Una vida de película Una vez más, agradecemos a las distribuidoras independientes su compromiso y valentía para estrenar esa clase de películas tan poco convencionales como excelentes. La directora belga Agnès Varda tampoco se ajusta a la imagen tradicional de una mujer de 80 años. Con plena vitalidad y lucidez, realizó una autobiografía muy particular, con la creatividad y espíritu de aventura con los cuales siempre desarrolló su cine. Varda dice que si algún paisaje o geografía la representa, elige las playas para hablar de sí misma: el mar como memoria, evocador del origen y de la vida, que siempre recomienza. Ella se involucra directamente en ese viaje al pasado, recreando situaciones de su historia a lo largo de casi una centuria. Las playas de Agnès son las playas del norte de Bélgica donde transcurrió su infancia, las del Mediterráneo en Sète donde filmó su primera película, La pointe courte, y las de California donde vivió unos años con el amor de su vida, su marido y colega Jacques Demy. Varda nos propone entrar en una “reverie”, una situación imaginaria y de ensueño, en la cual ficcionaliza situaciones y escenas de su vida, combinándolas con rescates de imágenes de sus films, fotografías, escenas en la actualidad, a veces con la compañía de Jane Birkin. Evocar su vida implica recorrer la historia de la cultura europea a lo largo del siglo XX. Desde las clases de Gaston Bachelard, sus inicios como fotógrafa y su admirado recuerdo de Jean Vilar, pasando por su participación en la Nouvelle Vague junto a Alain Resnais, que ofició de montajista en su primer film, a Jean-Luc Godard, bajo cuyo influjo realizó Cléo de 5 a 7, o junto a Demy, cuyas películas también son evocadas. Es curioso ver actores famosos en su juventud, como Philippe Noiret en su debut, o un jovencísimo y ya iracundo Gérard Depardieu, o a la bellísima Catherine Deneuve. La directora desborda aún hoy una notable energía cuando evoca sus luchas por los principios feministas y pacifistas, cuando recorre las playas cuajadas de espejos duplicadores de la imagen, cuando muestra el amor por su familia y por sus películas. La melancolía también está siempre presente, ya porque casi todos sus evocados han muerto -y muy notablemente, se siente el peso de la ausencia de Demy, en 1990-, ya por el caracter testamentario del relato. En sus extraordinarios films-ensayo Los espigadores y la espigadora, y Cinévardaphoto, Varda ya se había valido de la primera persona en el documental, de los deslizamientos entre realidad y ficción y de los cruces temporales como recursos que aquí explora al extremo, construyendo su bricolage -o puzzle, como dice ella- sobre las formas de la memoria. Y se vale para hacerlo de las muchas posibilidades que brinda el cine. El surrealismo sobrevuela el film, tanto en la recreación de escenas -s muy graciosa la oficina de producción que monta en las calles de Montmartre como si fuera una playa- como en la puesta en escena de los amantes de Magritte o la recreación de los gatos de Chris Marker. En fin, se trata de un recorrido riquísimo donde nunca falta el humor, con un ventarrón de vitalidad de parte de una veterana que todavía tiene mucho para decir.
Mi vida dentro del cine Las playas de Agnès (Les Plages D’Agnès, 2008) es un autorretrato en formato documental que la veterana realizadora Agnès Varda decide hacer sobre su vida al cumplir ochenta años de edad. Siempre implementando la imaginación artística, el film propone un repaso por sus películas y su vida personal que, según ella, van de la mano. Agnès Varda (Sin techo ni Ley) acaba de cumplir ochenta años, motivo que le sugiere hacer un repaso narrativo de su vida y obra. En ella estarán presentes sus películas, su marido Jacques Demy y los lugares que visitó y le proporcionaron distintas experiencias de vida. Pero considerada la abuela de la Novelle Vague, esta octogenaria realizadora no construye un documental tradicional sino un experimento visual que hace gala de su labor de cineasta, funcionando como un broche de oro hacia su obra. "Si se buscara dentro de la gente, se encontrarían paisajes. Si se buscara en mí, encontrarían playas". Esta es la primera incursión de la realizadora belga a cámara, que funciona como prólogo de la película en cuestión. Allí propone el espacio y el sonido a partir del cual narrará sus vicisitudes. Porque hay que empezar desde algún lugar y para Agnès Varda[ ese lugar son las playas. En la playa comienza a narrar su historia y es ahí mismo donde empieza un juego con la representación, entre espejos, fotografías y fragmentos de sus films, todo fusionado de manera tal que se entrecrucen los recuerdos con las sensaciones experimentadas cinematográficamente. Y no es casual para alguien que siempre tuvo una mirada artística del mundo, que recorrió lugares conociendo gente con una polaroid en la mano e hizo video instalaciones luego de que algún hecho dramático irrumpa en su vida. La muerte de su marido, las películas que no fueron, su experiencia en Hollywood, su presencia en la lucha feminista, sus pasos artísticos mediante instalaciones y, por supuesto, sus películas; son los retazos de una vida cinematográfica. Sin embargo Las playas de Agnès es una película no tradicional pero que mantiene el carácter experimental de su realizadora, siempre sin perder la emoción y el placer de aquellos momentos memorables de una vida dedicada al cine.
Autorretrato de una artista única La directora Agnès Varda presenta su historia con un deslumbrante collage Enamorada de la vida y del cine, Agnès Varda contagia ese sentimiento en este deslumbrante collage de recuerdos, emociones y sensaciones que es a la vez denso y grácil, reflexivo y ligero, sincero y conmovedor. Quiere entregarnos su autorretrato -que, necesariamente, tiene que ser polifacético y cambiante como su obra; desbordar inventiva, y transitar con total libertad los caminos expresivos más diversos- y al mismo tiempo se propone, buscadora incansable, hallar una forma puramente cinematográfica para resumir una vida entera y todo lo que ha concurrido para que ésta haya sido lo que es. La impulsan el ojo alerta y el espíritu perceptivo y abierto que ha definido siempre su relación con las cosas del mundo y de los hombres. Un interés que mantiene despierto aun en los años altos -tenía casi 80 cuando concibió esta joya- y que se manifiesta a cada rato en el viaje por la memoria cuyo aleatorio recorrido depende menos de la cronología que de la libre asociación. Los materiales que emplea para armar el multicolor mosaico (rompecabezas o patchwork, como se prefiera) son muchos y heterogéneos: fotografías y trozos de films que evocan a los amigos, improvisaciones, escenificaciones extravagantes y llenas de humor, visitas a los lugares donde vivió o filmó, registros de sus viajes, reencuentros conmovedores (como con la familia de Jean Vilar, o con los que fueron sus actores en La pointe courte hace 55 años), además de sus palabras, muchas veces en off, recordando a los seres queridos que las imágenes rescatan: Gérard Philipe, Jim Morrison, Alexander Calder, Zalman King. O Chris Marker, que prefiere interrogarla con la voz alterada y el aspecto de Guillaume-in-Egypt, su gato de cartoon. Un sector colmado de emoción pero no de sentimentalismo (todo el film rezuma ese pudor y esa delicadeza) le corresponde a Jacques Demy, que fue marido, colega y amigo hasta su muerte, en 1990. Otras imágenes perdurables (hay muchísimas) la muestran sobre el final bailando a la orilla del mar con sus hijos y nietos o entre las paredes de su casa de cine, una suerte de instalación playera que la espigadora armó con escenas descartadas de sus films. Está claro que Agnès Varda ha vivido en el cine y no oculta su placer. Importa señalar que no hace falta conocer al personaje ni haber visto sus films para que el autorretrato (de especial atractivo para los cinéfilos) seduzca: cualquier vida puede ser apasionante, y en este caso se trata de una muy bien vivida. Resulta imposible resumir ocho décadas de ricas experiencias y más de medio siglo de quehacer artístico en pocas palabras. Varda, sin embargo, logra el prodigio de convertirlas en 110 minutos de puro cine colmado de lirismo, sinceridad y emoción. Su querible presencia es decisiva para que el gusto de vivir se contagie a la platea.
Escenas frente al mar Crítica "Las playas de Agnès" A los 80, la mítica realizadora Agnès Varda recorre su vida con magia, humor y sensibilidad. Antes que hablar de autobiografía onírica o de "celebración del cine", como definió la propia directora a esta película, hay que decir que Las playas de Agnès está hecha con el material de las evocaciones, de los sueños y la poesía. Además: con herramientas como la creatividad, la libertad, la vitalidad y la frescura: en un grado inusual para alguien de 80 años. Agnès Varda, apodada la abuelita de la Nouvelle Vague, da una nueva lección de cine lúdico, lírico, que no condesciende a la mera melancolía, sino que apuesta a los cambios de tono, a la fragmentación -mecanismo de la memoria-, al traspaso de la ficción a la realidad y viceversa, a sus siempre asombrosas puestas en escena, el humor e incluso la saludable falta de temor al ridículo. Varda, ante todo, no se postula como moderna: lo sigue siendo, lo es, lo sería involuntariamente. Rodeada de un equipo joven al que adora, experta en instalaciones, demuestra su imaginación -inagotable, envidiable, vanguardista- en cada secuencia. Y a la vez, a través de un maravilloso montaje, logra hilvanar cada una de estas perlas. El hilo conductor es el mar. El del norte de Bélgica, la patria de su infancia; el del Mediterráneo, donde filmó su primera película; el de California, junto al que fue feliz, de un modo efímero, como se suele ser feliz, con el realizador Jacques Demy, amor de su vida, muerto en 1990, aunque omnipresente. Varda habla a cámara mientras camina hacia atrás. Varda recuerda su vida, pero aclara que le importan las de los otros, que por eso hizo cine. Varda evoca a los muertos queridos, a la casa de su infancia, a tiempos de oro para el arte, aunque siempre, siempre, elude la nostalgia. Combina fragmentos de sus películas, instalaciones, backstage del documental y puestas -recreaciones- muy novedosas. Y así, con calidez e ingenio, nos arrastra por gran parte de la cultura europea del siglo XX. Allí están los fantasmas de los grandes directores y actores de la Nouvelle Vague; allí las imágenes Gérard Depardieu y Harrison Ford casi adolescentes; allí los juegos con la obra de Magritte; las fotografías antiguas; las padres muertos; el amor por las películas y los viajes; el amparo de la amistad; los hijos y nietos bailando, de blanco, en un lento atardecer de verano, junto a la rompiente: pequeña, gran redención, igual que el cine. El recuerdo de Demy (Los paraguas de Cherburgo) sobrevuela este filme felizmente inclasificable. Lo vemos junto a una ventana que enmarca al océano, diciendo que le gusta el mar. "Tal vez soy como él, un poco azul, un poco gris". Volvemos a verlo mucho después, ya enfermo, sobre la arena, observando un porvenir que no compartirá. Estos datos podrían dar cuenta de un documental melancólico. Pero Las playas... es mucho más. Incluso podría decirse que es lo contrario: una película sobre la alegría de haber vivido y seguir haciéndolo. En una secuencia, Varda reúne a una pareja que lleva casi medio siglo junta. Luego la filma alejándose, dejando en la arena las huellas de unas sillas que arrastra. Esas huellas, como las otras, se borrarán pronto. Agnès, sin embargo, declama su envidia por ese amor perdurable. Habría que envidiarla también a ella: por su talento para crear, para saber vivir, para hacer obras tan maravillosas.
Autorretrato en invierno Que Varda pueda contar su vida de la manera más natural, sin presumir de nada, apelando a extractos de sus propios films de ficción como documentos familiares, es lo que hace de Les plages d’Agnès una obra tan original como entretenida y emocionante. ¿Cómo hacer un autorretrato en cine? La historia de la pintura es pródiga en obras maestras en las que el artista se refleja a sí mismo, como objeto de su propia curiosidad, o quizá para dejar constancia del inclemente paso del tiempo. Por su propia naturaleza, que tiende antes a la narración que a la reflexión, el cine nunca le prestó demasiada atención a esta posibilidad, salvo un par de grandes nombres, como Federico Fellini, que en 8 y ½ (1963) se animó a comparar a su set de filmación con una excéntrica carpa de circo, plagada de extraños ejemplares, empezando por el propio maestro de ceremonias. Siguiendo su estilo, mucho más sobrio y reconcentrado, Jean-Luc Godard hizo JLG/JLG-autoportrait de décembre (1995), donde se preguntaba por el grado de viabilidad del autorretrato en el cine y la relación de su medio de expresión con otras disciplinas de la historia del arte, particularmente la pintura. Y ahora, con la libertad que siempre tuvo pero potenciada por el desprejuicio que le dan sus 80 años, Agnès Varda, considerada “la abuela de la nouvelle vague”, propone Las playas de Agnès, un repaso muy subjetivo de su vida y de su obra, que es sin duda enorme y apasionante, en los más diversos campos. Concebido a partir de la idea del autorretrato pero sin un guión previo demasiado estricto, con ese estilo derivativo que hizo de Les Glaneurs et la glaneuse (2000) una obra maestra, Varda arranca lo que ella llama su reverie, su ensueño, su fantasía, desde las playas de su infancia, en la costa belga, donde puebla la arena de espejos y recuerdos, como si fuera una instalación. Lo hace con humor y con gracia –toda la película tiene este tono bien humorado–, aprovecha para presentar a su muy joven equipo en cámara, pero ella misma se da cuenta de que aunque los nombres de esos balnearios son música para sus oídos, nada va a encontrar allí salvo su punto de partida. Y no tarda en partir hacia otros rumbos, otras playas. Caminando como un cangrejo, de espaldas, como si fuera el pasado el que acude a ella, Varda recuerda a su padre de origen griego y a su madre francesa, el éxodo ante la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial y el refugio en un pequeño puerto pesquero francés del Mediterráneo, Sète, donde la familia vivió en un pequeño bote amarrado al muelle. Allí, Varda filmaría en 1954 su primer largo, el extraordinario La Pointe-Courte, un film de referencia para las nuevas generaciones de entonces, rodado casi sin recursos y con una gran libertad estructural, en la que se permitía confundir la ficción con el documental. Pero como la misma Varda va recapitulando –a la manera de una abuela dicharachera y excéntrica que les cuenta a sus nietos anécdotas y personajes de su vida–, la joven egresada de la Escuela de Fotografía de París ya había sido convocada en 1947 por el gran Jean Vilar, fundador del mítico Théâtre National Populaire (TNP), para registrar a su vez la experiencia del Festival de Avignon, con los más grandes actores de la escena de entonces: Gérard Philipe, Germaine Montero, María Casares... Sin abandonar nunca su pasión por la fotografía y el teatro, Varda encontraría, sin embargo, su verdadero hogar en el cine, cuando gracias a una gestión de Jean-Luc Godard (a quien ahora en su autorretrato ella agradece, con una extraña foto en la que se le ven sus ojos tímidos, quizá por primera vez sin sus eternos anteojos oscuros) pudo filmar Cleo de 5 a 7 (1962), apenas después de que Jacques Demy, el gran amor de su vida, se iniciara con la célebre Lola (1961). Pero Varda no estuvo solamente en los cimientos de la nouvelle vague, sino también –como fotógrafa– en 1957 en la China maoísta, en 1962 en el apogeo de la Revolución Cubana, en el despertar del hippismo en California (cuando acompañó a Jacques Demy a su aventura hollywoodense) y en las luchas más duras del feminismo de Francia, enfrentándose incluso con la Iglesia y la policía por el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo. Mientras, no dejaba de filmar y de hacerse amigos: Jim Morrison de un lado del Atlántico y Jane Birkin y Serge Gainsbourg del otro. Que Varda pueda contar todas estas historias de la manera más natural, sin presumir de nada, apelando a extractos de sus propios films de ficción como documentos de su propia vida familiar, es lo que hace de Les plages d’Agnès un film no sólo original, sino también tan entretenido como emocionante.
Las vidas de Agnes Varda Las playas de Agnes resulta doblemente fascinante. Por un lado se trata de un relato autobiográfico de la ya mítica Agnes Varda, lo que equivale a decir que la película atraerá por su contenido: una perspectiva interna de la vida de esta artista y de las personas con las que vivió y convivió, su acercamiento al cine, su contacto con la Nouvelle Vague, su vida junto a Jacques Demy. Una película para cinéfilos y para todo aquel que esté más o menos interesado por la historia del cine y del arte. Por otro lado, Las playas de Agnes constituye un experimento formal atractivo por sí mismo. Si bien sigue el esquema biográfico, con una línea cronológica, presentación de material de archivo y demás, las libertades con las que Varda maneja su obra la acercan más al ensayo que a otra cosa. Hay momentos de pura reflexión (cinematográfica). Hay momentos de representación de eventos pasados con autos de cartón y oficinas armadas en una calle de París sobre la arena. La propia Varda habla constantemente, a veces desde la voz en off y muchas veces directamente a cámara, gesticulando de formas extrañas. No hay nada claro o sencillo, la película no intenta generar la ilusión de un tiempo recuperado. Sí hay fotos, fragmentos de películas, alguna entrevista escasa. Pero también hay un gato hecho con una animación muy rudimentaria que representa a Chris Marker. Al comienzo la película llega incluso a reflexionar sobre sí misma, cuando vemos a Varda dirigir sobre una playa la puesta en escena de una serie de espejos en los que la veremos reflejada y que reproducen, según nos dice ella misma, la forma de lo que vamos a ver. Si bien el objetivo es siempre muy claro (la autobiografía), Las playas de Agnes se parece por momentos a una confesión en primera persona y, por otros, a una reflexión sobre el cine mismo. Todo esto (y mucho más) cabe dentro de la figura de Varda, que no deja de presentársenos frente y detrás de cámara. Dentro de todo esto, llegan pequeños momentos maravillosos, como cuando Harrison Ford recuerda que fue rechazado en un estudio como protagonista de una película de Demy porque consideraron que no tendría futuro dentro de la industria, la narración terriblemente conmovedora de los últimos momentos de Demy, el registro del cumpleaños número 80 de Varda, el pequeño paréntesis dedicado a la historia de amor de una pareja que siempre vivió junto a la playa. Varda recorre los lugares en los que vivió, los espacios en los que filmó sus películas, el patio de su casa, su vida, su historia, la historia del cine, la historia de Francia. Siempre escuchamos su voz, su tono, su humor, su calidez. El gran personaje de esta película es ella, un personaje al que le creeríamos cualquier cosa.
Realizar un documental autobiográfico es un gran desafío, tanto personal como profesional. Por un lado, debe llevarse a cabo en un momento importante de la vida del realizador, donde el pasado sea valioso a tal punto de quererlo compartir con los cientos o miles de eventuales espectadores. Desde el punto de vista cinematográfico, el director tiene que desnudar no solo su vida en la pantalla, sino que su ideología, pensamiento y parecer estético con el correr de los fotogramas. Tal proeza es lograda con exquisita delicadeza en Las Playas de Agnès, donde Agnès Varda nos invita a mirar sus vivencias a través de sus ojos llenos de arte. La protagonista es una inquietante personalidad. Ya con su peculiar peinado, la forma de caminar y la constante alegría que muestra a sus histriónicos ochenta años. Conocida en un principio por sus trabajos fotográficos, la artista fue un referente del impresionismo en pleno apogeo artístico francés. Más tarde, sintió la necesidad de trasladar sus imágenes al movimiento que proporciona el cine. Dirigió, escribió y produjo más de cuarenta trabajos, algunos en los que coqueteó con el mercado estadounidense. La forma en que su vida es contada es, en su mayoría, cronológica. La película inicia con la puesta en escena de una playa, donde sobre la arena yacen numerosos espejos que reflejan inequívocamente al mar. “Si se buscara dentro de la gente, se encontrarían paisajes; si se buscara en mí, encontrarían playas”, es la primera reflexión que dice y explica el escenario principal de la historia. Lo original es la forma en que se adapta esa orilla a diversas etapas de su vida, donde veremos desde una decena de chicos jugando hasta un espectáculo circense. Así, sucesivamente, se van repasando las historias de su infancia, las maritales, familiares y profesionales. Cuando se adentra profundamente en su trayectoria, el filme desacelera el interesante ritmo que llevaba adelante, cuando se empiezan a dar demasiados detalles sobre proyectos y, sobre todo, políticos, colegas, actores y estrenos. Información interesante, claro, pero contada de una manera que desarticula el relato. El mayor merito que logra Varda es transmitir su candidez humana en todo momento. Una película autobiográfica no podría ser tan alegre, inspiradora y apasionada por el arte y los suyos sin una persona que responda a todas esas cualidades. Es por eso que, si uno ve esta historia de vida, es posible que haya conocido con bastante cercanía a Agnès, sin importar la brecha generacional o los kilómetros que separen a la realizadora de la audiencia.
Documental autobiográfico de la artista/directora Agnes Varda que según sus palabras, presenta su “interior” reflejado en playas. Como recuento de su vida, desde su infancia, estudios, obras, su relación junto al director fallecido Jacques Demy, el film desborda originalidad gracias a su magnífica puesta en escena – tomas con espejos a orillas del mar, paseos por su ciudad natal, recorridos por los lugares donde ocurrieron acontecimientos importantes de su vida - y la gran fuente de información de la que Varda con sus 80 años recuerda, afirma y aporta en material fotográfico y filmaciones caseras. Es notable como sus recuerdos se mantiene vigentes, sus acotaciones, remarques y conversaciones. Al asimilar la información que Varda imprime en fílmico uno puede intuir que estamos en presencia de una artista nata, sin haber estudiado cine, sin ser cinéfila, su forma de expresarse en diversos ámbitos artísticos, mediante instalaciones, fotografìa, pintura, y cine. Varda, no sólo limita el documental a sus trabajos sino revisa sus lazos familiares y conyugales también, es notoria la falta de Demy en su vida, una ida temprana con una desagradable enfermedad, el consuelo y apego a sus nietos. Cronológicamente la vemos altercando vivencias con actores como Noiret, Depardieu o Denueve. Su importancia y participación en el movimiento original de la Nouvelle Vague junto a Godard, Truffaut, Rivette, Rohmer, Chabrol o Melville.
Dos o tres cosas que sé de ella. Para qué andar con vueltas. Agnès Varda es la más grande directora de todos los tiempos. Con ochenta abriles y más de cuarenta películas encima, sigue filmando con una admirable libertad. Varda confía en la capacidad de registro de su cámara, filma sin rodeos y se deja sorprender por lo que tiene delante del objetivo. Su sentido agudo de los poderes del cine le permite desplegar las costuras de cada proyecto, las elecciones e intuiciones que crean una complicidad generosa y feliz con el espectador. El estreno comercial (y en fílmico) de su última película es un lujo al que no estamos acostumbrados. Con una escena de Las playas de Agnès podemos resumir toda su obra: tomando al pie de la letra uno de los slogans del mayo francés, la directora bloquea por dos días la calle Daguerre, vuelca toneladas de arena y hace una playa sobre el asfalto para instalar ahí una oficina con sus colaboradores haciendo su rutina en traje de baño. El cine de Varda es la prodigiosa combinación de un proyecto ambicioso, el trabajo artesanal y la obstinación con la que logra concretar sus ideas más locas. En otro momento de la película, la realizadora sostiene con una mano una cámara DV que filma su otra mano a punto de escribir. Un acto de creación doble y al mismo tiempo una reflexión sobre la revolución digital que le facilita explorar los límites de la imagen cinematográfica, abordando con su pequeña cámara el universo de las exposiciones de arte contemporáneo, las instalaciones y las proyecciones en video. Vivir su vida. Agnès Varda emprende su autobiografía, desenrolla las memorias de su infancia en Bruselas mientras disfruta de su presente condición de abuela rodeada de niños, revela sus comienzos profesionales con las fotografías de plató en el Festival de Aviñón o nos sumerge en su última exposición en la Fundación Cartier (donde más que exponer se apropia del lugar). La película avanza entre ensueños y vagabundeos, tomando de a poco un extraño espesor, una gran densidad que no le impide, sin embargo, cambiar de registro con una ligereza que asombra. La puesta en escena se despega rápidamente de la reconstrucción, exhibiendo su rodaje y liberándose mediante diversos dispositivos con marcos, espejos, trajes y decorados. Esta suerte de búsqueda improvisada llega al límite del desconcierto cuando la directora visita la casa de su infancia y encuentra a un señor apasionado por los trenes, que dinamita en un instante el matiz nostálgico de la película. Histoire(s) du cinéma. Cada plano lleva el rastro de un encuentro. Parte de la felicidad que provocan estas playas reside en la posibilidad de volver a visitar grandes películas, nos podemos (re)encontrar con el Godard burlesco de Cléo de 5 a 7 o con un Harrison Ford desconocido en los ensayos de Model Shop. Varda abre sus puertas, busca en sus cajones y aparecen Chris Marker escondido detrás de una foto de su gato, Jane Birkin y Laura Betti en plan Laurel y Hardy o Jim Morrison tirado en el pasto presenciando el rodaje de Piel de asno. En sus múltiples paréntesis y digresiones la película nos muestra a Agnès en China en 1957, en Norteamérica en la época de la guerra de Vietnam o en Cuba con Fidel, sus luchas feministas y sus años de psicodelia. Pero la directora apuesta siempre a quebrar el tono y evita tanto la complacencia como la solemnidad. Incluso cuando aparece Jacques Demy, el gran amor y la gran herida de su vida, el tacto de Varda hace que su tristeza no resulte grave. Las playas de Agnès es una película emotiva, vital, lúdica y pudorosa, en la que las obras y las memorias de Varda se funden con discreta elegancia.
Como las ondas del mar que con las olas llevan y traen historias, la directora belga nos invita a este viaje de ensueño donde se propone autoretratarse en diferentes aspectos de su vida, que llegan como reflejos de un espejo que se autorrefleja: entre la memoria y la representación; entre la vitalidad y el desparpajo; entre el cine y la fotografía donde aparecen los momentos importantes como las playas, la China de Mao, la Cuba revolucionaria, el flower power y la figura excluyente de su esposo Jaques Demy, quien junto a su familia se hace acreedor de este legado cinematográfico de una creatividad desbordante al punto de cautivar...
Las playas de Agnès, de la veterana Agnès Varda (Cléo de 5 a 7, Sin techo ni ley, entre muchas otras) tiene una estructura arborescente, fragmentaria, tan digresiva como enfocada y con no pocas derivas y no pocos reencauces sorprendentes. Varda revisa su vida, la vida de la segunda mitad del siglo XX (Varda nació en 1938), su vida con su marido Jacques Demy (el de la obra maestra Los paraguas de Cherburgo, y el de la imprescindible Lola), sus amores, sus preferencias, sus reflejos, sus fotografías (Varda es también una gran fotógrafa). Las playas de Agnès es una celebración inteligente de la vida y del arte, de las playas, de los espejos, una película abierta que necesita espectadores abiertos, que puedan emocionarse allí donde conecten con la carismática Varda y no que se emocionen con momentos prefabricados. Las playas de Agnès es justamente lo contrario de lo prefabricado, es la demostración de que el mejor cine es el que busca nuevos ángulos para eso que ya conocemos, tanto del cine como de la vida. O sea, no se la pierdan.
A los 81 años, con el mismo corte de pelo que lucía en los '60, Agnès Varda reconstruye buena parte de su vida con la poesía que acompañó siempre sus películas. Empieza recorriendo las playas de la infancia en su Bélgica natal, barridas por el viento del Mar del Norte, fuera de temporada. Desfilan familiares, vecinos y fantasmas entrañables. La casa de los años tiernos, los bravos días de la Ocupación, la discriminación racial, Jean Vilar y su teatro Nacional y Popular. Los primeros cortos artesanales, la Nouvelle Vague, “Cleo de 5 a 7”, “La felicidad”, el redescubrimiento del cine. Jacques Demy, el amor correspondido, los viajes a Cuba, a China, la guerra de Vietnam, los movimientos feministas. Un irreconocible Gérard Depardieu muy jovencito recorriendo las márgenes del Sena como un clochard. Una mirada honda a ese tiempo en que todo parecía posible. Varda no se recuesta en la nostalgia, pero sabe que fue testigo y protagonista de unos años maravillosos e irrepetibles.
Celebración. Y a mucha honra La palabra celebración, tiene mala prensa, más si se la une a la palabra vida, celebración de la vida y eso suena como un estruendo a las tres de la mañana, pero que otra cosa se puede decir de la última película de Las playas de Agnés, si no que es una celebración, no solo de de la vida, además de su vida y del cine mismo. Desde el inició del film, cuando juega con espejos frente al mar produciendo un instalación plástica que réplica infinitas olas y cielos, mientras explica que cree que si a un hombre se lo abre aparece un paisaje y su paisaje son las playas. Desde allí queda formulada la línea directriz del film, que recorrerá, la vida de la directora desde su infancia en Bélgica, hasta la celebración con sus vecinos de sus ochenta años. Sin duda en la vida de Agnés, como en todas las vidas, no todo fue celebraciones, vivir en la Francia ocupada y presenciar como la policía francesa detenía niños judíos para depórtalos a los campos de concentración, hasta la enfermedad y muerte de su marido, el cineasta Jacques Demy, pero todo configuro a esta mujer y artista extraordinaria, que a los ochenta años nos regala una maravillosa obra de arte: su vida. Con imágenes de sus film, Agnés recrea su propia vida y explica algunos secretos de sus historias, transita playas lejanas y próximas, celebra encuentros con amigos celebre o no tanto, sus muestras fotográficas o como artista plástica en la Bienal de Venecia. Agnés despliega en ciento diez minutos, una vida que tardarán años en ser estudiada y analizada. Lo dicho Las playas de Agnés, es una celebración de una vida muy digna de ser celebrada.
Vista en Buenos Aires en el Bafici 2009, y vuelta a ver en Pantalla Pinamar 2010, llega al gran público porteño, finalmente, la última película de la directora belga Agnés Varda. Estamos ante una película inolvidable. Su vista puede resultar mucho más fructífera si se han visto los hitos fundamentales de su directora, pero si no, el producto es tan potente que no importa, sirve aunque no se tenga el punto de partida original de cada recuerdo. Porque en este caso se trata de una autobiografía tan poética, que la película se transforma en un documental intervenido por la voluntad estetizante de su directora. Como puede suceder con la búsqueda proustiana de A la recherche... no hace falta haber vivido lo que se narra y se muestra para seguir la historia y deleitarnos en el fluir del relato, la sensibilidad de una manera particularísima de percibir el mundo, la reflexión sobre las relaciones afectivas y la búsqueda de un proyecto estético personal y vital. Las playas son el suelo en donde el mar avanza y se retira sin nunca quedar inmóvil. Es una excelente metáfora para pensar los recuerdos de una mujer que ha pensado la vida en movimiento, atravesada por su profesión temprana: la fotografía. Caminando para atrás en las playas de su infancia; recorriendo Sète, Venice Beach, Noirmourtier y hasta haciendo su propia playa en Paris; navegando el Sena en un botecito; con sus dos gatos, uno real, Tamaris, uno de figuritas, Chris Marker. De la mano con Jacques Demy. Sentada frente al mar, dirigiéndolo. Clavando espejos en la arena, que reflejan a sus colaboradores y compañeros, porque al decir de ella misma "un retrato se hace de muchas personas". Con su pelo de dos colores. Disfrazada de papa. La vida es un movimiento de mareas que nos marcan. En el caso de esta artista, con pleamares sumamente productivas. En sus 82 años ha filmado más de 30 películas, obteniendo un León de Oro en Venecia en 1985 por Vagabonde, Sans toit ni loi, (Sin techo ni ley). Así mismo ha realizado instalaciones y expuesto sus obras como fotógrafa y artista integral. En 1977 funda la productora Tamaris, junto a su marido, el también director de cine Jacques Demy. Su primera película, La Pointe courte (1954) muestra la crisis de una pareja que se reencuentra (¡en una playa!). Su planteo formal, la tensión de la cámara que aparece desde lugares insólitos, los planos de ambos protagonistas de frente y perfil superpuestos, el lenguaje poético, la reflexión sobre la comunicación amorosa, recuerdan hitos posteriores del cine de Alain Resnais, como Hiroshima Mon Amour o El año pasado en Marienbad. Es considerada por algunos investigadores la primera película de la Nouvelle Vague, aunque por esas cosas no se la haya visto como su directora merecería. Otra película distintiva del sello Vardá es Cleo de 5 a 7. Todo sucederá en dos horas claves en la vida de una mujer. Una caminante parisina que sumamos a la historia de los flaneures fílmicos con los que el cine vino, un siglo después, a provocar nuevas entre imágenes con la poesía de Baudelaire. La escena del taller de esculturas es compleja y sutil. Deja ver qué clase de directora se está mostrando. Agnes Varda imbrinca de una manera sumamente personal la producción política y la estética. Dueña de un perfil bajísimo al lado de Demy, esta artista ha registrado desde la vivencia directa grandes hechos históricos del siglo XX (la revolución cubana, la revolución china, la revolución de las mujeres) que quedaron en sus películas, siendo su lucha principal el cine. Y de esa lucha principal da cuenta el gran homenaje que completa para Demy, Jacquot de Nantes, donde recrea su infancia en la segunda guerra, y su amor por el cine, con esa fuerte imaginación y ese juego plástico con los títeres, los decorados y las escenografías. Finalmente, digamos que su recolocación actual entre las jóvenes generaciones viene de la mano de su producción documental Los espigadores y la espigadora, y Los espigadores y la espigadora dos años después, películas ambas que sintetizan y disparan aspectos de la conexión entre el arte contemporáneo y las prácticas sociales. Justamente es la mayor tensión de Varda, la de mostrar que es imposible autonomizar las esferas y pensar la producción de subjetividad desde un campo que se llame cine o se llame arte sin al mismo tiempo estar afirmando una existencia particular en una historia precisa. Así, se afirma el indisoluble entretejido de ambas instancias en la vida cotidiana desde un planteo relacional que descubre cuánto de producción estética hay en la afirmación cotidiana de la subsistencia y cuánto de praxis transformadora de la vida hay en la búsqueda poética más personal. Filmografía de Agnés Varda La Pointe-Courte (1955) L'opéra-mouffe (1958) La cocotte d'azur (1958) Du côté de la côte (1958) O saisons, ô châteaux (1958) Les fiancés du pont Mac Donald ou (Méfiez-vous des lunettes noires) (1961) Cléo de 5 à 7 (1962) Salut les cubains (1963) Elsa la rose (1965) Le bonheur (1965) Les créatures (1966) Oncle Yanco, Loin du Vietnam (1967) Black Panthers (1968) Lions Love (1969) Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe (1975) Plaisir d'amour en Iran (1976) Daguerréotypes (1976) L'une chante, l'autre pas (1977) Mur murs (1981) Documenteur (1981) Ulysse (1982) Les dites cariatides (1984) Sans toit ni loi (1985) T'as de beaux escaliers tu sais (1986) Kung-fu master! (1988) Jane B. par Agnès V. (1988) Jacquot de Nantes (1991) Les demoiselles ont eu 25 ans (1993) Les cent et une nuits de Simon Cinéma (1995) L'univers de Jacques Demy (1995) Les demoiselles de Rochefort (1967) Les glaneurs et la glaneuse (2000) Le lion volatil (2003) Ydessa, les ours et etc. (2004) Cinévardaphoto (2004) Quelques veuves de Noirmoutier (2006) Les plages d'Agnès (2008?. Premios recibidos: Premio Méliès, por Cléo de 5 à 7, 1961; León de Bronce, el Festival de Venecia, por Salut les Cubains, 1964; Premio Louis Delluc, David Selznick Award, y Oso de Plata, Festival de Berlín , para Le Bonheur, 1966; Primer Premio, Oberhausen, por Panteras Negras, 1968; Gran Premio, Taormina, por L'Une chante, l'autre pas, 1977; César Award, por Ulysse, 1984; León de Oro, Festival de Venecia, Premio Melies, y Película Extranjera, Mejor de Los Angeles Film Critics.
Una vida Agnès Varda no es sólo una gran directora y una parte activa de la cultura mundial, sino una lúcida mujer que reflexiona sobre el arte y la humanidad (el feminismo, el aborto, las minorías, la política, etc). ¿Cómo se despliega la memoria? ¿Cómo aparecen y se muestran los recuerdos? Caminando para atrás, pero con la vista siempre al frente, parece querer decirnos Agnès Varda en su último film. Autorretrato (¿) sobre su vida, Las playas de Agnès permite que su directora cuente sus 80 años intensamente vividos pero sin recurrir a la remanida nostalgia de que todo tiempo pasado fue mejor sino con la clara convicción de que todavía hay mucho por delante, aunque las ausencias se sientan cotidianamente. Volver a los lugares donde se ha vivido e interesarse más por los nuevos habitantes que por los viejos rincones, regresar a los sitios donde se ha filmado para ver a los jóvenes de ayer convertidos en mayores. Historia que nos constituye pero que se actualiza cada día. Viajes, festivales, películas, fotos, amigos, amor (la omnipresencia de Jacques Demy) se entrelazan, fragmentaria y emotivamente, -más por asociación libre y enumeración caótica que por lineal cronología-, para construir ante nuestros ojos una vida, mientras su protagonista, una abuela moderna (“la abuela de la nouvelle vague”), relata todo lo hecho con una naturalidad y una poesía asombrosas. Agnès Varda no es sólo una gran directora y una parte activa de la cultura francesa (y mundial), sino, y por encima de todo, una lúcida mujer que reflexiona sobre el arte, sobre los modos de producción y las formas estilísticas, sobre la humanidad (el feminismo, el aborto, las minorías, la política, etc.) sin que convierta al filme en un pastiche posmoderno o un ladrillo de tesis filosóficas indigeribles y aburridas. Y su primera persona (tanto en enunciación como en exposición en cámara) jamás se vuelve un yo atormentado o insufrible de egotismo, sino al contrario, una necesaria e insoslayable presencia conmovedora. Máquina pensante que no se detiene nunca y máquina deseante que se mantiene viva y actual. Los mismos recursos formales empleados en el desarrollo de la película lo demuestran (fotos, cine, videos, performances, instalaciones) ensamblados en un montaje natural y fluido. Bella y productiva metáfora la de la playa como locus propicio para la evocación. Posibilidad del descanso y del tiempo libre para pensar(se). Agua y arena que se escurren de entre las manos, y que resultan la evidente dificultad de la sustentación, de la fijeza eterna de las cosas. Volatilidad y solidez como características contradictorias pero reales de la materia que conforma el recuerdo. Un grano de arena, una gota de agua. Comunes, indistinguibles. Sólo un ojo que se pose sobre ellos los volverá únicos. He ahí la capacidad de un artista.
AUTORRETRATO La octogenaria y legendaria realizadora nacida Agnès Varda realiza aquí un bello y luminoso documental donde repasa su propia vida. A su extraordinaria sensibilidad y gusto por la belleza, hay que sumarle una compleja habilidad para generar muchos significados a partir de un film de apariencia sencilla. Desde el Renacimiento, el autorretrato adquiere un carácter central en la Historia del Arte. Los artistas se toman sí mismos como objeto, para reivindicar el lugar que empiezan a ocupar. La búsqueda de nuevos desafíos, los empuja a autoafirmarse a través del estudio de su propia figura. Las playas de Agnès se plantea como un caso particular de “autorretrato cinematográfico”. Se trata de una película que da cuenta de un profundo trabajo de análisis, de una búsqueda que, si bien se acerca al género retrato, no intenta simplemente plasmar la imagen de la propia artista (Agnès Varda, directora de Cleo de 5 a 7, Sin techo ni ley, Los espigadores y la espigadora), sino que sale al encuentro de señales, de reflejos cambiantes y contradictorios: de las múltiples preguntas que conforman una subjetividad. También es posible afirmar que se trata de una película-ensayo-del retrato, una “obra” en donde el ensamblaje de imágenes y momentos de la vida y la mente de Agnès Varda, invita a reflexionar acerca de la difícil tarea de capturarse y registrarse a sí misma. En el inicio, la directora realiza una distinción tan simple como esencial: aclara que su identidad surge de los demás, del encuentro y el intercambio con otras personas, con otras subjetividades. El acercamiento a su entorno actual y pasado, la descripción de diversos estados de ánimos, los viejos registros fotográficos y cinematográficos rescatados, las reflexiones en voz alta son objeto de cuestionamientos constantes… la primera intención de la película parecería ser, más que celebrarse o reivindicarse, activar y despabilar la mente a partir de diferentes encuentros y cruces, mirar a los demás para verse a sí misma. De modo que, para congregar los recuerdos, las idas y vueltas en el tiempo y los diversos formatos que utiliza (animaciones, fotografías, entrevistas, recreaciones, instalaciones, pantallas divididas, etc., etc.), toma como espacio disparador la playa. Un escenario amplio, de horizontes infinitos, de atemporalidad, paisaje de los colores grisáceos y azulados con los que se identificaba el mismísimo Jacques Demy, su compañero de ruta (el director quizá “más abiertamente feliz y calmo de la Nueva Ola”, como ella misma dice). En este sentido, una de las tantas imágenes impactantes que fabrica Varda es una instalación de distintos espejos enterrados en la arena. Una disposición de diversas superficies brillantes para constituir un juego de reflejos que reenvíen su imagen y la de su equipo técnico y sus cámaras de un espejo a otro, donde el movimiento de los diferentes marcos desestabilice la tranquilidad y pasividad del espectador. Lo que logra Varda es sorprendente por su simpleza, su lucidez y belleza. Hace estallar la superficie del plano, poblándolo de elementos, superponiendo y recortando antiguas fotografías, multiplicando los encuadres, usando la profundidad de campo, jugando con el foco y el zoom, suturando, con su voz emotiva y su silueta orgullosamente avejentada, imágenes tan sencillas como potentes. Entonces, podríamos decir que Agnès Varda erige este autorretrato no sólo en los otros sino también en su propia inquietud, en su pensamiento sobre la vida y el cine. Ejemplo de esto es el momento en que se acerca a su infancia y explica abiertamente que esa etapa de su vida no la interpela en absoluto. Siente que su niñez no la inspira ni la estructura: si bien es parte de su vida, no la ha configurado. Pero, como decíamos, su curiosidad, sus reflexiones que brotan sin freno ni pausa, se instalan y la llevan a realizar un ejercicio, una prueba. De pronto se pregunta: ¿Qué pasa si intento rehacer esas lejanas escenas inmortalizadas por las fotografías? ¿Qué implica o qué significa? La breve respuesta que da es brillante: darles vida a las estampas de su niñez implica un juego, es encarar una producción y una alineación de elementos que conforman nada más y nada menos que una imagen cinematográfica. Las playas de Agnès es una película que exhala amor por las imágenes, que dispara reflexiones y dudas genuinas, al mismo tiempo que muestra la vida luminosa de una realizadora única. Si vamos un poco más atrás en la Historia del Arte, podemos encontrar un esbozo de autorretrato en la puerta del templo de Apolo en Delfos. Allí, se dice, estaban inscritas las palabras “Conócete a ti mismo”. Esta exhortación de los dioses de la antigua Grecia parecería ser leída en voz alta por Varda en cada imagen de Las playas. Su última película rescata la honestidad personal y la humildad hacia los demás como imprescindibles, ponderando al cine como arte del registro. Su imaginación inagotable celebra (¡a los ochenta años!) la belleza del mundo.
Sorprendente, mágico y provocador El documental de la integrante de la Nouvelle Vague remite desde el título a los paisajes interiores que habitan las almas. La imaginación de la directora se va potenciando, minuto a minuto, con sus observaciones filosóficas, poéticas. Vi por primera vez Cleo de 5 a 7 en la sala en la hoy funciona la Fundación Astengo, entonces el cine Odeón. Fue a principios de los 60. Por lo menos así lo recuerdo. Pero lo que puedo afirmar es que este primer largometraje de Agnès Varda pasó a ser exhibido posteriormente en varios circuitos alternativos, tales como Cine Club Rosario, Grupo 65 o bien Arteón. Junto a mi amado Truffaut, Godard, Chabrol y otros de la cinematografía de entonces, el nombre de Agnès Varda, compañera de vida y de profesión de Jacques Demy, comenzaba a darse a conocer desde su profesión de fotógrafa y realizadora. Eran los años de la Nouvelle Vague. Y este es uno de los capítulos que aborda este conmovedor y fascinante autorretrato que se nos brinda hoy en el film de su autoría Las playas de Agnès, título que nos remite a los paisajes interiores que habitan nuestras almas. Y en particular, en lo que nos lleva al mundo de esta creadora, el nombre del film se conecta con páginas de una autobiografía que se va armando como un continuo collage de imágenes y voces que van estableciendo su propio periplo temporal. Cleo de 5 a 7, film del que se ofrecen reflexiones y pasajes en el estreno de esta semana, marcaba ya esa elección estética que caracterizará su obra, la que se irá construyendo desde una mirada documental y una fuerte subjetivización de lo narrado. En este film, que transcurre en las horas de la tarde de un 21 de junio del 61, ese día en el que comienza el verano, una mujer espera impaciente el resultado de un diagnóstico y en esa espera (narrada en tiempo real) visita a un tarotista y mantiene una relación con un joven soldado a punto de partir para Argelia. Las playas de Agnès nos invita a descubrir a través de fotografías y secuencias fílmicas, recuerdos de la infancia y adolescencia de la protagonista. Van asomando ante nuestros ojos momentos que se presentan con el mismo despertar de las pinturas de Magritte, en un juego permanente de evocaciones que va reuniendo en una danza a todas las artes. La capacidad imaginativa de Agnès Varda se va potenciando, minuto a minuto, con sus observaciones filosóficas, poéticas. Y allí siempre está el rostro, la presencia, las manos de su amado Jacques Demy. Junto a sus hijos, Mathieu y Rosalie, la Varda hace resplandecer en sensaciones sus propias playas de la memoria, orillando encuentros y proyectos, dejando que el tiempo transcurra; pero capturando la profundidad de cada instante. Con sus ochenta años, Agnès Varda recuerda a sus compañeros de ruta de entonces, sus viajes a China a fines de los años 50 y a Cuba en los primeros años de la revolución castrista, cuando anidaba la promesa. Al mirar la cámara, desde su voz que nos acerca familiarmente a su mundo íntimo, que se va desocultando desde una puesta en escena que no cesa, la Varda va rememorando momentos conflictivos de la historia de un pueblo y aspectos confidenciales de su propio diario, que se va recreando desde sus propias elecciones, gustos, preferencias. Feminista, la vemos allí manifestando y formando parte de los que se atrevieron a soñar y vivir el amor libre. En su viaje a Estados Unidos, junto a su adorado Jacques y sus pequeños hijos, se nos abren vivencias de los años del hippismo, de los movimientos de lucha pacifistas y de las protestas de los Panteras Negras. El film de Agnès Varda se vuelve pura memoria histórica fusionando historia colectiva con vida personal y familiar. Desde su pesada figura, bamboleante por momentos, con su paso lento, Agnes Varda nos propone permanentemente una incursión lúdica y crítica en los años de una autobiografía que va dejando huellas, las de la creación artística, las del compromiso, las de un legado que se mueve como la luz de un faro que ilumina los días vividos y los que aún puede llegar a recorrer. Hay algo de ingenuidad en sus actos de creatividad y al mismo tiempo una sutil ironía que permiten encontrar en su figura un lugar de síntesis de diferentes saberes. Pero no sólo estamos ante un autorretrato, que desde su primera persona asume un tono confesional, sino ante un permanente ensayo sobre diferentes maneras de pensar y proponer la actividad artística. Las playas de Agnes es un film sorprendente, mágico, así lo vivencio y necesito transmitirlo. Es un film que provoca, que nos interroga, que nos lleva a recuperar una mirada de asombro, a conectarnos con nuestra vocación y nuestros sueños. Y en el film de la Varda, hoy ya con sus ochenta y dos años, colorido y deslumbrante; por momentos melancólico, siempre seguirá presente el nombre de su amado Jacques Demy. ¿Cómo no recordar entonces, una vez más, la melodía de Los paraguas de Cherburgo?
MI VIDA EN FOTOGRAMAS Una de las grandes películas del año no ha sido lo suficientemente valorada por las nuevas generaciones de cinéfilo y críticos, a pesar de ser un film sólido y libre “¿Qué es el cine?”, se pregunta Agnès Varda, el único miembro femenino de la Nouvelle Vague, cuando su película-autorretrato está a punto de culminar. Su respuesta es una cita oblicua al padre de la crítica cinematográfica, André Bazin: “La luz que viene de algún lado capturada por imágenes, algo oscuras y coloridas”. Y agrega, en una casa improvisada cuyas paredes están formadas por películas descartables de 35 mm: “Aquí, me siento como si hubiera vivido en el cine, que el cine es mi hogar. Pienso que siempre viví en él”. Para los hijos del cinematógrafo del siglo XX es inevitable yuxtaponer sus historias personales con la Historia del cine (y del siglo), pues acaso el cine ha sido desde un principio un suplemento de la memoria (individual y colectiva). Tras dos homenajes recientes en el festival de Guadalajara y en el último festival de Cannes, la octogenaria realizadora, una auténtica espigadora con una cámara, selecciona materiales diversos (recuerdos de su infancia, escenas de sus películas, fotografías propias, pinturas, instalaciones, material de archivo) e intenta hilar una narración sobre su propia vida. Sus playas, el paisaje que se encontraría si se pudiera ver en su interior, son los recuerdos que, como queda establecido en la primera escena, son espejos sostenidos por otros para poder reconocerse. Aquí, la metáfora del cine como un espejo de conocimiento alcanza su apoteosis. La vida de Varda está atravesada por el siglo XX, y sus amistades e intereses son un buen ejemplo: la constitución del cine moderno, la Segunda Guerra Mundial, Vietnam, la Revolución Cubana, los movimientos libertarios de la década del ’60, Jim Morrison, Chris Marker, Godard, (al que se lo ve sin anteojos), Jane Birkin y tantos otros constituyen la materia de sus memorias. Un buen segmento de la película gira en torno a su marido, el cineasta Jacques Demy, a quien Varda sigue amando, a pesar de su muerte temprana, de lo que se predican algunos interrogantes sobre el modelo matrimonial de la pareja. Este biopic documental es indirectamente un ensayo sobre cómo constituir una existencia singular en obra de arte. El barroco lúdico de la puesta en escena y el narcisismo inocuo de la artista no deberían distraernos del espíritu libertario del filme. Las playas de Agnès no es otra cosa que la película de una persona libre.
La singular vida de una vanguardista narrada por ella misma Agnés Varda, presenta un nuevo documental desarrollado en el lenguaje de la Nouvelle Vague, corriente cinematográfica de la que ella es considerada referente. Sin embargo su estilo es particular y sus temáticas también lo son. Esta vez el tema es su propia vida profesional al cumplir 80 años de edad y 56 como cineasta. En los primeros minutos de esta obra, la impronta de Varda ya es evidente, a las largas secuencias estáticas (características de la Nouvelle Vague) ella le agrega la belleza visual, con colores casi saturados y “un toque” de movimiento de mar y viento, y el agregado de una música creada por Joana Bruzdowicz que más que incidental es inductiva, como lo fueron las composiciones de Wolfang A Mozart que la realizadora utilizó cuando filmó “La Felicidad” (1964). Y precisamente de esa obra y de algunas otras de las realizaciones de su autoría (justo término para esta corriente cinematográfica francesa) se ven fragmentos en esta autobiografía. También se ven varias escenas de los trabajos de Jacques Demy, importantísimo cineasta francés del que Agnés Varda es viuda y en este documental, que data de 2008, revela sorpresivamente cuál fue la causa de la muerte de su marido, terminando de esta manera con las especulaciones que la prensa amarilla mundial hizo durante 18 años. Desfilan por la pantalla fragmentos de trabajos realizados por Catherine Deneuve, Philipe Noiret, Jane Birkin, Gerard Depardieu, Jean-Claude Druot y hasta Mathieu Demy, su hijo, todos bajo las órdenes tanto de Varda como de Jacques Demy. En la primera mitad de esta realización conocemos a las personas que la rodearon en su infancia, y también a quienes rodean en la actualidad a su autora, y a partir de la segunda parte nos interiorizamos de la manera que ella y su marido filmaban, triunfaban, ganaban premios y también fracasaban...Pero ella no menciona en ningún momento que las estadísticas de la cinematografía francesa indican que sus fracasos siempre fueron más de crítica que de número de espectadores convocados. Este documental, de excelente ritmo y amenidad, pareciera especialmente hecho para cinéfilos que encontrarán elementos para reconsiderar la trayectoria cinematográfica de ésta realizadora, y quizá para que los críticos argentinas puedan revaluarla. Calificación: Muy buena. (Carlos Herrera). * * * * * * * * * * Información complementaria Agnès Varda y la Nouvelle Vague La Nouvelle Vague (Nueva Ola), corriente cinematográfica francesa, surge cuando en la segunda mitad de la década de los 50´ algunos críticos de la revista “Cahiers du cinema” quienes también habían trabajado como guionistas, impulsados por su director André Bazin, y por los bajos costos de filmación en las nuevas (para ese entonces) cámaras Super8 se convierten en cineastas. Esta corriente de cine se impone cuando en el Festival de Cannes de 1959 Truffaut y Resnais obtienen los máximos galardones de la Muestra. Las características del lenguaje de estos realizadores son el blanco y negro, los colores saturados, los planos estáticos y temáticas referidas a lo que lo sucede a los personajes en la vida cotidiana sin llegar a profundizar en el pasado de los mismos, por eso los personajes pueden ser tanto feos y desgarbados como Philippe Noiret, Jean Paul Belmodo, Anouk Aimeé o Jeane Moreau, o casi artificialmente lindos como Catherine Deneuve y su hermana Francoise Dorleac o el carismático Alain Delon. Agnés Varda está considerada como la precursora de esta corriente porque su primer largometraje “La pointe courte” de 1954 (no estrenado en la Argentina) ya contiene elementos estilistas que luego fueron usados por los popes de la Nouvelle como Godard, Truffaut, Resnais, Jacques Demy, y posteriormente por, entre otros, Roger Vadim, para mostrar que fuera de la trama principal también ocurrían pequeñísimas cosas sobre las que había que detenerse por formar parte de la vida y del mundo. Los realizadores sumados a este movimiento tenían ideas políticas cercanas a la izquierda y Varda lo evidencia con plenitud en “Sin techo ni ley” (1985), al contar la vida cotidiana de una mujer que vive en las calles parisinas, y por esa obra fue premiada con el Leon de Oro en el Festival de Cine de Venecia. Agnés Varda es autora de ficciones, documentales y documentales ficcionados que suman 48 realizaciones cinematográficas, pero a la Argentina han llegado muy pocas de ellas. “Cleo de 5 a 7” (1962) movilizó a los cinéfilos intelectualoides argentinos que se reunían en el café La Paz y esos buenos comentarios sumados a la visita del protagonista, posibilitaron poco después el rotundo éxito de “La felicidad” (1967) cuando se estrenó en Buenos Aires, y fue el punto de partida para que el público en general tomara en cuenta a esta realizadora francesa y los críticos dejaran rápidamente de preguntarse “esta película ¿qué me quiso decir?” , para detenerse a observar que la vida no sólo pasa por el protagonismo. Agnés, mujer enamorada, realizó “Jacquot de Nantes” (1991), “Les demoiselles on eur 25 ans” (1993), y “L´Universe de Jacques Demy” (1993) para rescatar el legado de Jacques Demy, que había fallecido en 1990. Demy es considerado uno de los más importantes realizadores franceses. Aunque integrante de la Nouvelle Vague, también supo combinar lenguajes y disciplinas para innovar continuamente, así fue como obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes y un gran éxito internacional con “Los paraguas de Cherburgo” (1964), donde conserva el lenguaje de la Nouvelle, como los largos planos de caminatas, y en contraposición a la misma el color supersaturado para incorporar los diálogos cantados y la música (de Michel Legrand) como inductora. A este recurso, cantar los diálogos, lo repitió en “Une chambre en ville” (1985), que no ha sido estrenada en la Argentina. En la filmografía de Jacques Demy hay una característica, los personajes de una obra suelen aparecer en otra, sin que la historia que arrastran sea una secuela ni tampoco incida en la trama posterior.
A Agnès Varda le dicen “la abuelita de la Nouvelle Vague”. Pero sólo le cabe el término por la cantidad de años que tiene. Por lo demás, sigue siendo una de las imaginadoras más jóvenes y gozosas que tiene el cine. “Las playas…” es una especie de autobiografía fílmica, en parte –sí– un documental, y una especie de construcción musical donde los recuerdos y las ideas que recorren la memoria de la realizadora de films como “Cléo de 5 a 7” o “Sin techo ni ley” encuentran un correlato en imágenes llenas de humor y creatividad. Uno de los temas que recorre es la muerte (especialmente la del hombre que amó, Jacques Démy), pero –curiosamente, y este es uno de los mayores valores de “Las playas…”– no hay melancolía ni tristeza en la mirada. Como si todo lo que pasó en su vida, gracias al cine permaneciera vivo y en el presente. “Las playas de Agnès”, con sus olas de recuerdos y juegos, son esa diversión elemental que a veces se escurre como granos de arena.
Autobiografía de todo el mundo El fin de semana deparó para los cinéfilos cordobeses una de esas gratísimas sorpresas que muy de tanto en tanto se dan en las carteleras comerciales de la ciudad: el estreno de la última película de Agnès Varda, una de las fundadoras de la nouvelle vague francesa y cineasta fundamental del siglo XX. Se trata de un verdadero acontecimiento para los amantes del séptimo arte, que igualmente pasó casi desapercibido para los medios locales, por lo que no es difícil aventurar una corta existencia en la cartelera del único complejo que la estreno: el Showcase. Por eso vale destacar la excepción, que durará pocos días: poder ver Las playas de Agnès en las mejores condiciones posibles. Autorretrato fílmico decididamente experimental, documental de carácter reflexivo y heterogéneo, Las playas de Agnès es una película inclasificable, que igual puede describirse como una autobiografía íntima de la propia cineasta que como una emocionante reflexión sobre el siglo XX, la memoria, el paso del tiempo, el arte y la existencia, todo esto en una muy particular armonía. Y es que el signo distintivo de Las playas de Agnès es la libertad absoluta de Varda, su autora, que se permite reproducir en la forma de la película los procesos de la memoria: la fragmentación, el calidoscopio, el collage, o incluso la inventiva, la recreación artística. “Los recuerdos son como moscas volando en el aire”, sostiene la propia Varda en la película, formada por fragmentos de recuerdos, recreaciones y registros reales de su vida, fantasías, anécdotas de sus contemporáneos y vecinos anónimos, y la Historia con H mayúscula, todo enlazado de manera libre y juguetona, con un sentido del humor sutil e irónico, que desacraliza las idealizaciones y desecha toda solemnidad. El aparente caos formal no es caprichoso: la intención de Varda es ser fiel a sí misma, y por ello la forma elegida es el collage, la asociación libre, el único modo posible de trasladar su propia subjetividad al cine, de narrarse a sí misma en sus múltiples pasiones, de verse reflejada en los miles de espejos que le devuelve la memoria (como lo sugiere la primera escena, una instalación con espejos en la playa). Así, luego de repasar sin nostalgia una infancia marcada por el exilio y la Segunda Guerra Mundial, Varda se adentrará en una larga vida apasionada, que incluye su temprana incursión en la fotografía, el posterior salto al cine de la mano de Jean-Luc Godard con Cleo de 5 a 7 (1962), su amor legendario con Jacques Demy, las incursiones en la China maoísta, el triunfo de la Revolución Cubana, el despertar del hippismo en California, la batalla contra Vietnam, los Panteras Negras, y luego las luchas del feminismo en Francia, donde esta vez fue una activa protagonista. El repaso, claro, no es lineal ni mucho menos convencional, si bien a sus 80 años Varda pone nuevamente su cuerpo a disposición del cine para hacerse centro, cohesionar los retazos, y darle una particular coherencia narrativa al relato. Pero la libertad (estética, narrativa y conceptual) es siempre norma: por eso, se detiene cuanto le place en el recuerdo de sus amigos -tanto famosos (Godard, al que muestra sin lentes, Jim Morrison, Jane Birkin y hasta Chris Marker, que aparece representado por un gato de dibujo) como anónimos (sus vecinos de barrio, o los niños protagonistas de sus primeras películas, hoy adultos)-, o en el gran amor de su vida, Demy, al que dedica gran parte del filme. Acaso la intención de Varda sea narrarse a sí misma a través de los otros, y por eso resulta significativo el espacio dedicado a personas desconocidas para el público: como en casi toda su obra (basta recordar Daguerrotipos, 1977), donde Varda desestimó el cine de gran producción para adentrarse en el pueblo, en la vida de la calle, en las existencias anónimas. Esa visión política y filosófica sigue vigente aquí, y acaso vale la pena citar a la propia directora para cerrar el comentario: “Alguien, después de ver la película, me recordó una novela de Gertrude Stein, que se llamaba Autobiografía de todo el mundo. Me sentiría muy feliz de que lo mismo pudiera decirse de mi película”. Por Martín Iparraguirre