Debut en la dirección de Laura Casabé con “La valija de Benavidez” (2016) una lúcida mirada sobre el arte, el consumo, las elites que lo manejan, y la reflexión sobre la inmediatez de los consumos culturales ante el agotamiento de los mismos y la necesidad de renovación y expulsión de los artistas. Guillermo Pfening interpreta a Pablo Benavidez, un atormentado docente y escultor que al separarse de su mujer acude a su analista (Jorge Marrale) para que lo asista. Lo que no sabe es que el psicólogo en realidad mantiene una fachada en su vivienda alimentando una suerte de “residencia” en la que, con la complicidad de una merchant (Norma Aleandro) explota hasta el límite a todos con el fin de conseguir aquella obra que trascienda y logre imponerse como única. Impecables Aleandro y Marrale en una película asfixiante, discreta, pero efectiva.
Pablo Benavidez (Guillermo Pfening) no pasa por un gran momento. Su carrera como escultor parece acabada luego de críticas terribles y debe vivir a la sombra de su padre, un respetado artista, y de su esposa (Paula Brasca), una pintora en ascenso. Una noche, huye de casa y, con valija y todo, aparece en la residencia de su psiquiatra (Jorge Marrale), que también está vinculado al mundo del arte. El doctor le ofrece formar parte de una residencia secreta, ubicada en un sector oculto de la vivienda, donde artistas atormentados gozan de privacidad para concretar sus creaciones más personales y arriesgadas, siempre como parte de un tratamiento especial. Benavidez acepta una breve visita al lugar, pero pronto descubrirá que no puede salir de allí: se encuentra en un laberinto repleto de detalles que potencian todo lo que atormenta su mente. El doctor no deja de monitorear sus movimientos, ya que tiene planes muy específicos con él. Basada en el cuento de Samanta Schweblin, La Valija de Benavidez (2016) es un extraño thriller psicológico con buenas pinceladas de humor negro. Justamente extrañeza y comedia negra eran lo que primaba en El Hada Buena: Una Fábula Peronista (2010), la ópera prima de la directora Laura Casabé. Aquí vuelve a demostrar su capacidad para crear microcosmos extravagantes (en este caso, satirizando el mundo de las artes plásticas), aunque con connotaciones más tenebrosas. Las actuaciones de Pfening y de Marrale, y la de Norma Aleandro como una curadora, contribuyen a darle cuerpo a estos seres con ambiciones que los llevan a lugares pesadillezcos. Marrale en particular da cátedra a la hora de componer a un personaje oscuro pero entrañable, evitando caer en el grotesco. Ver La Valija de Benavidez implica sumergirse dentro de una historia inusual, satírica, lúgubre, provista de giros bien orquestados, y funciona como la prueba de la madurez de una cineasta con ideas más que interesantes.
Dentro de la sección Noches Especiales del festival, tuvo su Premier la película Argentina de la directora Laura Casabé -"El Hada Buena: Una Fábula Peronista"-, protagonizada por Norma Aleandro,Jorge Marrale y Guillermo Pfening. Basada en el cuento homónimo de Samanta Schweblin, La valija de Benavidez es una especie de Thriller psicológico, por momentos fantástico y con algunos ribetes de humor negro, donde Pablo Benavidez -Guillermo Pfening-, un escultor y profesor de plástica e hijo de un respetado artista, una noche se pelea con su esposa -Paula Brasca-, una pintora en ascenso, y huye de su casa con su valija a la residencia de su psiquiatra -Jorge Marrale-, quien también está vinculado al mundo del arte. Allí, lo que parece haber sido una ayuda en la noche tomara otras dimensiones cuando a la mañana siguiente el doctor le proponga quedarse en la residencia y comenzar un tratamiento especial diseñado para ampliar su espectro creativo. Tomando como disparador el comienzo del cuento original, pero sin revelar cierta información, utiliza la valija como especie de MacGuffin hitchconiano para dar curso a un relato cuyo comienzo nos ubica en las puertas de un Thriller psicológico, pero que a medida que avanza se zambulle en lo fantástico con escenas kafkianas y por momentos surrealistas -por cierto muy bien logradas-, pero demasiadas inverosímiles y con tonos caricaturescos para el tono del relato, quitándole tensión y distanciando de algún modo al espectador. Las buenas actuaciones del elenco protagónico, Guillermo Pfening en un gran trabajo manteniendo siempre el tono del genero, Norma Aleandro como la curadora y Jorge Marrale como el psiquiatra -tan perversos como caricaturescos-, no se condicen con la galería de estrafalarios personajes secundarios que caen en el grotesco, y lo que prometía ser un oscuro y siniestro Thriller psicológico termina siendo una simpático film (de impecable factura técnica) que satiriza al esnobismo y las pretensiones del mundo del arte, donde muchas veces los críticos se empeñan en extraer significados forzados o ven belleza en aquellas producciones que son la herida abierta del artista.
Dentro de su mente La valija de Benavidez (2016) es un thriller psicológico nacional basado en el cuento homónimo de Samanta Schweblin, en donde los conceptos de arte y psicoanálisis se ponen en jaque, literalmente. Todo comienza cuando Benavidez (Guillermo Pfening), hijo de un afamado pintor, se pelea con su mujer (Paula Brasca) también artista, y huye de su casa con una valija a cuestas. Pide asilo a su psiquiatra (Jorge Marrale) en su mansión, quién está inserto en el mercado del arte junto a la crítica que compone Norma Aleandro. El hombre se niega en un principio pero luego verá la posibilidad de sacarle rédito a la situación. La película dirigida por Laura Casabé (El hada buena: Una fábula peronista) tiene dos interrogantes que mantienen atento al espectador: ¿qué beneficio puede sacarle el psiquiatra al hijo de un pintor famoso? Y ¿qué hay dentro de la valija? Premisas que se desarrollan lentamente: la primera con un articulado plan de psicopatía, y la segunda recién sobre el final: sobre la noción de arte. Buenas actuaciones y un gran despliegue escénico ayudan a que La valija de Benavidez construya su misterio alrededor de la casona. Sucede que este espacio es un personaje más, y casi como si se tratara del hotel de El resplandor (The shining, 1980) juega con la psiquis del protagonista. Pero aquí no hay maldición, embrujo ni fantasmas, hay un psiquiatra utilizando los recuerdos más profundos y dolorosos de un paciente en pos de dominarlo a su merced. La casa será la representación de sus traumas más profundos, asociados a su padre y mujer, por quienes su ego artístico fue vapuleado. Quizás uno de sus mayores inconvenientes sea la preparación que hace el film de los puntos de giro anclados en los grandes interrogantes mencionados. Tenemos la sensación en todo momento de que algo revelador va a suceder y, ciertos desarrollos de situaciones funcionan sólo de preparación, anulando su posibilidad de sorpresa en cada escena. Sin embargo la descripción del nudo del relato así como el impacto que produce el final son tales que justifican la ansias elaboradas a su alrededor. En el 18 Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente - BAFICI en donde las películas giran en torno a las necesidades expresivas de su autor, La valija de Benavidez se destaca por ser un buen exponente de cine de género argentino con vocación por narrar historias. Agradecemos su iniciativa.
Un muy digno exponente del cine de género argentino. Pablo Benavidez (Guillermo Pfening) es un escultor y docente que tiene la desgracia de haber seguido el rumbo profesional de su padre, un reputado artista ya fallecido que, para casi todos, era mucho mejor que él. Para colmo su mujer (Paula Brasca) es una ex alumna que amenaza con superarlo, hecho que desata su explosión psicológica. Dirigida por Laura Casabé y basada en el cuento homónimo de Samanta Schweblin, La valija de Benavidez se convertirá rápidamente en un thriller psicológico. Sucede cuando Pablo llega hasta el caserón de su psicólogo (Jorge Marrale) en busca de asistencia, lugar donde rápidamente terminará formando parte de un particular experimento para inspirar artistas que el especialista comanda junto a una crítica de arte (Norma Aleandro). El film logra sostener un interés creciente gracias a un guión que dosifica no sólo la información, sino también entremezcla sus distintas vertientes con frescura y sapiencia. Sátira al snobismo del mundillo artístico, película de terror cuyo malvado es un psicólogo, comedia negra sobre un vínculo amoroso en quiebra, tenebrosa y, en sus mejores momentos, perversa, La valija de Benavidez es un digno exponente de un cine argentino que entiende -y se divierte con- los géneros.
UNA SÁTIRA DEL MUNDILLO DEL ARTE Es una comedia negra que incursiona en un ambiente fantástico y se ríe con mucha ironía de los personajes que pululan en el mundillo de arte. Realizada con ambiciones por Laura Casabe, basada en un cuento de Samantha Schweblim. Una anécdota que gira en torno a las frustraciones de un joven pintor, hijo de un reconocido artista, que cae en manos de su psiquiatra que tiene una residencia de jóvenes valores, bajo un tratamiento especial para hacerlos mas creativos y luego lucrar con sus obras. Con una trama desatada que hace realidad todos los traumas que persiguen al protagonista y buenos efectos especiales que se lucen en función de la historia. Jorge Marrale y Norma Aleandro se lucen y se muestran más temibles que nunca. Sátira, humor negro, y una vuelta de tuerca final que redondea una buena película bien desarrollada.
Cine argentino con mayúsculas. La valija de Benavidez es el segundo largometraje de Laura Casabé, luego de El hada buena. Una fábula peronista (2010). Promisoria directora argentina, de gran inventiva para el audiovisual con mucha experiencia en el terreno del cine independiente, responsable de los materiales audiovisuales y de las performance de las Fiestas Plop (https://es-la.facebook.com/fiestaplop/). Si bien manifiesta ya una trayectoria extensa en el ámbito independiente, este film es el primero que se desenvuelve en el circuito de salas comerciales y que cuenta con el apoyo del INCAA. La película ha sido presentada en el 17 festival del BARS (2016). La valija de Benavidez se desarrolla en el marco de una propuesta de género que resulta original para lo que es la producción regular en el circuito comercial en el territorio de la República Argentina: el Terror psicológico. Continuando con el tono expresionista-surrealista de su primer largometraje, La valija… construye un clima psicológicamente denso, oscuro -aún el marco de un escenario de colores saturados- en donde se combina la vigilancia total de la institución, con las alucinaciones y los delirios de sus pacientes. Además de la estética y del tono expresionista-surrealista del relato, La valija… y El Hada… tienen otro elemento en común: en ambos se desarrolla un concepto nuclear alrededor del cual giran las tramas y se desenvuelven las angustias de los personajes. En El Hada Buena, se presenta una distopía retro-futurista, en la cual el sueño peronista de la patria grande trabajadora ha devenido en monstruosidad para sus habitantes… despojados de todo, excepto de la desesperación. En La valija…, ya no es un gobierno ni un proyecto, sino una institución privada (una empresa de salud) la que se vanagloria de un dispositivo de control total, que en lugar de contener y re-ubicar a sus pacientes en la vida social y la dignidad del individuo, los mantiene enclaustrados y en relación de completa dependencia. Puede decirse que en ambas películas el componente de terror se presenta como el sueño de una sociedad, que proyectado a los individuos produce pesadilla. No es casual tampoco que en ambos casos el terror se explicita hacia el público como un paternalismo desmedido y la correlativa infantilización de los individuos. En el caso de La valija…, el relato nos muestra a un Benavidez sufriendo la omnipresencia de un padre que ostenta un éxito y reconocimientos que a él le están vedados. El nombre Benavidez se le impone como condena de una meta inalcanzable, y la humillación máxima la encuentra Benavidez en esa decisión de su novia por apropiarse del nombre paterno como vehículo de éxito para su propia obra. Y esas heridas narcisistas, producidas por una mujer que simbólicamente ha elegido a su padre para autorealizarse, pretende Benavidez ir a purgarlas en esa otra figura paterna: el psiquiatra, que encarna -para el pintor- el espacio de la contención, la protección y los cuidados, pero que en el fondo se descubre como una figura opresiva, controladora, vigilante, que lo infantiliza, lo aniña. Es destacada la labor de los intérpretes (Marrale, Aleandro y Pfening, a la cabeza) y de la dirección de actores; un campo en que Casabé ya ha mostrado su experticia en producciones anteriores como El hada buena, y el cortometraje Geografía (2002), lo casi nunca es una característica habitual en las producciones independientes (y no siempre es garantía de las producciones industriales que se exhiben en el circuito comercial). Ello muy probablemente es resultado de un buen maridaje entre dirección y realización del guión, que en ambos casos han sido afrontados por la directora. La única debilidad del film es, a mi juicio, un énfasis excesivo en el elemento fáctico del argumento, que conlleva una merma en el desarrollo de los caracteres psicológicos de los personajes principales, sobre todo el personaje del psiquiatra y la novia de Benavidez, que tienen una trascendencia narrativa muy notable, que no se condice con el espacio de expansión en que se les ha acotado. Los trazos con que se presentan al espectador resultan fascinantes, y ello incrementa la sensación de deseo insatisfecho en la experiencia cinematográfica. Por todo otro concepto el film es excelente.
Los peligros de la creación Benavídez es un profesor de plástica casado con una joven pintora. Una noche discuten acaloradamente y él carga su valija y deja su hogar para buscar asilo en lo de su psiquiatra, también coleccionista de arte. Al día siguiente, Benavídez descubre el secreto que oculta esa casa: es una mansión de artistas que participan de un tratamiento diseñado para ampliar sus espectros creativos. Atrapado allí, y ya totalmente confundido, será sometido a un tratamiento. En su intento de escapar recorrerá distintas habitaciones y pasillos de la mansión y en esos lugares su memoria se posará en aspectos de su vida y en la relación con su padre y con su esposa, para encontrarse al final del camino con una revelación que cambiará su destino. La directora Laura Casabé supo insuflarle a esta historia la necesaria dosis de suspenso y así el entramado se convierte en un thriller por momentos asfixiante que sigue la desesperación de ese profesor convertido en paciente, que deberá transitar por las más angustiantes pesadillas. El elenco -encabezado por Jorge Marrale, de inquietante mirada; por Guillermo Pfening, impecable como ese ser atormentado, y por la gran Norma Aleandro, en un breve papel- apuntala este film, que además, y sobre la necesidad de imponer el siniestro clima, cuenta con una excelente fotografía y con una música que supo subrayar cada una de sus escenas.
Basada en un elato de la escritora argentina Samanta Shewblin, La valija de Benavídez parece una larga pesadilla. La de Benavídez (Guillermo Pfening), hijo de un artista célebre y paciente psiquiátrico que, tras una pelea con su pareja irrumpe en la mansión de su médico (Jorge Marrale, de nuevo terapeuta, pero siniestro) en busca de ayuda. Ahí quedará encerrado, en una extraña residencia de artistas donde los plásticos parecen no darse cuenta de su presencia. El tipo está obsesionado por recuperar su valija, pero su derrotero kafkiano por pasillos y dependencias de esa misteriosa suerte de secta de las artes plásticas es vigilado por el doctor, que lo ha sometido a un experimento. A La valija de Benavídez le sobran minutos, tantos que la sensación de asfixia y el misterio se diluyen sin remedio. Como comentario mordaz sobre el mundo del arte y su frivolidad funciona. Pero una duración menor, quizá de cortometraje, la hubiera beneficiado.
Después de El hada buena, una fábula peronista, se estrena La valija de Benavídez, segundo largometraje de Laura Casabé. Un thriller psicológico protagonizado por Guillermo Pfening, Jorge Marrale y Norma Aleandro. Basada en el cuento de Samanta Schweblin, La valija de Benavídez es la segunda obra de la directora Laura Casabé, que ya había estrenado hace algunos años El hada buena, una fábula peronista. En esta oportunidad, llega un film que explora el universo de las artes plásticas en un formato bastante original. Benavídez (hijo) -Guillermo Pfening- llega a la “Residencia” del Dr. Corrales con una valija gigante y manifestando que no puede regresar a su casa por ningún motivo. Corrales –un gran Jorge Marrale- además de ofrecer su servicio como psiquiatra, usa su enorme mansión como residencia para desarrollar el potencial de artistas plásticos: pintores y escultores. Cada artista que reside ahí, tiene la posibilidad de obtener becas y ser representado por la notable crítica Beatriz D´Onofrio –enorme presencia de Norma Aleandro-. Pero Benavídez, guarda un secreto, y Corrales ve la oportunidad perfecta para explotar al instante su talento artístico. Ingenioso juego de mente, tanto a niveles narrativos como audiovisuales, el segundo film de Casabé, explora literal y figurativamente el laberinto de la mente humana. El protagonista debe atravesar pasadizos tras pasadizos que lo van llevando a descubrir sus miserias como si se tratase de una pesadilla kafkiana. Además, la directora aporta una original mirada tecnológica-paranoica-voyeurista al contexto psiquiátrico, otorgando la sensación de estar viviendo El proceso –novela inacabada de Kafka, dirigida por Orson Welles- bajo el tono de David Fincher. Pero no se trata solamente de una introspección de la mente. Así como Hitchcock manifestaba en Cuentame tu vida, el arte y el psicoanálisis pueden llegar a estar conectados, y la historia del film es solo una excusa para satirizar el universo snobista del arte plástico. Los egos, las frustraciones, los rencores, las comparaciones, las tendencias y la competencia. Casabé le impone a su obra una estética cuidada en cada detalle, surrealista y, prácticamente kitsch. Por un lado, el cuidado en el diseño de la escenografía es fundamental para acompañar al protagonista en este laberinto psicológico que parece imaginado por Lewis Carroll. Por otro, el diseño de vestuario y la elección de extras. Cada encuadre tiene detalles de puesta en escena que afirman la sensación de estar dentro de una pesadilla. Casabé acierta en transmitir un clima onírico, en el que el tiempo y el espacio son manipulados en función de introducir al espectador dentro de la paranoica narración. Con influencias de Darío Argento –especialmente de Suspiria o Phenomena– La valija de Benavídez es un giallo clásico, claustrofóbico. Un thriller psicológico con un toque de comedia negra. Una original propuesta de cine de género nacional que se disfruta gracias a su imaginativa puesta en escena, talentoso elenco y su adictiva narración.
Laura Casabé dirige un nuevo exponente del cine de género nacional. Basado en un cuento de Samanta Schweblin, La Valija de Benavídez es un thriller con tintes de comedia negra enfocado en Pablo Benavídez, un artista frustrado, un profesor que dejó de enseñar, siempre bajo la sombra del artista que supo ser su padre. Cuando en un momento de crisis acude a su psicólogo, de repente se encuentra en un laberinto donde es difícil distinguir qué es real. Guillermo Pfening es el protagonista de este film que juega mucho con la figura del artista. Representa este mundo desde un costado más bien cínico. Jorge Marrale da vida a este doctor que en realidad es mucho más que eso, capaz de manipular a Benavídez hijo dentro de su peculiar residencia, un lugar que alberga artistas para que tengan dónde y cuándo inspirarse y trabajar en sus obras. Norma Aleandro es la terrible crítica de arte y curadora que marcó el rápido final de la carrera de Benavídez hijo, pero a quien todavía puede llegar a impresionar en una nueva oportunidad. La otra gran protagonista del film es la valija a la que alude el título. Aquella con la cual Benavídez llega buscando refugio y de la cual no quiere separarse, hasta que la pierde porque aparentemente allí dentro está su gran obra de arte. En algún momento, todo ese buceo que hace su protagonista a través de recuerdos y traumas (relacionados con su padre, con su profesión o con la novia a la cual dejó repentinamente) se siente un poco extenso y reiterativo, pero al mismo tiempo funciona para que se acreciente la tensión y la intriga, hasta llegar al revelador final, potente y al mismo tiempo tan veloz que al aparecer los créditos éstos se sienten apresurados, como si hubiesen aparecido antes de tiempo. La valija de Benavídez es entonces un film entretenido y con buen manejo de intriga, divertido y mordaz en su sátira del mundo de las artes plásticas. Hay una factura técnica muy lograda y las actuaciones en general (quizás Marrale es el que menos sobresalga más allá de su interesante personaje) son bastantes buenas. El guion pierde un poco en su desarrollo, cuando se torna algo reiterativo o, más allá de la corta duración del film, se siente estirado, y en una resolución que más allá de su potencia y sorpresa, no brinda mucho tiempo para desarrollar. Interesante, curiosa, efectiva sin lograr sobresalir más allá de su jugoso argumento y un buen exponente del cine de género nacional, y sitúa a su realizadora (quien dirigió El hada buena, Una fábula peronista) como alguien a tener en cuenta siempre.
Segundo opus luego de la onírica El Hada Buena (Una Fábula peronista), La Valija de Benavidez es, ante todo, una fresca renovación en el cine de género nacional. Cuatro personajes serán los que muevan la historia como el motor que impulsa las acciones. Pablo Benavidez (Guillermo Pfening) es un escultor que desconfía de su propio talento. Perseguido toda su vida por la sombra de su padre, un eximio y reconocido pintor; le debe sumar ahora un quiebre en la relación con su pareja Lisa (Paula Brasca), también artista y profesora de arte. La historia, contada a modo de flashback, nos presenta a Benavidez abandonando la casa que comparte con Lisa, con una valija en mano. Su destino será la casa de su psiquiatra, Leopoldo Corrales (Jorge Marrale), quien también trató a su padre, y pareciera tener algo que ver en el mundillo del arte ¿una suerte de mecenazgo? No sabemos bien por qué Pablo eligió ir a la casa de su psiquiatra, qué poder ejerce este hombre sobre él, y sobre todo ¿Qué paso con su valija? De a poco, el escultor entrará en una suerte de ¿ensoñación? (son demasiadas las dudas a responder) que lo llevará a perderse dentro de esa mansión siendo presa de Corrales en un juego que se deberá ir aclarando y que tiene mucho de fantasía o realidad paralela. Basada en el cuento homónimo de Samanta Schweblin, con guion de la propia Casabé y Lisandro Bera; La Valija de Benavidez toma al género fantástico, el thriller, y la comedia negra, con la intención de mezclarlos y deformarlos. Quienes hayan tenido el placer de ver El Hada Buena, sabrán que su realizadora mantiene una visión muy particular (como propia), jugando con un estilo narrativo y estético, único, cercano al absurdo. Si en aquella oportunidad arremetía contra los preconceptos mantenidos sobre un movimiento popular en su época de esplendor; aquí utiliza el mismo tono exagerado para realizar una crítica tan acertada como mordaz al mundillo del arte y sus “admiradores”. Una que haría quedar a El artista de Cohn-Duprat con la boca abierta. Serán Benavidez y su psiquiatra (acompañado por una serie de fieles secuaces) quienes manejen el hilo de ese juego de gato y ratón, pocas veces mejor explicitado. Pero también Lisa es un personaje central, con intereses propios. El cuarto personaje que tracciona este relato será Beatriz Donorio, crítica de arte, organizadora de eventos sociales donde la clase puede adquirir lo último en obras de arte de vanguardia. Beatriz, en la piel de Norma Aleandro, es un lujo que se da este film de corte independiente. Pero eso no quiere decir que la actriz de La Historia Oficial vaya a menos; por el contrario, lo hace propio, y entrega una interpretación riquísima, divertida, malévola, casi que pide una película propia. El avance irá confundiendo al espectador que más de una vez no sabrá qué es lo que está viendo, Casabé tiene la intención de no hacer un producto más. Pero nunca lo abandona, mantiene un ritmo constante, que puede parecer lento por tramos, pero siempre es hipnótico y en constante evolución, hasta que llegue el momento de las resoluciones, que llegarán de modo sorprendente. Pfening, Marrale, Brasca, Aleandro, y el resto de los actores expresan la diversión que imprime el film; no hay sobresaltos en las performances, todos mantienen un tono justo y logrado para sus exigencias; brillando, como lo dicho, la reina Aleandro. De recursos ajustados pero muy bien aprovechados, La Valija de Benavidez es un claro avance en el cine independiente de género local; su deseo de innovar, de plantear una crítica concisa, ácida y eficaz; amalgamando la posibilidad de un relato para el público amplio sin resignar ni un centímetro de la mirada propia; la ubican cómodamente entre los estrenos (luego de un paso por varios festivales locales) más interesantes de la temporada.
Esculpir la psiquis Entre las referencias al snobismo del mundillo artístico y en particular de los artistas plásticos y una descarnada crítica al psicoanálisis en modo satírico, La valija de Benavidez, segundo opus de Laura Casabé, transita por diferentes climas y géneros entre los que se destaca -claro está- el thriller y la comedia negra. Basado en un cuento de Samanta Schwebling, el relato apuesta rápidamente sus fichas a la fuerza estética como puntal de una puesta en escena rica en detalles, que hace del entorno el medio ideal para que se refleje la psicología de los personajes. Como si se tratara de un juego de espejos, primero apuntalar la idea de original y copia referido al objeto artístico para marcar la distancia entre el protagonista Pablo Benavidez (Guillermo Pfenning) y su padre, un retratista de prestigio cuya obra cotiza más caro tras su muerte. La figura del psicoanalista Corrales (Jorge Marrale) encastra perfecto como ese escultor de la psiquis de los artistas recluidos en la Residencia. Sin embargo, en esa Residencia también se desarrolla en paralelo otro tipo de actividad mucho más perversa con la complicidad de una curadora que reúne a la elite para vender a los artistas. La mercantilización del arte exhibe siempre desde la sátira la misma perversión de aquellos que exprimen al artista, inconformes y mediocres consumidores del arte. Pero también en esa zona se encuentran los propios artistas y su vanidad transformada en mecanismos de sublimación, que para el doctor Corrales son fuente de inspiración y de recursos económicos. De transitar por los laberintos de la mente, de recorrer los pasadizos secretos de las pulsiones parece hablarnos esta historia macabra que la directora Laura Casabé resuelve cinematográficamente de una manera prolija y creativa. Por momentos, en sintonía con los universos pesadillescos y oníricos de un David Lynch y por otros con algunas reminiscencias a David Cronenberg pero siempre fiel a su propio estilo y mirada sobre lo real y lo irreal.
El cuento del artista dañado. Dentro de la enorme mansión del doctor Corrales (Jorge Marrale) funciona una residencia para jóvenes artistas donde pueden trabajar sin las distracciones y las preocupaciones diarias. Allí reciben alojamiento y todos los materiales de trabajo que puedan necesitar, pero sobretodo son sometidos a un tratamiento especialmente desarrollado por el psiquiatra, que les permite canalizar todas sus más intensas vivencias hacia la producción artística. Desconociendo lo que sucede en la trastienda, una noche llega hasta allí cargando una valija enorme un hombre desencajado que ruega ser atendido por el psiquiatra. A regañadientes lo hace pasar a su consultorio y, como el paciente afirma que no puede regresar a su casa después de la discusión que tuvo con su pareja, le permite pasar la noche en una de las habitaciones de la mansión. La actitud inicialmente reticente del doctor cambia durante la noche, cuando descubre que en la valija de Benavidez (Guillermo Pfening) se esconde una obra de arte tan maravillosa que es capaz de salvar a la Residencia de sus dificultades para mantenerse rentable y se pone como meta incorporar a la nueva promesa a su tratamiento, aunque el artista ahora sólo piense en recuperar su valija para regresar a hogar. El germen de una nueva forma: La premisa de La valija de Benavidez tiene la síntesis de un cuento, sin la necesidad de apelar a una trama enrevesada para contar lo que pretende. La complejidad está puesta más en el cómo y lo hace dándonos la información apenas necesaria como para reconstruir lo que está pasando con los dos personajes principales durante ese único día que los vemos compartir un espacio. De Benavidez conocemos a grandes rasgos algunos momentos principales de su vida a través de flashbacks, pero del resto alcanza con un par de frases y actitudes para dejar en claro la clase de gente que son o al menos sus motivaciones principales, suficiente como para plantear ácidas burlas hacia el snobismo del mercado del arte donde se mueven. Esta interesante pero arriesgada forma de narrativa se apoya en una propuesta estética con toques surreales, especialmente en las extrañas habitaciones que el doctor utiliza para enfrentar a Benavidez con los traumas que le impiden producir su arte, donde se nos hace dudar de cuánto de lo que vemos en ellas es real y que parte es producto de la torturada mente del protagonista. Este ambiente logra que aunque algunas actuaciones se sienten exageradas no desentonen tanto en un contexto donde el absurdo parece siempre agazapado a la vuelta de la esquina, acechando sin mostrarse. La película no está libre de fallas, pero varios de estos elementos en conjunto recuerdan los orígenes en el cine de género independiente de la directora, de donde está surgiendo una generación muy interesante que comienza a tener acceso a producciones mejor realizadas donde probar formas distintas de narrar y sin ese miedo a entretener que tuvo la generación más contemplativa de principios de siglo. Quizás fuera por eso que durante La valija de Benavidez no pude evitar recordar a una de las grandes películas nacionales de los últimos años como fue La Corporación y aunque no logré descubrir el motivo concreto del vínculo, deja con ganas de que esta clase de cine tenga oportunidad de seguir creciendo. Conclusión: La valija de Benavidez es una propuesta arriesgada que puede no conectar con todo el público, pero quienes lo hagan encontrarán una película interesante que diluye los bordes entre realidad e imaginación mientras el protagonista se hunde en los traumas de su pasado que le impiden desarrollarse en el cínico mundo del arte.
Un artista en plan de evasión. Hay algo del universo de Bioy Casares en la mansión que pasa por residencia artística y en la que el protagonista queda recluido. Basada en un relato de Samanta Schweblin, autora de la premiada novela Distancia de rescate, La valija de Benavídez tiene un final sorpresa muy propio de los cuentos… con la salvedad de que el cuento original no lo tiene. La muy libre adaptación de La pesada valija de Benavides (título original del relato de Schweblin), hecha en conjunto por la realizadora Laura Casabé y Lisandro Bera con asistencia de Valentín Javier Diment, guarda para el final el as que el relato original da vuelta de entrada, cambiando por completo sus puntos de apoyo y dando por resultado que la película dirigida por Casabé resulte de las que en razón de su final deben ser repensadas íntegramente. Hasta el punto de que puede considerarse que hay dos Valijas de Benavídez (del relato a la película, el apellido del protagonista cambió de letra): una que se extiende desde el comienzo a la última escena y otra que a partir de ésta pide ser “leída” de atrás hacia delante. El cartel de Norma Aleandro y una escena inicial que la tiene por protagonista parecen querer ratificar lo que el espectador tal vez suponga o haya ido a buscar: que La valija de Benavídez gira alrededor de ella. Cuando en verdad el suyo es un papel secundario, algo aumentado, para poder estar a la medida de su nombre. La verdadera película comienza en la escena siguiente, cuando el tal Benavídez, joven y torturado artista plástico (el infalible Guillermo Pfening) discute acerbamente con la que parece ser su mujer, recoge su valijón y se va de su casa, yendo a parar, en estado de desesperación, a la mansión de su psiquiatra, el doctor Corrales (Jorge Marrale). Algo molesto con la intrusión del paciente, el médico acepta darle refugio por esa noche. A la mañana siguiente el temple de Corrales es muy otro, intentando retener a toda costa al desorientado Benavídez en esa suerte de residencia de artistas que se parece mucho a una prisión con barrotes de oro. Hay algo resueltamente bioycasareano en el resbaloso doctor Corrales, su manipulador ejercicio del poder médico, su mansión llena de pasillos y su residencia como laboratorio artístico. Puesta en escena con prolijidad y apostando a la progresiva creación de climas ligeramente extraños (como sucede, de hecho, con la literatura de Schweblin), La valija de Benavídez entronca con cierto sector de la producción actual de cine de terror argentino (films como Necrofobia, 2014, de Daniel de la Vega, algún fragmento de ¡Malditos sean!, 2011, de Fabián Forte y Demián Rugna, y de la reciente Terror 5, de los hermanos Rotstein), aunque alcanza el terror sólo en su última escena.
Cuenta con una buena estética, a medida que transcurre la historia se van generando buenos climas que son ayudados por la iluminación, la gama de colores como los grises, morados, marrones y oscuros, que le dan un toque muy especial a los momentos que vive el protagonista. Cambiando la luminosidad y los tonos ofrece toques más extravagantes para el resto del elenco. Además hay que destacar la fotografía de Mariano Suarez. El film es un laberinto de emociones, con un toque de humor negro, situaciones asfixiantes, tiene mucho del thriller psicológico y contiene algunas secuencias surrealistas, satirizando los comportamientos de la sociedad y de la política. Tiene algo del cine de David Lynch y hasta de Peter Greenaway. Marrale y Aleandro tienen muy buena química y sus actuaciones una vez más son soberbias. Pfening, esta brillante, te hace sentir cada situación y se siente cómodo dentro de un ambiente fantástico como en “Tiempo muerto” (2016). Una película ingeniosa que hacia el final aporta una buena vuelta de tuerca.
Una buena y una mala. El progreso que muestra la realizadora entre su film anterior y este es notable, aunque también se ven varios puntos en común entre El hada buena: Una fábula peronista y La valija de Benavídez. Lo primero que une a ambos films es algo tal vez menor para muchos pero que vale la pena destacar: ambos films tienen escenas de títulos bellas y originales, por encima del promedio del cine argentino. Lamentablemente el estilo grotesco (no accidental, sino intencional) de aquella primera sátira política se repite en parte en este nuevo film. La valija de Benavídez es una sátira sobre el mundo del arte y todo ese costado del film está subrayado y sobreactuado (al menos para cine) quitándole fuerza la película. Benavidez (Guillermo Pfening) es un artista que ha crecido a la sombra de su padre, sabiendo que todos creen que no llega ni a merecer una comparación. También su pareja (Paula Brasca) parece ser una artista con mayor futuro. Preso de un ataque de nervios, en plena crisis, Benavidez se va de su casa cargando una valija para refugiarse en una clínica psiquiátrica. No es el único artista que va ese lugar y no se tardará mucho en adivinar que hay algo raro entre ese clínica con artistas, donde su director (Jorge Marrale) y una marchant (Norma Aleandro) parecen tener un plan siniestro. La trama de corte fantástico, el cuento negro que la película narra, es lo mejor que tiene la historia y el protagonista actúa muy bien ese rol, su trabajo es tan bueno como el suspenso y el horror que lo rodea. Pero la sátira del mundo del arte es muy pobre, sobreactuada, más cercana al film anterior de Casabé (donde todo era así, logrando más coherencia) que a la necesidad de esta historia. Si Pfening está perfecto, Norma Aleandro es todo lo contrario. La actriz que aquí intenta hacer humor, consigue solo distraer e irritar, haciendo de cada una de sus escenas una distracción permanente del centro de la historia. Es posible que sin esa sátira la película fuera más corta, como un cuento de Edgar Allan Poe o un capítulo de La dimensión desconocida. Pero con esa sátira el resultado se empobrece. Distraer puede servir para que el espectador no adivina como seguirá la trama, pero acá tiende más a expulsar que a entretener. Hay talento en la película y en la realizadora, así como muchos aciertos en este film, lamentablemente los aciertos nos obligan a no conformarnos y esperar que la próxima película sea un nuevo salto hacia adelante.
Entre vivir o copiar la realidad. Un hombre se pelea con su mujer, arma una valija, y se va a refugiar en la casa de su psiquiatra. Este le permite dormir en su casa, y al otro día le ofrece quedarse en su residencia y a la vez le propone un tratamiento, que es un retiro creativo, y que tiene como objetivo expandir su creatividad. Encontrarse con su propio yo. Previamente -durante la noche – han revisado su valija, y han encontrado una obra que consideran maravillosa e inigualable, que lo ubica en un lugar inigualable como artista. Pero ocurre que esta oferta lo enfrentará a realizar un recorrido por su pasado, en un encierro obligado. Donde hay un colectivo de espectadores y críticos presididos por El psiquiatra (Jorge Marrale ) y por la crítica de arte (Norma Aleandro). De allí en más sabemos que estamos en presencia de un thriller fantástico, con matices de comedia negra. Benavidez ( Guillermo Ffening) es escultor y maestro, su padre también fue un artista con una muy buena reputación. Y en este sentido él ha seguido en este rumbo estético, en cambio de obedecer a su verdadero talento, que lo posee. Paralelamente su pareja (Paula Brasca) es también una artista, -que ha sido su alumna-, y parece amenazar con superarlo. Y que tanto como su padre lo han convencido de que es un mediocre. A medida que avanza el relato, el film logra mantenerse dentro de las generales del género, a la vez que se ocupa de hacer una crítica a todo aquello que de snobista y complaciente tiene el arte contemporáneo. Y lo hace con conocimiento, y por momentos con un patetismo refinado, que está bastante logrado. La imitación ha sido un concepto constante a lo largo de la historia en lo referente a la teoría del arte, sobre todo entendida como una fidelidad a la realidad, pero que no la copia, sino que en todo caso la recrea a nivel de ilusión. Este es el tema con el cual trabaja Benavidez al comienzo del film con sus alumnos, y es a su vez la palabra del terapeuta cuando le dice, que el puede tomar la realidad, doblarla como un papel y guardarla en el bolsillo, y es a su vez el desenlace, o mejor dicho parte de la teoría, que sostiene la sorpresa del desenlace. Por otra parte, el juego con el concepto de realidad exterior o interior es el ingrediente elegido para otorgarle el sentido a la identidad del thriller fantástico. Dirigida por Laura Casabé , y basada en el cuento homónimo de Samanta Schweblin La valija de Benavidez logra el clima que necesita para generar suspenso, algo de terror, y un tanto de perversión. Características del género que ha sabido seducir y que tiene ya su espectador en Buenos Aires. La valija de Benavidez (Argentina/2016). Dirección: Laura Casabé. Elenco: Guillermo Pfening, Jorge Marrale, Norma Aleandro, Paula Brasca, Rodrigo Lico Lorente y Alejandro Parrilla. Guión: Laura Casabé y Lisandro Bera, basado en el cuento homónimo de Samanta Schweblin. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Gillespi. Edición: Martín Blousson y Laura Casabé. Dirección de arte: Micael Saiegh. Sonido: Pablo Isola. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 80 minutos.
ENTRE LA FÁBULA NEGRA Y EL FANTÁSTICO Los riesgos se toman desde un principio y en ese sentido, ya en los primeros minutos, La valija de Benavídez presenta un argumento original. Después, se verá si el tratamiento y la elección de puesta en escena que elige la directora Laura Casabé (El Hada Buena: una fábula peronista, 2010) trasciende ese disparador y adquiere vida propia. Sobre un cuento de Samantha Schweblin, la curiosa valija de un tal Benavídez describe a un atormentado personaje (Guillermo Pfenning) con un presente ruinoso en lo profesional y atolondrado en lo afectivo. Desde allí surgirá la figura de su psiquiatra (Jorge Marrale), relacionado al mundo del arte, una experta en el metiér (Norma Aleandro) y un espacio que será protagonista, las amplísimas instalaciones de una mansión, en casi todo el desarrollo posterior de la trama. Aquello podría intuirse como un refugio para el atribulado protagonista se convertirá en un infierno (casi) sin salida, en tanto, la adaptación concebida por Casabé y Bera se dedica a mezclar géneros, tonos y atmósferas con sumo placer en una historia que coquetea con el fantástico, el policial de enigma, algún intríngulis a resolver en el final y, por si fuera poco, una sutil crítica al mundo de los artistas, los curadores y los galeristas, buenos, malos u ocasionales. A través de esa dispersión de climas y atmósferas, La valija de Benavidez encuentra sus zonas más placenteras, pero también, un tanto grises. Algunos personajes secundarios hubieran merecido un mejor tratamiento, ciertas situaciones bordean peligrosamente lo caricaturesco y la obsesión en impactar con la revelación y el final (que a algunos les sonará previsible y a otros no, pero que dramáticamente funciona en ese paisaje físico y psíquico) puede resultar contraproducente para una balanza de méritos o no que tiene el film. Sin embargo, la fortaleza narrativa de La valija de Benavídez neutraliza por momentos esas zonas grises y hasta se atreve a la construcción valiosa de un par de personajes: el carismático y perverso psiquiatra que encarna Marrale y el ciclotímico Benavídez, interpretado por Pfenning, en un papel en donde corrobora –por si hiciera falta- sus aptitudes como actor cinematográfico. LA VALIJA DE BENAVÍDEZ La valija de Benavídez. Argentina, 2015. Dirección: Laura Casabé. Guión: L. Casabé y Lisandro Bera sobre el cuento de Samantha Schweblin. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Gillespie. Dirección de arte: Michael Sleigh. Montaje: L. Casabé y Martín Blousson. Producción: Magalí Nieva y Hernán Findling. Con: Jorge Marrale; Guillermo Pfening; Norma Aleandro, Paula Brasca y Oliver Kolker, Alejandro Parrilla, Rodrigo Lico Lorente, Diego Echegoyen. Duración: 80 minutos.
Basada en un cuento de Samanta Schweblin, la segunda película de Laura Casabé se centra en un perturbado escultor, Pablo Benavidez (Guillermo Pfening) que se verá involucrado, a instancias de su psicólogo (Jorge Marrale), a participar en una suerte de residencia de artistas en la que, por las buenas o por las malas, se verá obligado a enfrentar sus propios traumas y demonios. Se trata de un extraño lugar en el que terminará participando en una serie de extraños experimentos que comanda una peculiar crítica de arte (Norma Aleandro). En clave de comedia negra de terror, Benavidez deberá enfrentarse allí a distintos traumas, entre los que se cuentan la rivalidad artística que mantiene con su mujer (Paula Brasca) y su fallecido padre, además de su propia relación con la comunidad de artistas plásticos y con su propia capacidad creadora. Con la valija con la que se fue de su casa a cuestas, Benavidez debe encontrar la salida a ese laberinto literal en el que se ha convertido su vida. El guión ofrece unas cuántas sorpresas y el clima se va enrareciendo cada vez más en un filme que, si bien por momentos exacerba sin tan buenos resultados su lado satírico (como la crítica al snobismo de los artistas), logra de todos modos mantener al espectador intrigado en la resolución de su trama gracias a una puesta en escena casi expresionista que, como en los mejores exponentes de esa escuela, convierte a los escenarios en virtuales metáforas de los estados mentales de sus protagonistas.
Un film ingenioso, con un final sorprendente y un gran trabajo de Pfening. La valija de Benavidez es una película escrita y dirigida por Laura Casabé, basada en un cuento de Samanta Schweblin. Es una película corta, con una historia sencilla, en donde nada es lo que parece ser. La valija de Benavidez, es un thriller fantástico y psicológico que ahoga al espectador en ese mundo que se crea y se desvanece delante de los ojos de Benavidez (Guillermo Pfening). Él es un artista plástico, hijo de un famoso pintor, que se siente fracasado por haber sido rechazado por la crítica en su último trabajo. Luego de una discusión con su mujer, Benavidez llega a la mansión de su psiquiatra y pasa la noche allí. Al día siguiente descubre lo que realmente es ese lugar misterioso. Guillermo Pfening nos lleva con su gran actuación a su mundo, sus sensaciones y podemos sufrir con él lo que le pasa dentro de esa casa que por momentos asfixia y me hace acordar a la maravillosa canción de The Eagles: Hotel California. Casabé juega con las cámaras de seguridad de la casa, tecnología y cuadros animados. Una dirección jugada y acertada. Completan el elenco Jorge Marrale como el psiquiatra de Benavidez, Norma Aleandro como la curadora y Paula Brasca como la esposa de Benavidez.
Basada en un cuento corto de Samantha Schweblin, la nueva película de Laura Casabé venía pasándola bien en varios festivales alrededor del mundo y generando mucha expectativa. Las fotos que circulaban mostraban una factura técnica para hacerse pis encima y el elenco conformaba una especie de dream team, de la mano de Jorge Marrale (el Dr. Corrales), Norma Aleandro (Beatriz D´Onofrio), Guillermo Pfenning (Benavídez) y Paula Brasca (Lisa). Nos sentamos a verla con esta enorme expectativa y, por supuesto, no nos fuimos defraudados. Benavídez está en plena discusión de pareja con Lisa. Bueno, discusión es una manera de decir, porque es ella quien le grita y le pide que no se vaya a más no poder, mientras él solamente se dedica a empacar. Con su enorme valija a cuestas, cae en la residencia del Dr. Corrales, su psiquiatra. Tras algunos tironeos, finalmente Corrales propone que pase la noche allí. Pero esto que parece una ayuda al artista plástico esconde otra intención detrás: a través del registro de las sesiones de terapia, Corrales descubre que Benavídez, no tiene el talento que tenía su padre pero sí algo que lo hace merecedor de entrar a su residencia para artistas, donde mediante extraños métodos creativos los residentes no dejan de producir. Con un ritmo pausado, que da espacio a pequeños gestos que quizás construyen más a los personajes que los diálogos y las acciones en sí, vamos entrando al mundillo del arte que la historia nos propone. Porque D´Onofrio regentea a los artistas que salen de la residencia de Corrales, los patrocina en muestras y galerías alrededor del mundo, lo que permite también una crítica a lo absurda que puede ser a veces la valoración "especializada" de lo que es arte o no lo es. Como decíamos al principio y como reconoció el jurado del festival (con una mención especial del jurado para el Arte de Micaela Sleigh, ya que no es categoría competitiva, y la presea a la Mejor Dirección de Fotografía para Mariano Suárez), los rubros técnicos están en un nivel altísimo. El arte no solo se ocupa de generar ambientes muy específicos dentro de la residencia, sino que opera en contraste respecto a las otras locaciones que no forman parte de la casa, generando diferentes sensaciones relacionadas con las polaridades opresión–libertad y cordura–locura. Lo mismo la fotografía: pequeños detalles, contraluces, iluminaciones puntuales dan cuenta de un diseño y una intencionalidad que van más allá del naturalismo de "iluminar para que se vea". Se nota un salto enorme entre el propósito juvenil y con recursos más limitados que la gente de Horno Producciones había plasmado en El Hada Buena. Las ideas y el talento están, siempre estuvieron. Hay gente que sin recursos hace magia y que con recursos la rompe. Claramente éste es el caso. También es destacable la composición de la banda sonora, con el músico Gillespi a la cabeza. La música incidental acompaña la acción todo el tiempo y logra momentos muy atinados, sobre todo acompañando la transformación que opera sobre Benavídez (omitimos spoilers, claro). Las actuaciones, como era de esperar, coordinadas por el experimentado Lisandro Bera, están en un nivel superior a lo que estamos habituados a ver en la pantalla local. Nadie sobreactúa ni resulta inverosímil. Cada personaje atraviesa diferentes matices anímicos y expresivos siempre dentro de personalidades sólidas, humanas, creíbles. Luego de debutar el pasado Octubre en el marco del BARS, La Valija de Benavídez llegó a las salas comerciales. Enhorabuena, ya que no solo se trata de un producto nacional que vale la pena acompañar en cine, sino que también es la comprobación de que, cuando se invierte en gente que ama el cine y no la recaudación, los resultados son dignos de orgullo. VEREDICTO: 8.0 - UNA VALIJA DE SORPRESAS Los seguidores del cine under local ya conocen la impecable trayectoria de Horno Producciones. Era hora que lleguen al público masivo, para deleitarlos con la calidad de siempre en La Valija de Benavídez.
El arte de los recovecos siniestros La película indaga con ironía y detalles macabros al mundo del arte y sus simulacros, desde un artista que carga con el fantasma de su padre, también pintor. En el elenco destacan Guillermo Pfening, Jorge Marrale y Norma Aleandro. Aire fresco para la cartelera. Pero enrarecido, de fosa que se abre, y te deja encerrado en un laberinto de escenas y frases que son partes de una vida que parece extraña, entre recuerdos fragmentados, rodeado de pinturas que dicen lo que no se quiere oír. Llegado el punto, de cara a un desenlace que será resolución policial y drama metafísico, vale atender al mérito que significa La valija de Benavídez. Es el segundo largo de Laura Casabé, visitante asidua a estas tierras de psiques alteradas, tal como lo corroboran El hada buena, una fábula peronista (2010) y el corto La vuelta del malón, con indios trastocados en zombis. La valija de Benavídez toma por referencia el cuento de la extraordinaria Samanta Schweblin, para narrar la historia de un pintor de ánimos trastornados (Guillermo Pfening), en crisis entre sus discusiones de pareja y la sombra que su padre, pintor reconocido, le arroja. De manera paralela, un grupo selecto de hombres y mujeres discuten precios y calibran el porvenir de las obras de arte en el mercado. El corolario lo significa la denominada "Residencia", programa a través del cual (como en la vida real) se forma la futura mano de obra artística. Su mentor es el mismísimo psiquiatra (Jorge Marrale) de Benavídez, también coleccionista de arte. A él, desesperado, acude el pintor con su valija. Es de noche y Benavídez se quedará en la mansión del doctor. Todo bien, hasta que los diplomas del afamado terapeuta trocan en ojos electrónicos. A partir de acá se suceden el laberinto, los recuerdos desencontrados, el falso raccord entre escenas, y la simulación onírica de una pesadilla (tal vez) orquestada. Si bien arrebatado, el Benavídez de Pfening cuenta a veces con raptos de lucidez y vislumbra secuencias de un pasado donde tal vez brillara. De todos modos, es un artista rechazado, de quien se burla hasta el propio padre. Ni siquiera como docente ha podido ganarse el respeto. Sólo su novia (Paula Brasca), también artista plástica, deposita en él lo que otros no. (O algo así, porque hay una heladera que es un problema). En todo caso, Benavídez asume el rol del duplicado (o intenta infructuosamente deshacerse de él), el de ser la copia del original paterno, para hacer carne las contradicciones mismas que encierra el acto de la reproducción (o degradación). Nunca hay mímesis total; eso es algo que puede pensarse desde la imagen digital, que no tiene original, señala Benavídez en una de sus clases. Al hacer mención a esta crisis, la película de Casabé se relee a sí misma en tanto medio y soporte, ahora perturbado -ya que es parte del denominado "cine digital"-, y lo traduce en la puesta en escena a través de las artimañas que pergeña el doctor: con su tablet y "diplomas electrónicos", éste construye simulaciones por donde llevar al límite a su paciente. La tematización que del arte y la figura del artista propone La valija de Benavídez es, a su vez, materia maleable por la que el cine de terror ya transitara, con resultados notables. El film de Casabé se inscribe en la línea de otros como Museo de cera (1953), de André De Toth, y Un cubo de sangre (1959), de Roger Corman. En ambos, la simulación artística va de la mano del lugar social adquirido, hasta desbordar el interior de las apariencias. Tales cuestiones son sostenidas desde un contexto que las promueve, y que La valija de Benavídez plasma con una sorna que recuerda, con otras características, a la que emplearan Mariano Cohn y Gastón Duprat en El artista (2008). El film de Casabé logra, de manera inversamente proporcional, desnudar los mecanismos malsanos por los que determinadas apariencias son celebradas, mientras describe la legitimación de esos mismos mecanismos. Es decir: practica la operación de hundirse en el pozo del conflicto, desoculta la verdad "resuelve el enigma" y a la vez la recubre con una nueva pátina de simulacro. De esta manera, practica una crítica que no necesita de parlamentos explicativos, sino de los felices recursos del género. Vale decir, los aplausos y vítores pueden comprender respuestas ambiguas, tal como lo refiriera de manera magistral Charlie Chaplin durante los discursos de El gran dictador (1940), fuese quien fuese el orador de turno. Sí puede achacarse, en términos generales y coincidentes con algunos pasajes, una caracterización a veces sobreactuada, aspecto del que Pfening sabe salir airoso. Los gestos caricaturescos de Marrale y Norma Aleandro -felizmente dedicada aquí a parodiar y divertirse en el papel de una marchand insolente- son un contrapunto que se disfruta, pero que repercute de manera extrema en el reparto general, con personajes secundarios de diálogos por momentos ampulosos, premeditados. Ahora bien, es destacable que todo esto quede rápidamente interiorizado por la totalidad del film, como un pasaje caricaturesco que procura su grotesco para llegar a lo mejor de asunto, a ese buen puerto que el final significa. Cuando lo hace, sorprende. Y lo logra sin ninguna vuelta de tuerca oportunista, sino desde la coherencia formal, a partir de la asunción estética del dilema. Y de paso, da razón a la valija como al "MacGuffin" hitchcockiano que acciona el motor de todo buen relato.
Los riesgos del esnobismo Siniestra, lúgubre y crítica. "La valija de Benavidez" indaga principalmente en el esnobismo del arte que puede llegar hasta límites insospechados cuando sólo se trata de hacer dinero a partir de un apellido, sin importar el alma del artista. "El sistema financia a cada idiota...", es una de las frases más resonantes de este thriller psicológico pretencioso y logrado, con Guillermo Pfening en el papel protagónico y Jorge Marrale y Norma Aleandro en el papel de perversos marchands de arte. Benavidez es un profesor de plástica que tras una discusión con su mujer arma una valija y va a buscar asilo a la mansión de su psiquiatra. Allí lo espera un laberinto sin salida que despertará las pesadillas más intrínsecas de este hijo de un famoso artista que se siente mediocre tras la sombra de su padre. El tono ríspido de Beatriz, la siempre brillante Aleandro, es un gran acierto de este filme de Laura Casabé que termina disparando críticas acerca de la impunidad que otorga el poder y el dinero. Otro acierto es la interpretación de Pfening, que logra registros contrapuestos, de la risa al llanto y de la cordura a la locura. Una película que expone la ambición más extrema que roza lo ridículo y la cristaliza con un "¡Bravo!" y un aplauso tétrico. Una radiografía de los laberintos que posee la mente humana y su poder corrosivo cuando se ve amenazada por el ego, la envidia y la sumisión.
La película de Laura Casabé lleva a la pantalla un cuento de Samanta Schveblin. Un tal Benavidez tiene una fuerte discusión con su novia y se va a los portazos. Llega a una mansión con su valija a cuestas en busca de un psiquiatra y coleccionista de arte. La elegante casona tiene la particularidad de funcionar como una sofisticada residencia en la que se lleva a cabo un extraño experimento para sacar adelante a artistas deprimidos. La valija de Benavidez se empieza a ocupar de a poco del personaje del doctor interpretado por Jorge Marrale, a través del cual se empiezan a ver detalles de la mansión y de cómo someten a Pablo Benavidez (Guillermo Pfening) a un extraño experimento psicológico. Pronto nos enteramos de que a Benavidez, a quien varios consideran un escultor mediocre, lo atormenta la sombra de su padre, el verdadero y talentoso artista de la familia. La incorporación de la forma laberíntica de la casa hace que la película parezca, por momentos, un juego mental. Pero, lamentablemente, la ambiciosa idea no llega a buen puerto. La película tiene todo el aspecto de un corto universitario estirado, en el que se nota la torpeza de su puesta en escena y la falta de timing de los actores. Los diálogos son dichos como si estuvieran memorizados un rato antes de rodar cada escena. Además, carece de atmósfera e incorpora una música que pretende darle suspenso, pero que no funciona en una película que se parece al trabajo final de estudiantes de la escuela de cine. El filme quiere satirizar el esnobismo del mundillo artístico porteño, pero termina pareciéndose al objeto satirizado. La valija de Benavidez es un claro ejemplo de ejercicio torpe, con problemas psicomotrices. Y es un cine viejo, que hay que superar.
La pesadilla de un artista Entre el thriller fantástico y la comedia negra, la película cuenta una historia basada en un cuento de Samantha Schweblin. A Benavídez (Guillermo Pfening) nada le sale bien. Es un artista frustrado, que carga con la sombra del prestigio de su padre pintor. Para colmo, discute con su mujer, la única que lo apoyaba, y se va de su casa. Desesperado, se presenta de sopetón en la mansión de su psiquiatra (Jorge Marrale), que lo cobija por esa noche. Pero ese lugar no es lo que parece. La valija de Benavídez se basa en uno de los primeros cuentos de Samantha Schweblin, y reproduce la realidad enrarecida, siniestra, que caracteriza a gran parte de su literatura. Pero a diferencia de lo que ocurría en el texto, donde de entrada se sabe qué hay en la valija, aquí los guionistas Laura Casabé –también directora- y Lisandro Bera lo mantienen como una incógnita hasta el final, en busca del efecto sorpresa. Hay una burla al mundillo de las artes visuales, con marchands inescrupulosos –el personaje de Norma Aleandro- que explotan a los artistas, un curioso criterio para determinar qué obra es valiosa, y un público frívolo, más atento a las apariencias que al arte. Pero entre el thriller con ribetes fantásticos y la comedia negra, la película nunca termina de encontrar el tono como para que esa pesadilla en la que se ve envuelto Benavídez funcione con eficacia.
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UNA CONDENA ARTISTICA Se agradece cuando el cine nacional produce este tipo de películas que mezcla la comedia negra con el thriller y cuenta con algunos actores argentinos de renombre como Jorge Marrale o Norma Aleandro, pero eso no alcanza para una propuesta demasiado pretensiosa que cae en momentos algo ridículos. La valija de Benavidez está basada en uno de los relatos pioneros de la joven y galardonada internacionalmente Samanta Schweblin (una de las promesas de la nueva literatura porteña de menos de 40 años) y se centra en Pablo Benavidez (un siempre correcto Guillermo Pfening), un artista frustrado ante el fracaso de sus obras hasta que decide alejarse del mundo del arte. Benavidez sufre la crítica y el peso del apellido heredado de su padre fallecido, un excelente y exquisito pintor plástico reconocido por colegas y academicistas. La atmósfera se presenta muy siniestramente, con un clima muy extraño guardando, a diferencia del relato escrito, lo mejor para el final. Y ese es el único acierto de la directora y guionista Laura Casabé. Benavidez, que sólo es alentado por su mujer -también pintora-, tiene una discusión con ella al sentir su ego opacado por una interesante propuesta laboral que le ofrecen. Decide, enojado, tal vez envidioso, irse del hogar y acudir a su refinado y elitista psiquiatra. Claro que el cobijo del profesional en aquella mansión guarda muchos secretos. Al film le falta eficacia más allá de la fantasía y las pesadillas que guarda y atraviesa el protagonista. No sólo tenemos un reparto de actores un tanto desdibujados y grotescos como los secuaces y sirvientes del personaje de Marrale. También deparamos en Norma Leandro como una suerte de presentadora y curadora mediocre de potenciales artistas, en una increíble elección de un personaje tan pobre y poco enriquecedor para la vasta carrera de la actriz. A pesar de todo esto, Marrale está llamativamente impecable. Sin embargo el film cae en pasajes cursis con escenas documentadas por cámaras ocultas en la estadía de Benavidez. La valija de Benavidez aprovecha a parodiar al mundo snob del arte y a su consumo financiero. Tal es así que muestra fantasiosamente cómo el psiquiatra introduce al artista en una terapia creativa muy cerca de la locura psicológica para producir piezas de valor continuadamente. Sin embargo, el juego pretensioso con el esnobismo artístico le juega una mala pasada a esta producción que se queda sin mucho para ofrecer en una larga y aburrida narración. Sólo una historia a medio camino en comparación con la lograda El eslabón podrido, de Javier Diment (quien casualmente participa aquí como extra), una suerte de fábula macabra en un pequeño pueblito del interior.
“La valija de Benavides” se basa en un cuento de Samantha Schweblin, y se establece en el difícil lugar de equilibrar el género fantástico con la comedia negra, y la realidad que aparece enrarecida a partir de una situación delirante. Lo que termina por dar forma a otra variable por la que circula la película dirigida por Laura Casabe, una sátira al mundo del arte que si bien hace más barullo que orden unca deja de ser comprensible. La historia se centra en Pablo Benavidez (Guillermo Pfening), un artista plástico al que se le han escapado las musas, quien tras discutir con su mujer se va de la casa y busca refugio en la residencia palaciega de su psiquiatra, Jorge Marrale, (esto es parte del delirio del filme, en la realidad no creo que un psiquiatra pueda ni pagar los impuestos que derogan esa mansión, menos comprarla). Él lo recoge por esa noche, en la que se lleva a cabo una subasta de arte, a cargo de Norma Aleandro. Posiblemente por debajo de las tres actuaciones, esté el muy buen uso del espacio donde se desarrolla el relato, la luz, el color, haciendo del mismo otro personaje. Allí, en ese deambular, es que Pablo deberá enfrentar todos sus fantasmas, el de su padre, también artista afamado con razón, y el éxito económico de su mujer. Sobre el final, y en el giro conceptual del relato, es que algo del verosímil interno de lo narrado y construido se va de bruces y ya no hay como levantarlo, pero es el final. Una producción nacional que intenta establecer el acceso a nuevos géneros, bienvenido sea si mantiene, al menos, la calidad de éste.
Pablo Benavidez , hijo de un reconocido artista plástico, en un momento crucial de su vida decide irse de su casa y refugiarse en la de su psiquiatra. A partir de allí se encontrará envuelto en sucesos que lo perturbarán, y trataran de cambiarlo. Esta película, basada en un cuento de Samantha Schweblin, tiene como objetivo hacernos reflexionar sobre el arte, el artista y la construcción de un público. Elije para ello narrarnos en un tono paródico y con personajes que están siempre al borde del desborde. Guillermo Pfening , como Pablo Benavidez, con mucha eficacia nos presenta un conflictuado y contradictorio artista. Asimismo, Jorge Marrale se destaca como el demiurgo psiquiatra y Norma Aleandro se luce en su rol de excéntrica marchand. La dirección de Laura Casabé, co-guionista del film junto a Lisandro Bera, es correcta, pretendiendo realizar un recorrido con ribetes de pesadilla y anclándose en las nuevas tecnologías. El trabajo de la dirección de arte y el vestuario es interesante , con una fotografía opresiva que colabora perfectamente con la propuesta del relato. La valija de Benavidez es una pretenciosa historia que cuenta con un buen elenco y correctos rubros técnicos, pero no logra la eficacia del relato que propone.
PERVERSIDAD AURÁTICA “Su obra es maravillosa”, lo adula Beatriz y la pequeña elite designada específicamente para presenciar la exhibición del último trabajo de Benavidez estalla en aplausos y elogios. Entonces se produce una doble revelación: por un lado, aquella en la que deviene el final de la película; por otro, en el clímax de una lectura siniestra y contundente sobre la banalidad y mercantilización del arte. Dicha lectura, que atraviesa todo el filme de Laura Casabé basado en el cuento de Samanta Schweblin, tiene como pilares a los socios de la residencia artística –el psiquiatra y la marchant– pero necesita también de los numerosos personajes secundarios como el grupo manipulable que asiste a las exhibiciones, los propios artistas y el motivo de la valija perdida. Resulta interesante el trabajo estético de La valija de Benavidez como, por ejemplo, las escenas donde se vuelven visibles las confesiones terapéuticas de Benavidez o la incorporación tecnológica. Al mismo tiempo, la directora despliega una fuerte impronta poética, cuyo punto de fusión con lo estético se encuentra en la figura del laberinto y en su doble sentido: por un lado, en ese pasaje físico, artístico y mental por el que atraviesa el protagonista; por otro, encarnado en la residencia como escenario fantástico y perverso. El juego macabro de callejones sin salida, puertas ocultas, personajes extraños e infinitos pasadizos de la mansión se disuelve como entidad física. Ahora, el laberinto se vuelve su propia esencia. Por Brenda Caletti @117Brenn