El cine rumano se ganó su lugar en el radar de los cinéfilos. Uno de los responsables de esta hazaña es Cristian Mungiu. Films como Cuatro Meses, Tres Semanas y Dos Días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile, 2007) llamaron la atención en los más importantes festivales de cine, obteniendo numerosos premios. Sus creaciones plantean dilemas morales que permiten reflejar la situación de un país, que también resulta tener un eco universal. Graduación (Bacalaureat, 2016) no se aleja de esas preocupaciones. Romeo (Adrian Titieni), un médico de reputación intachable, espera que Eliza (Maria-Victoria Dragus), su hija adolescente, saque un promedio alto en los exámenes finales, lo que le permitirá obtener una beca para estudiar en Londres. Pero en esos días tan cruciales para su futuro padece un intento de violación que le dejan secuelas físicas y psicológicas. Temiendo que peligre su desempeño educativo, Romeo terminará vinculándose con Bulai (Petre Ciubotaru), un poderoso hombre de negocios al que mucha gente respetable le debe favores; entre ellos, el responsable de los exámenes que debe dar Eliza. A partir de ese momento, el médico irá abandonando sus principios a favor de un pensamiento en la línea de “el fin justifica los medios”, lo que le traerá gran cantidad de situaciones incómodas y la desconfianza de sus seres queridos. La película pone a prueba al espectador mostrando cómo una persona de moral incuestionable puede sucumbir a actividades ilegales con tal de, justamente, huir de un país donde el crimen asola en las calles y la corrupción va carcomiendo cada una de las instituciones. Mungiu sigue a Romeo en su íntimo descenso a los infiernos, pero sin jamás caer en juicios de valor. A la par, el director muestra la desintegración familiar (el protagonista también tiene una amante) y la relación entre padres e hijos, donde los interés de los progenitores pueden resultar una presión para los jóvenes. La Graduación desafía la moral del espectador, llevándolo a preguntarse de qué sería capaz con tal de hacer lo mejor para quien más ama.
Lo que subyace A pesar de la caída del socialismo real en Europa del Este, las políticas neoliberales, el fracaso de la promesa de integración continental con el occidente democrático burgués y la situación de la industria cultural en los países con inestabilidad económica y política como dispositivos de expresión del malestar social, han impactado en el cine de los países que integraron el Pacto de Varsovia. En este sentido, el cine rumano, particularmente, se ha consolidado como un faro de cine social de gran calidad con historias incisivas que ponen en cuestión tanto el legado comunista como el presente capitalista. Graduación (Bacalaureat, 2016), el último film del talentoso realizador rumano Cristian Mungiu -(4 Meses, 3 Semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamâni si 2 zile, 2007)- plantea la brecha entre padres e hijos, las contradicciones sociales del país, las diferencias generacionales, la idiosincrasia rumana y la violencia social que subyace a las sociedades bajo el capitalismo financiero. Cuando su hija Eliza es atacada por un preso recientemente fugado de la prisión, a plena luz del día en la calle, sin que nadie la ayude ni intervenga, la vida que su padre, Romeo, planeaba para ella se viene abajo y sus decisiones comienzan a marcar un peligroso camino que lo aleja de su familia y lo acerca al abismo. Debido al intento violación, la beca que Eliza consiguió para continuar sus estudios universitarios en la Universidad de Cambridge en Inglaterra peligra debido a la posibilidad de que no pueda obtener las calificaciones que necesita para ingresar por el trauma de la situación que la lleva a replantearse la necesidad de continuar su vida lejos de su familia, su país y sus seres queridos. El film de Mungiu se centra en el personaje de Romeo (Adrian Titieni), un médico cirujano que ha regresado junto a su esposa a Rumania en el año 1992 tras la caída del régimen de Nicolae Ceausescu, el político que manejó con brutalidad el Gobierno de Rumania desde mitad de la década del sesenta hasta su destitución y ejecución en 1989. El médico idealista llega a una Rumania post revolucionaria para encontrar que las viejas prácticas de favor por favor continúan y la sociedad occidental que él deseaba para su país se diluye bajo el peso de los escombros de la realidad social de los ex países soviéticos, devenidos patios traseros de la nueva Europa liberal. Con muy buenas actuaciones Graduación crea una atmosfera de opresión social de la que los personajes no pueden escapar, inmersos cada vez más en una maraña de corrupción que atraviesa toda la sociedad y representa el fracaso de la generación que creyó que podía cambiar la idiosincrasia rumana según los cánones de comportamiento de las democracias occidentales. Una cuestión muy interesante del film es la violencia latente que pende sobre la sociedad. Todos los días alguien ataca a Romeo y a su familia, ya sea una piedra contra su ventana o contra su auto; algo macabro se cierne, como en Escondido (Cache, 2005), el extraordinario y perturbador film de Michael Haneke. La esperanza de enviar a su hija choca con la realidad, las investigaciones de corrupción de los nuevos funcionarios y el abatimiento ante la derrota de los ideales. Al igual que films estrenados recientemente como Illegitimate (2016), de Adrian Sitaru, Graduación resume el trauma de la nueva Rumania, sus paradojas políticas y sociales, la sensación de subordinación, la mirada y la relación del país con el resto de Europa y su complejo de debilidad e impotencia ante el agotamiento de la revolución, que se consumió en su propia reacción contra el anquilosado y absurdo régimen socialista dirigido por un político megalómano sanguinario y autoritario. Rumania pone al cine social nuevamente ante los problemas de una realidad que necesita de sujetos sociales que la transformen; quedará en el espectador lo que ocurra tras la proyección.
Christian Mungiu desanda los caminos de un hombre que necesita cumplir a toda costa los objetivos que imaginó para su hija. Luego de ser atacada en la calle a punto de terminar sus exámenes para continuar estudiando, el padre comienza a trazar redes hacia varios lugares para evitar que la joven quede fuera del sistema educativo. La cámara de Mungiu acompaña al hombre de manera imperceptible, dejandose llevar por laberintos burocráticos, dependencias policiales, su propia casa, construyendo una multiplicidad de conflictos que caen sobre el hombre como un efecto dominó.
Ya bastante lejos de lo que se suponía una moda pasajera, el cine rumano continúa consolidándose a pasos agigantados. Al menos si se tienen en cuenta las películas que llegan a nuestras salas (afortunadamente con una frecuencia regular), de ninguna podría decirse que defrauda. La que arriba ahora a la cartelera es Graduación, de Cristian Mugniu, quien en 2007 estuvo detrás de la multipremiada 4 meses, 3 semanas, 2 días y que en la última edición de Cannes fue elegido Mejor Director (distinción que compartío con Olivier Assayas).
Tejido social en descomposición En un barrio común de Rumania, una piedra rompe un vidrio y altera la calma de la familia habitante de la casa. Un padre, su esposa, matrimonio en decadencia y sin amor hace tiempo, apuestan a la educación de su hija de 18 años. Ella debe graduarse con un promedio alto para continuar sus estudios fuera de ese país en ruinas y alcanzado por el descontento y el inconformismo de una sociedad que sobrevive, pero cuya esperanza se enrola en las estrofas de un trillado “sálvese quien pueda”. La piedra no hace otra cosa que agregar a esa postal familiar deslucida, a esa cuestionada institución tradicional, otro elemento para que en el análisis clínico de un tejido social en descomposición se imponga un ojo agudo que no se encandila con epopeyas o épicas de lo cotidiano para salpicarse de la putrefacción de la falta de valores que van por encima de los privilegios individuales. Los micro dilemas éticos que surgen en las peripecias moralmente cuestionables del doctor Romeo Aldea (Adrian Titieni), cincuentón -con amante joven- y con el desencanto del paso de los años y del retorno de un exilio por creer en un posible cambio del mismo país que dejara de joven, trazan las coordenadas con las que el director rumano Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días) vuelve a cargar las tintas sobre la condición humana y la naturaleza del hombre, absolutamente despojada de la mirada romántica que fuerza a los héroes y antihéroes modernos. Para ello basta con que se precipite un modelo justificatorio de la corrupción a cuentagotas, donde ninguna institución del estado europeo, léase la policía, la educación y en menor medida la política, retroalimentan un sistema donde los favores y las dádivas forman parte de lo habitual para conseguir pequeñas ventajas ante un entorno de burocracia e injusticia permanente. Entre el deber, el bienestar y el beneficio propio en este planteo irreversible y realista, que gracias a la ficción no forzada expone su laberinto de entrada pero jamás de salida, transita todo el cine del director rumano que aborda de manera periférica otros tópicos menos visibles como por ejemplo la violencia de género al someter a la hija del protagonista a un ataque sexual que modifica el rumbo de un relato que lejos de anclarse en una denuncia social sin fundamento revitaliza la tesis de la radiografía sobre la Rumania que más le duele al realizador Cristian Mungiu. Si bien por momentos el derrotero y la transformación del personaje no encuentra el equilibrio entre sus actos desesperados y su condición de padre preocupado por el bienestar de su hija Eliza (Maria Drăguș), Graduación no necesita de grandes golpes de efecto ni vueltas de tuerca grandilocuentes para incrustarse en el corazón de los conflictos del alma y las heridas abiertas de una sociedad en plena decadencia.
Graduación: Tener hijos es tener miedos. Un padre ve el plan de vida que él tenía preparado para su hija desmoronarse cuando ella resulta víctima de un ataque que desencadenará un ambiente llenó de revelaciones, finales, desesperación y corrupción moral. Los padres y madres suelen rezar para que cada día sea igual que el anterior para sus hijos, que ninguno sea especial por alguna desgracia. Pero los padres no pueden controlarlo todo, en especial cuando ni siquiera pueden controlarse a ellos mismos. En Graduación se cuenta una tragedia, un apocalipsis familiar y una oportunidad para mejorar. Una joven sufre un ataque al comienzo de la semana de exámenes que decidirá si consigue una beca que le permitiría escapar de la cruda Rumania en la que vive junto a su familia. Una familia que logró escudarla del mundo lo suficiente como para que este se la trague viva. Nuestro protagonista es su padre, que luego de levantarse del sillón donde duerme todas las noches y hablar con su (todavía) esposa sin mirarse las caras, deja a su hija a poca distancia de su escuela. Esta mínima decisión logró ahorrarle unos minutos que aprovecha para irse a visitar a su novia, pero también terminarían de romper una vida que ya tenía bastante resquebrajada. La dirige el premiado cineasta rumano Cristian Mungiu. Galardonado usual en Cannes: allí ganó la Palma de Oro por 4 Meses, 3 Semanas y 2 Días, así como Mejor Guión por Más Allá de las Colinas y Mejor Director por este film que hoy nos reúne. Luego de 4 películas y casi 15 años vuelve a mostrarnos un trabajo con un protagonista masculino. Como resultado tenemos ante nosotros una obra muy personal, sobre haber crecido en Rumania, lejos de las grandes ciudades, y especialmente sobre los pensamientos que su creador tiene sobre ser padre, sobre los miedos de tener hijos. El incidente que sirve como catalizador de la trama merece el mayor de los respetos (especialmente en estos tiempos), y aún sin quitarle la gravedad ni el peso que debe tener para sentirse auténtico y real, no quedan dudas que este film no es sobre la víctima, sino sobre su padre, y como su realidad termina de quebrarse en consecuencia de sus propias acciones. Él se siente ajeno al “terrible lugar” en el que decidió construir su familia. Pero no es eso de lo único que está ajeno: aparte de dormir por separado, apenas si mantiene diálogo con su esposa. Su hija es a quien más aprecia, pero ella tiene cosas que no le cuenta, naturalmente, y él ni siquiera aclaro con ella la situación que viven con su madre. Incluso llega al punto de no conocer al hijo de su novia, aún después de muchísimo tiempo de relación. Es un hombre ajeno a si mismo y a su realidad. Él no está apartado de la sociedad rumana de la que tanto se queja: durante la película lo vemos hacer favores, cobrar favores e incluso chantajear. Nada de esto quiere decir que tenga maldad, pero muestra como una sociedad enferma no llega a enfermarse solo por la gente de mal. Todas sus acciones y decisiones hace que pierda simpatía, tanto para la audiencia como para sus afectos. Pero cuando más abatido se lo ve, es al tomar conciencia de lo que está haciendo, y de quien realmente es: cuando la relación ya agrietada e insostenible que tenía con su esposa termina de destruirse, se ve obligado a mirarse al espejo y a juzgar su reflejo. El film empieza con una ventana rota, el mundo en general parece irracionalmente atacar a esta familia. Pero durante la cinta veremos quien fue el que arrojó esa piedra, y como en realidad el daño recibido por la familia puede verse como consecuencia de sus acciones. La ventana se rompe indirectamente por cómo se comporta nuestro protagonista con su novia, revelado sutil y visualmente sin la necesidad de diálogo. E incluso el ataque que su hija sufre puede atribuírsele a él, cuando decidió junto a su esposa iniciar su familia en Rumania, o cuando decidió dejarla a una cuadra de su escuela. El mismo Mungiu se confiesa sentirse desde siempre más guionista que director en varias entrevistas, y eso se siente a través de cada uno de sus trabajos. Los puntos más fuertes de esta obra son los que han servido como una constante en su carrera: da lugar a grandes actuaciones, permitiéndoles florecer y brillar, tiene un muy interesante guion que inspira la reflexión, y, lo más importante, escenas en las que ambas fortalezas se unen para crear algo realmente cautivante. Es un trabajo que permite identificarse si es que uno fue víctima alguna vez de una desgracia criminal, una separación o alejamiento con una pareja muy querida, así como el simple hecho de tener hijos, o incluso de tener padres. Es una obra que dice mucho y habla hacia mucha gente, examinando sólo un pequeño incidente en particular y las ramificaciones que terminan impactando en una pequeña familia rumana: logra convertir algo lejano en algo familiar. Su gran victoria es quizás mostrarnos dos horas de desgracia y hacernos dejar la sala con optimismo.
Cristian Mungiu, director de la espléndida 4 meses, 3 semanas, 2 días ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2007 y mas recientemente de Más allá de las colinas, esta vez el realizador rumano vuelve sobre el tema de la ética y la moral. La película abre con un plano de una ciudad sombría de edificios grises, homogéneos y solitarios. Una piedra sobre el vidrio de una ventana rompe con la monotonía de la vida de esos habitantes que parecen fundirse en la sordidez de un ambiente que de tan inhóspito parece una maqueta vacía. Ese piedrazo en esa ventana abrirá la narración de Graduación, y por ese agujero se irá colando la miseria, la seguidilla de corruptos y corrupciones, la ética mal entendida, la soledad de sus protagonistas, la moral ambigua. Un médico entra en una “cadenas de favores” con quienes deben administrarle el examen final a su hija quien fue abusada sexualmente en la calle; también tiene una madre enferma, una esposa depresiva, una amante que comienza a demandarle mas atención. Todos estos personajes están envueltos por la sordidez de la vida en una Rumania que ha entrado en una profunda crisis moral. La película se encorseta en un guión que a veces resulta forzado en su realización, de tan denotadas las secuencias de corrupción se vuelven reiterativas y en consecuencia la narración se vuelve abigarrada y agobiante, con poca elipsis, con situaciones que se reiteran una y otra vez. La puesta en escena incomoda a veces con sus asfixiantes planos donde esos personajes, ya sea en la casa, en la comisaría, en el hospital; muchos de ellos, comparten espacios reducidos y sombríos y se mueven casi rozándose; mientras la cámara los apunta de cerca para crear un clima de agobio que a la larga resulta un tanto exagerado. Los cielos tenues, las noches, la falta de luz solar, la comida (frutas en su mayoría), las máscaras de un niño son elementos que el director utiliza para remarcar aquello que ya se ha dicho. En definitiva, la película resulta un tanto redundante en sus planteos, en sus diálogos y en sus imágenes sin embargo funciona como una buena crítica social no sólo por el tema de la corrupción generalizada, sino por la critica al sistema educativo y a las estrechas relaciones entre padres e hijos. GRADUACIÓN Bacalaureat. Rumania/Francia/Bélgica, 2016. Guión y dirección: Cristian Mungiu. Elenco: Adrian Titieni, Maria-Victoria Dragus, Rares Andrici, Lia Bugnar, Malina Manovici, Vlad Ivanov. Producción: Cristian Mungiu. Duración: 128 Minutos.
“La graduación”, o cómo una mano lava la otra "¿Y vos todavía creés en los concursos? ¡Cuñas, amigo, cuñas!" Esta frase pertenece a la comedia argentina "Los tres berretines", de 1933. No la dicen en la película rumana que ahora vemos, pero ronda en el aire. Para gozar de su beca en Cambridge, una estudiante debe graduarse con el mayor puntaje en los exámenes. Pero sufre un ataque callejero que la deja física y anímicamente en desventaja. Le será difícil completar las pruebas en el tiempo establecido. ¿Qué puede hacer un padre? Lo que comienza con un pedido de consideración, sigue, se enreda y se hunde cada vez más. Nosotros decimos que una mano lava la otra. También, devolución de favores. A un nivel más alto, tráfico de influencias. En el caso del padre que aquí nos ocupa, se agregan ciertos bemoles. Médico exiliado durante el régimen comunista, volvió con la esperanza de ayudar a reconstruir el país. Por eso trabaja en un hospital público, pero en el fondo todo sigue igual y su única esperanza es lograr que la hija se reciba y se vaya. Así es como el médico termina haciendo lo mismo que criticaba. Y la hija y la mujer lo observan. También la policía. Cristian Mungiu, el mismo de "4 meses, 3 semanas y 2 días", sigue con la costumbre de los planos largos, la expresión contenida y la ausencia de música, pero enhebra las situaciones de tal modo que mantiene el suspenso. Y deja pensando. Para el final, un elogio al formidable Petre Ciubotaru, el gordo que hace de corrupto bonachón, y al guionista, que es el propio Mungiu, y una reflexión: si esta película fuera doblada, creeríamos que es argentina.
Romeo es un hombre apático de 50 años, que con un matrimonio arruinado, sus únicos momentos de felicidad se basan en que su hija cumpla los planes que ideó para ella. Cuando los exámenes definitivos de la joven Eliza se acercan, ella es atacada en la calle mientras Romeo empieza a sufrir ataques de vandalismo. Ahora el mundo de este hombre se empieza a desmoronar, mientras él intenta mantener el control de todo. Desde Rumania y con unos meses de retraso nos llega Graduación (Bacalaureat en su nombre original), un film que quizás a primera vista para el público acostumbrado a otro ritmo en las películas, pueda resultar un poco denso o bastante lento; pero si uno hila muy fino, puede encontrar cosas bastante interesantes. Una de ellas es ver como un hombre que en apariencia tenía todo, es decir, un buen trabajo, una familia armada, una hija inteligente que esta por recibirse con un promedio casi perfecto, en realidad usa todo esto como pantalla para ocultar su vida bastante fría y desabrida… en realidad su hija tiene sus propios planes, su matrimonio no existe y empieza a tener problemas en el trabajo. Pero así como tenemos todo eso que se ve por debajo como interesante en Graduación, también hay un personaje que se torna insoportable a los pocos minutos de metraje, y son básicamente por dos razones. La primera de ellas es que cuesta empatizar con una persona infiel, que a su hija casi la violan y a él solo le interesa mantener las apariencias, cubriendo el inminente divorcio o más preocupado para que la chica de un examen a que se reponga del ataque que sufrió y que para toda mujer representa uno de los peores miedos. Y el otro motivo es por la actuación de Adrian Titieni, quien pese a interpretar a alguien que oculta todo lo que pasa a la vista de los demás, no mueve un musculo facial en toda la película. No sabemos si esto fue por pedido del director Cristian Mungiu, para resaltar la apatía de Romeo, o por propia decisión del actor. Y ya que hablamos del director, vale recalcar el buen uso de la fotografía que realiza. En todo momento se nos retrata una Rumania fría y casi muerta en vida, muy a tono con lo que se nos quiere representar con el personaje de Romeo. Graduación no es una película para todo el mundo, y por desgracia pasará desapercibida en las salas argentinas entre tantos live action de films animados. Pero para aquellos que quieran ir al cine a ver algo distinto, o gusten de las pocas películas europeas no españolas, inglesas o francesas que nos llegan, Graduación se presenta como la mejor opción para el fin de semana.
Este es un buen film rumano, aunque bastante lejos de joyas como “El tesoro”, vista el año pasado. Un hombre ha hecho todo para que su hija estudie en el extranjero. Un día antes del examen definitorio, la joven es asaltada en la calle y este hombre, hasta entonces promotor de una moral intachable, se enfrenta con la necesidad de romper sus principios. El film es del tipo “qué mal anda el mundo, ¿vio?”, pero es de un realismo extremo y gran precisión fílmica.
Romeo (Adrian Tieni) es un médico de 50 años que dejó atrás las ilusiones relacionadas con su matrimonio, ahora acabado, y su Rumania, destrozada por los acontecimientos. Ahora lo único que le importa y obsesiona es que su hija de 18 años estudie en el extranjero. El día antes de sus exámenes finales, la chica es acosada en la calle. Desde ese momento, Romeo pondrá en jaque a todo su entorno para conseguir que su hija sea aceptada en una universidad británica, aunque ello suponga mostrar su peor cara ante una comunidad que lo respeta. El director de la aclamada “4 meses, 3 semanas, 2 días” en esta ocasión nos presenta una realidad atestada por la corrupción estructural, acentuada en las decisiones de cada persona que sostienen y profundizan tales faltas éticas. Se pone en discusión el rol de la educación formadora de los individuos, tanto la institucional como la familiar, caracterizadas por una doble moral en la que la hipocresía evita la transmisión de valores. Mungiu retrata esa Rumania que sigue atada a sus males históricos, a la vez que toma los vicios de Occidente a medida que se confirma su crecimiento social y económico, una dicotomía muy presente en “Graduación”, (o “Los Exámenes”) . Se concibe el drama como un viaje de ida, una experiencia que necesita sacudir el alma y la conciencia del espectador. La narración se abre con una ventana rota tras la caída de una piedra, como si los peligros del exterior entraran de lleno en la familia para destruirla por completo. En ese vaivén de ruidos, sombras espectrales, llamadas telefónicas sin responder se construye la película. El personaje principal actúa conforme a la idea de que, para activar el cambio social que representan las nuevas generaciones, a veces hay que recurrir a métodos no del todo legales, con todas las contradicciones que ello implica. En paralelo, el director asume que ese discurso sólo es posible reiterando todo el tiempo el arribismo de Romeo. Esa insistencia es precisamente lo más cuestionable, dejando el sabor de una aparente crítica a la corrupción imperante en su país, la violencia contra las mujeres y el sistema educativo, pero dejando al final del paladar, una postura ruidosamente moral sobre ciertas conductas de las personas en momentos en que les aprietan los zapatos. Puntaje: 3/5
VIDAS SECAS Una vez más el cine rumano amasa una idea, a saber, que el país se ha convertido en un gran baldío donde los pilares (la educación, la justicia, la salud y la familia) se desmoronan con una rapidez alarmante. Desde esta perspectiva, Mungiu trabaja sobre un malestar connotado desde la primera secuencia de planos: una estructura de monoblocks, un ambiente casero sin vida, con aspecto de museo conyugal, y un piedrazo sobre una ventana. Es la punta del ovillo, la carta de presentación para el pantano narrativo y personal de los seres que deambulan por una tierra devastada, carente de desbordes emocionales, y cáustica por donde se la mire. El protagonista es Romeo, un médico que vive como puede con Magda, su mujer, que permanece cual zombie como consecuencia de un matrimonio terminado. Ambos forman parte de una generación que vio frustrados sus sueños de progreso y que se sienten cómplices del derrumbe. Por ello, el padre hará lo posible para que su hija rinda los exámenes que le permitan acceder a un colegio en Inglaterra. La presión es constante pero se verá entorpecida por turbios obstáculos. Romeo maneja varios escenarios (también tiene un amante) pero siempre se viste igual y su semblante jamás muta en una sonrisa. Es que no hay tiempo para eso. Para colmo, alguien ataca las ventanas de su casa y el auto. El horizonte de su vida es tan incierto como el del país y apenas puede descargar un llanto brevemente camino a su casa. La monotonía de esta vida es coloreada por la recurrencia a los tonos azulados y marrones y la cámara capta los nervios de este hombre anclado en una estructura asfixiante. La incomodidad gobierna y los placeres aparecen siempre postergados pues ninguno goza de un momento de disfrute en lo que hace. Dentro del esquema ideológico que la película traza, el microuniverso familiar se transforma en el mecanismo extintor de una mirada trágica: cuando las instituciones no funcionan asoman los pequeños actos de corrupción cuyas implicancias morales son apenas el comienzo de una montaña de decisiones dudosas, donde la ética se ve comprometida. En efecto, la imperiosa necesidad de Romeo por forjar el futuro para su hija se ve amenazada (al principio intentan abusar de ella) y entonces el mismo incurrirá en una serie de pedidos poco transparentes porque el fin justifica los medios. La agonía individual y social nunca es frenética, y se cocina lentamente. Estos signos, propios de una realidad monolítica y de monoblocks, son los yuyos que crecen en Rumania, otro país afectado por el capital salvaje. ¿Por qué se soporta semejante sequedad? Se sabe que en el cine la dictadura de la felicidad como de la miseria triunfan siempre y cuando no se noten las costuras, y si hay algo que sostiene a Graduación es el equilibrio en medio del agobio, la pericia del director para encerrarnos en la cárcel de la verosimilitud sin que nos escandalicemos pese a su crudo realismo.
Nueva película de Cristian Mungiu (Iasi, Rumania, 1968) que se estrena, esperamos, el 30 de marzo en Argentina, y de quien ya vimos 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007). - Publicidad - Sin contar demasiado el argumento de la película que recomendamos ver, el tema inmediato es la corrupción encarnada en una cadena de favores, mostrada a través de una situación pequeña: la aprobación de un examen de preparatoria, que habilitará a Eliza a poder ingresar a Cambridge, la prestigiosa universidad británica. Una situación desafortunada ha puesto a la aplicada joven de excelentes calificaciones en situación desventajosa para rendir los exámenes de admisión, y su padre, Romeo, no dudará en entrar en una situación anómala para favorecerla de manera ilegal. La corrupción se plantea como ordenadora de ese mundo ni bien empiece la película, y aunque no hay una mirada histórica, sus orígenes de ese hoy remiten a las épocas de esa figura que aún está muy pregnante, que es Ceaucescu, ajusticiado luego de su derrocamiento en 1989. Ese examen y la graduación conforman el acontecimiento de la película, y de él pareciera depender el futuro de todxs los personajes. Esto ayuda a prever su final aparentemente abierto. Volviendo a la corrupción aparece naturalizada en las prácticas cotidianas de esta comunidad. Esta situación de excepciones permanentes marca la vida de Romeo y su entorno familiar y laboral. Aparece atravesado por la mentira y la doble vida. Pero lejos de conflictuarlo, no tiene un dilema moral. Entiende que hay un objetivo mayor, que es que su hija tenga otra futuro saliendo de Rumania y hacia allí apunta, casi resignadamente. Esto estructura la densidad del relato, que depende casi literalmente, y a momentos deja sensación de demasía, de la paciencia de este protagonista desencantando pero tenaz. Algo interesante que tiene la película es esa sensación de amenaza, de pequeña violencia cotidiana, de agresión externa, que instaura tensiones, que se minimiza o se renombra, y ante la cual todo sigue su curso. Para finalizar, algo que podemos destacar es que este año hemos visto otra película que toca -aunque no sea de manera central- el tema de la complejidad laboral en Bucarest: la más que recomendable Toni Erdman que también se exhibe en este mismo Festival y está próxima a estrenarse. Este juego es una pequeña reflexión, porque más que nunca la crisis dice presente dentro de ese gran sistema de desigualdades y dependencias que es la Unión Europea. Si en Toni Erdman la cuestión es cómo Alemania gerencia la flexibilización laboral en esta etapa superior y renovada del neoliberalismo, aquí en La graduación la cuestión podría ser cómo los países dependientes están obnubilados por sacar a sus hijos fuera de sus límites para salvarlos de la pobreza. Rumania es un país proveedor de mano de obra para los países occidentales europeos, se calcula que en los últimos 20 años ha emigrado el 10% de su población. Vista en adelanto exclusivo de Pantalla Pinamar 2017.
En los últimos años, el cine rumano se ha convertido en referencia ineludible de dramas intensos que no le esquivan a la actualidad, a la árida historia del país, y temáticas espinosas que ponen a sus protagonistas en el eje de las discusiones. Graduación es la última película de Cristian Mungiu, quien nos sorprendía hace ya diez años con 4 meses, 3 semanas, 2 días, con la que se convirtió en el último ganador a Mejor director del Festival de Cannes; y en la que vuelve a demostrar que la tradición se encuentra vigente. Así como en el film de 2007, Mongiu se atrevía a tratar el aborto de un modo franco, directo y sin medias tintas; en esta ocasión nos propone un protagonista con el que no nos será fácil empatizar. Adrian Titieni es Romeo, un médico llegando a los 50 años que mantiene una reputación ciudadana de fachada intachable. Casado, y con una hija, Eliza (María-Victoria Dragus) el hombre da consejos e intenta guiar la vida de quienes lo rodean. Determinados acontecimientos hacen que Romeo quiera que su hija vaya a estudiar en una universidad fuera del país, buscando lo mejor para ella. Romeo persiste en la vida de ella, intenta “estarle encima” para que tenga todas las herramientas que Rumania no parece ofrecer. Pero tras esa fachada, hay un matrimonio quebrado; un hombre que mantiene una amante a la que también maltrata, que no es precisamente ético en su profesión, y que mantiene con su hija una relación tirante y de doble moral. Mungiu utiliza a Romeo como un claro ejemplo, botón de muestra de una sociedad que pensada que al terminarse el período comunista de Nicolae Ceaușescu saldría a la luz como una Nación naciente y pujante; y se chocó con la triste realidad que se esconde detrás de eso que se conoce como globalización. Romeo hace rato entró/fue empujado en un espiral del que no puede salir. Es consciente de que mantiene una mentira, pero la sostiene para sobrevivir en esa sociedad que lo exige. Graduación no es un relato fácil, golpea, angustia, y más de una vez molesta. Mongiu retoma algunos temas que ya habían sido tratados en su filmografía, y lo hace de un modo que busca incomodar. Romeo es expuesto en todas sus bajezas, pero el realizador no lo juzga, intenta comprenderlo dentro de su entorno. Quizás la mirada del director, o del espectador, sea la de la hija, que mantiene una cierta inocencia. De tono austero, ritmo lento, y muy dialogada; se exige un espectador acostumbrado a estas propuestas. La utilización de largos planos secuencia, enfatiza el peso de los diálogos y la gravedad de las situaciones. Titieni y Dragus logran interpretaciones remarcables, hay en ellos una química tirante, pero también cercana, muy lograda. La situación que vive Rumania puede ser extrapolada a otros países afectados por este (no)sueño de la prosperidad capitalista; por eso su cine, pese a ser localista, es fácilmente asimilable universalmente. Graduación es otra valiosa muestra de estos valores.
A partir de un intento de violación, una crisis familiar se instala en el hogar de Romeo (Adrian Titieni), o mejor dicho, explota. Mientras el hombre quiere hacer como si nada le hubiese ocurrido a su hija, para que rinda los exámenes de ingreso a la universidad, esta chica diez intenta lidiar con dos grandes desafíos: uno que compete a las dolencias físicas -un brazo fracturado que complica su escritura- y otro a nivel emocional.
El aclamado director rumano regresa a los cines argentinos con un film descarnado e impiadoso sobre la realidad de su país. Premiado ya dos veces de Cannes por 4 meses, 3 semanas, 2 días (ganadora de la Palma de Oro en 2007) y Más allá de las colinas (Mejor Guión y Actriz en 2012), Mungiu ganó como Mejor Director en la edición 2016 del principal festival del mundo con este film que describe las desventuras de un médico en crisis con su esposa que está obsesionado con que su hija apruebe los últimos exámenes y pueda aprovechar así una beca para estudiar en Londres (reniega de la sociedad de su país). Pero, al mejor estilo Después de hora, de Martin Scorsese, todo empezará a salirle mal a él y a sus seres queridos: la adolescente es agredida sexualmente, su esposa está deprimida y quiere el divorcio, su anciana madre tiene problemas de salud, al protagonista le rompen los vidrios de su casa y del auto, atropella a un perro, unos fiscales investigan un caso de corrupción que podría salpicarlo y sigue la lista... Graduación tiene una solidez narrativa y actoral que a esta altura no sorprende en el marco del nuevo cine rumano, pero la acumulación de infortunios y miserias personales parece desmedida en el escaso tiempo en el que transcurre la historia. Ya había quedado claro que Mungiu quería demostrar que estos tiempos modernos de la Rumania poscomunista (capitalista) no son precisamente los mejores. Con un guión demasiado calculado, forzado y recargado, termina por minimizar los hallazgos de puesta en escena y la habitual solvencia de los intérpretes. No está mal, pero podría haber estado mucho mejor.
Es una película rumana del premiado director Cristian Mungiu que plantea una mirada cruda sobre una época de su país. El protagonista es un médico que vive pendiente de la graduación de su hija. Del resultado de sus exámenes finales depende que se vaya a estudiar a Inglaterra, el objetivo soñado de ese padre. Es que él ha sufrido el exilio, ha regresado a su país para desilusionarse y enfrenta ese pesimismo con la crisis de su matrimonio y una amante que tampoco es su mujer soñada. Un ataque a su hija hace peligrar sus planes, y se sumergirá en una cadena de favores corruptos, con consecuencias legales, para asegurarse el éxito de la chica, que por otra parte no comparte los planes de su progenitor. Esa cadena de favores que tiene como objetivo que el examen tenga un resultado óptimo lo lleva a alterar la lista de necesitados de un transplante. En ese clima de intrigas bien logrado, con sospechas cruzadas, donde las situaciones se revelan gradualmente y todo resulta oscuro y siniestro, solo son las mujeres de la familia las que se niegan a entrar en el juego de la corrupción. Un poco extensa pero válida. Buenos actores, un director de ideas claras y un mundo que universaliza una realidad que puede aplicarse fácilmente a cualquier punto del planeta.
La ética individual puesta a prueba. El realizador de 4 meses, 3 semanas, 2 días, premiada con la Palma de Oro en Cannes 2007, trabaja ahora sobre una serie de pequeñas decisiones de la vida cotidiana, aparentemente inocuas, y su relación con el entramado familiar y social de los tiempos que corren. El de Cristian Mungiu (n. 1968) es uno de los nombres indiscutibles de la renovación reciente del cine rumano, una pequeña cinematografía que –sin embargo, y como su par portuguesa– continúa ofreciendo al mundo, año tras año, películas de enorme fuerza creativa y originalidad. 4 meses, 3 semanas, 2 días, con su Palma de Oro en Cannes en el año 2007, fue el film que lo hizo célebre en todo el mundo, un relato duro y tenso cuya puesta en escena obsesiva, quirúrjica, no lograba ocultar un efectismo emocional de dudosa raigambre. El último largometraje del realizador, que también tuvo su debut en la Croisette, lo encuentra deslizándose sobre aguas algo más sutiles, sugestivas y, eventualmente, profundas. A pesar de partir de un hecho de violencia (que nunca se verá, a excepción de un fugaz video de vigilancia) la historia de Graduación no apunta sus cañones a una decisión tan compleja y peligrosa como abortar en la Rumania comunista, sino a una serie de diminutas resoluciones de la vida cotidiana –aparentemente inocuas en sus consecuencias directas– y su relación con el entramado familiar y social de los tiempos que corren. “Sobre la ética individual, de los dichos a los hechos”, podría llevar como subtítulo Graduación, que encuentra a la joven Eliza a punto de dar un importante examen final en el bachillerato (el bacalaureat del título original) que podría abrirle las puertas de un viaje de estudios en el exterior, dejando atrás la vida en su pueblo natal por una nueva en el Reino Unido. Ese parece ser el mayor deseo de su padre, Romeo, un respetado médico que ambiciona lo mejor para su hija, aunque ese anhelo combine la paternidad amorosa con la sublimación de las frustraciones más íntimas, de todo aquello que no se pudo o no se quiso hacer en otros tiempos. Un intento de violación en las proximidades de la escuela, el mismo día del examen, comenzará a cambiar varias cosas, en principio de manera microscópica, revelándose finalmente como el comienzo de un efecto bola de nieve. Lo que ocurrirá de allí en más no será tanto una búsqueda del culpable (aunque haya algo de eso, apoyada en la ayuda de un jefe de policía amigo de Romeo) sino la descripción de una cotidianeidad ligeramente alterada: las visitas al hospital, los encuentros con una amante de larga data, la constatación de una relación matrimonial al borde del precipicio, el enfrentamiento cada vez más pronunciado con su hija. La primera secuencia despliega las armas de lo concreto como elemento simbólico: la tranquilidad (normalidad sería un término más preciso) de una mañana en el departamento que comparten Romeo, su mujer Magda y Eliza se ve perturbada por una piedra lanzada desde la calle hacia la ventana del living. Esos vidrios rotos por ¿quién?, ¿por qué? –el primero de una seguidilla de extraños hechos de violencia– anticipan una alteración aún mayor, que no tardará en llegar. Para Mungiu, sin embargo, se trata apenas de un punto de partida, casi una excusa: el miedo a que su hija falle en ese examen –para el cual se ha venido preparando durante meses– por un incidente de origen externo dispara la posibilidad cierta de un hecho de corrupción escolar que, en otras circunstancias, nunca hubiera cruzado por su cabeza. A partir de ese momento, la película avanza lenta pero inexorablemente hacia un derrotero personal que termina dándole forma a la descripción de una trama de corruptelas, compensaciones económicas y “ayudas” entre amigos que sobrevive en la sociedad rumana a treinta años del fin de la era de Nicolae Ceau?escu (descripción que puede hacerse extensiva a muchas otras sociedades, por cierto, y no demasiado lejanas geográficamente). Algo similar ocurría en la reciente y magistral El tesoro, de Corneliu Porumboiu, pero el estilo de Mungiu se ubica más cerca del naturalismo seco, menos osado a nivel formal y más afecto al hiperrealismo de las actuaciones y los diálogos como sostenes esenciales del motor narrativo. Afortunadamente, el realizador nunca cae en el facilismo del sermoneo: no hay aquí una crítica despiadada a las miserias de la clase media, aunque sí una descripción certera de algunos de sus miedos y zonas erróneas. Con escasa piedad, pero sin abandonarse por completo a la imposibilidad de la empatía.
Graduación: fiel exponente de un cine que logra sorprender y mantenerse fiel a sí mismo La rumana, una de las filmografías insoslayables de lo que va del siglo XXI, tiene sus grandes nombres: entre otros, Cristi Puiu, Corneliu Porumboiu, Radu Muntean, Adrian Sitaru y Cristian Mungiu, el autor de Graduación. Con 4 meses, 3 semanas, 2 días, Mungiu había logrado en 2007 la primera Palma de Oro en Cannes para Rumania. Con Graduación también compitió en Cannes, y ganó -compartido con Olivier Assayas por la recientemente estrenada aquí Personal Shopper- el premio al mejor director. Desde hace más de una década, este nuevo cine rumano ha logrado la proeza de seguir sorprendiendo y a la vez mantenerse fiel a sí mismo. Es decir, parte de la sorpresa es la capacidad de reinventarse o de volver a funcionar, desde coordenadas constantes: la duda como sistema, para entrar en dilemas morales de resultados inciertos. Las preguntas sobre qué hacer y cómo manejarse en una sociedad tremendamente marcada por su pasado comunista, dictatorial, ineficaz, corrupto y de aislamiento conducen en general a thrillers domésticos, sociales, sin grandes explosiones -salvo las discusiones internas, entre familiares y/o funcionarios-, pero que generan -a partir de un armado tenso y que se percibe necesario- grandes dosis de tensión. Toda esta descripción introductoria puede comprobarse (o ponerse a prueba, porque la duda es fundamental) en Graduación, historia de padre a hija, y de esposa y amante, y de ataque sexual y de una beca para irse del país, y de los contactos institucionales -policía, médicos, gestores de favores varios- que se traman frente a nuestra mirada, en pocos minutos de planteo y en un relato que mayormente se dedica a derivar acciones mediante una narrativa que no se fuerza o, mejor dicho, que su fuerza proviene de la lógica, una terrenal, urgente y hasta pedestre. Lo que se relata con gran fluidez en Graduación parte de la unión entre los conflictos, los personajes, el realismo, la precisión actoral, la puesta en escena elaborada para que la interpretemos como simple, la prestancia y el aplomo de un director que se siente parte de una forma de hacer cine, más allá de su individualidad creativa. El film propone un cine tan alejado de las pirotecnias y franquicias que inundan las pantallas como de cualquier idea de tedio, y si triunfa al problematizar las dudas de los personajes acerca de qué hacer en cada momento quizá se deba a que está sostenido por una notoria seguridad a la hora de crear, una convicción cinematográfica que no hay que soslayar.
Sobre el sentido de la ética Un drama, del rumano Cristian Mungiu, que va más allá de la relación padre e hija, sobre tener -o no- la conciencia limpia. “Este es el mundo en el que vivimos, y a veces hay que luchar usando sus armas...”. Dentro de la madurez que ha alcanzado el cine rumano, Cristian Mungiu ha sido uno de los más vehementes a la hora de mostrar cómo los años bajo la dictadura de Ceausescu han socavado a buena parte de su sociedad. Y como en muchos de sus mejores filmes, como la ganadora de la Palma de Oro en Cannes 4 meses, 3 semanas, 2 días, en Graduación el relato va por el flanco moral. Romeo (Adrian Titieni) es un médico que está obsesionado con que su hija adolescente apruebe los exámenes del colegio para así poder acceder a una beca en una universidad inglesa. Pero Eliza (Maria-Victoria Dragus) es atacada sexualmente y nada será igual. No es su única preocupación. Atraviesa una crisis de pareja, su madre no está bien de salud, sufre ataques en su casa y algún caso de corrupción podría salpicarlo. El y su esposa se fueron de Rumania durante el comunismo, pero volvió en 1991, y se arrepiente de la decisión, tanto que sólo ve futuro a su hija estudiando en el extranjero. El de Romeo y el de Eliza son dos personajes casi sintomáticos del cine de Mungiu. Como si fueran una misma persona, pero una con los ideales intactos y la otra con los golpes que le ha dado y le sigue dando la vida. Eso que algunos suelen llamar experiencia, o malamente madurez. Mungiu también es un maestro en la forma en la que testimonia o manifiesta la condición de una sociedad desde lo externo -el estado de los edificios- y el interior de los personajes. Ahí afuera hay un sistema aceitado de corrupción, coimas y arreglos, al que Romeo aborrece, pero la oportunidad de que su hija se granjee un porvenir... Lo que está bien y lo que está mal, y las chances de una nueva generación de superar los escollos de su antecesora son los pilares sobre los que Mungiu construye su relato. Sobre el sentido de la ética y el poder dormir (o no) con la conciencia tranquila.
Al cruzar el límite El director Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas y 2 días) retorna su crítica sobre la sociedad rumana al cuestionar dilemas éticos y morales en este film ganador del premio a la mejor dirección (ex aequo con Olivier Assayas por Personal Shopper) en el festival de Cannes. Graduación (Bacalaureat, 2016) parece una película argentina sin serlo: presenta un realismo asfixiado por la corrupción estructural pero con el acento en las decisiones de cada ciudadano que sostienen y profundizan tales faltas éticas. En ese contexto problematiza el rol de la educación formadora de los individuos, tanto la institucional como la familiar, plagadas de una doble moral en la que la hipocresía evita la transmisión de valores positivos. Tal es el caso de Romeo (Adrian Titieni), un padre de familia que hace lo imposible para que su hija adolescente Eliza (Maria-Victoria Dragus) rinda con buenas calificaciones los exámenes tras sufrir un ataque sexual en la vía pública. Separado de su mujer Magda (Lia Bugnar) y conviviendo con su amante Sandra (Malina Manovici), el hombre lleva su vida con normalidad sin cuestionarse su doble vida. Pero la situación se transforma en un problema a los ojos inocentes de su hija, cuya alma -aún no corrupta- condena el accionar de su padre. El otro niño determinante para la historia es el introvertido hijo de su amante, quién utiliza una máscara y reacciona de manera violenta ante la realidad incómoda que vive. En la elaboración cinematográfica Cristian Mungiu pone su cámara encima de sus personajes, los sigue de cerca en ambientes cerrados para generar una tensión aún mayor. La acción queda fuera de campo, oculta para los ojos de los personajes -quienes eligen mirar para otro lado- y también para el espectador: no vemos ni la violación inicial ni el origen de la piedra que rompe la ventana, se busca centrar la mirada no en el hecho, sino en las consecuencias del mismo. De esta manera Graduación trabaja sobre las decisiones que desencadenan tragedias urbanas, que se manifiestan en el interior de los protagonistas y producen una catástrofe consumada. Una aguda crítica social que pone en jaque la idiosincracia rumana y la trasciende, siendo un espejo también para cualquier otro país que quiera verse reflejado de forma cruda y frontal en ella.
Nuevo ejemplo de ese cine rumano con aspecto austero y simple pero capaz de llegar lejos con temas complejos que cada tanto, por suerte, sigue estrenándose aquí. Un drama punzante y atrapante, sobre todo lo que le pasa en una familia después de que la hija, a punto de conseguir una beca para estudiar en Inglaterra, es atacada en la calle. La joven, depositaria de las esperanzas y frustraciones de sus padres, "que eligieron quedarse" en su país, es impulsada a rendir examen como sea. Una anécdota dura a través de la cual se puede observar una sociedad más cercana a la nuestra de lo que quizá imaginamos.
“El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe” declaraba Jean-Jacques Rousseau en el siglo XVIII y después de 300 años parecería que la sentencia, con más o menos adeptos y críticas, mantiene vigencia. Aunque el film rumano Bacalaureat no trabaje el concepto directamente, aún así el mismo se convierte en el punto de partida de una historia realista en línea con la ola del nuevo cine rumano.
La historia cuenta los difíciles momentos que vive una familia en Rumania, cuando una joven adolescente (Maria-Victoria Dragus) es brutalmente violada, quien está a punto de rendir un importante examen para conseguir una beca en Gran Bretaña y su padre es un médico de unos 50 años. En medio de todo vemos un hogar desbordado por distintas crisis: una esposa (Lia Bugnar) abatida y al punto del divorcio y se encuentra con distintos problemas en su trabajo, alguien le rompe los vidrios de su casa y auto, una amante (Malina Manovici) que le reprocha y su madre anciana con problemas de salud. Toca temas fuertes como: la corrupción, la violencia, la educación, la moral, la ética y los problemas que se viven, tanto en lo social como en lo político. Tiene momentos bastantes tensos y deja pensando al espectador. A pesar que le sobran algunos minutos. Un director comprometido por los distintos temas que suele abordar, varias veces Premiado, como por ejemplo en Cannes por “4 meses, 3 semanas, 2 días” (ganadora de la Palma de Oro en 2007) y “Más allá de las colinas” (Mejor Guión y Actriz en 2012).
Haciendo foco en las relaciones familiares y en la ética y la moral, el rumano Cristian Mungiu (Más allá de las colinas) presenta Graduación, una película por la que ganó el premio a mejor director en el Festival de Cannes. Romeo (Adrian Titieni) es un médico de aproximadamente 50 años que vive con su mujer y con su hija. Todo parece ir encaminado hasta que un día la joven sufre un intento de violación en la calle. Luego del ataque, Romeo se verá envuelto entre los límites de lo ético y lo moral para que su hija pueda rendir los exámenes que le aseguran la beca para una prestigiosa universidad. Graduación juega constantemente con los opuestos. A simple vista Romeo parece tener una vida perfecta: una familia unida, un buen trabajo y una hija que está a punto de recibirse con un promedio excelente. Finalmente, nada es lo que parece: su matrimonio está perdido, su madre se encuentra enferma y su hija tiene planes diferentes para su futuro. Mungiu propone una fotografía fría y distante, muestra una Rumania sombría, tenebrosa, carente de felicidad. Este tono tétrico va de la mano con la apatía que genera Romeo: un padre que parece más preocupado porque su hija apruebe los exámenes (sin importar cómo), que por el amor y la contención que ella podría necesitar luego de un intento de violación. Por momentos el guion se vuelve algo reiterativo y cansa. Las situaciones, lejos de tomar caminos diferentes, desencadenan en el mismo lugar. A pesar de esto funciona a la hora de mostrar la realidad que se esconde atrás de muchas familias que a simple vista parecen perfectas. ¿El fin justifica los medios? todo indica que para Romeo sí. Pero para otros personajes, no. Graduación hace reflexionar acerca del bien y del mal y muestra que tan diferentes pueden ser los límites morales entre una persona y otra.
En 2007, con 4 meses, 3 semanas, 2 días, el director rumano Cristian Mungiu logró la primera Palma de Oro en Cannes para su país. Diez años después, Mungiu saca el premio compartido a mejor director (junto a Olivier Assayas, por la recientemente estrenada Personal Shopper) con un film que vuelve a posicionarlo, a él y al cine rumano, en la vanguardia del séptimo arte. Graduación es la historia de Romeo (Adrian Titieni), un médico obsesionado por que su hija Eliza (Maria Victoria-Dragus) consiga la graduación que le permitirá viajar a estudiar en Londres. Pero el camino será largo y sinuoso –más para él que para Eliza, quien, comenzando un noviazgo con Marius, está en verdad poco interesada por un futuro en tierras lejanas–. Todo empieza una mañana, con un piedrazo que agujerea una ventana de la casa. Un piedrazo de mal agüero. Romeo sale a buscar al vándalo pero no halla a nadie, y la serie de “accidentes” seguirá. Romeo está convencido de que alguien lo sigue, sin razón aparente. Lo único cierto es que Romeo se porta mal, y puede haber culpa en la paranoia. Separado a medias de Magda (Lia Bugnar), el médico comparte la casa familiar pero duerme en el sofá del living, y a escondidas se ve con Sandra (Malina Malovici), una preceptora del colegio de Eliza varios años menor que él. Una de las tantas mañanas en que acerca a Eliza al colegio, apurado por acostarse con Sandra, Romeo deja a la chica a unas cuadras de la escuela y termina siendo acosada y casi violada. El incidente pone al médico en contacto con la policía del pueblo, y así arrancará una cadena de favores que terminará con un jefe corrupto y muy enfermo, en cola de espera por un órgano. Mungiu narra con la torpeza y el cansancio de Romeo, un hombre obeso, insatisfecho con su presente; un hombre que reniega de su país y hará todo lo posible por que Eliza pueda irse a Gran Bretaña. Su único horizonte es ese, y hallar al acosador de su hija. Todo lo demás, su separación, las demandas de Sandra, los recovecos policiales, no son más que piedras en el zapato. Y hablando de piedras, ¿quién acaba de astillarle el parabrisas del coche? Envuelto entre lo trascendente, lo trivial y lo misterioso, Mungiu hace navegar a su film por distintas aristas que se interconectan, y cuyo único denominador es Romeo, pasajero de una especie de pesadilla light. En ese vaivén entre el realismo y lo inexplicable, algo curioso y por completo ajeno a las voluntades, Mungiu vuelve a coronar al cine rumano como uno de los más completos y satisfactorios de la actualidad. Allí arriba, junto a otros colegas como CorneliuPorumboiuj, RaduMuntean y Cristi Puiu, está su podio.
Las obsesiones de un padre En “Graduación”, el rumano Cristian Mingiu explora en las decisiones de un médico tras el ataque sexual que sufre su hija. Simple y extraño a la vez, el filme navega dos horas por un registro de agobiante tensión. Graduación es una película simple y extraña a la vez. Por un lado, parece hablar la lengua común del cine independiente internacional: la cámara minuciosa (a Romeo, el médico que protagoniza el filme, lo vemos en primer plano cortando pan, cebollas, limones, en escenas distintas); la ausencia de banda de sonido; la aceptación de la cadencia triste de la vida cotidiana; la falta general de “humedad” en la comunicación entre los personajes. Sin embargo, a esos elementos simples se agrega un comienzo brutal cuando Eliza, la hija Romeo, sufre un intento de violación la mañana anterior a que rinda los tests de los que depende una beca para estudiar psicología en Inglaterra. Esa misma mañana, una piedra hace un hueco en la ventana de la casa que comparten con Magda, la madre. A partir de esos dos elementos, el clima de la película se enrarece, todo parece hacerse pedazos, y el disparador definitivo es un conflicto burocrático, ético y, en un sentido también, político. Rumania no parece (al menos en la consideración de Romeo) la tierra de las oportunidades. Mientras lidia con un matrimonio en crisis y con una relación paralela, el médico pone en movimiento las ruedas de la influencia para favorecer a su hija cuando el ataque sexual amenaza con impedir su participación en los exámenes y el despegue hacia una vida mejor. Ni Eliza ni Magda (incapaz de subordinar su ética a su ambición, pero acusada de “sacarle el cuerpo” al problema) comparten la decisión. El peso sufrido por Eliza, obligada a sostener las fantasías paternas de realización; los hechos de violencia inexplicados; la aparición de dos ominosos burócratas que investigan a uno de los poderosos que ayudan a Romeo; la obsesiva investigación parapolicial del médico para encontrar al responsable del ataque a su hija; el niño de su amante con el rostro cubierto siempre por una máscara de macho cabrío; esa especie de cansina ronda sin descanso a la que se entrega Romeo: todo le da a la película un ritmo misterioso. Ritmo que desmiente su final, quizás demasiado calmo para esa atmósfera de rara tensión que domina las dos horas de duración de este drama.
La nueva pelicula del realizador rumano de “4 meses, 3 semanas, 2 días” se centra en la historia de un padre que está dispuesto a todo con tal que su hija se gradúe con honores de la secundaria y pueda ir a estudiar a una universidad en el exterior. Pero los problemas y compllicaciones se le empiezan a apilar… En muchos sentidos, GRADUACION, del rumano Cristian Mungiu, es muy similar a THE UNKNOWN GIRL, de los hermanos Dardenne. Las dos películas se juegan por un naturalismo cotidiano que les ha resultado muy efectivo a los directores en filmes pasados, estilo que en ambos casos nos permiten meternos en sus respectivas películas como si tranquilamente podrían suceder en la realidad. Como todos los directores que han derivado sus estéticas del neorrealismo, una de sus principales ambiciones es que esa sensación de “vida real” se traspase de la pantalla al espectador y lo meta en las situaciones que se atraviesan sin pensar demasiado en las mediaciones estéticas o narrativas. Pero en ambos casos esa sensación está puesta severamente en juicio en sus últimas películas por algo que podríamos definir como “exceso de guión”. GRADUATION, como el filme belga, se siente demasiado armado, “escrito”, se observa la mano de alguien que fuerza los acontecimientos para que se den de una manera en la que la famosa “suspensión de la incredulidad” propia del cine no se termina de producir. Y, en ambos casos, es una lástima, ya que casi todos los demás elementos (temáticos, de puesta en escena, apuntes sociales, etc) son lo suficientemente ambiguos e intrigantes como para capturar nuestra atención. Que pese a todo lo hagan es una muestra que sus talentos como cineastas sobreviven a guiones pasados de cocción. Al Doctor Romeo le suceden todas las cosas horribles que pueden sucederle a alguien en menos de 24 horas. Alguien le tira una piedra que rompe la ventana de su casa, tras dejar a su hija Eliza en la escuela la chica resulta golpeada en un intento de violación, cuando regresan a su casa pisan a un animal con su auto y poco después su amante le dice que puede estar embarazada. Bienvenidos al mundo de los Problemas de Romeo. El tipo está obsesionado con que su hija salga de Rumania y la ha preparado toda su vida para estudiar en el exterior. Y todo esto, claro, sucede el día previo al examen que le dará por aprobada la secundaria. Y si no aprueba ese examen, no hay universidad británica. Ergo no hay salvación, no hay futuro, no hay nada. Esta serie de problemas (que recién empiezan) lo hacen entrar a Romeo en una espiral de corrupción a la que, asegura, nunca había entrado antes. A su hija no le va bien en el primero de los tres exámenes por culpa del trauma del intento de violación, por lo que necesita dos 10 en los otros tests. Pero para asegurarse eso hay que mover algunas piezas, “engrasar algunos ejes”. Y ahí va Romeo: un policía por aquí que conoce a otro tipo por allá que a cambio de facilitar un transplante hablará con otro tipo más allá que podría hacerla pasar a la chica sin problemas. Pero no queda claro que Eliza esté del todo interesada con irse y, de novia con un motociclista rumano, uno empieza a sospechar que tal vez preferiría quedarse. ¿Y qué sucede con los piedrazos en la casa seguido de otros atentados? Romeo suda y suda. Además de Eliza tiene que pensar en su madre enferma, en su amante con retraso menstrual y en el hijo con problemas de ella, en el sospechoso novio de la nena que tal vez esté implicado en algo, en su esposa que parece sufrir alguna enfermedad también y con la que parecen estar esperando que la hija se vaya para concretar una separación que es obvia… y así. Lo cierto es que pese a esa serie infinita de problemas que normalmente se dan a lo largo de meses o años y acá suceden en unos pocos días como producto de una conspiración (de guionistas), uno se va metiendo con el protagonista en esa espiral (a)moral que lo lleva a hacer cosas que no debería, a ser malentendido o mal interpretado por otros, juzgado por su familia, criticado por su madre y así. Que en medio de todo eso siga atendiendo pacientes es un milagro que existe solo en el cine. El talento para la narración firme del director de 4 MESES, 3 SEMANAS, 2 DIAS hace que uno siga igualmente con nervios e interés el desarrollo de la historia, logrando disimular lo suficiente la manipulación dramática como para sostener nuestra atención. Es que el universo que rodea al doctor, su hija y su familia (todos excelentes actores, además) está tan bien descripto, tan cerca de las experiencias que se suelen vivir en países donde la corrupción es moneda corriente, que uno no puede más que implicarse en lo que pasa, aún notándole las costuras por todos lados. Lo cierto es que, de reducir el guión a un nivel más básico y realista, GRADUATION podría funcionar mucho mejor, y hasta acaso ser la mejor película de Mungiu. Así como está, se queda a mitad de camino.
Porque –al menos según cierto estereotipo– la mayoría de los médicos usa con asiduidad sus teléfonos móviles, y una buena cantidad recurre a la música clásica para relajarse, una banda de sonido esencialmente compuesta por ringtones y melodías barrocas es esperable en una película protagonizada por un cirujano. Sin embargo, la alternancia entre el repiqueteo del celular del Dr. Aldea y fragmentos de Stabat Mater de Antonio Vivaldi adquieren un protagonismo a veces perturbador en Graduación de Cristian Mungiu. El realizador rumano parece haber encontrado en esta combinación sonora otra manera de describir un presente escindido entre la inminente concreción de un plan académico de larga data y una serie de avatares que amenazan con frustrarlo. Desde esta perspectiva, la música del Prete Rosso recrean el río tranquilo donde Romeo embarcó a su hija, con destino a una Inglaterra próspera, y las señales auditivas de mensajes de texto y llamadas representan los imponderables que atentan contra el arribo a buen puerto. Una sola alusión al comienzo de la era poscomunista le basta a Mungiu para volver a deslizar sus reparos sobre la Rumania que sobrevivió a Nicolae Ceauscescu. Acaso haya algo del cineasta de 49 años en el cirujano contemporáneo, convencido de que su generación se sacrificó en vano para intentar cambiar una sociedad sumida en vicios históricos. Cascotazos y atentados más graves radicalizan la postura del personaje a cargo de Adrián Titieni, el mismo actor que encarnó al padre obstetra en la impresionante Ilegítimo de Adrián Sitaru. El afuera ideal(izado) que representa Inglaterra se convierte en un fin tan imperioso que justifica no sólo los medios, sino el alto riesgo de desintegración moral y familiar. La idiosincrasia rumana irrumpe en el camino que el Dr. Romeo Aldea diseñó para su hija durante años, con miras a la obtención de una beca universitaria en el Primer Mundo. Al dilema que también se interpone, Mongiu lo plantea con un guión rico en parlamentos sustanciosos y discutibles en el buen sentido del término. Quizás para matizar tanto diálogo, el realizador construye una atmósfera inquietante, por momentos digna de un thriller. La alternancia entre ringtones y Vivaldi parece formar parte de esta estrategia narrativa de desestabilización. Como el cirujano protagonista, los espectadores tampoco podemos relajarnos, sobre todo cuando Graduación nos pregunta maliciosamente si nosotros también nos consideramos ciudadanos sacrificados, honestos, libres de toda debilidad susceptible de inspirar y justificar la comisión de un insignificante acto de corrupción.
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Drama intimista con guión sólido y realización inteligente y sensible Esta película rumana dirigida por Cristian Mungiu nos conecta con la realidad de un país que nos queda muy lejos, no sólo geográficamente sino también en las preferencias de informarnos de qué es lo que sucede fuera de la Argentina. La historia se centra en una típica familia de clase media, compuesta por Magda (Lía Bugnar), una sufrida bibliotecaria, su marido Romeo (Adrian Titieni), un reconocido médico de hospital, y una hija, Eliza (María Victoria Dragus), que está a punto de terminar el colegio secundario, es una excelente alumna y tiene que dar exámenes finales para obtener una beca que la lleve a estudiar psicología en Inglaterra. El orden familiar marcha según lo planeado hasta que Eliza es atacada sexualmente frente al colegio, a plena luz del día, y es a raíz de este delito que la vida de los tres se modifica radicalmente. Pese a que la idea de Romeo es la de continuar con lo planificado y presionar a su hija para que dé los últimos exámenes, aunque no esté anímicamente apta para afrontar semejante stress, la situación primogénita se va desmoronando más rápido de lo esperado, las prioridades cambian al igual que los sentimientos y actitudes de cada uno de ellos. Aunque se suponga que la adolescente es la protagonista, ese rol lo adopta el padre que se convierte en un titiritero, maneja y resuelve los problemas de su hija, de su esposa, de su madre, y hasta los de su amante. También tiene tiempo para trabajar en el hospital y realizar otros menesteres. En su intento para que nada se desmadre cada vez le cuesta más alcanzar la meta. Se obsesiona con que su hija se vaya a estudiar y hacer su carrera en el extranjero, tal vez porque siempre se muestra arrepentido de haber vuelto a su patria en 1991, luego del período comunista bajo la dictadura de Nicolae Ceausescu, y que no pudieron cambiar nada, por lo que vive renegando de su origen y no quiere eso para su hija. Todas las esperanzas depositadas en el futuro de la adolescente le hacen cometer actos non sanctos, incapaz de haberlos hecho si no hubiese pasado lo que pasó. La relación entre los personajes intra familiares y los que mantienen fuera de ese grupo, están aceitados, generan que el relato fluya, vaya creciendo minuto a minuto, los problemas aumenten y las expectativas para saber cuál es el siguiente paso que va a dar Romeo son mayores. Normalmente, si uno no nace para hacer lo que realiza el protagonista, las cosas saldrán mal, o por lo menos no como uno esperaba que resulten, y las consecuencias que se tienen de eso van a ser mayores y más complicadas que si se hubiese dejado que transiten los tiempos y carriles normales para llegar a destino.