“Pude ser feliz y estoy en vida muriendo y entre lágrimas viviendo el pasaje más horrendo de este drama sin final”. Algunos espectadores cuestionarán la decisión de cerrar con un tango abolerado un documental sobre mujeres que visitan a sus hombres presos, pero lo cierto es que la letra de Sombras nada más expresa con justeza los sentimientos de las –sobre todo– esposas que Jorge Leandro Colás retrató en tres escenarios circundantes al trágico penal de Sierra Chica: la pensión donde las chicas pernoctan, el almacén donde compran mercadería para sus detenidos, la suerte de triple corral donde esperan a la intemperie la autorización para ingresar a la cárcel. La visita se titula este largometraje que meses atrás pasó injustamente inadvertido por el 21º BAFICI, aún cuando participó de la competencia oficial argentina. Su realizador recurre a la voz de María Martha Serra Lima con la aparente intención de acentuar la perspectiva femenina –y además femenista– desde la cual aborda los vínculos amorosos que resisten, no sólo la separación del ser querido, sino el maltrato que el sistema penitenciario ejerce sobre la familia del reo. Con una sensibilidad libre de los lugares comunes que el cine y la televisión suelen explotar cuando abordan el universo carcelario, el también autor de Parador Retiro, Gricel, Los pibes, Barrefondo entrevista a algunas mujeres pero se dedica más a filmarlas en determinadas circunstancias: apenas bajan del ómnibus que las deja en la localidad de Sierra Chica, mientras conversan en la pensión de la Bibi, mientras tratan con el dueño de la despensa, mientras caminan hacia la unidad penitenciaria, mientras esperan que comience el horario de visita. Por la naturalidad con la que el almacenero, la dueña de la pensión y demás esposas se desenvuelven ante cámara, corresponde destacar el trabajo de campo que precedió y/o acompañó el rodaje. Es igual de encomiable la edición del material filmado. Sombras nada más / entre tu vida y mi vida. Sombras nada más / entre tu amor y mi amor, entona Serra Lima al término de La visita. Y mientras la cantante de boleros parece retomar la noción de amor incondicional en boca de las esposas retratadas, la letra de José María Contursi echa luz sobre los problemas que las penas privativas de libertad provocan en los familiares de los presos, calvario que los especialistas llaman “prisionización secundaria“.
A 12 kilómetros de Olavarría y a 350 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires se ubica la Cárcel de Sierra Chica, llamada oficialmente Unidad Penal Nº2, uno de los establecimientos penitenciarios más antiguos del país, inaugurado en 1882. El mismo fue plasmado en varias oportunidades en el cine, con un documental sin sonido del director Julio Irigoyen “Sierra Chica” (1929), donde se abordaba la vida de los internos, que luego fue reciclado para los films sonoros “Sierra Chica” (1938) y “Su íntimo Secreto” (1948). Asimismo, en 2014 Jaime L. Lozano estrenó la película “Motín en Sierra Chica”, relatando los sucesos del sangriento motín ocurrido durante Semana Santa de 1996, el cual duró ocho días y donde murieron ocho personas. En esta oportunidad, Sierra Chica vuelve a ser protagonista de un documental, pero de una manera totalmente diferente. Jorge Leandro Colás estrena este jueves “La Visita”, luego de su paso por el BAFICI, el cual se centra en la figura de las visitas, aquellas mujeres, en su mayoría, que semana a semana van a ver a sus familiares a la cárcel. Las observamos prepararse pasa los encuentros, interactuar con el encargado de un bar que les proporciona los recursos para ingresar al penal y que les guarda sus pertenencias y dialogar entre ellas sobre los largos viajes que deben hacer para llegar hasta ahí y cómo las tratan el resto de las personas únicamente por estar relacionados con algún interno. Es una novedosa y original mirada sobre este estilo de historias, ya que el director no se dedica a ahondar en el sistema carcelario o en cómo viven los presos ahí dentro, sino que solo se enfoca en las mujeres que se acercan a aquel lugar para ver a sus maridos, hijos, nietos. En ningún momento las vemos entrar en el penal ni interactuar con los internos, solo su mirada desde afuera, corriéndose del lugar común de este tipo de film. El documental es principalmente observacional, la cámara busca retratar las actividades y los diálogos entre las mujeres, sin justificar ni castigar a sus protagonistas, simplemente brindando una mirada honesta, donde ellas se permiten mostrar sus sentimientos con respecto a lo que les va ocurriendo a lo largo del metraje; los dolores, las cargas que tienen que llevar por errores que ellas no cometieron, los miedos, y las pequeñas alegrías de un encuentro. Pero lo que no consigue mostrar a través de este estilo, el realizador lo resuelve con clásicas entrevistas para interiorizarnos aún más sobre, por ejemplo, las decisiones de una de las mujeres en irse a vivir directamente a Sierra Chica. Bibi podría funcionar como una especie de protagonista dentro del film, debido a que es la encargada de albergar a las jóvenes que vienen desde lejos para ver a sus maridos, como también de enseñarles la forma de comportarse alrededor del penal. Los aspectos técnicos se encuentran correctos y sirven para enmarcar los testimonios de estas mujeres. El clima desolador, silencioso y hostil se cuela en los planos generales de Sierra Chica, mostrando el aislamiento que viven en aquel pueblo que funciona alrededor del penal. “Sobrevive el más fuerte, no solo adentro, sino acá fuera también”, resuena uno de los testimonios, que plasma a la perfección lo que muestra el documental: la fortaleza de un grupo de mujeres que no pierde las esperanzas ni la paciencia, que semana a semana se encuentra en el mismo lugar en señal de apoyo. Un documental que en ningún momento cae en golpes bajos ni en lugares comunes, sino que viene a traer una bocanada de aire fresco a este tipo de films.
Hospedando al dolor La visita (2019), documental de Jorge Leandro Colás (Barrefondo), se presenta en la Competencia Oficial Argentina del [21] BAFICI y nos ofrece su punto de vista sobre la llegada de familiares de presos del complejo penitenciario ubicado en el pueblo de Sierra Chica. Un cúmulo de misteriosas historias son aquellas que atesora este documental, pero que no las expone. Las mismas están latentes, no florecen a la superficie. Más de quinientas mujeres, y algunos que otros hombres, viajan con la expectativa de reencontrarse con sus familiares. En dichas personas se concibe una carga de emotividad, de realidad e ilusión, profundizada por los bajos recursos a los cuales pueden acceder. La visita no excava en cada historia, si no que se encarga de exponer las reacciones de los residentes de este pequeño pueblo ubicado en la localidad de Olavarría de la provincia de Buenos Aires. Esta es una particular forma de mostrar qué es lo que sucede ante un lugar convulsionado por estas llegadas. El panorama va desde señoras que ofrecen hospedaje hasta un almacenero que distiende al cliente con un raro sentido del humor. Jorge Leandro Colás logra sostener un clima sereno, de espera, de arribo de seres con una mochila pesada, pero decae en la decisión de no intentar sumergirse aún más en esas historias. Si bien por momentos lo intenta, con alguna que otra declaración, el pueblo termina siendo el verdadero protagonista y uno se queda con ganas de saber qué vidas se esconden detrás de esas familias que se agolpan a la espera de poder ver a su ser querido. La desesperación grupal se muestra desde planos abiertos y hasta posibilita que nos aproximemos a la inocente mirada de un niño. Si bien no cuenta con la profundidad de Parador Retiro (2008), primer largometraje de Colás donde se mostraba la llegada de una población sin techo a una posada de cemento y chapa, La visita es una nueva incursión del director a la hora de retratar sucesos que nos rodean y que quizás no tenemos conocimiento. Aunque no podamos abrir la puerta y penetrar en los sentimientos de las familias, su acierto radica en su falsa apariencia de superficialidad. Cuando parecería que nada sucede, la obra nos aloja como testigos preferenciales de estos arribos y nos convierte en todo un visitante más.
Del mismo modo que cuando se escribe una ficción, el narrador no debe pasar juicios de valor sino simplemente mostrar. En el caso de un documental esto es tan importante como saber ubicar la cámara en el momento justo. Esa pericia para encontrar historias y personajes nutridos en la más inusual de las circunstancias es la que se ve en La Visita. La Visita: más allá del vínculo En La Visita salta a la vista la decisión consciente del realizador de mostrar la cárcel pero nunca su interior. Su mirada está concentrada en las travesías y desventuras de las mujeres e hijos de los prisioneros de la cárcel de Sierra Chica. Esto puede sonar obvio, pero es necesario destacarlo porque cuando uno oye la palabra cárcel en el argumento de una película, intuye que en cualquier momento veremos las visitas y escenas imaginables como la mesa que separa al prisionero de su mujer y las palabras de afecto que se intercambian, o la intervención de los guardias. Sin embargo, el film elige el camino menos transitado: el de no hacerlo. La prisión es apenas una fachada. El director Jorge Leandro Colás tiene mucha seguridad en la fortaleza que los sujetos del documental pueden proveer por sí mismos más allá de su vínculo con los prisioneros. La dirección tiene el ojo lo suficientemente afilado para capturar personajes y situaciones tan interesantes como preocupantes: un bebé brevemente abandonado que crea momentos de tensión, o personajes como el almacenero del pueblo que cobra sobreprecios irrisorios por cualquier cosa que uno se pueda imaginar, manejando un sentido del humor que no sabremos si es jocoso o macabro. Y en esa duda está el hallazgo, si es que podemos usar esa palabra, del personaje.
Es un documental de Jorge Leandro Colás (“Barrefondo”) que acompaña con sensibilidad y sin juzgar a nadie a ciento de mujeres que todos los fines de semana visitan a sus familiares detenidos en el penal de Sierra Chica. El director eligió centrarse en dos lugares, en una pensión muy modesta donde esas mujeres pasan la noche para sumar dos visitas, y el almacén de “El gallego” que las conoce a todas y le cobra por cada acción, la carga del teléfono, guardarle la cartera, y por supuesto los alimentos. Dos lugares de intimidad donde se juegan las historias individuales, las esperanzas, los recuerdos, la novia, la esposa, la abuela. Pero también la solidaridad, los consejos, las confesiones. La cámara, el documental queda siempre afuera del penal, se registran las colas y la espera. Quedan como al pasar las denuncias ya naturalizadas, las reglas de juego crueles y al parecer inapelables. Valioso y valiente. No se pierda este trabajo.
El director de Los pibes y Barrefondo, Jorge Leandro Colás estrena su último documental La visita, sobre los familiares de los presos en el penal en Sierra Chica. Casi quinientas mujeres, y algunos hombres, llegan al pequeño pueblo de Sierra Chica, provincia de Buenos Aires. Bajan de un micro cargadas de bolsos y se dirigen al complejo penitenciario donde se alojan más de cuatro mil presos. El documental cuenta la historia de estas mujeres que pasan su tiempo entre el bar de el gallego y la pensión de Bibi, una mujer que se mudó al pueblo para estar cerca de su marido que está preso. El documental de Colás en ningún momento nos muestra el penal desde adentro, la cinta se desarrolla en mayor medida en la espera que estas mujeres y niños tienen que soportar para entrar a la cárcel. Esta decisión es la más acertada de La visita, el punto de vista está centrado plenamente en los familiares de los presos. Hay muy pocos testimonios a cámara y la acción fluye normalmente. Es imposible no identificarse con las visitas que terminan estando atadas a una situación que muy probablemente sea ajena al espectador. Son presas fuera de la cárcel, que tienen que esperar bajo el sol o la lluvia. Y también víctimas de un pueblo que vive plenamente del penal y de ellas. El bar de el gallego comercializa hasta el uso del baño. Hay algunas escenas que parecen ser parte de una ficción, como por ejemplo cuando las nenas bailan y cantan, piensan en sus deseos y lo que más quieren es poder conocer las cárceles por dentro. O la abuela que piensa en sus nietos presos y aquellos que están fuera. Estos micro-relatos reafirman la idea original y completan el documental. Finalmente, también están presentes las diversas realidades que viven Bibi y las otras mujeres que paran en su pensión, ya sea por una diferencia de edad o por el motivo por el que llegaron a estar en la situación en la que se encuentran. Jorge Leandro Colás vuelve a contar la realidad social que vive un grupo de gente en la Argentina. En este caso La visita busca empatizar con las victimas colaterales que no sólo tienen que vivir el hecho de que un familiar está preso, sino también las maneras inhumanas que atraviesan para llegar a tener un contacto con ellos.
Atrapadas en libertad. Crítica de “La Visita” de Jorge Leandro Colás. BAFICI, CINE, CRITICA, DOCUMENTALES, DOCUMENTALES, ESTRENOS Quinientas mujeres llegan cada fin de semana al pequeño pueblo de Sierra Chica para visitar a los presos del complejo penitenciario. Por Bruno Calabrese. Ubicado a 12 kms. de Olavarría y a 350 kms de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el penal de Sierra Chica alberga a unos 3000 presos, distribuidos en tres unidades. La unidad Nº2, de máxima seguridad, la Nº 38 de régimen semiabierto y la Nº 27 de régimen abierto. Es una de las cárceles más famosas del país. Gracias a esa fama ha sido material de varias películas. En 1929, el director Julio Irigoyen realizó un documental sin sonido llamado Sierra Chica con imágenes de la cárcel y de la vida de los internos. Años después las recicló para el film sonoro Sierra Chica de 1938. En 2014 el director Jaime Lozano estrenó la película Motín de Sierra Chica. Relatando los hechos que sucedieron en el sangriento motín ocurrido en las Pascuas del año 1996, donde murieron 9 reclusos, luego de 8 días de levantamiento. A diferencia de los films anteriores, en esta película no es el penal ni los reclusos los protagonistas. El director decide contar la historia de las casi quinientas mujeres (Abuelas, madres, esposas e hijas) que llegan cada fin de semana a visitar a los presos. Desde antes del amanecer vemos como arriban a una calle totalmente descuidada, con montañas de basura en las esquinas, perros vagabundos dando vuelta. Todas esperan para ingresar. El punto de encuentro es el almacén, cuyo dueño es solidario con ellas. Ayuda para que dejen sus bolsos, les prepara viandas y les hace cargas de celulares. Porque más allá de mostrarnos la lealtad de esas mujeres el director hace foco en las redes de solidaridad que se tejen a través de ellas. La misma solidaridad que demuestra Bibi, quien vino se vino a vivir de Santa Fe a una humilde casa de Sierra Chica para estar mas cerca de su esposo. Más allá de las carencias y falta de espacio, ella da hospedaje a otras mujeres que vienen de diversos lugares. Dentro de la pensión encontramos a las veteranas, que se las saben todas, y las novatas, que no saben como manejar la situación. Entre ellas se aconsejan, se acompañan y se cuidan entre ellas. Esto logra que, sin importar la lluvia, el frío invernal ni la angustia propia de la situación ellas siempre estén ahí. Con una cámara atenta a cada situación y sin entrometerse en la rutina, la película visibiliza una realidad en la que nadie hace foco a la hora de hablar de la población carcelaria. La de esas mujeres leales, valientes, que día a día le ponen el pecho a una situación triste; que ellas no buscaron y que las mantiene atrapadas a pesar de estar en libertad. Puntaje: 80/100. Funciones: Jueves 6/6 al Miércoles 12/6 12.15hs – 19.00hs en el Cine Gaumont – Avda Rivadavia 1635 – CABA Jueves 6/6 19.00hs y Sábado 8/6 21.30 hs – Centro Cultural Leonardo Favio – RBuenos Aires 55 – Río Cuaro, Córdoba. Sin confirmar horarios pero con exhibición confirmada, en las siguientes salas: CAPEC – Tilcara, Jujuy. Cine París – Olavarría. Cine Bolivar – Bolivar. Cine Gama – Viedma. La Nave – Mendoza. Teatriz – Mar del Plata. CC Recoleta – CABA.
Tras describir la vida interna de un refugio nocturno para gente sin hogar (Parador Retiro) y el universo de las divisiones juveniles de Boca Juniors (Los pibes), Colás nos traslada a un mundo muy distinto, pero también fascinante a partir de su dinámica y reglas propias. Cada fin de semana, unas 500 mujeres (abuelas, madres, esposas, hijas) y muy pocos hombres viajan a Sierra Chica para visitar a los internos de la cárcel del lugar. La cámara atenta y jamás intrusiva de Colás encuentra en un bar-almacén el corazón del lugar, ya que hacia allí se dirigen decenas de recién llegadas para comer, comprar viandas para sus familiares presos, cargar los celulares o dejar los bolsos que no pueden ingresar a la prisión. Y es el pintoresco dueño del lugar un personaje con todas las aristas necesarias para ser uno de los ejes del relato. La otra línea principal de La visita tiene que ver con las redes de solidaridad que se van tejiendo entre distintas mujeres: las que directamente se instalaron allí para estar cerca de sus seres queridos, las veteranas que se las saben todas, las novatas que llegan llenas de angustia y desinformación. Las diferencias generacionales y sociales quedan expuestas así de manera cristalina en un film que apela a muchas imágenes nocturnas e invernales (¡las largas filas de madrugada bajo la tormenta!): un contexto climático adverso descripto en toda su dimensión por un registro riguroso y respetuoso sobre el dolor, la discriminación, el desencanto, los abusos, la culpa, las carencias, el esfuerzo y, claro, también la lealtad y el amor que se despliegan pese a la distancia y la dureza de las experiencias que estas mujeres deben atravesar cada semana, mes a mes, año tras año.
J. L. Colás ha rastreado a la Gricel del tango, y retratado a seguidoras de telenovelas, “habitués” de un refugio municipal de gente sin hogar, pibes que se esfuerzan por entrar en las inferiores de un club, siempre con gran sentido de observación, inteligencia, respeto y habilidad para captar rostros y momentos no sólo singulares y a la vez representativos, sino muchas veces también emotivos, o divertidos. En este caso sigue a las mujeres que cada fin de semana, no importa si llueve, van a visitar a sus familiares presos en el penal de Sierra Chica. “Los estúpidos que tenemos adentro”, dice una, pero se banca todas las incomodidades para estar unas horas con el suyo. Como ella, son mujeres que se sacrifican, se preocupan, cargan bolsos y criaturas, y también bromean casi todo el tiempo, mantienen la energía y, dentro de lo posible, la alegría. Las alientan un almacenero rápido para los chistes y la atención al cliente, y la mujer de un expresidiario que se quedó a vivir en el pueblo y ofrece consejos y alojamiento. Luminosas, las dos nenas que se quedan jugando muy contentas en la puerta del penal, del lado de adentro, para quienes aquello es solo un paseo. Emotiva, la serie de retratos finales, ya al pie del ómnibus, mientras se oye una estrofa del viejo tema de Lomuto y Contursi “Sombras, nada más” (“Pude ser feliz/ y estoy en vida muriendo”).
Ellas esperan. En Sierra Chica, las visitantes pagan caro un fin de semana para estar algún tiempo cerca de sus más preciados familiares, hijos, novios, esposos, hermanos, algunos con ganas de verlas y otros tal vez no tanto. Usar el baño en el bar del gallego, el único que las espera con la misma ansiedad que ellas, cuesta tres pesos, cargar el celular unos 40 pesos, guardar sus cosas otro tanto y además comprarle algo para los detenidos como gaseosa o algo para comer implica más dinero. Otro cantar es el micro que las deja todos los fines de semana para luego quedar libradas a la buena suerte y a que en el penal de Sierra Chica abran esa puerta para descomprimir el agolpe entre chicos pequeños, y ellas a veces cargadas de cosas, entran a otro mundo. En síntesis, eso es la visita y La visita el nombre de este singular documental carcelario pero desde afuera y no adentro como suele ocurrir con otras propuestas sobre esta realidad tras las rejas. Todo lo que viven los detenidos, a esta altura conocido por cualquier espectador que haya tomado contacto con informes televisivos o documentales, llega desde el testimonio de sus visitantes. A veces con el estigma carcelario a cuestas por el simple hecho de que alguien de los suyos cumple su castigo, a veces sin condena aún. Lo cierto es que en estas quinientas mujeres, de diferentes edades e historias, se concentra la riqueza de experiencias de vida y el entorno aunque parece distante e insensible expresa otra realidad que es la de la economía de subsistencia en épocas de crisis. En ningún momento el director Jorge Leandro Colás juzga situaciones, se despoja de la lectura del prejuicio social para sumergirse sin bajadas de línea en la realidad de un sistema que no funciona y para ello basta como botón de muestra cada fin de semana donde Sierra Chica se convierte en una postal de la Argentina, su marginalidad y su falta de justicia.
Historias de violencia y también de solidaridad El director de Parador Retiro y Los pibes reincide en el mejor doc observacional, registrando las luchas de las mujeres que van de visita al penal de Sierra Chica. Google devuelve un ticket a las entrañas más oscuras del Sistema Penitenciario Nacional cuando se tipea “Cárcel de Sierra Chica”. Basta con ver el sinfín de entradas con videos de peleas a facazo limpio y notas sobre la peligrosidad de sus presos, la presencia totémica de Carlos Robledo Puch y, desde ya, el motín que en marzo de 1996 terminó con ocho muertos devenidos en relleno de empanadas. Lo que no aparece es todo aquello que cuenta La visita. Contar: no decir ni mucho menos gritar a los cuatro vientos qué opinan quienes empuñan la cámara. En ese sentido, el de Jorge Leandro Colás (Parador Retiro, Los pibes) es uno de esos documentales que cuenta mucho, muchísimo, sin que lo parezca. Cuenta, en la superficie, la dinámica del pueblo de Sierra Chica cuando llegan esas novias y esposas –con sus hijos, sus bártulos, su comida y sus puchos a cuestas– que recorrieron cientos, quizás miles de kilómetros para pasar unas horas junto a sus parejas presas. Entre medio, casi de contrabando, se cuela todo: la violencia institucional, la tenacidad espartana de quienes esperan, los prejuicios de los vecinos, la solidaridad de clase y de género y algunas historias de vida que, de aparecer en una ficción, más de uno catalogaría de imposibles. Sierra Chica es un pueblo igual a tantos otros del interior rural de la Provincia de Buenos Aires, con sus casas bajas y avenidas de concreto partidas al medio por boulevards con palmeras. Lo particular es que su economía no gira alrededor de la soja y el maíz, sino del movimiento que trae aparejada esa mole de cemento y alambres. Un objeto de estudio a priori inabarcable por su historia, su envergadura, sus implicancias, los múltiples enfoques posibles y, desde ya, la mala prensa que rodea al submundo de las rejas. Ante esa bastedad, Colás delimita su área de estudio con precisión quirúrgica, despojando el relato de todo aquello que esté por fuera de las visitantes. Toda una rareza en una cinematografía que, como la argentina, escupe documentales que intentan amplificar resonancias a través de la expansión. En ese sentido, aquí las ramificaciones se desprenden de la condensación, lo que la convierte en una de las primeras películas –sino la primera– que orbita sobre una cárcel y no menciona con nombre propio ni muestra a ningún preso. Poco importan los motivos que los llevaron a terminar allí, las causas judiciales, los años de condena y mucho menos su culpabilidad o no. Colás no dice “qué barbaridad”, sino que les pone rostros a esas mujeres anónimas e invisibles filmándolas con los mecanismos propios del documental observacional: la cámara y el micrófono operando como moscas en la pared, la no intrusión en el desarrollo de los hechos como norma y una predisposición para atender a los detalles que aparecen sobre la marcha son algunas de esas huellas éticas y formales. El único momento que rompe esa lógica es una entrevista a cámara a Bibiana, mudada a Sierra Chica cuando se le hizo imposible costear los pasajes desde su Santa Fe natal. Su casa es uno de los epicentros físicos del relato, a la vez que refugio de contención para quienes llegan desprovistas de dinero, mercancías y conocimiento de la maraña burocrática que imponen las normativas de ingreso. Ese ingreso se realiza a través de una pequeña puerta rodeada de alambres retorcidos que opera como segunda locación central de La visita. “¡Cerrá la puerta, che!”, grita una cuando empiezan los empujones. Quienes quedan afuera son, como las que entraron, mujeres que en muchos casos gastaron lo que no tenían para viajar. Pobres contra pobres: la violencia institucional colándose incluso fuera de la cárcel. La tercera locación es un local que, más allá de que los carteles aseguran que es un bar, sirve como SUM. Allí se cargan celulares, se usa el baño a cambio de tres pesos, se guardan mochilas y se venden hasta espejos. Todo, claro, en función de los requisitos de las mujeres. Su dueño es Emilio, en quien ellas encuentran, además de un proveedor infalible, una contención emocional. Comprensivo del contexto, Emilio se mueve como un experimentado pez en agua turbia, tratando de que incluso las negativas suenen amables. Una amabilidad que se erige como un destello de humanismo en medio de tanta deshumanización.
Una recorrida por el universo carcelario desde otro lugar, desde mujeres que esperan y aman, y luchan por acompañar a sus parejas a todo momento. La impunidad de los negocios ad hoc, la simpleza de los planteos y resoluciones, hacen de este documental un necesario documento vital sobre la experiencia de ser expulsado de la sociedad.
La vida en la cárcel nunca fue ajena al cine. En materia de documentales, hay una nutrida cantidad de exponentes, que hacen foco en presidiarios o en el sistema carcelario en general, o para registrar algún aspecto, como The Mark of Cain, sobre los criminales rusos y sus tatuajes. Sin embargo, no sobresalen las producciones que estén centradas en otras figuras o acontecimientos ligadas a ese microcosmos. La visita rompe con los esquemas habituales al seguir son pausa a las esposas y familias de los presidiarios del penal de Sierra Chica. La cámara permanece junto a ellas desde el principio de lo que parece un ritual: la llegada en micro cada fin de semana, los saludos entre las distintas mujeres, las compras en un bar que ya es de confianza para las visitantes, la ansiedad, la alegría, el dolor, la perseverancia. Jorge Leandro Colás había dirigido los documentales Parador Retiro, Gricel y Los pibes. Luego de Barrefondo, su estupendo debut haciendo ficción, regresa con un nuevo documental de observación, que incluye algunos testimonios frente a cámara. Una vez más se centra en la historia de la Argentina secreta, con honestidad, sin idealizar y sin emitir juicios, registrando cada detalle. Podemos conocer la historia de algunas de las mujeres (desde las más veteranas hasta las más nuevas), la amistad entre algunas de ellas, la espera junto a la puerta de la cárcel (incluso durante horarios incómodos y en días de temperatura inclemente), sus alegrías, su sentido del compromiso y del sacrificio. También presenta a personajes como en dueño del bar, ya un amigo y compinche de las visitantes, proveyéndolas de comida y bebida. Un aspecto fundamental es que Colás se queda con las familias y fuera del penal, y nunca con los presidiarios, de modo que nunca se pierde el foco del documental. Otro logro del director es darle una potencia dramática a cada escena, en base a una puesta en escena cuidada, lo más próxima al cine de ficción. La visita muestra un costado poco visible de la vida en la cárcel, y sin necesidad de internarse en sus pasillos. Muestra la intimidad de las esposas, las novias, las abuelas, las hermanas, la familia de quienes cumplen condena, y el nivel de fidelidad que denota un genuino amor.
El documental va mostrando las desventuras y los caminos que deben seguir las mujeres e hijos de los prisioneros de la cárcel de Sierra Chica, donde está presente el dolor, el amor, la esperanza, los afectos, la distancia y una serie de situaciones que viven presos y familiares.
Cuando alguien está encarcelado habría que reflexionar sobre quién sufre más, si el prisionero o los familiares que están afuera y desean tenerlo nuevamente en libertad. Este documental dirigido por Jorge Leandro Colás sugiere, consciente o inconscientemente, analizar semejante dilema, porque la cámara nunca pasa del otro lado del complejo penitenciario de Sierra Chica, que es el lugar donde se desarrolla la historia. Solamente registra el paso de las mujeres de los detenidos que, durante los fines de semana, se preparan y viajan a la cárcel para poder ver a los hombres alojados allí. Ellas son esposas, madres, tías, abuelas, que madrugan, hace fila en la entrada a la espera de que abran la puerta a las siete de la mañana. Las locaciones utilizadas para el documental son ese sector carcelario, una despensa polirrubro, atendida por Emilio Melotto, y una humilde pensión, propiedad de Bibiana Simbrón, cuyo marido está preso, pero pese a que ella es santafesina este hecho no la amilanó, sino que la alentó a mudarse y vivir en el pueblo. Las visitantes le dan vida a Sierra Chica y mueven la economía. A la despensa van todas las mujeres, donde utilizan los variados servicios brindados que son bien cobrados, sin perdones o fiados. Y a la pequeña pensión se dirigen unas pocas mujeres a pasar un par de noches allí, luego se levantan muy temprano y caminan todas juntas, incluida Bibiana, a la cárcel. Todas mantienen un buen semblante, están acostumbradas a la situación que les tocó en suerte. A esta altura del partido no hay reproches, sólo esperan el cumplimiento de la condena y vivir con cierta normalidad. El film es descriptivo, seco, distante. Sólo se visibiliza una pequeña dosis de emoción cuando Bibiana cuenta una parte dura de su pasado y consigue generar una leve empatía con el espectador. A pesar del esfuerzo de Colás en la dirección, y luego el trabajo de compaginación, el relato aburre, porque es muy extenso en su duración y las acciones son repetitivas, no avanzan ni evolucionan. Con diez minutos o menos, tal vez hubiese alcanzado para trazar un panorama de lo que se quería contar, pero el material recopilado fue insuficiente y el resultado final está a la vista.
Hay muchos documentales de observación en la Argentina, pero son pocos los directores con un método depurado y con una sensibilidad social como la de Jorge Leandro Colás (Parador Retiro, Gricel, Los pibes, Barrefondo). Su última película, La visita, confirma lo anterior y lo coloca en el panteón de los jóvenes realizadores más interesantes en nuestro país. Su mirada nunca se resigna a la simple curiosidad y cada documental da cuenta de una experiencia de rodaje que va más allá de seguir a los personajes y a los espacios que habitan. El montaje sobre horas y horas de filmación da como resultado una narración y un discurso que no necesitan subrayarse puesto que la selección misma de los planos crea un punto de vista y una mirada sobre el objeto de representación elegido. En este caso, el ámbito de exploración y acompañamiento es el pueblo de Sierra Chica y lo que le sucede a un grupo de mujeres que, a fuerza de amor, voluntad y sacrificio, visitan a sus parejas en el Complejo Penitenciario. La primera decisión importante consiste en dejar fuera de campo al Penal y a los reclusos. Cualquier noticiero o programa de televisión están para ello. El cine es otra cosa. Son las mujeres las protagonistas y es el punto de vista de ellas el que se respeta, aún en las diferencias que puedan tener. Las mismas conforman un sólido bloque frente a la adversidad que incluye desde las inclemencias del tiempo hasta la ausencia de un Estado que garantice un correcto funcionamiento de las visitas. Allí están esas imágenes donde la gente es amontonada bajo la lluvia frente a los alambrados, durante la madrugada, esperando a que la dejen entrar. La cámara toma la necesaria distancia y respeta esos momentos de ansiedad observando todo aquello que bordea las instalaciones. Sabemos de los presos y de sus historias por sus mujeres, las que ponen el cuerpo día a día para sostener una idea de familia posible. Como suele ocurrir en los documentales de Colás, detrás de lo que se ve asoma la naturalización del horror por parte de una sociedad que mira a un costado a todos aquellos que enfrentan la adversidad desde los sectores más castigados. Dos chiquitas juegan detrás de un alambrado mientras su madre está adentro del penal; una beba está solita en el almacén y todos se preguntan quién la pudo haber dejado allí. La vida en ese lugar es así e incluso en las situaciones donde prevalece el humor, la perplejidad se hace presente. No la manipula el director, sino que se desprende naturalmente de aquello que observamos. El otro elemento interesante es el grado de complicidad de la cámara, el modo en que un equipo se involucra con sus personajes. Bibi, una de las protagonistas, habla por teléfono y dice “estoy acá con los chicos del documental, acá en casa“. Este contacto posibilita un acercamiento que nunca suena invasivo. El respeto en la mirada de Colás se manifiesta en discernir los momentos en que debe aproximarse y en cuáles alejarse. Los primeros le permiten obtener testimonios jugosos, captar la espontaneidad de las mujeres cuando se preparan para salir y recortar cada historia particular. Entre ellas está la de Emilio, el hombre que sostiene el negocio dentro del Penal. El tipo derrocha simpatía, ocurrencia y parece llevarse bien con las mujeres que visitan el lugar, aunque les cobre prácticamente hasta el aire que respiran. Sin embargo, debajo de ese manto de simpatía se esconde una siniestra maquinaria sostenida en el valor de intercambio y de la extorsión material. Una muestra más de la inteligencia de Colás para tratar esa delgada línea entre lo que vemos y lo que debemos ver realmente. Cuando la cámara se aleja, los planos de conjunto refuerzan la solidaridad de las protagonistas. Ellas también están presas en ese mundo que describen como “la ley de la selva” y saben bien que todas las autoridades gubernamentales hacen la vista gorda ante la precariedad de un sistema viciado por la corrupción donde solo el dinero marca la diferencia. Frente a ello, la unión es la única salida. Allí está Bibi para sostener a las más jóvenes a partir de su larga experiencia. Ella también tiene una historia y a partir de ella entendemos que, más allá de la persistencia y la esperanza, existe un vínculo un tanto enfermizo con ese lugar al que acude todos los días. Una vez más, asoma un discurso implícito. Una vez más se destacan esas zonas ambiguas que tan bien construye el documental con su registro observacional. Un tercer elemento es notable: la capacidad para aislar ese microcosmos retratado a tal punto que se difuminen las fronteras con el afuera. Desde el comienzo una secuencia de imágenes difusas borronea el marco referencial geográfico hasta que advertimos la llegada de un micro de larga distancia al lugar. Es de noche y recién al amanecer iniciaremos el viaje con ellas hacia los bordes del Penal, hacia la casa de Bibi o al almacén de Emilio, todos espacios encapsulados porque no tienen autonomía en tanto y en cuanto son funcionales a esas visitas que marcan todos los movimientos en esa parte de Sierra Chica. Sin alteraciones dramáticas contaminantes, el seguimiento trabaja sobre una duración suficiente para mirar y leer más allá de las imágenes. Pero para lograr lo anterior hay que saber, y Colás sabe cómo involucrarse y llevar a cabo una experiencia de rodaje a través de la cual ganarse la confianza y el respeto mutuo con sus personajes. Esto obedece a una ética que nunca reemplaza el factor humano por la mera curiosidad o la experimentación. No se trata del intelectual que “baja” a ese otro mundo para ver qué pasa, sino de un realizador comprometido (expresión anacrónica para muchos del mundillo cinematográfico progre) que comparte, reconoce y hace visible un saber, producto de la exclusión, pero que jamás esconde su riqueza. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Pude ser feliz y estoy en vida muriendo y entre lágrimas viviendo el pasaje más horrendo de este drama sin final. “Sombras nada más”, José María Contursi Vivi recibe un mensaje de una mujer que acaba de pasar su contacto a una conocida en busca de algún techo que la reciba en Sierra Chica, al interior de la provincia de Buenos Aires. Los micros llegan hasta el pueblo. El Gallego atiende, vende, limpia, hace chistes y vuelve a vender, retando a la que dejó a su bebé solo arriba de una mesa. Todo servicio que brinda su almacén -desde la red wifi hasta los baños, el enchufe para cargar el celular, la planchita y el espacio para guardar los objetos personales- son pensados como un negocio. Pero no es el único que hace negocios aquí sino que desde las empresas de transporte hasta el Servicio Penitenciario cada uno, en menor o mayor medida, saca su tajada. Mientras tanto las mujeres esperan hasta poder entrar a ver a sus seres queridos, pasan la noche entre sonrisas que de a ratos se borran para abrirle paso al silencio.
La visita: Pero el amor es más fuerte. Luego de su paso por BAFICI, se estrenó el nuevo documental de Jorge Colás, que se dedica a mostrar las historias de mujeres atravesadas por el dolor, la bronca, el amor y el deseo. 500 mujeres llegan todos los fines de semana al pueblo de Sierra Chica, ubicado a 350 km de Buenos Aires, para visitar a los presos de la Unidad Penal n° 2, que aloja a unos 4000 detenidos, distribuidos en distintos pabellones. Es una de las cárceles más famosas del país y, por ello, ha servido de material para varias películas, aunque “La visita” es completamente diferente y eso ya es un loable mérito. El documental se centra en los visitantes, esas mujeres que todos los fines de semana visitan a sus familiares en prisión. Desde el amanecer, llegan solas o con sus pequeños hijos y nietos, como pueden, en bus, caminando, en remis… Todas ansiosas por ingresar. El almacén del “gallego” es el punto de encuentro antes de la visita. Ese peculiar personaje, dueño del establecimiento, hace las veces de “padrino mágico” de estas mujeres que ahí cargan sus celulares, guardan sus bolsos, se planchan el pelo y compran la comida para compartir dentro del penal. Esa solidaridad, obviamente remunerada porque de eso vive el gallego, es sumamente preciada por las chicas que hacen chistes con él y se sienten contenidas por un ratito. Bibi es LA protagonista de la película, por así decirlo. Fiel militante del cuidado de su marido, un preso reincidente, dejó su Santa Fe para ir a vivir a una humilde casa en Sierra Chica para poder estar más cerca de su amado. Su solidaridad y calidez matan las ausencias, convirtiendo su propia casa en una pensión para esas chicas y mujeres, todas distintas, con diferentes historias de vida pero la misma ilusión de ver a su ser querido. Entre ellas, se aconsejan, se acompañan, hay algunas que enseñan a otras la forma de comportarse en lo que respecta al sistema penitenciario, o cómo maquillarse o peinarse para verse más bonitas en sus visitas. Colás ya tiene una importante trayectoria con documentales que llaman la atención por su cercanía con la ficción, por lograr que el espectador se olvide que está viendo la vida misma y piense, aunque sea por un rato, que se trata de una historia fantástica que el director creó. Así logra una belleza inusual en este subgénero de documentales sobre temas tan miserables y tristes, como la marginalidad social, tanto en “Parador Retiro” (2008), en “Los pibes” (2015) y ahora, con “La visita”. La cámara no se entromete en la vida de las mujeres, sólo muestra discretamente cómo suceden las cosas, las actividades y los diálogos, sin intentar castigarlas ni justificar uno u otro pensamiento, porque claro, entre ellas también hay formas de ver y pensar muy disímiles, aunque todas sienten el mismo dolor, la misma incertidumbre. Además de esta silenciosa mirada, hay algunas entrevistas para conocer más datos sobre esas valientes mujeres. “La visita” es una película imperdible dada la novedosa mirada sobre el mundo que rodea a las cárceles. Justamente, Colás se dedica exclusivamente a quienes visitan el penal, cómo viven esos momentos de ilusión, espera y ansiedad esperando la próxima vez que vayan a ver a su ser querido, pero sin acudir a los golpes bajos. Todo es el afuera. El interior del penal queda excluido. La narración llega hasta los muros de la cárcel, no va más allá. Y eso se agradece mucho, da un aire fresco a los documentales y dan ganas de esperar el próximo de este exitoso director.
El otro lado Con su habitual rigor documentalista, Jorge Leandro Colás retrata la vida de las mujeres que visitan los fines de semana el penal de Sierra Chica. El bus llega como todas las noches a un paraje desolado, alumbrado por luces de sodio, rodeado por calles de tierra y casas bajas, caminos anchos. El lugar ostenta cierto esmero en las viviendas, humildes pero prolijas. Todas menos la casa de Bibi, que habrá de recibir a algunas de las personas que viajan en este bus. Adentro del colectivo hay caras de tedio, somnolencia, como si las mujeres estuvieran sometidas a una rutina, laboral o forzada, de algún tipo. La cámara, que no deja fotografiar cada escenario pequeño, como un picaflor, muestra vagamente un cartel que asoma a un costado de la ruta, un deíctico de lugar: Sierra Chica. Hay un almacén, atendido por un solo hombre, medio pelado y panzón, tan rutinario en su trato como las visitas. Las mujeres empiezan su vida dentro de ese pequeño poblado. Visitan a Bibi, hablan trivialidades, van al almacén a cargar su celular, a dejar bolsos con comida, a usar el baño. Por cada requerimiento, Emilio, el almacenero, obtendrá una remuneración. Al día siguiente hacen cola en un reducto alambrado, van pasando de a turnos, torpemente. Recién entonces, al minuto 20, la cámara muestra un presidio tiznado por la niebla: es el penal de Sierra Chica, al que estas mujeres pugnan por entrar. Jorge Leandro Colás está acostumbrado a retratar situaciones de marginalidad con un profundo respeto por sus protagonistas. Lo hizo con los jugadores de las inferiores de Boca en Los pibes y, aún con más precisión, con la vida de los sin techo en Parador Retiro. En el caso de La visita (que fue presentada en el último Bafici), el registro es tan minucioso, calculado, delicado, que se vuelve una pequeña proeza dentro del género documental. Colás jamás muestra lo que ocurre puertas adentro del presidio, que se muestra en las lejanías, tenebroso como los planos distantes del castillo de Drácula en los viejos films de la Hammer. Todo su trabajo de hormiga transcurre en la periferia. Esas vidas que la ficción siempre presentó semiocultas tras un vidrio, al otro lado del correccional, acá se transforman en foco, en un mundo con peso propio, un universo con sus reglas, sus penurias, sus anhelos y sus obligaciones. “Me gustaría visitar un penal de mujeres, a ver si los hombres hacen lo mismo por sus parejas”, le dice una mujer a otra, mientras caminan, de espaldas a la cámara, en dirección al correccional. ¿Qué buscan esas mujeres, en su periplo de cada fin de semana? Hay una fidelidad a prueba de balas, por descontado, pero el documental mostrará que hay mucho más que eso. La visita fue rodada en invierno, y la mayoría de las escenas ocurren de noche. Quizá la adversidad del clima haya sido elegida para subrayar la naturaleza indomable de estas mujeres, pero al mismo tiempo le otorga a la mayoría de las escenas un matiz melancólico, crepuscular, plagado de connotaciones. Al inicio, las imágenes de la ruta desde el micro, con los autos que pasan retocados por computadora, le dan al film un cariz experimental, el preludio de que se verá algo diferente. Y las mujeres que descienden de los micros, cargando bolsos, en tinieblas, dan la sensación de una actividad clandestina, de algo que se arma a espaldas del mundo. Lo mismo ocurre con los llamados telefónicos que recibe Bibi en su celular, pidiendo alojamiento, armando una agenda, con cierto confort nocturno entre los bártulos apilados de su pequeña habitación. Rodada probablemente en el invierno de 2018, uno de los más crudos de los últimos años, las mujeres dan cuenta del potente frío, protegen a sus hijos. El ambiente hace aún más intensa la idea de una traslación crónica, regular, pero que no deja en algún punto de ser también una aventura. Colás estructura el documental bajo dos ejes, dos personajes-lugar que dan cabida a sus crónicas. Por un lado está Emilio, el despensero, a quien las mujeres llaman con cierto desdén el Gallego. Personaje de unos cincuenta años, Emilio no tiene acento español, pero tiene el local atiborrado de banderines y pósters que hacen alusión a España; él también es, de algún modo, un desclasado, un extranjero. Es también el personaje que le da cierto tinte de ficción al documental: Emilio acaba siendo el malo de la película. A sus clientas las trata con desidia cuando no con sarcasmo, y les provee de todo, desde cargas de celular hasta el uso del baño, siempre a costa de un precio. Este proceder fenicio le gana la antipatía de sus clientas, que no obstante quedan cautivas de su comercio, en este universo cerrado. En las antípodas de Emilio está Bibi, quien ejerce un emprendimiento solidario. Años atrás, cansada de hacer el periplo habitual, ella decidió establecerse en Sierra Chica para estar cerca de su marido, y también para dar hospedaje a amigas o mujeres necesitadas. Bibi es el símbolo de la confraternidad, y es al mismo tiempo quien da voz al documental. Colás se limita a mostrar y dejar hablar. En la voz de Bibi se reúnen las voces del resto; son sus pedidos de comprensión, de un trato más digno y justo, los que constituyen el mensaje ulterior de La visita. Pero nunca como un pedido, nunca como un reclamo. Ese es el forte de Colás, su estampa de crack, su capacidad de decirlo todo sin forzar nada, con una extraña poesía que está ahí lista, sólo para ser recogida por la cámara.
Este documental, sito en Sierra Chica, nos lleva a reflexionar sobre lo que sucede de los muros de un penal hacia afuera. Puntualmente alrededor de esa familia que visita a sus seres queridos detenidos y consume el servicio que ofrecen kioscos, bares y pensiones de la zona aledaña que trabajan exclusivamente para ellos. La curiosidad inicial del documentalista Leandro Javier Colas despierta el interés en este singular circuito generado, poniendo el énfasis en la microeconomía que se genera en Sierra Chica, en los kilómetros a la redonda que se extienden alrededor del penal, con estos pequeños locales y comercios que trabajan, elogiosa, pura y exclusivamente, con la gente que va a visitar a sus familiares. Este acercamiento nos muestra a un grupo de mujeres, familiares de los allí detenidos, que va tejiendo sus lazos solidarios para atravesar un difícil momento, legándonos la herencia transformadora de una realidad que pocas veces fuera registrada. Reconstruir este espacio familiar dentro de un lugar hostil resulta la intención fundamental del documental “La Visita”, allí trasciende la historia de esas familias. El trabajo de investigación de Jorge Leandro Colas nos inserta en un penal inmenso, superpoblado; abundando sobre una temática que tiene que ver con lo carcelario, un tema que en consonancia han abordado ficciones, pero -en este caso- bajo una óptica sumamente peculiar. Observamos gente que va a visitar a sus familiares detenidos y está atravesando un momento crítico en su vida, empatizamos con ellos. Mujeres que cargan con estigmas como la discriminación: existe una mirada del pueblo, en rigor, puntual sobre ellas y que no escapa al prejuicio social. “La Visita” nos hace partícipes de historias íntimas que cuentan la esencia del sufrimiento que atraviesan estas mujeres yendo a visitar a sus familiares detenidos, también el fenómeno peculiar que se genera alrededor del penal: una especie de microeconomía funcional a estas visitas. Una pequeña gran historia digna de ser contada.