El sueño del gran salto Hay películas donde todo cuaja, desde los personajes a sus actos y mucho de ello obedece a una ecuación no siempre tenida en cuenta por guionistas o productores y que se relaciona con el contexto en que se desarrolla la historia sin visos de realismo al 100% y con un verosímil sostenido durante toda la trama en que los personajes se transforman, revelan aspectos ocultos, y su impronta también de cierta manera los define y apela a la empatía o identificación directa con el público. Por eso cuando se piensa en que el cine de antes era mucho mejor que el de ahora, lo primero que se argumenta es que las historias estaban bien contadas. Por bien contadas se sobreentiende que van más allá de un buen guión, buenos diálogos o esas cuestiones menores. La idea amalgama todos estos aspectos en conjunto y ahí el primer atractivo que hace que el público quiera saber más sobre el planteo primario y el conflicto expuesto. Por eso Los últimos románticos genera ese alivio al tomar contacto con los primeros minutos en que dos amigos del alma, Perro y Gordo, divagan mientras observan la calma del mar. Llegaron hace un tiempo a Pueblo Grande en busca de esa oportunidad para cambiar sus vidas, un lugar que vive del turismo, con casas vacías que pertenecen a europeos con plata, quienes ocasionalmente se dan una vuelta por año mientras lugareños como Gordo las cuidan. Esa es la vida en Pueblo Grande y las ambiciones de todos hacen honor a la segunda palabra. Perro y Gordo, al igual que otros personajes de la trama, sueñan con pegar ese “gran salto”, negado a aquellos con la etiqueta de perdedor consuetudinario. Y si de “El gran salto” se trata el recuerdo de Los Hermanos Coen sobrevuela esta coproducción entre Argentina y Uruguay, dirigida por Gabriel Drak. También se suma a este recuento el nombre de otra obra de los Coen como Fargo, otro relato donde las lealtades y ambiciones se entrecruzan frente a un episodio que puede cambiar la suerte y el destino de los principales personajes de manera radical. Y eso es lo que pasa en Los últimos románticos al aparecer de la nada un elemento que dispara el relato hacia la zona del policial sin perder la brújula de la comedia que en un principio marcaba el horizonte. Pero para que todo esto funcione calibradamente tiene que existir la peripecia tanto del lado de los afortunados como de aquellos que parecen condenados al infortunio o a la abulia de una rutina pueblerina. Eso ocurre cuando entra en acción la historia del inspector de policía, un veterano que llega como castigo a ese lugar donde en apariencia no puede pasar nada, en plan de redención de una vida gris, para una profesión sin el reconocimiento justo y con una crisis de pareja importante. El elenco encabezado por el argentino Juan Minujín, el uruguayo Néstor Guzzini, secundado por Vanesa González, Ricardo Couto y Adrián Navarro entregan actuaciones creíbles, sin caer en el estereotipo y con peso en cada uno de los momentos claves de una trama policial simple que nunca se desbarranca en las vueltas de tuerca ni tampoco necesita abruptos cambios de registro para mantener la atención del público a medida que se descubren algunos “hilos” de la historia entre Perro (Minujín) y Gordo (Guzzini) sin dejar de lado el asedio de un policía con olfato de sabueso (Couto) y una esposa cansada (González) de sostener a un vago, padre de dos hijos que apenas hace changas de jardinero cuando no pasa las horas con su socio Gordo. Si bien las referencias a los Coen corren por cuenta del que suscribe, el estilo y tono del film evoca las atmósferas de esas películas como la ya mencionada Fargo, en donde el contexto lo dice todo y la falta de solemnidad también. Pero si nos guiamos por el título del film y buscamos el “romanticismo” resulta irónico tal vez pensarlo en términos de amor aunque ligarlo a aquellos que sueñan con dar “El gran salto” como ocurre a los personajes de esta historia de búsquedas de redención encontrarán sentido en esas frases recurrentes como “el que las hace las paga” o que vivimos en un mundo “sin lugar para los débiles”.
Un punto de partida habitual dentro del cine policial es el de los personajes de perdedores a quien el azar cruza con una fortuna de dinero mal habida. Es un recurso muy común y ha dado muchas grandes películas, incluyendo varias de los Hermanos Coen, en particular Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men). Gordo y Perro son dos amigos que aunque ya no son jóvenes parecen comportarse como dos adolescentes. Ambos sobreviven como pueden en un pequeño pueblo costero llamado, irónicamente, Pueblo grande. Cultivan marihuana con la complicidad de la escasa policía, cuidan un hotel vacío y se las rebuscan con lo que tengan. Entonces aparecerá la fortuna que lo cambiará todo, pero como suele ocurrir, con ese dinero vendrán los problemas. Mientras que ellos buscan que hacer sin caer en manos de la policía o de los dueños del dinero, un policía que ha sido transferido desde la ciudad es ahora el nuevo comisario, amenazando con poner orden es este lugar donde todo parecía permitido. Se suceden los enredos y los cruces, como en un guión de los Coen. Y la insistencia para mencionarlos es porque los propios protagonistas fantasean con escribir un guión de policial y mencionan a los hermanos Coen y a No Country for Old Men. Esto no queda ni forzado ni pretencioso, sino que es parte de la trama, además de una declaración. Los actores, el tono, las primeras vueltas de tuerca, todo funciona bastante bien hasta que en las escenas finales el nivel que la película traía se desmorona con un desenlace algo apresurado y fuera de tono con respecto a lo que Los últimos románticos venía proponiendo. A pesar de eso resulta un prolijo trabajo de género y una película entretenida.
La confianza y lealtad sobrevalorada Llega una nueva película de Gabriel Drak (La culpa del cordero) con la dupla actoral de Juan Minujín y Néstor Guzzini. Dos grandes amigos, Perro y Gordo, viven en un pueblo perdido de Uruguay llamado “Pueblo Grande” y llevan una vida sin preocupaciones, con ideas de escribir un guion para una película y adentrándose al tráfico de la marihuana. Pero todo se sacude con la llegada del inspector Chassale (Ricardo Couto) a la policía del lugar, que fue corrido de su cargo luego de que su jefe también se haya quedado con su mujer. Minujin y Guzzini por momentos quieren crear una química actoral tales como la de Simon Pegg y Nick Frost en las películas de Edgar Wright como Shawn of The Dead: osea, dos vagos, despreocupados y desaliñados, pero que finalmente no logran ser esa dupla cómica a la que apuntaba la película. Lo que pasa con Los últimos románticos es que la primera parte de la película es verdaderamente aburrida, las situaciones chistosas son sobreactuadas y recién en la segunda parte logra repuntar con el conflicto central pero que no llega a equilibrar la propuesta a un lugar bueno, ni siquiera con esos plottwist que se quisieron contar. Lo más destacado es la banda sonora con ese tono Western realizada por Gustavo Pomeranec y algunas decisiones de fotografía, lo demás es simplemente cuestionable ya que aunque la dirección de Drak no fue mala, su guion se cree mejor de lo que es. Esperemos que lo próximo de Gabriel Drak sea una propuesta mucho mejor abordada ya que esta comedia no tiene casi nada de situaciones graciosas o aceptables, pero sí tiene detalles muy bien realizados que sabrán mejorarse aún más en el futuro.
Perro (Juan Minujín) y Gordo (Néstor Guzzini) son dos grandes amigos que viven en un pequeño pueblo costero sin mucho movimiento, solo llegan algunos propietarios europeos que tienen casonas en la playa, pero que no suelen habitarlas, sino que van algunos fines de semana. Es así como pasan sus días cuidando un hotel desierto, cortando el pasto de los jardínes, ideando un guion cinematográfico o encargándose del próspero crecimiento de unas plantas de marihuana. Pero todo cambiará cuando uno de ellos encuentre un dinero que les cambie la vida para siempre. Paralelamente, un Inspector de policía es trasladado a Pueblo Grande y sus caminos se cruzarán. “Los Últimos Románticos” es una coproducción entre Argentina y Uruguay, dirigida por Gabriel Drak, que aborda temáticas como las relaciones humanas, la amistad, la traición, la soledad, las responsabilidades, entre otras, a partir de un thriller intenso que va tomando vuelo con el correr de la historia. La película se toma su tiempo para presentar a los protagonistas, tanto a los amigos como al inspector que llega al pueblo. Nos muestra su rutina cansina, sus momentos de ocio y sus pocas ganas y posibilidades de trabajar. El resto de los personajes no están tan profundizados, pero podemos entender, a partir de lo que vemos, el rol que ocupan dentro de esta diminuta sociedad; son funcionales a lo que se quiere contar. Recién bien entrada la trama la cinta presenta un giro que hará que los personajes principales tengan un gran cambio en su vida y se pongan en juego ciertos valores como la amistad y la lealtad. Este viraje hace que también cambie el tono del film, hacia un thriller o un policial más clásico, donde sus movimientos serán observados por el inspector de turno, pero conservando algunos momentos de comedia. A partir de entonces, tendremos un ritmo mucho más dinámico y un ambiente de constante tensión. Del mismo modo, nos encontramos con algunos giros narrativos hacia el final de la historia que, si bien uno puede prever algunos de ellos, impactan de una buena manera, dándole un sólido cierre a la trama. Juan Minujín y Néstor Guzzini protagonizan este film recreando una amistad de años. Esto se nota en la química que presentan, mientras que sus actuaciones individuales son correctas sin ser sobresalientes. El resto del elenco también propicia buenas interpretaciones, destacándose Vanesa González como la mujer de Perro, que tiene que lidiar con su falta de responsabilidad paternal, y Ricardo Couto, el inspector policial que varía sus actitudes durante el metraje. Dentro de los aspectos técnicos sobresale la ambientación desolada del pueblo en el que viven, acentuando el aislamiento de los protagonistas. Lo mismo ocurre con la banda sonora, que tiene un rol primordial a la hora de crear el clima policial y de tensión. En síntesis, “Los Últimos Románticos” es una película que tarda un poco en tomar vuelo, haciendo una exhaustiva presentación de sus personajes y del lugar donde viven (que tiene un rol fundamental) para desembocar en un buen policial con giros narrativos interesantes que atraparán al público.
Hay algo vivo en los personajes imaginados por Gabriel Drak que con el correr del metraje y la narración comienza a evaporarse. Tres personajes lideran una historia en la que la contrapropuesta a “el mundo es de los hijos de puta” no termina por cuajar con fluidez, perdiendo fuerza con cada decisión, desacertada, siempre, que la pareja protagónica asuma.
Un dúo de amigos encuentra cuatro millones de euros y nada volverá a ser lo mismo en esta película con sangre rioplatense. En Un plan simple (A simple plan, 1998), aquella excelente película dirigida por Sam Raimi, dos hermanos y un amigo encuentran millones de dólares en una avioneta estrellada. Su plan, tal como el título del film hace alusión, es sencillo: quedarse con el dinero resguardado por aquel de posición más estable. Pero, dónde existe dinero impropio en abundancia siempre hay problemas. Los últimos románticos (2019), película coproducida entre Uruguay y Argentina, nos enmarca en un contexto similar en donde el dinero funciona como el claro disparador de paranoia, miseria, egoísmo, miedo y traiciones. El lema "pueblo chico infierno grande" queda asentado desde los primeros minutos del film con la descripción del panorama. Juan Minujín (Vaquero) interpreta a Perro, un ser bonachón, con la actitud de un holgazán y de mente inmadura (casado, con hijos, pero sin responsabilidad por ellos). Todo marchaba de manera normal en la vida de Perro, oficiando de jardinero y pasando el tiempo con su amigo Gordo, en la piel de Néstor Guzzini (Mr. Kaplan). Hasta que un día Perro encuentra cuatro millones de euros en el baño de una pareja de ancianos fallecida. Sin titubear, él se hace con el dinero y pide el refugio en lo de Gordo. Parecía un sueño hecho realidad hasta que alguien viene a reclamar y todo se torna una pesadilla. Su director, Gabriel Drak (La culpa del cordero), brinda una historia que, en los primeros treinta minutos, se encarga de manera minuciosa de describir el escenario. Esto es un logro ya que el desencadenante de la aparición de los euros gira el guion hacia rumbos desconocidos y posibilita la aparición de nuevos personajes y el redescubrimiento de los protagonistas. En el último acto del largometraje el verticalismo le gana al entendimiento y esto es un error. Las acciones se precipitan de manera tan veloz, siendo tantas a la vez, que no hay tiempo para procesarlas. En los minutos finales todo transcurre tan rápido que un nuevo giro te sorprende quedando esa reflexión un tanto interrumpida lamentándonos por la resolución. Los últimos románticos es una película de aventuras donde los valores se ponen sobre el tapete y el olor de una riqueza indebida infecta hasta al más insospechado. En tiempos de individualismo, el arte es una forma ideal para generar obras que intenten llegar a la conciencia colectiva, aunque tal vez su desenlace nos deje gusto a desesperanza.
Uruguay, un pequeño pueblo costero donde rara vez se rompe la calma. Dos grandes amigos, el Perro y el Gordo, pasan juntos todo el tiempo posible. Divagan mientras fuman cannabis sobre ambiciones algo inocentes. Charlan y ríen mientras buscan ideas para un guión cinematográfico. El Gordo cuida un hotel de unos millonarios extranjeros, el Perro corta el pasto en lugares que suelen no estar habitados y vive en constante conflicto con su pareja por una vaga paternidad. Un nuevo jefe llega, el Inspector Chassale, quien tiene a su cargo a dos policías del lugar, uno responsable y otro corrupto. Este último tiene las mejores partes cómicas de la historia. Algo inesperado sucede, la vida de los amigos puede cambiar para siempre, ésto hace que la nueva visita los ponga algo nerviosos y el Inspector tome más protagonismo. El nuevo film del uruguayo Gabriel Drak tiene cambios de género, pero en definitiva realiza un policial con momentos de comedia, con giros inesperados y otros palpables. La película se pone más entretenida con el correr de los minutos. La dupla que forman Juan Minujín junto a Néstor Guzzini es de lo más atractiva por sus buenas interpretaciones y divertidas situaciones. La amistad es el tema principal...algo puede romperla? Ese dilema viaja por el policial que ofrece buenos tintes de comedia, atrapa por momentos, pero también cae en obviedades. Leonardo Majluf PH https://www.youtube.com/watch?v=yJ0v-sPN9gg DIRECCIÓN: Gabriel Drak. ACTORES: Juan Minujín, Néstor Guzzini. ACTORES SECUNDARIOS: Vanesa Gonzalez, Ricardo Couto, Adrián Navarro. GUION: Gabriel Drak. FOTOGRAFIA: Raúl Etcheverry. MÚSICA: Gustavo Pomeranec. GENERO: Drama , Comedia . ORIGEN: Argentina. DURACION: 100 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años DISTRIBUIDORA: Aura Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 31 de Enero de 2019
Perro (Juan Minujín) y Gordo (Néstor Guzzini) son dos amigotes que sobreviven con lo que tienen a mano en un pequeño pueblo uruguayo. Allí “cuidan” un hotel vacío, mientras esperan la llegada de los dueños húngaros, cultivan marihuana en el patio y, en el caso de Perro, hace algunos trabajos de jardinería. Como suele ocurrir en las “comedias policiales”, los amigos literalmente se cruzan con la oportunidad de sus vidas cuando, en uno de sus trabajos como jardinero, Perro encuentra a los dueños de la casa muertos y unos cuantos millones de euros. ¿Qué hacer con semejante cantidad de dinero? Coproducción argentino-uruguaya a cargo de Gabriel Drak, Los últimos románticos irá cruzando a sus diversos personajes (el nuevo comisario, un malvado mafioso húngaro, algunos policías involucrados en el negocio de la marihuana) a largo de esta historia en la que los enredos estarán a la orden del día. Si bien es entretenida y liviana, la película adolece de una pereza formal por la que le cuesta escapar de la estructura del plano y contraplano. Tampoco ayuda que el guión exhiba sus costuras no sólo a través del carácter fortuito de la cadena de sucesos, sino también por algunas líneas subrayadas que rompen con la impronta naturalista y campechana de sus protagonistas. El resultado es un film con un planteo más interesante que su resolución.
El punto de partida de esta coproducción uruguayo-argentina es prototípico: un par de perdedores que se encuentran con un botín inesperado y se meten en problemas. El Perro (Juan Minujín) y el Gordo (Néstor Guzzini), los protagonistas de esta historia, que se desarrolla en un apacible pueblo costero, también fantasean con escribir un guion para una película del estilo de Sin lugar para los débiles, una referencia que no aparece por casualidad: técnicamente impecable, Los últimos románticos intenta trabajar con el humor mordaz, los toques de cinismo y el suspenso atrapante que suelen tener las mejores películas de los Coen. En ese plan, consigue algunos buenos momentos y también trastabilla en otros mucho más convencionales.
El nuevo film de Gabriel Drak (su primer film fue “La culpa del cordero”) nos presenta a Perro y Gordo (Juan Minujín y Néstor Guzzini respectivamente), dos amigos de toda la vida, eternos adolescentes que se niegan rotundamente a madurar, que se han asentado en un pequeño pueblo uruguayo y reparten su tiempo entre charlas bohemias, algún trabajo y sus alocados planes para salir de pobres. A Gordo le han ofrecido trabajo como sereno de un hotel prácticamente desocupado en Pueblo Grande, un pueblo costero uruguayo completamente alejado del mundanal ruido. Este hotel ha sido comprado por inversores europeos que solamente lo utilizan algunos pocos fines de semana en el año, razón por la cual se encuentra mayormente desocupado y es entonces el escenario ideal para que estos dos amigos desarrollen sus proyectos más delirantes que van desde escribir juntos un guion de cine que sea comprado por Hollywood y puedan, de esta forma, hacerse ricos y famosos, hasta plantar marihuana en un invernadero montado dentro del mismo hotel. Tan fuerte es su amistad, que cuando Gordo acepta el trabajo, Perro se muda a ese lugar inhóspito casi sin dudarlo, arrastrando a su familia y muy a pesar de la oposición de su mujer (Vanesa Gonzalez, en un papel que no le permite lucimiento alguno y que es, sin lugar a dudas, el peor escrito de la película). Toda la primera mitad del filme, Drak propone una descripción pormenorizada del vínculo que une a estos dos amigos mientras va acompañándolos con algunas situaciones de la vida cotidiana de este pueblo tan particular. Luego de una extensa presentación de los personajes, en donde se pierde un poco el timing de la película y donde el director no logra definir con claridad las líneas de acción que propone, se presenta otro personaje que será central para la trama: el nuevo inspector de policía del pueblo, el Inspector Chassale, que con sus métodos tan poco ortodoxos y su indudable ironía, cambia el tono de toda la primera parte, tan bucólicamente pueblerina. Chassale llega a Pueblo Grande traicionado por el Jefe Santos, su mejor amigo quien no solamente le ha quitado la posibilidad de quedarse con el cargo de Jefe de la Policía Nacional sino que también lo ha engañado con su mujer y ha cursado su traslado a ese pueblo olvidado en el mapa, como el último escalón en su plan de venganza. Allí Chassale se encontrará con los únicos dos policías con los que cuenta el pueblo: Nuñez y Sosa, dos agentes completamente antagónicos, que juegan a reforzar una historia en donde permanentemente se subrayará la participación de buenos y malos, de una manera demasiado obvia, sin darle lugar a todos los grises que puedan aparecer dentro de los personajes. El delicado equilibrio que une a los protagonistas, se rompe por completo cuando Perro encuentre un bolso con cuatro millones de euros dentro del cuarto de una pareja de ancianos que ha fallecido. Tal como ha pasado en “Tumbas al ras de la tierra”, el excelente thriller de Danny Boyle o en cierto modo en “Sin lugar para los débiles” de los hermanos Coen, un bolso lleno de dinero dispara múltiples cursos en la acción y genera, casi irremediablemente un aroma de thriller que cambia por completo el tono en el que Drak venía narrando toda la primera parte de la historia, haciendo que la película comience a tomar vuelo propio y plantee, tal como sucede en otras películas con una temática similar, como el dinero corroe los vínculos personales y la amistad, planteando un juego de traiciones y dilemas morales a los que deben enfrentarse los personajes. Es así como de un fallido tono de comedia costumbrista, “LOS ULTIMOS ROMANTICOS” se encasilla en su último segmento, en un clima de thriller negro donde aparece la ambición, la codicia, la culpa y las traiciones propias de la impunidad que propone el dinero, rompiendo con algunos pactos implícitos. En este tramo, la película gana en contundencia y logra darle cuerpo a una historia que pecaba de una construcción muy endeble. A este sólido tercer acto -muy por encima del promedio del resto del filme- se oponen por un lado, un Ricardo Couto muy fuera de tono en su personaje de Chassale, como si estuviese en otra película diferente, con una composición de trazos mucho más gruesos que el puntilloso delineamiento de Gordo y Perro que Drak nos propone durante todo el filme y por el otro, una acumulación de vueltas de tuercas en las últimas escenas que quizás, para su mayor efectividad, hubiesen necesitado un poco más de desarrollo. Con lo cual “LOS ULTIMOS ROMANTICOS” luce desbalanceada, se toma un tiempo extremadamente largo para la presentación del pueblo y sus personajes para luego acumular, con cierta torpeza, todas las vueltas de tuerca juntas quedando demasiado agolpadas. De todos modos, ese pasaje final es el que demuestra la mayor solvencia de Drak como guionista, donde encajan todas las piezas del rompecabezas y es el que salva el promedio de esta coproducción argentino-uruguaya con muy buenas actuaciones en los protagónicos de Néstor Guzzini (con participaciones en “Severina” “El 5 de Talleres” y “Mr Kaplan”) y nuestro Juan Minujín (“Vaquero” “Un año sin amor” “Dos más dos” y también reconocido por sus personajes televisivos tan disímiles como los de “100 dias para enamorarse” o “El Marginal”).
Mezcla de géneros y estilos, "Los últimos románticos" de Gabriel Drak, es una comedia con mejores intenciones que logros. ¿Existen las amistades a prueba de cualquier sacrificio? ¿Es verdad eso de que a un amigo no se lo traiciona? El cine dio incontables cantidad de pruebas de que esto no es tan así, y "Los último románticos", segunda película de Gabriel Drak, terminará siendo otra más. ¿Por qué terminará? Porque en la película del director de "La culpa del cordero", se plantean dos escenarios distintos. Algo que comienza de un modo y a (menos de) mitad de camino virará hacia otro. El cine uruguayo sigue en notable crecimiento; y como si aún no hubiesen podido superar la etapa de lo que acá se conoció como Nuevo Cine Argentino, gran parte de su producción siguen siendo retratos de personajes abúlicos, a los cuales la vida (que no saben qué hacer con ella) y la rutina, les pasó por encima dejando una estela cansina. Así comienza "Los últimos románticos", contando la historia de dos amigos, Perro (Juan Minujín), y Gordo (Néstor Guzzini), que no hacen mucho de sus vidas más allá de encontrar excusas y seguir eludiendo responsabilidades (como hacerse cargo de la mujer y el hijo que tienen). Viven en un pequeño pueblo costero olvidado, y ese parece se el lugar ideal para estos dos seres que hacen de su patetismo algo (más o menos) querible. Van de un lado al otro todo el día, plantean diálogos superfluos hablan de conquistas de mujeres, de escribir el guion de una película, y de cómo hacer para seguir viviendo sin tener un trabajo importante que les quite ese estilo de vida. Ellos están tan quietos como el lugar que habitan. Paralelamente, en montaje paralelo, se nos muestra a Chassale (Ricardo Cuoto), un inspector de policía que es denigrado de su cargo, a hacerse cargo de la comisaría de ese pequeño pueblo. ¿Qué tiene que ver Chassale con lo otro que se nos muestra? De a poco se irán uniendo ambas historias, y ahí, Los últimos románticos vira hacia otro lado. Chassale quiere hospedarse en un hotel semi abandonado que hay en el lugar, pero Perro y Gordo se lo niegan sistemáticamente. No quieren que nada ni nadie les interrumpa su estilo de vida que incluye alguna plantación de marihuana (el nuevo tópico star uruguayo). Coincidiendo con la llegada del inspector, que también debe lidiar con los inoperantes policías del lugar, Perro y Gordo encuentran una importante suma de dinero que no parece provenir de manos limpias, pero que les aseguraría poder mantener su vida por un largo tiempo más. De ahí en más, Drak nos presenta una película de género policial, con pinceladas de comedia, y algo de negrura porque las traiciones y giros estarán a la orden del día. En su ópera prima, Gabriel Drak había presentado algunos problemas de amateurismo, y un guion que se apoyaba demasiado en la rutina. Los últimos románticos es un paso adelante respecto de La culpa del cordero. Su puesta, sin deslumbrar ni sorprender, responde a cierto criterio, y los personajes, aunque no despierten empatía, están bien encuadrados. El giro policial le otorgará cierto dinamismo, aunque de todos modos se trate de una propuesta que nunca llega despegar y oscila demasiado en mostrar la rutina de los protagonistas. Una banda sonora esporádica e invasiva, tampoco parece ser del todo acertada. También demuestra una disparidad marcada en las interpretaciones, con Minujín, Adrián Navarro, Vanesa Gonzáles, y Guzzini, colocándose por encima de un elenco muchas veces sobrepasado por lo que se trata de contar. En La culpa del cordero, Drak ya había demostrado interés en querer contar historias cotidianas que desmenuzaran miserias humanas. En Los últimos románticos pareciera querer ir por el mismo camino, pero al igual que en aquella, no siempre tiene algo para contar. Sobre el final del trayecto, una sumatoria de giros y vueltas, más o menos sorpresivas (para quienes no vieron ningún policial) repuntarán el resultado y convencerán el conjunto. En Los últimos románticos se notan las intenciones de una película, de querer dejar plasmada una idea, una visión. No siempre lo consigue, y la sensación es la estar viendo algo aceptable pero que pudo ser notoriamente mejor ¿Alcanza?
Son en realidad dos amigos en un lugar casi olvidado, viviendo de sus cultivos de marihuana, con anuencia y sociedad del policía del lugar. “Perro” y “Gordo” tienen su punto de encuentro y ensoñación en un hotel, que el segundo cuida, que esta vacío, pertenece a una pareja de excéntricos millonarios. Sueñan con escribir un guión. Viven pacíficamente. Sin embargo estos simpáticos perdedores se transformaran frente a un hecho fortuito que despierta en ellos algo que los cambiará definitivamente: la codicia. Un botín millonario que cae en sus manos para sacar lados oscuros. Enredos, un comisario nuevo y particular, una torpeza tras otra con giros del guión que busca entretener y poner en evidencia algunas verdades dolorosas. Juan Minujin es un actor versátil, lleno de energía, lo acompaña en otro ritmo Néstor Guzzini, hay momentos en que no lograr una total empatía. Y a eso contribuyen unas historias colaterales un poco estiradas. Sin embargo en su totalidad el filme de Gabriel Drak logra un cierto encanto y empatía con esos seres que no están destinados a salvarse.
Sin lugar para los Coen No es casual que el primer diálogo de Los últimos románticos invoque una referencia al universo de los hermanos Coen: el segundo largometraje del uruguayo Gabriel Drak absorbe y recrea temas y tonos de ciertas películas de los directores de Sin lugar para los débiles. Esa ascendencia/homenaje, sin embargo, será apenas epidérmica. “En algún lugar del Río de la Plata”, reza una placa al comienzo de la proyección, aunque la historia va a transcurrir en un sitio imaginario de la costa marítima (las locaciones reales pertenecen al país vecino, la geografía ficcional es indiscernible). Allí, en un pueblito perdido que apenas si acomoda a un puñado de turistas durante el verano, viven Perro y Gordo, dos perdedores y fumones empedernidos que sobreviven con sus precarios trabajos como corta pastos y sereno de un hotel en desuso, respectivamente. Amén del amoroso cultivo (música de Bach incluida) de un grupo de plantitas de marihuana. Nestor Guzzini (Mr Kaplan, El 5 de Talleres) y Juan Minujín –ejemplo primordial de un reparto oriundo de ambas orillas rioplatenses– encarnan a los protagonistas con rasgos y pinceladas de la comedia popular: vagos aunque entradores, torpes pero confiados en sus virtudes, cinematográficamente carismáticos. Tampoco parece azaroso que los muchachotes (soltero el Gordo; esposo y padre de dos chicos, aunque a los ponchazos, el otro) sueñen con escribir un guion exitoso que no parece ir para ningún lado, al margen de su rimbombante título. Drak enlaza su película en el largo collar de las buddy-movies y las comedias policiales y aquello que, en principio, parece un acercamiento al costumbrismo local se desliza velozmente hacia una trama de golpes de suerte, botines, intrigas, lealtades y, por supuesto, todo lo contrario. La situación se complica con la aparición de un tercer personaje que el film presenta desde un primer momento, gracias a las bondades del montaje paralelo: un detective obligado a recluirse en Pueblo Grande (otra de las ironías del guion) luego de una desavenencia con su jefe en la fuerza policial. El carácter derivativo, tanto del relato como de la construcción y evolución de los personajes, es evidente al punto de resultar problemático y la lucha de la dupla Minujín/Guzzini por aportarle carácter y musculatura a sus criaturas resulta por ello aún más notable. El inconveniente esencial de la creación de Drak –exdirector publicitario de larga trayectoria internacional– es la falta de tensión dramática, un escollo que, a pesar de la constante sucesión de causas y efectos, atenta contra la aparición de cualquier clase de emoción. La representación en pantalla de dichos y hechos -tan funcionales a la trama como esquemáticos en su resolución- casi nunca logran superar el estadio del esbozo. Sobre el final, Los últimos románticos intenta salvar el juego con una serie de vueltas de tuerca y revelaciones ocultas, pero el deseo de erigir algo similar a una mirada bañada en misantropía (esa gruesa cobertura que los Coen han pulido hasta sacarle brillo) no llega mucho más allá de la caricatura superficial.
La aparición de un elemento inesperado que irrumpe en un pueblito tranquilo es un disparador habitual de conflictos en el cine. Algunos ejemplos acostumbrados son la llegada de un forastero a quien le son ajenos los códigos de los habitantes del lugar, o la repentina aparición de un tesoro que altera la dinámica de todos. El caso de la comedia policial Los últimos románticos, la segunda película del uruguayo Gabriel Drak (La culpa del cordero), es curioso porque apela a los dos elementos disruptivos al mismo tiempo para sacudir el avispero narrativo. Juan Minujín y Néstor Guzzini interpretan al Perro y el Gordo, dos grandes amigos que pasan el tiempo deambulando por Pueblo Grande fumando porro. Uno atraviesa una crisis matrimonial por su falta de ambiciones y el otro está estancado cuidando un hotel abandonado en el que cultiva plantas de marihuana. Hasta que uno de ellos da con un inesperado botín millonario, justo cuando el pueblito recibe a un nuevo sheriff muy interesado en los quehaceres dudosos de los dos potenciales maleantes. Este mejunje entre ineptitud y profesionalismo de los protagonistas de Los últimos románticos busca emular personajes delineados por los hermanos Coen, conexión explícita en la película, aunque la dinámica entre estos dos socios atolondrados, gracias a la química entre Guzzini y Minujín para transmitir una complicidad tensa e incuestionable, parezca mucho más deudora de las buddy movies de Edgar Wright. Drak consigue que funcione mejor la comedia seca y distante de la película que la intriga policial planteada, pero el director igual prefiere volcarse hacia el thriller sobre el final. Los últimos románticos gira en falso con esas forzadas vueltas argumentales tardías que, a puro sarcasmo, menosprecian a esos personajes que, necesitados de una segunda oportunidad, buscaron atajos hacia la redención.
Dos vagos (uno de ellos casado y con dos hijos). Dos oficiales de policía (uno con pocas pulgas y otro con la mujer del primero). Una plantación oculta. Un dinero oculto. Dineral. Dos suicidas. Dos policías (uno pavote y otro pachorra, según convenga). Hay más juegos binarios para esta coproducción entre dos países, con toques de costumbrismo y comedia negra, y varias vueltas de tuerca. No diremCerraros cuántas, pero la última es la mejor. Autor, el uruguayo Gabriel Drak. Intérpretes, Juan Minujin, Adrián Navarro, Vanesa González por este lado, y Néstor Guzzini, Ricardo Couto y Ernesto Liotti por el otro, todos buenos. También buenos los chascarrillos, el ritmo pausado y los acordes musicales, tan incisivos como insidiosos, que compuso Gustavo Pomeranec. Puede advertirse un par de saltitos argumentales, pero no molestan.
Los últimos románticos, dirigida por Gabriel Drak, comienza con una escena que será el epítome del metraje: dos hombres adultos -en apariencia, pues en verdad son irritantemente bobos- balbucean, entre porros, algunas trivialidades sobre sus trabajos y una referencia carente de sentido o resignificación de No Country for Old Men, el film de los hermanos Coen. Agregan algo sobre la escritura de un guión, aunque pareciera ser más un capricho autoral que una necesidad de los personajes. Están sentados en dos rocas que sobresalen del río; sabemos que el lugar donde se desarrolla la historia es un tal “Pueblo Grande”, aunque la película es ostensiblemente ambigua respecto de su ubicación exacta (el film se nos introduce con una placa que reza “en algún lugar del Río de la Plata”). Si queremos empezar a entender los temas de un film, las simetrías y los conflictos que va a tratar, resulta prudente analizar las primeras imágenes, los primeros diálogos, los primeros movimientos de cámara. Allí, con algo de suerte, encontraremos todas las semillas que el autor, si es tal, quiere hacer florecer durante su obra. En el caso de Los últimos románticos, esto ocurre pero a la inversa: vemos, de entrada, todas las falencias que desnudará más adelante. Primero, el film de Drak reflota uno de los grandes males del cine argentino de los últimos treinta años, que es la incapacidad de escribir diálogos adecuados: es una película mal hablada. Hay una escena particularmente pobre, en la que un comisario despechado es llamado por el superior a su oficina e intercambian palabras sin un gramo de gracia, sin un ápice de presteza dialogística. También se insulta mucho, y sin sentido, otro de los defectos cinematográficos rioplatenses: las puteadas procuran funcionar como chistes en sí mismos, como si tuviesen una especie de gracia intrínseca. En este caso no solo se abusa del insulto sino que se parte del golpe de efecto, sin simpatía alguna. Mencionamos que los personajes se encuentran escribiendo un guión cinematográfico, una comedia negra (como pretende ser esta obra). Sin embargo, este valor de los personajes no se resignifica ni tampoco vuelve a la trama como un hecho importante: nunca vemos a los protagonistas (Perro y Gordo) desarrollarlo y cuando se habla del tema, siempre su uso argumental es banal. Por otro lado, esa ambigüedad respecto de la geografía diegética se traslada al campo de la trama: hay una indecisión constante sobre los hechos que narra, lo que deriva en un cualquiercosismo algo hartante. Por momentos, el film es una comedia (hay un solo chiste que funciona, pero por sí mismo y no por contexto: “ahórrele el sufrimiento”… El lector que no ha visto el film quizás incluso se ría), por momentos un thriller, por momentos un drama y por otros, un policial. Estos cambios de género, de tono, son sumamente arbitrarios. Los personajes resultan también bastante chatos: Perro es un eterno adolescente que en ningún momento admite redención mientras que el detective es un sexagenario irritante cuyas habilidades detectivescas son una incógnita para el espectador. Una vuelta de tuerca al final quiere alterar un mundo que nunca se fijó del todo; en parte por la indecisión, en parte por la inhabilidad narrativa.
Nos encontramos frente a un policial negro donde todo se desarrolla en un pueblo pequeño y como dice el dicho “pueblo chico infierno grande “y esta no es la excepción. Los personajes principales son dos amigos: Gordo (Néstor Guzzini) y Perro (Juan Minujín) casado con la Flaca (Vanesa González) con quien tiene dos hijos chicos. Ellos son un par de perdedores, cultivan marihuana, cuidan un hotel vacío y se la rebuscan como pueden haciendo changas para algún turista que pase por el lugar, quien le brinda una ayuda es un policía corrupto de apellido Sosa (Adrián Navarro). Un día aparece un comisario Chassale (Ricardo Couto) nuevo en la zona, ya no podrán movilizarse con la misma libertad y además encontrarán algo muy especial que no estaba dentro de sus planes, porque tal vez todos tenemos una segunda oportunidad. Van surgiendo una serie de enredos, momentos inverosímiles, es irónica, se van generando buenos climas, con pinceladas de western y humor negro, con buenas actuaciones, un film prolijo que entretiene con cierto toque a las películas de los hermanos Coen.
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Como en “La parte del león”, de Adolfo Aristarain, la vida se complica cuando se encuentra una gran suma de dinero que no es de uno. Pero pasaron más de 40 años de aquella película protagonizada por Julio de Grazia y la historia de qué hacer con un botín, ya vista en varias oportunidades, deja de ser atractiva. Dos amigos incondicionales, el Perro (Minujín) y el Gordo (Guzzini) tratan de sacarle ventaja a las changas que tienen en un pueblito perdido. El Perro anda a los tumbos con la mamá de sus hijos (González) y el Gordo se la pasa nadando en la pileta de un hotel que supuestamente deberían cuidar en etapa de receso de vacaciones. Hasta que un día el Perro se topa con una millonada de euros detrás del botiquín de una casa, cuyos dueños supuestamente se suicidaron. A partir de ahí se suceden algunas idas y vueltas previsibles, que apenas zafan gracias a la buena actuación del nuevo comisario (Couto), que llega para poner orden donde no se conoce esa palabra. Con una búsqueda forzada sobre el final, la película se pierde la posibilidad de tener un cierre ingenioso.
Ellos son amigos desde la adolescencia. No son muy apegados al trabajo, se podría decir que son perezosos. El esfuerzo que lo haga otro, no están para esas cosas. Por ese motivo es que hace unos años decidieron mudarse a un pueblito playero, ubicado en las costas uruguayas del Río de la Plata. En ese sito llamado pretenciosamente Pueblo Grande transcurre este film, en una coproducción argentina-uruguaya. El Perro (Juan Minujín) tiene como trabajo formal cortar el pasto de los jardines de las casas importantes del lugar. Está casado con la Flaca (Vanesa González), la única enfermera del pueblo, y tienen dos hijos chicos. Por otra parte, su amigo el Gordo (Néstor Guzzini) es soltero y tiene la tarea de encargarse del mantenimiento y cuidado del único hotel que hay allí, cuando no es temporada veraniega y se encuentra totalmente deshabitado. Ambos en la zona de la piscina desarrollan lo que podríamos decir como un “emprendimiento” económico. Eso es, el cultivo de las plantas de marihuana, para luego comercializarlas. Mientras se encuentran ejerciendo dichos menesteres llega a Pueblo Grande un nuevo comisario, Chassale (Ricardo Couto). Es un veterano que está cansado de la vida y de su ex mujer. El único bien material que conserva es un viejo auto, y ahí es donde duerme desde que se separó. Gabriel Drak planificó una película con una estructura policial clásica, donde lo que predomina es la liviandad y ciertos toques de humor. Lo atractivo es ver lo que hacen estos dos perdedores con sus vidas, porque hace tiempo están escribiendo un guión cuyo tema central es la queja en contra del sistema y de quienes lo ejecutan, pero nunca lo terminan. Con un ritmo constante y parejo, con el segundo plano de una mezcla de música instrumental e incidental notoria que sostiene con mayor dramatismo los momentos álgidos de la narración, se suceden las escenas que están construidas para hacer avanzar a la historia y justificar las acciones siguientes. Cada personaje está diseñado en función de lo que se está contando. Ambos están casi todo el día medianamente drogados, bajo la influencia de fumar cigarrillos de marihuana, hasta que los despabila la diosa fortuna y allí comienza otra historia. Los enemigos acechan, las dudas y temores se multiplican. Como una partida de ajedrez van transcurriendo los momentos. ¿Ganarán los buenos o los malos? O cabría mejor preguntarse si hay alguno decente entre todos ellos, porque el final sorprende por su resolución. Quienes parecían ser una cosa, terminaron siendo otra. Y en este punto habría que reflexionar porque empaña un poco todo lo bueno que veníamos viendo, al no haber una información previa contundente de cómo van a accionar los personajes y cómo actúan finalmente, que generan ciertas incógnitas. Como las de saber quién se saldrá con la suya, ¿el que se cree más piola, el inocente, o el sagaz?
El jueves pasado se estrenó la coproducción entre Argentina y Uruguay, Los últimos románticos de Gabriel Drak, protagonizada por Juan Minujín y Néstor Guzzini. La historia se ubica en Pueblo Grande, un sitio costero. El Perro y el Gordo son dos amigos que se la pasan intentando escribir un guion, mientras el primero corta el pasto de las casas vacías fuera de temporada y el otro es el conserje de un hotel que no tiene ningún pasajero. A la par tienen un negocio de venta de plantas de marihuana con Sosa, uno de los policías del lugar. A su vez, un Inspector de policía es trasladado para hacerse cargo de la comisaría. El choque entre el Inspector y Perro y Gordo es inevitable, sobre todo con la aparición de una bolsa con cuatro millones de euros. Los últimos románticos comienza su relato haciendo referencia a los Coen y gran parte de su ritmo hace eco de los directores de Fargo o Sin lugar para los débiles. El film mezcla la comedia con el policial y algunas vueltas de tuerca (aunque en este caso son bastante rebuscadas para la coherencia del relato). Mientras que la primera mitad apuesta a los diálogos, también se enfoca en la construcción de los personajes. Algunos funcionan mejor que otros, mientras que El Perro y el Gordo son estereotipos de dos amigos que viven en un pueblo tranquilo buscando cualquier medio para sobrevivir, el inspector no logra empatizar con el espectador y a medida que avanza la historia pierde gran parte de su motivación. Aprovechando las locaciones, los encuadres de los lugares cerrados están muy bien trabajados, funcionan especialmente cuando los diálogos son extensos, aunque la música colocada en estas escenas no coincide con el ritmo que se le intenta dar a la película.
2 amigos se encuentran una zona costera uruguaya. No hacen más que vender marihuana mientras pulen el guión de su próxima película. Un día se encuentran con una sorpresa demasiado buena para ser verdad. Juan Minujín y Néstor Guzziniprotagonizan el “viejo cuento de los tocados por la varita mágica”. Y sí, lo que estos soñadores amigos encuentran es dinero, demasiado dinero como para saber que hacer con él. El pueblo comienza a ser noticia y la caza de brujas inicia, como dicen por ahí: en los pueblos chicos todo sale al aire. Devienen en la trama el clásico detective recién llegado al pueblo, el policía que hace la vista gorda y el matón que viene detrás del dinero (proveniente de unos húngaros). Como se puede ver, el film dirigido por Gabriel Drak es una seguidilla de lugares comunes pero puede compararse con un buen cuento corto y ameno, que sabes que no quedará en tu memoria pero te hizo pasar una tarde agradable. Los últimos románticos es una buena muestra del carisma del cine argentino/uruguayo (es una co-producción), no es deslumbrante pero tiene lo justo para entretener y sacar algunas sonrisas.
Perro y Gordo. Juan Minujín y Néstor Guzzini. Ellos son los protagonistas de esta historia prometió mucho pero le terminó faltando sustancia para terminar de conquistar. Perro y Gordo viven en un pequeño pueblo costero casi deshabitado, cuidando casas de europeos que vienen a pasar el fin de semana, plantando marihuana para vender, pero siempre con las ganas de "pegarla" con guión cinematográfico escrito por los dos. Un nuevo y bastante particular inspector de policía llega al pueblo, mientras que Perro y Gordo dan con una oportunidad inesperada... Y no la dejarán pasar. Esa es la interesante premisa de la cinta co-producida por Argentina y Uruguay, dirigida por Gabriel Drak ("La culpa del cordero"). Es difícil encasillar a la cinta dentro de un género y éste es uno de los principales motivos por los que no termina de alcanzar su máximo esplendor. Por las personalidades de los personajes principales y la trama, cualquiera podría pensar en una comedia negra al estilo de los hermanos Coen (de hecho, hay una referencia a "Sin lugar para los débiles" al comienzo del film). Sin embargo, si bien hay momentos graciosos, es un recurso que podría haberse explotado mucho más. En contraposición, por la música, algunos planos y ciertos puntos de tensión, uno piensa en un thriller, porque está filmado y narrado como tal. Pero tampoco llega a tener el peso necesario que debería tener para serlo. Es esta ambivalencia que la que dificulta la conexión o el pacto del espectador con la película. Quizá hubiese sido preferible inclinarse totalmente a un solo género, o más humorístico, o con mayor carga dramática. Más allá de la cuestión del tono de la película, es resaltable la historia que se cuenta. Porque es arriesgada y propone muchos giros. Porque los personajes están bien armados. Y, fundamentalmente, porque siempre mantiene a la audiencia esperando a ver cómo se resuelve todo. Desde lo técnico, la música es efectiva, y lo más destacado es la ambientación, que nos otorga con gran facilidad esa sensación de pueblo desolado; incluso sirve para entender más a las características de los personajes. Aunque no sean muchos, los secundarios también cumplen su papel, acompañado de aceptables actuaciones de todo el reparto. "Los últimos románticos" es una película que, en contra de ella misma, deambula entre la comedia y el drama; de todas formas, propone una historia interesante, atrapa al espectador y sorprende con algún que otro giro bastante arriesgado pero bien ejecutado. Puntaje: 6/10 Manuel Otero