Nostalgia postimpresionista El cine actual está obsesionado con los dramas biográficos ya que en todas partes del globo se construyen mini epopeyas desde cuyo eje, léase la pretensión de ir del caso particular a lo general, se busca poner en interrelación los pormenores de una vida en especial con el marco social/ colectivo que la vio parir y desarrollarse, a veces llegando al extremo de las gestas nacionales y en otras ocasiones limitándose al análisis de la disciplina o profesión de la figura protagónica. Éste último caso es el de Loving Vincent (2017), un film maravilloso que aprovecha la excepcionalidad de su confección para narrarnos una historia fascinante desde una óptica relativamente rutinaria aunque satisfactoria: la obra es un trabajo animado que se centra en los últimos momentos de la vida de Vincent van Gogh, uno de los genios absolutos de la historia de la pintura y representante clave del postimpresionismo junto a Paul Cézanne, Henri de Toulouse-Lautrec, Georges Seurat, Paul Gauguin y Edvard Munch. ¿Pero exactamente en qué consiste la singularidad del opus de Dorota Kobiela y Hugh Welchman? El metraje del convite está constituido en un cien por ciento por cuadros realizados por un centenar de artistas imitando el estilo y la inflexión estética de Van Gogh, lo que crea una experiencia visual de lo más insólita y atractiva. La trama gira en torno a la entrega de una carta que Vincent le escribió a su hermano Theo, su principal mecenas y soporte emocional a lo largo de años de depresión y angustia por el ninguneo paterno, la mala suerte en “oficios tradicionales” y la falta de reconocimiento en vida en lo que atañe a su producción artística: cuando Joseph Roulin (Chris O'Dowd), el cartero habitual de Vincent, se entera de la muerte del pintor y llega a sus manos una misiva dirigida a Theo, le encarga a su hijo Armand (Douglas Booth) que ubique al susodicho y le entregue la carta. Como Theo falleció, el muchacho termina viajando a Arlés, la última morada de Van Gogh. La película nos presenta una serie de entrevistas encaradas por el inquieto Armand en busca del receptor más propicio y/ o para por lo menos dar con la dirección postal de la viuda de Theo. Los realizadores combinan las imágenes en color para el presente del relato y sus homólogas en blanco y negro para unos flashbacks que se corresponden con las visiones contrastantes que ofrecen los testigos de las últimas horas del holandés y su idiosincrasia en general. Loving Vincent apuntala este examen colateral del misterioso artista a través de un recurso antiquísimo del cine, el que patentó Orson Welles en El Ciudadano (Citizen Kane, 1941) con motivo del retrato del repugnante William Randolph Hearst: una figura secundaria, antes un periodista y ahora un mensajero curioso, comienza a indagar acerca de las razones ocultas que llevaron a la muerte del protagonista. La obra encara con paciencia y muy buenos diálogos esta investigación de impronta detectivesca a partir de la memoria. De un modo similar a lo logrado por Vincente Minnelli en Sed de Vivir (Lust for Life, 1956) y por Robert Altman en Vincent & Theo (1990), Kobiela y Welchman reconstruyen la soledad de Van Gogh y la nostalgia impresionista/ postimpresionista mediante el cuidado del trasfondo y los detalles de una existencia que fue de por sí humilde y por demás minimalista, siempre ridiculizada por los lugareños ignorantes de Arlés, envidiada por su médico Paul Gachet (Jerome Flynn) y rescatada periódicamente de la miseria por Theo. A la par de la firmeza y convicción de la trama se ubica la labor del equipo de animadores, un trabajo monumental desde todo punto de vista que arroja resultados muy positivos: las escenas están enmarcadas de manera permanente por una luminosidad, una abstracción conceptual intensa y unos tonos pasteles muy bellos, de trazos delicados capaces de irradiar un fulgor extraordinario que asimismo le hace honor a las legendarias creaciones del pintor. Hasta cierto punto se podría afirmar que Loving Vincent no aporta nada novedoso a nivel historiográfico y en buena medida juega a seguro, no obstante la sensibilidad a flor de piel que va delineando de a poco -y que explota en el prodigioso desenlace- y el tesoro que constituye la animación en sí -una proeza inédita en la historia del séptimo arte- ayudan a elevar a la propuesta en función de esta “naturaleza doble” de ser conservadora en el planteo narrativo y retrovanguardista a nivel formal. Las contradicciones, esas señales irrevocables del fluir de nuestros días en el planeta, se extienden a las conclusiones finales que saca el film acerca de Van Gogh y su entorno: estamos ante un hombre atormentado tanto por sus propios fantasmas como por los que le impuso un mundo impiadoso y frío que no supo comprender la riqueza de sus cuadros ni el carácter taciturno y medido de su persona; frente a lo cual el susodicho respondió con un arte brillante y profundamente vital que rubricó para la posteridad lo que veía y cómo el pintor interpretaba/ reconvertía la ignorancia que lo rodeaba y su bipolaridad hacia el marco de lo etéreo sublime, que a su vez lo alejó momentáneamente de una autoinmolación tan catastrófica como prematura…
Sí, la película se ve así. Es una pintura animada de hora y media. Con el espíritu de un documental biográfico, pero siendo totalmente una obra de ficción, nos encontramos con una hermosa sorpresa envuelta en este particular paquete de animación. No perdamos ni un segundo: “Loving Vincent” es la primera película animada al óleo. Cada uno de los 65 mil frames fueron pintados al óleo en un lienzo, usando técnicas características de Van Gogh replicadas por más de 100 artistas. Pintores profesionales que fueron re-educados para replicar al padre del arte moderno al mismo tiempo que fueron instruidos en animación. Por supuesto que esto significa que el film es inmediatamente ambicioso y valioso en lo que se refiere a lo superficial: visualmente es una hermosa locura, posible solo por tratarse de una obra homenajeando a uno de los artistas más influyentes y respetados de la historia. Tranquilamente podríamos haber obtenido una cinta que no alcanzara a rellenar esta admirable superficie con algo que llegue a un valor similar, pero afortunadamente los directores Dorota Kobiela (principal hacedora del proyecto) y Hugh Welchmann (ganador de un Oscar a Mejor Corto Animado) lograron que el dinero recaudado y las miles de horas-hombre invertidas consiguieran quizás el máximo potencial al que se podía aspirar. Aún si no se tratara de una propuesta tan particular y única, la trama y los personajes convierten a esta pequeña gran película en algo digno de ver. Resultaba imposible, pero contra todo pronóstico se creó una historia tan interesante y emocionante como su objeto de estudio. Se trata de una ficción en la que un joven es encargado para entregar la última carta que Vincent Van Gogh escribió antes de quitarse la vida. Se topará con varios personajes, todos y cada uno de ellos basados en personas (y cuadros) reales que conocieron al pintor en vida, los cuales tendrán sus historias y anécdotas, sus lecturas y opiniones acerca del extraño holandés. Poco a poco, nuestro protagonista irá aprendiendo un poco más de Van Gogh, al mismo tiempo que comienzan a nacer en él las ganas de finalmente tener todas las piezas del rompecabezas para así saber realmente qué sucedió y por qué Vincent tomó aquella fatídica decisión de acabar con su vida. Se explora la vida y obra del pintor de una forma única. Los conocedores de sus pinturas sin dudas esbozarán más que una sonrisa al ver sus cuadros incorporados tan fluidamente a la trama. Con un argumento casi noir que juega con el misterio y la curiosidad del espectador para explorar la mente de uno de los genios artísticos más destacables de los tiempos modernos. Una de las decisiones que condenaron al éxito a esta cinta es algo muy simple: todos los personajes hablan un pelirrojo holandés a quien nadie comprendía y que siempre estaba solo, pintando. Los personajes se refieren a un pobre diablo que eligió quitarse la vida, no se refieren a él como esta eminencia artística o a un mito, sino que hablan de un simple hombre, logrando así una perspectiva única y de un impacto infinitamente superior a (por ejemplo) lo que podría inspirar un documental hablando con expertos de arte en la actualidad. La banda sonora, creada por el genial Clint Mansell (usual colaborador de Darren Aronofsky), por momentos conquista por completo el audio de la cinta, tapando incluso el diálogo de manera consciente, creando un ambiente melodramático que logra ser efectivo gracias a una aplicación correcta y punzante. Un riesgo que va de la mano con el recuerdo de un artista con las emociones a flor de piel, tanto en la vida como en el trabajo. Es un film que de forma ambiciosa crea una ficción con espíritu de documental biográfico, que combina la pintura y la animación de forma emocionante, una obra que trasciende lo superficial de la propuesta y alcanza a crear una de las películas más representativas del género biográfico. Como pocas, o ninguna si uno se aventura a decirlo, “Loving Vincent” se anima y logra reflejar todo vestigio de identidad que su objeto de estudio dejó en el planeta. Van Gogh no es un objeto de admiración en el film, no se lo trata como un objeto sino como un hombre: una persona que sufrió e hizo sufrir, pero que sobre todo vivió y continúa haciendo vivir a través de su arte. Sin descuidar el respeto por temas como la depresión, e imbuyéndose de un significado tan amplio como para entrar en la conversación sobre cualquier artista. No solo lo que uno podía esperar antes de verla, sino que va mucho más allá y logra ser un film para el recuerdo.
Sentimientos animados. Si las biopics son un género en sí mismo, muchas veces sirven para retratar vidas que -según los realizadores- fueron excepcionales. Descubrir a la persona detrás del accionar o arte que lo hizo conocido, descubriendo que es una vida propia de alguien destacado. Dorota Kobiela y Hugh Welchman en su ópera prima Loving Vincent deciden ir por una suerte de camino contrario. Poner al artista en el foco, y a través de su arte dibujar a la persona. Dibujar. Precisamente Loving Vincent se trata de un film animado, no un documental sobre el pintor: una obra pictórica basada en las obras del homenajeado. Al cine de animación históricamente se lo asoció a los mal llamados “dibujitos”, al cine infantil más comercial. Lateralmente, existen producciones como Loving Vincent que demuestran que el cine de animación es eso pero también muchas otras cosas, inscribiéndose en una elite de obras para adultos con una técnica exquisita. Utilizando una técnica similar a la rotoscopía, los directores convocaron a más de una centena de artistas que se ocuparon de pintar al óleo cada uno de los fotogramas de la película, realizada con actores como modelos vivos. Por supuesto, estos artistas imitan las técnicas que hicieron famoso al homenajeado, el postimpresionismo. Una carta y un personaje: Más allá de esa técnica, que si bien no es la primera vez que se utiliza, sí es novedoso que se lo haga de este modo. Hay una historia detrás, y tampoco opta por el camino tradicional del biopic. Loving Vincent revisa los últimos días de vida de Van Gogh, ubicando la acción principal luego de su muerte. Un año después de fallecer el pintor holandés, en 1891, Joseph Roulin, cartero habitual de él, recibe una carta que Vincent le escribió a su hermano Theo poco tiempo antes de morir. Joseph le encarga a su hijo Armand que localice a Theo y le entregue la misiva, pero Theo falleció. Armand inicia un viaje en el que intentará dar con la viuda de Theo, y en el trayecto irá descubriendo distintas personas que de un modo u otro influyeron en la vida de Vincent Van Gogh, replanteándose quién sería el más adecuado que posea la carta. Kobiela y Welchman, como se suele hacer tradicionalmente, utilizarán los colores para los hechos “actuales”, y el blanco y negro para los flashback de la vida de Van Gogh vistos a través de las experiencias de los entrevistados por Armand. Este recurso, que en cualquier film se ve modo regular, con la técnica de animación de Loving Vincent pasa a ser un recurso técnico bellísimo. Los diferentes tonos, el fluir de la imagen, y el paso de los trazos coloridos a los grises llenan la pantalla de sensaciones vivas. La forma por sobre el contenido: Si bien, como aclaramos, hay un hilo narrativo detrás de Loving Vincent, sus directores se inclinaron claramente por prevalecer las formas de su película, esa maravillosa técnica que entra por los ojos y transmite todo tipo de sentimientos. Lo que cuente sobre Van Gogh no será ningún descubrimiento para quienes conozcan algo de su persona. Se presenta como un homenaje al artista e intenta demostrar algo que ya es bastante conocido: que poseía una personalidad y una historia de vida bastante tortuosa. Signado por los abandonos y los fracasos del reconocimiento artístico (fue apreciado luego de su muerte), lo que Arnold descubra a través de los diálogos será precisamente eso, que Van Gogh canalizó su dolor a través de su arte. Esta sencillez para presentar la acción en parte también juega a favor de Loving Vincent al humanizar al homenajeado, no intentar el rebusque de que sea alguien excepcional con características formidables. Conclusión: Dorota Kobiela y Hugh Welchman debutan en el cine con Loving Vincent, un homenaje al gran artista que fue Vincent Van Gogh, desde su arte y construyendo otra obra de arte impresionista. Si bien el equilibrio entre historia y fotografía no es del todo balanceado, consigue atrapar por la sinceridad de su relato y por lo subyugante de sus imágenes. Una experiencia como pocas en una sala de cine.
Es una película excepcional por muchos motivos. Es un homenaje a un pintor maravilloso, Vincent Van Gogh que tuvo una vida desgraciada y solo después de su muerte sus cuadros fueron valorados y comprados, uno de los grandes maestros de la historia de la pintura. Y lo que se propusieron los directores Dorota Kobiela y Hugh Welchman es primero un prodigio técnico: Cada uno de los casi 65.000 fotogramas fueron pintados a mano sobre óleo, al estilo de Vincent por mas de 120 pintores. Ellos fueron especialmente entrenados en el estilo Van Gogh y también en el uso del “dragonframe” un software para trabajar con animación stop motion. Fueron cinco años y medio de ferviente labor. Y especialmente se trabajaron con sus cuadros más famosos. Es el primer largometraje en este estilo. Pero además del prodigio técnico esta ese guión escrito por Jacek Dehnel, junto a los directores que hurga en las 800 cartas que se conservan del artista para reconstruir su vida atormentada pero por sobre todo, como si se tratara de un thriller en investigar las causas de su muerte, la motivación del supuesto suicidio, o si actuó un homicida encubierto. Y una pregunta sin respuesta que atormenta a todos: como alguien que se declara sano, feliz y tranquilo puede quitarse la vida poco después. Y así esos personajes que pueblan sus cuadros más famosos cobran vida para ayudar a conocer al artista y tratar de dilucidar que provoco su muerte: su dolor, su locura o un asesino. El resultado de esta aventura artística se transforma en una experiencia única, en un tributo por tratarse de la primera película animada sobre la obra del famoso pintor y porque se atreve en muchos momentos a la animación de cada pincelada. Pero además como base de esas animaciones en color y en blanco y negro un numeroso elenco de talentosos actores encabezado por Saorsie Ronan. El resultado de este complejo trabajo artístico es realmente digno de verse. Una experiencia artística en si misma. Una cita imperdible.
Un mundo de girasoles La ópera prima de Dorota Kobiela y Hugh Welchman Loving Vincent (2016) es una película artesanal, pintada a mano por un equipo de 125 pintores al óleo, encargados de los 65.000 fotogramas que componen el largometraje. Los directores concibieron una sesión especial de “modelaje” para algunas de esas telas previo rodaje de escenas con personas reales. La película, sin embargo, es mucho más que una curiosidad técnica. Inspirada en gran medida en uno de los clásicos del cine mundial como El ciudadano (Citizen Kane, 1941) de Orson Welles, es un viaje vivo a través del universo de Vincent van Gogh. Verano de 1891, un año después de la muerte del pintor. El joven Armand Roulin, cuyo padre cartero fue uno de los amigos más cercanos de Vincent, tiene la misión de entregar una nota que escribió antes de morir a su hermano Theo. A tenor de las trágicas circunstancias que rodearon la muerte del artista, esta nota podrían significar mucho más que unas simples palabras. Armand tiene sus reservas al principio pero, a medida que va encontrando a la gente que conoció a van Gogh, en especial a las mujeres Adeline Ravoux y Marguerite Gachet, quedará absorbido por el universo de este artista torturado cuyo amor por el mundo era casi tan grande como las dudas que tenía sobre sí mismo. El trabajo invita a una inmersión total en el mundo de van Gogh mediante sus icónicas pinturas y su incomparable estilo. El viaje emocional se ve ayudado en gran medida por la banda sonora de Clint Mansell y las fantásticas interpretaciones de los dos actores principales, que sirvieron de “modelos” de los personajes para los cuadros de van Gogh. Si sus caras resultan familiares es porque hablamos de Saoirse Ronan, Chris O’Dowd, Helen McCrory, Douglas Booth y Jerome Flynn. Al propio van Gogh le da vida el debutante Robert Gulaczyk. El binomio de realizadores, que estudió a fondo los cuadros y las cartas de van Gogh, invitan al público a mirar con mayor profundidad no solo su lucha como artista sino la naturaleza de su creatividad. Su pregunta es la ya recurrente: ¿cómo algunos (como Vincent) puedan agitar con semejante facilidad corazones y cabezas de otra gente con su trabajo a la vez que otros (como el doctor Gachet) nunca podrán llegar a hacer nada parecido?
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Una experiencia hipnótica desde lo visual, pero que no alcanza para ser una buena película. Vincent van Gogh dividía su tiempo entre los pinceles y las plumas. A lo largo de su vida pintó más de 900 cuadros e hizo 1600 dibujos, pero también escribió una innumerable cantidad de cartas, sobre todo a su hermano Theo. De las 800 que se conservan actualmente, unas 650 fueron para él. Loving Vincent imagina el destino de la última de ellas, una que envió poco antes de morir y nunca llegó a las manos de su hermano porque Theo murió menos de un año después. El encargado de encontrarle un destinario final será Armand (Douglas Booth), el hijo del cartero y amigo de Van Gogh, Joseph Roulin. El film de Dorota Kobiela y Hugh Welchman impacta por su particularidad estética, y no mucho más. Sus poco más de 90 minutos de metraje están compuestos exclusivamente por imágenes realizadas por pintores e ilustradores que replican el estilo y la paleta de colores del autor de La noche estrellada, Autorretrato herido y Puesta de sol en Montmajour. El problema con Loving Vincent es el mismo de casi todas las películas concentradas más en su forma que en la manera de articularla con el relato. La historia continúa con Armand rastreando la huella de Van Gogh en charlas con quienes lo conocieron y que el film ilustra con flashbacks al uso, en una secuencia que se repite una y otra vez hasta volverse un acto reflejo. Académica aunque bella, trillada a la vez que original, poética pero solemne, Loving Vincent es sin duda una experiencia hipnótica y cautivante de punta a punta. Que eso sea suficiente para una buena película es otra cuestión.
Van Gogh, hipnótico y emotivo Los enigmas que circularon alrededor de la muerte de Vincent van Gogh son material ideal para una intriga detectivesca. Y eso fue lo que detectaron, y aprovecharon bien, el británico Hugh Welchman y su esposa, la polaca Dorota Kobiela. Construyeron entonces un atrapante y atípico thriller que lanza una hipótesis acerca de las causas del aliento trágico que rodeó los últimos días del genial artista, nombre clave de la pintura moderna. Loving Vincent es un film atrapante porque logra mantener la tensión y la intriga a lo largo de casi todo el relato. Y atípico porque el lenguaje elegido es el de la animación, que no le quita peso ni profundidad a la historia. Por el contrario, la revitaliza con su formidable belleza plástica, fruto del trabajo arduo e inspirado de 125 profesionales que durante dos años llegaron a crear 65.000 cuadros al óleo para fotografiarlos y luego darles vida apelando a la técnica de stop motion, una solución que quizás escandalice a los puristas, pero que le quita solemnidad a un argumento que a veces se resiente justamente por rendirse a esa tentación casi inevitable. También rodaron escenas con actores de carne y hueso que luego fueron recreadas por un grupo de animadores, a la manera de lo que experimentaron en su momento películas como Despertando a la vida (2001), de Richard Linklater, y Vals con Bashir (2008), de Ari Folman. El resultado es hipnótico y emotivo, dos cualidades que Van Gogh seguramente habría apreciado.
Las últimas pinceladas Loving Vincent (2017) es un largometraje que se enmarca en el género de la biopic, centrado principalmente en los últimos días de la vida del eterno Vincent Van Gogh (1953-1890). Dicho artista es un referente del impresionismo pictórico, aunque sólo le dedicó diez años de su vida a la pintura, lo que nos habla de su enorme visión y talento. Toda clase de mitos artísticos se desprenden de la vida del holandés, como que, a pesar de su éxito posterior en vida, sólo vendió una pintura. A pesar de que las biografías cinematográficas son frecuentes y están en auge, Loving Vincent se destaca del resto por su peculiar formalismo: estamos ante un relato compuesto por “pinceladas animadas”. El método de realización de dicha animación es muy complejo y digno de destacar. Consta de escenas filmadas en estudio con actores reales y su posterior recreación pictórica en 62.450 fotogramas pintados a mano durante cinco años por un grupo de artistas plásticos, quienes previamente aprendieron la técnica del Painting Animation Workstation. Es decir que cada fotograma es un cuadro pintado al óleo. En consecuencia, Loving Vincent representa una interesante unión entre forma y contenido, puesto que lo estético refiere al último estilo pictórico y más característico de Van Gogh, quien a su vez es el tema narrativo. En ese sentido el relato es constantemente metadiscursivo, mediante el efecto de las pinceladas en movimiento, como si fuese él mismo Vincent quien está contando la historia, su historia. Sin embargo, el filme se vuelve más objetivo cuando se utiliza el recurso del flashback para remitir a un acontecimiento pasado. Para diferenciarlo del presente se utiliza estéticamente el blanco y negro en forma monocromática -allí se produce un contraste muy fuerte con los colores estridentes del presente- y no sólo es el color lo que cambia, sino también el estilo de las pinceladas, éstas son más suaves y menos impresionistas, remitiendo quizás a los primeros desarrollos pictóricos del artista en cuestión. En Loving Vincent, cine y pintura se fusionan para crear imágenes que remiten a 120 obras reconocidas de Van Gogh, lo que se observa inmediatamente en los decorados y los ambientes del largometraje que nos transportan inmediatamente al universo simbólico del artista. Ese doble juego entre dos lenguajes distintos -pintura y cine-, entre narración y estética, entre el color estridente y el blanco y negro, también dialoga con la personalidad ambivalente del artista. Otro aspecto peculiar de la película es el híbrido del género de la biopic con el policial, a través de los misterios que rondaron la muerte del artista. Para ello, se utiliza a Armand Roulin (amigo real de Van Gogh) devenido en un personaje detectivesco encargado de llevar la acción narrativa e investigar la vida del artista con un estilo similar al de Agatha Christie, salvando las distancias. En dicho sentido, al Roulin toparse con los distintos agentes de la vida de Vincent, se despliegan los diversos puntos de vista sobre un mismo sujeto, tan matizados como pinceladas, algo similar a los que nos enseñó hace tiempo El Ciudadano (Citizen Kane, 1941). Loving Vincent además de citar pinturas como El dormitorio en Arlés (1888), La noche estrellada (1989), Retrato de Père Tanguy (1887), Retrato de Armand Roulin (1888), Retrato del Doctor Gachet (1890), Terraza del café en la Place du Fórum (1888), se basa en 800 cartas escritas por el artista que evidencian como dice el filme que “la vida puede cambiar hasta al más fuerte”. Quizás el único antecedente del tratamiento visual de dicho largometraje sea Los Sueños de Akira Kurosawa (Akira Kurosawa´s Dreams, 1990), en donde en su episodio “Cuervos”, el director cita las pinturas Campo de trigo cuervos (1890) y El puente de Langlois en Arles (1888), de Van Gogh para expresar su admiración por el artista. Lo cual es de vital importancia porque es sabida la influencia del arte japonés sobre el pintor y además ambas pinturas también son citadas en Loving Vincent. Loving Vincent nos invita a observar sus imágenes como si fuesen pinturas en movimiento o tableaux vivants mediante un trabajo extraordinario de realización. Asimismo, esto se enfatiza debido al formato cinematográfico y su proporción que acentúan lo pictórico, manteniendo la proporción de los cuadros y evitando el cinemascope. Esta biopic alcanza entonces el objetivo de Van Gogh al querer conmover y enternecer a los demás mediante su arte, colocándonos en un lugar de contemplación constante.
La idea es rara: tomar los cuadro de Van Gogh y animarlos para narrar como una ficción casi policial su vida y su obra. Funciona bastante bien porque la película es bella y tiene buen gusto para transformar los cuadros en algo con movimiento. Su problema es que las imágenes por momentos se ponen por encima de la historia, que deja de interesarnos. El experimento no deja de valer la pena: un homenaje amoroso y cuidado.
Van Gogh revive cuadro a cuadro en notable trabajo Cuando salió del hospital, Van Gogh estaba feliz. Poco después se mató. ¿O lo mataron? "Les duele su muerte pero en vida no lo acompañaron", piensa Marguerite Gachet, la hija del médico amigo del pintor. Ella también se siente culpable. Pero es que él era medio loco. Meses después de su muerte, una carta suya todavía anda dando vueltas. Roulin, el cartero, pide a su hijo que la lleve personalmente. En el camino el joven conoce al Pére Tanguy, la agradable Adeline Ravoux, la odiosa Louise Chevalier, el barquero, los Gachet, el buen gendarme Rigaumon, y el doctor Jean Mazery, que sostiene la tesis del homicidio involuntario. Sólo por piedad, Van Gogh habría ocultado al verdadero autor de su herida. Una tesis que ha reflotado en los últimos tiempos. Es interesante esa mirada distinta, y la historia está bien contada. Pero hay algo también muy interesante: la forma en que se hizo esta película. Filmaron al elenco actuando sobre fondo neutro, ampliaron cada fotograma, y a cada uno lo pintaron al óleo, caracterizando a los actores como figuras típicas de los cuadros de Van Gogh, metidas en el café de Arlés, el campo de trigo con cuervos, en fin, en el mundo del pintor. Cien copistas fueron requeridos durante tres años para hacer de este modo todas las imágenes necesarias. Y el resultado es notable, nos transmite la ansiedad y la riqueza interior de aquel hombre, la enérgica textura de su obra, y la pena de quienes no pudieron ayudarlo. Autores, Dorota Kobiela, muy creativa animadora polaca, y Hugh Welchman, productor inglés. Como Van Gogh, otro polaco, el actor Robert Gulaczyk. Premio del Público en el reciente Festival Internacional de Annecy, el Cannes del cine de animación.
Como la visita guiada de un museo. Es indiscutible que los realizadores Dorota Kobiela y Hugh Welchman (polaca ella, británico él, mismos orígenes de la financiación de su film) aman a Vincent. Típico exponente de prodigio técnico y humano puesto al servicio de una idea cinematográfica, loable por el esfuerzo y pasión necesarios para ponerla en marcha, cualquier documental más o menos informado sobre la realización de Loving Vincent sería más interesante que la película en sí misma. Los datos pueden apilarse y apilarse: guion visual creado a partir de 134 pinturas de Van Gogh, rodaje con actores de carne y hueso en apenas doce días, rotoscopiado manual a la vieja usanza realizado por más de mil artistas y animadores, 62.450 pinturas al óleo registradas luego por otra cámara para la versión animada final (a 12 cuadros por segundo), casi un lustro de realización si se toman en cuenta todas las etapas. El resultado, sin embargo –tanto a nivel narrativo como plástico– es poco estimulante, más allá de lo maravilloso que puede resultar, durante algunos segundos, el hecho de asistir al “milagro” de ver un cuadro del famoso pintor holandés adquirir movimiento. O, si que quiere, vida (aunque la expresión no deja de ser algo engañosa). Más allá del reconocimiento popular de algunas de las obras más famosas del autor de “La noche estrellada” y “El dormitorio en Arlés”, es la figura misma de Van Gogh –con sus sufrimientos creativos y espirituales a flor de piel– la que se ha transformado en exponente máximo del artista angustiado y dolorido, en lucha contra sí mismo y aquellos que lo rodean e incluso aman. Es tal vez por esa razón que el cine ha recorrido sus pasos y trazos en más de una ocasión, del romanticismo excelso y multicolor de Vincente Minelli en Sed de vivir al minimalismo melodramático de Pialat en Van Gogh, pasando por las convenciones del biopic de Robert Altman en Vincent y Theo, los tres largometrajes más prominentes basados en su vida. La aproximación de Loving Vincent a nivel temático resulta tan básica como la de una novela histórica poco inspirada: los últimos meses de vida del pintor disparan una serie de elucubraciones acerca de sus actividades y relaciones, su vínculo con el médico, mecenas e imitador Paul Gachet, la posibilidad de un último y destructivo amor, el suicidio que podría no haber sido tal, entre otros intríngulis. Para ello, el relato imagina, en la figura de un joven que debe entregar cierta carta firmada de puño y letra por el artista (Armand Roulin, inmortalizado en un lienzo de 1888), a una suerte de detective en busca de ese elusivo Rosebud que ilumine toda una vida (y una muerte). Ese camino, poblado de recuerdos recientes y revelaciones constantes, va descorriendo el velo a lo largo de noventa minutos, y el encuentro con personajes salidos de diversas creaciones de Vincent van Gogh –todos ellos interpretados por actores y actrices británicos– adquieren las características de estaciones explicativas, como en la visita guiada de un museo. El atractivo visual de los primeros tramos se difumina rápidamente y el trabajo formal adquiere una dimensión paradójica: más allá de la esforzada manualidad inherente al proceso de realización, por momentos –en particular durante los flashbacks, en estricto blanco y negro a imitación de la carbonilla– el resultado se acerca bastante al de un posible software que delineara un sucedáneo de la pintura postimpresionista de manera automática.
Basada en la vida de Vincent Van Gogh, llega a las salas de cine Loving Vincent. Una película realizada con más de 65 mil fotogramas que fueron pintados al óleo por 125 artistas. La trama se sitúa en el verano de 1891, un año después de la muerte del pintor. El joven Armand Roulin (personaje inspirado en una pintura de Van Gogh) tiene como encargo, por parte de su padre (el cartero habitual de Vincent), entregar la última carta que el artista le escribió a su hermano, Theodore Van Gogh, quien supo ser su principal soporte durante sus años más oscuros. Al comienzo de su aventura, Armand descubrirá que Theo falleció meses atrás, por lo que decidirá quedarse en Arlés para encontrar una persona de confianza a quien dejarle aquella misiva o, en lo posible, que llegue a manos de la esposa del difunto. Durante el recorrido, irá descubriendo quién fue realmente Vincent Van Gogh, el representante clave del postimpresionismo. El film está construido en su totalidad por cuadros realizados por más de cien artistas, quienes se encargaron de imitar la estética de Van Gogh para cada imagen. La película se grabó en un principio con actores y luego fue pintada al óleo fotograma por fotograma. Asimismo, las escenas en las que se retorna al pasado, están pintadas en blanco y negro y dibujadas de una forma más realista. Escrita y dirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman, Loving Vincent no sólo busca enseñar quién fue este reconocido pintor neerlandés, sino que además indaga sobre su misteriosa muerte. Si bien la versión oficial indica que el artista se quitó la vida al dispararse un tiro en el abdomen, muchas hipótesis buscaron, a lo largo del tiempo, desmentir este rumor. Algunas teorías se apoyan en el hecho de que nunca se encontró el arma utilizada. A través de los diálogos que Armand mantiene con los diferentes personajes -con la excusa de buscar al receptor más apto para entregar aquella correspondencia-, la película dejará de ser sólo una simple autobiografía para convertirse en algo más: una especie de policial. El protagonista hará todo lo posible para descubrir qué fue lo que realmente ocurrió aquel día en el que, supuestamente, Vincent Van Gogh intentó quitarse la vida. De esta forma, se alcanza un equilibrio perfecto entre los datos biográficos y el misterio en torno a su figura. El filme no sólo lo disfrutarán aquellos que sepan apreciar o entender las pinturas de Van Gogh, sino que será un camino de descubrimiento para aquellos con poca noción sobre este artista. Los datos se van enseñando de a poco, a través de la aventura de Armand. De esta manera no parece sobrecargado de información, sino que todo se desarrolla de una manera natural.
Cine al óleo Loving Vincent es la obra de los directores Dorota Kobiela y su esposo Hugh Welchman, una película de animación muy particular que se encarga de ahondar en la vida del pintor Vincent Van Gogh desde una perspectiva de suspenso, detectivesca por momentos y con una sensibilidad pocas veces vista. El elenco de la producción cuenta, entre otros, con la participación de la nominada al Oscar Saoirse Ronan. Lo primero que hay que decir de la película tiene que ver con su estética tan particular y los métodos que se utilizaron para lograrla. Lo que tenemos es una obra de animación que, en pocas palabras, parece salida de los lienzos mismos del propio Van Gogh, como si un grupo de animadores hubiera tomado sus cuadros para darles movimiento y vida en la pantalla. Queda claro que esto es definitivamente imposible por lo que ese efecto, que se logra maravillosamente, fue el resultado del trabajo de 125 artistas que durante dos años se encargaron de pintar todas y cada una de las escenas que la película ofrece para obtener un total de 65.000 cuadros al óleo que luego, mediante la técnica del stop motion, fueron llevados al lenguaje audiovisual. Finalmente, la segunda parte del trabajo vino de la mano de los actores protagónicos (Douglas Booth, Chris O’Dowd, Saoirse Ronan, Jerome Flynn, Eleanor Tomlinson, Helen McCrory, Bill Thomas, Piotr Pamula, Cezary Lukaszewicz, Robert Gulaczyk) que rodaron algunas escenas para que más tarde los animadores las convirtieran con esa misma estética para obtener un resultado similar a lo que se puede ver en películas como Despertando a la Vida de Richard Linklater o Vals con Bashir de Ari Folman pero con estilo vongoghiano. Pero claro, suele ocurrir que cuando se pone la atención tan marcadamente en la parte técnica queda poco tiempo para la narrativa. Este no es el caso. Dos años de trabajo y 65.000 lienzos pintados al óleo no podían desperdiciarse en una película linda pero carente de contenido. En términos de guion, la obra propone un relato detectivesco mientras acompañamos al joven Armand Roulin quien fuera hijo de Joseph Roulin, cartero este último de la localidad francesa de Auvers-sur-Oise. Es precisamente en ese poblado rural muy cercano a París donde transcurrirá la acción de la película ya que fue justamente ahí donde tuvieron lugar los últimos días de Van Gogh hasta su muerte el 29 de julio de 1890 a la edad de 37 años. Y es precisamente esa muerte la que pone en movimiento a Armand Roulin, protagonista de la película. Su padre, otrora amigo de Van Gogh dado el enorme volumen de cartas que este producía en Auvers, la gran mayoría dirigida a su hermano Theo, le encarga la misión de entregar la última misiva escrita por el pintor holandés, también dirigida a su hermano. Más pronto que tarde, tras su llegada a Auvers, Armand descubre que Theo también ha muerto, hecho que se produjo solo seis meses después del fallecimiento de Vincent. Se inicia así la búsqueda de este joven por encontrar a aquella persona tan cercana a Van Gogh que fuera digna de recibir esas últimas palabras escritas en la carta que ahora él lleva. Ya revisado el punto de la belleza estética de la película, hay que decir que ese tono de suspenso que su relato propone a partir de la investigación de Armand Roulin por esclarecer las circunstancias de la muerte de Van Gogh (supuestamente un suicidio) y de quiénes fueron los que estuvieron a su lado en esos últimos días experimenta un lento pero ininterrumpido proceso de evolución a medida de que, como espectadores, nos vamos dando cuenta junto al protagonista de que el interés y la intriga, sin mencionar la riqueza humana y la magia, residen no en la muerte sino en la vida de Van Gogh. Así, el recorrido de Roulin, mientras recaba los testimonios de quienes verdaderamente conocieron al pintor, se convierte en un repaso por la obra y vivencias de un ser humano históricamente fundamental y cuya sensibilidad en vida atravesaba mucho más de lo que su extensa y maravillosa obra documenta. Lo que hace que Loving Vincent sea una brillante película es su capacidad de transmitir en todo momento esa sensibilidad, tanto desde su estética como desde su narrativa.
Pinceladas de una vida Con personajes y escenarios de las pinturas de Van Gogh, este prodigio animado indaga en la muerte del artista. Primero hay que hablar de la forma, que aquí es más importante que el contenido. Como tomando la idea de Akira Kurosawa en el quinto de sus Sueños (“Cuervos”) pero llevándola hasta las últimas consecuencias, Loving Vincent consiste en animaciones de los cuadros más famosos de Van Gogh. Pero no sólo los escenarios, sino también los personajes, están extraídos de obras como Retrato del Dr. Gachet, Anciano en pena o El café de noche: las reproducciones están hechas con tal pericia que las pinturas al óleo del holandés parecen realmente cobrar vida. Este prodigio de la animación -realizado por 125 pintores, en óleo sobre lienzo, durante cinco años- podría ser nada más que una curiosidad o un producto exclusivo para amantes de la pintura si no estuviera acompañado por un buen guión. Pero la historia no es sólo una excusa para hacer un repaso visual por diversos ejemplos de la genialidad de Van Gogh, sino que se sostiene por sí misma. Todo transcurre un año después de la muerte de Vincent: un joven tiene que entregarle una carta del pintor a su hermano Theo, pero cuando descubre que éste tampoco vive, viaja al pueblo francés donde falleció Vincent e inicia una suerte de pesquisa detectivesca para averiguar las causas de su muerte. De esta manera, con la intercalación de flashbacks en blanco y negro que abandonan la reproducción de pinturas, nos enteramos de diversos aspectos de la vida de Van Gogh, a menudo contradictorios según el personaje que habla de él. Gran parte de los datos biográficos y de los detalles de sus últimos días están basados en la correspondencia que mantenían Vincent y Theo, de calidad literaria a la altura de la pictórica.
Esta es la primer película totalmente pintada y nos introduce en una historia apasiónate: parte de la vida de Vincent van Gogh (1853-1890), su historia, obra y muerte, un estupendo pintor que se caracterizó por su pasión por el arte, su delirio, situaciones trágicas y un ser mágico, como así también misterioso. Su desarrollo nace a partir del fallecimiento de Vincent Van Gogh, cuando Armand Roulin (Douglas Booth) es el encargado de entregar una carta (que había sido escrita para su hermano Theo) póstuma del pintor. Es cuando Armand comienza a dar a conocer los últimos días de vida de Van Gogh, haciendo saber a quienes lo amaron y quiénes no. Su desarrollo es a través del flashback y de imágenes impactantes, es un film sencillo, intenso, impecable, tiene una gran estética y se transforma en una obra maestra. La banda sonora compuesta por Clint Mansell (“El cisne negro”, “Requiem para un sueño”) es un gran homenaje a un excelente artista. Para el debate ¿Por qué Van Gogh se quitó la vida?
Sorprendente e inusual obra de animación que recrea los últimos días de Vincent Van Gogh En las últimas semanas se ha percibido una baja en la cantidad de espectadores, fruto de la conjunción de varios factores. Uno de ellos ha sido la baja calidad de las películas estrenadas, sobre todo las provenientes de los Estados Unidos. Otro la pérdida de pantallas de las producciones independientes, ya que raramente se exhiben en todos los horarios o “vueltas” diarias. Dentro de esta segunda categoría, “Loving Vincent” ha tenido una salida razonable en unas veinte salas, cubriendo la mayoría de las funciones diarias. Fue realizada por la polaca Dorota Kobiela y el inglés Hugh Welchman convocando a unos 125 profesionales, quienes animaron a un número similar de pinturas de Vincent Van Gogh para crear unos 65.000 cuadros durante cinco laboriosos años. El resultado es notable y extremadamente original al punto que se trata de una obra única casi sin antecedentes, lo que explica su originalidad. Pero al esplendor visual se le agrega una trama que convierte a la película en una especie de thriller referido a las causas de la muerte del gran pintor holandés. Esta tuvo lugar el 27 de julio de 1890, presuntamente por suicidio con una bala de revolver que se desvió del corazón y se instaló en la ingle. Los realizadores aprovechan cuadros como el famoso de su médico, el Dr Gachet (de junio de 1890), del “padre” Tanguy (marchand) y sobre todo de Armand Roulin, hijo de su cartero, dándoles vida y animando la historia de sus últimos días en Auvers-sur-Oise. Es Roulin, el personaje central ya que es quien debe llevar una carta por encargo de su padre, al hermano Théo, quien fallece trágicamente pocos meses después de su hermano. De hecho parte de la trama se basa en las famosas “Cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Théo” La película se inicia con “La noche estrellada”, quizás la más famosa de todas sus obras de apenas un año anterior a su muerte y se cierra con su ultimo autorretrato. En el medio desfilan otras obras célebres como “Los girasoles”, la alucinante “El campo de trigo de los cuervos” y también algunas de su vivienda como “El dormitorio” y “La silla”, al igual que “El café de noche”, todas pintadas en Arles. Hay también varios flashbacks que se diferencian por ser en blanco y negro, recurso sabiamente utilizado. Para quienes sean fanáticos de Van Gogh, será un placer ir descubriendo los diversos cuadros, utilizados en esta sorprendente e inusual obra de animación.
Acostumbrada a los dictámenes de la animación industrial, la cartelera se permite cada tanto un ejemplar artesanal, experimental o autoral en la materia: Anomalisa, Despertando a la vida o Vals con Bashir han sido algunos de ellos. Loving Vincent de Dorota Kobiela y Hugh Welchman entra en ese esquema insular, pero lo hace más como curiosidad que como anomalía. El presente homenaje a Vincent Van Gogh a partir de su propia obra se justifica cuanto menos en proeza y dedicación detallista: más de 100 artistas pintaron más de 62 mil óleos basados en más de un centenar de cuadros paradigmáticos del genio holandés para dar a luz al filme, que a su vez recurre a la reconocible técnica de la rotoscopia con actores reales para desplegar su acción (como en las ya nombradas Despertando a la vida y Vals con Bashir). El resultado –colorido, fresco, movedizo, cuidadoso, siempre con los motivos, trazos y paletas de Van Gogh como referencia– es delicioso mientras dura la novedad, pero una película no sobrevive en base a una atracción óptica: Loving Vincent (título ambivalente que apunta a la despedida afectiva que el pintor ensayaba en sus cartas como a la devoción hacia él profesada) recurre al policial para dar vida y continuidad a su múltiple tableau vivant: Armand Roulin (Douglas Booth), personaje extraido de un óleo histórico, es un joven que a un año de la muerte de Van Gogh recorre los lugares en Francia que habitó el artista en pos de desentrañar el misterio del deceso, ambiguamente determinado por el fracaso, la enfermedad mental y el suicidio. Con ánimo de pesquisa documental desfilan por la narración médicos, posaderos, taberneros, campesinos, marchantes y hasta alguna posible amante retratados por Van Gogh en escenarios asimismo inmortalizados por el plástico, desde su recóndita habitación a los campos extáticos con cuervos, estrellas y girasoles. La convivencia entre la ficción implantada y la fiel recreación formal se vuelve por momentos tensa, y es que tanto respeto por el corpus original no puede sino demostrar que el animismo es imposible. Dentro de sus marcos, Loving Vincent es entrañable, audaz y contundente.
Loving Vincent": retratando el final de un artista. "Loving Vincent" es una de esas películas muy difíciles de evaluar. Es una gema, por las características de su realización. Más de cinco años (en algunos sitios de internet, los productores hablan de un trabajo total de casi una década desde la idea original), para generar las pinturas animadas que homenajean al gran Vincent Van Gogh. Atención que cada fotograma aquí es un cuadro que fue pintado a mano sobre óleo y al que luego se le ha dado movimiento. Para ser exacto, 125 animadores pintaron a mano los cuadros en óleo y tuvieron que crear 65000 frames sobre 120 trabajos originales del soberbio artista plástico. Pero hay más. Esto que a simple vista parece sólo un evento para una galería de arte, o una instalación sobre la leyenda, es un film, en cierta manera, de intriga y misterio. No sólo las imágenes hablan sobre la obra del genial pintor, sino que además tenemos un nexo que las une. Un cartero que en los instantes finales de la vida de Van Gogh, tiene que llevar una carta que podría resolver el enigma de su muerte, uno de los temas más controversiales sobre el genial artista. Dorota Kobiela y Hugh Welchman han hecho una cinta... increíble. Esta asociación entre Polonia y Reino Unido ha funcionado en un aspecto. Pero debo decirles que tengo una sensación ambivalente a la hora del análisis. Me abruma la calidad de la fotografía y la animación. Y me encanta como están al servicio de una historia, y no sólo se detienen a ser sólo instantáneas de la vida de Van Gogh. La propuesta me parece muy original. Sin embargo, lo que no siento que funcione en forma efectiva, es la cuestión de esa trama de búsqueda. Con voces de actores de segunda línea y un guión que sí tiene falencias (se apoya demasiado en los escenarios y eso le quita dinamismo a la propuesta), "Loving Vincent" ofrece algún lado flaco, una vez pasada la fascinación inicial. Como hecho estético, me parece una fantástica realización. Su atractivo temático, en el buceo por las razones que llevaron a la muerte de Van Gogh, no tanto. Más allá de eso, es una experiencia muy interesante verla en cine. Para el debate. Y para su proyección en museos, también.
Vincent Van Gogh murió el 29 de julio de 1890. 30 horas antes, recibió un impacto de bala que quedó alojada en su abdomen. Loving Vincent parte de esa premisa, y aunque la historia oficial cuenta que el autor del disparo fue él mismo, el enfoque que eligen aquí los directores lo pone en cuestión. Con un tono fantástico, apoyado por un aspecto visual formidable, Loving Vincent pone en el centro del relato al mismo pintor, que un año después de su muerte, el protagonista de la película decide investigar el hecho. La trama adquiere así un tinte policial, casi detectivesco, en donde la historia atrapa y está bien contada, pero claramente lo más llamativo es aquí el aspecto visual. Lo curioso del film de Dorota Kobiela y Hugh Welchman que está todo compuesto en base a pinturas con diversas técnicas, siempre con el objetivo de emular el estilo postimpresionista de Van Gogh. Para la realización del film fueron confeccionados 65.000 cuadros pintados a mano por más de dos cientos artistas, y ese sólo hecho es algo que vale mucho la pena ver.
Loving Vincent: Pinceladas de una muerte misteriosa. Dorota Kobiela (The Flying Machine) dirige esta cinta de animación que, además de ser visualmente increíble, cuenta una historia interesante y atrapante sobre la muerte del famoso pintor holandés Vincent Van Gogh. Loving Vincent es el primer largometraje compuesto por pinturas animadas. El film fue realizado por 115 animadores y busca homenajear a Van Gogh, logrando que cada fotograma sea un cuadro pintado sobre óleo, como si el propio Vincent lo hubiera llevado a cabo. Sus 80 minutos de duración están compuestos por 65.000 fotogramas que han sido pintados, uno a uno, a lo largo de varios años, todos inspirándose en el estilo y arte magistral de Van Gogh. Ahora bien, uno pensaría que semejante logro técnico/artístico se podría haber quedado solamente en ese hecho anecdótico, sin embargo, la película nos otorga un relato biográfico realmente atractivo. La pieza que se puede ver como una pintura postimpresionista animada de casi hora y media nos cuenta la historia de Armand Roulin (Douglas Booth), hijo de Joseph Roulin (Chris O’Dowd), el cartero habitual de Vincent. Armand tiene el encargo de su padre de entregar una carta que el pintor le envió a su hermano Theo, previo a su fallecimiento. Así es como el muchacho de mala gana iniciará una tarea que terminará sumiéndolo en el lugar donde Van Gogh pasó sus últimos días, antes de suicidarse. El joven se verá atraído cada vez más por las circunstancias sospechosas en las que muere el artista, a medida que transcurre el metraje. Así es como casi sin querer, empezará una investigación pseudo policial antes de terminar de completar su verdadera tarea. Armand irá entrevistando a las personas que lo rodearon previo a su muerte, y a través de varios flashbacks en blanco y negro el espectador irá descubriendo dicha información. Así iremos conociendo a personajes como el médico Paul Gachet (Jerome Flynn), un aspirante a pintor que atendía a Vincent y que estaba celoso del excesivo talento de su paciente, o a su hija (Saoirse Ronan) que genera un vínculo afectivo con Van Gogh. Como verán el argumento parece salido de una novela policial, y es ese detalle (junto con la proeza de la técnica de animación obviamente) que terminan de redondear un film atractivo y llamativo. La película construye una espectacular ficción a partir de su espíritu de crónica biográfica sobre sus últimos días. Recordemos que gran parte de los detalles de sus últimos días que podemos ver en la cinta están basados en la correspondencia que mantenían Vincent y Theo. Con buenas interpretaciones del elenco, una lograda banda sonora que transmite ese sentimiento de melancolía y soledad que atravesaban la vida de Vincent, ese magnífica y excelsa belleza pictórica que representa la animación del film, y un logrado guion, Loving Vincent se presenta como uno de los relatos animados más importantes de este año.
¿Quién no ha visto aunque sea una vez en la vida una pintura de Vincent Van Gogh, o aunque sea haber escuchado su nombre? ¿Quién no ha quedado embelesado ante el expresivo azul de su “Noche Estrellada” o preguntarse sobre aquello que esconde el rostro de su inolvidable autorretrato? Loving Vincent traza un recorrido sobre su vida, su historia, la del Van Gogh más profundo, a través de una sublime historia. De esta forma, este ambicioso y original proyecto -que ha empleado más de 100 artistas para pintar a mano cada cuadro del film- es sin duda la joya animada del año.
Una recreación bella sin correlato narrativo Desde una apreciación rápida, que permiten los mismos minutos iniciales, Loving Vincent predispone al disfrute. Las pinturas de Van Gogh cobran vida, el trazo del maestro se anima y abre las tres dimensiones a sus cuadros. Los personajes se desenvuelven dentro de ellos y es el propio espectador el invitado preferencial. Un mismo recurso que el cine ya ensayó, hermosamente, con Vincente Minnelli en Sed de vivir (con Kirk Douglas en el rol del pintor) y Un americano en París (en donde la secuencia final permitía una recreación pictórica de la ciudad, con Gene Kelly y Leslie Caron bailando), así como con Akira Kurosawa en Sueños (junto a Scorsese en la piel de Vang Gogh, caminando por el sendero de sus propios cuadros). De esta manera, el film de Dorota Kobiela y Hugh Welchman encuentra una filiación filmográfica que lleva a un grado por momentos excelso. El inconveniente está en que el proceder parece inverso al acostumbrado, como si la forma elegida -animación stop‑motion y rotoscopio‑ estuviera por delante de la trama. De esta manera, no parece ser la historia quien guíe la necesidad de las elecciones estéticas, sino éstas las que la hacen germinar. Conforme a esta premisa, se percibe cierta desorientación entre la gracia que la animación despierta, a partir de la admiración que se le declara al pintor, y el relato que el film propone. Este último aspecto aparece casi como un simple ardid, sin resonancia dramática profunda, con el propósito puesto en la construcción de un relato de trama policial, dedicado a sondear en las dudas que rodean a la muerte del pintor. Dedicado a tales faenas aparece Armand Roulin, el hijo del cartero y amigo de Van Gogh. Hay una carta que el padre quiere que su hijo entregue a Theo Van Gogh, y es éste es el disparador para el derrotero posterior, al descubrir que Theo también ha muerto. Roulin visitará lugares y amigos de Vang Gogh, en un ir y venir que habilitará a la dinámica de los cuadros que se espera aparezcan durante la película. Para más datos, Loving Vincent demora 90 minutos, una duración que es demasiada, que culmina por subrayar un tramado estético que de sorprendente culmina por ser reiterativo. Dada la misma relación problemática entre pintura y cine, la rapidez de la película (de toda película) no permite detenerse demasiado en cada pintura, aun cuando pueda parecer lo contrario. El film, de esta manera, culmina por redundar en la propuesta.
"Loving Vincent" podría haber sido un biopic sobre Van Gogh, pero esta coproducción entre Reino Unido y Polonia es mucho más que eso. Los directores Dorota Kobiela -artista plástica que debuta en su ópera prima- y Hugh Welchman, concibieron "Loving Vincent" como un lienzo en el cual la protagonista es la técnica revolucionaria de Van Gogh al servicio de una narración extraordinaria. El filme demandó el trabajo de más de cien personas que durante cinco años pintaron a mano casi 65 mil fotogramas que evocan el imaginario del artista holandés y muchos de sus cuadros más famosos, como la habitación de Arlés o los campos de trigo. Las obras son el soporte de una narración a cargo de actores cuyas imágenes fueron tratadas con la misma técnica y que representan a algunos de los personajes del pintor en sus obras, como el doctor Gachet o su hija Margherite, dos de los protagonistas del filme. La narración se basa en más de 800 cartas a partir de las cuales los directores hacen foco en las circunstancias de la muerte de Van Gogh. Así, a ritmo de thriller, se cuenta desde el conocido episodio de la oreja hasta su muerte, que en la película investiga el hijo del cartero Roulin, también retratado por Van Gogh. Se describe además el vínculo con su hermano, su frustración, sus problemas económicos y sobre todo la relación con su padre, que, según se sugiere, sería el origen de su mayor frustración.
Tanto para fanáticos de la obra del "padre del arte contemporáneo", como para aquellos que pocos saben sobre Vincent Van Gogh, Loving Vincent es una película imprescindible. El laborioso film, que llevó cinco años de trabajo y un equipo de 125 pintores al óleo para dar vida a 65.000 fotogramas, nos sumerge en la obra de este genio neerlandés que falleció en extrañas circunstancias a los 37 años Francia. Por un lado, esta ópera prima dirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman, cumple con la misión de ilustrar los hitos más importantes del tormentoso artista, quien a contramano del designio familiar comenzó a pintar febrilmente a los 28 años, dejando un legado de cerca de 900 cuadros; aunque tristemente en vida alcanzó a vender sólo una de sus obras. Pero Loving Vincent es mucho más que un catálogo sobre uno de creadores más inspirados de todos los tiempos, es también una joya artesanal realizada con la tradicional técnica de animación stop motion, es decir un meticuloso cuadro a cuadro; y es además un relato narrado en clave de policial apasionante. Al igual que clásicos como El ciudadano, en Loving Vincent tenemos a un personaje, el hijo del cartero y amigo personal de Van Gogh, que durante años se encargó de despachar su correspondencia, enfrentando el desafío de llevar la última carta que el pintor escribió para su hermano Theo. A partir de allí, su encuentro con diferentes allegados al artista, no hará más que atrapar a este joven devenido en investigador, dentro de un laberinto de testimonios tan inquietantes como contradictorios. La dupla Kobiela-Welchman logra eludir, a base de un vibrante pulso narrativo, lo que pudo ser un solemene film biográfico, con todas los vicios y pretensiones típicos de los productos saturados de "qualité". En cambio, los realizadores logran combinar la contemplación hipnótica que produce cada fotograma de este notable trabajo, con una intriga tan sostenida como punzante. De esta manera, Loving Vincent sobrepasa el concepto de visita de museo, y le entrega al espectador un viaje intenso, que va más allá de la recreación de las pinturas más legendarias de un artista que no alcanzó a disfrutar su gloria. Loving Vincent / Reino Unido / 2017 / 94 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Dorota Kobiela, Hugh Welchman. Se exhibe en Cine Universidad (Nave Universitaria).
TRAZOS ATEMPORALES “¿Le había salvado la vida sólo para matarse a sí mismo?” Lujuria de vivir – La vida exuberante de van Gogh , de Irving Stone. Vincent van Gogh está de vuelta y más vibrante que nunca porque después de que su intento de formar una comunidad artística en la famosa casa amarilla de Arlés fracasara, su sueño se convirtió, al fin, en una realidad: alrededor de 100 artistas pintaron a mano en óleo sobre lienzo los 65 mil fotogramas replicando la obra del holandés y le dieron movimiento en una empresa que tomó más de cinco años de trabajo. La animación dirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman inicia en Arlés en 1891, un año después de la muerte del artista, cuando el cartero Joseph Roulin encuentra una carta destinada a Theo van Gogh, el hermano de Vincent, que no fue enviada. Para aliviar la culpa ante semejante torpeza le pide a su hijo Armand que la entregue. Entre discusiones y poca voluntad, este se dirige hacia París para acabar lo más rápido posible con el encargo, pero pronto el deber se transforma en un viaje iniciático que le hará replantearse todo lo que creía saber acerca del artista pelirrojo. La travesía de Armand despliega una trama subyacente basada en la pregunta “¿Cómo alguien pasa de estar tranquilo a ser suicida en seis semanas?”. Las entrevistas y conversaciones con numerosos pobladores franceses que lo conocieron intentan reponer ese episodio confuso a partir de posiciones opuestas, complementarias y disidentes, así como también dar luz sobre el hombre detrás del mito. En Loving Vincent, el trabajo estético es espectacular. Se perciben los trazos, la animación de las obras emblemáticas, los cambios de luz y sombra a medida que los personajes se trasladan o avanza el día, la encarnación de los personajes retratados, el uso del blanco y negro con pinceladas más suaves para recrear los flashbacks y la modificación en la paleta de colores de acuerdo al lugar donde se encuentra Armand (Arlés, París o Auvers-sur-Oise), que se corresponde con los breves períodos del artista. El filme, entonces, si bien apuesta por un tratamiento biográfico y la recreación de su estética, se aleja de una perspectiva documental propiamente dicha para imprimirle una mirada innovadora a un tema asentado en la cultura y llevado a la gran pantalla un sinfín de veces. Vincent está vigente, tal vez, más que nunca. Por Brenda Caletti @117Brenn
Un film único y exquisito que no podés dejar pasar. Los 56.800 fotogramas pintados a mano de a uno por diferentes pintores es algo impresionante pero lo interesante en esta película es que no se durmieron en los laureles considerando que este trabajo visual iba a...
Un film donde lo bello se transforma en maravilloso “Loving Vincent” (coproducción polaco-británica, codirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman) no es sólo un filme original en su estilo, sino también una maravillosa demostración de la utilización de la tecnología en pos de la creación de belleza. La historia se rodó, primero, con actores reales. Participaron Jeromy Flynn (Doctor Gachet), Douglas Booth (Armand Roulin), Helen McCrory (Louise Chevalier), John Session (Pere Tanguy) y Robert Gulaczyk en el papel de Vincent van Gogh, entre varios más. "Era necesario hacerlo para re-imaginar los personajes retratados y los pasajes pintados por Van Gogh", explica el director de cine, el británico Hugh Welchman (Oscar a Mejor Corto Animado “Pedro y el Lobo”, 2008). Héroe, junto con la polaca Dorota Kobiela (su esposa) de este ambicioso y delicado proyecto experimental mundial que une la pintura de Van Gogh con el cine y la animación. En "Loving Vincent", cada fotograma inspirado en la obra del pintor, fue pintado a mano. El filme está integrado por alrededor de 65.000 fotos, tomadas en alta definición de las 120 pinturas utilizadas para esta película. Cada una fue reproducida por alguno de los más de 100 artistas que participaron en el proyecto. Pintores de Polonia, Rumania, Francia, Holanda, Bélgica, Francia e Italia, fueron re-educados para replicar a un maestro inigualable, pero al mismo tiempo fueron instruidos en la técnica de animación. La realización seduce y traslada la mirada hacia la misteriosa y más íntima vida del pintor e introduce al espectador en los bucólicos entornos de sus últimos años, cuando vivió en Arlés y en Auvers-sur-Oise y pintaba los campos de trigo, papas, lavanda y flores de la Provenza francesa, rincones en Arlés, como el restaurante amarillo que visitaba con frecuencia y aún hoy sigue existiendo en esa hermosa ciudad del sur de Francia, de pasado romano. Aparecen constantemente los cielos de azul intenso, tanto de día como de noche, que parecen de fantasía y se asocian con el imaginario de Van Gogh, pero que asombra cuando se llega allí, porque son reales. "La noche estrellada", "Terraza de café por la noche" o el “Dormitorio de Arlés”, se animan e iluminan para mostrar un modo de vida. Mientras que los retratos del doctor Gachet, el de Louise Chevalier y, en especial, el del joven Armand Roulin (Douglas Booth), protagonista de "Loving Vincent", toman los cuerpos de los protagonistas, hablan, se desplazan, se emborrachan y sufren en su realidad de dibujo. El espectador se sorprenderá, por ejemplo, ante la versión de "Orilla del Oise en Auvers", cuando Roulin se acerca a hablar con el barquero de la ciudad, o en frente al "El café de medianoche", en que aparece la pintura, cuando el Armand recibe el encargo de encontrar a quien entregar la última carta escrita por Vincent y está tirado, durmiendo, sobre una mesa. Pero en las escenas que implican un retorno al pasado, utilizando flashback, como recurso, estéticamente se recurre al blanco, negro, pasando por la gama de los grises y sirve para producir contraste, no sólo entre los colores estridentes del presente sino, para diferenciar la historia central del recuerdo. En ese espacio monocromático, además de dejar descansar la vista de los estridentes colores del presente, también modifica las pinceladas, éstas son más suaves, casi una línea. Remitiendo a los primeros dibujos de Van Gogh, que eran como bosquejos. El argumento de "Loving Vincent", toma de referencia además de los cuadros, 800 cartas escritas por el pintor a su hermano Teo y amigos. La acción comienza un año después de la muerte del artista, un supuesto suicidio. La película tiene como protagonista a un personaje real que pintó Van Gogh, Armans Roulin, el hijo de su amigo cartero. Un hombre joven y apasionado que, con el fin de descubrir qué pasó realmente ese fatídico día, en que Van Gogh agoniza, se interna en un frenético road-movie pueblerino recorriendo el lugar y los espacios donde vivió y murió Vincent, Auvers-sur-Oise, En ese viaje encontrará varios personajes que le ofrecerán una visión diferente del pintor, creando desde distintos puntos de vista un rompecabezas muy difícil de armar, ya que las miradas son fragmentarias y se reflejan en mínimos trozos de vida la verdadera historia. A La manera de “El ciudadano” (“Citizen Kane”, Orson Welles, 1941), esos retazos alcanzarán un trágico final. En ese viaje también los personajes se referirán a un extraño hombre, medio desquiciado de pelo rojo, que pinta por la campiña y el pueblo, y de un joven algo trastornado, que siempre tiraba piedras a Vincent. Y en algún momento alguien pensó, que él lo habría matado. A la manera de un docu-ficción, con toques de “cine noir”, "Loving Vincent", desafía al espectador a ingresar en el juego a través del asombro, la intriga, la curiosidad, la incertidumbre y a ejercitar su vena detectivesca, ya que a medida que pasan los minutos la mirada sobre sobre el suicidio no es tan clara, y las hipótesis del asesinato cobra fuerza. El filme no olvida a las putas amigas de Van Gogh, ni a Gauguin, ni su disputa por una de ellas, ni el corte de la oreja, que hasta la actualidad no se sabe si fue real. Tampoco olvida la rivalidad entre los dos pintores, ni la pobreza, ni las pinturas que fueron entregadas, a los vendedores de pan o papas, para poder comer. Vincent Van Gogh es un personaje borroso como individuo, pero que brillará a través de su obra. En ese doble juego de luces y sombras, entre lenguajes diferentes como cine y pintura, lo estético y lo narrativo, entre la estridencia y el blanco y negro, saturado de grises, surgirá su figura y la ambivalencia de sus acciones. Que, en un orden plegado se mostrará en los cuadros y en el desplegado en su modo de vida, borracho, pendenciero, soñador y desquiciado. "Loving Vincent", con música de Clint Mansell, (compositor que acompaña en la mayoría de los filmes a Darren Aronofsky y en especial en "Réquiem por un sueño" (“Requiem for a dream”, 2000), es una auténtica recreación del universo de Van Gogh, cuyo antecedente fue un episodio “Cuervos” en el filme “Sueños” (“Dreams” de Akira Kurosawa, 1990), en donde el realizador grafica las pinturas de “Campo de trigo cuervos” (1890) y “El puente de Langlois en Arles” (1888). La vida de Vincent Van Gogh fue una soledad limitada, íntima, que hizo una comunión: con el universo, con el espacio invisible de una palabra, soñar, y también con una necesidad desesperada de vivir, como si cada día fuera el último. El tiempo y el espacio están bajo el dominio de la imagen que proyecta cada uno de sus cuadros. Su ser-allí esta sostenido por la de un ser en otra parte, que proviene de los recuerdos. Y esos recuerdos fueron recuperados por dos soñadores: Dorota Kobiela y Hugh Welchman, quienes lograron llevar al espectador no sólo al universo de Van Gogh, sino a la intensidad poética de su pintura.
Una pinturita. Detrás de su estética original, Loving Vincent es un drama presentado y desarrollado en clave de policial, rescatando lo mejor de la literatura detectivesca británica del siglo pasado. Es visualmente imponente, pero también es cautivante a nivel narrativo. Imperdible. Lo mejor: - La construcción de la trama - Brillante concepto artístico
Crítica emitida por radio.