El deseo de ser Proyectada por primera vez en nuestro país en el 4° Festival Nacional de Cine General Pico, tras estrenarse mundialmente en la 68 Berlinale, La omisión (2018) de Sebastián Schjaer, es un interesante viaje introspectivo por una ciudad nevada del sur argentino. La historia se centra Paula (Sofía Brito), una joven porteña de 23 años que emprende una intensa búsqueda laboral con el único propósito de ahorrar dinero. La falta de un trabajo, un hogar, un entorno afectivo estable, acabaran convirtiendo esa búsqueda en un recorrido personal. Este drama que vive el personaje principal es tan hostil como el ámbito en el que se desarrolla el largometraje, todo es carente de afecto pero eso no le impide salir adelante en la vida, cometiendo actos que el espectador juzgará de alguna manera. La excelente fotografía del film, sumerge por completo a una trama que se la ve sólida y real. Para el espectador es importante que deje sus prejuicios afuera de la sala o por lo menos que entienda y comprenda que Paula está consiente en el contexto que vive y que va hacer lo que sea para salir adelante, pero lo que no tenía planeado es que muchas veces, como en la vida misma, uno termina encontrándose consigo mismo cuando menos lo piensa, pero ¿Qué hacer cuando los demás no comprenden esa situación? La típica frase “estar acorralado entre la espada y la pared” es perfecta para la situación que vive el personaje interpretado por Sofía Brito. Lo destacable es el prevalecer del deseo expresado en el film, en el intento de la protagonista de querer llegar a una mejor situación y calidad de vida, trazando planes que imponen un cambio que puede hacer mejorar las cosas pero al mismo tiempo perjudicar a las personas que se quiere, al tomar un camino egoísta y solitario, sin importar si se tiene hijos, novio, novia o se está casado. La omisión es un viaje introspectivo que deja muchos interrogantes para reflexionar, pensar y sobretodo cuestionar de buena o mala manera y eso está perfecto. Hoy en día es bastante difícil encontrar en una pantalla de cine una película que proponga esta clase de desafíos, que se necesitan cada vez mucho más.
Cuando muchas óperas primas pisan sobre terreno firme, seguro, con un plan y un esquema que se pueden adivinar desde el inicio con bastante claridad, La omisión es una película desconcertante, incluso incómoda por momentos, cuyo personaje principal tiene múltiples capas y matices que se van desvelando de a poco, al igual que las características de un lugar tan particular y en varios aspectos inhóspito como Ushuaia en pleno invierno. La protagonista de la ópera prima de Schjaer es Paula (Sofía Brito), una joven madre que se ha instalado desde hace tres meses en esa ciudad para aprovechar los buenos ingresos y la variedad de empleos en época turística. Trabaja brevemente en la limpieza de un hotel y consigue también un puesto como guía turística. Sin embargo, la plata todavía no es suficiente para un objetivo superior que parece ser el de viajar y radicarse en Canadá. Además, como Diego (Pablo Sigal), quien es (o fue) su pareja y es además el padre de la hija de ambos, vive en la ciudad de Río Grande, la niña de tres años está al cuidado de una tía que ya está bastante harta de hacerles semejante favor. A la precariedad de la situación económica y familiar se le suma la precariedad íntima y psicológica de la propia Paula, cuyas motivaciones y actitudes son por momentos difíciles de entender y compartir (hay un encuentro sexual con un fotógrafo llamado Manuel interpretado por Lisandro Rodríguez, que es particularmente provocador). Lo interesante de La omisión es precisamente que desafía las expectativas, que nos conduce por caminos inesperados, llenos de obstáculos. Schjaer sabe integrar el mundo interior de Paula con las condiciones muchas veces hostiles y agresivas del entorno y de los distintos personajes secundarios. El trabajo visual con la DF Inés Duacastellal, el sonido de Pablo Lamar, las actuaciones y las búsquedas narrativas de pura cepa dardenneanas (por su estilo visceral y porque jamás juzga a su protagonista) están concebidos en función de construir un mundo interior y exterior (las indefiniciones de ella, los contrastes de una ciudad marcada por las contradicciones entre los lugareños y los “extranjeros” que llegan para hacer una diferencia en poco tiempo). Una película angustiante, difícil de encasillar, de asimilar y, precisamente por eso, decididamente fascinante.
¿Qué tal esto para una historia de jóvenes viejos? Una porteña de 23 años (Sofía Brito como Paula) está anclada en Ushuaia agarrando cualquier trabajo que salga, lejos de su novio -que encontró trabajo en Río Grande- y viendo más bien poco a su hija -que está en Ushuaia pero al cuidado de su hermana- mientras junta toda la plata que pueda para el plan acordado de que la familia se instale en Canadá. La situación debería ser de mero tránsito, y Paula intenta hasta donde puede encarar mecánicamente cada día, viendo como mucama de hotel o como guía turística el paso de las personas que dejan sus paréntesis antes que ella, pero las nuevas rutinas y relaciones no tardan en provocar sus propios efectos. Frente a toda esa alienación, el director Sebastián Schjaer se planta casi siempre sobre el punto opuesto a la tentación dramática, descartando catarsis grandilocuentes o diálogos que subrayen la quemazón mental, y llevando lentamente al espectador a llenar los baches con sus interpretaciones y preceptos. Esto se produce a fuerza de inmersión y desorientación: la realidad y la ficción en Argentina están plagadas de millennials dando vueltas en trabajos que odian para salir a flote con sus vidas, pero pocas veces la circunstancia pareció tan extenuante en la pantalla como con las caminatas que el personaje de Brito tiene que emprender sobre la nieve y contra el viento ushuaienses. A su vez Schjaer decide prescindir de ostentar la belleza de sus locaciones, y durante las torpes locuciones de Paula sobre las maravillas paisajísticas solo vemos a turistas desempañando sus ventanillas en la combi. Pero la mayor apuesta de la película consiste en adherirse al andar errático de Paula, sin concesiones ni centros como para encontrar fácilmente un sentido a sus acciones. Quizá se trata de la muralla emocional que la protagonista se impone para intentar atravesar el estrés de su presente, y de cómo pareciera empujarla a un letargo en las relaciones que intenta sostener (con su novio, con su hermana) o la que intenta arrancar entre la conveniencia y el afecto genuino (con el fotógrafo que conoce en uno de sus tours). En el medio están los encuentros con su hija, momentos luminosos por la falta de problemas “de adultos” que presentan y por la química impresionante que tienen Brito y la niña actriz Malena Hernández Díaz. A ella Paula le atiende una llamada apócrifa hecha con un teléfono de peluche, mientras ignora olímpicamente las llamadas verdaderas con demandas laborales y afectivas del resto de los personajes. Algo en esa aridez narrativa empieza a mostrar grietas con el avance de la trama. La omisión arranca encadenando situaciones en las que bordea lo sórdido sin adentrarse, para enderezar rápidamente el rumbo hacia los devaneos de Paula y acercarse sin ningún apuro a una definición. Ese zurcido desinteresado fue varias veces planteado por el director como una manera indirecta de acercarse a los sentimientos de los personajes, sin obtener una verdad, sin alcanzar un centro y haciendo que la película gire sobre sí misma como lo hace su protagonista (cita casi exacta a las palabras que incluyó en el material de prensa). Quizá por querer contrarrestar las elipsis y esa falta de certezas, algunos diálogos parecen puestos para derramar la información esencial sobre las motivaciones de Paula (y los problemas que arrastra con su novio) de un modo un poco atropellado. Pero el volantazo final aparece en una penúltima escena predecible y efectista, que incluso llega a discutir el sentido de la construcción previa: en un punto, esa gambeta constante a la definición podría verse también como una apuesta cómoda a los climas, la abulia de los personajes y el shock de la moral escapándose de nuestros andariveles. Es una idea difícil de plantear, porque implica marcarle un planteo conservador a una película que por todos los medios intenta romper la posibilidad de encasillarla, y porque alguien podría leer en esto un guiño a la queja arquetípica sobre la “lentitud” del cine argentino alternativo. Pero quizá se trate más de que la cita notoria que hace La omisión al estilo de los Dardenne (de los dilemas éticos a los planos sobre las nucas) es tan obediente que termina mostrando los hilos, o del momento en que la película, a diferencia de su protagonista, empieza a hacer lo que podría esperarse de ella.
“La Omisión” se centra en Paula, una joven recientemente trasladada a Ushuaia, que emprende una intensa búsqueda laboral con el objetivo de juntar dinero. Las duras condiciones de vida en el sur y algunos asuntos no resueltos harán que la protagonista comience también una indagación personal e introspectiva. Luego de realizar dos cortometrajes muy bien recibidos por la crítica, Sebastián Schjaer nos ofrece su ópera prima que pretende mostrar la realidad de una joven mujer sin juicios de por medio. La película plantea la problemática de los mandatos sociales, de las prioridades de las mujeres, de esta disputa entre la vida laboral y personal; cuestionando los patrones preestablecidos por la sociedad. Paula es una joven que se escapa de su realidad para cumplir un objetivo concreto, pero en el camino surgen distintos interrogantes que mostrarán los matices de la protagonista. Como la vida misma, tomará decisiones con las que estaremos más o menos de acuerdo, pero que al fin y al cabo la harán más humana, rompiendo con los moldes conocidos. La confección de su personaje está determinado también por el lugar en el cual se cuenta la historia. Ushuaia se presenta como un sitio de tránsito, de escape para cualquier persona, donde se mezclan los turistas con los locales. Pero también es un contexto crudo, frío, desolado (esto se puede ver muy bien cuando Paula es la única a la que vemos caminando por las calles y autopistas tapadas de nieve, mientras que el resto se moviliza en autos o camionetas). El clima generado por la locación provoca distintas reacciones en los personajes y repercute, especialmente, en la psicología interna de la protagonista. Un gran trabajo de fotografía por parte de Inés Duacastella. Sofía Brito compone de una buena manera a este personaje con el que no siempre podemos empatizar, por algunas decisiones cuestionables que toma. Pero el director no busca justificarla ni juzgarla, sino que se limita a ser un mero observador de la situación. Acompaña muy bien el resto del elenco, destacándose la actuación natural y fresca de la pequeña Malena Hernández Díaz. La utilización de la música es muy sutil, por momentos prevalece el sonido ambiente, y por otros casi no notamos su presencia; sumándose a la ambientación fría y blanca del lugar de desarrollo del relato y a los planos cortos para generar un clima propicio de intimidad y, a la vez, de lejanía (vamos conociendo poco a poco a la protagonista). “La Omisión” es una película que te sumerge en este microuniverso de Paula, haciéndote formar parte de la historia. A medida que pasa el film nos vamos enterando más acerca de este misterioso personaje, no siempre muy honesto, pero que se las rebusca para sobrevivir y encontrarse a sí misma. Una cinta intimista que sobresale por la complejidad emocional de sus personajes, la ruptura de las convenciones sociales y la contextualización de la historia en un clima hostil.
Así como El azote transcurre en las afueras de Bariloche, otro estreno nacional se sitúa en el frío del sur argentino, más precisamente en Ushuaia. Allí Paula (Sofía Brito) se ha instalado para ganar cierta cantidad de dinero. Trabaja en un hotel, y aunque está distanciada de su pareja (que trabaja en Río Grande) y no puede estar siempre con la hijita que tuvieron juntos, la idea es precisamente conseguir plata para estar juntos, partiendo de viaje hacia Canadá, donde unos parientes de Diego (Pablo Sigal) están viviendo. Paula quiere aprovechar los meses de actividad turística, por eso trabaja limpiando habitaciones de hotel y también como guía turística. La omisión tiene a Paula como protagonista casi absoluta. Tiene sus temores, tiene sus días, tiene sus momentos de alegría, pero muchos más de preocupación. El director Sebastián Schjaer, que debuta en la realización luego de haber presentado varios cortometrajes en el Festival de Cannes, por momentos desconcierta al espectador -y lo bien que lo hace- con las decisiones que toma Paula. Por ejemplo, con Manuel (Lisandro Rodríguez), un fotógrafo que evidentemente siente algo por ella: si Paula accede a estar con él, lo hace luego de un pedido que también descoloca a quien está siguiendo la historia. Es que Paula es casi una caja de sorpresas. Un personaje así es casi soñado para cualquier actriz, y Brito (vista en Los salvajes) ha sabido aprovecharlo. Es atractivo cómo Schjaer ha trabajado los interiores y exteriores, aprovechando el paisaje nevado, la introspección de los personajes, el sentirse cobijado o a la intemperie. Por eso, cada decisión que toma Paula, cada dirección a la que se dirija irá marcando no el rumbo, pero sí el estilo de La omisión, una película también de una factura técnica encomiable.
Está claro que hay algo que preocupa y perturba a Paula, la protagonista de esta atrapante película filmada íntegramente en Ushuaia. Pero La omisión, fiel a su explícito título, se abstiene de revelarlo durante un buen tramo de la historia. El recurso, sostenido con rigor y convicción, potencia el deseo de descubrir aquello que permanece oculto. ¿Alguna experiencia traumática del pasado? ¿Un dolor del presente difícil de expresar? ¿La presunción de un futuro cargado de riesgos? En su ópera prima, estrenada en el último Festival de Berlín, Sebastián Schjaer dosifica con inteligencia la información sobre el malestar de ese personaje seco y enigmático, pero aun así logra darle peso y carnadura para despertar un interés genuino por su situación. Paula deambula en un entorno gélido y hostil, prueba con distintos trabajos provisorios y junta dinero como puede. Tiene una hija que deja al cuidado de una amiga, una pareja inestable (el padre de la niña, que también intenta juntar unos pesos trabajando en una ciudad ubicada a más de 200 kilómetros, Río Grande) y se cruza ocasionalmente con un fotógrafo cándido e insistente que la corteja e incluso la seduce. El notable trabajo de puesta en escena (con abundancia de planos cortos que acentúan el clima opresivo del film) encaja a la perfección con el tenor del relato. Y Sofía Brito resuelve con aplomo el desafío de delinear una aguda crisis existencial sin subrayados ni titubeos.
Una mujer contra todo Paula, una joven porteña que llegó a Tierra del Fuego detrás de la posibilidad de un trabajo, se muestra como un torrente de voluntad capaz de sortear todos los escollos con tal de avanzar. “Si vamos a estar juntos, en estos momentos te tengo que cobrar”, le dice Paula a Manuel después de rechazar un beso corriéndole la cara. “¿Cómo? No entiendo”, responde él, a lo que ella remata: “No sé cómo explicártelo de otra manera. Es simple: si vamos a estar juntos, en estos momentos te tengo que cobrar”. Lejos del lamento o la sorpresa, Manuel acepta y regatea hasta que por quinientos pesos ella da el visto bueno para un acto sexual furtivo, casi animal, gélido como el invierno patagónico que hiela la piel de las piernas desnudas en la parte de atrás de la camioneta. El tono maquinal y desprovisto de sentimientos de la negociación se condice con la distancia emocional y el rigor formal que abraza La omisión para narrar el tortuoso periplo de Paula (Sofía Brito), una joven porteña que llegó a Tierra del Fuego detrás de la posibilidad de un trabajo bien remunerado que funcione como base para sus planes familiares posteriores. Esa posibilidad, queda claro, está lejos de materializarse, y su persecución obliga a decisiones no precisamente gratas. Estrenada en la sección Panorama del último Festival de Berlín, la ópera prima de Sebastián Schjaer transcurre en esa nebulosa de incertidumbre donde las respuestas brillan por su ausencia y la única salida es la fuga hacia adelante. Ella trabaja de mucama en un hotel y como guía turística, pero la plata no alcanza. Incluso se la niegan, obligándola a perseguir a sus empleadores. Toda una rareza que en un cine argentino acostumbrado a personajes despreocupados por lo económico, aquí la falta de dinero es un problemón. Y no cualquiera, sino el principal: es, pues, el motor invisible del relato, la principal motivación para que Paula haga lo que hace. Con la mujer obligada a rebuscárselas como pueda, entra en acción Manuel (Lisandro Rodríguez), un tímido fotógrafo de la municipalidad que se muestra rápidamente interesado por ella. Entre ambos surge una relación que va de lo amistoso a lo laboral, y de allí a lo mercantilista, tensando aún más el débil equilibrio de Paula. Ya la primera escena muestra que La omisión es la crónica de una fuga. El film arranca in media res, con Paula caminando visiblemente agitada por una ruta de ripio mientras una voz masculina fuera de campo grita su nombre. Cómo, por qué y sobre todo de quién escapa esa mujer se sabrá a su debido tiempo, cuando las situaciones así lo quieran, desprendiéndose de ellas antes que de los mecanismos visibles del guión, pues Schjaer tiene muy poco apuro por entregar la información necesaria para completar el rompecabezas. Un rompecabezas de palabras escasas pero justas, en el que el contexto se vuelve un factor fundamental que nunca se subraya. La escena funciona también como presentación de Paula. Igual que la protagonista de Una hermana, otra muy atendible ópera prima, es una mujer de movimiento constante, un torrente de voluntad capaz de sortear todos los escollos. Lo importante para ella es el avance. Si Paula tiene miedo, lo disimula. Si le duele un escenario que incluye a su hija al cuidado de una amiga y a su pareja viviendo en Río Grande, que no se note. La idea de una mujer tenaz en movimiento constante luchando sola contra toda la adversidad del mundo remite invariablemente al arquetipo de heroína proletaria que desde Rosetta en adelante se ha vuelto una marca de agua del cine de hermanos Dardenne, tradición a la que La omisión suscribe replicando incluso la captura mediante una cámara nerviosa pegada a la espalda de la protagonista. En ese sentido, no le hubiera sentado mal intentar ir más allá de la referencia para evitar que a la larga ocurra lo que mismo que con todas las películas con la impronta de los belgas: que esa estética, que esa mirada, en lugar de ser la base, sea el techo.
La opera prima de Sebastián Schjaer, responsable también del guión elije a la ciudad de Tierra del Fuego para ubicar a su protagonista, una joven de 23 años que tiene que afrontar una realidad durísima. En esa ciudad donde los lugareños se mezclan con los turistas ávidos de paseos y con los que llegan atraídos por juntar dinero que parece fácil de obtener porque los empleos son bien remunerados en relación a otros lugares del país. Para la protagonista de la que se saben pocas cosas, el objetivo es juntar plata para irse a Canadá junto a su marido y su hija. Pero él consiguió trabajo en otra ciudad y a la nena la cuida un familiar. Por eso la joven esta sola, en un deambular eterno con sus contradicciones, mentiras, sentimientos guardados y una angustia que hierve en su interior. La vemos, en la interpretación de Sofía Brito, que aporta su aspecto angelical y entrega, en situaciones de cambio constante, de crudo realismo, de confusión. La cámara la sigue en una serie de planos cortos hurgando en las capas profundas de su criatura, en sus decisiones extremas pero nunca será juzgada, siempre, hasta el último momento, el misterio de su vida y sus determinaciones se irán exponiendo en cuentagotas, manteniendo una de intriga donde todo puede pasar. Lo interesante del filme también radica en mostrar a una ciudad donde siempre hay gente en tránsito, donde ese mismo entorno es casi un protagonista, con sus condiciones bajas temperaturas, y los momentos de ternura o diversión son escasos y muy cortos.
Está anocheciendo y ella camina por la banquina de la ruta. Se escucha su respiración cortada por el frío, sus pasos y ese crujido. La bocina del auto que la está siguiendo. En un minuto ya sentimos el frío que siente Paula, no sabemos qué está pasando, pero tenemos la certeza de que vamos a seguir mirando, porque esos minutos son suficientes para atraparnos.
Paula es una porteña bastante hosca que está en la nevada Ushuaia, trabajando en todo lo que pueda para ahorrar dinero. Con la misma campera, una mochila en la espalda, camina urgida entre la nieve, necesitada. Algo más se irá sabiendo sobre ella a medida que avanza el relato, primer y muy sólido largo de Sebastián Schjaer, que maneja la información con la astucia de un narrador consumado, así como toma de costado, cerca pero con prudencia, con cierto misterio, a su protagonista. Hay asuntos centrales sobre la vida de esta mujer que se conocen bien avanzada la historia, mientras el espectador la descubre y resignifican lo visto. En un lugar que no es suyo, las relaciones laborales se esbozan como amistades, y las rutinas, como guía de un tour para esquiadores y turistas, abren la puerta al deseo. Nada es complaciente en La Omisión, como se intuye frente a las acciones y decisiones de esta chica, a veces desconcertantes y recortadas de los lazos afectivos que la rodean. El de La Omisión es un cine muy emparentado con el de los Dardenne (Rosetta, El niño), primera referencia que viene a la cabeza, con personajes comunes seguidos en un registro que parece documental por entornos duros. Acá es la precariedad, el frío, la humedad constante el paisaje que acompaña a un personaje acaso desafiante, como la que elige estar sola, aferrarse a sus espacios de libertad o probar el camino que dictan sus ganas en lugar del deber ser, aunque duela.
Mujer y madre “La Omisión” es una película dramática nacional que constituye la ópera prima de Sebastián Schjaer, realizador de los cortometrajes “Mañana todas las cosas” y “El Pasado Roto”, que fueron muy bien recibidos en festivales. Aparte de ser el director y guionista, Schjaer también es el montajista. El reparto incluye a Sofía Brito, Lisandro Rodríguez, Pablo Sigal, Malena Hernández Díaz y Victoria Raposo. La cinta se proyectó dentro de la sección Panorama del Festival de Cine de Berlín; además, en 2015, recibió el premio a mejor proyecto del Foro de Coproducción Europa-Latinoamérica en el Festival de Cine Internacional de San Sebastián. Paula (Sofía Brito) es una porteña de 23 años que viajó, junto a su hija y el padre de ésta, a Ushuaia con un único objetivo: ahorrar la mayor cantidad de dinero posible para emigrar a Canadá. Aprovechando que la ciudad vive del turismo, Paula tiene varios empleos a la vez, entre ellos ser guía y limpiar en un hotel. Con el transcurso de los días, y dejando a su nena al cuidado de una señora conocida, la joven se irá dando cuenta qué es lo que desea en realidad. Durante hora y media Schjaer nos sumerge en la vida de Paula, una protagonista indescifrable con la que nunca llegaremos a empatizar del todo, ya sea por las decisiones que toma o porque pareciera que la propia mujer tiene un escudo invisible hacia los demás. Sin embargo, el director tuvo el gran acierto de nunca juzgarla y, por más que muchas cosas no queden 100% claras, tal como la relación en la actualidad con el padre de su hija, las injusticias laborales nos hacen ponernos de su lado. El paso de Paula por Ushuaia, con la cámara siguiéndola casi todo el tiempo, se vuelve interesante por ser una caja de sorpresas. Desde el afuera podemos vislumbrar que es una joven que no tiene estabilidad emocional; que aunque pase casi todo el día en los distintos empleos, cada vez que está con su hija pequeña le hace pasar lindos momentos, ya sea en la casa o en la nieve. No obstante, ¿cuáles son los sentimientos que tiene tan guardados dentro suyo? ¿Siente atracción o rechazo por Manuel (Lisandro Rodríguez), el fotógrafo que siempre la invita a salir? ¿Por qué le miente diciéndole que se vino sola al sur? Muchas incógnitas nos dejan pensando, las cuales llevan a un desenlace que puede darnos alguna pista. Y hablando del final, éste no será aceptado por la mayoría ya que sorprende y da pie al debate sobre el rol de la mujer en la sociedad. ¿Al ser madre ya no se pueden cumplir los fines personales? La cinta de Schjaer tiene ese no sé qué que deja una tristeza arrolladora a medida que bajan los créditos. “La Omisión” se convierte en un filme tan raro como atrapante, que puede no gustar pero que no va a dejar indiferente a nadie. Más que un buen debut cinematográfico para Sebastián Schjaer.
El sur. La nieve. Algunas changas permiten sobrevivir a los protagonistas de “La Omisión” (2018), dirigida por Sebastián Schajer, personajes vivos, errabundeantes, inestables, que intentan avanzar a pesar de todos los obstáculos que se les presentan. Paula (Sofía Brito) desea reunir dinero para progresar junto a su pareja e hija. Su imposibilidad por aferrarse a un lugar en particular la hace transitar zonas oscuras, en las que siempre es ella la que toma decisiones anteponiendo la necesidad de progresar. Película con protagonista femenina fuerte, lo que no significa que su mirada sea condescendiente con ella, ni mucho menos femenina, la propuesta mantiene mecanismos narrativos que ejercen una lograda tensión in crescendo hacia la resolución final. Cercana a un cine social y de denuncia, como bien podría ser el de los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne, un elemento importante de la propuesta es el eterno deambular de la protagonista y cómo a partir de allí la ubicación de la cámara y el punto de vista determinan todo. Si bien Paula es quien dirigirá la atención del realizador, algunos momentos en los que la cámara “espía” potencian la idea de urgencia de la protagonista y de cada una de las situaciones que enfrenta, distraen momentáneamente. “La omisión” se enmarca dentro de una tradición del reciente cine independiente que bucea en los personajes a partir de algunos índices y tramas, corriendo el eje de la narración del texto para hablar más de contexto y la emergencia del personaje como un representante de algo más allá de él. El director construye un film sólido, potente, que prefiere profundizar, a partir de una puesta visualmente impactante y una fotografía que realza la calidad de los escenarios naturales, en la mirada de la protagonista sin juzgarla. Las decisiones que va tomando, como así también el tener todo el tiempo su objetivo delante de las contingencias, permiten, además, acompañar al personaje sin notar la transformación que tendrá al finalizar el film. Por momentos su cercanía con los actores la ubican cercana al cine documental, aunque rápidamente el procedimiento se borra para avanzar en otros mecanismos que posibilitan una construcción sin eufemismos de personajes ambivalentes. Hay escenas incómodas, ásperas, rudas, que se condicen con las características que se nos presentan de Paula, un personaje que deambula dudando, por momentos, de sus propios deseos e impulsos. Narrada en un tiempo apremiante, siempre los personajes dictan el avance o retroceso de la línea argumental. Y si bien termina cumpliendo con los tres momentos clásicos de la historia, hay mucho más que un conflicto, su presentación y resolución.
Esta muy buena opera prima que debutó en la Berlinale se centra en una joven que viaja a Tierra del Fuego a trabajar en temporada alta para recaudar dinero para hacer un viaje. Pero una vez allí, las cosas cambian. La primera película de Schjaer, que participó de la última edición del Festival de Berlín, narra la historia de una pareja que viaja a Tierra del Fuego con el objetivo de ahorrar dinero para luego utilizar en otros planes, que conoceremos con el correr de los minutos. Cada uno, sin embargo, parece manejarse por separado y en distintas ciudades (ella en Ushuaia y él en Río Grande). La película sigue fundamentalmente a Paula (Sofía Brito) quien tiene varios trabajos pero siempre tiene que lidiar para que le paguen lo que le deben. Si a eso se le suma el frío y tener que dejar siempre al cuidado de alguien a su pequeña niña, su situación no es cómoda. En uno de esos trabajos (acompañando a turistas en excursiones) conoce a Manuel (Lisandro Rodríguez), un fotógrafo con el que inicia una historia que se mantiene indefinida entre lo contractual, lo sexual y lo romántico. En tanto, el reencuentro con su pareja, Diego (Pablo Sigal), la hace dudar respecto a los planes que tiene con él para el futuro y que implican una serie de viajes y aventuras. El filme es un retrato de Paula, una chica que va para adelante como puede o como le sale y que no está dispuesta a que las complicaciones o las circunstancias la detengan. Tampoco es que le sobre coraje: tiene miedo, duda y no sabe bien cómo resolverá sus problemas, pero es de las personas que parecen tratar de resolver sus asuntos mediante el movimiento. Y la película, en ese sentido, es fiel a esa condición inquieta de su protagonista, con la cámara siguiéndola en los parques, lugares de trabajo y las calles de una helada, bonita pero no siempre hospitalaria provincia. Las comparaciones con los Dardenne o con otra película patagónica reciente como TEMPORADA DE CAZA con la que comparte cierto estilo y estética (curioso es que aquella película dirigida por una mujer cuente una historia muy masculina mientras que aquí suceda exactamente lo opuesto) son adecuadas, pero a la vez Schjaer –que viene de hacer varios premiados cortos– impone su propia mirada y tempo a su historia, narrativamente más impresionista y menos clásica, como dominada por las propias contradicciones de su protagonista. Como ella, LA OMISION avanza a veces de manera un tanto caótica, casi dejándose llevar por las circunstancias, pero siempre con la vista puesta en ese elusivo destino, en ese futuro posible, cualquiera que finalmente sea.
Paula y los otros. Paulas ha habido varias en el cine nacional, aunque ésta parece cercana a Paulina, la protagonista de La patota (2015, Santiago Mitre), ya que tiene una edad similar, la misma vacilante rebeldía y cierta despreocupación por confortar a quienes la rodean. En este primer largometraje de Sebastián Schjaer –como de alguna manera lo indican su poster y su nada demagógico título– Paula es una joven porteña que, por algún motivo incierto, prefiere no exteriorizar sus sentimientos más profundos. Interpretada por Sofía Brito (Los salvajes, Eva no duerme), la chica va y viene por una Ushuaia atravesada de nieve y de vehículos que circulan apurados, preocupada por reunir dinero suficiente para irse con su novio y su pequeña hija a Canadá. Para ello trabaja (sin demasiada convicción) limpiando cuartos en un hotel y como guía turística. La búsqueda y necesidad de dinero es uno de los asuntos que baraja La omisión y, si bien no hay situaciones de pobreza o mendicidad (apenas en una escena asoma algo parecido a la prostitución), la experiencia de tener que lidiar con empleadores engañosos o de regatear el pago de un alquiler transmiten esa sensación de angustia por razones laborales o económicas que muchos argentinos conocen muy bien, aunque al cine argentino de ficción actual le interese poco. Con la cámara siguiendo a los personajes de cerca, casi siempre desde atrás, Schjaer apuesta a un estado de inquietud casi permanente. Los actores se expresan con pocas palabras y gestos registrados generalmente de soslayo (casi no hay primeros planos) y, a diferencia de lo que ocurre en el cine y la televisión que estamos acostumbrados a ver, se los muestra informales, despeinados, cansados. Los datos para conocer a Paula no son más que los necesarios y van apareciendo distraídamente, en tanto del resto generan más interés el fotógrafo enamorado (Lisandro Rodríguez) y la nena (encantadora Malena Hernández Díaz) que el novio (Pablo Sigal, bastante rígido al hablar con ella en su primer encuentro) y los demás. La brusca vitalidad (y cierta insensibilidad) de Paula se trasladan al film mismo, que no abusa de su buena música incidental y sabe hacer valer dramáticamente el plano del recodo en el camino al que la acción vuelve, una y otra vez. Más discutibles resultan algunas situaciones que se precipitan sobre el final. En algunos rasgos se evidencia la admiración de Schjaer por cierto cine rumano y el de los hermanos Dardenne, aunque lo suyo no llega a dejar huellas tan intensas. Finalmente, más allá de que Paula no parece muy dispuesta a compartir los motivos de su crisis, hay algo en su manera de vivir la maternidad, en su relación con los hombres, en su independencia y su desdén por cumplir con lo que se espera de ella, que la convierten en un ejemplo posible de los cambios de paradigma que vienen afrontando las mujeres en estos últimos tiempos. Por Fernando G. Varea
MIL HORAS La realidad argentina ha provocado que muchos jóvenes busquen otros destinos del mundo donde alojarse y, quizás, encontrar una mejor situación para llevar adelante su vida. Pero para concretar dicho cambio, previamente deben darse las circunstancias propicias para realizar la migración. Ese preciso momento es el que toma La omisión para narrar la historia de una joven que viaja al sur del país con su novio y su hija para tratar de recaudar la mayor cantidad de dinero posible para solventar el viaje hacia Canadá, donde continuará su vida a partir de allí. La necesidad de conseguir plata de cualquier manera, llevará a la muchacha a realizar cualquier tipo de trabajo que se le proponga, sin ningún tipo de tapujos. La película de Sebastián Schjaer es un drama intimista con la belleza que aporta el ambiente natural de la Patagonia, el cual propone que sea el espectador quien complete cada situación, apelando a que interprete miradas, gestos y silencios. Y este resulta ser el fuerte del film, al no dar por resuelto nada, dejando a quien observa el tratar de entender lo que pasa. También como subtrama, deja que el espectador reflexione qué haría en cada situación, lo cual genera una constante relectura de la historia y un atractivo difícil de ignorar. Desde el punto de vista técnico, La omisión se saca un sobresaliente, ya que a través de la fotografía logra capturar tanto la belleza como la melancolía de los paisajes patagónicos, como a su vez posee un gran trabajo sonoro que permite entender a un más lo narrado. A pesar de tener todos estos puntos destacados, el film no llega a impactar ni a emocionar, quedando en su pequeñez, sin ser esto algo reprochable, pero le quita la magnificación necesaria para trascender de una manera más amplia. En definitiva, La omisión es un correcto film, de destacada factura técnica y actuaciones precisas, que no resulta ser conmovedor ni impactante pero que reflexiona acertadamente sobre la búsqueda personal y las dificultades que ello conlleva.
Soy Sola Seguramente si los hermanos belgas Dardenne hubiesen pensado un escenario o paisaje para contar la historia de Paula (Sofía Brito), protagonista exclusiva de este opus de Sebastián Schjaer -presentado en el Festival de Berlín en la sección Panorama- el sur argentino ganaría la candidatura de paisajes con belleza y hostilidad a la vez. Y de eso se trata el universo minúsculo de La omisión; del seguimiento del derrotero de Paula, porteña de 23 años, con una hija pequeña a su cargo y al cuidado de una amiga mientras ella trabaja.Ella quiere establecerse definitivamente en Canadá con el joven padre de la criatura, pero para lo cual necesita dinero, algo que en el peso de la trama motoriza todas sus decisiones en un in crescendo dramático que el director (también guionista) desarrolla con todo el tiempo necesario para que fluya el arco de transformación, a medida que la fuga hacia adelante orienta el rumbo de este drama realista e intimista Los parajes del sur nunca terminan de configurarse desde el punto de vista visual como rasgo paisajístico aunque lo turístico no es un detalle menor para el relato, pues es otra fuente de recursos monetarios al alcance de la mano y la apertura al negocio y a los vínculos potenciales para los fines lucrativos de Paula y su desesperada voracidad de billetes, que lejos de saciarla la obligan a transitar zonas grises en relación a lo ético, dato central que no se revelará aquí. El tono y la distancia de la cámara son ideales en el caso de La omisión, primero por el despojo manifiesto de todo elemento barroco que saque el foco de la imagen ascética y la pureza del crudo relato, pero por otro lado al pegarse a la protagonista en sus largos andares y estaciones de este viaje interior, en un terreno muy poco conocido para ella en calidad de extraña, la sequedad se contagia en lo afectivo salvo en aquellas situaciones donde madre primeriza con pocos instintos e hija conectan desde el juego y el imaginario como escape de la dura realidad. La voluntad de sobrellevar las adversidades en la búsqueda de un mejor futuro aproxima la película de Schjaer con los objetivos de muchos jóvenes argentinos que descreen de absolutamente todo y fugan al igual que Paula (Buena composición de la actriz Sofía Brito) a realidades menos hostiles, menos frustrantes, a pesar de que nieve como puede ocurrir en Canadá o hasta en Tierra del Fuego.
REMOVER LAS CAPAS _ ¿Tenés una moneda? – pregunta Malena. _ No – responde Paula. _ Entonces tenemos que pedir un deseo sin moneda – remata la pequeña. De inmediato, una sonrisa se dibuja en el rostro de cada espectador y el lazo cómplice entre éstos y la niña llega a su máxima expresión. Es que el tono espontáneo, sincero y hasta abierto de Malena no sólo coquetea con la sala oscura y las demandas de la audiencia, sino también, diegéticamente, con Paula, quien se muestra reservada y silenciosa en una Ushuaia invernal que no termina de pertenecerle en los tres meses transcurridos desde su llegada. Si bien consiguió trabajo como mucama de hotel y guía turística para ahorrar y cumplir una promesa, la joven no disimula que viene de Buenos Aires, tampoco intenta mimetizarse con los pobladores y queda en medio de una ciudad compuesta por nativos y extranjeros. Ese transitar –en la primera escena de La omisión se la ve de espaldas al costado de la ruta con una cámara que acompaña tanto la hostilidad climática como la propia agitación respiratiora causada por la caminata bajo el frío– se presenta como una constante de la protagonista ya sea en la búsqueda de un lugar para dormir (no se habla de hogar), de los desencuentros para que le paguen lo adeudado, de las repentinas formas de conseguir más dinero, de los escasos momentos en que parece libre y de las dudas que invaden sus pensamientos. En consecuencia, descubrirla no resulta tarea sencilla. Sebastián Schjaer trabaja en su ópera prima con sutileza y pausa en diálogos justos que van desmadejando de a poco el interior de esta mujer. Incluso no se revela el cuerpo ya que durante todo el filme está cubierta con capas de ropa: sweaters, la campera abultada, guantes, bufanda y gorro y sólo se perciben parte de las piernas durante el acto sexual. Por el contrario, el director parece plantear un único momento de plenitud: la cámara muestra la pared con sombras proyectadas, voces que imitan ruidos de animales en off y juego de luces. Allí, se la escucha viva a Paula disfrutando de un momento singular y privado que se desarrolla fuera de campo, lejano de la mirada de los espectadores y del resto del mundo pero grabado en la memoria de la joven y Malena. Las ventanas empañadas de la combi, la dificultad para caminar en la nieve, la falta de dinero, algunos pobladores y varios reencuentros inesperados ofuscan a la protagonista y la mantienen en ese transcurrir permanente. ¿Cuál es el objetivo? ¿Qué dirección seguir? La oscuridad impenetrable de sus interrogantes comienza a emanciparse. Sólo se necesita una decisión; una decisión para terminar con el vagabuendeo y empezar a volverse visible. Por Brenda Caletti @117Brenn
Paula camina por los gélidos pasajes de Ushuaia, repitiendo una rutina que no queda del todo clara. Trabaja un rato para una agencia haciendo una suerte de tour en combi, luego se gana un dinero extra haciendo otras changas (que incluyen, aunque no de manera del todo planeada, trabajo sexual), y reclama ante jefes sueldos atrasados y deudas pendientes. También paga, ahorra y vuelve a empezar. Pero, como bien lo indica el título de la película, hay algo que aquí se omite, y eso es, en primer lugar, qué es lo que está haciendo realmente ahí Paula. El correr de la película revela que hay una hija, una pareja y una suerte de “plan” que comenzó pero no espera terminar en Ushuaia. Este hilo narrativo parece ser el que conducirá el destino de Paula, pero sin embargo ella no parece del todo convencida. ¿Hay acaso otra vida que no está viviendo Paula? ¿Será que la protagonista de La Omisión no está segura de serlo en su propia historia? La película de Sebastián Schjaer no plantea necesariamente estos interrogantes, sino que más bien deja que sucedan: es el espectador quien completa el cuadro, a veces viendo problemáticas que la propia protagonista no reconoce. El recorrido que este personaje transita es personal e introspectivo, y por eso Schjaer apuesta a los planos cortos y los detalles, eludiendo la tentación de los planes generales que retratarían mejor la belleza del paisaje. La decisión es arriesgada y mayormente funciona (la vida en el fin del mundo se siente así opresiva y monótona), aunque priva también por momentos de ritmo a La Omisión, un film de enorme factura técnica que, a pesar de caer en cierta redundancia, brilla por la sutileza de los trazos con que dibuja a sus protagonistas.
Una chica de 23 años llamada Paula está parando en Ushuaia, busca changas en la temporada turística. Es de esxs trabajadorxs informales que se guardan la plata en una riñonera o se la esconden en la ropa, como esa inolvidable laburante que fue Natalia Oreiro en Francia, de Adrián Caetano, la que se metía los billetes en el pantalón del jogging. Afuera del sistema, casi anónima, la mujer interpretada por Sofía Brito parece huir de algo, está entre trabajos, se refresca la nuca en una estación de servicio, como si hubiese ido hasta el mismísimo confín de la tierra para que no la puedan encontrar. La omisión, opera primera de Sebastián Schjaer, que participó en la sección Panorama de la Berlinale y en el último Bafici, no es una road movie pero por momentos se siente como si lo fuera, porque Paula no se detiene casi nunca y su territorio es un borde de la ciudad en el que una y otra vez debe cruzar la ruta, atravesar la nieve. Durante una hora y media la veremos ir de un lado al otro, siempre un poco apurada, o urgida mejor dicho, como si la Ushuaia que habita provisoriamente no fuera una ciudad turística de escenarios magníficos sino un videojuego en el que todo se trata de ir a un lugar, pedir trabajo, ir a otro, tratar de cobrar la plata, buscar una pieza, buscar la plata, buscar otro trabajo más. Las referencias al cine de los Dardenne son obvias pero no agotan la película y Schjaer es incluso más radical en algunos puntos: su protagonista no tiene interioridad salvo la que asoma en algún destello en la mirada, casi demasiado fugaz, no hay sentimentalismo, no hay drama. Solo áspera observación del recorrido de Paula, que es como un animal en movimiento, atado a la supervivencia (y con una Sofía Brito perfecta, que ya se había lucido como una criatura de la naturaleza en Los salvajes, de Alejandro Fadel). Pero La omisión propone un juego mucho más interesante y cambia todo el esquema como un caleidoscopio cuando casi a mitad de la película nos enteramos de que Paula no está sola: en la misma ciudad, al cuidado de su hermana, tiene una hijita que se llama Malena (Malena Hernández Díaz), de unos cuatro años, y en Río Grande un novio (Pablo Sigal) que es el padre de la nena. Entonces no se trata de una chica sola que busca trabajo en el sur, sino de una familia. Y la película también se carga con amargura esa pregunta terrible: ¿qué es una familia? En las escenas en las que Paula está con Malena despunta una respuesta. Ahí la nieve sirve para jugar y reír, y los minutos se transforman en una ocasión de despliegue para el afecto. Sin embargo esta familia de tres dispersa y sin hogar, nunca idealizada y casi clandestina, es puro extrañamiento, una extrañeza que en parte es de clase y la misma que experimenta alguien de clase media frente al padre que trabaja en la construcción y se va un año a Sudáfrica, o a la mujer que se emplea con cama adentro y le deja lxs hijxs a una tía. Del modelo de mamá y papá más hijxs guardados en la casa como si fuera una cajita de cristal, Paula y lxs suyxs entran y salen, o quizás estén a punto de caerse. Lo cierto es que Paula no es madre cuando no está con la hija, ni una novia, ni nada más que ella misma, expuesta a la experiencia y a una suerte de epifanía que no tiene que ver con la felicidad ni la belleza ni la sabiduría sino quizás, apenas, con la posibilidad de moverse. Pero no en el amplio escenario de blancura sobrenatural de Ushuaia -de la que de hecho casi nada se ve salvo fragmentos, nieve que alguien pisa, rutas ocupadas por el tránsito- sino en ese asunto pegajoso, que La omisión distancia hasta la angustia, de las vidas atadas entre sí.
El director de los cortos Mañana todas las cosas y El pasado roto, Sebastián Schjaer presenta La omisión. En su ópera prima, el cineasta indaga en el viaje introspectivo de una joven madre. La película gira en torno a Paula (Sofía Brito), una joven porteña, de poco más de 20 años, que se instala en Ushuaia para aprovechar de los presuntos buenos ingresos que hay en esa ciudad. En un principio trabajará como empleada de limpieza en un hotel, pero luego aceptará un empleo como guía turística. A pesar de trabajar intensamente, la plata parece nunca ser suficiente. Es que la protagonista tiene (o eso parece al principio) un simple objetivo: conseguir el dinero para poder viajar a Canadá junto a su pareja, Diego (Pablo Sigal), y su hija. Durante un día de trabajo, Paula se topa con Manuel (Lisandro Rodríguez), un fotógrafo que trabaja en el Municipio. Luego de tener un encuentro sexual con este chico, Paula comenzará a mantener una extraña relación con él. Lo que por momentos parece ser algo simplemente sexual, a veces tendrá toques que irán más bien hacia la amistad o, inclusive, hacia lo romántico. Ahora, a su problema económico y familiar -su pareja vive en Río Grande y su hija con una tía-, se le suma este raro vínculo con el fotógrafo. Sebastián Schjaer crea un personaje a través del cual indaga en las complejidades de la interioridad humana, sobre todo en la femenina. Lejos de juzgar las decisiones que toma la protagonista -quien por momentos tiene actitudes que parecen ser difíciles de comprender-, se acompaña el viaje íntimo e introspectivo que realiza la joven. Acá lo importante no es si sus motivaciones son correctas o no, sino el autodescubrimiento de ella a lo largo del metraje. La cámara sigue a la protagonista por todos lados, acompaña sus viajes al trabajo y las caminatas con su hija. En este recorrido también se permite apreciar el entorno en el que se desarrolla la película: Ushuaia, un lugar hermoso pero frío y desolador. Un lugar tan incierto como el interior de Paula. La omisión hace un recorrido por el camino, tanto físico como psicológico, que realiza la joven. La película avanza de una manera lenta pero nunca aburrida. El cineasta desarrolla de a poco al personaje de Sofía Brito, un personaje que crece a medida que lo hace la trama. Una protagonista que sorprende con sus decisiones y con sus motivaciones. La película parece ir construyéndose a su paso. Así como también lo hace el futuro de la protagonista, quien, pese a tener un objetivo claro -al menos en un principio-, ahora se encuentra frente a un futuro incierto.
El trabajo en tiempos de precariedad bien puede asociarse a un loop, al sacrificio en pos de una orilla más soñada que real. En ese trance está sumida Paula (Sofía Brito), la madre joven protagonista de La omisión, que intenta ahorrar unos pesos durante una temporada breve en Ushuaia para partir a Canadá junto a su pareja Diego (Pablo Sigal) y su hija Malena (Malena Hernández Díaz), que están instalados en Río Grande. La recurrencia del plano panorámico de una combi que la busca de madrugada acentúa el estancamiento de Paula, que recala en prácticas como la limpieza de hotel y la guía turística. La soledad física y anímica de la joven conoce intemperies externas e internas, y por eso la cámara la enfoca de lejos en esforzadas caminatas invernales tanto como de cerca en el interior de vehículos: La omisión es en ese sentido un filme sobre el tránsito, la deriva, la suspensión. El paréntesis que vive la protagonista se revela sin embargo pieza de un paréntesis mayor, una vaga crisis existencial ligada directamente al título del filme. La “omisión” es puntualmente la que Paula siembra en el diálogo con Manuel (Lisandro Rodríguez), un fotógrafo municipal que la corteja en su auto y al que le retacea su sufrido estado civil. La posibilidad de callar su condición le permite a Paula ser otra, y así la desolación que atraviesa adquiere un matiz de liberación, de oportunidad. Ella le cobra a Manuel para tener sexo, pero en ese gesto no hay crudeza sino la picardía de quien hace de la ausencia de dinero una excusa adúltera a la vez que un resguardo contra el compromiso afectivo. Por eso la comparación que se ha hecho entre el largometraje debut de Sebastián Schjaer y el cine de los hermanos Dardenne es anecdótica, una afinidad formal y temática que se queda en la superficie. El abordaje de Schjaer –semejante al de un Santiago Mitre minimalista en su ambigüedad deliberada– es más contemplativo que dramático, más reposado que nervioso (de ahí que varias tomas provengan de asientos traseros de coches). La escena de sexo furtivo es impersonal, casi cómica e inverosímil, y los momentos sobresalientes incluyen a un teclado de juguete y una danza de sombras.
De espaldas y de cara al frío Presentada en el festival de Berlin, con estreno en Cine El Cairo, el film retrata la permanencia indómita de una mujer entre la nieve del sur, el dinero que no aparece, los requerimientos familiares, y sus deseos personales. El encuadre elegido para los planos iniciales ofrece una incomodidad que habrá de ser trabajada a lo largo de La omisión. La protagonista está de espaldas, en plano medio, encapuchada. Hace frío, es el sur, mucho abrigo. Camina y la cámara la sigue. Hay cortes, elipsis, pero el ángulo de cámara continúa igual. A lo sumo, habrá algún perfil un poco más descubierto, que permita de a poco acercarse a la intimidad de Paula (Sofía Brito). El inicio, en este sentido, es una apuesta que se sale de lo habitual; es decir, allí cuando -se supone‑ la protagonista debiera ofrecer su rostro a la par de la claridad espacial del lugar, de la ciudad por la que transita, nada de esto sucede. El film de Sebastián Schjaer elude, busca un sesgo desde el cual iniciar su historia. O también: es una elección formal que permite adentrarse en una historia que ya venía sucediendo, que ahora conoce un paréntesis crucial, el momento nodal que vendría a ser, justamente, toda la película. Puede practicarse, también, una alusión godardiana, y pensar como referencia, entre varias posibilidades, Vivir su vida, la magistral película de Jean‑Luc Godard donde Nana (Ana Karina) inicia de espaldas, en la barra de un bar, junto a alguien con quien dialoga. La cámara la espera, se desplaza entre uno y otro, se demora mucho, rompe con la normativa narrativa habitual. (Esta presentación no es del todo exacta, ya que a Nana se la ve antes, durante los títulos del film, modelada desde primeros planos que desglosan su rostro de una manera prácticamente cubista). En otro orden, el comienzo del film de Schjaer recuerda también a una serie fotográfica del alemán André Gelpke: también allí el paisaje es glacial, el personaje está de espaldas, ¿qué es lo que guarda, qué hace allí, hacia dónde mira? En suma, ¿por qué? Schjaer elige sostener su film desde primeros planos cercanos. Esa pregunta despunta y permite que la historia de Paula avance, con matices que la delinean entre compañeras de trabajo, un sueldo que no aparece, el dinero que no alcanza, y oportunidades que surgen de manera inesperada. Cuando se llegue a la primera de ellas, habrá que prestar atención a la decisión fría con la que Paula decide trocar sexo por dinero. Allí se dibuja algo espeso, que la vuelve alguien todavía más ensimismada, con el afecto guardado bien adentro. Esa cáscara no es necesariamente apariencia que esconda fragilidad -algo, por lo demás, tan habitual como tendencioso en ciertos retratos del mundo femenino‑, sino armadura con la que contrarrestar el frío de la temperatura y sobrellevar sus decisiones de vida. ¿Por qué Paula tiene familia? No hace falta responder, sino saber que hay una niña pequeña, y que su padre -mi novio, dice ella‑ está también en el sur. Los dos trabajan, como pueden, en lo que pueden, pero no son oriundos de por allí. Ushuaia es el lugar al que Paula, en todo caso, ha ido a parar, por decisión un tanto ambigua, aparentemente en la búsqueda de un dinero que permanece esquivo. El dinero, por eso, surge como McGuffin, porque habilita suposiciones varias y permite el vínculo social o su falta. Ahora bien, la transacción sexual que Paula lleva adelante se toca también con el film mencionado de Godard, en donde Nana elegía salir y seguir adelante desde la práctica de la prostitución. En Nana y Paula hay elecciones que provocan escozor, que procuran separar sexo y afecto, aun cuando ellas sepan que esto no sea ‑tal vez‑ del todo posible. De hecho, tanto una como otra terminarán víctimas de una sensibilidad malherida. De todos modos, vale aclarar, no pueden pensarse ambos desenlaces de manera análoga, ya que en Godard éste es desalmado ‑Susan Sontag, de hecho, no pudo perdonarle al director tamaña resolución‑ y en Schjaer oficia como conclusión del paréntesis aludido, en tanto punto seguido en la vida de Paula. Paula, a diferencia de Nana, podrá proseguir, decide de manera voluntaria, luego de tantear entre posibilidades para finalmente reorientar su vida. Esto no significa que no haya dolor, su mirada lo esconde pero en la convicción de haber elegido lo que todavía demoraba. En este sentido, hay planos que el film reitera como situación reincidente, también acciones: el agua de canilla sobre la nuca de Paula, por ejemplo. El clima ya es bien frío, así que esa agua también fría evidentemente calma o retarda algo de otro orden, que está en revisión constante. De esta manera, podría pensarse en La omisión como en un detenimiento personal, de temporalidad extrañada, dedicado a encontrar el momento oportuno. Cuando éste aparezca, será ocasión para reconocerlo y, así, dejar a Paula consigo misma. La película no puede concluir, sino trazar el paréntesis pretendido, como instancia íntima, en la que Paula buscará qué es lo que le permita proyectarse. En el camino hay alguien más, empecinado en su cariño por ella. Si la correspondencia es cierta, no vale declararlo aquí, mejor intuirlo, entreverlo en las miradas y en los fuera de cuadro. Schjaer elige sostener su film desde primeros planos cercanos, que perfilan un paisaje de sonidos y silencios blancos, bastante cerrado. Las más de las veces se trata de permanecer en recintos que protejan, que den amparo y calor. Paula se refugia en ellos, prefiere no acompañar en la invitación a una caminata. Pero cuando lo hace, sola, es la eventualidad la que le ofrece otra compañía. En esos detalles se cuela algo más, que la empujará a pensar de otras maneras. Más aún, son cuestiones que sobresalen y se adelantan a las secuencias de familia, con su novio y su hija. La elección del montaje sitúa estas acciones desde una cronología que permite deducir dónde hay un acento mayor, qué es lo que se está desgastando. Por eso, mejor atender al inicio, porque allí está la puesta en escena general y de manera sincrética: Paula huye, no responde, le gritan por su nombre, los autos pasan a su lado. Ella imperturbable, mientras el espectador teme ante la cercanía de los automóviles, algo que tendrá correlato posterior, en ese golpe que señalará de modo sintomático sobre el momento en el que Paula está hundida. Un golpe que la hiere, pero la decide.