El desvío y el milagro Es inevitable recordar o al menos tomar como referencia el modelo narrativo de películas como Historias mínimas, o Las acacias, al tomar contacto con la propuesta de La novia del desierto. Básicamente porque en las tres películas predomina una energía depositada y confiada a los personajes y a la anécdota, que se expande hasta convertirse en una mini épica de lo cotidiano. Y es precisamente en la forma de road movie donde este tipo de aventura del alma encuentra los caminos para explotar, a veces también en el azar como denominador común de vínculos entre personajes que de otra manera sería fatigoso construír, o por decirlo de otro modo, un tanto artificioso. Para el caso, el relato rápidamente encuentra su cauce al cruzar en el mismo camino a Teresa (interpretada con solvencia por la chilena Paulina García) y El Gringo (en la piel del gran Claudio Rissi). Ella, a sus 54 años, no conoce otra cosa que la vocación de servicio como doméstica de una familia de Buenos Aires y él no ha experimentado la sensación de pertenecer a algún lugar, con la ruta como espacio vital para su desarrollo económico y sustento de vida como puestero ambulante. En San Juan, provincia a la que Teresa llega como consecuencia de haber perdido su trabajo de décadas junto a la familia, se conocen. Pero las inclemencias del tiempo los separan, salvo la excusa de una búsqueda infructuosa cuando Teresa advierte que perdió su bolso en el trailer del puestero. Esa doble excusa, la del film y la del guión, es precisamente el corazón de esta “nueva historia mínima”, donde las realizadoras Cecilia Atán y Valeria Pivato construyen el vínculo ideal para que dos almas solitarias vuelvan a confiar en las segundas oportunidades. Si eso obedece a un milagro o sencillamente a los deseos de cada uno, realmente importa poco para los fines de una anécdota que crece a medida que esa ruta se ensancha. La confianza en el otro es vital para conocer el pasado, pero sin aferrarse a ese estadío y con un incipiente carpe diem como único gps de este viaje. La solidez narrativa de Una novia en el desierto es producto de una buena elección de la pareja protagónica, ambos logran ocultar y revelar el pasado como parte del misterio que hace mucho más atractiva la necesidad de conocerse para finalmente intimar o compartir, aunque más no sea, un camino diferente.
La primera imagen de La novia del desierto es un plano cenital de una peregrinación de gente al costado de una ruta. Marchan hacia el santuario de la Difunta Correa, en San Juan, pero no por fervor religioso sino por otro motivo más terrenal: se rompió un micro con destino a la capital provincial y a los pasajeros no les queda otra que llegar a pie hasta allí para tomar otro colectivo que los lleve a destino. El aura de la popular beata será una presencia constante en la ópera prima en conjunto de Cecilia Atan y Valeria Pivato, también autoras del guión.
El relato de un viaje pasible nos hace emocionar por la madurez y consolidación de la dupla actoral. La ópera prima nos muestra a Teresa (Paulina García), quien trabaja como empleada para una familia que decide cambiar de rumbos y que por una pequeña negligencia queda varada en una ciudad donde se le rinde culto a la Difunta Correa. Desolada y agitada, ve cómo pasar su fútil y problemática estadía en la zona. El amor de dos personas maduras surge en un viaje de claustrofóbico. Su aventura comienza cuando Teresa pierde el bolso, una de las mayores tragedias que le podía pasar dentro de tantas minúsculas que le ocurrieron (que iremos descubriendo a medida que el relato muestre su cara más dulce). Por fortuna, ella sabe exactamente dónde dejó su pertenencia y sale en la búsqueda de la casa ambulante de un comerciante apodado el Gringo (Claudio Rissi), quien le ofreció forzosamente a que se probará uno de sus vestidos. Pero al ver que él no lo tiene, ambos emprenderán una exploración de los últimos viajes que hizo el vendedor para recuperar el objeto tan deseado. A medida que llegan a diferentes puntos del pasado, irán intercambiado coqueteos. Ella al principio se resistirá a toda costa a las conversaciones de su piloto, y él hará todo lo posible para que el coqueteo se ponga a en marcha mientras están en ruedo. Las directoras logran de forma apacible y bella capturar la esencia de una ciudad alejada, seca, calurosa y desmedida. Son los cimientos de una visión más poética lo que logran manifestar a través de un micro relato de amor. O para no dejar de lado, es el paisaje al que se le cuela este romance tan bien logrado. Tales son los puntos que la obra no ahonda solo en una historia romántica. Las dos caras mostrarán distorsionadas a los países cercanos pero distanciados entre sí, aunque no sea una gran molestia ser chileno, no significa que no tenga otra obediencia. Los habitantes generan inquietudes sutiles a nuestra protagonista porque la identifican con su bandera natal. Hay una vertiente muy ligera plasmada por ambas directoras, la de la soledad. No hay mayor miedo que pararse ante la incertidumbre y darse cuenta que no se tiene nada en que apoyarse. Es por eso que la actuación de Paulina García sobresale por su luminosidad, la chilena es una de las revelaciones actorales más sorprendentes de los últimos años, desde “Gloria”, la actriz comienza a abarcar más en papeles internacionales (“La cordillera”, “Little Men”) con el peso que merece en sus personajes a desarrollar. También se juega con otro tipo de mito, el del engaño. Se crea la imagen de un hombre sediento por pasión que (como se ve repetidamente en muchas imágenes cinematográficas del varón enamorado) recurre a la mentira. ¿Será su única posibilidad, su único recurso? Solo el viaje nos marcará su verdadera cara. Si vamos a los desmayos existenciales, persistir con esta película será una buena manera de inyectarse esa vacuna que tenemos olvidada, esa remedio que necesitamos cada tanto para recordarnos que no todo es oscuridad en este minúsculo mundo.
Se estrena este jueves La novia del desierto la ópera prima de Cecilia Atan y Valeria Pivato - Publicidad - La novia del desierto es -diciéndolo con cautela- tanto una road movie, como un viaje de iniciación, tan literal como metafórico. Tiene tres protagonistas principales: Teresa, (Paulina García) una empleada doméstica con más de 30 años en la misma familia, la que por razones económicas prescinde de sus servicios sin otorgarle ningún tipo de remuneración, sólo una recomendación para trabajar en San Juan. Allí comienza una peregrinación que tiene como primer acontecimiento el desperfecto del ómnibus. El que la deja a pie por el camino, y donde se cruza por primera vez con El Gringo (Claudio Rissi), un vendedor ambulante y puestero de la feria cercana al Santuario de la Difunta Correa. El olvido de un bolso con todas sus pertenencias, en la casa rodante del Gringo -al intentar probarse un vestido-, la forzará a un nuevo encuentro. Y allí el desierto… y un temporal, con toda su tremenda belleza inabarcable. En esa travesía lo más importante no será precisamente el destino, sino el proceso que va a atravesar esta mujer solitaria, introvertida y callada, acostumbrada a vivir la vida de los otros. Teresa va a pasar lentamente, -y con ayuda del Gringo- de una particular comodidad basada en la inacción, y en la entrega desmedida que supone haber criado como propio un hijo ajeno. La que sin duda es la pérdida más relevante que deja en Buenos Aires. A un espacio sin tiempo, quedando aparentemente a la deriva, y sin saber que hacer frente a esa realidad que la desborda. De tal manera, que el comienzo del film va a pasar poco a poco, de un tono dramático, a una historia romántica, tan tierna como perturbadora, no excenta de situaciones en cierto punto humorísticas. Ese humor sin prisas característico de ciertos lugares del interior de nuestro país. Es común asociar la palabra desierto con el Sahara. Lo que conlleva la idea de aridez, de tierras no cultivadas, de falta de agua, desolación, y nomadismo. Pero también está la idea de éxodo, de retorno a un espacio de espiritualidad. El legado del desierto sigue siendo expresado de diferentes maneras. Dentro del film, el desierto no opera solamente como una elección narrativa que leemos en el formato de sus encuadres, o en el trabajo con el sonido y en el contexto de ambientación de decorado. Sino que este, mediado por el Santuario de la Difunta Correa se encuentra atravezado, por un profundo sentimiento basado en la fe y la esperanza. Por esto ese espacio abierto tiene una función tranformadora. Que se va a extender a los cuerpos de sus protagonistas. La novia del desierto es un film de climas, que aborda temas tan universales, como la necesidad de creer en alguien superior, la solidaridad y la necesidad de amar, sin caer en ningún momento en lugares comunes. La Difunta Correa junto al Gauchito Gil, representan uno de los cultos populares más arraigados en el imaginario de la Argentina, -que se dice viene desde el siglo XIV- . Valdría recordar la reciente Gilda, no me arrepiento de este amor (2016) de Lorena Muñoz, que es parte de los cultos populares. Y el caso, es que todos en un punto podemos identificarnos con ellos, ya que tanto humanos, compartimos las situaciones límites de la existencia. Por esto este film es en sí mismo una gran metáfora, que sólo puede entenderse desde su conjunto, incluyendo su título indispensable, claro está. Formidables actuaciones, impecable fotografía, ambientación, sonido y música, son parte un relato sencillo basado más en la mirada, que en la palabra. Una propuesta minimalista, sensible, construida para un gran abanico de espectadores, un logro no menor en ésta excelente ópera prima del potente dúo formado por Cecilia Atán y Valeria Pivato. FICHA TÉCNICA Escrita y Dirigida por: Cecilia Atan y Valeria Pivato Director de Fotografía: Sergio Armstrong (Neruda, El Club, No, Desde allá) Directora de Arte: Mariela Ripodas (Al final del túnel, Eva no duerme) Diseño de Vestuario: Beatriz Di Benedetto (Los que aman odian, Lulú, Wakolda) Montaje: Andrea Chignoli (No, Violeta se fue a los cielos, Tony Manero) Música Original: Leo Sujatovich (La Antena) Cast: Paulina García (Gloria, Little Men), Claudio Rissi (Aballay, el hombre sin miedo) Productores: Cecilia Atán – Valeria Pivato Ceibita Films / El perro en la luna Eva Lauria – Raúl Aragón Productores Asociados: Zona Audiovisual / Haddock Films Lucero Garzon / Florencia Poblete Carolina Álvarez Distribuye en Argentina: Primer Plano Film Group Distribuye en el mundo: Cité films
Un camino soleado La road movie es un género asociado al cine independiente. Sin embargo, esto no significa que sean fáciles de hacer, todo lo contrario, cuentan con recursos mínimos que deben funcionar perfecto para que la historia fluya y conmueva. Es el caso de La novia del desierto (2017), la sorpresa del año que supo brillar en el 70 Festival de Cannes. Cuenta la historia de Teresa (la actriz chilena Paulina García), una empleada doméstica cama adentro que se traslada por el desierto de San Juan a un nuevo hogar tras dedicar toda su vida a una casa de familia de Buenos Aires. Pero el micro se rompe y, mientras espera otro, visita el santuario de La Difunta Correa. Ahí pierde su bolso y el puestero llamado “el gringo” (Claudio Rissi) la ayudará a recuperarlo antes de volverse a embarcar rumbo a su destino. Paulina García es una de las grandes actrices chilenas, brilló en Gloria (2012) y recientemente la vimos en el papel de la presidenta del país vecino en La cordillera (2017). Su papel de mujer reservada, humilde y vulnerable se trasmite en su mirada. Sus carencias afectivas en cada gesto que esboza. Pero no es un trabajo sólo suyo, el feedback con su compañero de reparto es esencial. Claudio Rissi representa su contracara, el hombre de físico imponente y mirada intimidante de Aballay, el hombre sin miedo (2014) pero en clave bonachón. El estatismo de ella (estuvo toda su vida en una misma casa dedicada a una familia ajena) se contrapone a la inquietud de él (deambula por el espacio y las relaciones a su gusto). La ópera prima de Cecilia Atán y Valeria Pivato no se destaca sólo por ser una road movie muy bien construida. También desarrolla un clima generacional: ambos personajes superaron los cincuenta años y, justo cuando la vida parece ya no tenerles preparada ninguna sorpresa, aparece el destino y La Difunta Correa para modificar sus vidas. Un plus fundamental que otorga una sensación optimista al relato. Por último, la sutileza. La novia del desierto tiene la particularidad de trabajar cierta ambigüedad que universaliza la historia. No hay explicaciones sobre los milagros de La Difunta Correa, ni sobre la relación de dependencia de la protagonista hacia la familia que dejó en Buenos Aires. Tampoco información certera sobre el pasado del gringo. Sin embargo, no son necesarias para dejarse llevar por el argumento y emocionarse con las sensaciones que produce. Es justamente al revés: su inexactitud invita al espectador a cerrar a su gusto esa parte de la historia que desconoce. Hecho gratificante por cierto. La novia del desierto tiene ese don especial, el de acompañar en el viaje a esas dos personas que desconocemos pero con las que nos sentimos cómodos desde el primer instante.
Con la dirección y el guión de Cecilia Atan y Valeria Pivato, este bello film, una opera prima de los realizadores, se mete con un tema poco común en el cine, el amor entre adultos. Pero adultos que como se definen en algún momento son como piedras en ese paisaje de desolación y misterio, miedos y descubrimientos. Con delicadeza y profundidad, la historia toma a sus personajes y los define a la perfección. Teresa, una talentosa Paulina García, gran actriz chilena, ha vivido desde su juventud como doméstica en una casa, cerrada a otras experiencias. Una circunstancia fortuita la lleva a San Juan para servir en la casa de unos familiares de sus empleadores. Una parada en el lugar de culto de La difunta Correa la enfrenta a lo desconocido, pierde a su equipaje, se queda con lo puesto y la esperanza de encontrar a “El gringo” como única solución. Este hombre de los caminos, interpretado con calidad por un encantador Claudio Rissi, le abrirá las puertas a los sentimientos, el florecimiento, la curva distinta en un destino predeterminado. Una película de caminos construida con la sabiduría de los detalles reveladores, los pequeños gestos, la humanidad que surge en lo impensado, el talento de los actores y la seguridad de las directoras. Véala.
Las directoras de La novia del desierto, Cecilia Atán y Valeria Pivato, tienen claro qué buscan con su película y traducen ese objetivo de principio a fin: contar una historia y apelar a emociones sencillas. El film empieza justamente en un camino de ruta desértico. El colectivo en el que viaja la protagonista tiene un desperfecto y los pasajeros terminan varados a pocos kilómetros del lugar en el que se le rinde culto a la Difunta Correa, en alguna ciudad de San Juan. El mito o la superstición estarán presentes difusamente en otros momentos.
La novia del desierto, de Cecilia Atán y Valeria Pivato Por Gustavo Castagna Road movie territorial, búsqueda de afectos, soledad, silencios, un paisaje con función dramática de peso, dos personajes principales y algunos más pero solo satelitales dentro de la historia, una visión entre complaciente y amable sobre el mundo, un relato que crece a través de pequeños trazos, sonrisas culposas y nada de catarsis inútil y de euforia gratuita. Bienvenida, entonces, una opera prima como La novia del desierto de Atán y Pivato, realizadoras que tocan algunas cuerdas afines al cine de Carlos Sorín (el paisaje, la ambientación, la tipología de los personajes) más un viaje de susurros y pequeños sobreentendidos tal como lo reflejaba Las acacias (2011), film inicial de Pablo Giorgelli premiado en festivales. Teresa (Paulina García, la estupenda actriz del film chileno Gloria) y El Gringo (el siempre dúctil y gran intérprete Claudio Rissi) son los dos personajes centrales, el centro de atracción de la historia, el objetivo único del relato. Bajo esa concepción de guión, las realizadoras suman la árida geografía sanjuanina como soporte geográfico, fundamental para comprender mejor las vivencias del dúo protagónico. A través de pequeños flashbacks la narración describe a Teresa, quien pierde un bolso y queda a la deriva cerca de un santuario a la Difunta Correa. Allí aparece El Gringo, amigable desde su característica más transparente, un vendedor ambulante al que en primera instancia Teresa parece temer. Pero surgirá una química especial entre ambos: al inicio a través de marcados silencios, luego desde tenues sonrisas, más tarde a partir de la construcción de un delicado erotismo que aclara –por si fuera necesario- la profunda soledad de ambos personajes. La novia del desierto expone sus cartas dramáticas en la primera mano, no esconde sus intenciones, estimula esa riesgosa amabilidad que caracteriza a cierto argentino, que complace a una parte de la crítica y que irrita a otro montón de especialistas. En ese sentido, parecería que el cine argentino –porqué no el cine en general- solo existe a través de la división entre películas crueles, y en la vereda de enfrente, esos films que exudan amabilidad y un notorio cariño por sus personajes. Pienso que no debería ser así (y que disculpe el lector por el uso de la primera persona) y acá termino con este tema que excede a la opinión que pueda tener sobre La novia del desierto. Es que la opera prima de Atán y Pivato representa un film de perfil bajo, sin demasiadas originalidades estéticas y / o formales, una caricia simpática y leve frente a otro cine diferente. Un film menor que desde sus personajes, susurrantes y plenos de calidez, encuentra un eje único que jamás decide cambiar de rumbo. LA NOVIA DEL DESIERTO La novia del desierto. Argentina/Chile, 2017. Dirección: , guión y producción: Cecilia Atán y Valeria Pivato. Intérpretes: Paulina García, Claudio Rissi. Fotografía: Sergio Armstrong. Dirección de arte: Mariela Ripodas. Montaje: Andrea Chignoli. Música: Leo Sujatovich. Duración: 78 minutos.
Cecilia Atán y Valeria Pivato en esta película protagonizada por Paulina García y Claudio Rissi proponen un recorrido por la transformación de una mujer llamada Teresa quien ve cómo su mundo cambia de un día para el otro al ser reubicada laboralmente a miles de kilómetros de su zona de confort. En ese viaje conoce a El Gringo, un hombre que la conectará con sus deseos y sensaciones, pero que además la liberará de estructuras mientras planea su nueva vida. Narrada con honestidad y simpleza, la película es una épica historia, noble, sobre la esperanza de encontrar en el camino de la vida otras realidades y el amor.
Una travesía hacia la emoción Todo cambia de repente para Teresa, la protagonista de esta película que, luego de un elogiado paso por la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, se aseguró el estreno en unos cuantos países del exterior (entre ellos, Francia, Estados Unidos, China y Brasil, territorios atípicos para el cine nacional). Debe dejar la casa en la que se desempeñó como empleada doméstica durante treinta años y mudarse muy pronto a San Juan, donde aparece una nueva posibilidad de trabajo. Ese contexto desconocido la intranquiliza, pero el azar jugará a su favor cuando se cruce casualmente con el Gringo, un solitario vendedor ambulante con el que vivirá un encuentro revelador. El motor argumental de esta historia sencilla es convencional: el viaje que transforma en empatía la desconfianza inicial entre dos personajes. En ese plan, la química entre los protagonistas siempre es clave. Y funciona bien entre Paulina García y Claudio Rissi, dos profesionales con experiencia y buena gama de recursos. Menos eficaces son algunas decisiones de puesta en escena, tendientes a subrayar el peso de un entorno que el también chileno Sergio Armstrong, habitual colaborador de Pablo Larraín, hoy por hoy uno de los cineastas trasandinos de mayor proyección internacional, fotografía con un preciosismo al que el cine latinoamericano apela con frecuencia (se podría pensar en la exitosa Estación Central como paradigma) y que, lejos de erigirse como virtud, siempre termina debilitando.
Un amor como no hay otro igual Con una madurez inusitada en una opera prima, las directoras cuentan una historia sencilla y entradora. Una pequeña historia, contada con simpleza y cero costumbrismo, buenos encuadres y dos actuaciones medidas, pero entradoras. Eso es lo que ofrece La novia del desierto, la opera prima que realizaron conjuntamente Cecilia Atán y Valeria Pivato y que tuvo su première mundial en la sección oficial Una cierta mirada, del Festival de Cannes. Teresa (la chilena Paulina García, presidenta de Chile en La cordillera y ganadora como mejor actriz en el Festival de Berlín por Gloria) trabaja en una casa de Buenos Aires como empleada doméstica. Pero ya no pueden pagarle, por lo que la familia, con la que se ha encariñado, le consigue trabajo en San Juan, en la casa de los suegros de Rodrigo. Hacia allí parte, en esta suerte de road movie con toques sentimentales y ni un solo golpe bajo. El ómnibus tiene un accidente, menor, pero debe abandonar el viaje cerca del santuario de la Difunta Correa. Allí conoce a un puestero, el Gringo (Claudio Rissi, a kilómetros de distancia de los papeles que lo caracterizan como malvado, perverso y/o depravado), en cuya camioneta/probador se ha olvidado su bolso con todas sus pertenencias. A partir de allí, las directoras -que se conocieron asistiendo a Juan José Campanella en Luna de Avellaneda- construyen un relato que es poco más que un corto, en parte por su duración -apenas 78 minutos- y también por sus ambiciones medidas. Como muchas veces, menos es más, y el no recargar ni reforzar con trazos fuertes lo que es mejor recibido con sutileza, es una ventaja. Las directoras sacan provecho de la madurez -pese a que es su opera prima- de haber trabajado en la industria del cine local asistiendo a muchos directores de renombre. Y por eso La novia del desierto luce esa seguridad en la selección de planos, en la manera de estar narrada, en la simpleza de su relato, en el que no sobra ni falta nada. La vulnerabilidad y humildad de Teresa nos llega de manera directa, diáfana, y es muy fácil tener empatía, apego con ella. Lo mismo con el Gringo, un personaje que se hace el entrador, pero que tiene sus vericuetos y al que las realizadoras han tenido la virtud de saberlo exprimir, sacarle su mejor jugo, pero hasta ahí. La novia del desierto agrada, y gustará a un público que se entregue, sí, pero al que no desea complacer en todo momento. Nunca subestima al espectador, que podrá proyectar en los personajes muchas de sus vivencias y pensamientos. ¿No buscamos eso, la mayor parte del tiempo cuando vamos al cine a ver una buena película?
Encantadora película y personajes. Simple. Pequeña. Sincera. Habla de la posibilidad de volver a empezar, de que no importa la edad ni en el momento en que nos encontremos, siempre hay una nueva oportunidad. Así es La Novia del Desierto. Una mujer que trabaja en una casa de familia, una especie de niñera/mucama. Ahora el niño creció y ya no la necesitan. Pero el niño (ahora adulto) la quiere y le consigue un trabajo en San Juan. Allí comienza una aventura para Teresa (Paulina García), una mujer que pierde la valija en una parada que hace al autobús hacia su lugar de destino y ahí conoce al Gringo (Claudio Rissi). El resto es un film sencillo, de sentimientos nobles, con un Claudio Rissi adorable, un tipo al que le gusta conversar, tomar mate. Y del otro lado Teresa, una mujer callada, que va detrás de eso que perdió. La novia del desierto, es un film simpático, con una hermosa fotografía y paisajes naturales. Una oportunidad para ver una película esperanzadora, con buenas actuaciones y un lindo mensaje.
Escrita y dirigida por Cecilia Atán y Valeria Pivato, La novia del desierto es una película, pequeña y amable, protagonizada por Paulina García como una mujer que necesita perderse para encontrarse. Teresa viaja sola hasta su nuevo destino, hogar y trabajo. Tras una vida dedicada a trabajar para una familia, de repente, ya no la necesitan pero la recomiendan a otros parientes que se encuentran a unos mil kilómetros de distancia. Y Teresa no encuentra otra opción, no armó una vida fuera de ese ámbito, y se embarca hacia allí. Pero el micro choca con un ave en la ruta y queda varado. Esa parada, que iba a ser simplemente un retraso, termina dejándola a ella detenida en un desierto, en busca del bolso que se deja olvidado con un vendedor ambulante. Un vendedor ambulante que, además de acompañarla a buscar ese bolso perdido, le muestra, en esas pocas horas, otra vida, alejada de la rutina conocida y quieta a la que Teresa está acostumbrada. La historia de La novia en el desierto es muy pequeña y en esa sencillez radica gran parte de su encanto. Allí y en la interpretación de su protagonista, una actriz que ha sabido consolidarse a través de sus logrados trabajos en películas como Las analfabetas, Gloria y, la actualmente en cartelera, La Cordillera. Es Paulina García el alma de esta película, esa Teresa que se mueve por inercia hasta que choca con el Gringo (interpretado por Claudio Rissi) y los estantes de su presunta vida armada comienzan a moverse. El guion escrito por sus mismas directoras se centra en esa especie de no-lugar en que, de repente, se ve Teresa pero también se permite, en dosis justas y sin necesidad de ser sobreexplicativa, algunos precisos flashbacks que terminan de ayudar a construir al personaje principal. Ni Teresa ni el Gringo pudieron armar una familia, una pareja ni nada de eso que se supone que todas las personas deberían hacer en algún momento y, sin embargo, los motivos por los que cada uno llegó a esa altura en ese estado son muy distintos. Teresa se encontraba cómoda ayudando a esa otra familia que llegó a sentir como suya hasta el punto de olvidarse de ella misma, el Gringo no pudo asentarse porque necesita moverse, trasladarse continuamente para sentirse vivo. Teresa y el Gringo son muy distintos pero, durante esas horas, comienzan a conectarse de un modo inesperado y, por momentos, muy lindo. La timidez y aparente fragilidad de Teresa contrastadas con la seguridad y confianza del Gringo se complementan para llegar a ese juego de seducción más bien tierno, despojado de lugares comunes. La historia de un viaje, pero no físico, aunque haya ruta. Es el último eslabón en el camino que Teresa emprende a sus cincuenta y tanto años de vida, tras creer que afuera ya no había mucho más allá para ella. La dirección de arte y de fotografía son también elementos claves para reforzar lo que le sucede a los personajes. Dos personajes chiquitos, perdidos, en medio de un vasto desierto.
Curiosamente, el cine argentino comenzó a poblarse de road movies. Cómo Funcionan Casi Todas las Cosas (2015), Camino a la Paz (2015), No te Olvides de Mí (2016)… Incluso Ataúd Blanco (2015) forma parte del subgénero. Lo que tienen en común estos films es la calidad y el corazón (incluso en el siniestro film de Daniel de la Vega). Lo mismo se aprecia en La Novia del Desierto (2017) Teresa (Paulina García), una ex empleada doméstica, viaja de Buenos Aires a la provincia de San Juan en busca de nuevos horizontes laborales. Poco acostumbrada a los viajes, pronto comienza a sentirse extraña. Las cosas empeoran cuando pierde su bolso, donde lleva documentos y más documentación personal. Acude a El Gringo (Claudio Rissi), responsable de un negocio ambulante en el que recuerda haber dejado el bolso. No está allí, pero el hombre la ayudará a buscarlo. Un recorrido que fortalece la relación entre dos personas que parecen no tener nada en común. En medio de aquel paraje desértico, Teresa encontrará algo todavía más valioso para sí misma. La ópera prima de Cecilia Atán y Valeria Pivato logra, dentro de la road movie, un equilibrio entre un drama y una historia romántica, lejos de las convenciones habituales (para empezar, los protagonistas son cincuentones). El drama es contado mediante flashbacks, casi a la manera de precuela, en donde se muestra la vida anterior de Teresa y su relación con Rodrigo (Martín Slipak), hijo de la familia para la que trabajaba y al que crió como propio. He aquí otro mérito de las directoras: saben dosificar información, con un gran trabajo de elipsis, de modo que el espectador va armando la película como un rompecabezas. Los pilares del film son Paulina García y Claudio Rissi. La actriz chilena interpreta a Teresa con los gestos exactos, como un ser contenido al que de pronto se le abre un nuevo mundo y debe aprender va sobrevivir en él. Rissi compone a un individuo curtido, con calle, con noche, no tan diferente a los que suele encarnar, pero aquí no se explota el aspecto más oscuro y peligroso sino el más dulce y afable. La química entre ambos genera escenas entrañables; la tensión inicial da pie a un vínculo en la que, si bien se oculta más de lo que se dice, irá creciendo con el correr de los kilómetros. Mención especial para Slipak: con muy pocas escenas logra darle carnadura a un personaje crucial en la vida de Teresa. La Novia del Desierto es de una humanidad y una sensibilidad infrecuentes. Es la prueba de que se puede hacer una película tierna y esperanzadora sin subrayar ninguno de esos elementos y sin perder dinamismo en la narración. Además, deja en claro que nunca es tarde para el amor.
Un encuentro simple y delicioso Una joyita, eso es esta obra de atrapante sencillez, humor y delicadeza. Básicamente, dos personajes. Una señora de perfil bajo, que en un lugar desconocido para ella pierde el ómnibus y el bolso. Y un vendedor ambulante, grandote, con su camioneta, dispuesto a ayudarla. Pequeño detalle: el tipo es simpático, pero medio sospechoso. De ella iremos sabiendo algunas cosas a través de sus recuerdos: la piecita, la cocina, el hijo de los patrones que vio crecer y quiso como a un hijo propio, las paredes que se van desnudando, el adiós al hogar, el viaje a un nuevo destino. De él, sospecharemos algunas cosas, en particular durante sus visitas a la casa de una mujer con niño, y al rancho de un viejo que guarda sus fotos como un tesoro. La señora y el vendedor se conocen en los alrededores del santuario de la Difunta Correa. No vamos a contar lo que pasa, sólo que el desierto nunca parece inhóspito, y que la gente se va aflojando de a poco, pero tratándose de usted hasta lo último. También el espectador se va aflojando. Y sonríe con simpatía, se enternece, agradece, y pregunta por los artistas. Ella es Paulina García, la gran actriz chilena, actuando a cara lavada y sin teñirse las canas. El es Claudio Rissi en un papel inhabitual, muy comprador. Da gusto verlos juntos. Y da gusto ver el desierto, y conocer a dos nuevas autoras que llegan con larga experiencia como asistentes de dirección: Cecilia Atan y Valeria Pivato. Para investigar: hay parejas de realizadores, ¿pero hay parejas de realizadoras? ¿Y que además hagan algo tan agradable? Coproducción argentino-chilena con especial aporte sanjuanino, rodaje en Bella Vista, Vallecito, Talacasto y Ruta 20, canción final de Leo Sujatovich.
El desvío Esta ópera prima de las directoras Cecilia Atan y Valeria Pivato retrata la vida de Teresa (Paulina García). Una mujer solitaria, atravesada por la edad y la vida rutinaria de ser empleada doméstica emprende el viaje a su nuevo destino, San Juan. En este lugar podemos ver la mayoría de las escenas, que con una perfecta selección de planos nos demuestra la hermosura y particularidades de la zona. Además de acompañar a la perfección a la protagonista, en su vida desértica. Con respecto al guion, también es un acierto de parte de las directoras. Logran que con pocas palabras conozcamos a la protagonista como si fuera un miembro de la familia, una tía. Una señora chapada a la antigua, de pocas palabras se combina con el genial y desfachatado Claudio Rissi, conocido como “El Gringo”. La química entre ellos se entrelaza de manera que un personaje equilibra al otro de manera fascinante. Y como seguramente desearon las guionistas, terminamos queriendo ver más sobre ellos que sobre el conflicto inicial. Cabe destacar los planos generales donde aparece la protagonista en el medio del desierto sanjuanino, son increíbles. Como así también los acercamientos hacia la cultura sobre la Difunta Correa. Excelente fotografía, mérito de Sergio Armstrong.
Road movie minimalista, filmada con preciosismo en los paisajes de San Juan, sigue a Teresa, una niñera que sale por primera vez de la casa en la que crió al hijo de sus patrones y se enfrenta a un mundo desconocido, en el que conoce a El Gringo, un vendedor ambulante solitario como ella. Un retrato sensible de una historia de amor diferente, seleccionada en el festival de Cannes, con dos muy buenos trabajos de la chilena Paulina García y Claudio Rissi.
Una mujer de 54 años debe dejar su trabajo como sirvienta en una casa de familia. Viaja a San Juan con una promesa de trabajo. Pierde todo y se encuentra con un vendedor ambulante. Y entonces, todo se va transformando en un relato de viajes, en una road movie, casi un cuento de hadas. Por lo menos en cuanto a lo encantador, gracias al gran trabajo de García y Rissi, complementados por un paisaje que refleja y comenta lo que les sucede a los protagonistas. Una gran sorpresa.
Ópera prima de Cecilia Atán y Valeria Pivato, "La novia del desierto", es una propuesta cálida que dispara varias aristas alrededor de una mujer que a su edad adulta debe iniciar un nuevo rumbo en su vida. Que nunca es tarde para comenzar de nuevo. Que a veces los sacudones son buenos para despabilarse y buscar otros horizontes. Atán y Pivato eligieron para su ópera prima, "La novia del desierto", tomar como protagonista a un personaje que difícilmente veamos estelarizar en demasiadas películas. Una mujer que ya pasó los cincuenta años, que no hizo mucho con su vida personal, entregándosela a los demás, con mucho miedo de vivir, y sin un claro ímpetu para patear el tablero. Sin embargo, aun teniendo a un personaje central calmo y callado, ésta es una propuesta amable, con mucha calidez, y que dibuja una sonrisa cómoda en nuestro rostro. Teresa (la chilena Paulina García, a quien hace poco vimos como la presidenta de ese país en "La Cordillera") vivió toda su vida laboral como una empleada doméstica cama adentro en una casa de Buenos Aires. No sabe hacer otra cosa que complacer a esa familia con un trato de condescendencia. Pero la casa se vende, y Teresa ya no tiene familia a la que consentir. Una mujer sin vida propia que emprende un viaje en ómnibus volviendo a su tierra. En el camino del desierto de San Juan el ómnibus se avería, y al bajar termina en medio de la feria ambulante alrededor de la devoción por la Difunta Correa. Mezclada entre la multitud que desconoce, extravía su bolso en uno de los puestos, y tendrá que hacer algo para recuperarlo. Es así como conoce a “El gringo” (Claudio Rissi), un puestero que la ayudará a dar con el bolso, pero en el mientras tanto, no hace más que retrasarla en su destino. "La novia del desierto" es una road movie atípica. Atípica porque no se establece tanto en un largo trayecto, sino en un punto entre el viaje. Porque sus personajes no son “aventureros” que quieren emprender una gran travesía, ni hay algo interno que cumplir que los impulse a llegar. Su protagonista no tiene un rumbo, y ese desierto sanjuanino quizás sirva como inspiración para saber qué es lo que quiere. Teresa y El gringo son personajes diferentes. A ella se la nota tímida, callada, temerosa de afrontar esta etapa nueva. El gringo es 100% carisma, un espíritu libre, algo embustero, probablemente lo que Teresa necesita. La novia del desierto, plantea la historia de esta mujer que necesita saber qué va a hacer con su vida, plantea sutilmente un dilema de diferencia de clases, y también nos presenta una tierna historia de amor mayor. Esa mixtura entre diferentes aristas será lo que haga que nunca se pierda la atención, sumado a la belleza del paisaje (no tan tradicional como lo que siempre vemos en una road movie local con el sur o el norte como estrellas principales). Paulina Garcia es una actriz excepcional, Teresa es de esos personajes que caen simpáticos en su medio tono, su cotidianeidad, y la actriz de Gloria lo compone con soltura y compromiso para calzarse un protagónico fuerte. Claudio Rissi es uno de los mejores actores argentinos. De amplia trayectoria teatral, sabe como nadie llevar a buen puerto estos personajes pícaros, de moral dudosa pero compradores. Es difícil imaginar a El gringo interpretado por otro actor. La química que nace con García es fundamental para que la propuesta fluya naturalmente. Sin apurarla, con un montaje suave, y buen apoyo en la banda sonora, Atán y Pivato lograron una película simpática y con mucho mensaje por detrás. "La novia del desierto" es ese tipo de películas que tienen su público asegurado, aquel que no busca adrenalina, y prefiere el peso de una buena historia detrás. La buena sensación que nos rodea luego de verla nos habla de un primer paso para estas directoras más que correcto.
El minimalismo llevado al grado máximo. Programada en la sección Un Certain Regard del último Festival de Cannes y a punto de presentarse en San Sebastián, la ópera prima de Atán y Pivato es una historia tan mínima que parecería casi el embrión, más que una historia terminada. ¿Qué es una historia mínima? De acuerdo al canon instituido a comienzos de siglo por la película homónima, escrita y dirigida por Carlos Sorín, es una en la que la pequeñez refiere tanto a unos personajes que son lo que suele entenderse por “gente común”, como a la propia ficción, hecha de peripecias escasas, dramas atenuados y un tono menor, de comedia dramática. Así como, desde ya, a un formato reducido, tanto en términos de cuadro cinematográfico como de duración. No hay historias mínimas en Cinemascope, o de más de una hora y media, como no las hay que sean trágicas o muy intensas. O protagonizadas por seres “más grandes que la vida”, o llenas de acontecimientos, o con algún rubro técnico sobresaliente, trátese de la fotografía como de la música o la dirección de arte. Una película como Las acacias puede ser considerada una historia mínima. La luz incidente, por ejemplo, no, ya que aunque se trata de una película de cámara, el trabajo de primeros planos, sumado al de luces y sombras, generan una intensidad que la maximaliza. Coproducción argentina-chilena dirigida por las debutantes Cecilia Atán y Valeria Pivato, La novia del desierto es una historia tan mínima que parecería casi el embrión de una historia, más que una terminada. Programada en la sección Un Certain Regard del último Cannes y a punto de presentarse en San Sebastián, La novia del desierto presenta a Teresa (la actriz chilena Paulina García), trasladándose de Buenos Aires a San Juan. Mujer de mediana edad, Teresa trabajó toda una vida como “señora de la limpieza” para una familia porteña. Pero éstos decidieron vender la casa, por lo cual la mujer se vio obligada a aceptar un empleo en la provincia cuyana. En algún punto del camino el ómnibus que la lleva se avería y es necesario esperar el remolque. Para matizar la espera Teresa sale a dar una vuelta por el pueblo próximo y allí conocerá a un vendedor de la zona a quien llaman El Gringo (Claudio Rissi). Eso es todo. Está claro que la película no apuesta a la trama en sí, aunque tampoco lo hace del todo a los climas. El formato apaisado del cuadro (violación a las reglas de las historias mínimas), pensado para aprovechar la belleza del paisaje sanjuanino (la Secretaría de Turismo de la provincia es uno de los auspiciantes de la película), le saca el jugo, sí, a la sequedad, los largos horizontes, cielos extendidos, atardeceres color durazno y noches luminosas (destacada labor del DF Sergio Armstrong). Sobre esos fondos y los abigarrados interiores de un altar levantado para la Difunta Correa se desarrolla una clásica historia de segunda oportunidad entre una mujer sola y abroquelada y un hombre que sabe cómo tratarla. Y sobre todo esperarla. Más allá de varios planos largos que van en contra de lo esperable, esta nueva love story-road movie en camión para el cine argentino después de Las acacias y la reciente No te olvides de mí se concentra en la química y el juego actoral de ambos actores. Es su carta de triunfo. Recordado por una desbordante escena de 76 89 03, Claudio Rissi es un tipo que lleva el barrio encima. Acá ha sido bien contenido por las directoras, haciendo de él el galán panzón que se requería. De fama en el circuito de festivales gracias a su fabulosa interpretación en Gloria (2013), Paulina García (presidenta chilena en La cordillera) es una de esas actrices que se entregan por completo a su papel. Avejentada y afeada, en su rostro pueden seguirse, como en un mapa, los trazos que llevan de la represión a algo parecido a un rato de felicidad.
Tras su estreno mundial en la sección Un Certain Regard del último Festival de Cannes, llega esta ópera prima con la chilena Paulina García y el argentino Claudio Rissi. Hay un subgénero que irrita a los críticos más cínicos y conmueve a buena parte del público: el crowd-pleaser. La novia del desierto es un exponente casi clínico, de manual, sobre esta forma de entender el cine a partir de historias de vida sencillas de gente común con la que el espectador puede identificarse y/o empatizar. Tragicomedia sobre segundas oportunidades con elementos de road-movie protagonizada por la estrella chilena Paulina García (Gloria) y el argentino Claudio Rissi, la película fue recibida con muchos aplausos y ya es un éxito de ventas. Difícil, en cambio, que conquiste el corazón de la crítica más intelectual. De larga trayectoria en la industria (trabajaron en distintos rubros con directores como Héctor Babenco, Eduardo Mignogna, Juan José Campanella, Alejandro Agresti, Paula Hernández, Walter Salles, Miguel Pereira y Pablo Trapero), Atán y Pivato narran con sensibilidad y ligereza las desventuras de Teresa Godoy (García), una mujer de 54 años que -según vemos en varios flashbacks- se desempeñaba como empleada doméstica en Buenos Aires. Cuando la familia para la que trabajaba decide vender la casa no tiene más remedio que aceptar una propuesta laboral en San Juan. En el camino el micro se avería, pierde el bolso y queda varada en una localidad donde hay un santuario de la Difunta Correa. Allí conocerá a Miguel, más conocido como El Gringo (Rissi), un solitario vendedor que se mueve en una casa rodante. Las directoras aprovechan al máximo la geografía árida sanjuanina (la vistosa fotografía del chileno Sergio Armstrong está al borde del regodeo y ciertos excesos pintoresquistas) para una película emotiva sobre esa idea tan cinematográfica como la redención y la posibilidad de encontrar el amor cuando parece que ya no hay esperanzas. En este sentido, La novia del desierto parece una combinación entre La nana y Cama adentro, por un lado, y Gloria (el largometraje chileno que consagró a García en el ámbito internacional), por el otro, con algunas escalas intermedias en la filmografía de Carlos Sorín. Uno podría pensar a La novia del desierto como una película pequeña en varios sentidos (en sus ambiciones y en su duración de apenas 78 minutos), pero en su simpleza se esconde también una pericia y una ductilidad que no abundan en el universo de las ópera primas. Es, también, una propuesta amable que, por contraste, se desmarca afortunadamente de ese cine de la crueldad que abunda este año en Cannes.
Todo gira en torno a dos almas solitarias que se encuentran de forma circunstancial, Teresa (interpretada por la actriz chilena Paulina García, estupenda interpretación. Trabajo en “Gloria”, “La cordillera”), para mantener su trabajo se ve obligada a mudarse a San Juan, por esas cosas que tiene el destino su micro se descompone y se debe quedar unas horas esperando. Allí conoce a “El Gringo” (brillante Claudio Rissi, “Juan y Eva”) un vendedor ambulante y pierde sus pertenencias, luego cuando este hombre se entera la acompaña en esa búsqueda cuando en realidad sirve para conocerse. En ese lugar con pocas casas, ventoso, nubes de polvo, milagros y creencias, estos dos personajes pueden encontrar un refugio juntos en sus corazones, en esas tierras llena de magia, como así también el amor. La ópera prima de Cecilia Atán y Valeria Pivato es una road movie, una historia sencilla, muy bien construida, llena de encanto, con excelentes interpretaciones y te llega al corazón.
Milagros de Carretera Cecilia Atán y Valeria Pivato escriben y dirigen esta pequeña road movie que narra la historia de Teresa (Paulina García), una empleada doméstica de 54 años que ha trabajado toda su vida para la misma familia y que ahora debe trasladarse a San Juan en busca de otro hogar y otras personas a las que cuidar. Pero por esas cosas del destino, el micro en donde viajaba sufre un inconveniente y Teresa pierde el bolso donde guardaba todas sus pertenencias. En su búsqueda, se topa con El Gringo (Claudio Rissi), un vendedor ambulante que nunca ha echado raíces en ningún lado. Juntos emprenden una travesía por el medio del desierto que los llevará a conocer un mundo que jamás creyeron posible. La película, que ha sido seleccionada para el Festival de Cannes, es un relato sensible que aborda con simpleza y gran corazón la aventura de dos personajes muy distintos, pero cuyas vidas solitarias parecen haber quedado olvidadas en el tiempo. Mientras que Teresa nunca se ha atrevido a salir de su zona de confort en busca de nuevas experiencias, El Gringo no ha hecho más que viajar de aquí para allá con su casa rodante, sin un rumbo fijo. Ambos se han resignado a una existencia carente de sorpresas y a la falta de amor. Sin embargo, ese encuentro inesperado viene a romper todos los moldes y a recordarles que nunca es tarde para comenzar a vivir. La ópera prima de las argentinas Atán y Pivato, que recuerda un poco a Como Funcionan Casi Todas las Cosas (2015), presenta una fotografía exquisita de los paisajes sanjuaninos, haciendo foco también en el folclore del lugar y el culto a la Difunta Correa. El filme recurre además a algunos flashbacks bien diseminados que introducen al espectador dentro del pasado de Teresa en Buenos Aires y su relación maternal con el hijo de la familia para la cual se desempeñó desde muy joven. La chilena Paulina García, a quien hemos podido ver recientemente en el thriller La Cordillera de Santiago Mitre, hace una brillante y natural interpretación de esta desesperanzada mujer que logra empatizar con el público desde el minuto uno. Lo mismo cabe decir del enorme Claudio Rissi, que con su carisma y afectuosidad traspasa la pantalla. La Novia del Desierto es una película sencilla y a la vez profunda y conmovedora. Una caricia dentro de las imponentes cintas argentinas que hemos disfrutado este año.
Teresa acaba de perder su trabajo como empleada doméstica en una casa de Buenos Aires. Ahora le toca emprender un viaje hasta San Juan donde la espera una nueva oportunidad laboral, pero algo ocurre en el trayecto. Algo que hace que el micro se detenga, su bolso se pierda y en medio de todo eso, una festividad religiosa se atraviesa. Paulina García y Claudio Rissi protagonizan una road movie donde se plantea una historia sencilla pero con una doble búsqueda ya que a la falta del bolso se le suma otra a nivel personal, donde la mujer se ve obligada a abandonar la rutina y descubrirse a sí misma en medio de una etapa de pleno cambio.
Cecilia Atán y Valeria Pivato co-dirigen su ópera prima, La novia del desierto, co-producción argentino/chilena que ya ha comenzado ha tener repercusión en los festivales más importantes a nivel internacional, incluso llegando a participar de la selección Un Certain Regard en la pasada edición de Cannes. Las realizadoras se entregan a una road movie en donde la grandiosidad del paisaje andino parece detener el flujo emocional de los personajes, donde la distancia de la protagonista con su mundo es tan gigante como las montañas.
La Novia del Desierto es la ópera prima de las directoras Cecilia Atán y Valeria Pivato. Nació con la misión de atravesar fronteras y lo logró: Ganó el 1er y 2do premio en el Festival Cine-construcción de Toulouse, pasó por Cannes y ahora compite en el festival de San Sebastián. La génesis del largometraje fue la frase “Sólo atravesando el desierto podemos encontrarnos”; con esa premisa, desembarcó el pasado jueves en la cartelera porteña esta obra magistral que busca desde el género road movie dejar un mensaje esperanzador e interpelar al espectador a partir de la repregunta universal: de dónde venimos y hacia dónde vamos. A grandes rasgos, la trama gira en torno a empoderar la vida de una mujer de más de 50 años que debe salir de su zona de confort ¿Podrá adaptarse a los nuevos desafíos que le impone el destino? El guión narrativamente gira sobre la vida de Teresa (Paulina García), una empleada doméstica de 50 años, chilena, que dedicó sus últimos treinta años al cuidado de una familia que hoy atraviesa paulatinamente el síndrome del nido vacío cuando Rodrigo (Martín Slipak) se muda con la novia. Un buen día la causalidad del destino le propone un viaje a lo desconocido cuando se rompe el micro que tomaba todas las mañanas para ir hacia su rutinario trabajo y debe pasar la noche en un lugar inhóspito hasta poder tomar el próximo. Entretanto, pasa la noche en el santuario La Difunta Correa en San Juan y pierde su bolso en el centro comercial ambulante donde se probó ropa mientras esperaba que pase el rato. Allí conoce a un vendedor ambulante, El Gringo (Claudio Rissi), que la ayudará a buscarlo y recuperar sus documentos. Este personaje, encauza literalmente la road movie, permitiendo impregnar la trama de elementos simbólicos y metáforas ancladas semióticamente al espacio-tiempo del desierto y desafiar la soledad de Paulina desde un estilo de vida nómade anclado a la camioneta que convirtió en casa y negocio. En este sentido, ambos se aferran a lo material para no salir de su zona de confort. Sin embargo, encuentran en sus caracteres disímiles y culturas la fórmula para chocar de seco con la realidad; el amor; la duda y fundamentalmente el deseo de develar si la vida que llevaron hasta ese momento tiene que ver con ellos mismos, o no, y hacia dónde quieren ir. La química de la dupla es el pilar de esta historia que avanza sin mayores pretensiones que el cruce de dos soledades que se (re)descubren en medio del desierto sanjuanino y el deseo de cambiar las coordenadas que marcan el pulso de sus pasiones humanas, universales. Su proceso proyecta la magia espiritual en el espectador. Párrafo aparte para el elenco magistral integrado por un atípico Rissi empapado de amor que le da vida al personaje de El Gringo y, a su vez, encuentra en él una nueva faceta que enaltece aún más su enorme capacidad profesional para trasmitir emociones desde su carisma gracias a esos chistes y alegría que no sólo movilizan a Teresa sino también al público. En esta sintonía Paulina García brilla con todo su esplendor nato; aplicando la misma disciplina de su protagónico en Gloria (2013) que la llevó a ganar el premio a mejor actriz en Berlín. A ellos se suma la participación especial de Martin Slipak, que con pocas apariciones logra de manera excepcional encarnar al hijo que adoptó como propio Teresa y le cuesta desapegarse. En efecto, tal como expresaron las directoras Atán y Pivato, la artística, locaciones y cameos operan como si fuesen un personaje más de la historia. El ritmo intenso del rodaje fue un mes…. Un mes donde el film permite ver el registro de actores que vibraron; viajaron; sintieron y crecieron las escenas. Denota la unión de talentos en pos de traspasar la pantalla. La Novia del Desierto logra su objetivo: llega a lo más profundo del ser y es espejo de la vida. Su puesta expresa su leitmotiv; se prioriza la economía: aquí menos es más. La ópera prima, además cuenta con elementos simbólicos clave, acompañados por flashbacks y elipsis que desnudan el drama mientras, a su vez, las metáforas, el color y la textura dan vida al desierto. Está claro que se pensó en un espectador activo que agregue lo eludido hasta, inclusive, en la escena final cuando camino a los créditos la banda sonora toma el protagonismo y, cual frutilla del postre, engloba en una canción la respuesta al enigma que atraviesan paulatinamente los personajes. Esta retroalimentación positiva de energías transmite al público ganas de vivir al borde del abismo desde el primer minuto; y denota que el resultado final deviene del esfuerzo.
Austera y sencillas producción con sutil desarrollo narrativo Perdidas en la precordillera sanjuanina se encuentran estas dos almas a la deriva, una, Teresa (Paulina García), que está en un lugar de paso y no puede llegar a su próximo trabajo por problemas ajenos a ella, y el otro, es el Gringo (Claudio Rissi), quien sí está donde le gusta estar, de aquí para allá, manejando su motorhome. Se conocerán de un modo fortuito en el santuario de la Difunta Correa, alguien que es reservada, introvertida y modesta, con su opuesto, una persona amable, relajada, extrovertida y conversadora. Ellos dos protagonizan esta road movie, una coproducción argentina-chilena, dirigida por Cecilia Atán y Valeria Pivato, es su ópera prima y mantienen la narración en dos momentos temporales, el actual, y medi9ante flashbacks nos van contando los últimos días de la empleada en la casa. Teresa trabaja en una casa grande en la ciudad, pero la familia decidió venderla, y como no necesitan más de sus servicios, la envían a cuidar a unos parientes que viven en San Juan. Pero, por problemas mecánicos, el micro no puede llegar a la capital provincial y debe esperar la llegada de otra unidad. En ese sitio se cruza con el Gringo, un buscavidas, y los planes que ambos tenían, individualmente se van a modificar de manera sustancial.. La película se centra en el derrotero que realizan ellos, buscando el bolso perdido de la mujer, a bordo del motorhome por el desierto sanjuanino, viaje donde predominan las acciones por sobre los diálogos que son los justos y necesarios porque confrontan la verborragia de él contra la parquedad de ella. El vínculo entre ambos va creciendo muy lento, pero sin pausa. El objetivo de la protagonista es encontrar su bolso y continuar con su camino. En cambio, pese a que el hombre la ayuda en todo momento, lo que realmente le interesa es ella, lo demás es una excusa para estar juntos. El relato mantiene un ritmo acorde a la zona donde ocurre la historia, porque es un páramo, con un calor bochornoso, donde abundan los arbustos y encontrar un árbol, es un milagro. La cámara se regodea mostrando con un plano general los paisajes que transita la pareja, y acto seguido, en un plano más intimista, siendo testigos del creciente vínculo entre ellos, los vemos dentro del vehículo o en las casas de los amigos del Gringo. El film es austero, sencillo, que va adquiriendo una profundidad cada vez más elocuente, como el amor y la atracción que van sintiendo estos dos maduros personajes.
Una Gaviota Lejos del Mar. Durante el corto viaje que dura la película, el verborrágico vendedor y su parca acompañante son la dupla clásica de muchas historias de ruta donde cada personaje tiene algo que aprender del otro, aunque sea de forma involuntaria. Pero en el fondo lo que necesita Teresa no es alguien que le transmita una enseñanza, solo alguien que la distraiga lo suficiente de sus autoimpuestos deberes como para replantearse dónde está parada. Ve con nostalgia la vida que abandona, con ese hijo que amó y cuidó como si fuera propio pero que nunca lo sería, pero la mayor parte de sus sentimientos y motivaciones se las guarda para ella sola. Es una trama donde todo lo que se espera que suceda, sucede; sin dejar mucho rastro en el camino, ni construir personajes o una historia mayor que el poco tiempo que dura la demora de Teresa antes de volver a su ruta, quizás un poco cambiada por motivos que -igual que sus problemas- se guarda más que nada para si misma. Teresa no tiene mucha más alternativa que acompañarlo, aunque en el fondo tampoco tiene grandes deseos de completar su viaje. Poco a poco conoceremos de dónde viene y a dónde va, dejándose llevar por una vida al servicio de otros y poco margen para los deseos o sueños propios. Botellas al sol: Con el desierto sanjuanino casi como única escenografía, La Novia del Desierto tiene una puesta en escena austera que potencia la soledad y aislamiento de los que habla la historia, aunque no hace alarde de la belleza natural de la zona y prefiere enfocarse más en los silencios de su protagonista. Conclusión: La Novia del Desierto es una película correcta, con una historia muy simple que no deja mucho para resaltar. Apuesta por la intimidad y la introspección, forzándote a tratar de entender lo que sucede en la mente de un personaje que se resiste a exteriorizarse.
Hay que decirlo: estamos en el mes del estreno de Alanís de Anahí Berneri, Zama de Lucrecia Martel y La novia del desierto de Cecilia Atán y Valeria Pivato; en los primeros dos casos, autoras con una serie de películas que las destacan como creadoras dentro del cine argentino, en el segundo dos amigas que presentan su opera prima, después de años de trabajar con directores como Babenco, Trapero, Campanella y Agresti. Mujeres directoras que tienen mucho para decir y dar a ver sobre el cine y el mundo, y en el caso de Berneri, Atán y Pivato, que trabajan directamente sobre figuras cristalizadas en el repertorio de lo femenino para desarmarlas, ya sea delicadamente o a golpes de imagen, de piel y cuerpos reales que toman la pantalla. Como Berneri había hecho en Encarnación con una Silvia Pérez que, ya pasada la juventud, procesaba el hecho de ser una mujer sin pareja y sin hijxs para la cual los brillos estaban en el pasado, la protagonista de La novia del desierto viene de otro mundo -el del trabajo doméstico- pero también se encuentra, a los 54 años, frente a cosas que terminan. Y un gran vacío enfrente que toma la forma del desierto de San Juan, tan soleado y de un cielo tan azul que hiere. Ella se llama Teresa, es chilena y pasó más de treinta años como empleada con cama adentro de una familia acomodada. La película la encuentra en el momento en que llega a San Juan para colocarse en una nueva casa, y va mostrando en flashbacks luminosos esa vida que al terminarse (porque los patrones deciden poner en venta la casa) arrastra mucho más que un simple cambio laboral. Lo que sigue es casi una historia a mitad de camino entre la comedia romántica y la de enredos, pero en el tono despojado y tremendamente contenido que impone el personaje: Teresa pierde un bolso donde lleva todas sus cosas y cree que se lo olvidó en la casa rodante del Gringo, un vendedor de ropa interpretado por Claudio Rissi. El resto de la película es la búsqueda del bolso pero sobre todo la proximidad entre un hombre y una mujer que, aunque lxs espectadorxs quieran entregarse a especular sobre hacia dónde lleva, crece despacio y de pronto deslumbra a tal punto que lo importante es asistir a ese momento. La novia del desierto se juega a unos pocos elementos y los convierte en su fortaleza, en primer lugar porque Teresa es interpretada por la actriz chilena Paulina García. Hay que hablar de Paulina García: en Gloria (2013), que le valió el Oso de Plata a la mejor actuación femenina en Berlín, era una mujer de 58 años que iba a fiestas y deseaba el romance como modo, quizás, de no asomarse a eso que llaman “el resto de su vida”; en La cordillera (2017) de Santiago Mitre fue nada menos que la presidenta de Chile y se visitó de dignidad protocolar para recibir al presidente argentino interpretado por Ricardo Darín. En La novia del desierto, con algo de la serenidad de movimientos de Isabelle Huppert en El porvenir (2016), le pone el cuerpo a un personaje introvertido, engañosamente desamparado, que tiene un aire de vulnerabilidad quizás por todo lo que la mirada de lxs otrxs pone en una mujer que no tiene ni casa ni familia. El prejuicio empieza a pisar fuerte en las expectativas que produce el personaje, en la posibilidad -deseable, como un cuento con final feliz- de que por fin arme una vida al lado de un hombre. De que “dos soledades se encuentren”, como suele decirse, entendiendo la soledad como la forma de incompletitud más triste. Así se la ve a Teresa, pequeña en medio de un paisaje inmenso y ambiguo donde lo rocoso y lo árido quizás contrastan, o quizás conviven de otro modo más extraño, según se lo mire, con la lisura del cielo. La novia del desierto es amable y directa más que compleja pero aún así, disfrutable de principio a fin en su manera de mezclar aventura y romance sobre el fondo de un paisaje que imanta los ojos.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Esta opera prima es una coproducción argentino/chilena acerca de una mucama que viaja de Buenos Aires a San Juan para trabajar allí, pero se ve obligada a desviarse en su camino. La actriz chilena Paulina García y el argentino Claudio Rissi protagonizan este filme pequeño y modesto que cuenta una de esas “historias mínimas” que ya son tradición en el reciente cine nacional. Una de las constantes de cierto cine latinoamericano es su tendencia a algo que podría denominar como “chiquitismo”. O “pequeñismo”. Existen en todos los países del continente estas historias acerca de personajes solitarios, tímidos y apocados, habitualmente prolijos, simples y silenciosos, a los que les toca vivir una serie de situaciones que los obliga a salir de su previsible y ordenada rutina. Y existen también otras historias, de similar tenor, ligadas a la ruta, a los pueblos chicos y a los pequeños placeres de la vida en el interior. LA NOVIA DEL DESIERTO conjuga ambos universos en un estilo que, en el caso del cine argentino, viene heredado de películas claves en esta “categoría”: HISTORIAS MINIMAS y LAS ACACIAS. La película de Carlos Sorín intentaba hacer una versión un tanto más accesible de lo que proponía el cine independiente en esas épocas, con sus historias chiquitas de gentes anónimas, mientras que el filme de Pablo Giorgelli le sumaba a ese tipo de universos una sensibilidad y una estructura más clásicas y rigurosas. Ese “chiquitismo” se presenta con todo en el debut de Cecilia Atán y Valeria Pivato, al punto que es habitual que los personajes se refieran a casi todo en diminutivo, así como un médico le pide a un paciente que le pase el “carnecito” o el verdulero del barrio te vende unos “tomatitos”. Así de chiquitas son las cosas que pasan acá y los personajes que las atraviesan, al punto que no sería inadecuado pensar que la mejor opción para un filme así podría haber sido la del corto o mediometraje. Con menos de 80 minutos de duración, se siente como un filme que no tiene mucha peripecia para desandar y, como tampoco es la intención de las directoras hacer un cine contemplativo, lo que sugiere la pantalla es una trama chiquitita en la que pasa poquitito. Paulina García encarna a Teresa, una mujer que ha trabajado como mucama en una casa de familia en Buenos Aires durante toda su vida hasta que en un momento, en el que no pueden mantenerla más, le ofrecen ir a trabajar a la casa de una familia conocida en San Juan. La película arranca cuando llegan allí y el micro en el que viaja se detiene por unos inconvenientes. A la mujer no le queda otra que esperar un próximo transporte durante varias horas, allí en el Santuario de la Difunta Correa, en esa misma provincia, en la localidad de… Vallecito. En un momento, mientras la tímida y callada Teresa (la actriz chilena Paulina García) se prueba ropa en un trailer se larga una tormenta feroz y se baja de allí, olvidándose el bolso con el que viajaba. El dueño de ese puestito andante es conocido como el Gringo (Claudio Rissi) y a la protagonista no le queda otra que pasar la noche protegiéndose de la lluvia y buscar al buen hombre al día siguiente, recuperar su bolsito y seguir viaje. Ella finalmente da con él y, como el Gringo no encuentra el bolso en cuestión ahí, se la lleva en su camioneta a recorrer posibles lugares donde pudo haberlo dejado, excusa narrativa ideal para que estos dos seres en apariencia tan distintos empiecen a conocerse y la figura religiosa en cuestión a hacer su… trabajito. La película transita con parsimonia los pasos del cuentito en cuestión, avanzando lentamente hacia donde uno imagina y encontrándose con algunas situaciones y momentos íntimos y/o divertidos en el devenir del viajecito por parajes sanjuaninos. Más allá de un uso del foco que llama un poco la atención –salvo el rostro de la desorientada García, todo se ve borroso casi todo el tiempo– se trata de una película que raramente se escapa de la norma: su plan es armar un cuento clásico con personajes diferentes entre sí pero cada uno, a su manera, entrañables y lo logra en un tono y un tempo casi de siestita pueblerina, como esas en las que uno escucha a algún pariente, mate en mano, contar alguna anécdota de sobremesa sobre algo que le pasó a algún conocido. Amable, discreta, sin más ambiciones que construir una pequeña alegoría religiosa a partir de una relación entre dos personas, la película tiene a su favor el carisma de Rissi –en su habitual estilo “chanta simpático”– y la delicada composición de la actriz chilena. Con eso se logra un cuentito al que tal vez la ventana del Festival de Cannes le quede un poquito grande.
La novia del desierto: Fue la grata sorpresa del año. Esta película protagonizada por Claudio Rissi y la chilena Paulin García; es una coproducción argentino chilena y cuenta maravillosamente una anécdota pequeña, la del encuentro entre Teresa y ‘el gringo’, en los alrededores del santuario de La Difunta Correa. El desierto sanjuanino oficia como paisaje y protagonista de esta suerte de road movie, que es la opera prima de las directoras Cecilia Atan y Valeria Pivato. Las actuaciones son precisas y generosas. El ritmo fluye sugerentemente. La música todopoderosa impregna el relato y logra que el clima pueda ir del tono de desconfianza al romance, con naturalidad. El filme se presentó como un work in progres en Venezia, y eso le dio impulso para abrir su distribución al mercado mundial: se estrenó comercialmente en 15 países. Muchos de los cuales, son plazas difíciles para el cine local, como Francia, Estados Unidos, China y Brasil. La novia del desierto.jpg Ficha La novia del desierto: ESCRITA Y DIRIGIDA POR: Cecilia Atan y Valeria Pivato / ELENCO: Paulina García, Claudio Rissi / FOTOGRAFÍA: Sergio Armstrong / MONTAJE: Andrea Chignoli / MÚSICA ORIGINAL: Leo Sujatovich / PRODUCTORES ASOCIADOS: Zona Audiovisual / Haddock Films / CLASIFICACION: ATP