Emanuelle Blachey (la talentosa y magnética Emanuelle Devos) es una exitosa ejecutiva reconocida en el ámbito empresarial no solo por su capacidad, sino también por el hecho de ser mujer en un terreno aun bajo el dominio masculino. En un foro es abordada por una influyente agrupación feminista que tiene aceitados vínculos con el gobierno y sus empresas contratistas. La carismática líder de esta red (Suzanne Clemente) impulsará a Emanuelle como futura CEO de Anthea, una compañía top cuyo director padece una enfermedad terminal y debe ser reemplazado.
Sexo, poder y dinero Últimamente los thrillers corporativos se han puesto de moda y también la reivindicación de la mujer y su empoderamiento ante un mundo aún dominado por machos alfa. Sin embargo, los subrayados de determinadas posiciones frente a hechos cotidianos terminan por malograr planteos profundos, o al menos interesantes. En ese sentido, La número uno se queda a mitad de camino, en primer lugar por la chatura en la construcción de sus personajes y ese solapado maniqueísmo en el que los hombres son más despiadados que las mujeres, como si el género fuera garantía de bondad o maldad. Si bien para este caso resultaría extremadamente exagerado ese modo binario de ver las cosas, la falta de matices surge desde el momento en que se plantea esta suerte de lucha desigual entre una ingeniera (Emmanuelle Devos) aspirante a ocupar un cargo de CEO en una empresa top 40, mientras que el candidato masculino ya cuenta con todas las redes de poder a su favor. Así las cosas, la trama explora por un lado la inescrupulosidad en el mundillo corporativo cuando están en juego tres elementos que no se pueden obtener por separado: sexo, poder y dinero, mientras puertas afuera y detrás de esos gigantescos edificios vidriados y alejados del mundanal ruido habitan personas con conflictos internos y miserias que ocultan a cada minuto. La galería de personajes es un retrato cabal de la cara más cruda del capitalismo en una sociedad de consumo y la gimnasia de los carpetazos como herramienta de extorsión la moneda corriente tanto de un bando como de otro, pues a la candidata femenina la apoya una asociación feminista con fuertes vínculos gubernamentales. Entre la defensa del poder femenino, la corrupción corporativa y la complicidad de los grupos de poder, se entreteje este fallido film francés que apela a la presencia estelar de la todo terreno Emmanuelle Devos en otro papel donde se destaca por su personalidad y esa mezcla de fragilidad y convicción a la que ya nos tiene acostumbrados.
Una película de Tonie Marshall, que escribió con Mario Doussot y Raphaëlle Bacque, que trata sobre lo que se llama “el techo de cristal”, lo difícil que es para mujeres ejecutivas y reconocidas, llegar a los primeros puesto de mando, en un mundo cerradamente machista. Basta con mirar cuantas mujeres tienen puestos de dirigencia de primerísima línea en lo privado y lo público como para advertir cuanto falta por recorrer. En este caso una ejecutiva que busca acceder por mérito propio a dirigir una de las empresas ubicadas en el top 40 de Francia, que se encuentra con una red de mujeres ejecutivas e influyentes que la quiere ayudar y muchos obstáculos. Donde el tráfico de favores, la corrupción, las estrategias políticas crean una verdadera guerra, tanto en el mundo privado de la heroína, como en su vida pública. Es que una vez desatada la carrera todo vale, cualquier dato para ayudar o hundir. Inteligente y entretenida a la vez, pone en relieve situaciones generalmente al margen del conocimiento público, donde las mejores intensiones se chocan con realidades despreciables. Con un gran trabajo de Emmanuelle Devos. Susan Clément, Richard Berry, Sami Frei y Benjamin Biolay.
La número uno está dirigida y coescrita por una mujer y aborda cuestiones relacionadas con la desigualdad de género en las altas esferas empresariales. Lejos del tono panfletario o de militancia abierta, el film apuesta por las contradicciones de una protagonista llena de matices. Emmanuelle Blachey (Emmanuelle Devos) es una exitosa ejecutiva en un ámbito dominado por hombres. En un foro es abordada por una agrupación feminista que le propone ayuda para llegar a la dirección de una importante compañía de energía, en reemplazo de un hombre que padece una enfermedad terminal. A partir de esa anécdota, Tonie Marshall despliega un relato en derredor de las dificultades que Emmanuelle debe enfrentar para acceder al cargo. Dificultades en su mayoría vinculadas con su condición de mujer antes que a su potencial falta de capacidad. Hay también algunas subtramas vinculadas con su vida personal (su padre está gravemente enfermo y la relación con su marido no atraviesa su mejor momento) y con la dinámica interna del grupo feminista que no terminan de funcionan del todo bien. Sucede que el film intenta abarcar demasiados frentes y, por momentos, algunos conflictos se tornan superficiales. Más allá de esa dispersión narrativa, La número uno es un interesante retrato del poder y, sobre todo, del fino límite entre lo público y lo privado que existe en ese ámbito.
Hay tres palabras, tres sustantivos que, si se detentan, se está en la cima. Eso se afirma en La número uno: son el sexo, el poder y el dinero. “Conseguir dos de ellos es más que suficiente”. Los tres, tal vez, sea un exceso. En los tiempos que corren, la disputa entre géneros en el área empresaria parece tener un nuevo capítulo en La número uno. Una corporación se mueve por intereses, y a nadie pareciera importarle si quien la preside se siente más cómodo llevando pantalones o rimmel. Emmanuelle Blachey (la siempre modosita Emmanuelle Devos) consiguió algo que no pensaba: un lugar en el directorio de la empresa de energía en la que trabaja. Tiene un matrimonio, se diría, feliz, es madre, y no ambiciona mucho. Hasta que un grupo de mujeres influyentes decide que desea ayudarla para que consiga ser la presidenta de una de las 40 empresas top. Y lo que se desata es una guerra, y no precisamente virtual. Entran a importar cuestiones personales más que de sexo o género. Orgías, secretos, 788 millones de euros mal administrados. Colocar a una mujer al frente de Anthea es más que un gesto simbólico que involucra hasta al Gobierno . Dirigida por Tonie Marshall (actriz y realizadora), la mirada es feroz. No hay hombres buenos, ya que el que no traicionó, algo malo habrá hecho o está por hacer. Por el lado de las mujeres, el impulso a romper con el status quo lleva a algunas a moverse de manera non sancta. Pero allí está Emmanuelle para demostrar que no va a dar el brazo a torcer, ni siquiera cuando los manejos hacen que su marido pierda su empleo. Bien filmada, con intrigas que cada tanto explotan sin aviso previo, La número uno se ve con interés, por saber cuál será el desenlace. Si será una mujer o un hombre quien termine en el lugar de poder. Ahora, si nos limitamos a eso, como se decía, estamos fritos.
En La número uno, la directora, productora y actriz francesa Tonie Marshall alza la bandera del empoderamiento de la mujer, tan en boga en estos días, para construir una historia convincente que se constituye en un auténtico retrato sociológico. La trama gira en torno a Emmanuelle Blachey, una brillante ingeniera de unos 45 años que escaló en su carrera y actualmente integra el comité ejecutivo de una importante compañía de energía. El detonante tiene lugar cuando un influyente club feminista le propone que se postule para presidir la empresa de aguas, ubicada dentro de las top 40, siendo, en caso de ganar, la primera vez que una mujer ocupe ese cargo en una firma de tal envergadura. A partir del momento en que Emmanuelle comienza su campaña para conseguir su objetivo, el hombre fuerte de la empresa de aguas (Jean Beaumel) emprenderá una batalla feroz para neutralizar a nuestra protagonista y lograr que quien ascienda a la presidencia sea su protegido. Así, Emmanuelle tendrá que enfrentar presiones, trampas, chicanas e intromisiones en su vida privada para llegar a ser la número uno, debiendo pagar un alto precio sólo por pretender alcanzar un puesto para el cual demostró con creces estar capacitada. Marshall nos sumerge en un estudio minucioso de las entretelas del poder, del juego de influencias y las miserias del mundo empresarial. A su vez, la directora nos muestra las pequeñas humillaciones cotidianas a las cuales son sometidas las mujeres en el campo laboral y cómo deben transitar un camino lleno de espinas si procuran destacarse de acuerdo a sus méritos en ese entorno predominantemente masculino. La realizadora señaló en una entrevista que para elaborar el guión se basó en testimonios de varias mujeres que ocupan altos cargos en importantes compañías, lo que se refleja en una historia absolutamente verosímil. Además, realizó una profunda investigación que redundó en un guión compacto y fiel a la realidad actual. A pesar de que por momentos la narración tiende a ser lineal y un poco morosa, se redime en la parte final cuando va in crescendo y alcanza un clímax que atrapa al espectador. En cuanto a las actuaciones, una sólida y expresiva Emmanuelle Devos encarna con total entrega las dos facetas de su personaje: la frágil Emmanuelle de la vida privada y la avasallante Emmanuelle de la vida pública. En la piel del malvado Jean Beaumel se luce Richard Berry, con un magnetismo que traspasa la pantalla y una mirada penetrante que hiela la sangre. Asimismo, la buena interpretación de Benjamin Biolay cobra más importancia al final ya que su personaje se torna clave para la resolución del filme.
Desigualdades en un thriller político y empresarial Siempre tendremos a Emmanuelle Devos, una actriz capaz de brillar incluso en aquellos momentos en los cuales el guion amaga con desvestir al personaje de ocasión de sus complejidades. Es lo que ocurre en algún momento del más reciente largometraje de la experimentada realizadora y actriz francesa Tonie Marshall (La belleza de Venus), un thriller político y empresarial en el sentido literal de la expresión, concentrado en el detrás de bastidores de una lucha de poder en el ámbito de los negocios del más alto nivel. La número uno también es una película con una agenda contemporánea: la desigualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, en este caso aplicada a los puestos jerárquicos de las compañías más importantes. La palabra CEO es conjurada por los personajes, en particular –siempre con algo de sorna– por el padre de la protagonista, un profesor universitario de filosofía a la vieja usanza que observa con justo orgullo los logros de su exitosa hija al tiempo que no puede evitar ver en ello una suerte de gran contradicción interior. El guión de Marion Doussot y la propia Marshall no es sonso y elige como ámbito de expertise de Emmanuelle Blachey (Devos, desde luego) la producción de energía sustentable –problemática industria farmacéutica–, haciendo de la protagonista un modelo de liderazgo en un ambiente masculino. Y que, además, habla perfecto chino mandarín, rasgo ideal a la hora de hacer negocios con el gigante asiático. No es casual que un grupo de mujeres poderosas, comandado por una veterana luchadora por los derechos femeninos (Francine Bergé) termine eligiéndola posible candidata para un puesto que pronto estará vacante: la dirección de una empresa de distribución de agua potable, una de las compañías más importantes de Francia, manejada en parte por el estado. El agua es también el medio catalizador de una tragedia personal del pasado remoto, trauma de origen al cual el relato volverá en más de una oportunidad. Podrá pensarse que el villano de la historia es un tal Beaumel (Richard Berry), un prestidigitador y monje negro acostumbrado a mover los hilos del poder, pero en el fondo el mayor enemigo de Emmanuelle no es otro que el mismo sistema. Arriesgarse y pegar el salto o quedarse en el molde, se pregunta la protagonista, consciente de los enormes riesgos laborales, personales y familiares que trae aparejada la primera de las opciones. La número uno hace de ese intríngulis el principal polo de atracción narrativo, sumando enfrentamientos públicos y privados, revelaciones de corrupción y alguna muerte inesperada, todo ello de manera metódica y regular. Al mismo tiempo que la trama se espesa, el “tema” pierde un poco de fuerza y cualquier disquisición sobre la lucha feminista se ve superada en interés por los resortes del suspenso, una partida de ajedrez con movimientos de piezas algo previsibles.
La nueva película de la directora Tonie Marshall, escrita junto a Marion Doussot y en colaboración con Raphaëlle Bacqué, retrata la historia de la primera mujer en Francia que logra convertirse en presidenta de una empresa. Una importante compañía de agua que es manejada por el gobierno. Pero en lugar de quedarse en mero panfleto (más allá de un inicio en el que incluso se cita a la escritora Margaret Atwood) en estas épocas en las que el feminismo y la búsqueda de igualdad de género están más visibilizadas que nunca, Marshall delinea toda una historia sobre el poder, lo que se esconde bajo su nombre y la competencia que esa ambición puede generar. Si bien la película no está basada en un caso real específico sí las guionistas han investigado diferentes casos de mujeres que han conseguido puestos similares. Emmanuelle Blachey (interpretada por la actriz Emmanuelle Devos, la flamante protagonista de “Violette” donde se metió en la piel de la escritora protegida de Simone de Beauvoir, Violette Leduc) es una ingeniera capaz que logró destacarse en una importante empresa de energía. Si bien su vida personal no es tan brillante (quizás porque dedica demasiado tiempo a su trabajo y la vida personal va quedando bastante en segundo plano), se convierte en el centro de un grupo de mujeres influyentes que buscan conquistar una importante empresa de agua. Y le proponen postularse para un puesto que hasta el momento nunca había sido ocupado por una mujer, ni en esa empresa ni en ninguna otra de ese calibre. Emmanuelle nunca se consideró feminista, no creía en la sororidad entre mujeres y cree que si llegó hasta donde llegó fue justamente por pensar y actuar no como mujer. Mientras una carrera ardua y llena de trabas para lograr alzarse con ese importante puesto le presenta un mundo dominado por hombres cuyo poder no están dispuestos a ceder, también comienza a reencontrarse con su género de un modo que hasta el momento no se había planteado. “La número uno” es antes que nada un drama con algunos aires de thriller que bucea por diferentes aguas. La vida personal de Emmanuelle con el fantasma de su madre ahogada, un padre internado, un marido que le reprocha quedar en segundo lugar ante su trabajo muchas veces, hijos a los que ve poco, y un insomnio que sólo puede manejar tomando pastillas. A todo eso se le suma la presión (y la ambición, porque ante todo si lo hace es porque desea convertirse en jefa) para conseguir un puesto que el género masculino no parece querer ceder. Pero “It’s a woman’s world”, como se canta por el final, y Emmanuelle se sabe capaz. El problema es todo lo que tiene que transitar, las aguas algo pantanosas que tiene que cruzar, para poder acceder a él. A la larga, el mundo del poder resulta bastante sórdido. Además de repente ella se ve convertida en una figura pública, juzgada por gente que no conoce, perdiendo gran parte de su privacidad. La película de Marshall denuncia entonces la dificultad a la que las mujeres se exponen para acceder a puestos altos y lo hace de la mano de un personaje multidimensional como lo es Emmanuelle, al cual Devos interpreta de manera espléndida, y con una trama que a veces pierde un poco el eje pero logra encontrarlo para contar lo que se quiere contar. Y dejarlo bien en claro.
La señora Blachey es una ejecutiva de carrera, lleva la cuenta de importantes clientes chinos, tiene un jefe que la aprecia, un asistente fiel, colegas más o menos fáciles de doblegar en las reuniones de directorio, marido, hija, una empleada que cuida a la hija y un padre a quien echarle la culpa por lo que supone el suicidio de la madre. "Puedes culparme, si quieres. Un padre está para eso", bromea el viejo internado en el hospital. Ella en cambio recita el duelo en verso del "Cyrano" con la nena, evoca un poema de Zhang Zou (no el de la mariposa sino el de unos gansos) y cita, del monólogo de "Hamlet", aquello de "la insolencia del poder, y el duro menosprecio/ que el paciente mérito recibe del hombre indigno". Alude con esto a un fulano demasiado cínico e influyente, piedra en el zapato para que ella pueda ascender al pico de la pirámide del poder en una gran empresa. Pero ella no está sola. En verdad, la empuja un grupo de mujeres también influyentes, para quienes el feminismo es una política, no solo ideología, según dice su líder. En la lucha habrá extorsiones, presiones, prejuicios, y juego sucio de ambos lados. Ya desde la primera escena vemos que los empujones en la calle no son privativos de los hombres. La historia es interesante, aunque con leves descuidos de ilación. La música se hace inquietante. Y el elenco es bueno: Emmanuelle Devos, Richard Berry (que estuvo en Pantalla Pinamar), Benjamin Biolay (otro conocido de estos lares) y los veteranos Francine Bergé y Sami Frey a la cabeza. Autora, Tonie Marshall, de quien acá vimos "La belleza de Venus" y (directo al video) "Sexo, amor y terapia".
El poder y su mundo, o el mundo del poder. Alto nivel empresarial y político, carpetazos y traiciones constantes. Una ejecutiva podría acceder a la cumbre -por primera vez- de una empresa de las más importantes del país. Pero en la disputa por ese cargo hay también hombres, y muchos sedimentos machistas que aparecen de forma pertinaz. También hay una agrupación feminista que trabajará por la candidatura de la protagonista. Con estos elementos, la directora Tonie Marshall plantea un thriller corporativo que apuesta más al gélido atractivo del ambiente -iluminado a tal fin- que a la claridad expositiva, más a la electricidad que atraviesa las grandes decisiones que a la empatía con quienes las toman, más a la fascinación por la frecuencia de las zancadillas que a su exposición narrativa. Esta frialdad conduce a cierta aridez en el relato, pero también anula toda denuncia facilista. Este es un thriller trabajoso sobre lo trabajoso que es jugar a ese nivel para una mujer, sobre esos momentos de cabildeos cruciales no tan sencillos de poner en escena. Y es una película con Emmanuelle Devos, una actriz, otra vez, en modo de prestancia extraordinaria: no muchas otras intérpretes pueden aportar sin ostentar ni exagerar esa fotogenia y contundencia combinadas con tanta sutileza para poner en gestos una energía altísima, pero sin desbordes, para prometer tanta intensidad y resiliencia sin necesidad de bravuconería.
El empoderamiento femenino llegó para quedarse, sí, pero en el mientras tanto las mujeres tienen que dar una dura batalla para acceder a los puestos de poder. Ese es el tema que desarrolla "La número uno", la última película de la directora y guionista francesa Tonie Marshall ("La belleza de Venus"). En el centro de la escena está Emmanuelle Blachey (interpretada por la talentosa Emanuelle Devos), una brillante ingeniera que llegó alto en su carrera y actualmente integra el comité ejecutivo de un gigante de la energía. La acción comienza cuando una influyente asociación feminista, con fuertes conexiones con el gobierno, le propone ayuda para conquistar la dirección de una de las empresas más importantes de Francia. En caso de ganar, Emmanuelle se convertiría en la primera mujer del país en ocupar un cargo tan elevado. La película se enfoca en la carrera de obstáculos para lograr el puesto, que también es ambicionado por un poderoso empresario, y en ese sentido acierta, mostrando todas las miserias del mundo empresarial: tráfico de influencias, corrupción y carpetazos como herramienta de extorsión. Con sutileza y sin subrayados, la directora también muestra las humillaciones que soportan las mujeres en un ámbito laboral predominantemente masculino, y el alto precio a pagar por ascender en empresas que definen las políticas de un país. "¿Vida privada? Vos ya no tenés vida privada", le dice una de las militantes feministas a la protagonista, envuelta en una guerra de carpetazos. El problema con "La número uno" es que abarca demasiados temas (el pasado de Emmanuelle, la relación con su marido) y por momentos se torna un tanto esquemática, fría y superficial en el planteo de los conflictos.
La nueva película de Tonie Marshall narra las dificultades de Emmanuelle Blachey (Emmanuelle Devos), una alta ejecutiva, por llegar al cargo de CEO en una empresa proveedora de agua manejada por el gobierno. Por encima de las implicaciones políticas de que una mujer dirija la compañía, la competencia por el puesto será turbia debido a las trabas que le pondrá Jean Beaumel (Richard Berry), uno de los exdirectivos de la empresa. La número uno esboza una arquitectura del poder. Este ambiente de modernos edificios, de reflejos azules y engañosos, que rodea la vida de Emmanuelle Blachey (Emmanuelle Devos), nos hace pensar en vidas devoradas por la rutina. Aquí solo sobreviven los más fuertes. Esta estructura del poder va mucho más allá de oprimir a los enemigos que ostentan cierta posición. Está por encima también de la manipulación ejercida por Beaumel hacia sus seguidores y detractores pues consiste en maniobrar las relaciones con tales enemigos, como lo hace Emmanuelle. En el semblante de Devos, por momentos tan similar al de Catherine Deneuve, no hay frialdad sino una distancia suficiente, con la que puede estudiar las situaciones antes de actuar. En su momento de mayor desesperanza, cuando Beaumel saca un as bajo la manga para desprestigiarla, Devos nos muestra a una mujer que flaquea y que no teme rendirse, al menos momentáneamente. Si hay algo que la protagonista logra es, indudablemente, mostrarnos sus matices. Y es en los detalles donde el personaje de Devos se enriquece: la crianza distante de sus hijos, su propia crianza sugerida por las visitas a su padre ya mayor en el hospital, los brevísimos sueños en blanco y negro donde aparece su madre. La película no plantea ni apunta hacia un cierre categórico sino que insinúa una suerte de movimiento cíclico en el cual Emmanuelle reflexiona sobre la inutilidad a la que tanto temía en su infancia. Sobre el final, precisamente, se advierte cierta complacencia en la autorrealización de Blachey, y ello poco importa frente a su reflexión sobre la necesidad de ser útil, inherente a todo humano al sentir la certeza de una existencia efímera.
En un momento en donde la mujer toma cada vez más fuerza y el movimiento por la igualdad de géneros es notorio, este film demuestra que a pesar de los esfuerzos nada ha cambiado mucho. Una mujer deberá luchar contra sus propios fantasmas y miedos mientras se convierte en el objeto de deseo de un grupo que la quiere posicionar como lider en una empresa. Emmanuelle Davos solvente como la número uno.
Juego de tronos La directora Tonie Marshall realiza con La número uno (Numéro Une, 2017), una película sobre el lugar que ocupa la mujer en el mundo empresarial. Si bien el film hace foco en París, como micro universo, puede hacerse una lectura macro de un espacio masculino donde sólo la protagonista aprende a moverse. Emmanuelle Blachey (Emmanuelle Devos) está en la cima de su vida profesional. Se ha desempeñado como ingeniera hasta formar parte del directorio de una importante empresa - el gigante francés de la energía- después de mucho tiempo y sabe cómo moverse en ese mundo varonil. Sin embargo, le llega la propuesta de parte de un grupo de mujeres de ocupar el lugar central en otra empresa ubicada en el Top 40. Las disputas y manejos políticos se ponen de manifiesto en el film que afectarán a su vida profesional y privada. La número uno hace gala del cuadro de situación empresarial en que se encuentra la mujer. Porque con esta simple historia en clave de comedia dramática (pero que bien podría ser un thriller político), separa el discurso feminista del poder real. Los vaivenes de los sectores progresistas en cuanto a los espacios conquistados, mientras el poder real sigue a resguardo del hombre. Emmanuelle Blachey lo sabe, porque aprendió a codearse con ese mundo en toda su carrera, por eso escucha las propuestas del grupo de mujeres sin saber del todo hasta dónde pondrá en juego su carrera y vida personal. Ella no es teórica, conoce el pragmatismo necesario para llegar y manejarse en las altas esferas, un conocimiento que aplicará en su camino hacia su objetivo. Pocas películas se atreven a sincerarse con la realidad como La número uno, que muestra un recorrido de estrategias y negociados propios del poder. Con la película El precio de la codicia (Margin Call, 2011) como horizonte, este film francés se corre del romanticismo feminista para tratar de desentrañar la verdadera naturaleza machista en las áreas de poder. Una película madura, inteligente y a la vez amena sobre el lugar ganado por esta mujer en el poder empresarial a costa de sacrificios y resignaciones. Para hacerlo está Emmanuelle Devos, quién se desplaza con soltura y oficio como esta mujer meticulosa que lidia con el poder sin perder de vista sus propios dilemas existenciales.
La cinta muestra a Emmanuelle Blachey (Emmanuelle Devos, “Violette”) una mujer brillante en los negocios, una “Número 1” que un día tiene la posibilidad de ocupar un puesto en una empresa importante y convertirse en la primera mujer que triunfe en los negocios relacionados con la bolsa, para eso deberá enfrentarse a varios obstáculos que se le irán presentando en un mundo dominado por los hombres. Antes las distintas situaciones que se van presentando los espectadores quedan atrapados en cada secuencia, con momentos que llegan a producir indignación cuando dan cuenta de las conductas salvajes de cierto sector de la sociedad y de los hombres. La actriz, guionista y directora francesa Tonie Marshall en esta oportunidad pone en pantalla una historia que narra cómo se desenvuelve una mujer eficazmente en el mundo de los negocios, expuesta a traiciones y ciertos peligros. Dentro de su narración hay intrigas, subtramas y la majestuosa actuación de Emmanuelle Devos que está esplendida, digna de ganar algún premio. La trama resulta un tanto lenta, con algunas fallas en el montaje, personajes desaprovechados, pero muestra situaciones bastante realistas, encierra un claro mensaje y resulta entretenida.
BOTÍN DE GUERRA La experimentada directora francesa Tonie Marshall construye en La número uno una suerte de thriller dramático con elementos sumamente actuales: por un lado se mete en la interna del mundo empresarial vinculado con las altas esferas del poder, ese tipo de thriller que la serie House of cards ha estandarizado como modelo a seguir, pero es el alegato feminista el que se impone como uno de los elementos fundamentales de la trama. En la película una agrupación feminista quiere que una empresa vinculada con el sector energético sea presidida -al fin- por una mujer, y lo que registra Marshall es la serie de maniobras y entretelones que se dan entre los diversos sectores de poder. Si el film triunfa a pesar de cierta tensión un tanto deshilachada y un discurso que cae por momentos en lo previsible, es por la elección de un personaje principal alejado de la seguridad que habilita la denuncia y al que Emmanuelle Devos construye con su habitual sutileza. Emmanuelle Blachey (Devos) es una ejecutiva sumamente profesional y competente, y es la elegida por un grupo de mujeres para ser la candidata a reemplazar al presidente de la citada corporación. Como en el cine de espionaje, la educación del héroe, su proceso de iniciación, es un pasaje inevitable del relato. Pero Emmanuelle no es la mujer militante que uno supone, sino alguien cruzado por una serie de contradicciones que se ve manipulada por diversos sectores que la ponen en jaque profesional y éticamente. La mujer se convierte así en una suerte de botín de guerra y, mientras su presencia se hace cada vez más indispensable en la maquinaria de la empresa, también da motivos para potenciar los rumores entre machistas y misóginos que parten del ala masculina de la corporación, sobre todo por su trabajo de seducción a empresarios asiáticos dispuestos a hacer negocios. Ese espacio en el que el personaje va construyendo su identidad (su acercamiento al feminismo es primero una curiosidad, para luego ser algo más determinante) es el que aprovecha la directora para mirar ese mundo de intereses cruzados con absoluta desconfianza, pero sin nunca ceder al cinismo ni a la facilista conclusión de héroes y villanos. La número uno es una película que cómodamente podría instalarse como condimento para el debate de talk show televisivo, pero que a partir de colocar en el centro a un personaje con más dudas que certezas se aleja afortunadamente de lo cinematográfico-perecedero. Es en los momentos en que Emmanuelle comparte con su padre enfermo donde el relato más se retuerce, y donde esa cualidad de poner en discusión definiciones que parecen tajantes hace que el relato brille por encima de la medianía que se impone en otros pasajes más convencionales. Y donde los giros propios del thriller hacen visible, en la resolución, un guión que hasta el momento había permanecido bastante invisible.
Desear sobresalir del resto porque conformarse no está en su ADN; Mostrarse ante los demás poderosa e invulnerable, aunque la procesión vaya por dentro; Pretender no ser una más en el directorio sino la número uno de la empresa, son las cualidades necesarias que debe tener una mujer para acceder a ese codiciado cargo y Emmanuelle (Emmanuelle Devos) está segura de cumplir con todos esos requisitos y va a por ello con sus mejores armas. La protagonista tiene una vida ordenada. Está casada con un hombre que hace carrera dentro de una importante empresa. Además de dos hijos y un padre enfermo. Ella todo lo puede, se ocupa de estar en cada detalle. No puede ni sabe parar. Sólo duerme 4 horas por día, pero siempre luce atenta e impecable. Tonie Marshall retrata prolijamente los intrincados vericuetos de una persona que se quiere abrir paso dentro de un grupo de ejecutivos, con todas las dificultades que eso conlleva, para acceder al máximo cargo que existe dentro de una compañía. Pero, si para un hombre, que son los históricamente más acostumbrados a encarar este tipo de lides, es difícil, lo es mucho, muchísimo más, cuando quien encara esta cruzada es una mujer por más que tenga un currículum brillante y sin manchas. Emmanuelle es ingeniera de una multinacional que fabrica turbinas eólicas. Tiene grandes responsabilidades allí, pero son hombres quienes la dirigen, hasta que se contactan con ella unas mujeres encargadas de una red femenina y feminista que lucha por sus derechos. La organización cuenta con importantes contactos en las altas esferas empresariales, industriales y gubernamentales, cuya intención es posicionarla como CEO en la empresa que distribuye por red el agua de toda la ciudad, para así mostrar su más creciente poderío en ámbitos cada vez más encumbrados. La directora conduce hábilmente y en forma equilibrada los momentos de tentación y ansiedad que transita la ingeniera. Y la contracara, los manejos turbios, las estrategias, alianzas, luchas de poderes, presiones, chantajes, espionaje, juego sucio y todo lo imaginable que sea necesario para quedarse con el codiciado puesto. Cinematográficamente no se observa nada innovador. El relato es clásico, con unas secuencias narradas velozmente y otras que llevan a la calma para profundizar más las sensaciones y sentimientos de todos los participantes del elenco. Emmanuelle Devos transita todos los registros de su personaje con madurez y seriedad. Recorre la alegría, preocupación, nerviosismo, dulzura, pragmatismo, simpatía, con su habitual versatilidad. Además, habla y canta en chino con soltura. A Emmanuelle la oferta le sacudió la modorra, la estimuló y le inyectó una energía extra para que, luego de unas dudas, se convierta en un desafío personal pese a todos los obstáculos, intentar sentarse en el sillón presidencial de una prestigiosa empresa y tener a los hombres bajo su mando.
FRACASO REVOLUCIONARIO Para planear una revolución son necesarias, al menos, dos características: el ímpetu encargado de transformar ese ardor desbordante individual en un sentimiento colectivo y la convicción determinante para establecer esquemas de planeamiento, estructurales y de circulación acerca de dichas ideas y voces. Ambas funcionan como las caras de una moneda indivisible y complementaria combinando lo pasional con el raciocinio, lo imprevisible con el procedimiento en pos de profundizar el discurso, expandirlo y volverlo una causa movilizadora. La número uno intenta proponer una rebelión desde la temática –actual, inquietante y con escaso abordaje como lo son las luchas que las mujeres deben afrontar para ocupar cargos jerárquicos en las empresas– y a través de la intención –articular los universos privado y público para intensificar los juegos sucios y el poder masculino–. Sin embargo, la promesa se torna fría, distante y esquemática debido a fallos constructivos de la protagonista y del relato que atentan contra los principios que busca exaltar. La primera impresión que brinda la ingeniera Emmanuelle Blachey es su eficiencia laboral: forma parte del comité masculino, propone estrategias (incluso un cargo) y sabe conquistar a los clientes chinos desde los detalles, gesto que le vale una promoción para los próximos años. Hasta ese momento la protagonista pareciera contar con ciertas ambiciones pero una vez que la red de mujeres Olympe le ofrece asesoramiento para lograr que ocupe la dirección de la compañía Anthea, ella pierde todo deseo. Se vuelve chata, sumida en la incertidumbre sobre la posibilidad de alcanzar el puesto y de aquello en lo que cree. Porque, como ella misma expresa, desconfía de los grupos feministas y de su cualidad femenina. Mientras que en la esfera privada anula cualquier tipo de goce propio y siempre se la ve corriendo para responder hacia la hija, el marido, el padre internado y un pasado doloroso ligado al mar. Así como Blachey carece de pasión, incluso en los momentos más dramáticos, su entorno también. La red de mujeres que tanto brega por revelar la corrupción de los empresarios para mantenerse en el poder o pasarlo a un heredero, desafiar a los altos mandos con sus mismos trucos y visibilizar las desigualdades de género no hace más que actuar con liviandad utilizando frases estereotipadas, vacías y hasta desacreditando la propia lucha que defienden. Ni siquiera el tono rompe la monotonía durante el discurso de Vera sobre la sororidad y el empoderamiento apela incitación, a la rebeldía, al apoyo de una causa. Los roles masculinos, por su parte, también resultan esquemáticos, plagados de frases y lugares comunes que vuelven irrisorias las tensiones sexistas o las estrategias para perpetuar los arcaicos mandatos sociales. Por último, la directora Tonie Marshall propone una gran variedad de subtemas como viejos rencores entre padre e hija, el deterioro del estado conyugal, los traumas no resueltos entre la protagonista y el ahogo, la exhibición del foro como evidente centro focal pero no tanto de problemáticas y la insistencia del mar como personaje de peso; todos ellos trabajados a pinceladas, en la superficie con un resultado poco provechoso, vago y en un intento de abarcar demasiados puntos en un mismo filme. La revolución que parecía manifestarse con la sentencia “es un suicidio que una mujer despida a un hombre” cae en el olvido porque ya no se trata de hacer frente a un sistema arraigado ni de evidenciar las maniobras sexistas para desestimar las aptitudes y capacidades de las mujeres en los mismos cargos que los hombres. Todo lo contrario. El alzamiento de La número uno debería concretarse primero entre las creencias de las mujeres para diluir las incertidumbres, las voluntades individuales y la falta de determinación para luego comenzar la verdadera rebeldía: la equidad, el respeto, la valoración y el fin del período arcaico. Por Brenda Caletti @117Brenn
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