Las películas ambientadas en barrios cerrados o countries pueden constituir un subgénero, incluyendo dentro del cine argentino. Aun cuando incursionan en géneros distintos, Cara de Queso (2006) y Las Viudas de los Jueves (2009), por nombrar dos, permiten observar la idiosincrasia de una sociedad, y también las miserias que se ocultan debajo de una superficie de belleza, prestigio y elegancia. Los Decentes (2016), pertenece a la misma categoría, pero también tiene personalidad propia. Belén (Iride Mockert) ingresa a trabajar como empleada domestica, cama adentro, en una residencia del country Palo Verde. Su nueva vida no empieza siendo prometedora: cuando no está limpiando pisos o cargando las valijas de su jefa y de su caprichoso hijo tenista, sale (mejor dicho, aceptar salir) con el guardia de seguridad (Mariano Sayavedra), en veladas por demás aburridas. Pero pronto, en una de las residencias vecinas, descubrirá una comunidad nudista. Allí encontrará aceptación y un clima de serenidad que la hace sentir libre, donde la lectura de textos propios convive con lecciones de sexo tántrico y performance delirantes. Un modo de vida que no es bien visto por la mayoría de los lugareños. Belén será testigo y partícipe del malestar que irá en aumento. Como en Parabellum (2015), su ópera prima, el director Lukas Valenta Rinner presenta a un grupo de personas que funciona de un modo diferente al del resto, pero está dispuesto a lo que sea si se siente amenazado. Una vez más elije un tono cuidado, pulcros, con buena cantidad de planos fijos, pero de fuerte impacto. Los toques de humor a partir de las situaciones absurdas que vive la protagonista esconden una tensión y una oscuridad crecientes. Además, el director contrapone dos mundos (uno, más conservador y represivo, y otro, más abierto y liberado), y de manera cuidada, evitando los lugares comunes y las sobreexplicaciones, presenta un fresco de cada uno. Asimismo, Valenta Rinner arriesga toda la película con el apoteótico final, pero se trata de un riesgo que del que sale victorioso. Luego de numerosos papeles secundarios en cine y televisión, Iride Mockert debuta como protagonista absoluta de un film; le pone el cuerpo (literalmente) a Belén, en una actuación contenida, que transmite mucho con movimientos y palabras justas. La consagración para una intérprete a la que vale la pena sacarle el jugo. Con una pensada puesta en escena y un guión preciso, Los Decentes cautiva a los espectadores, los acaricia, los hace reír, para luego encajarle una patada en las encías.
Otra de choque de clases, esta vez a partir de la empleada doméstica de un country que, cuando se queda sola, va descubriendo un mundo secreto contenido en ese universo cerrado del barrio pudiente. A Los decentes le falta ritmo, agilidad, y los apuntes de clase caen en estereotipos. Pero propone una interesante vuelta de tuerca: en el terreno lindero, vive una comunidad de alegres nudistas.
Los universos ascépticos El opus de Lukas Valenta Rinner plantea, desde el esquema del enfrentamiento de clase, la dinámica de las asimetrías en las que unos trabajan y otros dan órdenes. Es decir, que en el micro universo de un country, barrio privado alejado del mundanal bullicio de la realidad, el trillado esquema de la lucha de clases se agota en la prepotencia de los burgueses y el resentimiento de los asalariados. Léase: empleada doméstica (Iride Mockert) con poca experiencia consigue mediante una agencia el trabajo cama adentro con una familia acaudalada en un barrio privado. Llegada al lugar, toma de inmediato contacto con esa familia típicamente disfuncional, con hijo adolescente problemático, madre depresiva y aburrida de sí misma, no falta el padre decorativo pero proveedor. El escape de esa pesadilla de clase solamente llega con los paseos nocturnos con un guardia de seguridad (Mariano Sayavedra) en el mismo barrio privado o aquellos momentos donde no trabaja para los ricos explotadores y encuentra solaz y esparcimiento al descubrir que, lindero al barrio privado, existe un espacio nudista, cuyos miembros variopintos y de edades diversas intentan convivir a las órdenes de una matriarca, comparten sus experiencias de vida y las prácticas de tantrismo para una mayor amplitud espiritual. Lo interesante es que tanto el barrio privado como el espacio nudista tienen como denominador común alejarse de la realidad desde sus microuniversos auto inmunes, ascépticos, en los que todo elemento externo o anómalo implica una amenaza latente, que pone en riesgo el orden, el bienestar y la supervivencia de un grupo selecto. El pivot entre estos dos falsos mundos es la protagonista y a partir de su interacción el film adopta una mejor propuesta en términos conceptuales y simbólicos con un desenlace coherente, más allá de ciertos momentos provocativos o no sospechados -de acuerdo a la trama- y a su nivel de convencionalismo de la primera mitad. Con Los Decentes, alcanza, pero no sobra.
Belén, de treinta años, va a una entrevista de trabajo. Incómoda por lo que la situación genera, la vemos a través de un plano fijo mientras una mujer fuera de cámara le hace preguntas y le anticipa que lo que la empresa busca es gente que no trabaje de manera temporaria. Ella, necesitada de un salario fijo, asiente y hace una salvedad: no quiere cuidar niños. Entonces la entrevista finaliza luego de que prometan llamarla y le pidan que no cierre la puerta al salir.
Dos mundos opuestos En su segunda película, el director austriaco afincado en Argentina Lukas Valenta Rinner (Parabellum, 2014) filma una tragicomedia sobre la sociedad actual y la lucha de clases. Los decentes (2016), vista en el 31 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, es una de las mejores aproximaciones cinematográficas al contradictorio mundo de los barrios cerrados y el afuera circundante que se les opone. En la primera secuencia de Los decentes se nos presentan a varias mujeres en una especie de casting para conseguir un puesto de empleada doméstica en un country ubicado en las afueras de Buenos Aires. Minutos más tarde vemos a Belén (Iride Mockert), la ganadora, ingresando al lugar habitado por familias de una clase social alta y que en la película representarán a "los decentes". Pero para sorpresa de la nueva residente de ese espacio de apariencias y superficialidades al lado de la casa que habita hay una comunidad nudista, "los indecentes", por la que Belén se siente atraída y cercana. El director trabaja desde la construcción de dos mundos opuestos. Por un lado la familia sanguinea a la que Belén sirve integrada por una madre superficial (Andrea Strenitz) y un hijo (Martín Shanly) con trastornos obsesivos. Mientras que por el otro lado hay una “familia” que pasa sus días desnuda al sol, trabajando el campo, leyendo poesía y disfrutando del sexo grupal. Los decentes e indecentes a los que el film hace referencia son la representación lisa y llana de dos extractos sociales bien definidos. Un country y un cerco que separa dos mundos: de ricos y de pobres. Los decentes es la construcción metafórica de una realidad, donde los barrios cerrados habitados por ricos se sienten protegidos de los pobres que, en la mayoría de los casos, se encuentra detrás del muro, viviendo con menos confort, mayor libertad y siendo prrovocados por un un mundo de ostentación donde lo banal predomina sobre los valores. La tensión entre esos dos mundos existe pero es a partir del pedido de la expulsión de la comunidad nudista y la muerte accidental (o no) de uno de sus miembros que la guerra estalla. La indecencia (pobreza) debe ser erradicada de las cercanías porque para ellos representa la inseguridad, el peligro, lo que no quieren ver. Rinner erige su obra sobre la lucha de clases y las relaciones humanas a través de situaciones absurdas trabajadas desde una metafórica realidad, que con un dispositivo técnico y narrativo, controlado hasta al más mínimo detalle, combina la acidez de un humor personal, libre de tabués y preconceptos, con una rigurosa puesta en escena construida a partir de la centralización de planos fijos.
El director de Parabellum presentó otra provocadora película sobre personajes excéntricos y las diferencias de clase como trasfondo. Como en su opera prima, Parabellum, el realizador de origen austríaco radicado en la Argentina y formado en la FUC establece puntos de partida intrigantes para sus relatos. En aquel film era un grupo tipo secta que se entrenaba para enfrentar el fin del mundo. Aquí se trata de una comunidad nudista –también tipo secta pero de un sesgo opuesto– que está establecida hace muchos años y que ahora linda con un elegante country. El personaje que conecta esos dos mundos es Belén, una muy tímidda y aparentemente perturbada empleada doméstica que empieza a trabajar en una de las casas del country en la que viven una señora muy burguesa con su hijo tenista. Pero la chica comienza a escuchar los ruidos que llegan desde el otro lado de la cerca y se le da por curiosear y ver que sucede allá. Al principio se impresiona –se trata de un grupo de unas 30 o 40 personas de todas las edades que practican el nudismo y filosofías de vida ligadas al placer físico–, pero luego se va integrando y liberando a partir de lo que aprende en los cursos y reuniones que allí se hacen. Pero es obvio que el conflicto entre los dos lados de la cerca en algún momento crecerá en intensidad. Valenta Rinner, sin embargo, no utiliza este punto de partida para crear una película de suspenso convencional, sino que –como en el anterior film– prefiere dedicar más tiempo a la descripción de las costumbres y hábitos de sus peculiares grupos, aún a costa de que su relato pierda cierto ritmo narrativo. Sus temas, universos y hasta la forma de componer sus planos es bastante deudora del nuevo cine griego y de realizadores como Yorgos Lanthimos y Athina Rachel Tsangari, con un inevitable austrian touch que es más que evidente en la manera de filmar los cuerpos de las personas de la comuna. Si bien la película por momentos bordea el trazo grueso en la pintura de ciertos personajes (los del country, por ejemplo), gracias al personaje de Belén –muy bien interpretado por Iride Mockert– Los decentes encuentra una conexión entre ambos lados de esta oposición que en los papeles puede parecer un tanto obvia (“¿quiénes son los decentes y quiénes los indecentes? “¿Los chetos o los hippies del otro lado de la cerca?”, digamos), pero que bajo la extraña y sugerente mirada de Valenta Rinner termina siendo otra cosa, algo más parecido a un enfrentamiento entre dos sistemas, entre dos formas de ver el mundo, en las que los cuerpos finalmente son los protagonistas principales.
RIESGOS QUE VALEN LA PENA La nueva película de Lukas Valenta Rinner, Los decentes, es una anomalía, que amaga inicialmente con transitar caminos ya habituales en el cine independiente (e incluso mainstream) argentino. Sin embargo, luego va para otro lado, yendo por rumbos tan inesperados como atractivos, que la colocan en una posición distintiva. Todo empieza (y termina) con Belén (Iride Mockert), una mucama que entra a trabajar en un country, esos lugares tan cerrados en sí mismos que terminan construyendo sociedades apartadas, con reglas y tradiciones propias. Su hallazgo fortuito justo al lado de su lugar de trabajo de una comunidad nudista dispara al relato para el lugar de la comedia, jugando con la incomodidad y lo absurdo. Ese es también el trampolín que utiliza el film -y su protagonista- para ingresar al terreno del descubrimiento y el autodescubrimiento, el placer, el deseo y la experimentación, con una libertad llamativa en su mirada sobre la sexualidad. Finalmente, hay otro audaz giro que coloca al film en el lugar del disparate, pero de un disparate chocante, que sacude las perspectivas del espectador y que hasta constituye un posicionamiento ideológico bastante radical. En esos minutos finales, Los decentes pisa el acelerador a fondo, dejando de lado todas las reservas posibles y problematizando al extremo los choques culturales y de clase. Se le podrán cuestionar a Los decentes ciertas remarcaciones innecesarias y un estiramiento de algunos pasajes. Aún así, su narrativa, que no escatima en riesgos, tiene una remarcable potencia -la progresión de los acontecimientos está manejada pausada y sabiamente- y sus logros formales (el trabajo con el encuadre de los cuerpos y espacios, lo mismo que con la banda sonora, es impecable) van de la mano con sus ambiciones. Entre su ópera prima, Parabellum, y este film, Valenta Rinner ya ha construido una mirada propia que vale la pena tener en cuenta.
Es una película de Lucas Valenta Rinner, un austriaco formado en la Argentina, que tiene la coproducción de su país de origen y Korea del Sur. Y lo que imaginó para ilustrar que el choque de culturas no tiene que ser de obvios y transitados lugares comunes, se debe a su creatividad junto a Ana Godoy, Martín Shanly y Ariel Gurevich. Y un protagónico a cargo de la talentosa actriz Iride Mockert. Ella es una mujer que limpia que logra un empleo en una fastuosa casa en el medio de un distinguido country. Pronto ella descubre otro mundo detrás de un tupido cerco: otro country nudista, dedicado a la observación, las practicas yoga, la poesía, el sexo. Y allí estará Belén cumpliendo con los dos mundos hasta que una circunstancia arrastre todo al demonio violento. Un film con un estilo muy particular que muestra lo que usualmente no se ve cuerpos desnudos que están lejos de los estereotipos publicitarios y socialmente correctos. Una filosofía de vida donde prevalece la libertad y el placer. En frente del otro lado de la grieta: la apariencia de “normalidad” vigilada, políticamente correcta, hipócritamente perfecta. Choque de estilos de vida y de ideologías moneda corriente en el mundo que nos toca vivir. Pero no solo se queda en eso es también un particular, intenso, viaje de descubrimiento de parte de la increíble protagonista.
La convivencia como batalla. El realizador afincado en la Argentina consigue dar vueltas interesantes en torno de los estereotipos sociales. Apoyado en un elenco impecable, que encuentra el tono justo, desarrolla el curioso enfrentamiento entre un barrio privado y sus vecinos nudistas. Si bien la imagen del mundo que proyecta Los decentes, segunda película del director austríaco radicado en la Argentina Lukas Valenta Rinner, puede resultar a priori un poco esquemática, también es cierto que consigue dar algunas vueltas más que interesantes en torno de unos cuantos estereotipos sociales clásicos. Giros que van ganando en intensidad a medida que el relato avanza, yendo del esperable juego de opuestos entre una familia cheta que vive en un country y su nueva mucama, hasta una coda absurda y sacada que incluye una actualización tan literal como bizarra del gastado concepto marxista de la lucha de clases. Los decentes hace pie en una idea central que es retomada un par de veces a lo largo de la película. Se trata del viejo recurso de colocar a un individuo en un territorio extranjero del cual desconoce todas las reglas, y a partir de ahí dedicarse a sacarle el jugo a las fricciones que produce el choque cultural. Eso es lo que pasa cuando Belén acepta irse a trabajar como mucama con cama adentro a una casa en un barrio cerrado, donde se desempeñará al servicio de una señora paqueta y un poco tilinga (dos características que en la realidad suelen maridar con bastante frecuencia) que vive con un hijo joven que tiene una carrera como tenista semiprofesional. La película comienza con la entrevista laboral a la que asisten varias chicas, entre ellas Belén, y ahí mismo queda claro que ella no encaja del todo en el patrón social de las candidatas. “Ahora tengo tiempo”, responde cuando la mujer que realiza la entrevista en estricto off le hace notar que, según su currículum, hace tiempo no trabaja en el servicio doméstico y que la búsqueda está orientada a alguien que pueda ocupar el puesto de forma permanente y no de manera temporal. De ese breve diálogo se sirve el director para dejar entrever que quizá Belén sea una chica de clase media a la que la crisis ha empujado escaleras abajo, detalle que la convertiría en una especie de paria, tan extranjera en el mundo de sus patrones como en el de sus nuevos colegas de oficio. Con inteligencia la película no afirma ni niega: apenas presenta. Belén debe educarse en las costumbres de su nuevo trabajo, que son las de sus patrones. Retraída, ella vive con incomodidad el vínculo con la posesiva dueña de casa y con su insoportable hijo Juani, especie de Gastón Gaudio de torneos intercountries que manifiesta dosis altas de resentimiento filial y violencia contenida. Hablar de ellos invariablemente lleva al elogio del elenco, integrado por actores provenientes sobre todo del teatro, capaces de moverse con comodidad entre los extremos de la tragedia y la farsa. Una primera mención para Iride Mockert, que anima a Belén con los recursos justos, haciendo que su transformación interna sea bien reconocible a partir de un lenguaje corporal tan minimalista como expresivo. Se trata además de su debut en cine. Andrea Strenitz carga con el papel de señora paqueta con el que provoca una mezcla de exasperación y pena. Su hijo Juani en cambio genera bronca y desprecio pero también gracia, en momentos de comedia siempre muy logrados. El papel está a cargo de Martin Shanly, quien además es uno de los guionistas de Los decentes y director de una de las mejores películas argentinas de los últimos años, la increíble Juana a los 12, en donde también realiza un impiadoso retrato de clase. A ellos se suma Mariano Sayavedra como un cándido guardia de seguridad enamorado de Belén. El giro definitivo de la película se produce cuando Belén descubre que del otro lado del alambre perimetral del barrio privado vive una comunidad nudista. La curiosidad la empuja a vencer su timidez y de a poco se va colando en esa vida al otro lado, cuyas costumbres anacrónicas remiten invariablemente a los inicios del new age y el hipismo. Sólo un alambre electrificado separa a los habitantes del barrio privado, clásico exponente del menemismo, de esos vecinos volados, hedonistas y cultores del cuerpo. Se trata de los 90 contra los 70 y con inteligencia Valenta Rinner establece que el presente sea el campo de batalla en el que se enfrentarán. Belén se convierte en una pasajera en tránsito entre esos dos mundos ajenos que pronto la obligarán a tomar una decisión ética. Parcial y honesta, la película simplemente se dedica a seguirla y finalmente se queda del lado que ella elige, respetando su voluntad. Esa también es una decisión ética.
Los decentes, de Lukas Valenta Rinner Por Ricardo Ottone En su anterior película, Parabellum de 2015, Lukas Valenta Rinner mostraba un grupo de personajes que abandonaba todo y se internaba en un campamento de supervivencia en el Delta del Tigre con la intensión de prepararse para el inminente apocalipsis. Con Los decentes, el realizador austríaco radicado en Argentina renueva su interés por las comunidades cerradas, con su propio sistema de reglas y relaciones. Y también su propia visión del mundo en al cual se viene a sumergir y comprometer cada nuevo miembro. Esta vez se trata de dos comunidades, próximas y enfrentadas. La protagonista, Belén, es el nexo entre ambas. Belén trabaja como empleada doméstica y consigue un empleo cama adentro en el chalet de un exclusivo barrio privado. Allí trabaja sirviendo la señora de la casa, una típica señora paqueta y ociosa, y a su hijo, un joven con aspiraciones de tenista, un proyecto de atleta sobrexigido y siempre al borde del colapso mental. Un día Belén descubre que del otro lado de la cerca que protege y separa el barrio privado hay una comunidad nudista y swinger. Intrigada, Belén visita en principio temerosa el lugar para luego integrarse al mismo como miembro pleno. Así es como vivirá una suerte de doble vida separada por una cerca electrificada. De un lado su vida laboral de servidumbre, hastío y obligatoria paciencia para con los insufribles dueños de casa. Del otro lado la experiencia transformadora que implica no solo despojarse de la ropa sino también de las relaciones de clase y sometimiento, para adentrarse en un vínculo comunitario horizontal de contacto con la naturaleza y liberación sexual. Ambos mundo colisionan cunado los miembros del barrio privado, los decentes del título, pretenden expulsar a la despreocupada comunidad nudie por las actividades que consideran escandalosas e inmorales. Esto afecta especialmente a Belén que habita ambos espacios, aunque está claro que rol ocupa en cada uno y de qué lado se sitúa. La escalada de conflicto alcanza un momento álgido con una muerte. suponemos accidental, a causa de la cerca electrificada y se dispara a la guerra abierta y un final catártico. Iride Mockert pone el cuerpo para transitar la viaje iniciático de Belén, no solo por lo que implica exponerse de manera literal sino por cómo cuenta con el cuerpo las vicisitudes del personaje y cómo va acompañando con el mismo su transformación mental a medida que avanza el relato. Cuando llega, Belén viene maltrecha y algo perturbada. Eso se revela en su expresión extraviada, su postura corporal encorvada, su actitud retraída y desconfiada. Sabemos además que algo pasó en un trabajo anterior. Ya no trabaja más con chicos declara, y suponemos que algo no terminó bien. Con el correr del tiempo se va soltando y eso la actriz lo cuenta menos con el dialogo que es escaso y más con el cuerpo que se va liberando y floreciendo. Los decentes es una comedia de humor seco y asordinado, donde se nota cierta influencia de realizadores como el griego Yorgos Lanthimos, con su film The Lobster (2015). Aquí también hay una suerte de comunidad con reglas particulares muy diferenciadas del afuera y también se juega con la sensación de extrañeza y con un tono de actuaciones que logran expresividad en la contención. Un código de actuación y un tipo de humor cuyo referente local podría estar en el cine de Martín Rejtman. Si ambas comunidades se presentan irreconciliables, el retrato y la puesta que plantea Rinner de cada una es diferente. Para el barrio privado las tomas fijas de espacios limpios y simétricos y para el campo nudista el movimiento y los espacios salvajes y sin control. El retrato de ambas es también distinto. El de los habitantes del country aunque verosímil es bastante estereotipado y cercano a lo que uno presupone de ese tipo de personajes. El de los nudistas por el contrario es más original e imprevisible. El personaje de Belén, que se mueve entre ambos mundos tiene una actitud totalmente distinta según el ámbito. Hay en Los decentes un interesante retrato de personajes y un comentario social que aborda las relaciones de clases pero también temas menos transitados como la represión sexual y la adjudicación y asunción de roles dentro de una comunidad. El film trata estos temas de manera entretenida y original. Al mismo tiempo exhibe y también invita a una mirada y actitud desprejuiciadas. LOS DECENTES Los Decentes. Argentina. 2017. Dirección: Lukas Valenta Rinner. Intérpretes: Iride Mockert, Martin Shanly, Andrea Strenitz. Guión: Lukas Valenta Rinner, Ana Godoy, Martin Shanly, Ariel Gurevich. Fotografía: Roman Kasseroller. Música: Jimin Kim, Jongho You. Edición: Ana Godoy. Duración: 104 minutos.
El segundo largometraje de Lukas Valenta Rinner, escrito junto a Ana Godoy, Martin Shanly y Ariel Gurevich, es una peculiar historia de diferencias de clases. Belén es una joven que tras un año sin trabajar entra como empleada doméstica a la casa de una señora y su hijo tenista, en un country cerrado. Tímida, callada, con una personalidad entre retraída y algo perturbada, escucha y se deja llevar por unos ruidos cercanos. Así descubre un grupo de personas nudistas que realizan actividades corporales, un mundo que en principio la asusta pero luego le da la curiosidad suficiente como para introducirse ella misma allí. En la película de Valenta Rinner, vemos y seguimos todo a través de Belén, persona que de manera silenciosa observa y escucha, pero se toma su tiempo para finalmente actuar. Situaciones en la casa donde le toca trabajar cama adentro, y luego más allá de la cerca. En el medio, entabla o comienza a entablar una relación amorosa con uno de los muchachos de seguridad del country. Sin embargo, la relación importante que va a ir descubriendo Belén, es la que tiene con su propio cuerpo. Cuerpos que son filmados con mucha naturalidad y sin tapujos. Y después, claro, la crítica social. La diferencia de clases, los muros que separan, se cierran, se aíslan entre sí y a veces de la realidad, la incomunicación entre zonas. Y un clímax que funciona con toda la potencia que le falta al resto del largometraje pero que fue construyendo con cuidado. "Los decentes" es una curiosa y excéntrica película que de todos modos no consigue mantener un ritmo ágil durante el film. Con altibajos, algunos estereotipos, buenas actuaciones (su protagonista Iride Mockert brinda una muy rica interpretación sutil y contenida) y una bella fotografía, se termina sintiendo algo débil.
Belén llega a un barrio cerrado para ayudar a una mujer y su hijo en las tareas diarias, sin saber que la vivienda linda con un espacio en el que sus fantasías y deseos más profundos la llevarán a transgredir sus propios límites. Lukas Valenta Rinner logra construir un relato sobre el aburrimiento y las múltiples maneras de enfrentarlo a partir de las diferencias sociales de dos universos opuestos. Gran trabajo de su protagonista Iride Mockert como esa mujer que se anima a salir de sí misma.
Una pintura sobre dos cosmovisiones de mundo en pugna plantea Lukas Valenta Rinner en su segunda película Los decentes. Belén (Iride Mockert) consigue trabajo como empleada cama adentro de una familia de clase alta que vive en un country. Al lado de la casa, separada por un cerco perimetral electrificado, hay una quinta que funciona como lugar de reunión de un grupo que practica el nudismo. Belén comienza una relación, que avanza muy lentamente, con un guardia de seguridad del barrio cerrado y, a la vez, accede como integrante del especial grupo. Lukas Valenta Rinner cuenta, con ojo avizor y detalles que revelan su perspicacia, los lazos que unen a la madre y al hijo de la familia, sus usos y costumbres, sus gustos y educación y también ofrece escenas que describen las situaciones cotidianas en la “comunidad librepensadora”. Planos panorámicos, estilizados y milimétricamente centrados, muchos de ellos fijos, que remedan fotos o cuadros y pintan tanto los espacios exteriores (el country, la cancha de tenis, el lago artificial) cuanto los interiores (la casa) y los cuerpos desnudos. La narración elige un tono y un tempo para mostrar el conflicto y la tensión que va creciendo y definiendo tomas de posición irreductibles. Lo que quizá devenga en un alargamiento de escenas algo innecesario. El final -al que se llega por el callejón sin salida en el que se desemboca casi inevitablemente-, rompe abruptamente con el modo en que se venía narrando casi sin gritos ni estridencias ni efectismos. Y echa mano al recurso de cierre que resulta más fácil y que ideológicamente se siente un poco cuestionable en una elección que se mueve en la delgada línea de avalar y/o justificar el uso de la violencia como respuesta a la violencia.
En el panorama del cine argentino actual, Los decentes, no resulta una película cualquiera. La provocación empieza en la predominancia de sus planos generales, rectos y simétricos, suficientemente alejados de los personajes, que esconden más de lo que dicen. - Publicidad - Una mujer asiste a una agencia a una entrevista de trabajo, entre tantas mujeres más. En plano fijo y medio van pasando distintas candidatas, mirando a cámara y contestando las preguntas de la entrevistadora. Hace tiempo que Belén no consigue trabajo, el espectador podrá sospechar que nunca se dedicó a limpiar casas de otros. Llega a un barrio privado en el que la pulcritud es simétricamente proporcional a la frialdad de la dueña de casa y a la soledad de su hijo, un deportista que entrena dificultosamente luchando contra sí mismo. Interesante este personaje que interpreta uno de los guionistas, Martin Shanly. En el momento menos esperado, el guión da un giro que hace confrontar ese mundo con otro muy distinto: del otro lado del cerco, por fuera del límite de este barrio, existe un club nudista al que Belén asoma tímidamente y al que se irá integrando de a poco. La joven tímida y silenciosa formará parte de las actividades de este lugar que impulsa la libertad sexual, el amor por los otros, y el despojamiento de las riquezas, una vida de poesía y música. La soledad y el disconformismo de unos va a chocar con la libertad y la introspección de los otros. Por fuera de ambos, el conurbano bonaerense vitalmente caótico pero también lleno de desigualdades. De allí viene Belén y hacia ahi irá con el guardia de seguridad en un romance improbable, primero a un parque de diversiones y después a un hotel. En la escena del hotel se podrá comprobar cómo con mínimas situaciones el film logra darles densidad a estos personajes. Producida en conjunto con el festival coreano de Jeonju, su guión fue escrito en conjunto con Ana Godoy, Martin Shanly y Ariel Gurevich; con algo del cine del griego Lanthimos (Kynodhontas, Attenberg) su director, el austríaco Lukas Valenta Rinner logra una película minimalista y polémica que no debería pasar desapercibida para el espectador. En Malba Viernes 10 y 24 a las 22:00; sa?bado 11, 18, 25 de noviembre y 2 de diciembre a las 18:00 En Gaumont desde el 16 de noviembre.
Los decentes: cine político, pero sin solemnidad Hay muchas maneras de hacer cine político. Y no siempre, aunque se perfilen como estrategias recurrentes, las mejores son la solemnidad, las declamaciones o la pura evidencia. Los decentes es, a su manera -con sus singularidades, su desprejuicio y su humor a veces esquivo pero siempre mordaz- una película que sabe encontrar resonancias políticas en un argumento extravagante. Una empleada doméstica consigue trabajo en una prototípica casa de country bonaerense y de pronto su vida pega un giro copernicano. No tanto por la aparición del arquetipo de la lucha de clases -un tópico transitado al que el film se arrima un rato y luego va abandonando de a poco, hasta desembocar en un final inesperado, explosivo y de gran potencia cinematográfica-, sino por la inteligencia para demarcar con sutileza los límites para una comunicación fluida con los que deben lidiar grupos sociales que manejan códigos y escalas de valores diferentes. Igual que la Alicia de Lewis Carroll, Belén (gran trabajo de Iride Mockert), una mujer sumisa y apocada del conurbano, descubre en un pintoresco grupo de vecinos nudistas un mundo nuevo que la cambia por completo. No cae en un agujero, como la joven protagonista de aquella fantástica novela decimonónica. Apenas atraviesa un portón y consigue liberarse de las ataduras a las que parecía condenada por siempre, simplemente por su condición de clase.
Del otro lado del alambrado eléctrico Belén (Iride Mockert), una joven de treinta años, consigue trabajo como empleada doméstica con cama adentro en en una residencia del country Palo Verde. A partir de entonces, trabaja en la casa de una familia disfuncional de clase alta compuesta por una madre depresiva y un hijo problemático. Sus actividades comienzan a tornarse repetitivas hasta que descubre que del otro lado del alambrado que rodea la casa se encuentra una comunidad nudista: “Los Indecentes”. El director, Lukas Valenta Rinner, logra mostrar dos mundos totalmente opuestos unidos por la protagonista. Contrasta escenas de Belén trabajando en el country, sirviendo a su jefa y el hijo, con escenas donde puede soltarse y desnudarse en un ambiente relajado y de contención. Los decentes es otra película que busca mostrar el ambiente de los barrios cerrados pero con una vuelta de tuerca; cae en algunos estereotipos pero intenta mostrar las distintas facetas de aquellas personas que viven dentro de ese mundo (los residentes, las empleadas domesticas y los empleados de seguridad). Los decentes es el debut como actriz principal de Iride Mocker, que apenas con alguna mirada o pocas palabras puede comunicar la transición de Belén desde que conoce la comunidad nudista hasta que finalmente se hace parte de ella, y cómo aumenta su confianza a medida que avanza la trama. Con planos estéticamente atractivos y un guion acertado, la película capta al espectador. Los decentes es un film corto que, si bien algunos momentos de su historia pueden parecer pesados o largos, cumple el objetivo de cautivar al público y lograr empatizar con Belén.
COMO DIOS LA TRAJO AL MUNDO Entrevista de trabajo; pasan las candidatas, ninguna mejor que la otra, nada destacable en ellas y, sin embargo, aparece la protagonista y la toman. Con ese hecho azaroso, tan azaroso como la elección de un empleado (la falsa ilusión de la meritocracia) se inicia el filme. Belén es una empleada doméstica “cama adentro”, el paroxismo de la explotación, tan cercano a la esclavitud pero más perversa, pues nos hace creer que hay libre albedrío en el sometimiento. Belén trabaja rodeada de personas que paradójicamente parecen no haber trabajado en su vida, come las sobras, no es dueña ni de su sueño, tiene un pequeño cuartito y goza de una pequeña libertad dentro de los límites del country. También tiene un amorío no consumado con un guardia de seguridad, hasta ahí, todo normal, cada uno dentro de su clase social. Pero algo perturba la tranquilidad del country y conmueve a Belén: lindante con la casa en la que trabaja se extiende un campo nudista. Como en Parabellum, Valenta Rinner nos muestra el universo de las clases altas pero esta vez de un modo lateral, pues la protagonista no pertenece a él, pero tampoco a ese otro mundo nudista donde se respira libertad y sensualidad. Es una mujer entre dos mundos rompiendo mandatos sociales. Ambos mundos están claramente marcados por el tipo de escenarios, construcciones en uno y naturaleza pura en el otro. No obstante, están retratados con cierta frialdad de la cámara, no acompañando la sensualidad exacerbada del último. Quizás esto demuestre que los universos enemistados son dos caras de una misma moneda. Con un tableau vivant referenciando a “El nacimiento de Venus” de Botticelli, Belén se desnuda y se incorpora a las filas del grupo nudista quedando como nexo entre ambas realidades, pero este será un viaje de ida. Si el sexo no puede consumarse con el guardia de seguridad, con los nudistas terminará inmersa en una orgía al mejor estilo Los Idiotas. Un conflicto desatado en la frontera del country dará paso a una radicalización del grupo y de su protagonista que, paradójicamente, pierde protagonismo para la cámara cuando se encuentra con ellos, como si la puesta en escena acompañara la mayor igualdad que se goza en ese lugar casi primitivo. Belén se encuentra, a partir de su desnudez, con una libertad impensada, con la liberación de su libido y también de su potencia vital para, finalmente, rebelarse contra ese mundo de opresión en el que ella vivió hasta ahora. Por Martín Miguel Pereira redaccion@cineramaplus.com.ar
Después de una entrevista laboral Belén (Iride Mockert) comienza a trabajar como empleada doméstica en una lujosa casa dentro de un country del gran Buenos Aires. La propiedad es grande, con jardín y pileta, pero viven allí sólo dos personas. Diana (Andrea Strenitz) y su hijo Juanchi (Martín Shanly), un tenista que está empezando a ser profesional. Con su trabajo Belén no tiene problemas, hace todo lo que le ordenan y ella obedece. Es sumisa y de muy pocas palabras. Su patrona es amable con ella, al igual que su hijo. Todo se desarrolla en un clima tranquilo, sereno. Es verano y los que viven en ese lugar parece que están permanentemente de vacaciones. Todos sabemos que el country es un mundo aparte. en el sentido más literal de la palabra. Ellos se aíslan del resto, colocan alambres tejidos y ligustrinas para delimitar el perímetro, además de contar con seguridad propia. Esta película dirigida por Lukas Valenta Rinner no sólo muestra la tranquilidad de los ricos, sino que los confronta con los vecinos de al lado, que son unas personas muy particulares, porque se alojan todos en una casaquinta en forma comunitaria, pero eso no es lo llamativo y molesto, sino que permanecen siempre desnudos. Cuando la protagonista se percata de esta situación, al comienzo le llama la atención y le provoca pudor, pero luego, le da curiosidad. Y ese mundo distinto, al que ella no estaba acostumbrada a transitar, le generará una gran motivación para integrarse al grupo y ser una nudista más. La historia resalta el contrapunto cotidiano entre estos dos ámbitos tan disímiles, pero que a Belén parece no incomodarla en absoluto. Todo lo dócil que es con su labor, dentro de la comunidad vecina, se siente libre y segura. Es su lugar de pertenencia, porque, inesperadamente, descubrió y encontró que allí es ella misma y no tiene que dar explicaciones a nadie. Narrado con un ritmo un poco lento, pero que no aburre, sino que la intriga y el interés se traslada al espectador como una comedia dramática. El relato se desmorona en la insólita secuencia final, porque todo lo bueno planteado anteriormente, con una idea muy original, se desmadra convirtiéndose en un burdo policial. Y ese cambio de género, que no se podía anticipar durante el film, terminar por boicotearse a sí mismo.
Con su segundo largometraje el realizador austríaco‑argentino Lukas Valenta Rinner se adentra en un barrio privado, de placeres exclusivos y prejuicios validados. Pero lo hace desde Belén (la notable Iride Mockert), una empleada doméstica que descubre desde su lugar y funciones cómo es la vida que allí la rodea: una casa enorme y de blanco inerte, una mujer sola y desvencijada, con indicaciones precisas para la limpieza (la escena del piso de cemento es perfecta), un adolescente que entrena para el tenis todo el día, poco más. Pero, resulta que Belén mira más allá de la cerca mientras poda. Y lo que descubre es distinto, está ahí nomás, en medio de una vegetación que sobrevive como puede ‑en contraste con el lago artificial y los árboles premeditados del barrio country‑, habitada por hombres y mujeres desnudos. Hacia allí se decidirá, finalmente, furtivamente, para inmiscuirse y así revivirse. A partir de ese momento, una convivencia partida habrá de suceder en los días de Belén: mientras descubre las miradas y caricias de otras personas, el guardia del country también la corteja. Entre lo mucho que destaca en Los decentes puede señalarse el cuidado formal de sus encuadres. La información que el diálogo entre los planos aporta permite, llegado el momento, saber cómo es el country, averiguar qué tipo de tenista es el hijo acomplejado, conocer mejor el campo nudista. La articulación mejor puede pensarse en el hacer de la actriz Iride Mockert, capaz de alterar su físico según el mundo que habite: caída y sin voz, esbelta y sonriente; huidiza y opaca, sublime y hermosa. Belén es una correa de transmisión entre estos dos mundos, tal vez tres, si se tiene en cuenta la ciudad de Buenos Aires, ese ámbito desde el cual es enviada para cumplir funciones de limpieza. Puesto que sin ropas Belén resplandece, lo también cierto es que se borran las diferencias de clase. De todos modos, el film de Rinner omite caer en un retrato obvio, mientras roza momentos casi absurdos. El viraje que Los decentes propone en el desenlace es consecuente con una fricción que se siente y acentúa. Que lo aborde desde el desprejuicio es completamente acertado, así como espiritualmente lúcido. Más aún, es esta toma de acción salvaje la que hace de Los decentes la última variación guerrillera posible, orgiástica y organizada ‑cercana a Los idiotas, de Lars von Trier‑, capaz de masacrar con sus salvas los mismos escenarios reales de un country, de un barrio privado, de una residencia exclusiva.
Es curioso pero, incluso el día de hoy, exhibir cuerpos desnudos en una película es una forma de incorrección política. No estamos hablando de los cuerpos esculturales que suelen obsequiarnos a diario los medios, sino de cuerpos alejados de los estándares publicitarios, cuerpos de personas bajas, flacas o gordas, de edades avanzadas, con abundancia de vello, flacideces, várices, celulitis y otras tantas “imperfecciones”. Cuerpos no tan agradables de ver, como en definitiva son o muy pronto serán los de todos nosotros. Pero el espectador promedio está tan adiestrado por el mainstream que una película de este tenor puede resultarle chocante y quizá hasta ofensiva.