La mujer de mis pesadillas Un conmovedor drama romántico llega con un romance contrariado, un amor que no pudo ser y confesiones que impulsan a un hombre a mirarse en el espejo veinte años después del hecho que marcó su vida. La quise tanto moviliza por la solidez de su clima angustiante y, en especial, por este gran intérprete que se llama Daniel Auteuil, el mejor del cine francés de los últimos años. La película transcurre durante un fin de semana particular, en el que una historia resurge para golpear en el presente de los personajes: Pierre (Auteuil) comparte un secreto con su nuera Chloe (Florence Loiret Caille), una mujer desequilibrada que sobrelleva su vida como puede junto a sus hijas. El mismo que lo persigue sin descanso. La nostalgia de un tiempo pasado que fue mejor, el arrepentimiento y la pasión, traslada al espectador a la historia de Pierre y sus furtivos y obsesivos encuentros con Mathilda (Marie-Josée Croze), la mujer de sus pesadillas. Esas afiebradas citas en hoteles, barcos y paseos tienen sus consecuencias y son plasmadas por la realizadora Zabou Breitman (Amor de familia) en este relato honesto de un hombre que no puede callar y que ahora está derrumbado. La escena que transcurre en un parque, el reencuentro con la mujer amada y la triste mirada de un presente incierto son contados con fondos desdibujados que hacen que todo los demás desaparezca. Sólo un hombre y una mujer ocupan el centro de la atención.
¿La quiso tanto? La Quise Tanto es una película que no te deja tanto (valga la redundancia), no te deja ni mucho ni poco. Veamos por qué… El argumento es sencillo: un hombre llamado Pierre pasa un fin de semana con sus nietas y la perturbada madre de estas. Poco a poco vemos cómo este hombre que resulta tan paternal con la joven madre empieza a tomar valor para contarle su historia de amor, y es en aquella charla que revivirá los recuerdos más importantes de ese amor, el verdadero amor. La película, con una sinopsis como esa, tal vez abría un camino para que se desarrollaran las mil y una aventuras de los enamorados. Sin embargo, se queda con las posibilidad inconclusa. Acá el amor no enamora y el dolor no conmueve demasiado a los espectadores. El guión es la adaptación de un libro que ha recibido muy buenas críticas. Pero falla en el traspaso al cine, el argumento queda con poca fuerza. Y creo que a uno no deberían quedarle dudas de que el protagonista “la quiso tanto”. La película parece dividirse en dos films: en la primera parte es Chloe (Florence Loiret Caille) la que ocupa el centro de la atención. Luego cede ,casi por completo, su lugar a Pierre. Pierre (Daniel Auteuil) al principio del film se hace querible. Es un hombre tranquilo y desarrolla bien el papel paternal. Pero nuestro cariño irá decayendo a medida que su papel va cobrando importancia con su historia.. Si bien el film tiene un buen comienzo, es decir, con un ritmo que parece que va a ir acelerándose a medida que la trama avance. Esta es una falsa expectativa que nunca es alcanzada. El halo de misterio que nos llena de preguntas al principio del film – y que por momentos parece que convertirán la trama en un film de suspenso- es resuelto repentinamente y la obtención de las respuestas nos son dadas de la peor manera: a través de las palabras de Chloe quien repentinamente nos escupe toda la información dejándonos en claro cuál es su situación y la relación que tiene con el, hasta el momento, coprotagonista. A partir de allí nos queda claro que en todo momento parece subestimarse al espectador. Todo es lineal y transparente en el discurso de los personajes. Las imágenes sólo subrayan las palabras y a la inversa. La directora parece no haber encontrado el modo de narrar con imágenes. El protagonista dice lo que va a hacer y acto seguido lo hace. No se genera ningún tipo de intriga en el espectador. Se le da “todo cocinado”. Casi no hay acciones que hagan avanzar la trama. Por momentos existe la esperanza de que la película tome más fuerza con alguna acción, giro inesperado o aparición de algún nuevo personaje. Pero la inacción del protagonista lleva a que nunca se concrete nada y uno tiene ganas de meterse en la película y darle un empujoncito a ese “hombrecito” tan inseguro. Pero no por ser cómplices o compinches de este, sino porque en algún punto resulta irritante tener un protagonista tan pasivo, un protagonista que “no se la juega”. Lamento decir que no recuerdo ningún momento destacable en el film, tampoco encontré imágenes poéticas o diálogos sobresalientes. Sin embargo, para darle un puntito a favor, debo decir que es una película que se deja ver. Creo que el primer cuarto de hora es el más atractivo. También me parece que hay varias escenas que quedan elevadas gracias a la música ,aunque las tomas por momentos se tornen largas en un tiempo que parece dilatarse demasiado. Si bien la cinta no tiene sorpresas, una tiene la esperanza de un final con peso que corone todo el film. Pero vuelve a mí la idea de una adaptación de un libro que resulta fallida. El final sorpresa nunca llega y la esperanza se desmorona al confirmar aquel presentimiento de que “el final ya estaba escrito”.
Crónica de un amor Chloe está devastada. Su marido la dejó por otra. Para ayudarla a recomponerse, su suegro la lleva a una cabaña en el campo durante un fin de semana. Una vez allí, entre whiskies y cigarrillos, le dice que lo que pasó fue, en definitiva, lo mejor que podía pasarle a ella y al marido. Para justificar su aseveración el hombre comienza a relatar su propia historia de amor prohibido, ocurrida veinte años atrás. En 1990 Pierre era un hombre de negocios que en uno de sus viajes conoció a la joven y bella Mathilde. Instantáneamente se enamoraron y comenzaron un apasionado romance a través del mundo, encontrándose en hoteles y paseando por exóticas ciudades. Pero justo cuando él estaba por dejar a su esposa por el amor de su vida, algunos factores pesaron más que el deseo de su corazón: la culpa, la lástima, la comodidad, los amigos, el barrio, la familia. Debido a esta tragedia sentimental que los destruyó como matrimonio, ahora Pierre y su esposa están muertos por dentro. La Quise Tanto aprovecha todos los matices de esa extraña sensibilidad que exhiben los personajes de Daniel Auteuil. A lo que asistimos es al tardío florecimiento y el prematuro ocaso de la vida interior de una persona. Esta consigna se revela en cada gesto de Auteuil, en cada ralentí de la cámara, en cada línea de diálogo. Agobiado por el arrepentimiento y la melancolía, Pierre se tortura a sí mismo con aquello que pudo ser y no fue. Al recordar su única época realmente feliz, evoca el cuerpo de Mathilde -portador de una buena parte de la poesía del film- así como aquellas imágenes y sensaciones relacionadas con él: las pintorescas y multitudinarias calles de Hong Kong, las tardes de ensoñación en habitaciones de hotel, la ansiosa espera previa a cada reunión y las charlas sobre un futuro vacilante a la luz de las velas. Nada de esto volverá, salvo en la memoria, como el vestigio de un arañazo lleno de vitalidad que jamás cicatrizará. Resulta muy difícil comprender por qué Pierre no dejó a su mujer para vivir su amor con Mathilde. A decir verdad, resulta imposible. No por cuestiones éticas o emocionales, sino porque la película nos empuja cada vez más hacia la perspectiva del protagonista y nos obliga a sufrir junto con él, sin dar tregua. ¿Por qué, entonces, Pierre no se animó? La respuesta, en este caso, podríamos buscarla nosotros mismos: ¿Acaso en el transcurso de la vida no tienen lugar decisiones inexplicables y oportunidades perdidas? Es así como La Quise Tanto interpela al espectador, de la manera más dolorosa, pero no por eso menos honesta. Más allá de la palpable infelicidad que padecen los personajes, no se puede negar la visión optimista que, en su último instante, entrega la película de Zabou Breitman. Para ser felices, o al menos para que el arrepentimiento no nos corroa las entrañas, lo único que hay que hacer es respetar los designios del corazón, el único lugar donde habita la verdad. Tan sólo eso es lo que nos mantiene con vida.
Hong Kong, mon amour La actriz francesa Zabou Breitman lanza su tercer film como directora, La quise tanto (Je l’aimais, 2009), adaptación de la novela de Anna Gavalda. Puede que algo deba a Hiroshima mon amour de Alain Resnais (1959), piedra angular del género: un romance a cuarto cerrado entre dos extraños que se conocen en el extranjero, y sus largas charlas acerca del hogar y la vida que han dejado atrás o a la cual les gustaría volver; romance condenado por nuestra sabiduría del presente. Pierre (Daniel Auteuil), su nuera Chloe (Florence Loiret Caille) y sus dos nietas huyen de la ciudad. Se refugian en una casa de campo. Pierre abandonó a su amante hace veinte años y el esposo de Chloe la acaba de abandonar por una amante. Él no habla mucho –de sus muertos, a veces– y ella pasa las tardes llorando. En este marco catatónico charlan, una noche. Pierre cuenta su historia: conoció al amor de su vida, Mathilde (Marie-Josée Croze), en un viaje de negocios en Hong Kong. Él está casado y tiene familia, pero comienza a inventar viajes de negocios y horas extra de trabajo para poder verla aunque sea un rato. Lo suyo es una fascinación mutua que se extiende a lo largo de los años. El enunciado corta a presente, de vez en cuando. El Pierre del presente, viejo y con una copa en mano, lamenta sus indecisiones. Chloe quizás está a tiempo para hacer lo correcto. Auteuil, especialista en interpretar a mezquinos burgueses de clase media, aquí caracteriza a un personaje inusualmente patético e inseguro, incapaz de apostar por el amor y condenado a una muerte en vida por ello. Croze hace de musa decepcionada por el hombre que no sabe devolverle lo que ella le da. Loiret Caille, interpelada por el Pierre de Auteuil, pronto se relega a un segundo plano y cede el estrellato a la dupla Auteuil-Croze. Pierre y Mathilde han sido amoldados por el arquetipo de la pareja francesa encerrada en una recámara. El cuadro más honesto y representativo del film les muestra de espaldas, en batas de hotel, asomados por un balcón, considerando sin éxito salir a pasear. Auteuil y Croze se ven tan bien juntos y sus actores transmiten tan buena química que logran alivianar el tedio de una fórmula harto gastada, a veces con el ingenio del diálogo (descontando un par de “mon amours”), a veces por simple presencia y lenguaje corporal. Se suele diferenciar la nostalgia de la melancolía de la siguiente manera: la nostalgia es la añoranza de lo perdido, mientras que la melancolía es el añoranza de aquello que quizás podamos volver a encontrar. Pierre es definitivamente un nostálgico. La esperanza es que quizás Chloe solo sea una melancólica.
No hay amor sin dolor Esta es una historia de amor que empieza y termina con dos corazones rotos, pero... (y en el pero subyace la clave de estas historias). Pierre (Daniel Auteuil) y su nuera Chloe (Florence Loiret Caille) coinciden en una casa de campo mientras ella hace el duelo de su relación fracasada. En las noches, cuando las niñas duermen, Chloe llora y Pierre piensa en Mathilde (Marie-Josée Croze), la mujer que fue el amor de su vida y por la que habría dejado todo, pero... En clave dramático-melancólica, la directora Zabou Breitman toma una exitosa novela como punto de partida para reconstruir el contrapunto entre dos personas de distintas generaciones, pero sufriendo a causa del final de un amor. Para Pierre hay regusto a fatalidad casi desde el comienzo; a última oportunidad para amar, y luego simplemente transcurrir hacia la rutina, hacia la muerte. Para Chloe, aún desengañada, queda la esperanza de un mañana más firme, afianzado en la experiencia personal y en el relato de su (ahora ex) suegro. "La quise tanto" tiene ese qué se yo que atrae a las personas que gustan del cine intimista y de los amores ñoños, contrariados. Pero... se queda a medio camino, redondeando apenas una propuesta donde Auteuil brilla, como siempre o casi siempre, opacando a sus coprotagonistas. La historia de amor del título, la química entre los personajes, es lo mejorcito de la película y ofrece momentos de auténtica belleza que interpelarán a más de un espectador.
¿Cuantas son las alternativas que uno tiene como espectador si la película no ayuda a mantener los ojos abiertos? Una. Dormirse. O levantarse e irse, pero estas alternativas no fue lo que me sucedió cuando ví La Quise Tanto. Zabou Breitman, actriz francesa de larga trayectoria (El Primer día del Resto de Nuestras Vidas) llega a nuestras pantallas, en calidad de directora con su anteúltima producción que consiste en la adaptación del libro Yo la Amaba. En el reparto nos encontramos con Daniel Auteuil como Pierre, Florence Loiret Caille en el papel de Chloé como la hija y Marie-Joseé Croze como Mathilde, la amante. Con un buen arranque nos enfrentamos con Chloé desbaratada y sentimos a sus padres deliberar fuera de campo. Ruta. Llamadas. Oscuridad. Padre, hija y nietos llegan a una casa de campo para pasar unos días que ayudarán a despejar la mente y recuperar la tranquilidad. Una noche, Pierre, para quitarle el dolor a su hija, decide de a poco contarle sobre su secreto que ha mantenido callado durante muchos años. Este es el momento donde la película empieza a declinar en largos flashbacks que repiten la misma escena en diferentes locaciones entre Honk Kong y habitaciones de hoteles. La película va y viene como los actores corren con sus maletas para verse en cualquier punto del mapa y es en este sentido donde pierde consistencia. Pierre concluye su historia como una lección demostrando que todos en algún momento de nuestras vidas sufrimos por amor sea por abandono, engaños, distancia y de esta manera demostrarle a su nuera que entiende su sufrimiento. Ahora que se ha quitado el peso de sus hombros, previsiblemente, se adormece con su conciencia un poco más tranquila.
La sombra de Claude Sautet parece proyectarse sobre este film delicado y conmovedor que parte de las cenizas de una ruina matrimonial para atender el relato de otra historia de amor, aún más intensa, más dolorosamente concluida y solamente conservada en el recuerdo. Que la acción actual -el diálogo entre el sesentón Pierre y Chloe, la mujer a la que su hijo acaba de abandonar- derive hacia la evocación del único gran amor que el hombre vivió y al que renunció por cobardía no es sólo un hábil recurso del guión: también permite sugerir alguna ligera confrontación entre dos historias parecidas pero sucedidas en tiempos distintos y observadas desde distintas perspectivas y proponer alguna reflexión sobre la actitud que cada uno asume frente la ruptura amorosa y más aún ante una pasión arrolladora y clandestina, el desorden que ella supone, el compromiso que implica y la elección que impone entre el coraje y el renunciamiento. Tras un impecable comienzo que presenta sutilmente la situación y los personajes (Chloe comienza a culpar al lacónico Pierre por los defectos de su hijo), el hombre se abre a la confesión y le relata su inesperado encuentro con Mathilde años atrás. El amor se le impuso: él, casado, padre de dos hijos y muy cómodo en su plácida realidad burguesa, no lo buscaba, pero ahora que le ha mostrado el mundo bajo otra luz, no quiere perderlo. Su historia es una sucesión de encuentros casi siempre fugaces pero intensos en distintos lugares del mundo (ella es intérprete; él viaja por negocios). Una relación intermitente en la que Mathilde va imponiendo las reglas, convencida como está de que Pierre, aunque la ama, se resiste a abandonar la rutina confortable en que vivió casi toda su vida. El final se ve venir. El film va y viene entre la acción y la narración de Pierre, pero es ésta la que ocupa el centro, si bien no está claro si esa narración es ilustrada tal como el hombre la vivió o si lo que se ve son los fantasmas que Chloe recrea en su imaginación. Al cabo de la charla, ni el suegro que se confiesa ya vacío ni la mujer abandonada que habrá examinado su desdicha con otra mirada son los mismos. Probablemente tampoco lo sean los espectadores que se dejen envolver por la atmósfera intimista y sutil que logra Breitman en su puesta en escena con la ayuda de la luz de Michel Amathieu, por los finos matices que sabe descubrir en la conducta de sus personajes, quizás ideales pero alejados de cualquier sentimentalismo fácil (lo que remite al cine de Sautet) y por la formidable actuación de los intérpretes centrales (hay que añadir a Christian Millet, la esposa de Pierre, que brilla en una escena memorable). Si hay alguna flaqueza en el guión o algún titubeo en el ritmo, ahí está para compensarlo la maravillosa química entre un Auteuil, conmovedor como pocas veces, y la cautivante Marie Josée Croze.
Extasis y caída del amor loco Narrado en dos planos –el pasado como paraíso perdido, el presente como purgatorio–, el film de Breitman, realizado bajo la sombra del cine de Hitchcock, es a la vez un melodrama y una teoría sobre las razones que llevan a consumirlos. Las historias de amor (loco) son cosa del pasado. Eso es lo que La quise tanto pone –literalmente– en escena. Más que algo que se vive, esas historias son algo que se cuenta: parecería que sin un público atento quedan inconclusas. En La quise tanto, la historia de amor (loco, absoluto) irrumpe en medio de las cosas de golpe, en crudo, sin aviso previo, arrastrando por igual al que la vivió y la cuenta y a quien tal vez haya vivido la suya y la perdió. Por eso, porque la perdió, la que oye, la espectadora, interrumpe todo lo que está haciendo, todo lo que le pasa –la neurosis, el llanto, el duelo, el ombliguismo, la sensación de que se le vino el mundo abajo–, para entregarse por completo a la escucha. A la embriaguez que genera el enamoramiento en estado arrebatado, al deseo de ser llevada a un mundo en que el amor sea más grande que la vida. Narrada en dos planos, La quise tanto es un melodrama y una teoría sobre las razones que llevan a consumirlos. Como una Psicosis de las historias de amor, La quise tanto transcurre, durante su primer tercio, en el mundo de la normalidad, hasta que el amour fou cae sobre él como cuchillazos. Adaptando una novela, la realizadora y coguionista Zabou Breitman (ésta es su tercera película) narra esa introducción de modo elíptico, como entre puertas entornadas. Un sesentón llamado Pierre, que da la impresión de cargar con el doble de edad (el siempre infalible Daniel Auteuil), lleva a una cabaña alejada a su nuera (Florence Loiret Caille, de rostro largo y triste) y los dos hijos de ésta, después de que el marido los abandonó. A él se le nota la culpa, ella se ocupa de que así sea. En busca de alivio, Pierre comienza a contar la historia de un amor extramatrimonial, sucedida mucho tiempo atrás. Esa historia tuerce, invierte o refracta la de Chloe, devolviéndola a un lugar más ansiado que la mera realidad. En esa historia dentro de otra surge la figura de Mathilde (la rubia Marie-Josée Croze, la asesina de Munich, la enfermera de La escafandra y la mariposa), condensación del éxtasis amoroso que recuerda, otra vez, a Hitchcock. Al Hitchcock de Vértigo. Hay momentos muy precisos (la primera vez que Pierre ve a Mathilde, antes de una reunión con empresarios hongkoneses; el modo inexorable en que avanza hacia ella, en subjetiva, en el bar del hotel; algún ralenti posterior) en los que la puesta en escena, calcando la de la obra maestra de Hitchcock, logra expresar el arrebato amoroso mediante una gramática visual específica. Como toda historia de amor loco, La quise tanto es la historia de un éxtasis y su caída. Caída que preexiste, que tal vez sea la condición misma de ese éxtasis: de entrada, Pierre anuncia a Chloe que la que va a contarle es la historia de un amor perdido. Como Lo que no fue, a la que La quise tanto también recuerda. Como todo melodrama. Excesivamente compuesta cuando le toca estar en el mundo “real”, Marie-Josée Croze da la impresión de transfigurarse al desnudarse, al clavar la mirada sobre Pierre, al encerrarse con él en una habitación con cama matrimonial. Lo de Auteuil es más maratónico. No sólo porque se ve obligado a extremar emociones de un modo quizás inédito, sino porque debe representar a dos Pierre opuestos. Uno al que el amor emboba y atraviesa; otro al que el recuerdo del amor perdido parece sumarle años, canas, cachemires de abuelo. Son tres los Pierre de Auteuil, en verdad, teniendo en cuenta el Pierre laboral y matrimonial. Un señor del que uno no esperaría que se tome un avión a Hong Kong, para pasar un par de días con la mujer que ama, y volver. Junto con él, el relato entero viaja del presente al pasado, de la normalidad al arrebato, del pico amoroso a la pérdida. Zabou Breitman logra hacer de esas transiciones un continuo, aun al precio de rozar a veces el chiche digital, como cuando en el mismo plano hace coexistir tiempos disímiles. Pero es que en ese pasaje, en esa coexistencia, se condensa la idea misma de La quise tanto: la del pasado como paraíso perdido, la del presente como purgatorio.
Elogio del divorcio Parecería ser que los franceses solo pueden hacer una película: historia de sexo/amor con sabor amargo y silencios "profundos". Si le gusta esa película, puede ir a ver La quise tanto. Si no, a otra cosa. Las cosa empieza con un plano frontal de una mujer que llora desconsolada (Florence Loiret Caille) y la voz en off de dos personas: un hombre y una mujer (con tono de persona mayor), que deciden que la mujer tiene que irse a la casa de la montaña. Después hay un auto, la misma mujer llorosa, dos nenas en el asiento de atrás (ahí entendemos que esta mujer es madre) y a un costado Daniel Auteuil, que no entendemos bien quién es, todavía. Pasan días en una cabaña en el sur de Francia, la mujer sigue muy angustiada, no entendemos nada, y de pronto, porque sí, la mujer dice en voz alta: "Me dejaron". Ahí entendemos finalmente (con un recurso bastante extraño) qué es lo que está pasando: a esta mujer, madre de dos hijas, la abandonó su marido. ¿Y quién es Auteuil? Ah, después nos vamos a enterar de que es su suegro, el padre del esposo abondonador. Ahá, ¿el suegro? ¿Por qué el suegro se llevó a la nuera abandonada a su casa de montaña? No importa mucho, porque acá es todo muy francés. Pero después finalmente entendemos: se la llevó ahí para poder contarle su propia historia de amor adúltero. O sea, todo lo que vimos hasta acá es una excusa para entrar en la historia que realmente le interesa a esta película. Finalmente llegamos a la historia de amor de Auteuil, tan fracés él, tan francesa su historia, tan francés el contexto de contarle a la futura ex nuera su historia de amor adúltero. No vamos a entrar en detalles de esta historia, tan pasional (se sabe, en Francia amor = sexo en cuarto de hotel), tan cargada de sentimientos, de conversaciones, de música romántica. Sí, todo es muy prolijo, linda fotografía, lindas actuaciones, muy linda chica. Todo muy lindo. Y todo tan "interior". La cuestión se termina resumiendo en una historia de conformismo patético (que la propia película condena, en un movimiento que nos aleja definitivamente de los personajes con los cuales nos intenta involucrar) y en una curiosa moraleja a favor del divorcio y en contra de lo que se opone al amor (aunque el amor implique abandonar a la familia). Todo tan francés.
Del amor y la felicidad esquiva, para ver en pareja Ella está desconcertada. Su esposo la dejó por otra. Ella ahora está junto al suegro, hombre de apariencia fuerte. Llueve, él siente enojo, vergüenza, y algo más. Este hecho lo enfrenta a recuerdos que ahora afloran. Siente ganas de confesarle algo a la nuera: él también, hace tiempo, pudo haberse ido con otra. Y parece que todavía no sabe si hizo bien en quedarse. ¿Por qué un hombre se va con otra, o por qué se queda? Esa noche, refugiados en su casa de campo cerca de los Alpes, mientras los niños duermen el hombre empezará a contar su historia. Mira el fuego, va preparando el terreno, despierta la atención. La nuera lo escucha con sorpresa y creciente curiosidad. Se distrae de sus males escuchando algo que nunca había pensado. ¿Pero por qué justo ahora él necesita contarle todo eso? Alguna vez él pisó los 40. Nunca fue lindo, pero todavía era joven, y su esposa ya parecía más vieja. En un lugar lejano, una traductora comercial, rubia, eficiente, de sonrisa franca, le clavó la mirada y le propuso algunos acuerdos muy razonables. Suele ocurrir, algo empieza por simple buena onda y se va volviendo un amor que dan ganas de vivirlo todo el día. ¿Qué se hace entonces? ¿De quién es la culpa? ¿Con qué derecho? ¿Qué esperanzas? ¿Qué enseñanzas? ¿Y qué seguridad de no repetir viejos errores sobre una nueva persona? La historia tarda un poco en arrancar. Pero de a poco se va haciendo atrayente, y cuando aparece la rubia ya estamos atrapados. Y es toda una historia de amor, con todas sus delicias, molestias, agotamientos, reencuentros. Daniel Auteuil da clase de actuación, graduando la voz y los gestos según evoluciona su personaje. La rubia Marie-Josée Croze, actriz de raza, maneja el catálogo completo de las varias etapas que puede tener una mujer enamorada. Florence Loiret es nuestra representante para seguir la historia con la natural envidia y perturbación. Y Zabou Breitman dirige con mano suave y precisa ésta, su tercera película sobre la esquiva felicidad. Las anteriores fueron «Se souvenir des belles choses» y «Lhomme de sa vie». Unico reproche, hay más minutos penumbrosos de lo necesario. El relato se inspira en la novela de Anna Gavalda editada en castellano como «La amaba». Según dicen, la guionista Agnés de Sacy, experta en relatos amorosos, hizo aquí una adaptación poco fiel, que reduce los diálogos suegro-nuera en beneficio de los encuentros señor casado-señorita con aspiraciones. Puede ser. Pero es un buen guión, incluso atento a cada uno de los involucrados en este tipo de historias, incluyendo hijos grandes (aunque esto último sólo de pasada). En resumen, hay mano, hay asuntos muy interesantes, e intérpretes muy buenos. Para ver en pareja.
Cuando el amor logra imponerse Es una historia romántica sobre el despertar a un amor desconocido, tórrido que surge en la madurez y quizás, por eso parece arrasar al protagonista con la intensidad de un torbellino. Ocurre que Mathilde tiene una personalidad encantadoramente seductora y más aún si a una chica así, se la conoce en una ciudad tan exótica como Hong-Kong, en la que todo es distinto. "La quise tanto" habla de los misterios del amor, como se lo ha hecho tantas veces y se seguirá haciendo. Pero lo distinto, quizás, de este filme, es que a través de las confesiones de un suegro a su nuera, puede percibirse la potencia que tiene la narración oral y las imágenes, cuando lo que se cuenta resulta verosímil y tiene el poder del convencimiento. El filme está basado en una novela de Anna Gavalda, una periodista parisina de clase alta, que publicó su novela "Je L"aimais", en 2002 y transmite una serie de vivencias, que la directora Zabou Breitman, supo captar muy bien y con los recursos cinematográficos necesarios para conmover al público, quizás tanto como lo que ocurrió con el libro, traducido a veintiún países. LEJOS DE LA CIUDAD La historia es simple, el hijo de un hombre mayor abandona a su mujer, por otra y la nuera se refugia en la casa de campo de su suegro, con sus hijas. Ese recluirse lejos de la ciudad invita a que por las noches, suegro y nuera dialoguen, compartan sus desdichas y de lo que el espectador es testigo, es de ese amor que irrumpe en vidas ajenas, con gran intensidad y quizás del mismo modo, hasta con cierto misterio, un día desaparece. Hay dolor, hay lágrimas, hay desdichas en el que cuenta y en quien escucha, pero más allá de esas reacciones momentáneas, lo cierto es que a cada uno le queda el invalorable recuerdo de lo vivido y el de haber experimentado que en algunos momentos de la vida, se puede percibir algo cercano a la felicidad, a aquello que todos anhelamos. Zabou Breitman sabe contar bien, elabora con acierto la intimidad de los enamorados y se deja conmover por una equipo actoral sobresaliente, en el que se destaca el siempre eficaz Daniel Auteuil, la bellísima Marie-Josée Croze y la abandonada por su marido Florence Loiret-Caille.
Y hoy que enloquecido vuelvo buscando tu querer Melodrama con Daniel Auteuil con más de un clisé. Usted los reconoce fácil. Son los personajes que Daniel Auteuil compone cuando no hace de fracasado en un thriller, o es comediante. El de perdedor, sí, es el rol para el que muchos realizadores encuentran en las grietas de su rostro el mejor perfil. Auteuil es en La quise tanto (el tiempo verbal preanuncia lo que vendrá) Pierre, un hombre que hace (hizo) negocios en todo el mundo y que recuerda al amor de su vida. Lo evoca con palabras como que entonces “haría el amor con el amor de mi vida por primera vez. Esas cosas se sienten”, y es el mismo que al rato dice “Era hermoso, pero artificial. Todo era falso. Me mentía a mí mismo”. ¿En qué quedamos? Pierre es un soñador, pero como diría John Lennon, no es el único. El problema es que todo este rememorar lo hace sentado ante Chloé, su nuera, a quien se lleva a su casita en las montañas porque Adrien, su hijo, la abandonó. ¿Y ella está dispuesta a escuchar las añoranzas amorosas de su suegro, que engañaba a su esposa con una traductora por todo el mundo? Parece que sí . Uno puede ser un soñador, y un hombre sensible y romántico, pero Pierre, además, es un infeliz en el cabal sentido de la palabra. Porque no dejó a Suzanne –quien apenas abre la película le dice que sabe todo sobre su amorío, pero que no lo puede dejar- y “no me recupero. Van 20 años y no puedo… Pienso siempre en ella, desde que me despierto”. Hay cosas para las que un Lexotanil no ayudan, pero Pierre -que en los restaurantes pide lo mismo que la mujer que lo acompaña, sea su mujer o su amante, cuando se siente intimidado- y Mathilde son una máquina de tirar frases hechas y/o de autoayuda. “Intentaré vivir sin ti” o “¿Qué va a ser de nosotros?” pueden sonar triviales fuera de contexto. Y dentro también. Cuando Pierre recuerda, y cuenta su reencuentro con Mathilde, Mathilde “aparece” y lo besa como habrá sido en aquel momento. La directora –y actriz, aunque aquí no cumple esa función- Zabou Breitman intenta airear la trama cada vez que salta al tiempo presente, aunque no siempre le da resultado. Además de Auteuil, que hace lo que puede con su protagonista, la canadiense Marie-Josée Croze, que fue mejor actriz en Cannes por Las invasiones bárbaras , le pone toda la piel y la ambigüedad necesaria a Mathilde. La directora por momentos pareciera que escribió la historia para poder incluir aquéllas y otras frases como “Uno no deja de amar a alguien. Empieza a amar a otro. Quizá porque hay espacio”; al ver llorar a su amante, ella le replica “Me voy. Yo ya lloré”, o la última línea de diálogo, esa esperanzada y cliseada “Va a ser un día hermoso, ¿viste?”. Y, no, porque el personaje se quedó dormido. Son cosas que pasan.
AMORES QUE DEJAN MARCAS Historia de amor y pasión, La quise tanto brilla por la sobriedad con la que encara y entiende la naturaleza del amor apasionado entre dos personas cuyo destino cambia de manera definitiva. La quise tanto tiene una gran virtud que es a la vez su gran defecto. Ahora bien, hay que explicar a qué se le llama en este caso virtud, y a qué defecto. Y simplemente para postergar el elogio a la virtud, digamos que ese mayor defecto reside en que la gran parte de los espectadores tal vez se sienta ajena y perdida en esta historia. Incluso podría considerarse un film menor, de aciertos limitados. Pero el motivo por el cual el film renuncia a un prestigio asegurado que tal vez le hubiera otorgado el camino fácil, es justamente su mayor virtud. Lo que Zabou Breitman narra en La quise tanto es una verdadera historia de amor. Una historia de amor y miedo, amor y pérdida, amor y pasión. La película, emparentándose con aquel gigantesco melodrama romántico llamado Los puentes de Madison, narra la historia en dos tiempos, con lo cual los primeros minutos aun parecen tibios y demasiado serenos. Pero luego, y como acontece en todo film verdaderamente romántico, el amor se percibe en la pantalla, no en los diálogos, sino en las situaciones, en las miradas, en la química que explota a todo nivel y que parten de la atenta mirada de una directora que sabe captar con cada plano los elementos esenciales del amor fou. Más de una vez, al decir amor fou (castellanización de amour fou), he escuchado que la gente pregunta qué es. Mala señal de los tiempos actuales el hecho de que el amor fou –moneda corriente en la literatura y el cine- no sea hoy tan fácilmente reconocido. A partir del amor fou se han construido muchas obras maestras inolvidables, pero hoy –lo sabemos- sería objeto de burla para los espectadores. ¿Qué destino tendría hoy un film de Minnelli, Sirk o Buñuel? Pero tampoco seamos reaccionarios frente a este presente, ¿qué destino tuvo Vértigo al momento del estreno? La quise tanto nos expone esta historia de amor en el mundo contemporáneo. Y también la mezcla con la realidad, con el trabajo, con la familia, con las presiones, con los temores y con las decisiones definitivas. No es una película sencilla para quien haya amado con esa pasión, pero es luminosa en su capacidad de entender la naturaleza de las pasiones desatadas, de las personas entregadas a la intensidad, aun a riesgo de perderlo todo. Más complejo aun es el hecho de que la puesta en escena no sea ni barroca ni melodramática. La directora remarca justamente que el mundo no es un lugar romántico y apasionado, y que estos volcanes estallan en medio de la vida cotidiana. Algunos creen que el amor fou es pasajero. Sin duda confunden un arrebato con el amor fou, que podrá ser cualquier cosa menos pasajero. Una vez alguien dijo que nadie moría de amor en el siglo XX. Por extensión hemos de asumir que lo mismo le correspondería al siglo presente. Sin embargo, cualquiera que haya sentido el amor fou en su corazón sabe que, pase lo que pase, ese amor jamás se olvida. Y eso a lo que todos le llaman vida, deja de serlo una vez que las dos partes de una gigantesca llama se separan físicamente. El amor fou deja marca, y esas marcas son para siempre.
Sutil melodrama francés sobre las pasiones prohibidas Siempre el cine francés se destacó al contar historias de amantes, sexo y espacios claustrofóbicos. Ese típico rasgo galo se recrea en este, el tercer largo de la actriz y directora, Zabout Breitman, “Je L’aimais”, producción del 2009 que llega a nuestras salas a partir de hoy. Guión adaptado de una novela del mismo nombre (de Anna Gavalda, de principios de la década pasada), esta historia sobre amores frustrados y confesiones íntimas ofrece una aguda mirada sobre la infidelidad y el peso de las decisiones familiares a la que hay que prestar atención. Sí, es cierto, “La quise tanto” tiene la cadencia y el tempo clásico de los exponentes de este género. Es cine bien fotografiado y con todos los clichés que ya conocemos (silencios, saltos narrativos, espacios cerrados, cuerpos entregados a la pasión desenfrenada, etc) pero con un desarrollo que incorpora un poderoso ingrediente: el arrepentimiento en su estado más regresivo, material que merece algún tipo de análisis de parte del espectador curioso. En los primeros minutos, se nos presenta en marco donde se recreará la historia. Pierre (Daniel Auteuil) es un sesentón triste que por decisión de su esposa (creemos) lleva a su nuera, Chloe (Florence Loiret Caille) a una suerte de retiro espiritual. No, a decir verdad, ella ha sido abandonada. Es madre de dos niños y su marido es el hijo de Pierre. De lo poco que sabemos al principio, entendemos que él la dejó por una amante. Alejados de la gran ciudad, solos, angustiados (por distintas o por las mismas razones) y desconcertados, su relación en este lugar es lacónica, hasta que cierta noche, Pierre sentirá la necesidad de contarle a Chloe acerca de cómo conoció al amor de su vida, Mathilde ( Marie Joseé-Croze). De ahí en más, nos subiremos a la historia romántica de estos amantes, desde su primer encuentro en Hong Kong hasta la feroz encrucijada que significaba terminar su matrimonio y vivir un nuevo comienzo junto a la mujer que le cambió la existencia. Daniel Auteuil hace un gran trabajo. Piensen que por un lado, lo vemos joven, intenso, vehemente, audaz (por lo menos para mentir y hacerse lugares en su agenda para encontrarse con Mathilda); en cambio en el presente, al que volvemos en algunos cortos tramos, se transforma en un sujeto quebrado, frustrado e infeliz. No sólo desde lo físico difieren, sino desde lo emocional. Y los dos roles están en un cuidado registro. Breitman aboga por una dualidad en Pierre que su protagonista construye con solvencia. El film no se queda en la descripción de una pasión clandestina, como muchos esperan. Encara un desarrollo donde reflexiona sobre las elecciones en contextos complejos. Un hombre encuentra accidentalmente a una mujer en un tiempo equivocado y se enfrenta a una crucial decisión que marcará el resto de su vida: ¿Cuántas veces sentimos que alguien nos llega en un momento inoportuno, antes de lo esperado… o demasiado tarde? Auteuil es un hombre débil (o fuerte? ) que logra vivir esa relación transgresora y sobrevivir a ella, sin dinamitar su consolidado matrimonio. Claro, el precio que paga por ello es el andamiaje de la trama. En ese sentido, hay una dualidad equilibrada en la composición del veterano intérprete que conmueve y afecta a la platea. Joseé-Croze, su pareja en la ficción, es todo lo que uno hombre desea y sabe transmitirlo a la perfección: su Mathilda respira pasión, desenfreno, entrega y sensualidad. Ambos caen, pero la caída de Pierre es lo medular en “La quise tanto”. No digo que sea una película totalmente satisfactoria. Pero le reconozco más que una cuidada realización y química en la pareja central. Siento que la composición del escenario cruel que deben afrontar los protagonistas tiene un relieve interesante: las elecciones pueden están hechas (bueno, no todas, Chloe aún está a tiempo de torcer su destino no?) pero la profundidad de estos surcos aún no ha cerrado y su poderosa reflexión (y moraleja, tal vez), no. “Je L’aimais” puede parecer superficial a simple vista, pero no se dejen engañar por su bella fotografía y atmósfera sensual, hay mucho más en ella que merece ser descubierto, sin prejuicios.
La otra cara del amor Otra pequeña muestra del buen cine francés, donde la estructura del filme tiene mayor importancia en la incorporación del espectador que la historia que aparece como primaria. Son dos historias, ambas de amor, una esta sucediendo en el momento actual, la otra es narrada por Pierre (Daniel Auteuil) a su nuera, que acaba de ser abandona por su marido y entró en un estado de depresión casi de orden patológico. Con una estructura similar a “Tomates Verdes Fritos” (1991), de Jon Avnet, como para que haya un parámetro respecto a que me estoy refiriendo, no en cuanto a lo que sucede en pantalla sino a esa cuestión del relato dentro del relato, siendo ambas historias mostradas en la pantalla. Una historia de amor que él tuvo hace muchos años, que le dejo huellas y le marco la vida a partir de ese instante. Por qué le cuenta lo que le cuenta es uno de los misterios a revelar por el filme. Comienza con un primer plano de Chloe (Florence Loiret Caille), en pleno llanto, y unas voces fuera de cuadro que están determinando que hacer con ella. Son sus suegros. Deciden llevarla a la casa de campo de la familia, ella es la nuera de Pierre. Él y Chloe emprenden el viaje junto a las hijas de ella. En medio de la estadía,y viendo que el cuadro depresivo de su nuera no mejora, comienza a contarle historias de su familia, relatos desprendidos de todo tipo de tono afectivo, hasta que llega a incluirse en una historia de amor propia. Ella es quien a partir del efecto que produjo en Pierre su confesión le reclama por el relato. Una historia no muy antigua en cuanto a los tiempos se refiera, pero extremadamente arraigada en el cuerpo de éste personaje. Es la fabula de un amor perdido entre Pierre, un empresario francés, y una traductora, Mathilde, encarnada por Marie Josee Croze, conocida por el público argentino por su presencia en producciones como “La escafandra y la Mariposa” (2007) y “Las Invasiones Bárbaras” (2003), entre otras. De cómo se conocen, veinte años atrás en un encuentro casual, por estar en el momento adecuado en el lugar justo, en Honk Kong, lugar al que llega para cerrar un trato comercial, y en el que ella reemplaza circunstancialmente al traductor oficial. De los primeros avances de esta bellísima mujer hasta la caída en desgracia del hombre, a consecuencia de sus propios actos, de su cobardía para enfrentar una situación que rompería con su vida establecida y equilibrada, recorre la historia que duró sólo cinco años. Podría decirse que la narración se instala en tres tiempos: un pasado perdido e irrecuperable, en el que ambos, suegro y nuera, están inmersos cada uno en el suyo; el presente que los convoca, pero que es indescifrable, inasible para ambos; y un futuro desconocido. Una muy buena traslación de la novela homónima de Anna Gavalda, que fuera traducida a varios idiomas y con record de venta en veintiún países. La producción está sustentada por un guión muy bien elaborado, a cargo de la directora Zabou Breitman en colaboración con Agnes de Sacy, un excelente diseño de arte y muy buen trabajo sobre la banda de sonido, que parece pasar desapercibida pero, le agrega color y calor al relato. Sin demasiadas palabras, mucha imagen y excelentes actuaciones
Una historia simple Un hombre y una mujer. Ella llora y él intenta consolarla. La mujer fue abandonada por su marido y está desesperada. El hombre es su suegro. Ella le echa en cara los defectos de su hijo pero él no pretende defenderlo. Ambos van a pasar un fin de semana en una casa de campo, bebiendo whisky, conversando e intentando tomar conciencia del estado de las cosas. Tras un comienzo sutil e intimista al calor de los leños y el alcohol, el hombre va a confesarle el secreto que lo atormenta desde hace veinte años. Una historia atrapante de amour fou que se instala de repente en la película y consigue que la joven abandone el llanto y se convierta en una espectadora fascinada. El desaliento cambia de campo y se invierten los roles del enfrentamiento inicial. El hombre maduro revisita su vida en ruinas y la directora confronta a dos generaciones mediante un largo flashback con pausas, vueltas al presente y rupturas de tensión narrativa. La quise tanto es un melodrama que plantea el dilema de elegir, en un momento de la vida, entre el matrimonio y la pasión. La pasión es Mathilde, una mujer que subyugó al protagonista y lo transformó de la noche a la mañana en un ser renovado, divertido y apasionado. Él la amaba pero la perdió y ahora anda medio muerto, como una sombra. Zabou Breitman comparte con Claude Sautet la destreza en la dirección de actores, la habilidad para hacer surgir el tormento interior de un hombre perdido o de una mujer herida. La directora capta matices de euforia o fracaso sobre un rostro sin apelar al sentimentalismo. Daniel Auteuil pocas veces estuvo tan intenso en sus miradas, en sus silencios, en su arrebato, expresando dos estados de ánimo opuestos. La curiosa pareja nacida del flashback, entre un cuerpo joven y otro que envejece, posee una química sorprendente. La aguda reflexión sobre la incandescencia de los sentimientos se complementa con una puesta en escena precisa que logra expresar visualmente la intensidad amorosa y hace resurgir un pasado glorioso en un presente incierto.
Los recuerdos de un amor inolvidable Ideada como una película de sentimientos, la obra sitúa a Daniel Auteuil, con 61 cumplidos como un hombre que vivirá unos días junto a su nuera y sus nietas, en una alejada casa del mundo, donde se asomará al balcón de su pasado. Ante un film como el que hoy se comenta, en manos de la actriz y realizadora Zabou Breitman, se puede llegar a vivenciar un muy cercano eco de aquellas historias que narraba el siempre recordado Francois Truffaut, acompañado posteriormente, tras su partida, por directores tan sensibles como Claude Sautet, Claude Millar y André Techiné llegando a nuestros días, en esa proyección que nos alcanza desde aquellos años 60, en algunos personajes delineados por Patrice Leconte. Desde este punto de vista, creemos entonces que la elección de su actor principal, Daniel Auteuil, ya hoy con sesenta y un años cumplidos, legitima este recorrido de miradas. Su presencia, componiendo a este hombre que vivirá esos días junto a su nuera y sus nietas, en una alejada casa del mundo de la gran urbe parisina, le permitirá asomarse al balcón de una estación de su pasado y comenzar a narrarle, tras una morosa espera de previsibles rituales, su tan particular historia. Cine de sentimientos, desde una paleta de voces que se refugian en los pliegues del dolor de los dos personajes, La quise tanto invita a ser partícipes de esta voz intimista que nos acerca la historia de la fascinación que un encuentro puede provocar; de ese entrar en un fuera de sí, de ese perder toda dimensión con la realidad, a la que se nos pide que no perdamos de vista. Como le ocurre y le sorprende a Pierre, empujado por un viaje de negocios a viajar a Hong Kong, donde en plena reunión empresarial conocerá a una joven mujer, Matilde, traductora, quien, vestida de manera formal, y rodete, hechizará su mirada. Aún no comprendo por qué los distribuidores locales prefirieron para dar a conocer este film en el país, que aún no se ha estrenado ni en España ni en Italia pese a ser del 2009, sustituir el término amar por el de querer. Independientemente de que el mismo esté reforzado por el vocablo adverbial "tanto" no es lo mismo, ni siquiera sinónimo, respecto del alcance de la palabra amor; tal vez, en sus múltiples formas, el que más esperamos y el que más nos cuesta pronunciar; el que tememos decir, y sin embargo cuánto lo deseamos. Y es tal vez, porque algo de todo esto circula en el film, que algunos críticos han deseado igualar al sentimiento que experimenta James Stewart por Kim Novak en el sublime film de Alfred Hitchcock, Vértigo. Y es ese recorrido el que libra su personaje masculino quien, ahora, en esa noche, cual antiguo narrador de viejas fábulas se cuenta esa más que escapada de loco amor, cuando sus hijos aún eran adolescentes. Esta mujer, llamada Chloe, quien, ante el abandono de aquel, está experimentando, desde sus propios sentimientos de ausencias, su propio dolor, expresado en sus silencios, en sus gestos, y en algunas bruscas reacciones. Basada en una novela de Anna Gavalda Yo la amaba, publicada en su edición castellana por Seix Barral en el 2003, La quise tanto reunirá a un hombre y a su nuera desde una instancia de una situación de pérdida del sujeto amado. Y desde un relato que emerge y se transfigura, que cabalga, que se suspende y que vuelve a su frenesí inicial para luego enmudecer desde un rostro bañado en lágrimas, el presente que asumirá la forma de acto de comprensión y de una incierta espera. De inconfundible escritura francesa, La quise tanto permite revivir aquel episodio que ahora un sonámbulo Pierre, en ese fin de semana, en esa cabaña, junto a su malherida nuera, que veinte años atrás lo había ubicado en el espacio de una afiebrada aventura, que no conocía fronteras, ni ámbitos, que desafiaba agendas, que había llegado, mediante un pacto, a moverse desde el azar. A través de este personaje reconocemos a tantos otros que compuso Daniel Auteuil desde los primeros años 90 (si bien su trayectoria profesional comienza en el 74, en el género comedia), desde films como Un corazón en invierno, Mi estación preferida, La chica del puente, Mi mejor amigo, La viuda de Saint Pierre, estas tres últimas de Patrice Leconte, entre tantos otros; sin olvidarse participación en films como El adversario, En guardia, Caché, El placard, N de Napoleone, entre tantos y tantos otros. Su profunda mirada, su aguda intuición, sus gestos, su dolor interior, sus silencios; lo que lo llevará a ubicarlo como uno de los más representativos de nuestro tiempo, tanto en el cine como en el teatro donde sigue interpretando a grandes clásicos. Junto a él, un terceto de mujeres, su nuera, la mujer amada y su propia esposa, asumen, tal vez, la voz múltiple de su directora desde una sincera y sorprendente construcción de personajes que, en más de una oportunidad, lleva a acercarse a sus rostros, a escuchar sus confusiones y confidencias, a vivenciar sus pesares, a compartir sus fugaces alegrías. En clave de contenido de melodrama, que parte de un primer plano de un rostro angustiado, La quise tanto lleva a desplazarse de un espacio marcado por un presente que interroga y aísla a sus personajes a un lugar de reencuentro en donde la palabra pueda volver a hacer posible la fuerza de un amor soñado y vivido hasta más allá del límite, que se convoca desde una voz que se irá adormeciendo sobre el despertar del amanecer.
Las Circustancias del Amor Pierre tiene un hijo que abandonó a su esposa con dos críos, y no tiene mejor idea que llevar a su nuera junto a sus pequeñas nietas a una alejada cabaña, ubicada en un inmejorable paisaje de montañas y campiña francesa. Allí entre pesadumbres y quiebres de la joven mujer, Pierre entre copas de vino y un fuego abrigado de leños, narrará a la chica una increíble historia de amor, que según él asegura fué el verdadero idilio de su vida. La directora y tambien actriz Zabou Breitman -que aqui no actúa- ofrece una historia quizás ya vista antes (todos tenemos y/ o sufrimos una pasión así en la vida, ya sea para suerte o para desgracia), y rodea la narración yendo de París a Hong Kong -donde nace el romance-, de una atmófera intimista, precisa, con planos de ojos, cuerpos y manos que se dicen cosas, y certifica una propuesta por momentos conmovedora, melancólica, sobre las circustancias a veces profundas otras egoístas o cobardes que subyacen bajo las ruinas del amor perdido. El protagonista Daniel Auteuil confirma que es un actor mayúsculo, genial, que muchas veces con tan solo gestos define una escena, sin recurrir a la palabra, y la hermosa actriz canadiense Marie-Josée Croze está estupenda en el rol de Mathilde, ese amor perdido, sanguíneo, y desestabilizante. Quienes gusten de un cine distinto hallarán aqui una película recomendable.