El tiempo del deseo En el marco del 29 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se exhibió JAUJA de Lisandro Alonso como uno de los films dentro de la Competencia Internacional. Cabe recordarse que sólo tres películas argentinas compiten en esta sección: Jauja, La vida de Alguien de Ezequiel Acuña, y El perro Molina de José Celestino Campusano. Jauja, el nuevo film de Lisandro Alonso podría catalogarse como una road movie, pero sin road; ya que aquí el escenario patagónico es el gran protagonista indiscutido. Jauja comienza con un cartel que ocupa toda la pantalla, allí se explica la leyenda de Xauxa, una suerte de paraíso terrenal, una tierra mitológica caracterizada por la abundancia y la felicidad. Dicha tierra fue buscada por muchos, todos ellos se perdieron en el camino. De esta forma la película más ambiciosa de Lisandro Alonso se enmarca en una búsqueda. Ambiciosa porque por primera vez el realizador se arriesga a brindar una propuesta narrativa –pero manteniendo lo experimental que caracteriza su cine-, porque ya no se trabaja con no actores, sino con un elenco profesional encabezado por el carismático Viggo “Guido” Mortensen; Fabián Casas oficia de co guionista, y porque la producción es bastante más importante que en sus cuatro films anteriores. Alonso nos vuelve a situar en el sur de Argentina. En épocas de la Conquista del Desierto, Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen) un militar danés permanece allí para comandar la campaña, pero la rutina cambia cuando un día su hija quinceañera Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger) se fuga con el corto, uno de los soldados. A partir de esa fractura familiar, Dinesen emprenderá la búsqueda que lo internará aún más en esa tierra inhóspita, seca y fría que alberga trincheras y guerras contra indios, además de las matanzas desmedidas que el coronel Zuluaga ha causado. En este punto Jauja, como las otras películas de Alonso aborda el misterio de la familia, sobre esos lazos que nos unen a los que nos precedieron y los que nos continúan, aborda lo perdido, lo agobiante, y lo incómodo de estar en un lugar que no nos termina de pertenecer del todo -Alonso cuenta que se inspiró en el crimen de una crítica de cine amiga en el exterior para tomar este tema en la película, y dedica el film a la memoria de su amiga-. Más cercana a Liverpool y a Los Muertos, Jauja retoma la idea de encuentro frustrado, de reuniones que no ocurren como se planearon, y sobre todo de búsqueda. Así a partir de la primera media hora el eje del film cambia y se centra en el deseo del personaje de Mortensen,l deseo por encontrar a su hija pero también deseo por la verdad; por entender que pasa y saber cual es el mágico secreto que ese lugar salvaje oculta. Los dos tercios de película que continúan tienen persecuciones, cadáveres, sorpresa y sangre, pero aún así son más característicos y similares al estilo Alonso que ya conocemos: planos largos y silenciosos, estilo minimalista y contemplativo, y una fotografía que se aleja del protagonista, mientras la historia lo adentra cada vez más en lo mágico, lo metafísico e incluso en un cambio temporal. A poco de culminar el film brinda un momento que rememorará al gran Leonardo Favio en la maravillosa Nazareno Cruz y El lobo, incluyendo un clima de pseudo fávula; pero que además recuerda al clima del cine que Honor de Cavallería de Albert Serra –recordemos que Alonso realizó el corto Carta para Serra- nos presentó. Así como soldado o héroe condenado, la búsqueda de Mortensen por su hija será la búsqueda por ese otro universo del saber no sabido, que puede tanto encandilar como un buen sueño o angustiar como pesadilla vívida. Por Marianela Santillán
Jauja es una película festivalera, es decir, un film que deambula de festival en festival aspirando premios y donde el público realmente no importa. Para quien escribe estas palabras, ese tipo de cine es repudiable por (pretencioso y mal logrado) elitismo y esnobismo. Y en esta situación se agrava aún más porque Lisandro Alonso, el director, declaró que no le importa que la película no se entienda ni lo que quiso decir porque él disfrutó haciéndola. Y ahí está la cuestión y el mayor problema de Jauja: es inentendible y un bodrio de proporciones épicas. Si uno no lee la sinopsis ni si quiera tiene idea donde situarla en tiempo y espacio, amén del tercer acto donde ocurre un suceso que quiebra el eje y pasa de un género a otro (de época dramática a cine fantástico). El único motivo por el cual esta película se estrena es por Viggo Mortensen, por su carisma y confeso, apabullante y sincero amor hacia Argentina. Porque sino jamás de los jamases un film así podría tener cabida en la cartelera local. Para ser justos, también es verdad que hay un sector del público y de la crítica que disfruta este tipo de propuestas ya sea porque le encuentra un significado artístico dentro de una nube de humo o por querer pretender saber de cine o mejor dicho de cierto tipo de cine: un cine clasista. Ahora bien, en lo referente a los elementos cinematográficos del film solo se puede destacar la actuación de Mortenssen porque ante el peor rol de su carrera sale airoso. Luego es todo chato. La fotografía (planos, angulaciones y encuadres) están a la altura de un fotógrafo de cumpleaños de quince berreta donde ni siquiera se aprovecha el escenario natural porque se opaca adrede el color con una pretensión dramática que ni por milagro se alcanza. Amén de filmarla en 4:3 en lugar de 16:9. Totalmente inentendible, cuyo solo justificativo es querer llamar la atención por “distinto”. La música es tan inexistente como el guión: inconexo, arbitrario, delirante sin sentido y desalmado. Jauja es una de las peores películas que vi en mi vida donde tuve que hacer grandes esfuerzos para no dormirme ni levantarme de la butaca (algo que jamás haría porque es mi trabajo) cuya única explicación del por qué me topé con ella es su protagonista, a quien me hubiese gustado decirle (y aquí me hago cargo de mi cobardía porque lo tuve a centímetros) que no agarre cualquier papel solo por filmar y estrenar en Argentina. De todos modos, creo que él ya lo sabe.
La otra mirada El nuevo film de Lisandro Alonso arranca con un cartel que habla de la leyenda de Xauxa, una suerte de paraíso terrenal, un lugar mitológico que muchos han buscado desde tiempos inmemoriales. Y precisamente de una búsqueda trata la que es su película más ambiciosa (en todo sentido) hasta la fecha. Ambiciosa porque tiene un nivel de producción varias veces más importante que en sus film anteriores, porque cuenta con una estrella de relieve internacional como Viggo Mortensen como protagonista (además de coproductor y músico), porque incursiona -con muchas libertades, es cierto- en el cine de época (con la ayuda del coguionista Fabián Casas), y porque por primera vez apuesta por lo narrativo sin por ello despegarse por completo de lo experimental. El director de La libertad, Los muertos, Fantasma y Liverpool (película esta última con la que mantiene más de un punto en común) se traslada otra vez al Sur y, más precisamente, a los tiempos de la Conquista del Desierto (1882) para narrar las desventuras de un militar danés cuya hija adolescente se fuga con un soldado raso, petiso y criollo. En esa tierra inhóspita, en medio de trincheras y de la guerra contra el indio, el protagonista saldrá en busca de la joven quinceañera, mientras empieza a apreciar los estragos que ha causado en la región un legendario coronel llamado Zuluaga. Si bien en el film hay un poco de todo (tiroteos, secuestros, persecuciones, torturas, cadáveres, encuentros místicos y más), Alonso nunca abandona del todo el estilo minimalista y contemplativo de sus trabajos previos. Hay, sí, elementos de género más fuertes (desde el western hasta el melodrama), pero el director no cede a la tentación de recurrir a resoluciones y golpes de efecto propios de un cine más industrial. Puede que algunos vean a Jauja como la película más "convencional" de Alonso, pero no es mi caso. Es igual (o más) audaz que su obra anterior (con el riesgo adicional de estar hablada en buena parte en danés) y con una apuesta hasta metafísica y espiritual por demás arriesgada (con diferentes dimensiones y viajes temporales). Estamos ante un Alonso más maduro y más conciente de sus búsquedas y de las herramientas a su alcance, un realizador que apuesta al cambio sin traicionarse, que se plantea nuevos desafíos manteniéndose fiel y honesto a sus convicciones. En Jauja -que se presenta en dos formatos distintos según la sala de exhibición (el 4:3 más angosto y el 16:9 más panorámico) y en la que trabajó por primera vez con el notable fotógrafo finlandés Timo Salminen, habitual colaborador de Aki Kaurismäki- hay algo del cine del portugués Miguel Gomes (sobre todo de Tabú) de -por qué no- La película del rey, de Carlos Sorín; de la filmografía del catalán Albert Serra (especialmente a la hora de apropiarse, revisitar y reescribir a su gusto la Historia, ya que lo más lógico hubiese sido que los protagonistas fuesen ingleses y no daneses), pero también esa capacidad para conseguir climas hipnóticos, oníricos y fascinantes. Un director que no busca la poesía de manera premeditada, presuntuosa ni artifical, pero cuya extraña sensibilidad hace que sus imágenes posean una carga lírica y una belleza infrecuentes en el cine contemporáneo. Hay otra mirada y es para celebrar.
Aventuras en el desierto pampeano Jauja (2014) es la película más locuaz, narrativa y teatral de Lisandro Alonso. Esa es sólo una observación. El cambio de paradigma se debe probablemente a la presencia de Viggo Mortensen, quien imbuye un poco de “star power” a la co-producción argentino-danesa-francesa-mexicana-norteamericana-alemana-brasilera-holandesa. Este es el quinto largometraje de Lisandro Alonso. Sus películas destierran a sus protagonistas a destinos recónditos, donde el entorno les envuelve y les consume en silencio. Tenemos al hachero Misael en el bosque pampeano en La libertad (2001), y al ex convicto Vargas en los pantanos selváticos de Corrientes en Los muertos (2004). Ambos se reúnen en Fantasma (2006) para ir al cine. En Liverpool (2008), el marinero Farrel se adentra en la tundra helada de Ushuaia. Ahora tenemos Jauja, en la que el Capitán Dinesen (Mortensen) se aventura en el desierto pampeano a la búsqueda de su hija desaparecida (Viilbjørk Malling Agger), quien se despide diciendo “el desierto me envuelve y me penetra”. Es la primera vez que Alonso ancla la historia no sólo en un espacio específico sino en un tiempo (y contexto histórico) particular: el año es 1882, y Dinesen es parte de la funesta Conquista del Desierto. Así que tenemos a un protagonista claramente definido cuyas acciones son guiadas por una motivación de frente – de ahí la inusual “narratividad” de la cinta. Dinesen cabalga desierto adentro buscando a su hija. No sólo se ha fugado con un soldado del destacamento, sino que peligra de encontrarse con los “cabezas de coco” o con un tal desertor llamado Zuloaga, una figura kurtziana que el guión nunca desarrolla del todo. En el camino abundan los cadáveres y los extraños y los cadáveres de los extraños. El trabajo de cámara es familiar –extensos planos secuencia que exceden el drama o la “utilidad” de la escena, encuadres estáticos sin ningún tipo de movimiento de cámara y una fotografía preciosa que presenta la sublime inmensidad de la naturaleza y el patetismo del hombre perdido en ella. Los personajes visten con intensos colores primarios que le dan un virado surreal a las escenas. La película nos remite a “westerns ácidos” de culto como El topo (1970), en los que el desierto es un escenario absurdo poblado por locura. No hay demasiadas peripecias, sólo mucho cabalgar, caminar y observar de lejos mientras el tiempo se cristaliza en las imágenes. El final de la película convierte el viaje de Dinesen en una especie de peregrinaje del que mucho no se entiende, sobre todo a luz del extraño epílogo de la película. ¿Alguien vio Simón del desierto (1965), de Luis Buñuel? Ténganla en cuenta. Jauja es y no es la típica película de Lisandro Alonso. Estéticamente, es la sucesión lógica de sus películas previas. Ideológicamente hay algo más esta vez. Estilísticamente también, aunque nos encontramos con la presencia de Mortensen, ostensiblemente el primer actor profesional en agraciar el cine de Alonso. Ideológicamente hay algo más, aunque el enigma parece estar diseñado principalmente para confundir.
El desierto se traga todo. Hasta las palabras. En algún momento de lo que parece ser la segunda mitad del siglo XIX, en algún lugar de la Patagonia argentina, está el capitán Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen). Oriundo de Dinamarca, busca en estos pagos lo que le da nombre a esta película: Jauja, “una tierra mitológica de abundancia y felicidad”. A Gunnar se lo nota importante. Tiene autoridad pero no se anima a agarrar un revolver. No está solo. Lo acompaña Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger), su hija de dieciséis años. Se tienen el uno al otro en el desierto pero ella se enamora de un joven peón y escapan a caballo. Gunnar los sigue y ahí comienza la verdadera búsqueda de este personaje. Una búsqueda que lo pone a prueba cada vez que puede, en donde la soledad, el hambre, la sed y el cansancio hacen que la capa de la realidad sea cada vez más fina. Lisandro Alonso (La Libertad, 2001; Los Muertos, 2004; Fantasma, 2006; Liverpool, 2008) es el director de Jauja (2014). No es como los demás directores. Pone al paisaje a dialogar con el personaje. El entorno, el contexto que el personaje habita, es otro personaje. La mirada de Alonso tampoco es como la de los demás directores. Cada plano cuenta una historia en sí. Cada plano es una obra de arte. La composición del cuadro, sumada al uso obsesivo de la colorimetría y las distintas paletas, combinadas con una iluminación perfecta, hacen de Jauja la obra de alguien que sabe lo que hace. Por momentos, esos planos (esas obras) recuerdan a algunas composiciones de Martin Scorsese en Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002), no sólo por las formas (en un intento de imitar a la pintura) sino por el vestuario, que es real. Los personajes no visten ropas exageradas. Es sutil. Con planos secuencia pero con la cámara casi fija, Alonso cuenta esta historia simple. Muestra al hombre y a su entorno, y lo hace de forma hermosa. Una historia sin tiempo ni lugar, que puede ocurrir en el siglo XIX o en el XXI. Lo mismo da.
Jauja de Lisandro Alonso abrió el festival de Mar Del Plata en lo que era una de las proyecciones más esperadas de este año, y seguramente una de las candidatas fijas a ganar. ¿Pero le alcanza con ser candidata? ¿Le alcanza con tener a Viggo Mortensen como actor principal? Belleza Natural Técnicamente hablando, Jauja es BELLISIMA, no hay punto medio. La elección de iluminación, vestuario, encuadre (en un aspecto de 1:1, o sea cuadrado) dotan de una belleza singular a la película. La Patagonia cobra colores pocas veces vistos. Esta es la primera decisión valiente de Lisandro Alonso, en todo lo que respecta a la técnica y lo que se ve en pantalla,realmente IMPECABLE. Lo mismo pasa con el diseño sonoro, la ausencia casi constante de música, para darle entrada en diversos momentos específicos, ayuda a la experiencia realmente inmersiva de Jauja. Viggo y cía. Actoralmente la película también se destaca, obviamente Viggo hace lo suyo de manera brillante dándole vida a un agrimensor danés adelantado, de la época de la conquista del desierto (o al menos eso parece). Habría que preguntarle a Viggo cuantos idiomas habla, ya que en esta película habla danés y un español forzado que le sale muy bien. Ya sabemos que habla un perfecto porteño. El resto del elenco acompaña de manera acorde, y hacen de cada personaje un polo opuesto en la frontera del desierto, en ese lugar tan inhóspito de la historia Argentina. Viggo, lleva adelante el 70% de la película, mayormente, en silencio. Tengamos en cuenta que el guión tan solo tiene 20 paginas, por lo cual sabemos de movida, que se habla poco, pero el que habla es el viento, la lluvia, los ruidos del campo y del desierto, que es por excelencia un personaje de extremada importancia y relevancia en esta historia. Panamericana y colectora La historia es simple, la hija de Gunnar Dinesen de 14 o 15 años, se escapa con un soldadito al medio del campo. Sobre toda la historia sobrevuela la figura de un gran general renegado, Zuluaga, quien se unió a los cabeza de cocos, o indios o salvajes, no queda demasiado claro tampoco, y está bien que así sea. Ante semejante peligro, Gunnar, se embarcara solo, hacia el corazón del desierto a rescatar a su hija. Les pisara los talones, y sin spoilear demasiado todo irá de manera medianamente normal hasta que Alonso pegue el volantazo y agarre por colectora. Recuerdo estar mirando una escena, en la cual Viggo escalaba un pequeño cerro y el ángulo de la cámara no dejaba ver el otro lado del cerro. Recuerdo haber pensado, de manera fantasiosa, “que loco si del otro lado hubiera una nave espacial”. Así de loco, así de incoherente. No pasaron ni dos minutos, para darme cuenta que mi loca idea, había pegado en el palo. Bajo ningún punto de vista puedo ni quiero contar como Alonso agarra colectora. Solo puedo decir que es su segunda decisión cojonuda. La cual dividirá las aguas, y lograra amor u odio, según el caso. Argumento solido/blando La película desde su factura técnica, como dije, es excelente, lo que va a dividir aguas es su propuesta argumental. O sea, lo que se cuenta, el modo del que se cuenta, y como se cierra la historia. Es allí donde radica el verdadero meollo de la cuestión, donde realmente el espectador es desafiado, y cacheteado, obligado a salir de la modorra para tomar partido. Jauja, es una película que obliga a tomar partido. Conclusión Jauja es hasta el tercer acto una película impecable, y a partir de allí una película inclasificable. Pero bajo ningún punto de vista quiero decir mala. Considero que Jauja es de visión obligada, para que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones. Jauja merece ser vista y disfrutada en el cine, más allá de lo que cada uno piense de su historia o su argumento. Los invito a verla, y a recordar volver a esta opinión, para comentarme que les pareció, y sobre todo que fue lo que entendieron.
El desierto rojo Los aportes de Fabián Casas en el guión y de Viggo Mortensen como su espléndido protagonista no hacen sino potenciar el universo creativo de Lisandro Alonso, que entrega su mejor film. En el comienzo, a la manera del cine mudo, un cartel cuyo tono parece referir a algún cuento de Borges, habla de Jauja como una tierra mitológica, un paraíso terrenal, en el cual aquellos hombres que se atreven a buscarlo se pierden en el camino. De ese destino incierto no podrá escapar el Capitán Dinesen (Viggo Mortensen), un agrimensor danés de paso por esas tierras extrañas, que se asemejan mucho a la Patagonia en tiempos de la Conquista del Desierto. Será allí, en esa inmensidad sin brújula, donde los raídos militares hablan abiertamente de exterminar a los indios y se menta el carácter legendario de Zuluaga, un oficial “más rápido que el viento”, donde Dinesen perderá a su hija primero y también, inexorablemente, se extraviará a sí mismo después.A continuación de una obra tan sólida como exigente, hecha de films extraordinarios como La libertad, Los muertos, Fantasma y Liverpool, pero cada vez más cerrados sobre sí mismos, parecía difícil para el director Lisandro Alonso abrirse hacia otros horizontes. Lo singular de Jauja, su quinto largometraje, es que Alonso logró salir de su laberinto sin dejar jamás de ser fiel a sí mismo. Por primera vez en su cine, Alonso no hace un film ambientado en un puro tiempo presente. De la misma manera, Jauja es la primera de sus películas en la que trabaja no sólo con actores profesionales sino con una estrella de la dimensión de Viggo Mortensen. Y es la primera vez también que escribe un guión en colaboración, en este caso con el poeta y novelista Fabián Casas. Todas estas novedades, sin embargo, no hacen sino potenciar al máximo su universo creativo, que sigue siendo intransferiblemente propio y que lo confirma como uno de los pocos, auténticos autores del cine argentino.Como los protagonistas anteriores de la obra de Alonso, el Capitán Dinesen es un hombre parco y solitario. Su única, obsesiva preocupación es su hija adolescente, Ingeborg, a quien ha arrastrado con él a esas tierras vírgenes. Enceguecedoramente rubia en un mundo pardo, Ingeborg despierta el deseo de un lascivo teniente, pero será un joven recluta quien una madrugada se fugue con ella a caballo en dirección al desierto, allí donde acecha no sólo la amenaza de los indios, sino también la del mentado Zuluaga, de quien llegan las historias más descabelladas. Y tras el rastro de su hija irá entonces Dinesen, que cambia su ropa de civil por las de militar, como quien finalmente asume que deberá reemplazar los científicos instrumentos de medición por las armas, los modales de la civilización por la violencia atávica de la barbarie.Plena de ecos y reverberaciones de todo tipo, es francamente notable cómo Jauja incorpora todas esas voces –que provienen tanto del cine como de la literatura– de manera tan orgánica. Siempre en un poderoso fuera de campo, ese Zuluaga a quien nunca se llega a ver parece haber enloquecido como el Coronel Kurtz de Apocalypse Now: lo último que se sabe de ese militar intachable es que estaría comandando una tribu de indios “cabeza de coco” (la libertad con que el guión maneja nombres y apodos es fascinante). Y que lo haría vestido con ropas de mujer... A su vez, la hija de Dinesen recuerda un poco a la del Aguirre de Herzog; aunque más modesta, no deja de ser menos alucinada: “Me encanta el desierto, la forma que tiene de entrar en mí”, dice del paisaje como si despertara sus fantasías eróticas, mientras en unas manchas de nacimiento que tiene su amante en la espalda cree ver una estrella y luego toda una constelación. El extrañamiento que se va apoderando paulatinamente del relato remite más a la afiebrada novela La liebre, de César Aira, que a Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla, aunque un personaje del film (encarnado por Esteban Bigliardi) parece ligeramente inspirado en el dandismo del legendario militar y escritor argentino. Ese progresivo extrañamiento será clave hacia la segunda mitad del film, cuando ya enajenado el capitán Dinesen parezca ingresar a otra dimensión espacio-temporal. El límpido cielo patagónico –fotografiado en 35mm por finlandés Timo Salminen, operador habitual de Aki Kaurismäki, en el antiguo formato 4:3 de los viejos westerns– de pronto se oscurece y se vuelve escandinavo. Lo mismo que la lengua, cuando el dificultoso castellano del protagonista deja paso a su idioma natal, el danés. Es como si el mismo universo anterior de Alonso siguiera estando allí (los hombres taciturnos, los grandes espacios abiertos, la naturaleza áspera, los perros, las armas), pero reorganizado de manera distinta, propalado por el guión de Casas hacia una zona que trasciende el realismo crudo para ubicarse en un plano poético, metafísico.Algo similar sucede con el aporte de Mortensen. El gran actor de Peter Jackson y David Cronenberg se suma aquí como coproductor e incluso como autor de los brevísimos pero significativos momentos donde el film se permite incorporar música. Pero es su presencia primero –a pie, oteando el horizonte con un catalejo; a caballo, como en una película de John Ford– y luego su mirada, plena de ternura y de dudas, de determinación y desesperación, lo que le suma al cine de Alonso aquello que un actor no profesional ya no podía darle: la hondura y la complejidad que hacen de Jauja su mejor película. 9-JAUJA Argentina/EE.UU./México/Holanda/Francia, 2014.Dirección: Lisandro Alonso.Guión: Fabián Casas y Lisandro Alonso.Fotografía: Timo Salminen.Música: Viggo Mortensen.Duración: 108 minutos.Intérpretes: Viggo Mortensen, Ghita Norby, Viilbjork Malling, Esteban Bigliardi, Diego Román, Adrián Fondari.
Elocuente belleza en un southern con el sello de Alonso Ninguna de las cuatro películas anteriores de Lisandro Alonso (La libertad, Los muertos, Fantasma y Liverpool) contaba con actores famosos. De hecho, el director utilizaba actores no profesionales. Hasta que llegó Jauja -que, a pesar de sus pocos diálogos, tiene más que todos sus otros films sumados-, protagonizada por Viggo Mortensen y con Ghita Nørby en un pequeño pero relevante papel. Los autores, los directores convencidos de su propio cine (o aquellos que convierten sus dudas en fructíferas respuestas a la pregunta de cómo filmar) mantienen su identidad por más estrella internacional que convoquen. Mortensen potencia el cine de Alonso no solamente con una actuación de notable elocuencia, sino que además -por su presencia magnética, su fotogenia natural- se integra a la perfección a los encuadres refulgentes, claros, memorables del cine del realizador. Alonso tiene como eje de su cine a un hombre en un paisaje solitario incluso en su película "urbana", Fantasma: el paisaje del Teatro San Martín y la sala Lugones estaban casi vacíos (y el cine puede ser en muchas ocasiones una conexión solitaria). Desde el afuera -como sea ese "afuera" del cine- entramos en Jauja, que nos recibe con un formato de imagen "académico" (cercano al cuadrado y con los bordes redondeados del cine primitivo). Allí se narra una historia patagónica de fines del siglo XIX: un danés, su hija de quince años, algunos escasos militares, la violencia desde y hacia los indios y algún personaje que se menta, se mitifica. Alonso hace un western en la Patagonia, un southern, con un personaje danés. Un western que intercala tradiciones y modernidades -de Más corazón que odio de John Ford al existencialismo de Monte Hellman-, pero que nunca deja de ser una película convencida y convincente de Alonso. Y esto implica una deuda con su cine posterior al deslumbramiento y la libertad de La libertad, con planos que parecen detenerse y escenas que no se cierran hasta que queda excesivamente claro que son del director. Pero también, y sobre todo porque es lo que permanece en la memoria, Jauja es una película de enorme belleza que se rarifica hasta llegar a un final deslumbrante, osado, conectivo. Y que se resuelve y define -o mejor dicho se redefine o se indefine- con un tercio final en el que Alonso suma diálogos, una voz que permanece, una música que no proviene de ninguna fuente sonora del relato, una intensidad dramática nueva y movimiento en una dirección narrativa. Y logra integrar eso en su cine de imágenes alucinantes (el director de fotografía es el finlandés Timo Salminen), de especial y fluido contacto con la naturaleza. Los elementos nuevos potencian la base conocida: Jauja es nueva para Alonso y a la vez es fiel a su cine de belleza inconfundible. Hay futuro en y desde el movimiento. ¡Mortensen al rescate! La función para prensa de Jauja quedará en la memoria de muchos gracias a la falta de subtítulos en castellano para sus diálogos en danés. En las dos primeras conversaciones en ese idioma entre Mortensen y Agger, el contexto ayudaba a comprenderlas. Eso hizo que muchos pensaran que la ausencia de traducción era una decisión de Alonso hasta los minutos finales de la película, imposibles de comprender como fueron proyectados. Quedó claro que no era la elección de nadie cuando tras un crucial y extenso diálogo se cortó la película, se prendieron las luces y -mágicamente- apareció Viggo Mortensen en persona disculpándose porque "así no se entiende un carajo". Se resolvió volver a proyectar la secuencia y seguir hasta el final, ahora con los subtítulos.
Con aires de filme clásico Hay una historia, hay un mito y un contexto en Jauja, y también la posibilidad de interpretar libremente estos factores. La última película de Lisandro Alonso (La libertad, Fantasma, Liverpool, Los muertos) nace de una trágica anécdota personal con la que el director, acompañado en el guión por Fabián Casas, dispara preguntas universales e inevitables con respuestas abiertas y extraordinarias que poco importa cerrar. Y para ello cuenta con Viggo Mortensen, que aquí hace de un capitán danés llegado a la Patagonia con su bella hija Ingebord. ¿Será esto cierto? Están aquí, en el siglo XIX, en tiempos de la Conquista del Desierto tal vez, porque eso es sólo un anclaje vago, rodeados de soldados libidinosos, sublimando la leyenda de Xauxa, uno de los tantos paraísos que la humanidad persigue desde el origen de los tiempos. Pero el mundo es inhóspito a veces, y lo es más frente a la tragedia y el terror de la pérdida. La hija del capitán puede amar este lugar, su padre no. Y ella huye con un soldado raso y petiso. Y él sale a buscarla. Si la historia hasta aquí era paisaje y personajes implantados en esa inmensidad, ahora nace el relato, y el miedo a perder, una sensación que Mortensen transmite a flor de piel, como ya hemos visto en La carretera. El Capitán Dinesen, llegó del siglo XIX, viste uniforme, habla su idioma, y un español atravesado. Son presencias implantadas la de él y su hija. Y el cuento es pura atmósfera, una película que se siente y entiende más allá de la lógica, y tiene lógica. “Un western existencial argentino-danés” ha definido Mortensen. Un viaje al paisaje, al sonido del desamparo y a un tiempo remoto que podría ser pasado, presente o futuro. Un padre que pierde a su hija en un “país de mierda”. Es el primer filme del director Alonso con actores profesionales. Y todo aquí está profesionalmente justificado. La transportadora fotografía del finés Timo Salminen, fetiche de Aki Kurismaki, el sonido táctil de Catriel Vildosola, y un relato sugerente peloteado con Casas. La búsqueda de sentido a lo que vemos es natural, pero importa menos la respuesta que la propia búsqueda. Hay juegos de nombres, de diálogos, de paisajes llevados a la pantalla en un viejo 4:3. Tiene aire de cine clásico Jauja. Y hay situaciones del más allá, sobrenaturales, pero otras siendo horizontes tangibles son igualmente enigmáticas. Como el famoso baile organizado por el Ministro de Guerra, al que todos quieren ir. Y preguntas nacidas de la desesperación de un padre buscando a su hija, o nacidas de un sueño tal vez.
Perdidos en un inmenso desierto La película dirigida por Lisandro Alonso, uno de los directores más personales del cine, se presenta como un film hasta ahora único en especie y con pocas posibilidades de ser encasillado. Una forma de desafiar a la historia. Como los relatos legendarios que invocan un pasado histórico, Jauja se inicia con un cartel que alude a un edén, pero de estas tierras y deseado por seres humanos. Las escenas siguientes describen al contexto, el de la Conquista del Desierto, fines del siglo XIX, junto a una geografía seca y ventosa, de extensos paisajes sin nada más que rocas, cactus y algún ocasional oasis. Los personajes, por su parte, se entrevén en medio de ese ambiente, estupendamente iluminado por Timo Salminen, DF recurrente en el cine del danés Aki Kaurismäki. Pero hay pistas y cercanías de esas criaturas en convivencia con el entorno: Gunnar Dinesen (Mortensen), militar de origen danés, su hija, un soldado criollo de ley y otros pocos militares perdidos en ese hábitat tosco y agreste. Figuras recortadas en un paisaje que dialogan sobre su lugar de pertenencia, el exterminio y odio de la guerra, la necesidad de que de una vez se termine la masacre. Pero el soldado raso y criollo huye con la hija del danés y desde allí el militar europeo comenzará un largo peregrinaje donde el misterio se anexa con una naturaleza protectora, pero que también puede llevarle a tener una serie de alucinaciones desde donde surgirán otros personajes y animales que alimentan la confusión y la búsqueda del personaje central. Lisandro Alonso, uno de los directores más personales del cine argentino, extiende sus obsesiones de antaño llevándolas a una combinación de western, melodrama y tragedia sin perder un ápice de su poética minimalista, refractaria a cualquier subrayado que destiña su corta pero potente obra hasta hoy. Si en sus dos films iniciales –La libertad y Los muertos–, en la transición espacial de tono asfixiante que se recreaba en Fantasma, y en el viaje interior y exterior del personaje de Liverpool, los tiempos muertos conformaban la génesis y el desarrollo de cada historia, en Jauja, la búsqueda del padre por su hija remite a las raíces del neo-western revisionista de los '60 y '70, en especial, a los films de Monte Hellman. Sin embargo, además de las influencias que se observan en Jauja, que hasta llegan a una relectura en sus minutos finales del Juan Moreira de Favio, al momento en que Gunnar se encuentra con una anciana (una especie de guía arropada con el saber del Diablo), la película de Lisandro Alonso tiene el destino de un film único en especie, complejo de encasillar en una estructura de relato determinado. Como los grandes relatos épicos del cine argentino, el caso de Jauja tal vez sea el primero en desafiar a que la historia, siempre explicada desde el realismo, también puede ser pura ensoñación y tragedia familiar. Nada más y menos que eso.
El “payo” Viggo Mortensen, perdido en la pampa Esta película empieza con una didascalia sobre la leyenda de Jauja, mítico lugar americano de vida regalada para sus habitantes. No viene al caso, ya que el personaje principal ni lo busca ni lo encuentra. Lo que él quiere es encontrar a su hija rubia y quinceañera, que se escapó con un criollito atorrante. En verdad, la didascalia más honrada pudo haber sido "Lasciate ogni speranza, voi che entrate". Consejo válido para el personaje, pero también para los espectadores. La acción se desarrolla en la costa de Lobería e interior de La Pampa y Santa Cruz, y parece ambientarse hacia 1876, a juzgar por la zanja que están haciendo unos peones contra los indios (la Conquista del Desierto fue recién después de la Zanja de Alsina). Pero eso sólo está para confundir a quien busque algún anclaje preciso. También es la mayor escena de masas que veremos en toda la película: hay como 7 u 8 peones. Del resto, apenas la chica se manda mudar, el padre se desliga de otros dos tipos que actúan pésimo y transita solita su alma por todo el desierto. Sin baqueano, sin caballo de recambio, nada. Para colmo es extranjero en estas tierras. Es un capitán danés, que evidentemente vino solo para amargarse la vida. Hay por ahí un tal Zuloaga de mala fama (parece que se juntó con unos indios travestidos), que va matando a los extras y robando la utilería, seguramente para que la película se termine de una vez. Cuando menos se espera, aparece la veterana Ghita Nørby, y luego reaparece la nena Viilbjørk Malling Agger, con vestuario más cómodo, digamos. Esa reaparición impone toda una reinterpretación de lo que venimos viendo, y tal vez sea lo mejor del cuento, que acaso se vuelve circular, o quizás haya que repensarlo de atrás para adelante. "Si ves la película de atrás para adelante aparece Ricardo Darín", bromeó el coguionista Fabián Casas cuando se hizo la presentación en Mar del Plata. Pero también en eso, lasciate ogni speranza. En suma, Viggo Mortensen se habrá divertido imitando el acento de su padre y comiendo asado de cordero por esos campos, y Lisandro Alonso, director de minorías, logró su película más "masiva": sale en 16 salas, cuando su obra anterior sólo se vio en la Lugones. Eso sí, la fotografía es muy linda, tipo "color by technicolor" de los westerns de los 50, hecha por el finlandés Timo Salminen, y tiene cierto poder hipnótico. Según la sala, puede verse en pantalla ancha o, más curioso, en pantalla cuadrada con bordes redondeados, tipo postal de antes.
Un pasaje en el desierto En el año 1882 el ingeniero danés Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen) llega a la patagonia junto con su hija Ingeborg (Viilbjork Malling) para trabajar en la campaña del desierto. Allí ambos se encuentran en un mundo totalmente diferente, un ambiente hostil, tanto por el clima desértico, como por lo difícil de la convivencia entre los militares; más aun cuando Ingeborg, la única mujer en el campamento, comienza a despertar el interés de algunos de ellos. Finalmente, una noche Ingeborg huye con un soldado, y su padre ante la desesperación de no encontrarla se calza el uniforme y sale armado a buscarla. En el camino encontrará de todo: muertos, violencia, indios desesperados, hasta que quedará a pie y perdido buscando a su hija. Narrada con muchas imágenes y pocas palabras, con luces ficticias en un clima natural -lo que provoca una atmósfera onírica que será la que abra el camino para lo que vendrá después-; el filme de época desaparece para darle lugar a un sueño, a una extraña reflexión existencial sobre el tiempo, sobre el lugar, sobre ese mundo que cerca o lejos siempre va a estar ahí, y el tiempo como una constante en la que siempre importan las mismas cosas, como por ejemplo la relación entre padre e hija. La película comienza como un filme histórico, con una minuciosa y minimalista reconstrucción de época, en el enorme desierto son los objetos los que nos ubican en la época; la ropa, los elementos que usan los agrimensores, las armas. La película pretende luego ir más allá de eso y se torna en un relato existencial sobre el tiempo y nuestra situación en el mundo, y es al dar ese volantazo que pierde el rumbo, y nos perdemos también nosotros como espectadores, porque el ritmo en el que está narrada no puede sostener semejante cambio, y termina convirtiéndose en una historia pretenciosa que no alcanza ni la categoría de western o filme de época, ni la de uno reflexivo o artístico. La fotografía merece un capitulo aparte, la forma en que retrata la patagonia, que de por sí es hermosa, aunque el desierto no sea su cara más conocida ni más turística, pero la erosión de las rocas y los estragos del viento cerca de la costa resultaron ser el escenario ideal para una historia despojada, que por momentos no parece tener ni pies ni cabeza, pero que si algo logra es un clima extraño e interesante, donde Viggo Mortensen realiza una gran actuación.
Es la quinta película de uno de los realizadores más personales de nuestro país, y esta vez, a pesar del gran despliegue de presupuesto y una estrella como Viggo Mortenssen, no renuncia a su estilo. Logra en esta búsqueda desesperada de su hija, por un militar danés en el medio de la conquista del desierto, mezclar el lirismo, lo onírico, con masacres, cadáveres, trincheras y misterio.
La nueva película del realizador de La Libertad (2001) tiene a una estrella internacional de Hollywood (pero comprometida enormemente con el cine independiente) como Viggo Mortensen en su rol protagonista, pero se aleja de todo tipo de convencionalismos y mantiene el mismo ritmo (o algunos detractores, sin estar tan equivocados, dirán "falta de") y mirada cansina, a veces contemplativa y a veces meramente caprichosa. Así es el cine de Lisandro Alonso: desprejuiciado y no apto para todo público. Es cierto que la paciencia es la virtud del realizador, capaz de sostener planos mayormente estáticos por varios minutos y sin corte, y deberá serla también del espectador que quiera disfrutar de esta película. ¿Qué hace de Jauja entonces una obra distinta e interesante en la filmografía de su director? Por un lado, aún con sus múltiples silencios, posee más diálogos que toda su anterior obra sumada, y por el otro -y más importante- se ve increíblemente bien. Los paisajes fotografiados por el danés Timo Salminen son de una preciosidad atípica para el cine nacional, y sin duda forman parte de la columna vertebral de la película. La otra parte la aporta Viggo Mortensen, experto en laconismos y actuaciones apagadas pero de profundidad innegable, interpretando a un danés varado en lo que, suponemos, es algo así como una Conquista del Desierto en nuestras sangrantes tierras en algún momento repletas de pueblos originarios. Esos pueblos, aquí reducidos al peyorativo nombre de "cabezas de coco" representan una amenaza para el hombre moderno que busca aniquilarlos sin ninguna piedad, y por eso una campaña militar asoma como excusa para esta épica minimalista con ecos de Fitzcarraldo, pero con volúmen al menos 20 decibeles más bajo. La música que asoma hacia el final de la película también es obra de Mortensen y merece un reconocimiento aparte. Jauja comienza con una introducción atípicamente narrativa para el cine de Alonso, luego se vuelca al minimalismo absoluto (y es allí donde se extiende, aún si consciente de ello, realmente demasiado), aborda tramos de western, y concluye con una resolución casi surrealista, metafórica, que devuelve el interés a lo que está sucediendo en pantalla. No comprende al espectador ajeno a este tipo de películas ni busca que éste, tampoco, se integre al relato. Alonso hace un cine que divide las aguas pero que, así como le sucede a mejores realizadores del mismo estilo (Jim Jarmusch, por ejemplo) se repite y regodea demasiado en caprichos (el formato académico no aporta demasiado al relato) e injustificados tiempos muertos. Presentada como apertura oficial del 29 Festival de Mar del Plata, la película contó con la explicación en vivo de su actor principal, quien la definió como un "western existencialista argentino-danés". Posiblemente no haya mejor descripción para la película.
La tarea imposible Es de noche. En el plano, un cielo estrellado costea la figura del coronel Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen), tirado en el suelo rocoso del desierto. El militar trae un soldado de juguete en la mano y dice en danés algo así como "mi niña". Recorrió kilómetros a pie, está cansado y perdido, pero no renuncia a la búsqueda. Se duerme, aunque no deja de apretar con el puño al soldadito. Tal vez sueñe con la niña perdida. Esta escena dice todo sobre Jauja y se fija en la memoria por su magnetismo pictórico y su fuerza interpretativa -¡qué enorme actor es Mortensen!, vale la pena decirlo así, con énfasis, por si alguien sigue sin percatarse-. No es necesario contar el cuento. No hace falta decir que transcurre en la Patagonia -aunque fue filmada en Dinamarca-, en los tiempos de exterminio de los pueblos originarios por parte de varios gobiernos locales, entre ellos el de Julio Roca, y aludido en los libros de historia como la Conquista del desierto -aquí se cuelan referencias a la civilización y barbarie sarmientina-. Allí, donde el desierto se come todo, como dice otro personaje, el aristócrata, el afrancesado de la clase dominante (Esteban Bigliardi), vive el coronel con su hija Ingebord (Viilbjørk Malling Agger, esa niña rubia, con rasgos parecidos a algunos personajes de Carl Dreyer, como la bruja joven de Dies Irae), momentáneamente y por trabajo, para explotar las tierras conquistadas. En el campamento conviven con un teniente, un soldado y un peón. Ingebord, única mujer en la zona, despierta el deseo de unos y otros, pero también a causa del deseo, el propio, en este caso, se escapa del padre. Todo este relato nunca es relevante, porque la película de Lisandro Alonso -como sus trabajos previos- va por otro lado: el rango y la autoridad de la imagen. Los planos largos y fijos, como registros de la temporalidad, los poquísimos personajes que entran y salen de sus bordes, mientras hacen sus tareas ordinarias. En Jauja los actores despliegan sus acciones sin interrupción, sin el corte; el proceso de la actuación está a la vista. Además, los paneos lentos muestran a ese otro personaje, el desierto, que amerita ser escrito con mayúscula: Desierto. Tan salvaje, al que se enfrentan todos -excepto los nativos, únicos que parecen acertar sus modos-, pero sobre todo Dinesen, confundido y fuera de zona. No es posible domesticar esta naturaleza. Siempre imponente, se escapa al control de los hombres, así que no queda más que resistir, como en la selva de los cuentos de Quiroga. Hay algo más del cine de Dreyer en Jauja, que no se vincula precisamente por el ritmo de alguna de sus películas, como Ordet o Dies Irae, que manejan una temporalidad parecida, en cierta forma. Remite mejor a una metafísica: a una fuerza oculta, misteriosa y extraña, un orden mítico, una instancia que queda por fuera del entendimiento racional. En la película el desierto está dotado de este carácter. La brujería y lo milagroso aluden a este concepto en el cine del danés. La naturaleza, en cambio, es la que toma este lugar en el trabajo del argentino. Todos los planos que componen la película son planos-cuadros. Pura plástica de la imagen. No porque evoquen una obra concreta. Ni siquiera porque constituyan, como dice Pascal Bonitzer, una pausa en la imagen, en su movimiento contínuo, sino porque se brindan a la mirada del modo en que lo hacen las pinturas. Las pinturas callan, opina el crítico de los Cahiers du cinéma, legitiman un comentario interminable, habilitan una lectura conjetural y permiten replanteos infinitos. Del mismo modo, abierta a las interpretaciones más exploratorias, Jauja, como mensaje, como sistema de signos de naturaleza comunicativa, no pide ser descifrado en sentidos estrictos, sino que se alimenta en la ambigüedad y la indeterminación, tan propia del arte.
La fascinación del desconcierto ¿Pero hay algún placer más poderoso que el de sentirse perdido en un filme? Tal es el gesto de la poesía en el cine. (Jean Claude Biette) jauja uno El desconcierto que genera Jauja, la última película del joven y talentoso director argentino Lisandro Alonso, no puede menos que relacionarse con la poesía. Además, el desconcierto en el cine es un sentimiento maravilloso, y eso es lo que se percibe en esta obra desde su primera imagen con padre e hija, encuadrados perfectamente, en un paisaje desértico inconmensurable. Son ellos los que abren el film porque los caminos visuales y narrativos se irán concentrando en ellos. Si hay un signo presente en la película es la búsqueda, y en este caso es doble. Desde el punto de vista argumental, la historia se centra en el desesperado periplo que un capitán danés realiza para encontrar a su hija, quien se ha fugado con un soldado, impulsada por el deseo. El marco es el Siglo XIX, en el sur argentino, aunque algunas líneas de diálogo puedan tener resonancias en el presente. La racionalidad europea y colonizadora de este hombre se ve desafiada por el misterio que encierra esa naturaleza abierta y las historias que la pueblan. Con el devenir de la narración, los personajes del inicio desaparecen y estamos en un tramo increíble de la película, donde la sensibilidad de Alonso nos sumerge en el cuadro de la pantalla como testigos de esa lucha desesperada. Aquí se hace efectiva la otra búsqueda, la estética, la del director, buscando el plano justo, la iluminación adecuada, para agregar alguna que otra sorpresa que nos conduce nuevamente al resbaladizo terreno del desconcierto. Dos cosas sí parecen certeras: Alonso demuestra una vez más su talento sin fisuras y Viggo Mortensen es un verdadero animal cinematográfico.
Odisea del desierto Lisandro Alonso es un cineasta muy prestigioso, su filmografía ha participado del Festival de Cannes y ha recorrido el mundo de los festivales logrando premios y elogios. Cuenta con el beneplácito de la crítica de esos festivales y de parte del público que concurre a ellos. Su cine es inusual, diferente a casi todo lo que se hace en Argentina, aunque la comparación con el resto del cine argentino es arbitraria, poco importa en qué lugar del mundo él haga su cine. Con todo el respeto que me despierta dicha originalidad y también atento a la admiración que le profesan colegas y festivales, hay que decir que Jauja es, por lejos, el peor film de la carrera de Lisandro Alonso. No es que se trata del menos logrado, sino que directamente la experiencia de verlo se vuelve apenas tolerable. La morosidad de su obra previa tenía encanto y sentido, en particular en La libertad, claramente su mejor película. La aparición de un posible género cinematográfico (un western patagónico), una historia fuerte y una estrella de cine, hacían pensar que Alonso iba a dar un gran paso en Jauja. La buena noticia es que se mantiene coherente y fiel a su cine contemplativo, la mala noticia es que todo es forzado, impostado, lejos del encanto mencionado. Si de prejuicios se trata, tenía la ilusión de que la película fuera extraordinaria, llena de ideas, apasionante. Me equivoqué, claro está. A pesar de la fotogenia absoluta de Viggo Mortensen y su capacidad para adaptarse a casi cualquier película, y a pesar de momentos de embriagadora belleza, con el correr de los minutos se van destruyendo ambas cosas. No conforme con estos planos eternos y carentes de todo el interés que poseían los films anteriores del director, la película decide lanzarse a un clímax de una teatralidad absoluta. Se hunde en una escena tan bergmaniana como fallida, un cliché de pseudo cine arte, un retroceso de cincuenta años en la historia del mal cine moderno. Alonso no ha perdido el ojo para crear bellas imágenes aunque compararlo con algunos de los maestros de la historia del cine es un poco excesivo. El único cineasta que me viene a la memoria de forma justificable es Stanley Kubrick y no por buenos motivos. Parafraseando a Andrew Sarris cuando hablaba de 2001: Odisea del espacio, se podría decir que el final críptico de de Jauja califica como un “Instant Bergman”. La libertad, Los muertos, Fantasma y Liverpool fueron películas marginales, casi sin exhibición, Jauja será el primer encuentro entre el cine del director y un público más masivo. No parece que Alonso esté interesado en ser popular, ni que serlo significa hacer un mejor cine. Pero Alonso no es Kiarostami, no es apasionante en cada plano, no es complejo y, finalmente, tampoco es comprensible. El aburrimiento es un elemento subjetivo, pero a decir verdad me cuesta creer que haya mérito real en una película tan pero tan aburrida. Sé que hay colegas a los cuales el aburrimiento no les parece algo negativo, sinceramente me resulta insólito que alguien piense eso. Sí, Jauja es diferente, pero con eso solo no alcanza.
El nuevo film de Lisandro Alonso es la mejor película argentina del año. Aclaramos –porque es menester hacerlo– que no se trata de un film “fácil”, que obliga a su público a un ejercicio de contemplación e imaginación, incluso si es un western rodado en la Patagonia. Un hombre –impresionante Viggo Mortensen–, danés perdido en el Sur argentino, sale en busca de su hija adolescente, que ha huido con un soldado. Se enfrenta al paisaje desértico y laberíntico, a hombres crueles, a asesinos, a la aventura pura. Alonso crea momentos de una belleza absoluta, donde en un solo plano –cuadrado, como en el cine más antiguo y noble– se manifiestan el suspenso y el horror (ver al hombre, asustado y solo, ver cómo al final del plano se comete un asesinato). No desdeña el humor (cierta frase del personaje al resbalar por unas piedras, cierta mano entrando al cuadro subrepticiamente) ni el giro borgeano hacia lo fantástico, incluso, en un epílogo notable y misterioso, al cuento de hadas. Pero todo esto requiere la participación del espectador. El film recompensa con una belleza plástica única en el cine, no solo argentino. Por momentos, las imágenes se parecen a los lienzos de Cándido López; por momentos, a los mejores momentos de John Ford. Alonso tiene todo el cine en su cabeza y lo utiliza con soltura, sin conceder a ningún tipo de demagogia. Un ovni, una rareza: “Jauja” es casi una obra maestra.
TARDA MUCHO Todo es largo, y demorado. “Jauja” es un punto culminante en la carrera de un cineasta que ha hecho de los planos largos y la paciencia narrativa su razón de ser. Es un cine afectado, con mucha parsimonia y silencio, con algo de alarde y algo de desafío. Nos cuenta las andanzas de un capitán danés que vino a estos pagos con su hija quinceañera. Cuando ella se escapa con un peón, el padre dedicará su vida a buscarla y buscarse. El capitán encontrará en la persecución las imágenes y desvelos de un dolor y una pérdida que vuelven del pasado. Y entre lo que ve y lo que imagina, el filme tarda mucho: si vemos un jinete a 500 metros, la cámara lo esperará sin impacientarse y después que pasa lo seguirá hasta que se pierda al trote tras el horizonte. En la aburrida estadía y en el viaje del capitán, habrá menciones a indios malcriados, soldados despiadados y sueños de un progreso incierto sobre esas lejanías. Lento, austero, exageradamente alargado, con diálogos retóricos y algunas actuaciones que dan pena, Alonso ha explicado las coordenadas de una obra muy bien recibida por la crítica: “Y en ese ritmo aletargado (…) uno no espera tanta acción. Empieza de a poco a transformarse en otra cosa; en algo más introspectivo, algo más inconsciente, algo que no puedo definir porque no sé bien qué es”.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Otra dimensión Estamos en una tierra mitológica, primitiva, grandiosa. El Capitán Dinesen y su bella hija Ingeborg acaban de desembarcar. Las imágenes son literalmente espléndidas: el formato cuadrado sin esquinas abre la ventana a un mundo fantástico. La película pierde superficie y gana profundidad. La magistral secuencia de apertura instala la evidencia panteísta de una porción del paraíso. Alonso se reinventa y avanza sobre un paisaje límite sin renunciar a nada. Jauja transmite una placentera ausencia de certezas, un deseo de aventura, el encanto de un nuevo viaje sensorial por la naturaleza salvaje. En su primera parte, la película entabla un interesante diálogo con el teatro mediante extraños sainetes. En una suerte de cine de estudio a cielo abierto, Dinesen conversa con su hija. Algunos personajes cobran vida a la orilla de una playa. La sorprendente luz expresionista evidencia los artificios del cine. Ingeborg se enamora de un joven que forma parte del pequeño grupo de su padre. Una mañana, el capitán se despierta solo. Entonces Alonso agrega un segundo movimiento: la persecución. Dinesen se lanza a la búsqueda desesperada de los amantes. La teatralidad estática del inicio deja lugar a una proyección de los cuerpos en espacios de probada materialidad. Las trayectorias hacia los confines del mundo, donde se funden el espacio y el tiempo, son acompañadas por cautivantes panorámicas. El relato es novedoso pero la forma del cine de Alonso permanece inalterable. Una trayectoria geográfica y un propósito: remontar un río, un curso, una pendiente. El capitán Dinesen se disuelve en el espacio. Su hija desaparece en el paisaje. Lo real y lo imaginario son dos caras del mismo mundo. Una perfecta simbiosis entre lo verdadero y lo legendario, entre la historia y el sueño. Viggo Mortensen luce magnífico y perfectamente integrado al genial universo de Lisandro Alonso. La configuración inusual del cineasta encuentra la manera de registrar al actor en un marco salvaje de interminables profundidades. El resultado es tan bello como enigmático. La irrupción del presente nos transporta hacia otra dimensión en la que las vivencias y los sueños se funden con la poética interior del cineasta. El último plano deja una puerta abierta, un horizonte infinito, un epílogo misterioso: la imaginación como esencia del cine.
El sonido y la furia Realizada y promocionada por un intenso trabajo en equipo entre Viggo Mortensen (actor y productor), Lisandro Alonso (director y guionista) y Fabián Casas (coguionista), premiada en la sección Un certain regard de Cannes y recibida con entusiasmo en el Festival de Cine de Mar del Plata, la única privada de Jauja tuvo un insólito condimento, a tono con su odisea artística. Sucedió hacia el último cuarto de película, cuando una larga conversación en danés sin subtítulos dio a pensar que era otra estrategia provocadora de Alonso. Y de golpe, la proyección se cortó. Mientras todos creían que a Lisandro la veta experimental se le había ido de las manos, apareció Mortensen, disculpándose por la ausencia de subtítulos (“no entendieron un carajo”, dijo) y proponiendo una nueva proyección desde aquella escena. “Igual, no van a entender nada”, acotó. O habrá querido decir: “Igual (los subtítulos), no aportan nada”. Ciertamente, desde el primer fotograma, donde el colono Gunnar Dinesen (Mortensen) abraza a su hija, protegidos de la inclemencia patagónica (con un encuadre cuadrado, que remite a diapositivas e Instagram pero también a un daguerrotipo), Jauja es una película 98 por ciento visual. Como El Dorado, Jauja es un mito aborigen sobre un paraíso terrenal y los guionistas aunaron esa búsqueda con la Conquista del Desierto. Gunnar viaja junto a un grupo de soldados pero una noche pierde a su hija y deberá emprender otro tipo de búsqueda. La fotografía de Timo Salminen, habitué de Aki Kaurismaki, se regodea en el contraste del cielo con los ocres del suelo rocoso y Casas aporta situaciones surrealistas que no necesitan explicación. Hay algo del western transfigurado de El topo, un naturalismo salvaje digno de Turner y música ambiental compuesta por Viggo y el guitarrista Buckethead para coronar la estética minimalista, pletórica de murmullos, de Alonso. La película es un logro en todo sentido; para Casas, como narrador, es ver plasmadas sus ideas en celuloide; para Alonso significa el reconocimiento definitivo. Y para Mortensen, es el regocijo de haber filmado su película más arriesgada en el país donde alguna vez vivió. Como si nunca se hubiera ido.
Un desierto de incertidumbres. Todos los países del mundo han tenido etapas revolucionarias, han atravesado guerras, conquistas, luchas por la tierra, masacres, invasiones y demás factores que hacen a la historia mundial. Algunos más civilizados, otros menos; ha habido divisiones, así como también uniones. Infinitas etnias han evolucionado a través de los años, y eso se debe a quienes primero se animaron a proponer el cambio, peleando por conseguirlo. Claro que no todas esas movidas masivas han sido necesariamente justas, porque las desigualdades entre unos y otros, han generado lamentables desenlaces. La nueva película de Lisandro Alonso, nos ubica en el Sur de Argentina durante la famosa Campaña del Desierto, bajo contexto de una leyenda, la cual cuenta que ‘Jauja’ es una mítica tierra prometida, de prosperidad y felicidad, a la que muchos exploradores han sucumbido. Viggo Mortensen es un capitán danés llamado Gunnar Dinesen, que ha viajado hasta la Patagonia junto a su hija de tan sólo 15 años, en busca de algo indefinido. Gloria, respeto, reconocimiento, riqueza… Tantas cosas pueden haber mendigado los conquistadores, que es imposible ubicarlos dentro de un grupo específico. Es en el medio de la nada misma donde se desarrolla el conflicto de esta trama “western”. Oficiales, peones, paisanos y coroneles de nuestro suelo, aceptan la venida de un extranjero que en teoría colaborará, siendo un buen aporte a los fines de la misión. Pero, el choque de culturas es inevitable ya que, como cualquier padre, el oriundo de Dinamarca está preocupado por el bienestar de su primogénita. Sin embargo, ella acepta las condiciones del lugar, y no está de acuerdo en regresar lo antes posible como desea Gunnar. Es en ese escenario que la niña transita sus primeros pasos como mujer, y se aventura a alejarse de la única persona que habla su mismo idioma, para experimentar algo nuevo junto a un joven esclavo de los soldados. 3986_600 La acción comienza a partir de la desesperada búsqueda que inicia el protagonista, por lo cual todo lo demás pasa a segundo plano. Ahora es él contra la adversidad. Adversidad que incluye peligros tales como los indígenas, a quienes se los llama “los cabeza de coco”. Montado en su fiel caballo, el capitán danés recorre caminos inciertos, día y noche, sumido en una angustia por buscar respuestas que jamás encontrará. De repente el relato da un vuelco, y lo que parecía ser una película al pie del cañón, se transforma en un relato muy filosófico que le busca el sentido a la existencia del ser humano. Jauja es un film que se puede interpretar desde muchísimas facetas. Sumidos en cierta fantasía, cada cual le encontrará un significado distinto a un guión en el que elementos como por ejemplo, los perros, cobran un significado crucial. Qué es verdad o qué es mentira, si es todo parte de un sueño hiperrealista o de un mundo paralelo que ya se vivió, es parte del libre albedrío, gracias a que son muy pocos los personajes involucrados que físicamente o no, participan de esta suerte de legado ancestral. Hay que escuchar muy atentamente a esa persona que nos habla dentro de nosotros, como una ‘Pachamama’ latente, y que nos muestra cuáles son los nexos a hilar.
Comienza con actores nacionales y extranjeros involucrados en una especie de aquietado western patagónico a fines del Siglo XIX, casi como el Guerreros y cautivas de Cozarinsky. Cierto envaramiento y la dudosa convicción de los intérpretes argentinos hacen que el misterio tarde en adueñarse del film, hasta que la búsqueda que emprende el protagonista (un capitán danés encarnado por Viggo Mortensen) la dispara hacia un terreno fantasmagórico, hacia otra dimensión quizás. Terminada en formato de cuadro pequeño, con secuencias de una belleza lírica desacostumbrada en el cine actual (todos los planos en los que aparece la bella hija del capitán alcanzan singular fulgor), Jauja no deja de ser, sin embargo, algo antojadiza.
Hay muchas películas argentinas cuya influencia ha generado corrientes enteras de sucesores. PIZZA, BIRRA, FASO y MUNDO GRUA fueron para muchos el puntapié inicial a un retorno de cierto modelo neorrealista que se mantuvo como matriz del Nuevo Cine Argentino durante mucho tiempo. LA CIENAGA, de Lucrecia Martel, dio pie a incontables películas de conflictos en pueblos y ciudades de provincia (y a montones de piletas de natación también) y es seguramente responsable que en la Argentina haya casi tantas cineastas mujeres como hombres. Pero casi ninguna fue tan influyente como LA LIBERTAD, de Lisandro Alonso, que no solo desató un fenómeno de imitadores en la Argentina sino en buena parte del mundo cinematográfico. jauja3Es cierto que Alonso no inventó nada allí que no existiera. El hecho es que logró una síntesis entre minimalismo estético/narrativo y maximalismo temático como pocas veces se había dado. Era una película que con casi nada parecía hablar de casi todo. Era volver al principio de las cosas para ir hasta el final: ¿qué otra cosa se podía filmar si todo parecía estar allí, en esos pocos planos de un hombre hachando árboles? Lo cierto es que muchos se lanzaron a hallar en sus propios filmes ese trazo de magia que parecía en algún punto accesible a cualquiera con un ojo inquieto y una cámara. Muchos trataron. Muy pocos llegaron. Sin embargo, con sus pequeñas y sutiles diferencias, uno puede pensar que la película clave de la filmografía de Alonso es la siguiente: LOS MUERTOS. Allí sigue estando la misma búsqueda estética y similar intención de trascendencia temática aportada a través del título. Pero allí donde LA LIBERTAD parecía hablar de un todo casi cósmico (el hombre, la naturaleza, la libertad), LOS MUERTOS crea con unos pocos trazos un hombre y una historia. Es la primera película en la que Alonso se hace cargo de una historia y esa historia es la misma que sigue contando hasta ahora. Con la excepción de FANTASMA –película tan esquiva y oculta como su título, una que requerirá seguramente una revisión y análisis–, Alonso ha seguido explorando la idea de la fractura familiar, la desaparición del concepto de unidad entre padres e hijos y el intento muchas veces vano por recuperarlo. LIVERPOOL era otra versión, geográficamente desplazada, del tema de LOS MUERTOS: la búsqueda de un reencuentro familiar que depara sorpresas, en el que la mezcla generacional (abuelos, padres, hijos) aparece en forma sorpresiva, y en el que la reunión nunca se produce de la manera pensada o soñada. Jauja_Lisandro_AlonsoLa diferencia de LIVERPOOL con respecto a las anteriores películas está en un detalle que parece menor pero que en el cine de Alonso no lo es: los títulos de las películas. Allí arranca a titular sus películas con palabras más o menos enigmáticas que pueden no “resolverse” en la trama. Si antes los títulos expandían la noción temática de los filmes haciendo que la interpretación se viera atada a unos sentidos y no a otros, a partir de LIVERPOOL los títulos de las películas de Alonso no solo no explican nada sino que se vuelven una parte bastante indescifrable de la trama. Todo esto nos lleva a JAUJA, en muchos sentidos la película que marcaría una nueva etapa en la carrera del realizador. Los motivos son obvios: hay un coguionista escritor (Fabián Casas), tiene muchos más diálogos que todas las películas previas de Alonso juntas, tiene actores, una estrella internacional como Viggo Mortensen, está hablada en dos idiomas, filmada en parte en Dinamarca, tiene un director de fotografía finlandés (el de las películas de Aki Kaurismaki, Timo Salminen) y es, de algún modo, una película de época (o de épocas). Tiene, además, una trama compleja, misteriosa y hasta inasible que supera en episodios –otra vez– a todas las películas previas del director. Y sin embargo JAUJA es una película cuyos lazos con la filmografía previa de Alonso están en primer plano. No sólo en la manera en la que se acerca a cuestiones visuales y narrativas sino en sus búsquedas temáticas. Es, también, como las otras, una película sobre el misterio de la familia, sobre esos lazos que nos unen a los que nos precedieron y los que nos continúan, y también sobre lo irrecuperable de esos lazos, acaso perdidos para siempre. jauja2Con el título más inexpugnable de todos los de su carrera –“Jauja” o “Xauxa”, el “país de la leche y la miel” de la tradición inca o, como reza el cartel que abre el filme, “la tierra mitológica llena de abundancia y felicidad”, “el paraíso terrenal”–, la película se centra en lo que parece ser una versión libre de la Conquista del Desierto, en la que un grupo de soldados encabezados por un danés (Mortensen) deben enfrentar a una tribu indígena, conocida como los “Cabeza de Coco”. Pero el eje central aparece luego de un tiempo de transcurrido el relato, cuando la hija adolescente del danés –que curiosamente está allí con él– huye con uno de los soldados de la misión y él parte a su búsqueda solo, a caballo, internándose en territorios inexplorados y salvajes. La primera media hora es, acaso, la más extraña en la carrera de Alonso, con una puesta en escena que recuerda bastante a películas de Albert Serra como HONOR DE CAVALLERIA o la reciente HISTORIA DE MI MUERTE: diálogos entre estilizados y casuales de una serie de personajes que, junto al padre e hija daneses, están en ese desolado paraje preparándose para combatir con los indígenas. La fuga y la búsqueda serán el centro de la segunda parte del filme, acaso la que más se parece a las anteriores películas de Alonso, con sus largos y silenciosos planos del viaje de un hombre de un lugar hacia otro tratando de recuperar eso que perdió. La tercera parte (y la aún más sorprendente coda) es, sin dudas, algo novedoso y llamativo en el cine de Alonso: un encuentro con una suerte de misterio existencial, allí donde lo humano se vuelve inasible y la lógica de los acontecimientos entra en un plano, si se quiere, metafísico. jaujaEse misterio existencial que en LA LIBERTAD estaba expresado solo a partir del manejo del tiempo y del uso de la luz, en JAUJA está puesto en los hechos, ligeramente indescifrables, una zona que el cineasta no había explorado antes y que me hizo acordar tanto a David Lynch como a un director clave en la cinematografía nacional: Leonardo Favio. En cierto modo, JAUJA arranca de una manera similar a JUAN MOREIRA –épica de gauchos del siglo XIX, de conquistas, de peleas políticas– y sobre el final se vuelve NAZARENO CRUZ Y EL LOBO, incluyendo un posible Averno y algo de fábula de Caperucitas y de Brujas. JAUJA puede ser leída, también, como una reflexión sobre el arte de contar historias y las vidas de las personas que inventamos en nuestras ficciones. Es una película que transpira Borges por todos sus poros: su universo, sus temas y las ideas presentes en muchos de sus textos se reflejan en el devenir narrativo y en los ejes temáticos del filme. Hay algo eminentemente “borgeano” en las peripecias de su condenado héroe, en sus encuentros con los límites de su propio mundo y en las puertas –las aguas, los espejos, las sombras– que lo comunican con ese otro lugar en el que él mismo y su desventura están siendo soñados. O lo serán…
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Crítica emitida por radio.
Habrá quién se desconcierte con una película en la que prácticamente no hay actores y contradictoriamente es una película de actuaciones, en la que el espacio estan amplio como el paisaje de La Pampa, sen la que e habla parte danés, parte español, parte francés y en la que la historia gira en torno a algo tan universal como la búsqueda de una hija por un padre. Como si el tema de “la cautiva” se corresponda naturalmente con ese “desierto” cuyo límite es una zanja en construcción y el enemigo un soldado mítico que se lo ha visto cabalgando vestido de mujer, Jauja que viene de estar seleccionada nada menos que en Cannes, tuvo su primera pasada en la competencia internacional de Mar del Plata 2014 y el jueves próximo se estrena en Buenos Aires. Mencionado como un territorio antiguo, “tierra mitológica llena de abundancia y felicidad”, Jauja se presenta desde el primer momento con forma de verde pradera donde conviven lobos marinos, perros, sonidos de gallinas y gallos, al costado el mar, alguna pequeña laguna, donde hay algunos pocos hombres vestidos como si fueran soldados del ejército argentino de fin de siglo XIX en la conquista del desierto. Una única mujer, joven rubia de 15 años, codiciada por unos, amada por otros y su padre, un comandante danés explorador nómade. que se verá en medio de ese comandante lascivo, un administrador que suele hablar francés, una próxima fiesta organizada por el Ministro de Guerra. Le alcanzan a Alonso un pequeño campamento, unos pocos hombres, dos caballos y un perro para contar esta historia que en buena parte construye su universo paralelo, propio del relato oral, en un siempre presente desierto pampeano que expulsa a los que no quieren ser atrapados y retiene a los que se enamoran de él. La cautiva, mujer blanca, arrebatada por el indio gira en el cine de Alonso hacia lugares e interpretaciones nuevas,miradas desde el presente hacia el pasado, pero tambien hacia el futuro. Dos momentos para grabar en la memoria: la única intervención musical sobre un plano nocturno y el cielo estrellado en uno de los planos más bellos que ha dado el cine argentino en los últimos tiempos, y la escena de la mujer de la cueva junto a un pequeño manantial. Cine para interpretar, con marcado acento en el poder de actuaciones gestuales y cargadas de materialidad, como las de Viggo Mortensen, productor y músico en la pelicula, curiosamente en la primer pelicula en la que Lisandro Alonso se sale del trabajo con actores no profesionales, y el espacio que se lo devora todo.
“It’s a story of love, death and how to keep on living”, says celebrated Argentine filmmaker Lisandro Alonso about Jauja, his new film, an international co-production that won the FIPRESCI award at Cannes and recently opened the international competition of the Mar del Plata Film Festival. To Vigo Mortensen, the star of the film, also a producer and creator of the musical score, Jauja is no less than “an Argentine-Danish existential Western.” The truth is that Jauja can be many things to many people, all of them somewhat ungraspable and hard to summarize. Which in this case is a good thing. In fact, Alonso has done it again — and with uncanny mastery: he’s created an entire universe of his own that’s mesmerizing and surreal at once, yet also earthly and concrete — as contradictory as that may sound. Although this time Alonso does have “a story” to tell, which wasn’t the case with, say, La Libertad or Los muertos, which are strictly observational and anthropological, the truth still remains that the story/stories told in the director’s new opus often feel like passageways to immerse the viewer into the modes of representation from the so-called primitive cinema, as well as to establish a very lively dialogue with other aesthetics and narratives. This is film not so much for the intellect, but for the realm of the senses. Set in the times of the Desert Campaign in the Patagonia, Jauja tells the story of a Danish engineer (Viggo Mortensen), his teenage daughter (Danish actress Ghita Nørby) and a handful of soldiers who travel to an uncertain destination as they face unforeseen hardships which include shoot-outs, dead bodies, hallucinations and spectres. Driven by desire and love (or the other way around), the engineer’s daughter flees the scene with a soldier, metaphorically destroying her father’s spirit. Sooner rather than later, he sets on a frantic search to recover the person he loves the most. From then on, new universes are to be unveiled. Strikingly shot in vivid, luminous colours that might turn dark and ominous in a blink, edited at the most leisured pace you can imagine, and permeated by a dreamlike atmosphere that makes you wonder what’s real and what’s not (does it matter anyway?), Jauja is a most unusual period piece that defies the notions of genre crossbreeding just like it expands the meaning of auteur cinema. And yes, it’s as contemplative as Alonso’s previous features, although it different ways. And the more you contemplate, the better you’ll see the wide panorama unfolding in all its richness. Jauja will be commercially released tomorrow in Buenos Aires. Production notes Jauja (Coprod., 2014). Directed by Lisandro Alonso. Written by Lisandro Alonso and Fabián Casas. Stars: Viggo Mortensen, Viilbjork Malling, Esteban Bigliardi, Ghita Nørby. Music by Viggo Mortensen. Produced by Viggo Mortensen. Running time: 108 minutes.
Lisandro Alonso vuelve a deleitarnos con una propuesta que invita al espectador a ser participe de un relato lleno de sensaciones, con poco interés narrativo, pero con un gran poder en aquellas situaciones sensoriales propias del cine clásico.
El caso de Lisandro Alonso es único. Su filmografía cuenta (por ahora) con cinco películas, y en su totalidad fueron presentadas en el Festival de Cannes. Es decir, que es un realizador argentino que tiene una efectividad absoluta: película que estrena, película que pasa por La Croisette. Fue el caso de “La libertad” en 2001, “Los muertos” en 2004, “Fantasma” en 2006, “Liverpool” en 2008 y este año fue el turno de “Jauja”. Y justamente “Jauja” es su primera con varios cambios que la diferencian de sus otras cuatro predecesoras. En primer lugar, la cabeza de elenco es Viggo Mortensen, un actor que tiene un perfil muy ecléctico, ya que puede protagonizar un tanque como “El señor de los anillos” (2001), y actuar en producciones con ambiciones más pequeñas. Otra sustancial novedad es que Alonso comparte con Fabián Casas la autoría del guión, cuando antes él mismo se encargaba de la escritura. Y por último, el presupuesto de “Jauja” es mucho mayor comparado al resto de sus películas. La primera conclusión que surge es que estas innovaciones han potenciado el cine de Alonso. “Jauja” amplía su universo creativo renovando búsquedas estéticas y narrativas. En su primera parte abundan planos fijos como si fueran momentos de espera, de transición, para lo que vendrá. Alonso juega a extenderlos, coquetea con suspensiones temporales y con sus habituales “tiempos muertos”. Es que tiempo y espacio son la clave de acceso a “Jauja”. Una realización sobre trayectorias donde los personajes emprenden viajes para enfrentar su destino. Cuando muchos comparan las películas anteriores de Alonso con “Jauja” dicen que ésta resulta ser la más narrativa de todas. Esta afirmación es una verdad a medias. Aunque en ella hay un conflicto más evidente, convengamos que tanto en “La libertad” como en “Los muertos”, “Fantasma” o en “Liverpool” hay líneas narrativas latentes. Obviamente, más finas, más contemplativas. Suele decirse por ahí que los grandes autores de la historia del cine hacen siempre la misma película. Esto suena un poco despectivo para cualquier director de cine al confundir marcas autorales con repetición de fórmulas. Sin embargo, si a esta frase (hecha) la aplicáramos al cine de Alonso deberíamos refutarla inmediatamente. “Jauja” es el ejemplo más contestatario. En conclusión, la mirada de Alonso sigue siendo audaz y alejada de cualquier tipo de convención. Su estilo lo convierte en uno de los cineastas más significativos de la actualidad. Claro, no es fácil el acercamiento. A veces lo radical es sectario. Puede que “Jauja”, ese lugar de abundancia y felicidad que se lee al inicio de la película, sea el resumen del cine de éste autor, ese espacio a donde todos quieren llegar pero que pocos pueden acceder.
El instinto de ficción Un western patagónico, otra película de Lisandro Alonso sobre la soledad masculina, una fantasía metafísica o simplemente una película fantástica, Jauja, desde su primera exhibición en Cannes, es un objeto cinematográfico susceptible de interpretaciones disímiles. Situado en el siglo XIX, en alguna región austral de Argentina y en plena Campaña del Desierto, el relato empieza con una peculiar conversación entre el capitán danés Gunnar Dinesen y su hija adolescente Ingeborg. El tratamiento formal sorprenderá: al ingeniero militar que interpreta Viggo Mortensen se lo verá de espaldas y el registro se mantendrá así durante toda la conversación. El encuadre es heterodoxo, no menos que la luz antinaturalista de la escena, la cual deja narrativamente en claro el vínculo filial y la intensificación de este en un contexto extranjero. En los primeros minutos, Alonso presenta a (casi) todos sus personajes y los contextualiza en un paisaje histórico tan reconocible como difuso. Están los soldados, los criollos, los terratenientes, los extranjeros y los indios; ellos habitan el desierto, mientras se intuye la lenta construcción de una nación. Con esta descripción, se podría esperar una evolución narrativa en torno a las tensiones sociales de la época, retomando una lógica política antagónica representada por el choque entre lo civilizatorio y lo bárbaro, lógica que ha signado la representación de este período. Si bien habrá algún que otro enfrentamiento entre los actores de aquel tiempo y un par de muertos, el interés de Alonso es el de siempre: un hombre se abismará en su soledad hasta perderse, aquí llevado por la búsqueda de su hija que, sin avisar, se escapó con un criollo. Pero no todo es lo que parece. Cuando ya todo esté perdido, al escalar una montaña el capitán danés se cruzará con un misterioso perro. La profundidad de campo elegida para la escena acentúa la distancia y la sorpresa del encuentro: el animal y el hombre se miran, y el primero conducirá al segundo a una jurisdicción recóndita, de donde tal vez surgen todos los relatos posibles. Lo que viene después trastocará la representación y enviará la película al universo de lo fantástico. Si bien un diálogo desafortunado de Jauja habilita una lectura metafísica de sus giros narrativos, la película también legitima otra vía más fecunda, a propósito de un personaje que tendrá una aparición inesperada, el cual formulará una pregunta que articula la totalidad de los planos: "¿Qué es aquello que hace que la vida continúe, que siga adelante?" El filme es en sí la respuesta directa, pues la triple puesta en abismo que se pone en juego en Jauja apunta a mirar respetuosamente cara a cara el instinto de ficción. Justamente, cuando el mundo mineral parece tragarse al capitán y condenarlo al silencio perpetuo, en el momento en que la piedra vence a la palabra, se invoca la ficción, esa acción simbólica que conjura el hastío y mueve a nuestra especie hacia delante.
Un film que remite a las leyendas, tradiciones y relatos. odo comienza con una introducción, explicando que: en la antigüedad Jauja se identificó con la prosperidad y fabulosas riquezas del Perú descriptas por Pizarro sobre un país imaginario lleno de abundancia y donde todo el mundo podía vivir sin trabajar. Narra los momentos que vive Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen) un hombre solo, viudo y que desconoce el idioma y las costumbres de una tierra casi virgen en la Patagonia Argentina, situada en la época de la Conquista del Desierto, con un reducido grupo de soldados que tienen un destino incierto. Él es padre de Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger) una bella adolescente cuyo cabello es color oro, que no conoce bien el idioma de la zona, tiene sueños y está expuesta a la violencia del deseo. Una madrugada esta joven decide huir con un soldado, siente ciertas necesidades que allí no encuentra, y cuando Dinesen descubre esto como cualquier padre se desespera, la busca en las proximidades de la carpa del campamento y con una gran consternación sale a buscarla en medio de la nada. Va resultando un atrapante viaje por el desierto, dentro de la hostilidad del lugar se encuentra en medio de la nada y esta solo él con su alma. Sus únicos testigos son: el terreno, el cielo y el caballo, en su travesía se tropieza con distintos personajes, también vamos a poder ver: muerte, robos, sangre y violencia. La desolación se encuentra en todas partes y hasta le roban su caballo, rifle y sombrero lo cual lo obliga a seguir a pie, con su cabeza descubierta y soportando las distintas situaciones climáticas. Entre tantas complicaciones lo comienza a acompañar un perro, la sed lo agobia y su mascota lo lleva ver a una anciana que vive en una cueva. Existen secuencias prolongadas donde al protagonista se lo ve exhausto, triste, melancólico y tiene un tono poético, escenas en las cuales el espectador deberá descubrir que hay de real, de fantasía, sueños y logrará despertar cierta curiosidad, donde uno le puede llegar a ir dando a este relato distintas interpretaciones, pensar y analizar ¿Quién es esa mujer anciana? ¿El perro es real? El film tuvo su première mundial en mayo de este año en Cannes donde ganó el Premio Fipresci de la crítica internacional y que el fin de semana pasado abrió la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata. La película fue armada por Mortensen, Alonso y Casas en el guión, y notamos algunos toque surrealistas. Se encuentra protagonizada por el actor norteamericano Viggo Mortensen quien fue nominado al Oscar por su impecable trabajo en el filme de David Cronenberg “Promesas del Este”, además acá es uno de sus productores y el creador de la música. Pero esta película dejó una anécdota que merece ser contada. Durante la proyección para la prensa ingresó a la sala de golpe el actor diciendo “Hola, soy Viggo, nos acabamos de enterar que estaban viendo la película sin subtítulos y les quiero pedir disculpas porque no se entiende una mierda. Les quiero agradecer por haberse quedado y les pido si pueden quedarse un rato más así proyectamos la película otra vez pero subtitulada"…
EL PARAÍSO PERDIDO Como ocurre con la primera frase de un buen cuento, el primer plano de Jauja atrapa. Un padre y su hija están sentados sobre el pasto. La imagen parece un cuadro pero está viva. Se los ve juntos: ella, de frente; él, de espaldas. Hay desacuerdo allí, ya desde el comienzo: la hija ve algo que el padre no y viceversa. El diálogo inicial se da en danés porque tanto el capitán Dinesen (un fantástico, en más de un sentido, Viggo Mortensen) como la joven Ingeborg son extranjeros que han llegado al país para formar parte de un ejército de soldados. Si bien no hay referencias históricas precisas, parecen formar parte de aquella campaña conocida como la Conquista del Desierto. Los enemigos: una tribu indígena conocida como los “Cabeza de coco”. La acción se pondrá en marcha cuando Ingeborg, la única mujer del campamento, se dé a la fuga con un soldado. Ella irá en busca de su jauja, aquella “tierra mitológica o paraíso terrenal” a la que hacen referencia los créditos iniciales y su padre irá tras ella, es decir, saldrá a buscar la suya. Claro que en los créditos se advierte que los aventureros probablemente se pierdan en el camino. El que no ha perdido el rumbo, a pesar de apostar por la narración y el diálogo mucho más que en sus obras anteriores, es Lisandro Alonso. Si El ardor de Pablo Fendrik podía definirse como un western misionero, Jauja es, de a ratos, un western patagónico (¿un southern?). Lo cual es todo un suceso en la carrera de Alonso, centrada hasta aquí, más en el mostrar que en el narrar. Su apuesta por construir un guión junto a Fabián Casas y por contar con un director de fotografía de la talla de Timo Salminen (conocido por trabajar con Aki Kaurismaki) le dio nuevos aires a su cine. Sus inquietudes, sin embargo, son las mismas. En ese sentido, Jauja encuentra su lugar en la filmografía del director de esa película inaugural que fue La libertad y es, al mismo tiempo, una rara avis. El mérito es tanto suyo como de la primera figura internacional que protagoniza uno de sus films. Jauja no sería la misma sin la expresividad del montaraz Viggo Mortensen, sin su lenguaje corporal atravesado por la desesperación, sin su voz como testimonio de un extravío metafísico. Como dijo Casas en la función de prensa, el de Alonso se caracteriza por ser un cine en estado de pregunta. Durante el último cuarto de la película, Alonso da un giro de timón que dejará perplejo al espectador y que obligará a hacer una relectura de todo lo ocurrido anteriormente hasta volver a esa primera escena inaugural. Si es cierto que las grandes obras pueden leerse en clave de sueño, no es menos cierto que todo sueño demanda interpretación. A interpretar, entonces.//?z
Jauja de Lisandro Alonso, escrita por Fabián Casas y protagonizada por Viggo Mortensen, llega después de su paso por Cannes y Mar del plata. Una pantalla en 4:3 con bordes redondeados que rememoran a unas diapositivas. Una joven y un señor, ella de frente, él de espaldas, situados en algún escenario de la Patagonia, desierta. Hija y padre, dos personas casi solas en el mundo pero con dos percepciones distintas del mundo que los rodea. Jauja es una película de muchas imágenes y pocas palabras. Su protagonista, Viggo Mortensen, estuvo muy involucrado desde el vamos en el proyecto y hasta colabora con lo musical. En ella, interpreta a un capitán danés que en medio de su peligrosa expedición por el desierto patagónico su hija desaparece y emprende, a solas, su incansable búsqueda. Pero “el desierto se come todo”, como dice uno de los personajes en algún momento, y además allí nada es lo que parece. Su aventura se torna pesadillezca. Su hija, que a diferencia de él le gusta el desierto, porque la llena mientras él es un hombre sin hogar, no aparece.
Jauja narra la historia de un danés medio errante que busca a su hija por la Patagonia indómita de la campaña del desierto. Pero, en Alonso, decir lo que su película narra, en qué contexto, a través de qué personajes, no tiene mucha relevancia. En Alonso, lo fundamental siempre es la forma. Quiero aclarar, antes de seguir, que este texto habla más sobre el director que sobre la película. Me tomo ese atrevimiento. Pido disculpas al lector y, por supuesto, al director. Hay algo de Lisandro Alonso que me hace pensar en David Lynch. Y no me refiero exclusivamente a cuestiones cinematográficas. No me refiero a sus atmósferas pesadillezcas, ni a ese espacio simbólico inmenso que le arman al espectador para que se pierda, ni a esos personajes oscuros e indescifrables. Hay algo en sus personalidades, en sus actitudes creativas, hasta en su manera de hablar con la prensa y con el público que los hace, para mí, gente medio parecida. Viendo sus películas, las de ambos, siempre me pregunto en qué medida sus decisiones son realmente decisiones o son más bien intuiciones en algunos casos y caprichos en otros. En qué medida construyen a partir de un programa y en qué medida se dejan invadir por ese calor medio embriagado que es el presente de la creación. Ni a Lynch ni a Alonso termino de “sacarles la ficha” en términos de procesos. Y eso, claro, los hace a ambos muy interesantes. Hay cuestiones de Jauja que se pueden percibir como decisiones programáticas. Como la composición de los encuadres, que parece emular las xilografías que uno podría encontrar en un libro de aventuras del siglo XVIII o XIX. Imágenes de un lirismo altamente estilizado, retro, barroco o romántico, muy lindo por cierto. Esto, en contraste con las actuaciones, de un estilo contemporáneo, bien despojado excesos y lirismos, genera un efecto muy extraño, y arma esa atmósfera hipnótica que, podemos decir, constituye la marca de este autor. Intuyo, en mi afán de “sacarle la ficha” a Alonso, que este contrapunto es una cosa que ha pensado bien, que ha estado en su agenda estética, y que ha podido manejar con mucha sutileza. Es como si esos lejanos figurines se pusieran en movimiento y los personajes dentro de ellos comenzaran a moverse como gente de hoy. Me gusta. Mi problema con Jauja viene con el montaje. No quiero abundar en ejemplos, pero percibo que en este caso el programa le ganó a la vitalidad. Por momentos, el afán por mantener ciertas decisiones estéticas le juega en contra al ritmo del film, al transcurso entre un plano y el siguiente, al devenir de estas humanidades, al decurso de ese Viggo Mortensen minimalista a pesar del acento danés (al margen, es una de las mejores interpretaciones que he visto de este actor). No es sorpresa que, frente a un film de Alonso, nos encontremos con planos de tiempos largos en los que podemos perdernos hasta llegar a lugares muy profundos de nuestras mentes. Pero en Jauja esto, que en otros films del director resulta una marca de estilo indiscutible, resulta a veces redundante. Creo yo que, frente a un nuevo planteo estético, mucho más rígido y estilizado que los de sus films anteriores, Alonso mantiene un rasgo de su cine que no lo ayuda. Mientras que en sus films anteriores el montaje actúa como una fuerza casi natural que nos va empujando hacia las cavernas más oscuras, en este caso, los cortes parecen llegar siempre tarde, o temprano, en todo caso, inoportunos. Alonso es un director arriesgado, y por eso nos gusta. Es un tipo que apuesta cada vez a cosas más raras, o al menos novedosas, y eso nos parece buenísimo. Ahora, el camino de la experimentación es un camino de riesgos del que no siempre se vuelve indemne. ¿Pero de qué otro modo podríamos nosotros, espectadores, llegar a esos mundos? Si directores como Lynch o Alonso no jugaran tan a fondo con las formas habría rincones de la experiencia audiovisual a los que no tendríamos acceso. Por eso, Jauja es una película que escapa de cualquier valoración del tipo de las que exigen los medios a través de los cuales escribimos nuestras reseñas. ¿Cinco estrellitas? ¿Cuatro pochoclos? ¿Siete puntos? No. Con Jauja estamos, claramente, hablando de otra cosa.
Un breve texto inaugura Jauja (2014), la quinta película de Lisandro Alonso. Algunas pocas palabras que anticipan ligeramente la historia, pero que sobre todo refuerzan, por lo que esas palabras sugieren, el proyecto estético que su director sostiene con absoluta convicción desde La libertad (2001), su primer largometraje. El breve texto alude al mito de Jauja, una enigmática terra incógnita, promesa de felicidad y abundancia, perseguida por exploradores que tras su búsqueda desaparecían sin dejar rastro. La leyenda interesa porque señala la importancia narrativa del viaje, fundamento de una cinematografía signada por la búsqueda permanente de una experiencia única que revele el sentido profundo de la existencia. “Siempre me fijo en los lugares que quiero filmar, antes que en la historia”, explicó alguna vez Alonso. Porque es allí, en zonas desconocidas y alejadas de cualquier referencia familiar, donde el director lanza a sus personajes para que se desplacen insomnes, desesperadamente resignados, pero conscientes de que su destino no puede ser otro más que continuar buscando, hasta las últimas consecuencias, posibles respuestas a una sola y simple pregunta, sobrentendida en sus films anteriores y que Jauja no hace sino actualizar abiertamente: “¿Qué es lo que hace que la vida funcione y siga adelante?”. Esta vez, sin embargo, Alonso sitúa su historia allá lejos y hace tiempo: a fines del siglo XIX, durante la Campaña del desierto, en la Patagonia. Acaso poco importe el escenario donde suceden los acontecimientos. Así como tampoco importa demasiado que el protagonista sea un ingeniero danés (Viggo Mortensen) que presta sus servicios al ejército argentino, y no un inglés, tal cual debería ser, de acuerdo a las disposiciones del registro testimonial. Porque Alonso escapa con acierto de cualquier preceptiva que condicione la mirada del espectador hacia una definición previa y circunstancial. Porque Alonso formula siempre preguntas. Y lo hace a través del despliegue de una trama sencilla, elemental: la hija adolescente del ingeniero, única mujer del campamento, se escapa durante una noche con su amante. Cuando él se entera, emprende atormentado su marcha a caballo, persiguiendo las huellas de su hija a través del inconmensurable desierto, paisaje ideal para el desarrollo alucinado de su viaje incierto. Es posible que Jauja sea la mejor película de Alonso (La libertad, 2001; Los muertos, 2004; Fantasma, 2006; Liverpool, 2008). Ciertamente constituye su producción más significativa. El guion–que comparte autoría con el escritor Fabián Casas- sobresale por su mayor dimensión narrativa; sus diálogos, más abundantes en relación a su filmografía previa, resultan precisos, elocuentes, lo suficientemente estilizados. La película, de todas formas, conquista su significación en otra instancia: en las escenas donde la palabra, paradójicamente, desaparece. “Confieso que si fuera por mí, en la película no hablaría nadie, porque no confío en las palabras. Cada vez que los protagonistas hablan, siento que rompen el cuadro”, reconoció alguna otra vez Alonso. No hacen falta las palabras, entonces. La notable composición de cada una de las imágenes de Jauja alcanza para provocar una experiencia estética excepcional, quizás inolvidable por su vasta proyección poética.
Hay películas que, más o menos, nos gustan a la mayoría, otras que claramente todos odiamos… Pero qué extraño resulta que un film cause sensaciones tan distanciadas en las personas que parece que se hablara de películas distintas. Ese poder ecléctico y pasional podría pensarse como un gran mérito; podríamos pensar que la obra tiene tantas aristas y contiene una suerte de complejidad psicológica que hace que nuestras reacciones sean tan opuestas. Jauja es de esas películas que tiene el poder de despertar sentimientos radicalmente opuestos en los espectadores y de variar la impresión en el mismo espectador. Jauja es una película ante todo hermética, en la que no se entra fácilmente, con un ritmo completamente desacelerado, una película onírica y de belleza declarada. Una de las primeras cosas que notamos es su increíble fotografía, enseguida quedamos hipnotizados por la perfección y pasividad de paisajes desérticos y las delicadas composiciones. Los detalles parecen de importancia elevada para Alonso, quien dedica un tiempo considerable para cada escena, se detiene con tranquilidad y de a poco nos vamos metiendo en el mundo de Jauja. Al comienzo del film, como en una película muda, nos encontramos con una inscripción sobre la mitología de Jauja, esta tierra misteriosa, deseada y cruel. Alonso sitúa su Jauja en el desierto, ese lugar que en nuestro país tiene tantas connotaciones históricas, espacio plagado de sangre, poder, escenario de la civilización y la barbarie en pugna; pero sobre todo, ese desierto que se convierte en un personaje más, enigmático y desesperante. En un principio son varios personajes los que adornan la historia, luego desaparecen, sin mucha explicación y su aparición previa se diluye en la nada. En la segunda mitad del film ya entramos en un universo distinto, con la presencia errante del Capitán, cada vez más incomprensible, con referencias claves pero que parecen confundir más. La búsqueda es un tema principal que se desdobla en distintos sentidos. Primeramente, el argumento del film tiene como centro la búsqueda de Inge, la hija del Capitán Dinesen, una búsqueda solitaria e incierta, en medio de un espacio de inmensidad desesperante que lo va tragando de a poco. Pero este desolador rastreo va mutando en introspección y transformación. El Capitán va perdiendo fuerzas, volviéndose primitivo y el espacio se lo va comiendo, mientras va enfrentando espacios internos desconocidos y atemorizantes, desatados por la soledad de la inmensidad. Al mismo tiempo, a medida que avanza el film, su atmósfera se va tornado más onírica y no podemos estar seguros de los límites entre realidad y alucinación. El deseo, la impotencia y la incertidumbre se mezclan en un remolino de sofocamiento, en el que el espectador también queda atrapado. Jauja es una película de logro artístico loable. Comandada por la actuación de Viggo Mortensen, justo a la medida de su personaje que sorprende a cada paso y con el que se genera una empatía inmediata. La estética es de una finesa indudable pero es la incertidumbre y la desesperación lo que nos deja un gusto amargo, la sensación de pequeñez del ser humano frente a lo incierto de la naturaleza y de los espacios internos que solo conocemos en la ilusoria introspección.
Escuchá el audio (ver link).
Jauja menta a Herzog, Ford, Dreyer (por solo dar algunos nombres propios en su vasta red de invocaciones), y sin embargo esa suma abismal no tiene ninguna densidad. Se diría que esa es precisamente la voluntad de Alonso: crear un agujero negro que se trague la historia del cine (al menos la del cine moderno): “Me encanta el desierto, la forma que tiene de entrar en mí”, dice un personaje clave. Pero no es el racional amor por el desierto del Lawrence de Lean, ni tampoco la fascinación bárbara del Facundo de Sarmiento (dos íconos de sus respectivos siglos): en Jauja toda dialéctica se disuelve en la cita posmoderna. Alonso ha pasado del minimalismo al pastiche, siempre a tono con la época. Al borde del nuevo siglo, La libertad supo representar la baja intensidad política pre-2001 (es decir, pre recomienzo de la Historia, tras su prematuramente decretado fin): la opera prima de Alonso era despojada, desadjetivada (salvo por el nada metafórico título), mientras que Jauja en cambio es el reino del adjetivo y la declamación. ¿Cómo es entonces que los mismos críticos que canonizaron una cosa aplauden la otra? Como siempre, Alonso les sirve como clave para desandar el camino, y encontrar el resumen perfecto del nuevo paradigma. No se trata, claro, de abandonar el posmodernismo sino de tocar otra de sus cuerdas: si está perdida la batalla “contra la interpretación”, se la vacía a través de la cita. En esto Alonso no pretende ser original, claro (la tendencia al primitivismo ya ha sido esbozada por films como Tabú), pero sin duda es quien logra llevarla más lejos: si La libertad era una suerte de “significante vacío”, Jauja asume gozosamente su condición de “interpretante”. A diferencia de los malos imitadores, Alonso poseé un talento preciso para la molicie, en todos sus sentidos y más. Jauja logra (de)moler todas las tradiciones hasta dejarlas casi irreconocibles, exhaustas: así, el western se diluye tanto como las crónicas del siglo XIX (y el “desierto” vuelve a ser una metáfora reificada). Las tradiciones, como la Historia misma, solo quedan en pie como ruinas de un teatro metafísico (malo como teatro y conservadora su metafísica). El más absurdo que abierto final -con su planificada trascendencia estilo 2001- es una broma que solo un sistema crítico blindado puede tomar en serio: lo que deja en claro esa última renuncia es que al film le importa tan poco la coherencia de sus propios pasos como la diferencia abismal entre los caminos de Argentina y Dinamarca. Esa sutura evidente es la que une el pasaje de un cielo a otro, de un régimen a otro (la música que empieza a invadir la escena, así como los académicos contraplanos), representado ante todo en el tránsito entre el ignoto hachero de La libertad y la megaestrella de Jauja (Misael Saavedra aparece como actor, pero -como todo el resto- se vuelve una sombra al lado de Viggo Mortensen). “Alonso vuelve a hacer equilibrio en una cornisa: por un lado se adapta discretamente a las que intuye son ciertas exigencias del medio mientras se va convirtiendo en un director cada vez más seguro”, decía Quintín hablando de Liverpool, asumiendo que ese cine (dejado de lado por el mainstream, aunque evidentemente central en el canon festivalero) “también es un cine que se hace porque –y esa es acaso la peor maldición de un artista– las carreras no deben detenerse, porque el cine permite ganar fama y dinero, porque la maquinaria exige estar siempre en movimiento”. En ese movimiento, mucho menos azaroso que el de sus protagonistas, Alonso termina por fin de seguir su propia estrella, asumiendo que bajo la aparente libertad inicial late un programa no particularmente revolucionario. Los hombres se siguen perdiendo en bellos paisajes, pero ahora su mudez es reemplazada por una palabra y composición teatrales, que avientan su carga de sentidos con un gesto que reivindica su gratuidad, su dandismo plebeyo. En esto es clave la presencia de Fabián Casas en el guión: no es casual que el representante más conspicuo de la llamada “poesía de los 90” encuentre su destino sudamericano como lugarteniente del cineasta que constituyó la marca del cine nacido al fin de esa década, y que vino de algún modo a continuarla. Ese juguete final perdido y encontrado, que une las poéticas de Alonso y Casas (esas huellas fantasmales de los hijos que ya estaban en Los muertos y Liverpool, así como en el intimismo zen de Casas) puede ser todo y a la vez nada. La crítica de cine (solo nihilista a la hora de pensar la modernidad) ha decidido creer en todo: elegida como una de las mejores películas del año por prestigiosos festivales y críticos, tal vez Jauja sea vista en el futuro como testimonio del extravío que pretendía representar. Que ese posmoderno gusto “internacional” (reconfirmado hoy por las declaraciones de Thierry Frémaux, máximo responsable del festival de Cannes, reivindicando Jauja a la par de Relatos salvajes) sea hace décadas canónico en la mirada europea es comprensible visto el viraje cada vez más conservador del viejo continente, pero no deja de ser curioso en una crítica local que no puede desprenderse de ese influjo y se contenta con replicar el canon (aun cuando sea consciente de esa dependencia). Por poner un solo ejemplo, veamos lo que dice el usualmente lúcido José Miccio en La otra: luego de definir a Jauja como “un hit idiosincrático, festivalero”, señala las “diferencias respecto de sus largometrajes anteriores: actores profesionales, presencia de un escritor-guionista, ambientación de época, considerable aumento del diálogo, dislocación temporal, giro argumental fantástico”, pero acto seguido justifica cada una de esos desvíos (convirtiendo en victoria lo que debería ser como mínimo problemático), como si el mismo temiera desviarse de la autocomplacencia que no deja de percibir… Dice finalmente Miccio aludiendo a la charla con el público posterior a la función: “Un poco infantilmente, Alonso y Casas preguntaron al público por ciertas oscuridades del argumento, y jugaron a no entender nada de su propia película. No es que esté mal, ni que no sea cierto; ellos (no) sabrán. Pero la verdad es que Jauja está muy escrita. (…) El perro lastimado (que reaparece en la escena final) sirve como reflexión metanarrativa, por demás burlona. Su cuidador dice que la herida que tiene en el lomo – un parche caliente – se la produce él mismo al rascarse, y que se rasca cuando no entiende lo que pasa. Alguien titulará Parche caliente su lectura de Jauja, y hablará de espectadores a los que el lomo les pica. Se rasca el perro, nos rascamos nosotros, nadie entiende, no hay nada qué entender, el parche sana. Esa es la progresión pedagógica esperable, correcta. Alonso felicitó al que respondió en la sala la obviedad mayor (que es verdad, por supuesto): No importa qué pasa, no es necesario entender todo. Pero, una vez más, la incertidumbre es una directiva del guión, está deliberadamente trabajada. Por eso la puesta en escena de Casas y Alonso en el Auditorium sonó algo petulante, como a canchereada.” Pese a las evidencias, Miccio no puede ligar esa “puesta en escena” con la de la película misma, tal vez porque implicaría no tomarse en serio su propia crítica: antes que sentirse un perro que se rasca, el espectador-(a)crítico prefiere sentirse en comunión con la mirada paternalista que se le ofrece. Sin embargo, unas líneas después, hablando de El perro Molina, Miccio vuelve a dar en la tecla al comparar la ética implícita en la hechura misma de las películas: “Lisandro Alonso dijo en la conferencia de prensa que Misael y Argentino Vargas no entendían qué pasaba cuando hacían La libertad y Los muertos; Campusano no filmaría a nadie que no entendiera qué es eso que están haciendo juntos. Según declaró una vez, la fidelidad es su método. Vos hacé, yo te respeto. Director e intérprete se vinculan bajo la regencia de la amistad, no del contrato.” Algo parecido sucede con el público y la crítica. Mientras tanto, algunos espectadores (y unos pocos críticos) preferimos rascarnos, aunque duela.
Las trampas del destino El director argentino Lisandro Alonso estrena su última película luego de una seguidilla de presentaciones triunfales en festivales alrededor del mundo. Alonso cuenta la historia del viaje introspectivo del Capitán Dinesen, un danés interpretado por Viggo Mortensen que se encuentra de pronto en la Patagonia Argentina en la época de la Conquista del Desierto. Una historia reflexiva y una aventura visual en lo que el mismo director ha catalogado como “dentro de un género indefinible”. El principio es de librito, pero luego se vuelve la historia más inusual. Ingeborg, la hija de Dinesen, se enamora de un joven soldado y huye con él en una tierra peligrosa. Su padre entonces esquiva la supuesta ayuda del Teniente Pitaluga, un pervertido que mira más a su hija de lo que a él le gustaría. Sin embargo, no ha sido él quien le hace perderla. Un hombre sencillo perdido en un país que no comprende, guiado por el único deseo de encontrar a su hija y llevarla de vuelta a Dinamarca, un país civilizado. Cuanto más es que Dinesen se adentra en el desierto, más surreal se vuelve su experiencia. Es una película que plantea preguntas pero no necesariamente las respuestas. Los espacios quedan vacíos para que el espectador llegue a sus propias conclusiones. Es más acertado tomarla en cuenta como una experiencia, no como una tesis sobre qué fue lo que falló en la vida de este hombre. El viaje por el desierto y los elementos que encuentra son totalmente introspectivos, y cada pista nos indica lo profundo de su verdadero anhelo: volver a encontrar a su hija. Quizá podríamos preguntarnos en un punto cuánto de esto es real, y cuánto ocurre sólo dentro de su cabeza; pero no es el punto si tenemos en cuenta la película como experiencia. Los diálogos agregan complejidad al asunto más que aclarar, aunque vuelve la experiencia mucho más poética. En su viaje hacia adentro de sí mismo, cada palabra antes del viaje es susceptible de convertirse en una pista en su búsqueda. La experiencia gana en realismo por la completa falta de música y efectos de sonido asincrónicos, salvo por una breve excepción que se aprecia muchísimo más. Es increíble la cantidad de aire que un poco de música puede traer a una película, pero no solemos darnos cuenta hasta que no nos falta. Cada plano de la composición rompe por mucho la regla de los cuatro segundos. Todos duran al menos diez segundos, e incluso por momentos parece una galería de imágenes fijas. De todos modos, lo estático de los planos se ve compensado por la belleza de las tomas. No sólo es una proeza visual donde incluso el estado del cielo habla sobre la introspección del viaje, sino que los planos siguen perfectamente las reglas de la composición y resulta delicioso de ver. Mortensen lleva sobre sus hombros el peso de ser el único actor en pantalla la mayor parte del tiempo. Es muy interesante cómo logra interpretar a un hombre que va perdiendo la dignidad y se va perdiendo a sí mismo por largo tiempo hasta que lo admite. Pero además lo logra sin verse jamás ridículo ni patético, y ese es un gran mérito para el actor. Llena de elementos bizarros y surrealistas, donde cada detalle puede plantear cantidad de preguntas diferentes. Los planos se usan de manera inusual y puede resultar tedioso si estamos acostumbrados a las típicas tomas rápidas. Necesitamos hacer un esfuerzo para acostumbrar nuestros ojos y mantener la atención. Sin embargo, la belleza visual vale la pena. No traten de entender todo ni de llenar los espacios vacíos con respuesta. Simplemente disfruten de la belleza de la obra de arte como lo harían con un poema o un cuadro, sin cuestionar demasiado. Cada vez que volvamos a verla encontraremos cosas nuevas. Pero si buscás la típica historia en tres actos con todos los cabos cerraditos, esta no es para vos. Una obra de arte para un público selecto. Agustina Tajtelbaum
Un final Lynchiano que lejos de romper con la extrañeza de la atmósfera que había creado sumerge al espectador aún más profundamente en el agujero del conejo. El sobreanalisis de ese final tal vez no merece la pena, la respuesta no aportará nada a lo experimentado.
Publicada en la edición digital #268 de la revista.
Patagonia experimental Es difícil calificar un trabajo experimental como este que nos ofrece el director argentino Lisandro Alonso ("La Libertad", "Liverpool"). "Jauja" es una película muy distinta, que no sigue la narración convencional del cine mainstream, de hecho no sigue casi ninguna convención del cine comercial. A los espectadores más despistados, les digo CUIDADO, no es el dramón usual que uno puede esperar con Viggo Mortensen. Esto es otro cine, distinto, del tipo que está más centrado en el arte que en el entretenimiento. Para que se den una idea, vendría a ser como un "El árbol de la vida" de Brad Pitt en nivel de rareza. Alonso nos cuenta la historia de Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen), un capitán dinamarqués que junto a su hija recorríam la Patagonia como parte de la campaña del desierto. Un buen día, su hija se fuga con un soldado y él comienza una búsqueda desesperada para que no sea capturada por los aborígenes. No es más que eso de lo que trata la historia. En cuanto a la reseña, voy a decir que entiendo el tipo de trabajo que expuso Alonso, original y artístico, buscando salirse del establishment cinematográfico, pero más allá de esto, cuando voy al cine busco una experiencia singular e inteligente, pero sobre todo satisfactoria, que me mueva las emociones en la dirección en la que está enmarcado el género. Si voy a ver un drama, quiero acongojarme con los protagonistas, si voy a ver comedia, quiero reírme con chistes inteligentes, si voy a ver terror, quiero asustarme y quedarme sugestionado. En el caso de "Jauja", Alonso nos ofrece un drama que la verdad no me movió ni un pelo emocional. Sí, la fotografía es fabulosa y transmite muchas cosas, Viggo demuestra que es realmente un profesional frente a la cámara y la conjugación de lo real y mágico del guión es algo que no hemos visto demasiado en cine, pero el pilar "Entretenimiento" fue un gran ausente en la propuesta. Planos larguísimos, sin demasiados sobresaltos, muy poco diálogo y protagonistas de los que no llegamos a saber mucho durante los 109 minutos de metraje. Entiendo el enfoque artístico que se le dio a la propuesta, pero no compro. Demasiado conceptual para mi gusto. Un producto concebido sólo para un grupo reducido de personas ligadas a la industria del cine.
El misterio del desierto argentino Jauja es una película enigmática. Una película poco convencional. “Festivalera” le llamarían algunos, de esas que no tienen en cuenta el espectador, y que están creadas meramente para recorrer las salas de los festivales sólo para recaudar premios. Ambientada en la infame Campaña del Desierto, Jauja cuenta la historia de Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen), un general noruego que viaja junto a su hija Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger) en los confines del desierto argentino de 1800. La joven, deseada por uno de los oficiales, decide escaparse con uno de los soldados de rango más bajo, y embarcan un viaje en el vasto desierto. Dinesen, sin dudarlo, recorre largas distancias para intentar encontrarla y ponerla a salvo. JAUJA-critica-Viggo-Mortensen Una de las primeras cosas con las que uno se encuentra con Jauja es el formato; un particular 4:3 que desde el vamos plantea que esta película quiere proponer algo diferente. Sin embargo, la película de Lisandro Alonso, escrita por Fabián Casas, tiene un guión interesante, pero una premisa que no es nueva. Tiene diálogos literarios que suenan acartonados cuando salen de la boca de los intérpretes argentinos, y largas escenas interminables del protagonista recorriendo el desierto. La fotografía del finlandés Timo Salminen es correcta y, creería, lo más destacado de la película. Debo agradecer haber visto esta película en mi casa, ya que tuve la posibilidad de llegar al final de una forma más rápida (adelantando muchas escenas que no aportan nada, innecesarias para hacer que la historia avance), por que de otra manera estoy seguro de que no la hubiera visto completa. El final es impredecible y una grata sorpresa, un cambio de género repentino para la película. Pero sentí que no estaba atado a nada de la historia, como buscando un giro de tuerca a propósito, no para enaltecer la historia, sino para que genere mayor controversia con los críticos. Demasiado lenta pero entretenida, la película se siente armada a propósito para ser diferente y destacar, como un acto de egocentrismo manipulador por parte del director.