Haga clic aquí El nuevo documental del realizador teutónico Werner Herzog explora la evolución cuántica del internet a lo largo de las últimas décadas y la relación simbiótica que ha forjado con la humanidad. Como sus demás documentales, Lo and Behold, Reveries of the Connected World (Lo and Behold, Reveries of the Connected World, 2016) es más un ejercicio lúdico que didáctico. Herzog posee una inagotable fascinación por casi cualquier cosa - volcanes, osos grizzli, aviadores, cavernas, la pena de muerte, accidentes de tránsito, espejismos - y en su sabiduría es capaz de capturar el aspecto sublime y patético de cualquier tema. Nunca va al mensaje obvio o la verdad absoluta, está más interesado en contagiar entusiasmo por aquello que cotidianamente damos por sentado. Lo and Behold, Reveries of the Connected World hace un repaso de la historia del internet, la cual presenta paralelismos interesantes con la de la humanidad. Dividido en diez capítulos, el film va desde la prehistoria de las computadoras monolíticas, pasando por la aparición de inteligencia primitiva, la edad oscura del miedo y la superstición (los peligros de la interconectividad), un renacimiento artístico y científico (Elon Musk es uno de los entrevistados) y eventualmente la inquietante era de la autosuficiencia tecnológica. Herzog no está ni a favor ni en contra de las nuevas tecnologías, y su documental intenta cubrir la amplitud de la experiencia humana: desde algunos de los “pioneros del internet” a ingenieros robóticos, matemáticos, inventores, astrónomos, gamers, hackers, adictos y abstemios. El recorrido de Herzog lo lleva a lugares tan inusitados como un hogar permanentemente enlutado por la humillación cibernética de uno de sus miembros, un centro de rehabilitación para viciosos, un laboratorio donde unos robots juegan futbol… por cada nueva parada Herzog ramifica su búsqueda en veinte nuevas direcciones, quizás en imitación de la narrativa hipertextual de la red, siempre deseoso de abarcar más. Esto suena a megalomanía pero el objeto de la película, en definitiva, es demostrar cuan innumerables son las formas en las que la experiencia humana se ha visto irrevocablemente alterada por nuestra simbiosis con el internet a medida que vamos depositando partes de nosotros en la realidad virtual (y cómo una inteligencia artificial con plena conciencia es posible, eventualmente, en la medida en que un error cometido por una máquina es asimilado por todas las demás - algo patentemente imposible para el ser humano). Lo and Behold, Reveries of the Connected World es el tipo de película cuyo objetivo es producir en el espectador la mayor cantidad de preguntas posibles más que responderlas.
A los 74 años, el incansable director alemán de clásicos como Fitzcarraldo y Aguirre, la ira de Dios continúa con su producción tanto en el ámbito de la ficción (en 2016 estrenó Salt and Fire) como en sus siempre fascinantes documentales (esta temporada presentó dos). Tras Into the Inferno, trabajo sobre los volcanes que está disponible en Netflix, llega a BAMA Cine Arte este largometraje que explora los orígenes de Internet y cómo el avance de la tecnología ha cambiado para bien y para mal los comportamientos humanos en las últimas décadas. Werner Herzog no sólo es un gran director. Es, esencialmente, una persona curiosa que además sabe preguntar y eso, sobre todo en el terreno del documental, es una de las condiciones fundamentales para que las historias o temas que elige resulten apasionantes. No creo que Lo and Behold, Reveries of the Connected World se ubique entre los mejores trabajos de no ficción de su larga trayectoria pero, aun cuando su estructura sea más convencional que en otras oportunidades (recurre básicamente a testimonios a cámara de expertos en distintas áreas de la tecnología o en el análisis del impacto de las mismas en la dinámica social, así como de víctimas del uso indiscriminado de los nuevos dispositivos y servicios), la película nunca deja de ser atrapante y, en muchos pasajes, fascinante. En el arranque Herzog reconstruye los inicios de Internet y para ello va hasta la UCLA de California donde, en un pequeño salón y con una máquina que hoy parece prehistórica, se inició el 29 de octubre de 1969 una de las revoluciones más importantes de la humanidad. Aquellos pioneros como Leonard Kleinrock y Bob Kahn ofrecen una mirada valiosa sobre cómo soñaron ese invento (incluso con errores) y en lo que se ha convertido hoy gracias a la creatividad (y a la maldad) del hombre. Dividida en 10 episodios y con 30 entrevistas, Lo and Behold, Reveries of the Connected World -un trabajo más apocalíptico que laudatorio sobre la tecnología- expone, a través de la explicación de la astrónoma Lucianne Walkowicz, la posibilidad concreta de que una erupción solar haga caer Internet y, con ello, ponga en serio riesgo la supervivencia humana, cada vez más dependiente de la interconectividad. La película también muestra la vulnerabilidad de la red y de las personas (interesante el testimonio del mítico hacker Kevin Mitnick), así como los descubrimientos de innovadores y visionarios (hoy convertidos en multimillonarios) como Elon Musk. La posibilidad de enviar personas a Marte y estar conectados fácilmente con ellas (el propio Herzog se propone como integrante de una misión al planeta rojo con cámara en mano) ocupa otro de los capítulos. Los cambios morales producto de cambios tan vertiginosos, las profundas diferencias generacionales y los riesgos de la inteligencia artificial son otras cuestiones que Herzog y sus entrevistados analizan con inteligencia. Entre los segmentos más interesantes están aquellos que reflejan a las víctimas de la tecnología. Por ejemplo, los adictos a Internet que han perdido casi todo contacto con el mundo real (han dejado de bañarse, de comer y han puesto en riesgo su vida y la de sus seres queridos); o los habitantes de la comunidad de Green Bank, en West Virginia, que se han refugiado allí por ser uno de los pocos lugares sin antenas de celulares que afecta a quienes tienen sensibilidades especiales frente a las emisiones electromagnéticas. Ese pueblo, al rodear al gigantesco y fundamental telescopio Robert C. Byrd, no puede tener estar “contaminado” por señales externas y, por eso, se ha convertido (un poco como los personajes de A salvo, de Todd Haynes) en el lugar favorito para aquellos que reniegan de toda presencia tecnológica. Otro de los pequeños grandes hallazgos de ese buceador de historias y excelso narrador que es el infatigable Werner Herzog.
Y se hizo la red Un axioma reza que no hay tema poco interesante para abarcar, el problema reside en encontrar los caminos para que sea atractivo o lo suficientemente perturbador para generar en el interlocutor un cambio de percepción sobre la realidad. Tal vez, Werner Herzog conserve esa capacidad hasta que decida no volver a filmar documentales. Su pasión por conocer lo no conocido es directamente proporcional a sus planteos ante todos los saberes con los que se cruza. Se vale de la incertidumbre y de la intuición para marcar la guía de sus diarios de viaje, porque son eso los documentales de Herzog: asombrosos diarios de viaje. No tiene problema en exponer sus inquietudes ante cámara, no tiene pruritos en expresar un pensamiento o una reflexión lúcida para marcar coordenadas diferentes en cada espacio que decide captar con su cámara. Gran preguntador, podría ser uno de los pilares que encierran al personaje de Werner Herzog, despojado de la persona. También, la sensación constante de seguridad en los pasos que pretende compartir con el espectador. Por todo ello, y fiel a la idea narrativa de un hipertexto con hipervínculos, la travesía propuesta en este nuevo opus Lo and behold: Ensueño de un mundo conectado (2016) se interconecta con la gran pregunta que por suerte no aparece al comienzo: ¿podrá Internet soñar con Internet? La referencia directa a Blade Runner (1982), donde la pregunta estaba orientada al sueño de los androides, es el primer eje de incertidumbre que en estos diez capítulos abren los hipervínculos mencionados al comienzo. No por cronología sencillamente, sino por un rumbo posible entre tantos otros, el documental busca abarcar todos los fenómenos relacionados con la interconectividad; con los paradigmas de la Internet como el elemento que ha revolucionado las relaciones del ser humano; con luces y sombras por algo que se desconoce aún, desde el punto de vista de sus potenciales. La prehistoria de Internet lo lleva a Herzog a tomar contacto con los pioneros, lo ancla en términos conceptuales a una década en que todo se dio vuelta en relación a la comunicación entre computadoras. Y, en ese sentido, los planteos futuros para encontrarle un propósito mayor a la red de redes. Desde ese preámbulo, con la problemática de la internconectividad a cuestas, se desprenden diferentes capítulos atravesados por las ventajas y desventajas del ingobernable monstruo. Por ejemplo, el centro de rehabilitación para adictos a la Internet, en contraste a los avances en inteligencia artificial y robótica (robots que juegan al fútbol, vehículos que se manejan solos y que aprenden de los errores en el tránsito para no repetirlos), para así arribar en zonas difusas como los hackers, la privacidad y la peligrosidad de manejar una herramienta de comunicación poderosísima y con efecto impredecible. Sin embargo, los cuestionamientos no obedecen a una posición tomada por parte del director de La cueva de los sueños olvidados (2010), porque el sentido de su viaje no apunta al didactismo o al juicio valorativo sobre usos y abusos de las redes, pero sí a la acumulación de información, de testimonios de expertos, pero también del encuentro con gente que padece el fenómeno de las conexiones y la interdependencia. Así las cosas, Lo and behold… cumple con creces los objetivos de contagiar las ganas por conocer y por aventurarse a un universo de preguntas difíciles pero apasionantes y necesarias, para sacar alguna conclusión en un manto de desinformación, especulación y manipulación del conocimiento y de las maneras de transmitirlo.
El director alemán Werner Herzog es una especie de leyenda viva. Y muy activa. Este es el sustancioso documental que fiilmó guiado por su incansable curiosidad, preguntando y preguntándose sobre Internet, desde los pioneros que la vieron nacer a sus mejores y peores costados en la vida humana actual. Una indagación personal y fascinante para los más interesados en el tema, pero que invita a todos.
Cuando los androides piensan, aman y sueñan El documental desarrolla las infinitas derivaciones, tanto positivas como negativas, de la red de redes y las realidades artificiales que se expanden exponencialmente a través de ella. Es un trabajo de divulgación científica, pero como sólo Herzog es capaz de hacer. En el capítulo titulado “El lado oscuro” aparece un matrimonio que dice que “Internet es el mal absoluto”.En el capítulo titulado “El lado oscuro” aparece un matrimonio que dice que “Internet es el mal absoluto”. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Si ése no hubiera sido el título de la novela más difundida de Philip K. Dick (que dio origen a Blade Runner, la película de Ridley Scott) bien podría haber sido el de Lo and Behold: ensueños de un mundo conectado, el documental de Werner Herzog estrenado en el último Festival de Sundance y que tiene como tema las infinitas derivaciones, tanto positivas como negativas, de la red de redes y las realidades artificiales que se expanden exponencialmente a través de ella. Una vez más, como tantas veces antes, en sus ficciones y en sus documentales, lo que le interesa a Herzog de esta nueva exploración son los sueños. Los sueños de sus entrevistados o de sus personajes (¿se acuerdan de Kaspar Hauser soñando con una caravana en el desierto?), y en este caso de la propia Internet. “¿A esta altura, puede Internet soñar consigo misma?”, le pregunta Herzog a un científico, con su ya característico inglés, teñido por su sombrío acento alemán. Y la respuesta no es muy diferente a la que proponía la novela de anticipación de Philip K. Dick, que por cierto aparece citada de manera literal en el film. No deja de ser una paradoja que Hacia el infierno, el otro documental que Herzog estrenó también este mismo año, se pueda ver actualmente online por la señal Netflix (ver nota aparte), mientras que Ensueños de un mundo conectado, producido por la compañía de ciberseguridad NetScout, sea el que llegue a partir de hoy a la cartelera porteña. Porque si Into the Inferno es lo que los europeos suelen llamar un documental “gran formato”, rodado alrededor del mundo y con impactantes imágenes aéreas de volcanes en erupción, Ensueños... en cambio está claramente concebido para la televisión, con una estructura de diez capítulos y centrado, en esencia, en una serie de entrevistas realizadas entre cuatro paredes. Claro que las entrevistas de Herzog no son, stricto sensu, lo que se diría periodísticas (con lo cual el film se aleja de la idea de “reportaje”) y los entrevistados, como es costumbre en su cine, son peculiares, por decir lo menos. Eso queda claro con el primero de los muchos especialistas consultados, el pionero Leonard Kleinrock, que en medio del sancta sanctorum de la UCLA, allí donde –después de recorrer “unos pasillos repugnantes” (Herzog dixit)– se guarda la histórica computadora que en 1969 envió el primer mensaje a otra, el hombre la emprende a golpes de puño contra la máquina, para probar la fortaleza y durabilidad del producto. Aunque algunos parezcan más sensatos, serenos y centrados que otros, se diría que Herzog siempre encuentra en los científicos –ya sea en los de Encuentros en el fin del mundo (2007) o en los de La cueva de los sueños olvidados (2010)– una cualidad que no suele asociarse con ellos. Son soñadores parece decir Herzog, visionarios capaz de imaginar futuros inimaginables y convertirlos en realidad. O de alcanzar eso que el director alemán ha denominado acerca de su propio cine una “verdad extática”: el éxtasis de la verdad. Muchos de ellos incluso pueden ser tildados de locos, de inadaptados, y fracasan en sus sueños. Pero no por eso Herzog los va a excluir de su film. Todo lo contrario. Allí está para probarlo ese ermitaño que vive recluido en una casa flotante y que para la misma época en que los laboratorios de la UCLA daban el puntapié inicial de lo que hoy conocemos como Internet él pretendía desarrollar un tipo diferente de comunicación universal, a través del agua. Y lo sigue intentando... Eso fue en los comienzos. En el presente, Herzog encuentra todo tipo de desafíos, amenazas y conflictos éticos en Internet y el mundo híper conectado. ¿Qué sería de la belleza del fútbol si en el 2050 unos robots llegaran a jugar mejor que “Messi, Ronaldo y Neymar”? (Parece difícil imaginar a Herzog como aficionado al fútbol, pero es él quien los nombra, mientras expone unos aparatos ridículos y a su simpático creador, que dice amarlos). En el tercer capítulo, titulado “El lado oscuro”, Herzog planta su cámara frente a un matrimonio estadounidense que parece una versión actualizada del de “American Gothic”, el famoso cuadro de Grant Wood. Son ellos quienes declaran que “Internet es el mal absoluto, el Anti-Cristo”. Y tienen sobradas razones para decirlo: su hija murió decapitada en un accidente automovilístico y las fotos filtradas de la investigación forense se viralizaron en la red de un modo morboso, obsceno. “No pensamos que podía haber tanta maldad en el mundo”, afirman horrorizados. Su reverso son quienes viven alegres y felices en una zona de los Estados Unidos sin ningún tipo de conexión que no sea la música country hecha entre vecinos o la conversación cara a cara. Sucede que allí hay un sofisticadísimo laboratorio de radioastronomía, dedicado a captar las más leves señales del universo exterior, y por lo tanto están absolutamente prohibidos Internet y los teléfonos celulares, para no interferir con esa tarea. Y hacia allí se dirigen quienes todavía quieren disfrutar de un mundo analógico. O quienes tienen que hacer una cura de desintoxicación, porque su adicción a la red los empujó al aislamiento y al borde del suicidio. El costado apocalíptico de Herzog, que fue más común en sus comienzos en los años 70 (Todos los enanos empezaron pequeños, Fata Morgana), y que alcanzó algunas cumbres notables, como Lecciones sobre la oscuridad (1992), acerca ese infierno sobre la Tierra que eran los pozos petrolíferos en llamas luego de la guerra de Irak, asoma aquí en el capítulo “El fin de la red”. En él, una geofísica tatuada como para ir a la guerra recuerda que así como el sol es nuestra fuente de vida también puede ser muy destructivo. Y que sus radiaciones, cuando son muy potentes, pueden afectar todas las comunicaciones terrestres, como ya sucedió en 1855, cuando unas erupciones solares incendiaron, literalmente, a los aparatos de telégrafo, la Internet de entonces. Y que sólo es cuestión de esperar a que eso vuelva a suceder. “Y si Internet desaparece, la gente no recordará como vivía antes de la red”, acota el profesor Lawrence Krauss, un cráneo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Es Krauss quien viene a recordar que la ciencia-ficción imaginó autos voladores que todavía no existen, pero que nadie previó Internet. Y que “Internet es el peor enemigo del pensamiento crítico profundo”. Y que hasta hace unos años, “la persona con quien te comunicabas era tan importante como la información misma, y hoy ya no es así”. Pero aclara que él no es quién para decir que el futuro será peor y que, como siempre, dependerá del propio ser humano. “Tendremos que aprender a ser nuestro propio filtro”, afirma Krauss a modo de conclusión, aferrándose a un humanismo básico que viene siendo también el de las últimas películas de Herzog, incluidas las más fallidas, como su terrible ficción Salt and Fire, estrenada en septiembre pasado en el Festival de Toronto. Por cierto, no es el caso de Ensoñaciones de un mundo conectado (el título de estreno local podría haber prescindido del Lo and Behold, una expresión idiomática arcaica que significa “He aquí” y que remite a las primeras palabras transmitidas por Internet). No se puede decir que sea, ni de cerca, una de las cimas de Herzog, pero se trata de un documental de divulgación científica como sólo Herzog es capaz de hacer, planteando preguntas que casi nadie plantea y presentando personajes que en la vida diaria quizás luzcan más grises pero a quienes el director es capaz de extraer un brillo especial en la mirada. De locos quizás, o de soñadores.
Lo and Behold: Werner Herzog se sumerge en la Red No hay muchos cineastas con la inventiva, la inteligencia y el sentido del humor de Werner Herzog. A los 74 años, el alemán sigue sorprendiendo con su capacidad para encontrar temas que funcionan como disparadores de películas que, enmarcadas en el terreno del documental, el género sobre el que más ha trabajado en los últimos años, suelen abrir una cantidad notable de perspectivas interesantes, extrañas, sorpresivas, incluso delirantes. En este caso, el punto de partida es la historia de Internet, desde sus inicios en un campus de la Ucla, en 1969, cuando fue enviado el primer mensaje vía Arpanet, red de computadoras creada para comunicar instituciones académicas y estatales de los Estados Unidos. Pero es difícil que Herzog siga una lógica tradicional. Apoyado en su particular estilo como entrevistador, consigue estructurar en diez capítulos una serie de singulares testimonios que dan cuenta de la posibilidad de una hecatombe mundial producida por una tormenta solar que paralizaría las comunicaciones, pronostican la creación de un robot que juegue mejor que Messi o nos pone en contacto con un comunidad que escapa de los efectos nocivos de las señales inalámbricas. Dinámico, provocador, atrapante, el film combina argumentaciones científicas, reflexiones sociológicas y algunas ironías que son marca registrada de Herzog, para terminar dejando un regusto amargo, provocado por las profecías distópicas que el propio director parece abonar.
LA MIRADA DE HERZOG SOBRE INTERNET Un documental imperdible del gran director Werner Herzog que esta vez enfoca su gran curiosidad, su inteligencia, su don de saber preguntar en los origines del mundo virtual, y desarrolla a lo largo de 10 episodios con 30 entrevistas todo lo que ocurrió y puede ocurrir con Internet. Así desde la primera comunicación que se cortó que dio origen al titulo, los grandes visionarios e innovadores, muchos poderosos millonarios, hackers, adictos al sistema, severamente afectados por el lado oscuro de la red, filósofos y pensadores sobre el futuro desfilan y dan testimonio. La conclusión deslumbra y preocupa al mismo tiempo. Quizás porque el autor tenga una mirada más crítica que laudatoria. Hay que verlo.
Herzog explora los orígenes de internet Werner Herzog puede ser genial de maneras que van desde sus delirios épicos de bajo o gran presupuesto, como "Aguirre, la ira de Dios" o "Fitzcarraldo"; misterios como "El enigma de Kaspar Hauser", o explosiones violentas como "Un maldito policía en Nueva Orleans". Ese genio también se aprecia en este documental en el que explora la historia y el futuro de internet de un modo personal, aunque necesariamente limitado en lo formal dado que depende de entrevistas con personalidades de la tecnología junto a menos famosos científicos excéntricos, además de víctimas anónimas del mundo conectado. Herzog divide su film en diez partes que abordan temas como la génesis de internet, sus grandes cualidades, su lado oscuro, los hackers, la adicción a la red, la inteligencia artificial y un hipotético apocalipsis causado por una abrupta paralización tecnológica. Estos y otros temas aportan conceptos e historias asombrosas sobre una tecnología que domina el mundo moderno. Hay detalles curiosos y humorísticos en lo relativo a la prehistoria de internet, cuando la gente en mayoría científicos- tenía un directorio de las personas conectadas con sus direcciones de mail y nombres y apellidos, pero a medida que Herzog propone más preguntas el asunto se va volviendo mas perturbador y a veces siniestro. En este sentido, el momento estremecedor es la entrevista a una familia que, ante la muerte accidental de una de sus hijas, empieza a recibir correos electrónicos de odio. Justamente ésta es una de esas historias que, en manos de Herzog, se vuelven tan personales como sus extraños films juveniles del estilo "También los enanos comenzaron pequeños", o algunos de sus famosos documentales como "La soufrière" sobre personas que se negaban a abandonar sus casas cercanas a un volcán en erupción. Pero otras escenas de "Lo And Behold" se parecen mas a algún documental de National Geographic, lo que no impide que haya extraordinarias entrevistas a gente tan importante como el magnate tecnológico Elon Musk o el gurú de los hackers, Kevin Mitnick. Más allá de sus limitaciones formales, Herzog no deja de potenciar cada elemento que implique un atractivo visual, y su trabajo tiene la cualidad de dejar pensando al espectador mucho después de finalizada la proyección.
La verdad está ahí afuera. La obra de Werner Herzog podría subsumirse a una simple frase de su autoría: “me interesan las verdades no los hechos”. Para este artista existe tanta veracidad en un documental como en un largometraje de ficción. El director germano suele embelesar o directamente inventar testimonios y hechos con tal de buscar aquello que esconde la aparente realidad. Algunos podrán argumentar, con cierta razón, que es contradictorio y éticamente cuestionable; pero si hay algo que nunca hará un largometraje de Herzog, es dejar indiferente al espectador. Lo and Behold… trata principalmente sobre la Internet, una creación artificial; sin embargo, el cineasta alemán decide otorgarle un tratamiento similar a los imponentes volcanes que supo documentar para Netflix en Into the Inferno. Es decir, la Internet como una fuerza perturbadora y al mismo tiempo fascinante que el hombre no puede controlar. A Herzog le interesa comprender el espíritu del ser humano frente a los acontecimientos abrumadores e inexplicables del mundo, como si la información fuese una deidad, un ser místico con la capacidad de bendecirnos y destruirnos al mismo tiempo. El futuro llegó hace rato: Herzog no se cierra a un entendimiento pesimista sobre la tecnología, sino que intenta abarcar todos sus aspectos: su origen, su razón de ser y sus consecuencias. Por un lado nos muestra como un videojuego online puede curar el cáncer y por otro como la visualización del morbo puede manifestar la peor faceta de la humanidad. Lo and Behold… es un documental que oscila entre lo útopico y distopico constantemente, excede su naturaleza informativa hasta convertirse en una película de ciencia ficción sin que el espectador de cuenta de ello. Así es como podemos ver desde un primer mail profético pasando por robots futbolistas hasta llegar a un apocalipsis simil Skynet en Terminator. Fiel a su estilo, el director de Fitzcarraldo suele aprobar los testimonios de sus protagonistas sin demasiada repregunta y deja los espacios suficientes para que el receptor juzgue por si mismo el grado de verosimilitud. Los silencios, los cuerpos inmóviles y los imperceptibles gestos de los protagonistas son tan o más importantes que la temática en sí. A Herzog no le importa demasiado la veracidad, lo principal es el relato y como la persona se posiciona en el mismo. Como funciona el humano en un mundo ficcional, ya sea propio o ajeno. Da lo mismo que la enfermedad por la radiación electromagnética sea una patología física o una invención psicosomática, al fin y al cabo es una reacción frente al universo que se construye alrededor de los entrevistados. La pregunta que se mantiene a través de todo el metraje no es ¿por qué tenemos Internet? sino ¿para qué necesitamos Internet?. Conclusión: Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado es uno de los mejores y más interesantes documentales que ha realizado Werner Herzog en esta última década. Un film que se pregunta la esencia misma del ser humano.
Este nuevo documental del cada vez más prolífico Werner Herzog (este año presentó también una ficción y otro documental) se centra en un mundo dominado y gobernado por internet. En el filme, el realizador alemán entrevista a especialistas de todo tipo que dan su visión de un futuro cibernético que, según la visión de Herzog, resulta por un lado fascinante pero por otro bastante pesadillesco. En este nuevo documental, un tanto desprolijo y casual para sus estándares, Werner Herzog de todos modos logra meterse en esas zonas a las que solo él llega: entender internet y su existencia en el mundo de hoy (y del futuro) a través de entrevistas a especialistas en la materia. Arranca por el pasado, por la mítica y un tanto fetichizada “fundación” de internet en 1969 y se dispara hacia donde Herzog quiere: sus aplicaciones en la vida moderna, su crecimiento desordenado y caótico, sus adictos en recuperación, los super-hackers, los científicos que piensan su futuro y, el temor de muchos, si en algún momento internet empezará a tomar conciencia de sí misma para dejarnos a los humanos en el camino. Pero Herzog va a más, a cosas que solo él conecta en lo que parece una asociación libre: explosiones solares que pueden acabar con el mundo, si “internet sueña consigo misma”, posibles viajes a Marte y colonias en el espacio (él mismo se ofrece a ir en la primera), robots peculiares, hasta qué punto podremos directamente poner en internet nuestros pensamientos sin tener que tipearlos y cosas así. Pero no son gratuitas sus conexiones: todo parece partir de una mezcla de fascinación y temor por ese futuro en el que, al parecer, nada será igual a lo que conocíamos, especialmente para alguien como Herzog que ha hecho de las epopeyas en el mundo real su vida y su carrera. Difícil imaginarlo a un director como él, tan fascinado con las contradicciones de los seres humanos enfrentados al mundo real y concreto, demasiado contento con un futuro (casi presente, convengams) de personas/adictos sentados días y días frente a una computadora o algún tipo de interface cibernética, interactuando solo desde allí. El plano de los monjes y sus celulares, la manera irónica con la que Herzog pronuncia la palabra “tweet”, todo da a entender que ese futuro lejano le resulta curiosamente fascinante pero que casi agradece no tener que vivir demasiado tiempo más en él.
En aras de promocionar su documental Lo and Behold, el alemán Werner Herzog fue al programa de Conan O’Brian y contó –siempre bajo el teleobjetivo de ilustrar de otro modo la revolución digital, de mostrar que lo que parece natural en realidad no lo es– que existen varias cuentas de Twitter a su nombre cuando él no tiene ninguna. Y remató la ponencia con su conocido y disparatado humor, definiendo a los impostores como “unpaid stooges” (algo así como chiflados ad honorem) ante la risa del auditorio y los cameramen. Buena parte de esa comicidad espontánea se permea en el documental, y tiene su lógica. Después de haber documentado sus peripecias por los polos, cumbres montañosas, volcanes a punto de estallar, y hombres que conviven con osos grises, Herzog ahora se entrevera con el mundo quizá más inhóspito (para él): el virtual. En Lo and Behold hay de todo: un científico que muestra un mueble más parecido a una heladera, con el cual, en 1969, se hizo la primera comunicación virtual (la expresión que usaron, “lo and behold”, da título al film y se traduce como “oh sorpresa”); una familia que recibe un incomprensible acoso por mail tras la muerte de una de sus hijas; un científico que inventó vehículos que se movilizan solos; el rey de los hackers (que pasó tres años tras las rejas), y una comunidad de personas establecidas en un bosque, lo suficientemente alejado de las torres de telefonía celular y Wi Fi, convencida de que las señales las afectan. Estos son algunos de los casos; y todos tienen cara de locos. El documental es variado, entretenido, y da a entender que hay una revolución en marcha de la cual uno ya es escasamente consciente (y de la cual hay renovadas muestras con cada nueva aplicación que surge, minuto a minuto). Quizá lo más interesante son las reflexiones enfáticas, como la de una científica para quien los sueños de establecer una comunidad en Marte (un emprendimiento del que participa Elon Musk, el creador de PayPal, también entrevistado) es un capricho de lunáticos sin ninguna viabilidad (y da pruebas contundentes para que así sea interpretado). Y si bien no existe la tensión de La soufriére o la fascinación visual de Encounters in the Natural World y Cave of Forgotten Dreams, el documental tiene las inequívocas huellas dactilares de Herzog, que convierte en 24 quilates todo lo que toca.
HERZOG BUSCA POESIA EN LA RED Werner Herzog continúa buscando poesía en los lugares menos pensados. En este caso se interna en el abismo de la WEB. En tiempos donde los diagnósticos están a la orden del día, su mirada no pretende ser ni apocalíptica ni necesariamente integrada porque lo suyo siempre es el asombro aristotélico y este se manifiesta en la voz en off que utiliza magistralmente en el documental. Aquí el tema pasa por indagar acerca de los orígenes y evolución de Internet y su impacto en la humanidad. Con un registro más didáctico y cercano al informe televisivo que en otros trabajos, abundan más los reportajes que las imágenes recreadas o puestas en cuestión, práctica dominante en su última etapa. No obstante están esos signos particulares en la forma en que articula su acercamiento a los personajes con los que interactúa, ya sea a través de un encuadre que enrarece la situación o a partir de testimonios que se vuelven desopilantes por su misma extravagancia. Del primer procedimiento hay un ejemplo notorio: una familia cuenta la desgracia sufrida a raíz de un accidente mortal de auto y la viralización de una parte del cuerpo de su hija por las redes. El hecho es terrible y su exposición podría haber caído en las mañas deplorables del sensacionalismo pero la distancia se logra con una puesta en escena en la que se ve una mesa con platos llenos de donas (¡!) y todos mirando a cámara en posición frontal como si fueran muñecos. Del segundo, se destaca una vez más la exposición de un científico mientras anota fórmulas interminables en el pizarrón; su estiramiento temporal provoca el pasaje de la atención a la risa. Estos juegos enmascarados de seriedad distinguen un modo de acercamiento que establece las marcas particulares de un director que trasciende siempre el plano mundano y cuestiona toda ligazón referencial del lenguaje como de las palabras con la realidad. Como todo acontecimiento revolucionario que desvela a las mentes más brillantes y parece augurar un futuro inimaginable, siempre aparece la otra cara de la moneda, el contrapeso necesario como para tirar un cable a tierra. Mientras las voces científicas revelan posibilidades infinitas en torno al avance de la tecnología informática, el lado oscuro aparece con los testimonio de aquellas personas que cayeron en un pozo de incertidumbre y son tratados como adictos en granjas preparadas para afrontar sus patologías. El contraste es fuerte y significativo. Son diez episodios que mantienen el interés sobre toda a partir de las palabras. Un Herzog menor, pero Herzog al fin.
El estreno de un documental de Herzog es motivo de celebración. Todas sus películas de esa naturaleza instan al deseo de saber y cuestionar. En esta ocasión se trata de Internet. En el libro profético y delirante del historiador de culturas William Irwin Thompson se leía: “El destino esotérico de América parece consistir en destituir todas las culturas del mundo como preparación para el advenimiento de una nueva cultura global que será la segunda naturaleza de la humanidad”. Esta ampulosa pero estimulante oración perteneciente a The American Replacement of Nature sintetiza la hora y media de Lo and Behold, Reveries of the Connected World, una de las películas que Werner Herzog estrenó en el 2016 y en la que intenta asir nuestra experiencia digital del mundo. Como en la mayoría de los recientes documentales de Herzog, el director reúne a distintos hombres y mujeres ligados a la experiencia que ha elegido explorar. Algunos de ellos están en el corazón del fenómeno, como sucede aquí con los pioneros de la invención de Internet en la Universidad de California en Los Ángeles. Hay varios científicos reconocidos en el film, y muchos de ellos trabajan en instituciones de avanzada. Pero el realizador sabe muy bien que para hendir el sentido común y hacer que la experiencia revele su propio fundamento (o contingencia) se necesita la voz de quienes están al margen de la experiencia oficial de una práctica colectiva; los casos anómalos constituyen el striptease de un discurso y una creencia. En Herzog, el testimonio de los raros, los excéntricos y los segregados prodiga una clarividencia necesaria para instar al pensamiento (crítico). El film está dividido en nueve capítulos, con títulos como “La internet del Yo”, “Internet en Marte”, “El lado oscuro”, “La gloria de la red” o “Los primeros años” que circunscriben un conjunto de dilemas suscitados por la existencia ubicua de la red. La película de Herzog mantiene una distancia prudente frente al entusiasmo acrítico del futuro digital, como también se abstiene de la condenación reaccionaria a la evolución de este sistema comunicacional que ha penetrado en todos los órdenes de la existencia. Uno de los padres de la red, Leonard Kleinrock, que en el inicio del film presenta la primera computadora que dio el puntapié a la red en 1969, vuelve a intervenir en el epílogo del film sosteniendo que los efectos de Internet en los usuarios son inversamente proporcionales al pensamiento crítico. Un escéptico y lúcido cosmólogo llamado Lawrence Krauss entiende que en el futuro las escuelas tendrán que prescindir de su pretérita función de impartir información, pero lo que se ejercita en el aprendizaje de la filosofía, por ejemplo, será indispensable. A Herzog le interesa pensar la técnica, pues abdicar significa que la técnica piense por nosotros. Todos los testimonios están ordenados para llegar a ese veredicto. Lo and Behold, Reveries of the Connected World resulta un caleidoscopio divertido y aterrador. Un científico en Carnie Mellon confiesa su amor por un pequeño robot que juega autónomamente al fútbol y al que considera un Messi en la materia; un célebre hacker explica sus métodos y postula que es el factor humano lo que garantiza su éxito; un cosmólogo conjetura qué sucedería si una tormenta solar desbaratara todo el sistema informático que sustenta la red; una desconsolada madre (a la que asesinaron a su hija) cree que Internet es el Anticristo; una terapeuta especializada en adictos del ciberespacio explica que en China y Corea del Sur los jóvenes que pasan 16 horas diarias frente a los juegos usan pañales para no desconectarse; unos científicos prevén que en un futuro cercano un impulso eléctrico del cerebro permitirá publicar un tweet sin pasar por el teclado. Herzog dispensa una insólita cantidad de casos con el fin de escenificar una experiencia del presente demasiado alborotada para poder ser pensada sin más. No hay aquí planos inolvidables, tampoco una búsqueda estética innovadora; la voluntad didáctica del film impone sus reglas y su perspicacia consiste en transmitir asombro e inquietud frente a las variedades de la experiencia digital. Pensar sobre nuestra nueva naturaleza virtual resulta ineludible.
¿Cuántos documentales existen sobre la historia de la internet? ¿Cuántos programas de TV podemos sintonizar que hablen sobre este tema? Ahora ¿Cuántos de ellos están dirigidos por el director de Fitzcarraldo? El prolífico, inoxidable e irreverente Werner Herzog está presente una vez más en nuestra cartelera esta vez con el que sería la anteúltima de sus realizaciones (el hombre es capaz de presentar no una ni dos, sino tres películas en lo que va de este año que termina). Lo and Behold: Ensueños de un Mundo Conectado efectivamente tiene al mundo conectado online en el centro de la escena, repasa la historia de internet; pero lo hace no a modo educativo, como podríamos esperar de un programa de Discovery Science, sino al estilo Herzog. ¿Podríamos hablar de un Werner Herzog director de ficción y otro documentalista? En definitiva, tanto en la ficción como en lo documental, el creador de La Balada de Bruno S. es tan rabioso como curioso, siempre poniendo un ojo maravillado. En esta oportunidad traza una línea histórica desde los inicios de un mundo atravezado por los ordenadores, hasta llegar a nuestros días de plena conectividad ¿o todavía no alcanzamos la plenitud? Divide en capítulos, y se posa en distintas entrevistas y “visitas” de casos muy particulares. No hay en sí una postura, o una bajada de línea (directa), en todo caso se lo observa como algo inevitable. Hay pros y contra de que el mundo viva conectado y dependiente de esa red, y que vaya camino a depositar cada vez más “actividades” a ese mundo digital. Se nota que a Herzog le llama la atención todo, con su furia característica pero también pareciera, con los ojos del niño que descubre algo por primera vez. Probablemente, mucho de lo que muestra ya se haya visto, o sea conocido, por lo menos para los más allegados al tema; es por eso, que lo más atractivo será verlo a través de la mirada compulsiva del director. Ya sea, la actividad volcánica, la exploración de cuevas, o la conexión a internet; todo se observa con fascinación de lo desconocido o lo increíble. En este punto, quizás lo más cercano sean esas revistas de divulgación científica popular, del tipo Muy Interesante o el suplemento Anteojito BIP. Las entrevistas a los diferentes referentes, y el modo en que seeditan y confluyen con imágenes, hablan de un caos, pero ese caos ordenado al que nos tiene acostumbrado su responsable. Es imposible no hablar de Herzog en cada una de las líneas que hacen referencia a Lo and Behold, no hablamos tanto sobre un documental sobre internet y como influyó-influye-e influirá en la humanidad; sino una visión sobre como Werner ve esa influencia. Lejos de ser una de sus obras maestra que lo catapultaron a lo más alto, se nos ofrece un verdadero viaje con mucha diversión, relajado gracias a cierto humor, y que logra contagiar parcialmente la misma curiosidad. No es algo menor para alguien que filma como si de respirar se tratase.
Hace tiempo que Werner Herzog oficia de antropólogo. Sus documentales parecen recorrer temas muy distintos, desde la experiencia de un condenado a la inyección letal hasta la vida cotidiana de científicos en la Antártida, pero las preguntas giran siempre en torno de lo mismo: el misterio de la muerte, las formas de supervivencia; el hombre, en suma. Es por eso que Lo and Behold no se parece en nada a las películas que indagan en las llamadas nuevas tecnologías, ya sean documentales de carácter expositivo para televisión o panfletos de denuncia conspirativa que añoran un pasado comunitario idílico. La película trata acerca de internet y de sus efectos en la especie, por eso la mirada es necesariamente multidisciplinar y cancela enseguida cualquier posible simplismo: Herzog entrevista a matemáticos, filósofos, astrónomos, emprendedores, hackers, ingenieros y neurólogos, entre otros (la mayoría radicados en Carnegie Mellon). El abanico de testimonios y de enfoques adopta la forma de un caleidoscopio. Y si bien la película presenta la cuestión de internet como su centro, el relato salta rápidamente a otros temas como la robótica, la inteligencia artificial o la sustentabilidad de la vida en Marte. Como buen antropólogo, Herzog se entusiasma con sus hallazgos y deja que los nativos y sus rituales lo guíen por el terreno. Cada testimonio resulta fascinante y confirma el extraordinario talento del alemán para registrar el mundo y a sus habitantes: no importan los temas, importa la mirada, la manera en la que se formulan las preguntas, o sea, el cine. Hay una mirada herzoguiana capaz de descubrir lo maravilloso allí donde otros documentales encontraron solo mera novedad o sensacionalismo. Las películas del director conectan cualquier material con inquietudes profundas, antiguas, que se remontan hasta los orígenes del Sapiens: el miedo, el hambre, la alegría, la muerte. Un científico muestra los avances de su equipo de investigación: pequeños robots capaces de procesar información de sus alrededores juegan al fútbol con una precisión extraordinaria. Pero el director no pone el acento en ese prodigio técnico, sino en el orgullo y la emoción con la que el investigador presenta su trabajo, en especial cuando habla de su robot preferido. Otro científico cuenta su proyecto: el desarrollo de un prototipo que podría cumplir funciones humanas en situaciones límites. Sin embargo, ante una pregunta de Herzog, el técnico termina respondiendo acerca de la percepción de las máquinas y de los sueños de un robot: como es que, mediante flujos de información compartidos, un robot puede “soñar” con lugares en los que nunca estuvo. Cada documental de Herzog adopta una suerte de escala antropológica: en el fondo, todo es una cuestión de adaptación al entorno, de diálogo con la naturaleza, de viaje a lo desconocido. La escena final muestra a un montón de personas reunidas en torno al fuego, un leitmotiv por excelencia de la humanidad. Pero lo de Herzog es una antropología más bien lúdica, que se despoja a sí misma de los rigores académicos para jugar con las ideas y pensar así más libremente: ante la imagen silenciosa de una Chicago vacía, la voz en off de Herzog se divierte imaginando una expedición a Marte que habría dejado abandonada la ciudad, salvo por algunos pocos rezagados, unos monjes con celulares que llenan de a poco el plano y que, dice el director, habrían dejado la meditación y el rezo para tuitear. El momento es hilarante y confirma que esa comedia alucinada puede ser también un extraña vía de acceso al saber.
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Los cambios sociales profundos que Internet ha traído y que posiblemente traerá son el tema central de Lo and Behold, el documental con el que el Werner Herzog ofrece una visión del mundo entre lo sombrío y lo futurista, y que se proyecta hoy, a las 18 y las 23, en el Cineclub Hugo del Carril (y repite todo el fin de semana). A través de una serie de charlas con especialistas y personas cuyas vidas fueron alteradas por la web, el director alemán propone un recorrido desde los albores de este invento –a fines de la década de 1960– hasta la actualidad, sin pasar por alto las transformaciones que se esperan para las próximas décadas. El resultado es fascinante, en buena medida por el talento de Herzog para orientar sus entrevistas, con preguntas amplias, pero también curiosidades puntuales acerca del personaje que tiene en frente. A la vez deja un sabor amargo, una idea algo trágica de Internet, por el uso que los humanos hemos hecho de esta herramienta. El testimonio de una familia que perdió a una hija en un accidente y, a partir de ello, fue víctima de trolls, es elocuente en ese aspecto. También las palabras de los adictos a Internet, o de las personas que viven en una comunidad aislada, en la que no hay conexión. En otro gran momento del documental, Kevin Mitnick, un hacker legendario, deja en claro que el uso que hacen las personas de Internet es lo que representa la verdadera vulnerabilidad del sistema. Lo dice en referencia a la seguridad informática, pero es perfectamente aplicable a cualquier otra arista del tema. Danny Hillis, otro de los entrevistados, comenta en un momento de Lo and Behold: “Como Internet se diseñó para una comunidad que se tenía confianza entre sí, no tenía muchas protecciones”. A través de sus 10 capítulos, el documental repasa nuestras dependencias actuales con la conectividad y desliza hipótesis sobre el futuro: robots que puedan jugar al fútbol tan bien como Messi, viajes a Marte o una ciber guerra que tal vez ya se desató pero de la que no todavía no nos enteramos. Y una comunicación virtual cada vez mayor, en detrimento del diálogo cara a cara, el mismo que plantea Herzog en todo el documental.