer sobrevive al tremendo -e impune aún, vergüenza absoluta- atentado a la Amia. Sigue trabajando allí un poco más y decide un cambio de vida, volverse artista y usar el arte para inspirar a otros. Sin estridencias, con una narración precisa que va sumando alternativas hasta que el camino se vuelve brillante, el film es un cuento de superación que no pretende ser aleccionador, sino una fábula de lo real.
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¿Qué hacer cuando la muerte golpea tan fuerte, revelando las grietas y la fragilidad de la vida? ¿Dónde se encuentra ese combustible tan difícil de conseguir para continuar lo más liviano posible? En su segundo trabajo documental, el director Ricardo Piterbarg encuentra una de las tantas respuestas posibles a estas incógnitas existenciales mediante un retrato íntimo y sincero de Mirta Regina Statz, una artista plástica, compositora y bailarina de tango que tuvo la desgracia de estar trabajando como cualquier otro día aquel 18 de julio de 1994 en una de las oficinas de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), sin saber que en cuestión de segundos el edificio se volvería puro escombro, y marcaría uno de los muchos punto y aparte que moldearon la historia del país. La protagonista, quien se desempeñaba como jefa de tesorería de la mutual, es apenas una de las muchas sobrevivientes de la tragedia, apenas una historia entre tantas esquirlas que salieron volando después de la explosión. Pero lo interesante aquí no es tanto las testificaciones en primera persona de ella sobre qué hacía en el preciso momento en que explotó la bomba, que si bien ella, lo recuerda, también hay detalles mínimos, personas que ya no están, fantasmas que se fugan de la memoria, y esas cosas, dice, las que olvida, son las que le hacen mal. El documental se corre del núcleo duro del atentado para indagar en el poder curativo y motivacional que pocos espacios como el arte pueden ofrecer. La atención se centra en el proceso de ésta artista que encontró en el mosaiquismo la práctica más adecuada para darle una nueva forma a las marcas, los pedazos rotos, el quiebre que sufrió su mundo interior, al mismo tiempo que decidió hacer más expansiva su obra abriendo un taller comunitario en la calle Inclán. Motivada por la búsqueda del ser nacional encontró en la figura de Carlos Gardel, más precisamente en esa sonrisa estática, el camino para la realización de un mural en la fachada de su establecimiento con las diferentes creaciones que sus alumnos hicieron de la cara del tanguero. Por eso, ni el nombre de la película, ni el subtítulo que lo acompaña, señalan directamente al acontecimiento de 1994, sino que en una homologación de la técnica artística de la protagonista. Piterbarg estructura el esqueleto del filme utilizando diversas imágenes y formatos (imágenes de archivo, entrevistas, filmaciones caseras) y en especial, desde múltiples aristas que en el fondo desembocan en un mismo pasado. El holocausto como ceniza impregnada en las huellas digitales de su familia y toda la comunidad judía, y después el terrorismo a la AMIA. El tango como el emblema que abrazaron los primeros inmigrantes europeos al bajar del barco. Ikigai, el término japonés elegido por el director para sintetizar el mensaje del filme: una razón para vivir. Por Felix De Cunto @felix_decunto