"Unstoppable" es la quinta colaboración entre el director Tony Scott y el actor Denzel Washington, luego de "Crimson Tide", "Man on Fire", "Deja Vu" y "The Taking of Pelham 123". Al igual que en este último título, aquí llevan adelante una historia que tiene como eje central a un tren. La premisa es simple y efectiva: Un tren cargado de material tóxico pierde su maquinista y avanza fuera de control llevándose puesto todo lo que encuentra en su camino. Dos operarios deberán detenerlo en una carrera contra reloj. No hace falta saber nada más. Inspirado en un incidente ocurrido en Ohio en 2001, el guionista Mark Bomback ("Live Free or Die Hard") dramatiza al máximo este hecho real, condimentándolo con un poco de "Runaway Train" y otro poco de "Speed". El resultado es un intenso y entretenido thriller que brinda 98 minutos cargados de acción y tensión. Tony Scott sabe dirigir este tipo de material, al que le aporta su estilo dinámico y frenético caracterizado por mucho cambio de plano y una ágil edición. Las secuencias de acción están filmadas con gran realismo, sin depender de efectos visuales generados por computadora. A esto se le suma un excelente trabajo de efectos de sonido, ideal para disfrutar en el cine. Denzel Washington y Chris Pine ("Star Trek") componen los dos personajes principales, dos tipos comunes convertidos en héroes. Washington aparece cómodo en cualquier rol y su sola presencia alcanza para llenar la pantalla. Aquí interpreta al veterano y experimentado maquinista de tren. Chris Pine cumple el rol del novato en su primer día de trabajo. Cada uno de ellos arrastra sus problemas (el primero, viudo y con dos hijas que trabajan en Hooters, y el segundo, separado de su mujer y su hijo), pero poco importan una vez que se pone en marcha la acción. "Unstoppable" parte de una idea conocida y consigue convertirse en una propuesta pochoclera que no da respiro. Adrenalina pura de principio a fin.
¡¡¡FRENEN ESE TREN!!! Aferrarse bien a la butaca, tener cerca algún tipo de tranquilizante y hacer toda la fuerza posible para poder frenar mentalmente este imparable tren. Estas son las principales sensaciones que aparecen en el film de Tony Scott, una cinta de acción que desde el comienzo desarrolla un ritmo veloz y una rápida edición, y que, pese a su simpleza, triunfa por la manera en la que fue llevada adelante. La historia es extremadamente sencilla y no va más allá del principal conflicto: un tren sin frenos ni maquinista y que va acelerando progresivamente, va justo por la misma vía en la que Will y Frank están trabajando. Ellos van a tener que salir del camino y luego tratar de frenar a esta locomotora. El desarrollo argumental es básico y no se plantea ninguna otra situación más que el principal hecho por el que la historia gira, salvo por algunas llamadas telefónicas y un bien logrado momento en el que Will cuenta la relación con su esposa. Pero, pese a esto, la cinta procura contar con lujo de detalles las aventuras de los protagonistas al tratar de salirse de la misma vía que el tren y tratar de frenarlo, y aunque cueste creerlo, no hay momento que esté de más gracias al excelente manejo de los tiempos que el director realiza y al muy buen trabajo de edición y de cambios de cámaras que adornan y hacen más atractivo y tenso el viaje. Se pueden apreciar todos los ángulos imaginables cerca de los trenes: hay cámaras fijas por debajo de los mismos, movimientos que crean un peligro visual muy bueno, muchos encuadres picados acompañados de pequeños movimientos para crear vértigo y desesperación justo cuando la máquina pasa, planos generales muy bellos en los que se pueden ver a los trenes en su totalidad, y una rapidez muy bien lograda gracias a los cortes entre escenas y a la práctica e intencionalmente veloz edición. La característica que aquí más se destaca es precisamente el conflicto de la historia, o sea, frenar el tren. Para que se cree una expectativa y a la vez una locura muy peligrosa al momento en el que los protagonistas deciden participar en el acontecimiento, se llama a un recurso que magnifica y potencia todo lo que está por suceder y que crea un realismo, aunque algo forzado por momentos, muy bien logrado: el periodismo. Al comienzo las reacciones de los medios de comunicación se presentan muy distanciadamente, procurando no entrar en detalles y dándole lugar a que el hecho se desarrolle con tranquilidad y tiempo, al mismo tiempo que se plantea todo el trasfondo político y económico por dentro de la empresa ferroviaria y se inspeccionan las posibles consecuencias de un descarrilamiento de la máquina. Pero, luego de cierto momento el espectador comienza a ver casi todo el tiempo la supuesta cámara televisiva que va documentando los hechos y puede escuchar el relato de los distintos periodistas que van comentando las decisiones de los personajes. Esta característica le aporta mucha versatilidad y una verosimilitud correcta. Las escenas de suspenso están muy bien logradas, al igual que las de acción. A partir de cierto momento, la cinta no para, no frena ni un segundo y comienza a desarrollar escenas excelentes visualmente que, acompañadas de una técnica muy bien aprovechada, son de lo mejor visto en el género del 2010. Ahora bien, hay muchas cosas que se le pueden cuestionar, principalmente a los últimos 10 minutos de duración, que no solo son muy rápidos y no se desarrollan con profundidad las reacciones posteriores al acontecimiento (tampoco era necesario), sino que se cae en la típica resolución de este tipo de películas y en todo momento se juega mucho con los límites entre la fantasía y el realismo. Con actuaciones correctas por parte de Denzel Washington, Chris Pine y Rosario Dawson (son buenas, pero no son protagonistas en la historia), con un tratamiento visual envidiable, con un dinamismo, una locura, suspenso y acción muy bien lograda, y una premisa muy simple pero no por ello menos efectiva. Entretenimiento de calidad. UNA ESCENA A DESTACAR: la curva
Excelente fotografía y una muy buena dirección, que nos brinda una película "a la antigua" con dobles de acción, y con secuencias riesgosas que no abusan de las computadoras, haciendo que esto sea lo más disfrutable del film , ya que no hay nada más placentero que ver...
Es sólo una carrera contra el tiempo, pero me gusta Un thriller sobre un tren que lleva vagones cargados con material tóxico y explosivo corriendo -sin conductor a cuestas- a más de 100 kilómetros por las vías de Pennsylvania con el peligro inminente de generar una catástrofe humana y ecológica en plena ciudad. Nada más (y nada menos) que eso es Imparable, otro tour-de-force narrativo de ese reconocido artesano (para algunos, incluso, un autor dentro de las lides hollywoodenses) que es Tony Scott. Tras narrar una tensa historia ambientada en el subterráneo neoyorquino como la remake de Rescate del metro 123, el hermano de Ridley Scott y responsable de títulos como Top Gun, Escape salvaje, Enemigo público y Déjà vu regala otro film a puro vértigo, tensión y adrenalina con un protagonismo algo más repartido, pero con la siempre convincente presencia de su actor-fetiche Denzel Washington. El film -construido con el habitual virtuosismo para el encuadre o la edición, y con esa estilización visual que es la marca de fábrica de TS- propone otra épica de hombres comunes de la clase trabajadora estadounidense devenidos en héroes al toparse con circunstancias extraordinarias. Estos losers golpeados por la vida (tanto el personaje de Denzel Washington como el de Chris Pine están inmersos en sendas crisis familiares) deberán enfrentarse a la burocracia del sistema y de los poderosos (sus arrogantes patrones) y, a partir de su rebeldía, de su valentía y de su capacidad para la improvisación y para apartarse de la ortodoxia, lograr su reivindicación, su redención. Imparable es un relato clásico, con un guión “de manual” y hasta si se quiere “menor” en términos de previsibilidad, pero indudablemente efectivo. Más allá de ciertos lugares comunes y de los insoportables “chivos” a la cadena de noticias Fox (“hermana” de la productora del film), tiene todos los atributos para convertirse en uno de esos entretenimientos tan dignos como finalmente reivindicables.
Se revelan detalles del argumento. Alfred Hitchcock tenía una obsesión; le encantaba filmar trenes. En realidad más que mostrar a los trenes le interesaba cómo se relacionaban las personas dentro de esos trenes. En La Dama Desaparece el ferrocarril servía como contexto para desatar la paranoia en una mujer tras la desaparición de su compañera de viaje con el tren en movimiento. Cary Grant descubría (y se enamoraba) a Eva Marie Saint en un tren en Intriga Internacional y un par de desconocidos se asocian para cometer crímenes cruzados para no ser descubiertos en Extraños en un Tren. Ya sabemos que el viejo maestro con muy poco hacía una película, el solía decir que solo necesitaba un auto y un policía para hacer un film. En estos casos mencionados, los recursos se concentran solamente en la relación de los personajes dentro de los trenes. Y algo de esa simplicidad hay en Imparable de Tony Scott, dos hombres que deben detener un tren de 800 metros de largo para evitar una tragedia en una zona urbana. Pero como en todo buen cine, Tony Scott (el Scott bueno, el cinéfilo, el que no es solemne, el que no quiere gritar a cuatro vientos “cosas importantes”) logra en Imparable diferentes capas narrativas que la convierten en una película que va más allá de un simple thriller de acción y suspenso. La película juega con la relación entre sus dos personajes principales (Denzel Washington y Chris Pine formidables) secundados por el excelente papel secundario de Rosario Dawson -Connie-, y trata temas como lo nuevo que remplaza a lo viejo por las consecuencias de la decadencia del sistema laboral americano, el desempleo y la problemática económica general que atraviesa Estados Unidos, donde Scott muestra a la empresa dueña del tren como la gran villana de la película representada por Kevin Dunn como un caricaturesco gerente despiadado. Pese al contexto laboral adverso, Scott muestra a sus personajes con un enorme amor hacia su profesión, Frank (Denzel Washington) tras 28 años de servicio y un pre-aviso de despido a cuesta, arriesga su vida para cumplir su deber de salvar al tren y evitar la tragedia, casi recordando a los personajes de Kathryn Bigelow que llevan las cosas hasta las ultimas consecuencias para cumplir su trabajo. El héroe de clase trabajadora retratado en una película desbordada, con un frenesí cinematográfico sin pausas donde Scott utiliza su estética estilizada para mostrar la persecución a un tren sin conductor, desbocado, filmado con un batallón de recursos, travellings varios, planos aéreos y la representación de la visión de los medios de comunicación (de la cadena Fox, productora de la película) con el seguimiento frenético de los noticieros ante la posible tragedia urbana. Luego del desenlace hay una escena donde se ve a Will (Chris Pine) victorioso por haber dominado la maquina, herido, bajando de la locomotora y es el momento que Scott, en un leve plano contrapicado nos muestra con la cámara a la altura de Will a Frank en profundidad de campo parado encima de un vagón, triunfador luego de la hazaña. Es el momento que el director declara vencedores a estos dos working class heroes, dos White trash le dan una patada al sistema, ese sistema quelos utiliza y luego los descarta (sistema del que Scott se mofa en los créditos). Películas como Imparable nos llenan de felicidad cinematográfica y transmiten una sensación de adrenalina, impactante e implacable que deberían repetirse mas seguido en la cartelera.
Con los testículos en la garganta Es imposible no reconocer un film de Tony Scott. Ni Spielberg, Godard o Bergman son tan fieles a sí mismos a nivel visual como lo es Tony Scott. Basta ver un plano para reconocer uno de sus films. El hermanito de Ridley ha construido a lo largo de 30 años de carrera, una de las filmografías más regulares de la historia del cine en general. Tiene grandes trabajos entre los que podríamos contar a gemas del thriller como Top Gun, Escape Salvaje, El Ultimo Boy Scout, Juego de Espías, El Fanático, Un Detective Suelto en Hollywood II o Enemigo Público y otras que no fueron tan satisfactorias como Domino, Revancha, Días de Trueno o Deja Vu. Y ni hablar su genial ópera prima, El Ansia. En el medio podríamos ubicar a Marea Roja, Hombre en Llamas, la remake de Rescate del Metro 123. Mientras que Ridley es el pretencioso, que siempre se balanceó entre los géneros épicos (Gladiador, Cruzadas, Robin Hood), la ciencia ficción y fantasía (Alien, Blade Runner, Leyenda), inclusive mediocres comedias (Los Tramposos, Un Buen Año) o películas inclasificables (Hasta el Límite, Thelma & Lousie, Hannibal) desorientando a críticos y cinéfilos (en todos los géneros tiene alguna obra destacable y en todos una deplorable), con Tony no hay tanta discusión: el hombre conoce su oficio y hace el mismo género hace tanto tiempo y de taquito. Cualquier pifie, termina siendo perdonable. Nadie busca en sus obras, LA película del año, sino un agradable pasatiempo. Una distracción que divierta y mantenga atado al espectador a la butaca. Y cuando se dice que nuevamente, contará con la presencia de Denzel delante de la cámara, podemos garantizar que el trabajo estará a la altura de las expectativas. E Imparable no está a la altura de lo que se esperaba. La supera. Si con Rescate del Metro supo meter al espectador en tensión constante gracias a un inteligente duelo de personajes, Imparable es un ejercicio cinematográfico de lujo. Una clase de montaje y de cómo construir suspenso a partir de ello. Los protagonistas de la película son los trenes y el azar. Una serie de eventos desafortunados, parte de culpa humana y parte de mala suerte provocan que una locomotora que lleva vagones repletos de compuestos químicos se ponga en funcionamiento sola. Encima, el maquinista no dio a tiempo de enchufar los frenos. Al mismo tiempo Scott nos presenta dos historias paralelas: un veterano maquinista (Washington, sólido, preciso y con todos los tics y manías que lo caracterizan), que debe mostrarle el trabajo a un joven nuevo empleado (Chris “Capitán Kirk” Pine, cada vez mejor actor) que puso en los rieles, el sindicato. Más allá de las previsibles fricciones iniciales, ambos serán los héroes ocasionales de la historia. Y la química entre los actores funciona perfectamente (otro mérito en toda la obra del director). Además Scott para acrecentar la tensión nos pone en la vía del tren “imparable” otro repleto de chicos. Y ahí, en los pocos minutos que dan comienzo al film nos anuncia que estaremos frente a uno de esos thrillers que le gustaban a Hitchcock, pero que el nunca hubiese hecho. Scott constantemente juega con el conocimiento del espectador y el desconocimiento de los personajes. Acá no hay obvios villanos (más allá de un corporativo de la empresa ferroviaria), sino la clásica lucha del hombre contra el tiempo. Como siempre, los protagonistas de Scott son personas sufridas que han pasado por cuestiones delicadas en el pasado y tienen la oportunidad de redimirse. Acá no es la excepción y este aspecto de los protagonistas, ayuda a humanizarlos. Que hay lugares comunes, clisés y diálogos imposibles, es cierto, para también es verdad que no molestan, dadas las circunstancias. Acá, lo importante es saber como los protagonistas, con la ayuda de algunos personajes fuera de las vías, van a poder detener el tren. Scott da poco descanso. La adrenalina va in crescendo hasta el punto de que el espectador mismo está saltando por los vagones junto a Denzel y Chris. Básicamente, Scott nuevamente provoca que tengamos que vivir una hora y media con los testículos en la garganta. Como vuelvo a decir los méritos no provienen únicamente de Scott y su buen instinto para montar la cámara y la películas, sino que también de los editores, Chris Lebenzon (acostumbrado a trabajar también con Tim Burton) y Robert Duffy, así como de Ben Serensin, el director de fotografía capaz de generar los climas fríos que Scott siempre busca en sus obras y de Harry – Gregson Williams que aporta una banda sonora a puro nervio, pero que en ningún momento sobrepasa en tensión a lo que Scott muestra con la cámara. En la semana que perdimos al creador de mejor persecución de la historia del cine (Peter Yates por Bullit), Scott da una clase sobre persecuciones, que hace recordar un poco a la de Contacto en Francia. Gene Hackman siguiendo al tren. Lo que en aquella duraba 10 minutos, acá es toda una obra. Intensa, divertida, clásica e inteligente. ¿Cuanto es real de la historia, cuanto ficcionado? La verdad, no importa. Tony Scott, un autor, artesano del género, nos regala un excelente ejemplo de por qué los thrillers siguen siendo un placer culpable de cualquier cinéfilo.
Vertiginoso thriller de Tony Scott Los estudio 20th Fox traen a la pantalla grande una propuesta del mismo director de Top Gun (1986), Días de Trueno (1990) y El último boy scout (1991). El realizador Tony Scott llega con un nuevo thriller y con Denzel Washington como protagonista. La trama de Unstoppable, que esta inspirado en hechos reales, cuenta las a sañas de un ingeniero con experiencia (Washington) y un joven maquinista (Chris Pine), que intentarán detener un tren fuera de control que amenaza con aniquilar a toda una ciudad. Tony Scott, quien posiblemente tenga a su cargo una futura adaptación del cómic Nemesis, recurre a la vieja formula del veterano y el novato que tan buenos resultados dio en films como Máxima velocidad (1994), para subirse en esta oportunidad a otro medio de transporte, el tren de carga. El actor Denzel Washington, que ya trabajo con este director en los films Deja vu (2006), Hombre en llamas (2004) y Rescate en el Metro (2009) que también trataba sobre trenes, formará pareja en esta oportunidad con Chris Pine (conocido por su papel de James T. Kirk en la película Star Trek (2009). El papel femenino esta compuesto por la actriz, cantante y escritora Rosario Dawson, quien también actuó en Percy Jackson y el ladrón del rayo (2010), cuyo papel es el de una operaria del peligroso tren. El film se maneja de manera vertiginosa, al igual que las inquietas cámaras que en todo momento hacen testigo y partícipe al espectador. Incluso las que realizan grabaciones para los medios televisivos, que van transmitiendo segundo a segundo el paso del incontrolable tren. Si bien el triangulo actoral está bien marcado por Denzel Washington, Pine y Dawson, los que secundan lo hacen correctamente y acompañan la realización hasta el fin. Con muy pocos toques de exageración, Imparable, cumple con lo que promete y logra mantener cautivo y expectante hasta el desenlace, donde solo dos cosas pueden pasar: la posible salvación o la casi inminente tragedia.
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Expreso a la adrenalina Hace poco más de un año, Tony Scott trajo Rescate en metro 123 (The Taking of Pelham 1 2 3, 2009), remake de un clásico de los setenta que narraba las peripecias de un operador de subte devenido en héroe cuando secuestran a la formación del título. Ahora llega el turno de Imparable (Unstoppable, 2010), suerte de versión mejorada de aquella otra: aquí no hay matices ni psicologuismos sino el enfrentamiento puro entre el hombre y la máquina. El resultado es una de las mejores películas de acción de los últimos años. La trama gira en derredor de un tren fuera de control cargado con productos químicos y combustible que se dirige directo a una ciudad plena de habitantes. En esa misma vía una locomotora comandada por un ingeniero (quinta colaboración del director con Denzel Washington) y un flamante conductor (Chris Pine) procurarán perseguirlo (sí, perseguirlo. ¡En la vía!) para detener la inminente catástrofe. No es una novedad que los cineastas siempre se fascinaron por la magnificencia visual y sonora del tren, algo que ya se vislumbra desde los cortos bautismales de la historia del cine. La escena inicial de Imparable es, además de una ubicación espacial para el espectador, un retorno a las fuentes primitivas del cine. En tiempo de efectos digitales y 3D, Scott hace un acto de militancia tomando a las locomotoras desde un contrapicado que bien puede ser un retorno a aquella fascinación iniciática por la tecnología más táctil y aprensible. Imparable es más homenaje al cine ochentoso que Los Indestructibles (The Expendables, 2010), en cada uno de sus planos hay más amor y sabiduría que la tibieza timorata de Robert Rodríguez y su Machete (2010). Si hay algo innegable en Imparable es la plena autoconciencia de su condición: no pasan más de un par de escenas para que la mole férrica esté rodando sin control por las rieles norteamericanos. Hay allí una depuración del habitual estilo Scott. Si en Rescate en el Metro 123 dotaba a sus criaturas de un gramaje supuestamente humano y “psicológico”, pero a todas luces artificioso (recordar las explicaciones del personaje de John Travolta), aquí hay dos esbozos sobre la vida de los protagonistas. Y hechos de una forma tan crasa que hablan de un cineasta dispuesto a transitar los lugares comunes a la mayor velocidad posible, como si fuera la consecuencia colateral del cine de acción, para luego sí dar paso a lo verdaderamente importante. Scott continua con la línea de aquellos trabajadores clase media en cuyas manos radica la salvación no del mundo, pero sí la capacidad para evitar un desastre de enormes proporciones: son los hombres cotidianos sometidos a situaciones que no son tales. Pero lejos de un panegírico a la vilipendiada clase trabajadora norteamericana –la más damnificada desde la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2008-, Imparable los tiene allí por la pura circunstancialidad de los hechos que se narran. Película dinámica de principio a fin, larga voltereta de montaña rusa de poco más de hora y media de duración, Scott edificó la que quizá sea la película con menos connotaciones políticas de su carrera. Es curioso ver cómo los supuestos antihéroes, aquellos que reposan en la comodidad de las oficinas, son menos maliciosos que zopencos, y los buenos lo son –como se dijo- por que el destino los puso allí. Poco importa la lógica o no de las situaciones planteadas. Imparable es una relato de acción atrapante e intenso como pocos, guiado por la sabia mano del viejo Tony Scott, cada día mejor que su hermano.
¿Y dónde está el maquinista? El caso de Tony Scott es bastante peculiar: siempre opacado por su hermano Ridley, el hombre indudablemente dejó su marca en el género de acción sin ser muy consciente de ello, influenció a varias generaciones de colegas sin recibir el crédito correspondiente y para colmo viene filmando la misma película desde Top Gun (1986), detalle más detalle menos. Algunos dirán que lo único bueno que hizo fue El Ansia (The Hunger, 1983), los amantes de los thrillers se inclinarán por Escape Salvaje (True Romance, 1993) y el resto irá a Marea Roja (Crimson Tide, 1995) y El último Boy Scout (The Last Boy Scout, 1991). A esta altura no es ninguna novedad que la década precedente fue exitosa a nivel comercial pero sumamente pobre en términos artísticos: dentro de aquella maraña de trabajos tan ambiciosos como huecos, cuesta recordar aunque sea un opus valioso del director en ese período. Se podría afirmar que Imparable (Unstoppable, 2010) en buena medida corrige lo anterior a través de un relato enérgico acerca de una formación ferroviaria fuera de control en la línea de Escape en Tren (Runaway Train, 1985), por supuesto intercambiando la poesía del inmenso Akira Kurosawa por un obrerismo light y oportunista a la Hollywood. Luego del poco preciso “inspirado en eventos reales”, comienza el devenir de la típica pareja despareja, Frank (Denzel Washington) y Will (Chris Pine) en esta ocasión, quienes al frente de una locomotora con muchos vagones a cuestas deben evitar colisionar con el extraviado, otro carguero que transporta a toda velocidad sustancias químicas peligrosas (es preferible no adelantar la causa por la que el convoy queda sin maquinista, resulta demasiado hilarante…). Así las cosas, nuestros héroes sortearán amenaza tras amenaza mientras que la encargada Connie (Rosario Dawson) los asiste desde el centro de mando. Superando a la mediocre Rescate del Metro 123 (The Taking of Pelham 1 2 3, 2009), aquí Scott construye uno de sus mejores films en años valiéndose de elaboradas escenas de acción que -para variar- consiguen que nos olvidemos desde el inicio de los baches en el desarrollo de personajes. El inglés se contiene en lo que a “cámara hiperquinética” se refiere y ennoblece el limitado guión de Mark Bomback gracias a su clásico festín sensorial (fotografía preciosista, primeros planos implacables y una edición que no descuida la música). Más allá de algunos desaciertos aislados, la intensidad está más que garantizada.
Anexo de crítica: Lejos del exceso de cortes videocliperos que abundan últimamente en los filmes de acción, Tony Scott filma las escenas más intrépidas como si estuviese atrapado en los 90 y esa adrenalina permanente contagia minuto a minuto en la entretenida Imparable. Nuevamente, Denzel Washington en un rol demasiado fácil -y chico para su estatura de actor- cumple con el objetivo junto al carismático Chris Pine, quien se lleva la mejor parte de esta película de acción trepidante protagonizada por un tren que se lleva todo por delante igual que las imágenes logradas artesanalmente y con poca ayuda de efectos especiales por el talentoso Tony Scott…
Chofer, chofer, apure ese motor... Denzel Washington y Chris Pine deben detener un tren descontrolado A los 66 años, Tony Scott parece filmar como cuando empezaba y era conocido como e l hermano menor de Ridley Scott. Porque el director de El ansia y Top Gun , tiene el mismo brío y logra transmitir a la platea la sensación de vértigo que sus películas de acción siempre han tenido. En Imparable , su quinta colaboración –tercera al hilo- con Denzel Washington, director y actor se las vuelven a ver con un tren. En Rescate del Metro 1 2 3 era un subte, con Denzel sentado en una oficina tratando de negociar con el pelado terrorista que componía John Travolta. Ahora la que está sentada en su lugar es Rosario Dawson, que por primera vez no debe mostrarse sexy sino inteligente, y el actor de Malcolm X , detener un tren descontrolado, que marcha a toda velocidad sin conductor y que atravesará una zona densamente poblada con unos cuantos vagones de material químico. Como en varias producciones del realizador de Marea roja y Enemigo público la pareja protagónica comienza siendo antagónica, aunque luego eso pueda cambiar o no. Washington es un operario que debe trasladar un tren a otra estación, y le ponen al lado -cuándo no- a un novato, interpretado por Chris Pine. Que luego de ser el comandante Kirk en la remake de Viaje a las estrellas podría imponer algo más de respeto. Cada uno tuvo sus problemas en casa y habrá tiempo para que nos enteremos, mientras vayan tras el vehículo imparable al que hace referencia el título de esta película rodada con tanto ímpetu como dinamismo. Mucho más corta de lo que suelen ser las aventuras cinematográficas de Scott, lo cierto es que la historia no daba para mucho más, ya que no bien arranca se desencadena el conflicto, el nudo de la trama, mientras se presenta a los personajes. Washington, a los 56 años, ya no está para ir saltando vagones en movimiento, pero lo hace. Y Pine da perfectamente el look de pendenciero-de-buen-corazón que le tocó en suerte. Como película de acción, a Imparable no se le puede pedir más: cumple con creces los requisitos de entretener.
Un tren en marcha sin control y sin maquinista, y cómo detenerlo El atractivo no está en un tema ya explotado ni en la intriga por la resolución de un enigma que no hay, sino en la tensión creciente de una febril carrera contra reloj. Aquí no hay asesinos que descubrir ni villanos que atrapar, porque el villano, en todo caso, es un tren. No cualquiera sino uno que arrastra 39 vagones, lleva una carga tan combustible y potente que podría producir incontables pérdidas en dólares, daño ambiental y vidas humanas y que por impericia o distracción fue puesto en marcha sin conductor, pero felizmente también sin pasajeros. La cuestión es que hay que encontrar el modo de detenerlo o de recuperar su gobierno antes de que atraviese una zona muy poblada y se corra el riesgo del descarrilamiento y la consecuente y temida explosión. "Basada en hechos reales", dice al comienzo una leyenda que hasta cierto punto responde a la verdad: en 2001 un tren de carga no tripulado y fuera de control recorrió más de 100 kilómetros en Ohio hasta que pudo ser detenido. Tal leyenda -se sabe- también sirve justificar las libertades que los libretistas se toman para hacer la aventura más espectacular y más dramática. Quizás a Mark Bomback se le fue la mano en la multiplicación de contratiempos que van encadenándose a medida que el tren sigue su loca marcha y el tiempo se agota, pero lo importante es que la tensión no decaiga y que el film tenga en vilo al espectador hasta el final. Y eso se logra en buena medida gracias al oficio de Tony Scott, que sabe cómo aprovechar expresivamente la fotogenia de los trenes en marcha y valerse de un montaje nervioso para que la epopeya no afloje en intensidad. La acción es como el título: imparable El guionista no estuvo tan feliz al concebir los personajes centrales: dos conductores que la empresa ferroviaria destina a otra formación y que tendrán intervención directa en el audaz plan de rescate del tren desbocado. Uno es un veterano; el otro, un principiante; y hay un chispazo entre ellos desde el principio, lo que asegura, según el cliché. que después serán compinches. A los dos ferroviarios Bomback les inventó innecesarios problemas personales para darles espesor. En vano: es lo que menos importa en un cuento cuyo interés está en otra parte. Así y todo hay que reconocer la convicción con que Denzel Washington y Chris Pine asumieron el compromiso.
Cómo filmar acción sin descarrilar El cartel “Basada en una historia real” suele ser preludio de una historia increíble, y ésta no es la excepción: Denzel Washington y Chris Pine deben detener un convoy de 800 metros cargado de sustancias tóxicas y lanzado a toda velocidad por Pensilvania. “Denme un chico, una chica y una pistola y les daré una película”, canchereó alguna vez Jean–Luc Godard, en la conciencia de que, reducido a sus componentes más básicos, el cine puede seguir funcionando como en sus orígenes. “Denme un veterano, un joven inexperto y un tren”, podría parafrasear Tony Scott, que con esos tres elementos hace correr a Imparable. Scott contaba en verdad con un antecedente o prueba de ello. En Escape en tren (Runaway Train, 1985), un par de evadidos, una ingeniera ferroviaria y un tren sin frenos daban por resultado un par de horas de pura excitación. Seguramente el más confiable y consecuente artesano de acción del cine contemporáneo, para consumar su trabajo de relojero Mr. Scott requiere unos minutos menos que su antecesor, el ruso Andrei Konchalovsky. Y le suma un final que echa leña a ese clásico estadounidense que es el mito del héroe abnegado. Ya sabemos qué quiere decir el cartel “Basada en una historia real”: que vamos a presenciar una historia increíble. La de un tren de 39 vagones y 800 metros de largo, que por varios errores humanos sucesivos sale disparado a través de Pensilvania, vacío, sin conductor y con la palanca de velocidad a tope. En caso de liberarse, la sustancia tóxica que carga en sus vagones podría dar por resultado un Chernobyl americano. Desde ya que las posibilidades de choque o descarrilamiento son altísimas, y que en su recorrido el convoy no va a atravesar una zona desértica, sino una densamente poblada. En su recorrido el tren deberá cruzarse, además, con varios otros que vienen por la misma vía. Incluida la vieja locomotora que manejan el viejo lobo ferroviario Frank Barnes (Denzel Washington, calvo para dar más viejo) y su exacta contracara, Will Colson, un chico a quien los contactos familiares le aseguraron la promoción (Chris Pine, almirante Kirk de la última Star Trek). ¿Hace falta aclarar que el peligro unirá para siempre a estos Tom y Jerry de la ferrovía? ¿Es necesario decir que serán ellos quienes frenen al bólido, con ingenio, agallas y buenas dosis de acrobacia? Está claro que los méritos de Imparable no residen en su guión. De modo semejante a Déjà vu (2006) y Rescate del metro 123 (primera película de Scott con trenes, de 2009), al espacio de las vías Scott suma el del centro de control y el de las oficinas de la compañía ferroviaria. En el primero de ellos manda la tercera heroína de la película: Connie, ingeniera a la que la siempre extraordinaria Rosario Dawson llena de la más creíble humanidad. En el segundo, lo más parecido a un villano con que cuenta Imparable: el dueño de la compañía (Kevin Dunn), que por interés económico se niega a detener el tren, poniendo en peligro a miles de posibles víctimas. En sus comienzos, la artesanía de Mr. Scott era de carácter fotográfico, dando por resultado productos tan vacuos y esteticistas como El ansia (1983) o Días de trueno (1990). Progresivamente, el realizador de Top Gun fue derivando su vocación técnica hacia el arte del montaje, que desde los tiempos de Hombre en llamas (2004) domina con máxima pericia. Sentado a la isla de edición como tantos de sus protagonistas frente al centro de control, Scott cruza sin parar los diversos centros dramáticos, alternando sabiamente planos largos y cortos, variando duraciones, evitando excesos cliperos en los que antes solía caer y reforzando la dinámica visual con una cámara que se queda fija, titila o se lanza en travellings vertiginosos. Puro savoir faire, el de Scott es un arte del manejo, con la isla de edición como palanca de cambios y la coordinación, sincronización y belleza kinética como mottos perpetuos. Cuando la técnica busca “humanizarse”, los engranajes lucen oxidados: una sucesión de finales apologéticos convierte a Imparable en su propia caricatura. Lustrosos y excitantes mecanismos de relojería, las películas de Scott son, mientras duran, perfectas maquinarias de la alegría, capaces de brindar momentos de belleza como ése en el que Colson lucha por enganchar dos vagones, en medio de una lluvia de cereales. Cuando alcanzan el último plano, estas máquinas se apagan y difícilmente vuelvan a encenderse en la memoria. No tienen sobrevida, son obra del instante.
Vértigo automático Hace un tiempo fue un barco (Déjà vu), después un subte (Asalto al tren Pelham 123), y ahora se trata de un tren sin conductor, cargado con material tóxico, y en dirección a una ciudad densamente poblada. No hay duda: el movimiento caracteriza al cine (de autor) de acción del británico Tony Scott. Basada en un hecho real ocurrido en Ohio en el año de la catástrofe de las Torres Gemelas, Scott y su guionista Mark Bomback retoman en un tiempo impreciso la proeza de dos trabajadores ferroviarios, uno cerca del retiro (involuntariamente), el otro, recién contratado, que, tras desobedecer a un alto funcionario de la empresa, pudieron detener un tren devenido en misil. Will y Frank canalizan un imaginario cívico conocido: el héroe americano, ese hombre común capaz de hacer lo correcto más allá de la adversidad y la conveniencia. Debido a que el final ya se conoce de antemano, el dilema del filme pasa por ilustrar cómo sucedió. En ese sentido, Scott demuestra jerarquía: la posible coalición entre un tren en el que viajan niños y el tren protagónico es un ejemplo perfecto de cómo trabajar el montaje cruzado para producir inquietud. El zoom imperceptible, las panorámicas sobre Pensilvania, los planos circulares para seguir las conversaciones que Will y Frank mantienen a menudo permiten que el filme jamás descarrile. Las debilidades de Imparable residen en su humanismo ramplón, el que se expresa en sus personajes, más estereotipos que individuos, y en su política inconsciente: los despidos y la mezquindad de los ejecutivos permanecen en un fondo impreciso, y en un epílogo tan ridículo como festivo, los héroes obtendrán una (sospechosa) recompensa, aunque el ferroviario responsable del accidente tendrá su debido castigo: trabajar en un local de comidas rápidas, un tren en el que viajan miles de trabajadores sin empleo.
Qué tren, qué tren Es este un film ideal para adjetivadores deseosos por aparecer en el aviso del diario con palabras como "electrizante", "adrenalínico", "vertiginoso" y otras por el estilo. Tony Scott filma a golpe de cámara y puro efecto de sonido para estremecer al espectador, provocarle sensaciones desde el montaje y no tanto desde las actuaciones, porque los actores en esta película cumplen con lo justo. En el inicio se cumple en avisar que la trama está basada en un hecho real. Todo comienza cuando un operario irresponsable pone en marcha un tren de gran porte que lleva una carga tóxica y explosiva. Por el mal accionar del sujeto el tren viaja por la vías a toda velocidad sin conductor, poniendo en peligro a una vasta zona de Pensilvania. En sentido contrario viene un tren conducido por un operario a punto de jubilarse (Denzel Washington) y uno que recién comienza (Chris Pine). El conflicto es obvio y sólo resta esperar a ver cómo detendrán a semejante mole motorizada. Con buen ritmo, el relato da lugar a cierto suspenso y no mucho más. Washington cumple como quien hace un trámite y Pine está a la altura de las circunstancias. Ambos parecen tener claro que el protagonismo lo tiene el gigantesco tren y el montaje que le permite lucirse, pero mientras les paguen...
Tony Scott es un genio. Cuando termines de ver esta película y cuentes de que trata, lo podrás hacer en no más de 10 segundos. El guión lo podría haber escrito Carlos Sorín después de Historias mínimas, y si hubiera sido fanático de los trenes!! Scott logra mantener un pequeño suspenso sobre algo que realmente es casi insignificante para hacer una película, y logra que sea relativamente entretenida. Usa sus recursos de siempre, ya sea por la fotografía, la edición o por los movimientos de cámara. Tony con una película dramática seguramente seguiría usando estos recursos ya habituales, que tienen su marca registrada. Del elenco no se puede hablar mucho, porque acá el protagonista es el trencito y el director, y realmente hubiera sido lo mismo quien estaba. Lo mismo pasa con el recurso hollywoodense de mostrar una redención familiar... la cual la podrían haber cambiado mejor por algún choque extra de la locomotora. Una peli para pasar el rato sin compromisos mentales mayores un sábado a la noche.
Después de filmar la remake de Rescate en el Metro 123, Tony Scott decidió volver a las vías con una propuesta distinta que recrea un incidente verídico, ocurrido con los trenes en el 2001, en Estados Unidos. Creo que Imparable va a quedar con el correr del tiempo como uno de los trabajos más subestimados de este director, quien es uno de los grandes artistas de Hollywood que laburan en el campo de la acción y sabe brindar productos entretenidos. Tal vez no reciba la misma atención que otros trabajos de Scott como Escape salvaje (True Romance), Top Gun, Hombre en llamas o Marea Roja, pero es un film donde el cineasta logró destacarse, una vez más, como uno de los mejores realizadores del género. Esta es una propuesta bastante particular del director ya que acá no hay terroristas, asesinos, grandes tiroteos ni villanos. La película es una recreación de un incidente que se produjo en Ohio, el 15 de mayo de 2001, cuando un tren fuera de control, que transportaba materiales químicos tóxicos acaparó la atención de todos los medios de ese país, que siguieron en vivo paso a paso como los empleados del ferrocarril trataban de parar una locomotora con 47 vagones que viajaba a más 82 kilómetros por hora. Scott básicamente se dedicó a recrear con su estilo visual y narrativo lo que se vivió aquel día en esa ciudad con algunos cambios para hacer un poco más dramática la película. La sorpresa de Imparable es que la trama que brindaba en principio no parecía muy atractiva, pero fue la dirección del viejo Tony lo que convirtió a este film en una propuesta recomendable. En breve minutos el director presenta a los personajes principales y a partir del momento en que un empleado ferroviario pierde el control del tren, la película se vuelve totalmente atrapante y logra engancharte por completo hasta el final. Sin acudir a grandes villanos ni esos tiroteos que tan bien suele dirigir, Scott mantiene el suspenso constante con una producción que sorprende por la imponente logística que tuvo la realización. Los trenes que se ven en la historia no son de juguete o recreados con animación computada y hay algunas secuencias de acción que son espectaculares por el trabajo que requirieron concretarlas. El tipo filmó esos momentos con el estilo de la vieja escuela, donde los directores no se dormían con la tecnología digital porque no existían esas herramientas. Cuando Tony Scott vuelca una locomotora y la estrella contra otros autos lo hace en serio y esa escena que dura segundos tiene detrás un equipo enorme de laburo, que planificaron durante meses ese tipo de secuencias. Como la crítica de cine suele subestimar a este género estas cosas nunca se mencionan y creo que está bueno destacarlas cuando hacen un gran laburo. Imparable tiene sus puntos flojos en algunas cuestiones argumentales. Por ejemplo, en la historia, los medios de prensa son implacables y siempre tienen la información correcta. A los pocos minutos de ocurrido el incidente, la televisión ya identifica al empleado que perdió el control del tren. En la vida real eso no sucede con tanta precisión, de hecho, al día de hoy la compañía ferroviaria de Ohio nunca informó la identidad del empleado responsable de los hechos. Pero bueno, este estreno tampoco es una película intelectual que requiera un desarrollo profundo de los personajes principales. Denzel Washington, con todo el respeto que merece como actor, en esta historia su participación sirve para que el poster tenga una cara conocida, ya que los grandes protagonistas son los trenes. Rosario Dawson es quien más logra destacarse un poco en el reparto. De todas maneras la gran vedette de esta producción es claramente el suspenso y la acción y en ese sentido el director Scott cumplió con su objetivo. Imparable es una apuesta segura para los que busquen entretenerse con una historia de supenso bien dirigida por un veterano de Hollywood.
Frank Barnes, un ingeniero de la compañia ferroviaria AWVR desde hace veintiocho años, junto a sus viejos colegas temen perder sus empleos a causa de la incorporacion de nuevos empleados; tal es el caso del novato Will Colson, quien ese día llega ante Barnes en la sucursal de Stanton para trabajar a su lado en el traslado de la locomotora 1206 que debe cargar veinte vagones y llevarlos hasta la estacion Fuller. Will solo está haciendo su trabajo y no es responsable de las decisiones de los directivos de la compañia en cuanto a despidos y asuntos laborales. Acá se ve claramente lo que ocurre en muchas empresas que de pronto deciden despedir a sus viejos empleados y tomar nuevos sólo para pagar sueldos menores y ahorrarse dinero, lamentablemente es un problema cotidiano de estos tiempos que este film muestra a modo de denuncia como parte del relato. Frank es viudo, tiene dos hijas que trabajan en un bar como meseras para pagarse la Universidad y al parecer la relación con ellas está un poco tensa esos días. Will está viviendo con su hermano ya que ha debido dejar su casa a causa de un malentendido con su esposa Darcy. Hasta acá parece un drama de conflictos familiares y problemas sociales, pero no es así, el relato da un vuelco y se convierte en una historia tensa, del género catástrofe, pero inspirada en hechos reales, lo cual provoca cierto pánico en el espectador, pensando que lo siguiente podria ocurrir en cualquier momento y lugar. Es un caso de negligencia laboral humana, algo que también ocurre muchas veces en la vida real; si bien se dice que todos podemos cometer errores hay errores que resultan fatales para el que los comete o para terceros y en esos casos, no solo no podemos sino que no debemos cometer esos errores. Cuando Connie Cooper, encargada de la estacion Fuller llega a su oficina es informada de lo ocurrido y comienza a ocuparse del asunto para intentar detener el tren y evitar accidentes colocando a la policía estatal en los cruces para desviar el tráfico. Pero la noticia llega a los medios de comunciación y a la oficina central de AWVR en Pittburgh, cuyo Vicepresidente de Operaciones, el Sr. Galvin, decide no hacer caso a los consejos de Cooper y dirigir el asunto tomando las decisiones pertinentes del caso con la Junta Directiva, ya que según sus palabras "es nuestra propiedad y nuestra decisión". Obviamente por un lado es el maldito orgullo que a veces nos ciega y nos nubla el cerebro, pero aquí tambien se nota algo mas importante y grave, a la compañía solo le importa no perder sus propiedades, o sea los trenes y las vías, ya que estas pérdidas de dinero se traducirían en una alta devaluación de las acciones de la empresa y eso a los empresarios no les gusta nada. Entonces nos preguntamos: ¿que pasa con las vidas humanas que se podrían perder y el daño ambiental que podria provocar un accidente de tal magnitud? Bueno, esta película es una de esas que hay que ver, ya que por un lado resulta entretenida y el espectador sale conforme, pero ademas denuncia bastante sobre problemáticas de la vida diaria y en las cuales todos podemos estar involucrados de alguna manera.
Entretenimiento a toda máquina Con el acostumbrado despliegue visual de los films de Tony Scott, llega este thriller en el que un experto y un n ovato deben detener un tren fuera de control. Con Denzel Washington, Chris Pine y Rosario Dawson. El director de Imparable es Tony Scott, y este no es un dato menor. Él ha dirigido films reconocidos por la taquilla y poco a poco valorados por la crítica. El ansia, Top Gun, Días de trueno, Marea roja, Enemigo público, Deja vù y su film anterior a Imparable, Rescate del Metro 123. Y si bien nunca ha conseguido un alto prestigio ni ha sido considerado un genio, la suma de sus films demostró que tenía oficio. Y que toda su filmografía demostraba un importante despliegue visual que, aun demostrando su herencia publicitaria, hacía de cada película un gran espectáculo. Imparable no es la excepción a la regla, es más bien la confirmación de todo esto. Esta vez la acción gira en torno a un tren fuera de control y dos hombres –un experto y un novato– que deben detener esa formación fuera de control. Tony Scott es el verdadero artífice de algunas secuencias de acción memorables, donde la sensación de aferrarse a la butaca puede ser literal para muchos espectadores, pero también consigue que sus actores puedan aportarle una fuerte dosis de credibilidad a sus personajes y por extensión a la tensión de toda la película. Para que las escenas de acción funcionen se necesita, sí, un director que muestre esas escenas con vigor, pero a la vez se precisan rostros para que el espectador pueda identificarse con los protagonistas y sus conflictos. En este caso, ellos son Denzel Washington, probado actor dramático y de acción– que aquí hace su quinta colaboración con Scott y Chris Pine –que viene de iniciar una nueva saga de Star Trek y que aquí prueba junto a los grandes, su suerte a futuro. Ellos dos llevan adelante la mayor parte de la trama. Scott, un director claramente populista, coloca conflictos en ambos, y los hace discutir a lo largo de la trama. Tal vez sus conflictos no estén planteados con una complejidad extrema, pero lo que se busca es dotar a estos dos personajes de humanidad. La historia, metafórica y literalmente hablando, trata sobre dos hombres que retoman el dominio de situaciones fuera de control, por un lado el tren, por el otro sus propias vidas. Con una consigna algo limitada y elemental pero directa, es fácil dejarse llevar por la trama y disfrutar del espectáculo en la pantalla grande del cine. <
Cumple y dignifica Dios bendiga a Tony Scott. Ya sé, suena cursi y ridículo decir esto del director de Top gun, Días de trueno y Marea roja, pero en este momento lo siento así. ¿Tienen idea de lo afortunados que somos de tener un director como él hoy en día? En este mundo de posmodernos cancheros, de “nos hacemos los cool con camaritas digitales y mil cortes por minuto y fotografía súper canchera y encuadres raros”, Tony Scott constituye un oasis, el de la sofisticación, el profesionalismo y la confianza para saber dónde hay que estar parado para contarnos una historia. Pero acá viene lo gracioso de este asunto, porque Tony Scott es efectivamente un cineasta posmoderno, su fotografía es súper canchera y sus películas (sobre todo desde Juego de espías en adelante) suelen tener mil cortes por minuto. ¿Cuál es la diferencia entonces entre los chicos cool y el cine de Tony? Es el oficio, básicamente. Mientras que los Guy Ritchies de este mundo se regodean con la técnica y el esteticismo visual al punto de ponerlos por encima del relato, Tony Scott los utiliza como auténticas herramientas de narración, como medios para un fin, y ese fin en todo su cine es el de generar adrenalina constantemente. Es por eso que cada vez que encuentro Hombre en llamas, El último Boy Scout o Enemigo público haciendo zapping me quedo enganchado aunque las haya visto mil veces, no porque quiera encontrar detalles que no vi antes, sino porque me siento arrastrado por la velocidad y la pulsión constante que generan sus películas. En este marco, la historia de un tren cargado de explosivos que avanza sin freno alguno y debe ser detenido antes de que estalle en un pequeño pueblo es ideal para las sensibilidades de Scott, y vaya si lo hace notar. Con su fiel protagonista Denzel Washington al frente del asunto, el realizador saca a relucir todo su arsenal visual para narrar los esfuerzos de dos operarios de trenes por intentar frenar a toda costa este auténtico demonio sobre rieles. Con sus múltiples cámaras captando la acción desde varios puntos de vista, un montaje frenético e innumerables planos de reacción –tanto de noticieros como de los personajes secundarios- de lo que sucede en pantalla, Scott filma la acción como si estuviéramos viendo la dramática final de un mundial de fútbol. Ese carácter épico que le imprime al relato (pero se trata de una épica donde la acción es la única protagonista), esa apuesta a que todo lo que sucede delante nuestro parezca creíble y auténtico por mas ridículo que sea, es lo que separa a Imparable de cualquier película pochoclera que se haya estrenado en este último tiempo. Y eso se debe solamente a la habilidad y el timing de Scott como narrador para saber cuándo apretar el acelerador (que lo hace mucho acá) y cuándo meter el freno de mano para desarrollar a los personajes (aunque aquí es lo que menos importa). Pero hay un pequeño mérito más que hace de Imparable una película especial dentro de su género, y es que los héroes del film no son gente importante ni especial, son simplemente laburantes, hombres pertenecientes a la clase trabajadora norteamericana que sienten la misión como un deber a cumplir, como algo que hay que hacer y punto, sin redenciones ni segundas oportunidades. Ese profesionalismo de los protagonistas se puede comparar con la carrera de Tony Scott, un director que hace su trabajo con solvencia y eficacia, aunque se trate de llenar un tren con explosivos, filmar esa bomba a toda velocidad y salir sano y salvo.
Anexo de crítica: La ampulosidad fílmica de Tony Scott se pone de manifiesto una vez más con este thriller de acción dinámico, efectivo y tan vacío como la cabina de ese tren fuera de control que intentan parar los protagonistas. Un triunfo de narrativa y puesta en escena para una película encarada como un ejercicio estilístico en la que los actores apenas si son títeres funcionales para ese gran esteta del cine que es el realizador de Top Gun / Reto a la gloria y Escape salvaje...
Un tren que no lleva a ninguna parte Hay películas (no sólo hollywoodenses) que inmediatamente remiten a los planes de sus productores: uno no imagina detrás a un guionista o un director reflexionando sobre cómo dar forma a inquietudes personales, sino a empresarios pensando estrategias para lograr un buen negocio. De proyectos gestados con estas premisas han surgido, muchas veces, obras maestras, pero también se ha abonado el terreno del material descartable. Imparable es uno de esos productos rutinarios, realizado a partir de la combinación de dos o tres argucias ya muy conocidas: una situación de peligro que genere tensión (en este caso, un tren cargado de material tóxico que avanza sin control), un par de personajes opuestos (un maduro curtido y un joven inexperto, lo que, de paso, sirve para reunir a un actor consagrado con un novato que le guste a las chicas, como aquí Denzel Washington y Chris Pine), y, a veces, el punto de partida de “una historia real” (lo que le da cierto carácter testimonial al asunto). Se podrá decir, a favor de Imparable, que es un ejemplo legítimo de cine de género, pero la realidad es que, procurando crear un clima de nerviosismo y aturdimiento desde el comienzo y hasta el final, la película termina aburriendo. Si hubiera algunos momentos de calma generaría sobresaltos, pero al mantener un ritmo siempre febril, una vez instalado el conflicto todo parece pasar por enfocar desde distintos ángulos al tren embravecido, cubriendo las imágenes con una música que tampoco se detiene. Lo mismo ocurre con los personajes: lo poco que se llega a saber de los protagonistas es por unos breves diálogos dentro del tren, mientras que los demás (familiares, compañeros de trabajo) aparecen fugazmente, sólo para poner las expresiones de susto o angustia de rigor. Finalmente, sería bueno discutir los méritos de Tony Scott (North Shields, Inglaterra, 1944) como director. En Imparable despliega toda una artillería de recursos –virtuosos planos aéreos, bruscos acercamientos de cámara– que resultan más decorativos que efectivos en términos narrativos. Incluso en el final, en el que ya no hay tren ni suspenso, la cámara gira enloquecida alrededor de los personajes sin motivo alguno. Ese estilo fragmentado, artificioso, que parece adoptar elementos del lenguaje publicitario (donde todo, como aquí, es atractivo y lustroso) o de la urgencia televisiva (de hecho, la historia de ficción de Imparable se confunde ocasionalmente con fragmentos de noticiarios que muestran lo que va ocurriendo), no parece adecuado para calibrar la emoción o la sensación de inquietud. La película distrae, pero no compromete al espectador. Al mismo tiempo, el guión escrito por Mark Bomback incurre en ingenuidades bastante irritantes a estas alturas, tomando conflictos e irresponsabilidades laborales con ligereza. Películas con personajes huyendo en un tren cuya marcha no cesa ha habido varias (desde Escape en tren, de Andrei Konchalovsky, hasta la ingenua y simpática Corazón de fuego, del uruguayo Diego Arsuaga), y en todas es posible encontrar cierta idea de fuga, de libertad, de necesidad de torcer el destino. El tren de Imparable, en cambio, aunque indómito y temerario, no lleva a ninguna parte.
El maquinista de la general A esta altura de su carrera ya no sorprende que Tony Scott disfrute enalteciendo a hombres normales, con problemas cotidianos pero que devienen en héroes por un hecho concreto. Y en ese sentido, Imparable no es la excepción. Un tren que es puesto en marcha por error, sin frenos y cuyos vagones contienen un cargamento de alto nivel químico, amenaza convertir al sur de Pensilvania en el nuevo Chernobyl. Y allí estarán dos maquinistas, el experimentado Frank, con más de 20 años trabajando para la empresa y el joven Will, acusado de estar a cargo del puesto por un acomodo de su familia; intentando detener la maquinaria en marcha, antes que todo se convierta en una tragedia. Con pocos elementos, el Scott menos solemne (el más preciso y atractivo, pero también el menos atrevido) construye un thriller vertiginoso, con un montaje que imita la velocidad del tren y no da descanso. Imparable bien podría ser Máxima Velocidad, pero del siglo XXI. Sólo que aquí hay una diferencia sustancial: no existe en esta película una amenaza terrorista, o un villano tentado por una cuantiosa suma de dinero. El peligro lo constituye el propio sistema americano (trabajadores alienados, empresarios desinteresados por el valor de la vida), como posible bomba latente a punto de estallar. A pesar de estos interesantes guiños, el poco trabajado guión hace que la premisa principal se desinfle con el correr de los minutos y se sostenga sólo por un buen trabajo de edición y por el vertiginoso ritmo del tren/film. Las historias paralelas en la vida de los protagonistas, el ya masivamente consagrado Denzel Washington (que aquí parece trabajar en piloto automático) y un correcto Chris Pine, intentan darle algo de variedad a la cinta, pero la obviedad aparece como un elemento que hecha por tierra cualquier noble intento. A pesar de ser un director de los más interesantes en Hollywood, el último trabajo del responsable de Deja Vu, Hombre en llamas, Enemigo público, Top Gun y Escape salvaje entre otras, no está a la altura de lo que se espera. De hecho, la similitud con su propia remake de Escape del Metro 123 (estrenada en 2009) bien podría jugarle en contra. De todas maneras, Imparable no es una película que disgusta; sino que invita a imaginar un atrevimiento mayor. Si bien se agradece el poco uso de CGI (tan corriente en el cine industrial de hoy en día), la película carece de todo factor sorpresa: comienza y termina en un mismo tono. ¿Se la puede acusar por ello? Pues no, pero tampoco ofrecerá una experiencia demasiado alentadora, o tan siquiera distinta. Al fin y al cabo, será el espectador el que decida.
Tony Scott sabe que el cine es también acción y movimiento, y que esas acciones y esos movimientos definen a las personas. Un tren cargado de químicos vuela accidentalmente a toda velocidad; otro tren, conducido por dos tipos que no se llevan del todo bien –hay razones sociales– andando al revés debe frenarlo antes de que ocurra un desastre; con ello el realizador de “Déjà-Vu” cuenta un mundo hecho de movimientos físicos, de imágenes fugaces, pero siempre comprensibles. El resultado es el vértigo literal, pero también metafísico: el temor por el abismo, por la muerte acercándose irremediable –o casi– a tremenda velocidad. Hay otra virtud en el cine de Tony Scott, una que es invisible ante la furia visual y el montaje jadeante: es un gran director de actores. Sus personajes son, siempre, seres humanos comunes en un contexto monstruosamente extraordinario. Ahí están el mundo cotidiano, la zoncera de las instituciones y las pequeñas corrupciones cotidianas –el personaje de Chris Pine es un pibe que entra “acomodado” al ferrocarril, el de Washington, un tipo que puede perder el laburo–. Pero ante el monstruo que aparece de cualquier forma sólo cabe encontrar al héroe épico que –más que decir, Scott muestra– todos llevamos dentro. Para eso es necesario un Denzel Washington, ícono de todos estos films. Scott es, pues, pensamiento expresado en acciones, la reflexión por el camino de la más tremenda de las diversiones.
El hombre y la máquina El movimiento se demuestra andando, dice la máxima. Y de un tiempo a esta parte, pareciera que Tony Scott se ha impuesto certificarla empíricamente. Imparable, su nuevo film, destina casi todas sus posibilidades de disfrute a lo placentero del movimiento, del vértigo: mientras un tren se desboca y sale disparado, sin conductor, a cien kilómetros por hora, sus dos protagonistas -Denzel Washington y Chris Pine, o Frank y Will- permanecen sentados, charlando, en la máquina de otro tren que avanza por otra vía. Por eso, porque no hay mucho más durante los 98 minutos que dura, será necesaria la capacidad del espectador para sentir placer por este bodoque de chapa que avanza imparablemente y que promete estrellarse contra las vidas más o menos rutinarias y en crisis de los dos protagonistas. Convengamos, Imparable es un título autoconsciente y, a la vez, un poco arrogante. Sin embargo, Scott ha venido experimentando -sobre todo en sus dos últimas películas; Rescate al metro 123 y esta- en el marco de un estilo narrativo bastante ampuloso, con planos que duran nada, cámaras que toman desde múltiples puntos y una fotografía empalagosa, un achicamiento de los universos a retratar para centrarse efectivamente en los personajes y el cuento. Y en las consecuencias que traen para los primeros cruzarse con lo segundo. De hecho, se ha centrado en personajes que representan a la clase trabajadora, tipos simples que deben enfrentarse a hechos fantásticos. Si en Rescate al metro… se introducía lo político con el personaje de James Gandolfini, aquí casi suprime este elemento por completo. En realidad está el personaje de Kevin Dunn, el despreciable dueño de la empresa de ferrocarriles que quiere salvar la ropa aún a costa de perder vidas, que vendría a representar el cinismo institucional contra la nobleza de los héroes de la clase trabajadora. Es una ligera concesión del director para agigantar aún más la proeza de nuestros protagonistas: a los que debemos sumar a la Connie de Rosario Dawson. Sin embargo, en el epílogo cuando todo se solucione, tal vez por primera vez en el cine de Scott los órganos institucionales brillan por su ausencia. En Imparable la policía resulta bastante inútil y no aparecen los típicos funcionarios políticos tomando decisiones de vida o muerte. Imparable es extraña porque deja filtrar, entre momentos heroicos y escenas imposibles de acción y gran impacto, un cierto aire de decepción y frustración sobre el desamparo que sufre la gente común. Más allá del falso happy ending, hay algo de tristeza y melancolía que muerde a toda la película. Seguramente Imparable, como todo el cine de Tony Scott, no es perfecta. Como es habitual, Scott no puede dejar de mover la cámara. El problema en esto es que en una película como Imparable hay que establecer criteriosamente niveles de peligro: no puedo filmar a un tipo charlando en un bar como filmo a un tren descarrilándose. Y aquí todo es igual, vertiginoso, por momentos innecesariamente hiperactivo. Si bien es cierto que hay un ritmo constante, se trata nada más que de fuegos de artificio. Si hay algo que condena a Imparable, en contrario a otros buenos films del mismo Scott como por ejemplo Marea roja, Enemigo público o Deja vu, es su inmediatez, su escasa proyección más allá de lo que pasa en la pantalla. Y hay algo más. Esto no es novedad, pero en una película que pone su contrapeso a la acción en las sendas crisis familiares y afectivas de los protagonistas, la ramplonería emocional de Scott le resta interés a los dos personajes centrales. Scott es básico: un padre ama a su hijo casi por un amor irracional, que no se entiende y es más epidérmico que otra cosa. No existe otra posibilidad en su cine. Entonces, así como uno sabe que el tren no se estrellará también sabe que los problemas familiares se solucionarán invariablemente. En sí no hay problema en esto, ya que todo depende de cómo se muestre. Y Scott es un tipo más hábil para crear acción e impactar al espectador que para edificar lazos reales y creíbles entre sus personajes o, al menos, mínimamente complejos. Por eso, Imparable encuentra sus mejores momentos en la última media hora, allí donde el hombre y la máquina deben resolver sus problemas. En esa operación, posiblemente Scott, aún no siendo su mejor film, encuentre su relato más honesto hasta el momento. Imparable es un estado óptimo de entendimiento entre el director y las herramientas con las que cuenta y, también, una sencilla exposición de la lucha entre lo físico y lo maquinal. Una ecuación que no por conocida deja de tener su moderado placer.
Imparable representa la nueva colaboración de Tony Scott con Denzel Washington, sociedad que tuvo sus puntos más altos con Hombre en Llamas y Deja Vu. Con un "exagerado" despliegue visual y un movimiento de cámaras electrizante, Scott nos contará la historia de un tren que se dirige fuera de control a una poblada ciudad. Este tren marcha a toda velocidad por culpa de un error humano y esto no es un dato menor, debido a que la ausencia de un "villano" o un "enemigo" no es algo que suela ocurrir dentro de este tipo de films. La mencionada máquina que lleva el triple 7 como número transporta en sus vagones de carga un delicado material tóxico que al desparramarse en un descarrilamiento podría evaporar a todos los habitantes de una ciudad. El experimentado maquinista Frank y un novato ayudante llamado Will intentarán parar en esta loca carrera de la muerte a la peligrosa locomotora con su decena de vagones. Más allá de ciertos detalles que obviaremos, la historia de Imparable (inspirada en hechos reales) se trata sencillamente de un tren que debe ser parado de cualquier forma para que no ocasione una terrible tragedia. Y no estamos resumiendo a grandes rasgos la trama, sino que esa es "LA HISTORIA". Que la historia sea sencilla no es un defecto, sino que en este caso es todo lo contrario. Es increíble que con una trama tan pequeña Tony Scott haya hecho una terrible película llena de vértigo y tensión. Tony Scott debe ser uno de los directores más subvalorados de la actualidad y quizás su parentesco con Ridley le juegue en contra, pero Imparable es una fiel muestra de que el muchachote de 66 años sabe como dirigir películas de acción y hay escenas que fueron filmadas de manera brillante por el realizador de Juego de Espías. Las actuaciones de Denzel Washington, Chris Pine y Rosario Dawson aportan lo mínimo y necesario para que la historia pueda llevarse a cabo. El bueno de Denzel tiene buenos momentos con una labor repleta de caras y gestos que bien pudimos ver en Día de Entrenamiento o El Plan Perfecto solo por mencionar algunas de sus obras. Pine en cambio no pareciera estar muy compenetrado en su personaje, pero aún así no desentona demasiado y por último tenemos a Dawson llevando adelante la actuación más destacable del trío protagonista. Imparable es una propuesta llena de tensión y vértigo contados de manera sobresaliente por la gran dirección de Tony Scott.
El estreno de “Imparable” del británico Tony Scott nos trae nuevamente desde la pantalla grande, en un muy buen trabajo actoral, a Denzel Washington y a Chris Pine como empleados de una empresa de ferroviaria. Denzel Washington interpreta a Frank Banks, un veterano que trabaja hace 28 años como maquinista, en tanto Chris Pine encarna a Will Cousen, el “novato” y responsable del tren 1206, conducido por Frank. En su primer día de trabajo Will y Frank deben llevar unos vagones de carga hasta Wilkins, Pennsilvania, y como es usual en estos casos ignoran qué carga llevan. Por otro lado, desde Wheeling, al norte de Pensilvania, acaba de arrancar un tren con 150 escolares que realizan una excursión denominada “Seguridad ferroviaria”, que pertenece a un programa que se lleva a cabo para concientizar a los menores en la prevención en los cruces ferroviarios y en el uso del tren. También al norte, pero en Fuller Triage, en un tramo de la misma vía que será utilizada tanto por la formación que conduce a la excursión escolar como por el 1206, y un tren detenido, el UW777, al que se le está realizando mantenimiento. Dado que ambos convoy van a circular por esa vía se le pide a Dewey, el maquinista del UW777, que traslade su tren a otra vía. Drwey, molesto por la impaciencia con que se le ordenó el cambio, pone en marcha el tren para ejecutarla a pesar de la advertencia del técnico de mantenimiento, quien le pide que espere porque todavía no están puestos los frenos de aire. Estos frenos sirven para que, desde la oficina de control, pueda frenarse un tren si ocurre alguna eventualidad. Él resuelve seguir porque total es un rato, se cambia la vía y después se puede terminar de poner los frenos, en tanto el tren va a una velocidad casi nula y los frenos funcionan igual que los manuales. Está en marcha cuando descubren que el punto de cambio de vía no está hecho. Dewey decide bajar del tren en marcha para hacer el cambio de vía aprovechando la escasa velocidad y volver a subir. Al hacerlo deja el tren en automático, con lo cual la velocidad se regula automáticamente, pero mientras realiza el cambio de vía la máquina comienza a acelerar. Intenta alcanzarlo pero tropieza y no llega, de manera que el UW777 va solo por la misma vía que los otros, cada vez a mayor velocidad, llevando 39 vagones, de los cuales del 7 al 10 y del 16 al 19 transportan una sustancia llamada fenol fundido que se utiliza en la fabricación de cola. Se trata de una sustancia peligrosa, muy tóxica y altamente inflamable. En resumen, el tren mide 800 metros, circula a alta velocidad hacia una zona poblada transportando 8 vagones llevando una carga peligrosa y casi 20.000 litros de combustible. O sea, un misil del tamaño de un edificio muy, muy grande. La jefa de estación, Connie Hooper, intenta diferentes alternativas para solucionar lo que podría desatar un gran drama, pero sus intentos se van a topar con los obstáculos puestos por los directores de la empresa.quienes se niegan a hacer descarrilar el tren en la única zona no poblada del trayecto evitando de esa manera el desastre. En el interín, Frank y Will intentan llevarse bien a pesar del gran rechazo a los “novatos” como Will porque, en palabras de un compañero de Frank, “todos los días echan a la calle a alguien, pero si ven que cobrás como un novato ya tenés trabajo.” Y a pesar de la insistencia de Will de que no quiere quitarle el trabajo a nadie, para los veteranos como Frank eso no los tranquiliza. Para colmo ni Frank ni Will están en su mejor momento personal. Frank no logra comunicarse con Nicole, su hija, justo en el día del cumpleaños de ella, en tanto Darcy, la esposa de Will, no quiere verlo, lo echó de la casa y no le deja ver a sus hijas. Todos estos ingredientes generan el trailer con excelente suspenso con una formación transformada en un misil que no se puede parar, imparable. El resultado es una pequeña historia en la cual confluyen conflictos personales y sectoriales que gravitan en la responsabilidad laboral, social y humana, expresada mediante un guión bien estructurado, inspirado en hechos reales. Cabe destacar, en cuanto a la realización, la calidad de la fotografía, la dirección de actores, los encuadres y, fundamentalmente, los efectos técnicos, visuales y sonoros, y la meticulosa compaginación. Tony Scott, a través del personaje encarnado por Denzel Washington vuelve a mostrar desde el mundo de los trenes ese universo donde nosotros, los usuarios, cansados o no de usar el “metro”, a veces nos convertimos en víctimas, sea por un asalto (“Rescate del metro 123” -2009-), o porque en una compañía los ejecutivos responsables no toman decisiones a tiempo (“Imparable”). Scott aprovecha para denunciar la corrupción en esas empresas y como, generalmente, somos nosotros los que hacemos lo “heroico” que hubieran debido hacer aquellos a quienes les correspondía asumirlo. Scott pone en evidencia, desde el suspenso y con un mismo actor, Denzel Washington, en “Rescate al metro 123” la corrupción, y en “Imparable” la desidia, el abuso del poder, y tratamiento que se les da a las personas mayores al considerarlas objetos desechables en el ámbito laboral. Como vemos las consideraciones insertas en esta producción refleja algo de lo que “pasa en todo el mundo”. ¿Tendremos una nueva de Scott con los paros del “metro”? Veremos....
Entretenimiento puro A patir de obras como Los duelistas, Alien y Blade Runner, Ridley siempre fue el más conocido, el más prestigioso de los hermanos Scott, aunque hace unos veinte años que no realiza algo realmente interesante. Su hermano Tony es, desde cierta simplicidad, bastante más digno de análisis. Mientras Ridley se ha ido diluyendo en la mediocridad, Tony Scott ha ido puliendo su estilo y consiguió con Deja Vu (2006) su mejor filme por lejos, llevando a buen puerto un guión complicado pero repleto de emociones, donde la acción iba de la mano de una trama atrapante y personajes con una profundidad inesperada. Luego tuvo un descenso bastante pronunciado con Rescate del Metro 123, una película sobrevalorada por la crítica, seguramente a causa de la euforia que provocó su predecesora. Con Imparable, Tony Scott la tenía servida: una historia basada en un hecho real, lo que permite unas cuantas licencias; una trama básica pero atrayente, con un tren lanzado por las vías al que no se puede detener y que podría causar una catástrofe humana y ecológica; dos protagonistas (a los que se agrega una tercera, desde un tablero de comando) delineados de forma elemental y precisa; y tres actores como Denzel Washington, Chris Pine y Rosario Dawson que no son una maravilla, pero que si se los sabe llevar de la manera correcta, cumplen y hasta pueden ser un plus que te salve las papas. Scott sabe cómo jugar con todos esos elementos y eso se nota especialmente durante la segunda parte, que es puro sudor, nervios, corridas, órdenes dadas a los gritos, discusiones y adrenalina. No sucede lo mismo con el primer segmento, donde predominan los conflictos familiares de los personajes, que el director definitivamente no sabe cómo expresar. Es que el realizador de Marea roja no es un tipo sutil, lo suyo no es la hondura dramática y por eso el espectador nunca llega a identificarse con los avatares de Washington para comunicarse con sus hijas o el sufrimiento de Pine por la descomposición de su matrimonio. El cine de Scott no es de padres o esposos, es de laburantes, de asalariados versus patrones, de mecánicos engrasados versus ejecutivos trajeados, de profesionales versus irresponsables. Leí en la crítica de Horacio Bernades en Página 12 sobre el filme, que Tony Scott ha ido “abandonando el juego fotográfico y perfeccionándose en el montaje”. Debo disentir con esto, ya que Scott sigue trabajando en las dos vertientes, en muchos casos excediéndose. Uno se pregunta a veces si no tiene una erección cada vez que la cámara se mueve en forma circular. Con ese chiche visual (en el que también incide la edición) se pasa de rosca, a cada rato nos empalaga con un travelling semicircular que no aporta nada a la narración y sólo sirve, básicamente, para marear. Raro que no hubiera un asistente que le dijera “che, todo bien, pero se te está yendo la mano con esos movimientos de cámara”. Aún así, Imparable consigue brindar exactamente lo que promete: entretenimiento, escenas de alto impacto y esa sensación de que las personas más comunes y corrientes son las que sobresalen cuando todo parece irse al diablo. Cine, por y para el pueblo, con sus virtudes y defectos.
Es el montaje, estúpido. Basada en una historia real. Cinco poderosas palabras. Pueden otorgar un cierto prestigio, aunque sea falso y supuesto. Pueden hundir una narración si se tornan previsibles. Contar una historia de desarrollo y final conocidos no es cosa fácil, se pone en juego la imagen en función del relato; lo que importa ya no es tanto lo que se cuenta, sino cómo se lo hace. Imparable está basada en una historia real: un tren cargado de químicos tóxicos corre a toda velocidad, sin conductor, por unas vías de Pennsylvania con destino a una ciudad densamente poblada. Es sabido que el tren será frenado. Es sabido que lo harán los personajes de Washington y Pine, el viejo empleado a punto de jubilarse y el principiante. No hay suspenso posible al respecto (al menos como premisa inicial). Ninguno se muere y el tren se detiene. Sin embargo, la película corta el aliento. Entonces, tenemos una película de acción en la que sabemos qué va a pasar. Pero Tony Scott, que hace tiempo viene demostrando que es el Scott al que hay que prestarle atención, construye un relato casi esquizofrénico sin perder el centro, y ya no importa si ese bendito tren se detiene o no. No hay ángulo que no se enfoque. A medida que el tren va ganando velocidad, la película acelera el ritmo. Comienza con una mañana tranquila de trabajo, hay que mover un tren, cosa de todos los días, la rutina cotidiana se impone. En esa rutina también se cuela un escenario social y laboral inestable y cruel. Scott se detiene ahí un momento, como quien para en un cruce para mirar a ambos lados antes de tomar un nuevo camino. Y elije, mientras el tren, sin frenos, sin reacción, de a poco, acelera solo. Y corre como un demonio por esas vías, la cámara está ahí. Scott elije ir por ahí. Delante, detrás, de perfil, al ras del suelo, en medio de los rieles, sobre las vías, debajo de estas, en los pasos a nivel. El tren puede chocar de frente con otro repleto de dulces niños. Sí, ya sabemos que no choca. Pero, ¡por Dios que no choque! El montaje es frenético: los trenes, las vías, el desvío, los chicos. La tensión es imposible de contener, como si cada corte y cambio de plano impactara directamente en nuestro sistema nervioso central. En Imparable el pulso, el nervio, la tensión, el vértigo, el suspenso, están construidos mediante un montaje casi de choque, de oraciones cortas, veloces. Trabajando los opuestos al ritmo del convoy desbocado: los protagonistas entre ellos –hasta en su color de piel y condición social–; el héroe anónimo norteamericano (o al menos esa construcción social y mediática que se hace de él) contrapuesto con la burocracia empresarial inoperante; el tipo que se rompe un pie en el fragor del laburo frente al que decide el destino de miles mientras juega plácidamente al golf. Está claro de qué lado se para Scott a la hora de repartir los aplausos, y no está mal, el trazo no llega a ser grueso, aun cuando trastabilla (ver el absurdo final para comprobarlo, cuando la acción le cede el terreno a la sensiblería boba). Imparable no es nada más –ni nada menos– que la puesta en imagen del vértigo absoluto. De la tensión del minuto a minuto. Del uso del tiempo para generar suspenso mientras los segundos se desintegran con cada mojón. Como si la montaña rusa solo tuviera subidas y bajadas. Sí, el tren se detiene, ya lo sabíamos, pero mientras, ¡qué bien la pasamos!
Suspenso sobre Rieles. Tony Scott filma a ritmo de vertiginoso clip, fué director de varios éxitos y quizás su mejor ejemplo sea "Hombre en llamas", además aquí vuelve con su estrella favorita: Denzel W..Esta vez su cine prediseñado para entretener y enganchar al público va por rieles, la historia basada en sucesos veridicos en el año 2002, que aquí suma más adrenalina y se hace claro ejemplo de aquél setentoso cine catástrofe, presenta un largo tren que por error se suelta y queda sin control provocando incidentes, choques, y todo al límite de la posible catástrofe que intentan evitar sus protagonistas, que van en otra máquina para intentar parar a la descontrolada. Estos hacen buena dupla, y obvio cada personaje va con su propia historia personal: Denzel conflicto con hijas adolescentes y Chris Pine - el carilindo- enamorado y medio bajoneado porque su mujer lo ha abandonado. El thriller funciona indudablemente porque Scott sabe su oficio y la eficacia de este buen entretenido filme de suspenso radica en que la trama va tan rápida como la locomotora y sus vagones, así nunca tienen morosidad ni lentitud, verla en una sala es mejor claro. "Imparable" no da respiro, y asegura efectivisimo pasatiempo veraniego.
Dos a uno En enero se estrenaron muchas películas, justo en un mes en el que no tuve demasiadas oportunidades de ir al cine, por lo menos a ver estrenos. El trailer de Gulliver y la abrumadora mayoría de comentarios en contra me hicieron descartarla. Y lo mismo ocurrió con El turista, en este caso con el agregado del nombre del director (el mismo de La vida de los otros). Pero había varias películas que quería ver y sólo un día para verlas. Así que me armé un triple programa. Volví a ver Más allá de la vida, de Clint Eastwood, y fue otra vez un placer. Un placer ligeramente distinto. Cuando uno ve las películas por segunda vez, no hay tanta atención sobre el argumento y se suele observar más y mejor los detalles. Claro, hay películas que quedan secas luego de verlas una vez (o uno no sabe o no puede extraerles más). Pero la película de Eastwood (y del extraordinario guionista Peter Morgan, y de los extraordinarios actores) pone en juego mucho más que un argumento, y forma un entramado de elementos solidarios, puestos en secuencias de apariencia simple pero que evidencian una maestría y una seguridad en la escritura fílmica que están lejos de ser comunes en el cine contemporáneo. Es casi injusto destacar una secuencia por sobre otra, pero un director que puede narrar como narra el tsunami y esas clases de cocina es alguien en pleno manejo de su arte, alguien que domina diferentes tonos y las más mínimas implicancias de un gesto o una inflexión de la voz de sus dirigidos, es un maestro completo, es uno de los grandes. Vi Somewhere, de Sofia Coppola. Y sigo considerando que su única gran película hasta el momento es Perdidos en Tokio. Somewhere es una película negativa. No, me corrijo; no es negativa, es más bien nula. Las películas negativas no son así de lánguidas, displicentes, apáticas, apagadas. Las películas negativas tienen furia, rabia, pueden aspirar a la poesía. Million Dollar Baby de Eastwood es una película negativa, y Más allá de la vida una positiva, pero están lejos de ser nulas. Otro día quizás desarrolle esta idea, pero volvamos a la nulidad de Somewhere, que muestra los días que pasan en la vida de un actor de Hollywood, su hastío, su hastío, su hastío, su relación con su hija. Sofia insiste en hacer un cine opuesto al operístico y pasional de su padre. Lo malo de esto es cuando cree que eso implica vaciar sus películas de pasión y de gracia y entonces queda en la mera pose, como en este caso y en Maria Antonieta (su padre Francis, incluso en sus películas más pequeñas, como la injustamente olvidadas Jardines de piedra y Jack, se entregaba a las pasiones). En Somewhere Coppola despliega las rutinas de un muerto en vida (su padre lo hizo con la virulencia de su poética pasión en Drácula): un actor con poder, popularidad y dinero, un adolescente eterno, indolente, nulo. Pero el problema de la película no es su tema sino su forma (como siempre, el qué es el cómo): apenas unas viñetas en general estáticas que ilustran abundancia, languidez, hastío, aburrimiento, indolencia, lujo, y otra vez lo mismo en loop (de ahí, nos explica Sofia en la primera secuencia, esas vueltas estériles en coche). La presencia de la hija del actor aporta un poco de vida, pero su módica energía se diluye en este film plano, chato, que puede resultar desesperante porque consume, aniquila nuestro tiempo, lo evapora sin dejar sedimentos. No, Somewhere no es una película horrible. Es, otra vez, una película nula. Me la imagino con una duración de dos minutos, convertida en una buena secuencia de montaje sobre el hastío de este actor pajarón en una película mayor, en el sentido de más generosa y perdurable, como Sofia supo hacer en Perdidos en Tokio. El día iba uno a uno, y lo desempató a favor (muy a favor) Imparable de Tony Scott. Hay muchas películas de Scott que no me gustan: Hombre en llamas me parece espantosa, Juego de espías tediosa, su remake del Pelham 123 una tontería, y Deja Vu no me gusta tanto como a otros críticos. Pero Scott puede hacer grandes películas: pocas semanas atrás volví a ver Enemigo público y no sólo es el vibrante thriller político con grandes personajes que recordaba, sino además una reflexión muy entretenida y punzante sobre la sociedad de la vigilancia que se adelanta a su época (la película es de 1998 y parece describir los Estados Unidos pos 2001). Imparable es algo así como la corrección de Rescate del metro 123. Ahora no es un subte sino un tren. Un tren sin control, no un subte secuestrado por los villanos. Los villanos acá son más difusos (apenas algún jefe arrogante, amarrete, acomodaticio, con poco sentido de la dignidad y la aventura), o más bien inexistentes. Se trata de una aventura contra una máquina desbocada, una aventura sobre la tenacidad, una historia americana, estadounidense hasta la médula, que celebra algunos pilares de esa sociedad industriosa, en movimiento, y hasta exhibe algunas de sus contradicciones. Es, por otra parte, una película sobre el heroísmo de los trabajadores, a quienes ensalza mucho más –y con más energía, y con más músculo y con más variantes, y con mejor forma cinematográfica– que tantos documentales bienpensantes y limitados. Imparable es cine político. Y no a pesar de ser “un entretenimiento bien armado”. De hecho, aumenta su potencial político por pertenecer a ese gran cine narrativo y comunicativo que conoce la tradición y la hace estallar (los planos de Scott tienen poco de clásicos) para fortalecerla con inyecciones de adrenalina y contemporaneidad.
Basada en “un caso de la vida real”, Imparable narra un hecho heroico que llevaron a cabo dos maquinistas de la red ferroviaria estadounidense, y no mucho más que eso, porque si los hechos son recreados fielmente, no necesariamente tendrán aristas extra. Es el caso del último film de Tony Scott, que mantiene inalterable su nervio visual y narrativo, y con eso disimula el relativo atractivo argumental de la película, que quizás sólo daba para un buen telefilm. Pero la tensión generada por un tren sin control en línea directa a estrellarse contra un pueblo, compensa significativamente lo antedicho. Un maquinista desganado y negligente iniciará la arrolladora marcha de un convoy sin control ni tripulación, repleto de vagones con material inflamable; y dos conductores, uno veterano y otro novato -éste en su primer día de trabajo-, perseguirán la formación para intentar detenerla. Scott vuelve a establecer con Washington un tándem sólido, que ya había deparado films vibrantes como Hombre en llamas y Deja vu, y más allá de reparos, el film entretiene aún en las no muy relevantes referencias a las problemáticas personales de ambos. Porque también hay que decir que Imparable no presenta villanos ni protagonistas iluminados, tan sólo dos trabajadores de diferentes generaciones a los que un hecho fortuito unió para que este sea sólo un film de salvataje y no de cine catástrofe. En esa sencillez a veces reside el leve encanto de una historia de vida.
Un experto en cine de acción a toda marcha Tony Scott es un experto en cine de acción. Sus películas, desde la exitosa "Top Gun" hasta "Imparable", se caracterizan por tener un ritmo frenético, efectos visuales deslumbrantes y un relato vertiginoso. Y no es extraño que sea así, ya que se formó, y no reniega de ello, en la publicidad, donde lo más importante es la economía del tiempo y el alto impacto. Así son sus películas: un prodigio de montaje, edición de sonido y fotografía puesto al servicio de una historia. En "Imparable" se trata de un caso real y conmocionante: la desesperación que causó un tren fuera de control en el estado norteamericano de Ohio. La cámara inquieta de Scott, sumada al talento natural de Denzel Washington, bastan para que el relato cobre vibración y mantenga tensionada a la platea. Pero eso es todo, genera inquietud pero no emoción. Y esa es su debilidad.