Inquietudes otoñales Considerando la insoportable obsesión del cine contemporáneo con la juventud y una algarabía infantiloide que rápidamente resultan anodinas por su marco conceptual por demás redundante, manipulador y poco imaginativo, siempre es bienvenida una película como Lucky (2017), una obra honesta y entrañable que se suma a la vertiente del séptimo arte centrada en los relatos de personas mayores que entran en crisis de repente, ya sea por un problema de salud o un llamado de atención de su círculo íntimo, y así paulatinamente comienzan a plantearse cómo reaccionar ante lo que podríamos definir como la sombra de la parca, por lo general desencadenando algo de depresión, una metamorfosis ideológica, aislamiento, un despertar espiritual y/ o la necesidad de eliminar cargas emocionales del pasado y de dejar de asignarle tanta importancia a la opinión de los demás seres humanos. Esta ópera prima como director de John Carroll Lynch, hasta ahora un muy buen actor esencialmente de reparto, se sirve del extraordinario Harry Dean Stanton en uno de sus contados roles protagónicos y uno de los últimos trabajos de su larguísima carrera, esa misma que se cortó con su muerte el 15 de septiembre del 2017, apenas dos semanas antes del estreno comercial del film en Estados Unidos: aquí interpreta al Lucky del título, un nonagenario veterano de la Armada que vive tranquilo en un pueblito rodeado de un vasto desierto y que un día se desvanece en su hogar, suceso que lo lleva al hospital y a que el doctor de turno le comunique que parece no tener ninguna enfermedad, no obstante el episodio es indicio de que la vejez está manifestándose con una mayor intensidad y ello podría significar que el ocaso está más cerca de lo que cree, más aún considerando su edad. El hombre pronto retoma sus paseos y encuentros habituales con los lugareños, ya que vive solo -pero no se siente solitario, como bien aclara él- y gusta de concurrir a restaurants y bares para charlar con amigos, conocidos y vecinos, entre ellos Howard (compuesto por el genial David Lynch), otro señor mayor a quien hace poco se le escapó su amada tortuga llamada Presidente Roosevelt, una mascota a la que extraña muchísimo. De a poco Lucky empieza a tratar de sobrellevar la situación y atraviesa diferentes etapas vinculadas con la agresión a los otros, el confesar tener miedo, la disposición a intercambiar experiencias con extraños en torno a la cercanía con la muerte, el conversar sobre el pasado en la milicia durante la Segunda Guerra Mundial, el enorme placer que le genera la música mexicana y finalmente la aceptación del óbito como una desaparición individual hacia el vacío sin Dios ni alicientes terrenales ni estupideces new wave que puedan ofrecer un camino alternativo. Las dos características que distinguen al guión de Logan Sparks y Drago Sumonja de tantos otros similares pasan por la ausencia del facilismo retórico de impronta familiar/ mística/ romántica y esta decisión de optar por sonreírle a la muerte cuando toque nuestra puerta sin más conciencia que admitir en paz que venimos solos y nos vamos solos de este mundo, cuyo elemento compartido singular es la unión final en la nada. Así como rasgos del Stanton real fueron a parar a Lucky, como por ejemplo su ateísmo, su amor por la música y hasta su paso por la Armada, el film en su conjunto se transforma en un homenaje hermoso y muy astuto al actor de Alien (1979), Paris, Texas (1984) y El Reclamador (Repo Man, 1984), figura clave del cine independiente norteamericano desde la década del 60 hasta nuestros días. Hoy las inquietudes otoñales y la alegría por haber vivido se unifican con las rutinas cotidianas más sencillas y ese destino que nos espera a todos los que respiramos…
El tiempo es tan implacable como inaprehensible. Sus diversos modos de medición no alcanzan para asir la naturaleza irreversible que define el ser del tiempo. Abstracción y convención necesarias, el tiempo se revela tardíamente sin mediación alguna en el cuerpo de todo hombre o toda mujer. Por ejemplo, en el cuerpo de Harry Dean Stanton, que a los 90 años interpretó este papel notable que un realizador debutante, y también reconocido actor secundario, intuyó como elegía. Un año después de la filmación, el legendario actor murió. Es por eso que Lucky no puede ser entonces considerada como una ficción a secas. El cuerpo del actor excede cualquier artificio. La puesta en escena tan solo saca provecho de la piel estirada por el tiempo, los músculos vencidos y la peculiar irradiación de los ojos de los ancianos. La edad es aquí lo real de la ficción, un plus ontológico que no se puede idear en un guion.
Estrellas que se apagan. Es curioso que el actor —y a partir de ahora también director— John Carroll Lynch y el conocido cineasta David Lynch compartan algo más que el curioso apellido que les une. Y es que es inevitable ver un interés común de ambos a través de sus respectivos filmes Lucky: un joven de noventa años y Una historia sencilla (The Straight Story, 1999). En sendas obras no sólo se tratan los temas de la vejez, la soledad y la muerte, sino que además se hace con unas formas que despiertan ciertas semejanzas. Las historias se cuentan pausadamente, con un tempo lento y tranquilo. Los planos son sencillos, sin muchas florituras agresivas que distorsionen la armonía de los mismos. Dichas construcciones dotan a las películas de un tono poético, evocador, nostálgico. Y no sólo ello, sino que el mensaje de los dos filmes parece ser el mismo: la aceptación de las distintas fases de la vida. En este sentido recuerdan al cine de Ozu, un cine sobre las pequeñas cosas, sobre la belleza de lo cotidiano, sobre la quietud, la calma y el paso del tiempo. Es más, incluso parece haber en Lucky… una referencia casi directa a la obra de David Lynch. Este momento se da en la escena del bar en la que el protagonista y otro personaje que también tiene una avanzada edad comparten aventuras del pasado transcurridas durante su participación en la Segunda Guerra Mundial. En Una historia sencilla hay una escena de contenido y forma de enorme semejanza, tanto que es inevitable pensar que se trata de un homenaje por parte de John Carroll Lynch. Tanto en Lucky… como en Una historia sencilla cobra a su vez una gran relevancia el lugar donde todo transcurre. De hecho, en ambas películas el paisaje posee un aspecto enormemente idílico, sobre todo en la obra de David Lynch. En el caso de Lucky… la estética de las localizaciones es más cercana al western, y en algunas ocasiones parece que a quien estamos viendo en pantalla es al protagonista de Paris, Texas de Wim Wenders con unos cuantos años de más. Pero a quien vemos en realidad es al longevo Harry Dean Stanton, el cual parece interpretarse a si mismo en los postreros días de su vida. El actor fallecería pocos meses después del rodaje de la que es una de sus últimas apariciones frente a la cámara. Entre esos trabajos finales se encuentra también la continuación de Twin Peaks de David Lynch, quien a su vez tiene un pequeño papel en Lucky… Es también inevitable esbozar un cierto parecido entre la opera prima de John Carroll Lynch y The Ballad of Cable Hogue, de Sam Peckinpah, debido al tono lírico previamente citado, la atmósfera típica del salvaje Oeste mezclada con una voz personal muy alejada de lo común y la narración que versa acerca de los últimos días de sus respectivos protagonistas. Los días postreros del personaje de Lucky… están marcados por una cómoda y peculiar rutina. Sin embargo, algo irrumpe en su vida para despertar dudas, conflictos y miedos. A partir de entonces el anciano Lucky se verá envuelto en una espiral de recuerdos, conversaciones y reflexiones que le acompañarán a lo largo de su camino. Sin perder el humor, el viejo vaquero buscará sus propias respuestas para encontrarle un sentido a la existencia, pero nunca perdiendo su coherente visión de la realidad. Y es que para Lucky el realismo es imposible ya que, como él mismo deja claro al principio del metraje, lo que uno ve no es lo mismo para otro. Con esta reflexión tanto el personaje como el director John Carroll Lynch dejan claro que la película no busca establecer ninguna máxima absoluta, sino tan solo retratar una búsqueda subjetiva, personal e interior. Y eso sin duda lo consigue, sobre todo gracias a un Harry Dean Stanton que abre su corazón y su mirada —literalmente— a la cámara y al espectador. Por ello Lucky… es una película que traspasa la pantalla, porque cuenta tanto las últimas vivencias de su protagonista como las del actor que lo interpreta. En su debut como director John Carrol Lynch nos regala momentos mágicos, momentos que nos dicen que las grandes estrellas siempre se apagan lentamente.
El actor John Carroll Lynch (“Fargo”) debuta como director en este pequeño film dramático cargado de nostalgia y melancolía, al igual que una profunda performance de Henry Dean Stanton (“The Straight Story”, “Alien”). El protagonista nos ofreció su última interpretación como actor, ya que murió en septiembre del año pasado, cosa que no hace más que agregarle una mayor significación a la trama y a los elementos que trata el largometraje. La obra nos cuenta la historia de Lucky (Stanton), un nonagenario que lleva una apacible existencia en un pueblo de Texas, con una rutina y unos hábitos muy marcados. Un día su vida se ve alterada por un pequeño accidente doméstico que lo lleva a consultar el médico, el cual le explica que su salud es impecable y que su traspié fue producto de la edad avanzada. Así es como Lucky empieza a darse cuenta que se encuentra en la recta final de su vida y que los achaques de la edad comenzarán a ser moneda corriente. La película nos sumerge en un viaje de autodescubrimiento, donde entrarán en juego cuestiones como la soledad, los seres queridos, la espiritualidad y tantos otros asuntos de carácter existencial que llevarán tanto al espectador como al protagonista a reflexionar y deliberar. Nos encontramos con una comedia dramática sutil, modesta y de corte intimista, que logra crear una atmósfera acogedora impulsada por un guion interesante y un trabajo actoral maravilloso, acompañado por varios papeles secundarios atractivos compuestos por Ron Livingston, Ed Begley Jr., Tom Skerritt, James Darren y Barry Shabaka Henley y por el genial David Lynch (“Twin Peaks”, “Blue Velvet”), que deja de lado la dirección para ofrecernos un personaje excéntrico y encantador digno de uno de sus fantásticos relatos. Por otro lado, uno de los aciertos a nivel técnico y estético, está representado en la dirección de fotografía de Tim Suhrstedt (“Little Miss Sunshine”), que envuelve y abraza esa nostalgia por medio de colores cálidos reflejados en ese paisaje árido que trae aparejado el escenario texano. Quizás “Lucky” no resulte ser un plato digerible para toda la audiencia, pero habrá un gran sector del público que saldrá encantado por su aire reflexivo y metafórico. El protagonista parece ser un viejo cowboy que vive en un pueblo quedado en el tiempo, y posiblemente su propia vida se haya quedado en una época anterior, habiendo dejado muchas cosas pendientes. Ante el paso del tiempo, el protagonista intenta reconciliarse con la idea de su propia mortalidad. Todo esto lo iremos descubriendo de a poco gracias a varias conversaciones y/o diálogos que el solitario personaje irá teniendo con personas del pueblo que resultan ser viejos conocidos o algunos forasteros que se involucran en la vida local. Por momentos puede resultar algo cansino el ritmo narrativo, pero se utiliza como un recurso para meternos en ese estado de miedo, confusión y desconcierto que atraviesa el personaje. “Lucky” es un viaje poético y desolador como el lugar donde se desarrolla la acción. Un proceso de autodescubrimiento, donde el protagonista descubrirá que “venimos solos y nos vamos solos de este mundo”, pero para ello tendrá que hacer las paces con su voz interior y con sus conocidos. Un film pequeño pero interesante que se destaca a nivel interpretativo y narrativo.
El cielo azul, el reflejo del rayo del sol, y una tortuga atravesando un paisaje desértico, son las imágenes que dan apertura a la atmósfera contemplativa que propone John Carroll Lynch en su opera prima Lucky, cuyo personaje principal, de quien se atribuye el título de la película, es interpretado por el recientemente fallecido actor Harry Dean Stanton, en quien se han basado Logan Sparks y Drago Sumonja para escribir esta conmovedora historia. La película transcurre en un desolado pueblo de Estados Unidos, que si tuviera un nombre sería “Mortalidad”, como el mismo Carroll lo dice, concepto en el que basa el desarrollo de esta historia en la que nos propone acompañar la transición de Lucky, un hombre de 90 años que vive una misma rutina diaria, casi como un ritual que tendrá que confrontar. La primera secuencia en la que se introduce al personaje resulta una insignia de la carga simbólica de la que estará dotado el film. Se escucha de fondo la melodía de Pedro Infante “porque el tiempo es buen amigo, buen amigo de verdad, porque cobra y porque paga, porque paga y porque cobra, porque quita y porque da”, mientras vemos a través de planos cerrados (que no revelan el rostro de Lucky) cómo comienza su rutina: despertar, hacer ejercicio, tomarse un café, encender un cigarrillo, observar el titileo de un reloj descompuesto que marca las 12:00, salir de casa. No resulta casual que no descubramos su rostro hasta que el personaje se encuentre fuera, camine, fume y se detenga en medio de un paisaje de cactus y matorrales, mimetizándose incluso con los colores del paisaje. Tampoco resulta casual que aparezca justo allí el nombre de esta opera prima: Lucky. A través de largas secuencias, seguimos descubriendo el ritual diario del personaje, mientras transita los mismos caminos, frecuenta los mismos lugares, las mismas personas y realiza las mismas actividades, lo que podría presuponer una película de ritmo lento que no habla más que del día a día de un hombre viejo. Sin embargo, lo que resulta interesante en este desarrollo, y que se debe atribuir no solo a la apuesta de Carroll como director, sino a la labor de Sparks y Sumonja como guionistas, y a la naturalidad que imprime Harry en su papel, es cómo a través de esta cotidianidad en la que vemos a Lucky, se construye todo un discurso por el que vamos descubriendo su trasfondo personal. Así, hechos puntuales como por ejemplo los crucigramas que llena el personaje diariamente y en los que aparecen palabras como “Augurar” y “Realismo” (cuyos significados son hallados y explicados por él mismo), así como también a través de diálogos en los que oímos frases como “no eres nadie” o “lo que tu ves no es lo que yo veo”, se refuerza la profundidad de este hombre, quedando plantados los indicios de su devenir. Como primera curva dramática de la película se encuentra la desaparición de Roosevelt, una tortuga de 100 años que pertenece a Howard, uno de los amigos de Lucky, suceso que marca una primera ruptura en la rutina del personaje, quien parece reflexionar en torno al hecho de que él mismo no es como la tortuga (ni más fuerte, ni capaz de vivir más de 100 años). Llegamos así al punto clave de la historia cuando un día como cualquier otro, mientras observa el titileo del reloj descompuesto que indica las 12:00, Lucky cae al suelo. Ante esto, acude al médico, cuyo diagnóstico se resume en que está en perfecto estado de salud y simplemente debe afrontar que es un viejo afortunado al llegar a su edad sin enfermedad alguna. Pero en este diagnóstico también se encierra el futuro de este hombre, que a sus 90 años se tendrá que enfrentar al peso de la vejez, a la inexorabilidad de la muerte y a su propia realidad. A partir de este momento, acompañamos la transición de este personaje que ahora, mucho más sensible y consciente ante la vida, realiza acciones como adoptar como mascotas a los grillos que la gente compra para alimentar a sus reptiles, admitir sus recuerdos y temores de infancia, reparar finalmente el reloj descompuesto y cantar en medio de una fiesta, rompiéndose así la rutina de este hombre cuya nueva postura queda perfectamente reflejada en el que resulta el diálogo más conmovedor de la película: “- La verdad es una cosa. Es la verdad de quiénes somos y lo que hacemos, y debes enfrentarlo y aceptarlo porque la verdad del universo está esperando. Tú, tú, tú, yo, este cigarrillo, todo. ¡En la negrura! ¡En el vacío, y nadie está a cargo y te queda ungatz! Nada. Eso es todo lo que hay.” – ¿Y qué debemos hacer con todo eso? – Sonreír.” Así, resulta un acierto cerrar el film con una última secuencia en la que Lucky se detiene en el mismo paisaje desértico, contempla por unos instantes uno de los cactus, y en un primer plano de su rostro, mira a la cámara, y en coherencia a su discurso, simplemente sonríe y se da vuelta para emprender camino nuevamente. De repente aparece la tortuga atravesando dicho espacio, mientras lo vemos a él caminar a lo lejos hasta salir del encuadre. Así, el camino seguirá siendo el mismo y solo cambiará la forma en que lo transite para aceptar las situaciones tal cual lleguen…su vejez, su muerte.
El testamento de Harry Dean Stanton Hay dos cosas a tener en cuenta antes de hablar de Lucky. Es el debut como director del actor John Carroll Lynch (Fargo, The founder) y es la última película de Harry Dean Stanton, mítico protagonista de Paris, Texas. De modo quizás involuntario, la película actúa como cierre de un ciclo, pero como apertura de otro, nuevo y promisorio. La acción se desarrolla en el desierto de Arizona donde Lucky, fumador empedernido, toma conciencia que, lenta e irremediable, a sus 90 años, se acerca la muerte. El énfasis de la narración pasa más por construir la interioridad del personaje, apuntalándose en sus miedos silenciados y sus preocupaciones que por desarrollar una trama basada en las acciones. Lynch nos propone acompañar a Lucky en un devenir inevitable, pero se aleja con sabiduría de los golpes bajos, de la angustia o del dolor. Es un camino de aceptación del destino teniendo presente la soledad (la mayoría de sus amigos ya murieron) y el ateísmo. Porque en estos momentos es donde suele aparecer la religión pero Lucky, ateo, no tiene un dios a quien rezarle o en quien sentirse refugiado. Apoyada en las actuaciones y en los diálogos, que a través de la ironía y el sarcasmo ponen de manifiesto verdades tan inteligentes como dolorosas, la película logra un clima general de calidez con un fuerte espíritu de producción independiente. Esta calidez también se respalda en los encuadres, que se detienen largos ratos en los desérticos paisajes, y en la fotografía y las ambientaciones, que arrojan una imagen plagada de tonos pastel, mayormente verdes y marrones, muy amigables a la vista. De situaciones largas, personajes entrañables y profundas reflexiones, Lucky se convierte en una propuesta que te llega directo al corazón. Imperdible.
Entrañable propuesta que bucea en las rutinas de un hombre en un contexto conocido por el pero que comienza a transformarse. John Carrol Lynch le ofrece a Harry Dean Stanton su último papel, una épica historia de amistad, persistencia y lucha en medio de la búsqueda de sentido a la vida.
No somos nada La primera película John Carroll Lynch comienza con una serie de planos largos y fijos de un pueblito perdido en un desierto árido que introducen el plan maestro: mirar más allá de las imágenes y contemplar nuestra propia condición mortal. Una tortuga doméstica en plena huida rompe la quietud del cuadro, pero su extrema lentitud parece anticiparnos los tiempos del relato. La ausencia de esta criatura dejará latente una cierta forma de percepción del tiempo. El director crea una historia para rendirle homenaje en vida al gran Harry Dean Stanton. El cuerpo alto y flaco del actor atraviesa una epopeya interior a los noventa años, demostrando que una crisis existencial puede ocurrir a cualquier edad. La película le da la oportunidad de ser él mismo y evocar su juventud en Kentucky donde sintió por primera vez el miedo al vacío. Stanton encarna a Lucky, una suerte de vaquero en retirada que deambula por los mismos caminos polvorientos que transitó durante décadas. El director intenta captar el paso del tiempo en sus expresiones faciales. Los primeros planos dejan emerger la intimidad a través de sus ojos: el miedo, la entereza y la transparencia de un hombre que llega al ocaso de su vida. Luego de una caída sin grandes consecuencias, Lucky toma consciencia de que le queda relativamente poco tiempo para vivir. Pero en lugar de hacer algo extraordinario, se dispone a esperar el devenir con serenidad. El director no trata el fin de la vida de una manera oscura a través de una enfermedad o del deterioro de la condición física. La película se concentra en el costado filosófico y emotivo de la muerte, sin una progresión dramática convencional, siguiendo la cotidianeidad de su héroe a un ritmo constante y ameno. En muchas escenas el actor está solo en el centro de la imagen, errante como el personaje que interpretó en París, Texas de Wim Wenders. Sobre el final, en un plano extraordinario, Lucky escudriña un cactus más alto y seco que él, luego mira largamente a cámara y termina con una sonrisa breve, pura e inolvidable. Harry Dean Stanton nos deja encendiendo un último cigarrillo y se va por esa tierra árida que nos invita a meditar sobre nuestros propios desiertos.
Harry Dean Stanton tiene una de esas trayectorias legendarias en cine y televisión. Desde la década del cincuenta actuó en cuanta serie uno pueda imaginar, con particular énfasis en aquellas del género western. Hizo muchos roles pequeños en muchos clásicos de la historias del cine. Pasó por El hombre equivocado (1957) de Alfred Hitchcock y El padrino II (1974) de Francis Ford Coppola en roles que iban de una mera aparición a un rol pequeño, no fueron pocos los films con breves participaciones suyas. También ocupó roles más importantes en grandes clásicos, como Alien, el octavo pasajero (1978) de Ridley Scott o Patt Garrett & Billy the Kid (1973) de Sam Peckinpah. No hay manera de abarcar su filmografía en una nota. Trabajó con John Huston en Wise Blood (1979), con Martin Scorsese en La última tentación de Cristo (1988); protagonizó del clásico de culto Repo Man (1984) de Alex Cox, con John Carpenter hizo Escape de Nueva York (1977) y Christine (1983). Una vez más con Coppola Golpe al corazón (1981). Más de cien largometrajes tuvo en su carrera. Con David Lynch hizo varias películas y también televisión. Pero si hubiera que tomar un título para poder resumirlo en una sola imagen y dejarlo así en la historia del cine, esta imagen sería la de Travis Henderson, inolvidable protagonista de Paris, Texas (1984) de Win Wenders. Como broche de oro del elenco aparece James Darren, el octogenario actor que supo protagonizar la serie El túnel del tiempo y que fue un gran actor secundario de televisión como el propio Harry Dean Stanton. No es indispensable saber esto para disfrutar de Lucky, pero quienes conozcan al actor no podrán evitar una emoción extra en cada una de las escenas. El personaje del título, Lucky, es un hombre de noventa años que vive solo. Tiene una dieta de dudosa calidad, fuma, bebe alcohol y vive su rutina diaria en el pequeño pueblo en el que vive. Eso sí, hace cinco ejercicios de yoga todas las mañanas. Le gusta mucho hacer crucigramas, conoce todas las respuestas de los programas de concursos y mira con simpatía y nostalgia un retrato suyo de cuando era marinero en la Segunda guerra mundial. Tiene sus amigos en bar con quienes a diario comparte charlas y una misma silla en cafetería a la que acude también a diario. Un día algo pasa y Lucky se da cuenta que tal vez la muerte esté más cerca de lo pensado. Tal vez, solo tal vez. A partir de ahí comienza a plantearse cosas y a ver su alrededor de otra manera. El personaje y el actor parecen fusionarse. Se parece, en ese aspecto a la historia de John Wayne en The Shootist (1976) de Don Siegel, aquella insuperable despedida que supo tener el más grande actor de todos los tiempos. Pero claro, Harry Dean Stanton es un actor de perfil más bajo y estrellato limitado, por lo cual el film también es pequeño, amable, con humor y también un tono agridulce. Lucky no cree en dios alguno y observa con angustia, resignación y una incipiente sabiduría lo que está por venir. Fue la última película de Harry Dean Stanton, que murió antes del estreno mundial. Para que la despedida fuera total están allí sus amigos, que le aportan humor y simpatía a todo lo que ocurre a la vez que directa e indirectamente reflexionan sobre el sentido de la vida. Siempre con humor, siempre con ligereza, aun cuando en ciertos momentos asoma una negrura que angustia y conmueve. La certeza de que no hay nada más allá que posee el protagonista, combinada con una mirada amable y un disfrute de los pequeños grandes momentos, hacen que el espectador pueda moverse entre sentimientos muy distintos. Hay enorme emoción en varias escenas y Harry Dean Stanton entrega un rol de despedida de una belleza a la altura de su carrera. Ojalá todos los grandes actores pudieran tener un adiós como este.
Glorioso In Memoriam Ya quisiera todo actor tener a Lucky (2017) como su última película. Harry Dean Stanton falleció a los pocos meses de su estreno en marzo de este año, lo cual vuelve aún más conmovedora esta pequeña y humilde reflexión sobre la mortalidad - y la aceptación de la mortalidad - del ser humano. El legendario actor tenía un admirador en el legendario crítico, Roger Ebert, quien formó la teoría de que ninguna película que incluyera a Harry Dean Stanton podía ser del todo mala. Basta echar una mirada a su filmografía, que cuenta con alrededor de 200 interpretaciones, para darle la razón. Icónico como actor de reparto, no fue hasta Paris Texas (1984) que obtuvo un papel estelar y qué final más digno para su vida y obra con otro rol protagónico. La película es tanto sobre su personaje como sobre sí mismo: Lucky/Stanton es un anciano y testarudo vaquero de 90 y tantos que vive en un pueblito en medio del desierto de Arizona. Es querido por cuanta persona roza su vida pero más solo que una ostra al final del día. Su rutina es mundana pero amena: hace yoga a la mañana, va a un diner a tomar café y completar crucigramas, hace las compras (leche), mira programas de juegos que no le importan y termina sus noches bebiendo en un bar de viejos conocidos. De repente un disparador: se cae. No es ni un infarto ni un derrame, no está enfermo y se encuentra en perfecto estado. A su edad, bromea el doctor, dejar de fumar probablemente le sería aún más nocivo que seguir fumando. La conclusión es que Lucky es viejo y no hay más que hacer salvo empezar a pensar en la muerte. Un empedernido realista (tiene un diccionario a mano siempre que tiene que definir la palabra), sin familia de quien despedirse ni grandes propósitos que cumplir, Lucky y la película que lleva su nombre se abocan totalmente a la discusión y aceptación de la muerte, sin caer en morbo o sentimentalismo barato. Es esta candidez lo que termina volviendo a la película en un triunfo, más allá de que funciona como un espléndido homenaje a su estrella póstuma. Muchas películas ostentan tratar la mortalidad y sus implicaciones nihilistas, pero pocas se animan a la franqueza y madurez de Lucky. En ningún momento la película se vuelve pretenciosa con su temática ni traiciona la sinceridad de su propuesta. Celebra la armonía de los pequeños momentos, las conexiones insospechadas con gente pasajera, el valor de la aceptación como felicidad. Dirige el actor John Carroll Lynch en su debut como realizador, sobre un guión original de Logan Sparks y Drago Sumonja. La crítica ha sugerido equivalencias al cine autoral de los 60s de un Estados Unidos que empezaba a explorar la vida interna de sus personajes marginales – el cine de Bob Rafelson o Hal Ashby, por ejemplo. Otra comparación apta es específicamente Una historia sencilla (The Straight Story, 1999), de David Lynch. Aquella película también comenzaba con una fatídica caída y pasaba a reflexionar con serenidad sobre la mortalidad del ser humano. Harry Dean Stanton aparecía en aquella película, y el mismísimo David Lynch aparece en esta, consternado por la desaparición de su tortuga (¿amuleto de la inmortalidad?). Tom Skerritt hace acto de presencia también, pronto a intercambiar anécdotas de guerra y ofrecer consuelo. El pueblito, descubrimos pronto, abunda en sabios con historias significativas a mano. Quizás así es la vida. Lucky es una bella película, un glorioso in memoriam a un excelente actor que con una sencillez engañosa descubre nuevas formas de hablar sobre aquello que damos por entendido y sobre lo cual no solemos animaros a pensar demasiado.
Lucky es el título de la última película de Harry Dean Stanton, ya que falleció poco antes de su estreno. En ella interpreta a un veterano de guerra nonagenario, que vive solo en un pequeño pueblo del estado de Arizona, en los Estados Unidos. Quien dirige es John Carroll Lynch, actor con una larga trayectoria en papeles de reparto, que se pone por primera vez detrás de las cámaras. La historia carece de un arco dramático, y es reemplazada por una serie de escenas protagonizadas por un omnipresente Harry Dean Stanton, que nos muestran su rutinaria vida. En ella aparecen varios de sus vecinos, entre los que se destaca David Lynch, como un hombre preocupado porque se le perdió la tortuga, personaje que parece extraído de alguna de sus películas, y Tom Skerrit como otro veterano de guerra al que se encuentra en la cafetería donde desayuna todas las mañanas mientras completa las palabras cruzadas. La austeridad de la puesta en escena es un fiel reflejo de la aridez del paisaje, excesivamente iluminado por Tim Suhrstedt, para transmitir a los espectadores el clima caluroso del mismo, con algunos planos que recuerdan al John Ford de Mas corazón que odio. Y a otra película a la que parece rendir también homenaje es a París Texas, con la que no comparte protagonista, sino que hasta parece una secuela, que cuenta como continuó la solitaria vida de Travis Henderson. En conclusión, Lucky es una obra que funciona únicamente como homenaje a este gran actor que fue Harry Dean Stanton, quien lleva todo el peso de la película en sus hombros. Pero su gran error es basar toda la puesta en escena en la idea que expresa el protagonista cuando dice que el universo era una endeble trama de eventos fortuitos cuyo destino es el vacío. Porque una cosa es que lo piense el personaje, y otra que la película se convierta en eso, porque genera aburrimiento en los espectadores.
Es el segundo protagónico de un actor legendario, el primero “Paris Texas” de Win Wenders hecho pensando en él. Es que Harry Dean Stanton es una leyenda y este film su melancólica y grácil despedida, una producción que se inspiró en su vida, con citas de sus declaraciones o bromas a algunos de sus roles como el mecánico de “Alien”. Y es el debut como director de un famoso actor de roles secundarios John Carroll Lynch, con guión de Logan Sparks y Drago Sumoja. Un bello, sentido homenaje para Stanton, que murió dos semanas antes del estreno comercial del film que todos deberían ver. e. Este personaje habita en el desierto, esta solo, pero lo rodean sus pocos vecinos que cumplen la función de una familia agrandada, que se preocupan su fragilidad y vejez y que dialogan con él sobre temas aparentemente superficiales aunque cualquier excusa es buena para filosofar y tirar verdades inquietantes y profundas reflexiones. Con otro legendario en el reparto como David Lynch, amigo personal de Stanton, como un hombre preocupado porque se le escapó su tortuga “Roosevel”, el eje de su vida. Entre cigarrillos, rutinas de crucigramas, tragos típicos, un humor negro e inteligente, el film transcurre con ingenio, momentos líricos únicos y una aparente sencillez que fascina. Un homenaje a un gran actor que hizo aquí uno de los mejores papeles de su vida.
Lucky encuentra su razón de ser en el (casi) unipersonal del genial y recientemente fallecido Harry Dean Stanton. Esta tragicomedia del reconocido actor (aquí debutante en la dirección) John Carrol Lynch tiene como protagonista casi excluyente a Stanton como el personaje del título, un nonagenario gruñón que vive solo y con una rutina muy específica (hacer gimnasia, caminar hasta la cantina del pueblo de Texas para desayunar y completar crucigramas, tomar un Bloody Mary en la barra del bar por la noche, fumar todo el tiempo y ver concursos de preguntas y respuestas por televisión) hasta que un pequeño accidente lo sumerge en un íntimo viaje espiritual. Auténtico crowd-pleaser que divierte y emociona con nobleza pese a que sobrevuela el tema de la inminencia de la muerte, Lucky tiene como atractivo adicional notables personajes secundarios interpretados por David Lynch, Ron Livingston, Ed Begley Jr., Tom Skerritt, James Darren y Barry Shabaka Henley. Una película de un lirismo y una sensibilidad infrecuentes en el cine contemporáneo. Un antídoto contra todo el cinismo de este mundo.
Harry Dean Stanton podría haber sido el secretario general del sindicato de that guys: participó en más de un centenar de películas, siempre en roles de reparto. Con dos excepciones: Paris, Texas (1984), de Wim Wenders, el clásico que le puso nombre a su rostro y le dio status de leyenda; y esta Lucky, suerte de legado, que filmó a los 89, dos años antes de morir. Su último protagónico se funde con el primero: es imposible evitar pensar que este anciano de sombrero de cowboy caminando por un paisaje desértico no es otro que Travis nonagenario. Pero Lucky deambula por su pueblo sabiendo muy bien hacia dónde va: se aferra a su rutina diaria -yoga, cigarrillos, crucigramas, bar de día, bar de noche, el almacén, los concursos televisivos- casi como a un talismán contra el paso del tiempo. Un desmayo inexplicable le recuerda que, igual, las hojas del calendario van cayendo. El diagnóstico del médico es terminante: vejez. “Nadie sale vivo de aquí”, le explica al atribulado paciente. Entonces queda claro que la opera prima de John Carroll Lynch -otro that guy célebre- es un ensayo sobre el crepúsculo de la vida. “Tengo miedo”, confiesa este suertudo que llegó impecable a los 90. Sabe que no le queda mucho, pero aquí no hay dramatismo ni epifanía: Lucky mantiene sus hábitos, tabaco incluido. Consciente de la impunidad que dan los años, puede andar por ahí en calzones y botas, con los pelos largos desgreñados. Parco y frontal, su sociabilidad está acotada a un par de mozos, una cajera, los parroquianos de un bar (incluyendo a David Lynch como un hombre a quien se le escapó la tortuga). En un registro similar al de Paterson, de Jim Jarmusch, hay diálogos cargados de existencialismo, con escenas logradas y otras un tanto forzadas, en las que el intento poético se torna empalagoso. Lucky es, según sus creadores, una “carta de amor” a Stanton. Por momentos, este homenaje se excede en el propósito de mostrar lo querible que era el homenajeado. Pero no deja de hacerle justicia a un actor que tuvo el doble mérito de brillar desde un segundo plano.
Harry Dean Stanton fue uno de los grandes actores americanos. No era un tipo de alto perfil, pero sus trabajos se destacan siempre. Entre lo más conocido que hizo, figura el protagónico de la sublime París, Texas, de Win Wenders. Su última película fue, también, la opera prima de John Carroll Lynch, actor -de los que entienden la profesión- y veterano de la televisión tanto delante como detrás de la cámara. Esa película se llama Lucky y es la historia de un señor ya grande, ateo desde siempre, en busca de algo así como una iluminación en la última jornada interior de su vida. Pero es, también y sobre todo, un paseo amoroso y gracioso, sonriente y muy luminoso, por lo que fue el personaje Stanton. Hay mucho para ver y escuchar, sobre todo la performance de cada uno de los actores (la aparición de David Lynch, compinche de Stanton, es especialmente bella) y uno sonríe la mayor parte del tiempo. El tema de la película es ambicioso: el sentido de la vida más allá de lo material, el sentido del paso del tiempo, la necesidad de trascendencia. Pero como sucede con el mejor arte, las respuestas que encuentra el personaje aparecen en las pequelas cosas y los pequeños encuentros, y se comunican de modo inmediato al espectador, un amigo más de los que pueblan la película. Stanton se fue con una sonrisa y decidió contagiarla.
La sensibilidad de un espíritu luminoso El debut como director del actor John Carroll Lynch presenta a personajes eclécticos que orbitan en torno al vaquero que interpreta el actor de Paris, Texas, un hombre sencillo con el don de recolectar historias en el desierto. Una tortuga cruza la pantalla de lado a lado y en el mismo movimiento atraviesa el desierto. Pero no el de los árabes, donde solo se ven las dunas de arena sin fin, sino el de los cowboys, el desierto de la tierra roja y los cactus del tamaño de edificios. El de la frontera sur de los Estados Unidos, un territorio mestizo en donde los mitos se imponen a la historia y los hombres y mujeres parecen habitar fuera del tiempo. Ese es el universo que atraviesa la tortuga yendo de una punta a la otra del plano, y también el escenario perfecto en el que se desarrolla la historia de Lucky, un joven de 90 años (el agregado después de la coma es exclusivo de la versión local), una película especial por muchos motivos a la vez. Se trata en primer lugar del debut como director del actor John Carroll Lynch, nombre desconocido para un rostro famoso por haber interpretado importantes papeles de reparto, con una filmografía que va de Fargo (1996, Ethan y Joel Coen) a Gran Torino (2008, Clint Eastwood) o La isla siniestra (2010, Martin Scorsese), entre muchos otros títulos importantes. Al mismo tiempo es la última película del enorme Harry Dean Stanton, otro actor famoso por sus grandes roles secundarios, pero que será recordado para siempre por haber interpretado a Travis, el peregrino protagonista de Paris, Texas (1984, Wim Wenders), film que de algún modo comparte su universo con Lucky. Pero más allá de sus protagonistas y hacedores, Lucky es una gran película por mérito propio. Por la forma siempre cariñosa en que construye a las criaturas que la habitan; por el refinamiento de un sentido del humor cándido pero nunca inocente; por la elegante sencillez de su puesta en escena, sorprendente para una ópera prima; por la capacidad para generar una atmósfera poética sin pretensiones y dentro de las reglas de un realismo al que, en este caso, tampoco es aventurado calificar de mágico. El Lucky del título es el personaje que interpreta Stanton, un viejo con aspecto de vaquero que vive en un pueblito rural que podría ser parte de Texas, Arizona, Nuevo México y hasta California, en el que lo americano y lo mexicano se funden en un melting pot de razas y lenguas. Lucky reparte su vida entre sus ejercicios de yoga matinales, sus idas a la cafetería del pueblo durante los mediodías o al bar por las noches, donde comparte el tiempo con un grupo de vecinos que parecen conocerse desde siempre. Lynch aprovecha todos esos abanicos para darle espacio a una serie de personajes eclécticos que orbitan en torno a Lucky, dando pie a pequeñas subtramas que en sí mismas constituyen breves relatos casi autónomos. Desde el hombre al que se le escapó la tortuga del comienzo (interpretado por el cineasta David Lynch) a la almacenera mexicana a la que le compra leche y cigarrillos; y de Joe, el dueño de la cafetería, y su empleada Loretta, ambos negros, a un viejo marine con el que se toma un café, todos los personajes funcionan como pie para que Lucky desarrolle su mirada de la realidad. Una especie de nihilismo zen encantador, que le permite por un lado seguir tratando de entender el mundo, pero a al mismo tiempo continuar maravillándose de él, incluso a sus magníficos 90 años. Porque a pesar de una vida sencilla, Lucky es capaz de encontrar en cada hecho cotidiano una sabiduría que nadie más parece percibir. A pesar del aspecto general de estricto realismo, Lucky retrata un mundo de fantasía casi ideal, en el que la realidad está conformada por una suma de buenas voluntades. En el centro de ese cosmos armónico está el protagonista, interpretado con adorable aspereza por Stanton, ocupando a la vez el lugar de Odiseo y Sherezade. Un viajero que atraviesa lentamente el desierto, como la tortuga, pero con la sensibilidad necesaria para recolectar por el camino historias que quizá lo ayuden a entender de qué se trata este asunto de andar vivo por el mundo. Que Stanton haya fallecido meses pocos después del estreno, permite jugar con la idea de que el espíritu luminoso que habita la pantalla le pertenece a él más que a su personaje. ¿Qué mejor final podría haber para la carrera de un actor como él que una película así?
Si bien técnicamente “LUCKY” no es el último trabajo de Harry Dean Stanton (aún no se ha estrenado “Frank & Ava” el biopic sobre Frank Sinatra y Ava Garner en donde tiene una participación como el sheriff Lloyd) este absoluto protagónico ha sido una excelente despedida de la pantalla grande, en donde lo hemos disfrutado en la más diversa gama de personajes. Fue aquel que vimos hace casi 40 años en “Alien, el octavo pasajero” y que será indudablemente inmortalizado en sus roles en “Paris, Texas” junto a Nastassja Kinski , “Golpe al Corazón” de Francis Ford Coppola o “Fool for Love” en la que fue dirigido por Robert Altman. A sus casi 90 años, Dean Stanton tuvo su más que merecida despedida con “LUCKY”, un personaje protagónico que no sólo es absolutamente excluyente dentro del filme sino que además le permite seguir demostrando su ductilidad y sus dotes de gran actor. Se dio el lujo de filmar con David Lynch (con quien tuvo varias colaboraciones incluyendo “Corazón Salvaje” “Imperio” “Una historia sencilla”), con Martin Scorcese (“La última tentación de Cristo”) y ahora en “LUCKY” se despide con honores en un film póstumo que lo agrega a la galería de las estrellas hollywoodenses como James Dean con su “Gigante”, Peter Finch en “Network, poder que mata” o más acá en el tiempo el Jocker de Heath Ledger, quienes fallecieron antes de que su película se estrenase. El guion de los debutantes Drago Sumonja y Logan Sparks, con quienes el protagonista tenía un vínculo personal, juega con la idea permanente de que Lucky sea Dean Stanton y viceversa. Se respira entonces una fusión perfecta, una amalgama precisa y potente para un personaje totalmente concebido a la medida de Stanton y que es el merecido vehículo para que logre un lucimiento especial. Es así como apenas iniciada la película, nos queda claro que Stanton es el único actor que le puede dar vida a este personaje, ya no podemos concebirlo a Lucky sin él: todo queda impregnado de su particular andar, de las expresiones y de las miradas profundas con las que construye y le da vida a su criatura. Lucky vive en la piel de este actor enorme que le encuentra todas las tonalidades necesarias y que le imprime, fundamentalmente, esa tristeza y esa melancolía que no solamente el personaje central sino que la película misma, necesitan. Es impactante ver cómo no solamente a través de algunos filosos diálogos aparece el tema de la muerte que sobrevuela toda la película sino que además hay un deliberado “coqueteo” de Stanton/Lucky con la muerte y sobre todo con la idea de un final anunciado, de la despedida, de una partida. El desierto, la aridez del paisaje, la soledad, le imprimen el escenario justo para que esta especie de western crepuscular se desarrolle lentamente pero en forma segura. Una película que se encuentra construida más por climas, sensaciones y postales de ese ocaso que por una narración tradicional. “No hay nada más allá de la muerte” sostiene en una de las líneas el personaje central, mientras filosofa desde la barra de un bar al que acude como parte de su religión y allí se encuentra con sus amigos, entre los cuales encontramos nada más ni nada menos que a David Lynch en un guiño que nos hace la película para que todo quede entre amigos. En su debut como director, el actor John Carroll Lynch construye el andamiaje ideal para el lucimiento de Stanton, sin dejar librado al azar ninguno de los restantes detalles. La música es otro gran punto a favor de “LUCKY” como así también una muy cuidada fotografía. Seguramente muchos de nosotros, pasado un buen tiempo, sigamos recordando a Harry Dean Stanton por todos los trabajos que ya fueron mencionados, por su icónica figura en el afiche de “Paris, Texas” de Wenders, y también por esta escena de su trabajo póstumo en donde canta “Volver, Volver” en un tono que nos eriza la piel y nos habla de toda la sensibilidad y las emociones que transmite “Lucky” para cuando ese desierto quede vacío en la pantalla, inmenso, enorme y cautivante. Para cuando Harry Dean se haya despedido de nosotros dejándonos su mejor legado.
Harry Dean Stanton falleció en septiembre de 2017, dos semanas antes del estreno comercial de Lucky en los Estados Unidos. Tenía 91 años y un carrera actoral notable cuyo cenit fue, sin dudas, su inovidable protagónico en París, Texas (1984), del alemán Wim Wenders. El dato es relevante porque esta crepuscular y emotiva película, ópera prima de otro actor consolidado en roles secundarios (John Carrol Lynch), funciona como poético y justiciero homenaje a su protagonista. Stanton llena de verdad a ese anciano gruñón, orgulloso, notablemente perspicaz y ajustado obsesivamente a la rutina: ejercicios matutinos, un vaso de leche fría, tabaco por doquier, lentas caminatas por el pueblo, afición por los crucigramas, café en un diner y un Bloody Mary para cerrar la jornada en un bar con parroquianos tan exóticos como el que interpreta con gracia el cineasta David Lynch, agobiado por un incidente menor con una tortuga huidiza. Esos días plagados de repeticiones se ven alterados de vez en cuando por los encuentros del protagonista con algunos personajes que lo empujan a reflexionar, a rememorar los pliegues de un pasado que se esfuma, a tomar conciencia de un destino que lo acecha y a enfrentarlo con temor, pero también con templanza. Difícil imaginar una despedida mejor para ese cowboy desgarbado que esconde detrás de una fachada deliberadamente hostil una tierna fragilidad que desarma.
Crítica emitida por radio.
Existen dos formas sustanciales de analizar Lucky: desde su intención cinematográfica/argumental y desde su certeza biográfica. Ambas son orgánicas entre sí, ya que podemos deducir que en este camino del héroe Lucky paulatinamente se convierte en Harry Dean Stanton. En principio, el personaje es una caracterización de ciertos hábitos del actor, logrando también transmitir a medida que transcurre la película parte de su carrera y de su personalidad, hasta que transciende del todo su performance para dejar una huella indeleble con la mirada final que vaticina una pronta despedida. La clave de esta evolución es el desarrollo de su pensamiento a través de la inquietud que se traslada desde el personaje hasta su ser, en el inevitable enfrentamiento con el fin de la existencia, cuando solo queda encontrar la iluminación para estar preparado, aún más para un ateo que carece de la promesa de un culto que lo reconforte y que debe encontrar su propio desahogo espiritual. Sin embargo, no es una película triste ni sensiblera sino todo lo contrario; es una historia que ahonda en la búsqueda de sentido de la vida, que emociona, pero con una sonrisa. Lucky es un ser nonagenario que resiste las vicisitudes del tiempo dentro de un estático desierto adornado por enormes cactus. Para esto ejecuta una rutina que parece ser la misma desde hace décadas, aunque sea opuesta a su supervivencia según las normas generales de salubridad: apenas sale el sol enciende un cigarrillo. Pese a su cuerpo endeble, donde la piel carece de cualquier tipo de tensión, se ejercita con repeticiones que incluyen girar sobre su propio eje con las manos estiradas, demostrando una vitalidad notable (tanto para el personaje como para el actor). Su dieta se basa en un vaso de leche con un fondo de café que saca de la heladera; en ella solo hay dos envases de cartón del mismo producto y el mismo vaso que vuelve llenar para el próximo día, como si esto fuera un aliciente de que la mañana siguiente lo encontrará de la misma forma. Un plano detalle hace énfasis en el display de la cafetera que tintinea en las 12:00 sin marcar hora, porque la medición del tiempo podría decantar su paso. Antes de salir a la calle, toma el sombrero de cowboy raído que deja su marca exacta en el almohadón de la silla donde reposa cuando no lo tiene puesto, demostrándose la cantidad de años que fue repetida esta rutina. Abre la puerta, generando un recorte en contraluz que enceguece estilo John Wayne (pero al revés) y que muestra a su figura atravesando ese místico umbral. En ese momento deja de sonar la ranchera mexicana que nos interpelaba acerca de la nostalgia y la fugacidad del tiempo y aparece en plano medio Lucky, antes retratado sólo de forma fragmentada, prendiendo otro cigarrillo con esa particularidad de quemar un poquito más la base. El tratamiento sonoro deja lo musical para hace notar la cantidad de vida que lo rodea entre insectos y pájaros. Luego, una armónica como música incidental, interpretada por el mismo Stanton y también leiv motiv de los paseos, lo acompaña a transitar el desierto por las áridas callejuelas que lo llevan a continuar su vida diaria. Los crucigramas, las pequeñas charlas con la misma gente, retornar al hogar a mirar programas de preguntas y respuestas y seguir con los crucigramas componen su vida diurna. La noche lo encuentra en el bar tomando un Bloody María (con tequila, demostrando una vez más su simpatía por el país vecino), donde al parecer ese apio es lo único sólido que podría llegar a consumir, aunque lo deja intacto. Repetir todos los días el mismo rito de alguna forma lo protege, como si esto lo volviese eterno, aunque el conjunto de instantes que es la existencia puede dejarlo afuera del juego en un segundo, por más dedicación que ponga en no cambiar sus quehaceres. Como es inevitable, ciertas premisas modifican su rigidez, y de esta forma va a concebir la posibilidad real de que su salud implacable no alcance para desafiar las leyes de la permanencia humana. Allí es cuando el juego filosófico se abre y lleva al personaje a desviarse de su vida regida por una rutina autoimpuesta, animándose primero a pensar para luego hablar y actuar en consecuencia. El catalizador del cambio será el desplome repentino que sufre al mirar hipnotizado aquel reloj tintineando, cuando cae al piso sin perder la conciencia sino todo lo contrario, entendiendo que se no se puede escapar del tiempo. Ese derrumbe corporal recuerda al de Travis en París Texas, así como sus largas caminatas por el desierto. El de Wim Wenders fue el primer protagónico de Stanton, el papel que lo llevó a la fama y cuyo silencio de la primera mitad plasmó toda una gestualidad que trasciende lo actoral. Esa actitud ante la cámara es una característica del actor que hace notar en su mirada la presencia de un mundo; incluso más en esta película, su segundo protagónico en una ficción, donde dicho mundo es el propio. Porque Lucky no es solo una película que habla de la vejez, del temor a la muerte, del existencialismo, sino que es una oda a su protagonista Harry Dean Stanton, personificando sus últimos días de vida desde la profundidad de su ser actor. Es imposible no cruzar la información con el documental de Sophie Huber dedicado a Danton, Partly Fiction (2012), con el que comparte más de un concepto. El documental hace énfasis en ese terreno que él nunca llegó a desarrollar que es la música, allí interpreta muchas canciones desde su voz o con la armónica, con una coda emocionante donde canta un tema irlandés que probablemente tenga que ver con lo que su madre le cantaba a él, porque esto es lo único que podemos deducir de su infancia además de que es oriundo de Kentucky, información que comparte con el personaje de esta ficción. En Partly Fiction se comunica a través de la música, en Lucky a través de la actuación. En ambas reconocemos aquella foto que lo muestra con uniforme cuando combatió desde la cocina en la Segunda Guerra Mundial, o pequeñas referencias como su calidad de fumador y bebedor. Que nunca se casó, que ya no tiene familia, que es un ser silencioso. Hasta hace oídos sordos a la misma frase: “La amistad es esencial para el alma”. En el documental fuerza a que se la repitan varias veces como si no la escuchase, en la ficción asegura que el alma no existe, casi como si los guionistas se hubieran basado en estas particularidades para trazar la historia, aunque sabemos que Logan Sparks, quien escribió junto a Drago Sumonja el guión, fue asistente del mismo Stanton y por lo tanto tuvo un acercamiento esencial para desarrollar al personaje. Por el lado de la dirección, John Carroll Lynch realiza una película que se basa en conversaciones, pero que hace destellar en la mirada de Stanton una profundidad que va más allá de los diálogos. Paradójicamente es un actor conocido por sus roles secundarios y que vivió de cerca a varios maestros (los Cohen, Eastwood, Scorsese), y hasta se dio el lujo no solo de dirigir a su amigo personal David Lynch sino también de crear un momento lyncheano: justo en la mitad de la película y en la instancia de transformación más culminante del personaje, el misterio atraviesa la pantalla mediante una pesadilla áurica donde aquel se zambulle, como un animarse a transitar lo desconocido, aunque luego Lucky se despierte de madrugada y vuelva a acomodar sus pertenencias desparramadas para que el próximo día lo encuentre de la misma manera que siempre, amén de que nada volverá a ser lo mismo. Cuando se vuelve a acostar, el director lo toma desde un ángulo contrapicado elevándose en diagonal, cercano a Dios podría decirse, dejándolo en posición fetal, aunque lo cierto es que no hay Dios para Lucky. Ello nos da a suponer que estamos ante una marca enunciativa del propio J.C. Lynch, quien redime a su personaje con una mirada católica. La información que tenemos de la vida de Lucky, más allá de su participación en la guerra, es totalmente escueta. No sabemos su nombre real ni qué hizo. Así podemos pensar en un personaje que, desde una estadía en este mundo que se presenta trivial, se va desenvolviendo en los conceptos existenciales de gran profundidad del verdadero Stanton. No solo comparten personaje y persona los mismos datos, sino que los guionistas dieron lugar a esta exaltación para que ante la inminencia de su deceso podamos llegar a comprender no solamente su vejez sino también su forma de vivir y ver las cosas. Como un epílogo de su carrera, Lucky viene a reforzar aquel rol que Wim Wenders le propuso. Una gran despedida para Stanton, quien muere antes de estrenada la película en Estados Unidos en septiembre de 2017. Más allá de este contratiempo podemos decir que fue alguien con suerte, recibiendo a los 90 años el papel de su vida. Un verdadero beligerante del tiempo, convertido en protagonista certero y en persona(je) inolvidable.
No hace falta que el espectador sepa quién era Harry Dean Stanton. A los diez minutos de película, o antes, ya va a quererlo más que a su propio abuelo. Porque en esta obra solo hay personajes queribles, y el suyo está en el centro de la historia, y emociona limpiamente. Y todo transcurre en un lugar tranquilo del mundo, prácticamente entre amigos. Uno de esos lugares donde un viejo puede pasar sus días sin mayores problemas, disfrutar de las pequeñas cosas, rumiar cada tanto alguna de esas reflexiones que sólo vienen con los años, y esperar el día siguiente. Por ahí va la historia, que es chiquita pero de linda esencia, llena de historias laterales igualmente lindas, siempre dentro de un tono realista. No hay nada edulcorado. Cuanto mucho, un poquito idealizado. Y muy bien actuado. Los libretistas, Logan Sparks y Drago Sumonja, son actores, amén de productores. El director, John Carroll Lynch, es actor de reparto convocado por los hermanos Coen, Clint Eastwood y Scorsese, entre otros. Esta es la primera vez que dirige. Tiene mano. Y Harry Dean Stanton tenía más de 200 como actor de reparto a lo largo de 64 años junto a muchos maestros, desde Michael Curtiz hasta David Lynch. Esta no fue su última película, como por ahí se dijo (falta estrenar una). Pero es la segunda y última que hizo como protagonista. La anterior fue "Paris, Texas", de Wenders, cuando ya llevaba 30 años de carrera. Flaco desgarbado, de voz ronca y quebradiza y ojos tristes, se hace más que querible. Antológico, además, el momento en que canta "Volver, volver" con el conjunto de mariachis Los Camperos.
Dicen que no es tan fácil encontrar piedras preciosas, aproveche entonces ir al cine pues esta es una de ellas. Dicen que no es tan fácil encontrar piedras preciosas, aún en las áreas más prolíficas para ello. La duración de los tres o cuatro planos panorámicos de la inmensidad de Texas al comienzo de éste estreno revelan la intención detrás de ellos. Mostrar la inmensidad del desierto y su estado de perseverancia inclaudicable. En el último de este conjunto de planos se produce una ruptura narrativa entre los cerros y cactus desérticos porque casi en el medio del encuadre, abajo, una tortuga se desplaza con paciencia de derecha a izquierda hasta desaparecer. En esa pequeña compaginación no sólo estamos instalados en el espacio de la acción, sino que además sabemos que nos van a hablar un rato sobre el tiempo, el paso del mismo, las huellas que este deja y la relatividad con que se lo mide. ¿Qué otra cosa representa una tortuga sino? Es orografía viva. También intuimos que será abriendo el corazón la mejor manera de disfrutar lo que se viene. El hombre, bastante entrado en años, se despierta, prende la radio y un cigarrillo, se lava las axilas, hace ejercicio y sigue fumando. Toma un vaso de leche, se cambia y sale de su casa en una pequeña y aislada comarca de Texas. Cuando vemos el rostro de Harry Dean Stanton, con sus 89 años, en un primer plano con el cielo de fondo comienzan las emociones. El primer gran homenaje que recibe éste inmenso artista es que los títulos dicen: “Harry Dean Stanton is Lucky”. Sí, en la pantalla se lee el nombre del actor protagónico, el de su personaje y la vez el de la película; pero también dice claramente: Harry Dean Stanton es suertudo. Lucky tiene una rutina claramente establecida, lo metódico de su comportamiento en casa, también lo es afuera. Entra al bar, saluda al dueño (se adivina) de la misma manera que desde hace años. Se sienta, hace palabras cruzadas con ávido interés por cada una, y luego de ese desayuno irá al almacén a comprar leche para colocar en la heladera junto a los otros dos cartones en orden de fecha de vencimiento. Luego verá la televisión, y más a la nochecita va a un pub a tomar su trago de siempre y encontrarse con los parroquianos de casi toda la vida. La sensibilidad de John Carroll Lynch para contar todo esto es de una sutileza tal que uno no puede dejar de sentir que cada palabra del guión fue pensada, digerida, y escrita para poder contar la historia de este hermoso ser humano. Todo lo que ocurre luego de este día en su vida irá resignificándose, a partir de un leve accidente doméstico que sirve como disparador para hablarle al espectador de muchos temas que se desprenden de las reflexiones que surgen de la mente de un hombre que empieza a hacer carne el hecho de estar recorriendo los últimos tramos de su vida. “No es lo mismo estar solo que ser solitario”. “Si el pucho me pudiese matar ya lo habría hecho”, y cosas por el estilo, son algunas pinceladas de humor en éste hombre parco y de pocas palabras. Para recortar y poner en un cuadro la última escena del bar. Cuando se hable de la compañía y de la amistad estará Howard (David Lynch, quién extraña a su amiga tortuga que se le escapó y no la puede encontrar, pero también en este y todos los personajes secundarios hay un dejo de resignación que operan en “Lucky”de manera dispar. Tal vez lo mejor de esta obra reside en la sencillez con la cual está narrada. No tiene una sola toma, diálogo o secuencia que sobre, y en ese virtuosismo para filmar precioso sin preciosismos ni pretensiones es donde “Lucky” se convierte en un verdadero tratado de cine y de reivindicación de la experiencia vivida. Inolvidable adiós a un grande que falleció meses después del estreno pero, sobre todo, una pequeña gran película. Dicen que no es tan fácil encontrar piedras preciosas, aproveche entonces para ir al cine pues esta es una de ellas.
Lucky tiene 90 años. Todos sus días siguen una estricta rutina. Se despierta, prende un cigarrillo, hace yoga, fuma un poco más. Toma un vaso de leche, lo vuelve a llenar y lo guarda en la heladera. Este es sólo el principio del día y el de la película. La ópera prima de John Carroll Lynch es, además de una interpretación nostálgica pero acertada de la vejez, un digno homenaje al gran Harry Dean Stanton.
La película nos narra los momentos que vive un anciano llamado Lucky (Harry Dean Stanton, “Alien el octavo pasajero”) mostrando su amor por el tabaco, la soledad, la música y que piensa sobre la muerte. Su desarrollo es sencillo, irónico, emotivo y conmovedor, con algunas reflexiones y toques de humor bajo interesante diálogos, hasta participa su amigo el gran cineasta David Lynch, entre otros. Además cuenta con una buena banda sonora, una estupenda fotografía, atractivos personajes y una cautivante propuesta para espectadores que gustan del buen cine. Quien dirige este film, que además es su ópera prima es John Carroll Lynch un actor estadounidense que trabajó en películas como “Fargo”, ” Gothika” y “Gran Torino”, entre otras. En esta oportunidad logra con este film, realizar un verdadero homenaje a Harry Dean Stanton (1926–2017), que no solo actúa de maravilla sino que además aporta interesantes diálogos y canta, conformando una participación memorable, lamentablemente no pudo ver finalizada esta cinta.
LA VEJEZ ES UNA GRAN OCURRENCIA Podríamos decir que Lucky es una película de personaje, en la que todos los elementos están supeditados a él. La minuciosa y delicada narración que entabla el film le permite explotar el cómo por sobre la historia. Es así que la película vuelve significativas diferentes escenas de la cotidianidad de un hombre en sus últimos años de vida. Hay un proverbio africano que dice “para educar a un niño hace falta una comunidad entera”. Bien se podría aplicar a la vejez. En Lucky, vemos cómo un hombre necesita de todo un pueblo para pasar sus últimos años de vida. Este es un film que logra explorar la amistad. La rebeldía característica de este personaje lo hacen una persona especial y foco de la atención cuando aparece en cualquier lugar. Él representa un espectáculo en sí mismo. La estética del personaje es una de las herramientas que se utiliza para generar una mayor atracción Cuando su cuerpo se ha vuelto débil y arrugado, como podemos verlo en su pijama de pantalón corto y musculosa, en su mente aún cabe un espíritu a lo John Wayne, su ídolo. Su look es característico: un sombrero, camisa oscura, campera con bolsillos, pantalón de jean y botas texanas. Sus creencias y actitudes se han quedado en el tiempo. Le cuesta entender que la mujer ocupe lugares de toma decisión, como también se sorprende cuando dos hombres se besan. Lo vemos realizando una rutina de ejercicios diarios como los haría en su juventud. Es posible observar cómo le es inadmisible ser un hombre y a la vez ser débil y tenerle miedo a la muerte. El ambiente es otro de los aspectos que también funciona describiendo al personaje. Es posible observar los espacios abiertos y desolados, con un estilo desértico del western. La casa es ordenada y austera, con objetos avejentados. Vemos también una televisión moderna en la que aparecen programas de cuando él era joven y un cuadro de cuando él era marino. Lucky es un personaje testarudo, tranquilo pero inquieto, rudo pero también querible. Con sus 90 años empieza a darse cuenta de que ha envejecido y que la muerte le es próxima. Aún viviendo sólo y sin tener una familia, este hombre formó vínculo con las personas con las que contacta a diario, los mozos del café, la kiosquera y los clientes habitué de un bar. Todos aquellos perciben el miedo de aquel hombre y aun sin demostrárselo lo contienen desde la escucha. Las conversaciones que entablan son de carácter simple, pero alcanzan una profundidad tal que se tornan filosóficas. La muerte, la amistad y el amor son algunos de los tópicos que desarrollan. El mal genio de Lucky le da un giro a los diálogos en los que plantea siempre una disputa. Lejos de verlo como algo provocativo, sus amigos entienden el juego que él propone y redoblan sus apuestas peleándolo, pero sin nunca perder la ternura. Los momentos de diálogo que genera el film son atractivos y dejan lucir a cada uno de los personajes. La vejez da lugar a las ocurrencias, y en este caso, las amistades de Lucky desarrollan con él conversaciones disparatadas. Lucky representa a esos personajes que no dejan nunca de sorprender. Uno aprende a quererlo por su sencillez y brillo propio. Quizás una de las escenas en las que más se luce es en la que canta un bolero en castellano. Pero no sería tan llamativa si no contara con un cuidado trabajo de guión.
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Si hubiera un paisaje que espejara cada arruga del rostro de Harry Dean Stanton ese sería, indudablemente, el desierto con su llanura y sus minimalistas líneas infinitas. El desierto ES Harry Dean y todo lo que él fue desde esos fotogramas en París Texas (1984) más todo lo que vino con los años de vida, esos que quedan y que crecen, a los que llamamos “vejez”. Harry es “Lucky” en esta ópera prima dirigida por el actor John Carroll Lynch, al que recordamos como el esposo de Francis Mc Dormand en Fargo (1996), o el posible el asesino de Zodiac (2007) o por Gran Torino (2008), entre otros filmes. Lucky es “lucky” (afortunado en inglés) un apodo ganado por tener ya 90 años y vivir para contar cómo ha vivido, cómo aún la vida lo sorprende – aún cuando estamos más cerca de la muerte- y así podemos observar la vida, su vida y las metáforas que aparecen justo en ese proceso y si son narradas sin demasiados acentos mejor aún, ya hablan de un fantasma: el final del camino. Los juegos del personaje con sus pequeñeces son exquisitos: su rutina milimetrada entre el vaso de leche, los ejercicios de yoga, y el acicalado obligatorio. Vemos como sus ideas están en aquel tiempo llamado pasado cuando nos enteramos que Juan el hijo menor de la almacenera no es Juan para Lucky sino “Juan Wayne”, y entonces se nos viene Ford, y los westerns, y otra vez el desierto y la sensación de que el pasado sabe mejor que nada en el mundo, o que al menos el pasado es una certeza. Lucky tiene rituales, y uno de ellos es llenar crucigramas. En este guiño el guion nos hace un gesto cómplice cuando descubrimos que esas palabras no son ni más ni menos que pedacitos del argumento que ya están por venir y también aquello que sucede en ese instante a la vez. Al inicio hay una escena en la que habla con alguien por teléfono y consulta la resolución del crucigrama: “Palabra de 7 letras que comienza con R: realismo. Realismo: Sustantivo, es la actitud o práctica de aceptar una situación tal cual es y estar preparado para enfrentarla en consecuencia”. Es esa actitud la que se impondrá para Lucky con el pequeño gran giro que la trama le impondrá a nuestro protagonista. “El realismo es una cosa” va diciendo aquí y allá, de bar en bar, de interlocutor en interlocutor, “Y lo que vos ves no es lo que yo veo”, o sea el realismo no es la misma cosa para todos. Elaine es el bar que de noche lo acoge, así como en Corazón salvaje (1990) lo abrazaba con sus tentáculos oscuros, hoy David Lynch de cuerpo presente ya no dirige a Harry sino que se sienta junto a él como “Howard” su amigo o conocido quien declara que se ha perdido Presidente Roosevelt, el presidente pero con forma de tortuga centenaria, que escapó de la casa de Howie cuando este salió a buscar el correo. Allí los vemos sentados tras la barra, en esa amistad que excede la escena como en un homenaje al vínculo que une a esos dos grandes que pasaron por Twin Peaks, Corazón salvaje y la vida misma. Y como debía ser para esta mini trama, finalmente llega el impacto del realismo inesperado, ese que hay que aceptar y enfrentar sus consecuencias cuando una mañana de ese modo tan repentino como es todo lo imprevisible Lucky se cae al piso y en esa caída aparecen las señales de aquella idea de final que todos tememos recibir: el cuerpo nos dice que irreversiblemente envejecemos. El breve monólogo de James Darren – la pareja de Elaine LA mujer del bar- y la idea de que el otro te valida como alguien en este mundo, sin cambiarte y así seguís siendo el mismo, pero a la vez sos otro y tenés todo lo que se puede desear. Fin del monólogo. Si hay algo divertido en Lucky sin duda es la falta de cinismo en todo el relato, pero al mismo tiempo la posición radical de descreimiento de esas cosas que le quieren vender a Lucky: que tenemos alma, que el otro nos salva, que está bueno que se apiaden de uno en la vejez, de eso y de mucho más. Y se enoja con esas frases de mandar todo a la mierda, pero aún con ternura. Eso es Lucky, y eso es un hallazgo total. Y el filme es un homenaje, todos los actores que aparecen en la película parecen estar ahí para festejar que Harry el verdadero Stanton está vivo en sus 89 años y parado frente a cámara nos conmueve con su pequeño gran universo de gestos mínimos y emociones grandes. David Lynch en el rol de su amigo Howard, brilla a su lado, mirando el fin de la vida, las ausencias, las muertes, la vida que queda por vivir de una manera muy distinta a Lucky. Sufre la soledad, lo angustian las pérdidas y la vida sigue con en esa loca absurdidad que tiene de perseverar en su existencia. Todos están presentes para este momento para hablar del presente o para recordar el pasado que marca terreno con sus certidumbres. Roy Livingston haciendo de abogado que le venderá a Howard un plan perfecto para el día de su partida, James Darren y sus consejos de amor en la barra del bar, Ed Begley su médico personal, Tom Skerrit y esa charla entre ex combatientes de una de las grandes guerras de la historia. Así desfilan cada uno creando un círculo a su alrededor para que terminemos con el recuerdo de Lucky cantando en español una ranchera de amor que se nos hace entre graciosa y enternecedora, no solo ese momento y sino todo el filme de punta a punta. El realizador Carroll Lynch preciso y austero en la mayor parte del relato mantiene una mirada ajustada sobre su protagonista, pero sin preciosismos formales que ocupen el centro de la atención. Sin embargo, se luce en la mirada sobre Harry /Lucky los dos a la vez en una escena menos realista como la del sueño en el que en un espacio rojo vemos al personaje caminar hacia una puerta imprecisa. Allí Carroll lo filma como si lo viéramos caminar en los inicios de Paris,Texas confundido y perdido en las tierras desiertas y el sol rojizo del día sobre su pasos y como si ese rojo fuera un sueño de Twin Peaks donde fantasía y realidad se mezclan en un solo paso. Después de Lucky ya no veremos más a Harry Stanton en la gran pantalla. Nos deja acá su testamento y la evocación de la vida que surcó en terrenos tan distintos como increíbles entre directores como Ridley Scott, David Lynch, Wim Wenders, Francis Ford Coppola, John Carpenter, actuando en más de 80 films a lo largo de toda su carrera. Y como dijo Lucky en una escena casi final, como diría el Che y tratando de repetirlo en español, es una dulce despedida y… “HASTA LA VICTORIA SIEMPRE”. Por Victoria Leven @LevenVictoria
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Casi como una carta de despedida o un homenaje en vida, “Lucky” se transformó en la última película del extraordinario actor Harry Dean Stanton, quien falleció a los 91 años (en Septiembre del 2017), poco tiempo después de que la película se estrenara. Lo curioso de todo esto, es que Stanton se dio el lujo de cumplir en vida uno de sus anhelos: compartir pantalla con su amigo personal, el cineasta David Lynch. Hubo una apuesta dando vueltas entre ellos durante mucho tiempo. Stanton actuaba en casi todas las películas de Lynch, así que una vez le pidió que fuese actor junto a él en algún filme. Esa oportunidad se pudo dar recién con “Lucky”, donde comparten pantalla en algunas escenas memorables. En otro curioso juego de inversión de roles, el actor John Carroll Lynch ejerció de director por primera vez, y la historia se repite en el rubro de guionistas, donde están Drago Sumonja y Logan Sparks, dos intérpretes explorando el terreno del guion cinematográfico. El relato presenta al anciano Lucky, afrontando sus últimos años en soledad, haciendo una vida rutinaria, con ciertos recelos para con el mundo exterior. Pero su modo de ver la vida irá poniéndose en jaque cuando entre en una etapa autorreflexiva y de descubrimiento. Es arduo filmar una película que permita al espectador reflexionar acerca de la vida, la guerra, la muerte, la vejez y los lazos humanos. Se necesita de una gran sensibilidad a la hora de dirigir y escribir todas esas intenciones y emociones que se quieren obtener. “Lucky” logra alcanzar todo eso sin alardear, sin subrayar y sin ser exageradamente pretenciosa, así, la parte más difícil, está superada. John Carroll Lynch abre su obra con una serie de planos generales imponentes que nos sitúan en un pueblo, en un paisaje desértico como fondo, y un encuadre ancho como el de los western, por donde vemos cruzar con lentitud a una tortuga, la pequeña excusa de la que el film más tarde hablará solo para derivar en otros temas. “Lucky” es una película noble, íntima y sencilla. El guión de Sumonja y Sparks es sensacional por su simpleza y profundidad. La cinta va narrando la rutina del personaje día a día, y dentro de esos bloques encuentra cosas mínimas en su camino que le permiten plantear potenciales charlas o escenas reflexivas.El drama y el humor se entrelazan también de manera brillante a la hora de construir el personaje de Lucky, un anciano que pese a su testarudez, da ternura en su soledad y tristeza interna. “Lucky” se siente como lo que terminó siendo: la despedida. Harry Dean Stanton es el alma de una película realizada casi íntegramente en función de él. Se mueve por los espacios con su cuerpo delgado, su sombrero y la vestimenta de un cowboy agotado, viejo, pero lleno de experiencias de vida. Es extraordinario lo que transmite en pantalla con sus miradas, y los secundarios son solo eso, un grupo de amigos congregados en un bar, charlando de la vida y mirando con admiración a una verdadera leyenda que deja su última gran muestra interpretativa. El noble y auspicioso debut de John Carroll Lynch es un film bello, emotivo sin ser forzoso, y un regalo para dar conclusión al cierre de una carrera que supo ser magistral. Escribe Fabio Albornoz para Ociopatas
En el que fue su último papel para cine (luego se lo vería, brevemente, en “Twin Peaks”), Harry Dean Stanton se luce encarnando a un personaje que retrotrae a otros de su carrera, y hasta lo que él era en vida. Un drama asordinado, naturalista, melancólico pero jamás sentimental, acerca de un anciano que sigue viviendo su vida en un pequeño pueblo, apegado a sus hábitos y sin dejarse vencer ni por la edad ni por los achaques. Sin intentar ser documental ni mucho menos, de todos modos LUCKY coquetea con el género. Es que uno puede tranquilamente imaginar que la vida, las habilidades y la personalidad real de Harry Dean Stanton no deben haber sido muy diferentes a las de su personaje en esta película. O, acaso, este homenaje en vida al actor que fallecería poco después, es una combinación de gestos y pasiones puramente propias combinadas con las de un personaje de ficción. Lo que de algún modo se da por llamar “personaje hecho a medida”. En un pueblo chico, de gente por lo general sola, excéntrica y bastante mayor, Lucky vive su vida. Anciano y flacucho, pero no deja de hacer ejercicios todas las mañanas ni juntarse con vecinos y amigos en el bar. En un tono y utilizando un modelo similar pero aún más pequeño que el de David Lynch (quien actúa aquí, tan peculiar como siempre) en UNA HISTORIA SENCILLA o hasta el propio Alexander Payne en NEBRASKA, el también actor John Carroll Lynch dirige a Harry en el papel que da título al filme, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que hoy, pasados los 90 años, se rehusa a dejarse vencer por el tiempo. LUCKY acompaña al personaje a lo largo de un tiempo en apariencia breve en el que entabla una relación (más platónica que otra cosa) con una mujer latina, se enreda en charlas y discusiones con sus colegas de bar u ocasionales compañeros de barra. Allí hay lugar para obsesivos (como el personaje de Lynch lo está con su tortuga que desapareció), la dueña del bar, una pareja que es habitué del lugar y así. Pero fuera de esos encuentros está el retrato cotidiano. Su inicial preocupación pasa por unos dolores físicos que lo llevan al médico, pero no parece ser nada serio. O, al menos, nada que le impida seguir fumando y haciendo sus actividades cotidianas. Carroll Lynch se aleja de cualquier sentimentalismo. No hay aquí una segunda oportunidad ni la clásica redención de un hombre que al final de su vida admite errores del pasado. Y si algunas de esas cosas suceden, están contadas al pasar, sin darle demasiada preponderancia en el relato y menos en su tono. Ante la duda el director opta por el minimalismo y hasta cierta extrañeza a la hora de definir los actos y la suerte de sus personajes. Hay algo similar también a HORACE AND PETE, la serie de Louis CK, en ese retrato de personas alejadas del ruido y caos cotidiano, aunque aquí no hay devenires tan densos como en esa gran serie. LUCKY es un homenaje en vida a Stanton, que se permite cantar en castellano y tocar la guitarra, asomarse al pozo más profundo de la inminencia de la muerte, pero también a darse cuenta que un trago y un cigarrillo, a esa altura del asunto al menos, más que perjudicarlo a sobrellevar el tiempo que le queda le ayudará a tomarlo con menos dramatismo. Y las conversaciones, debates y preocupaciones que surjan en el bar o en la calle no lo harán modificar muchos hábitos más que ensayar una sonrisa cuando antes había una puteada o una cara amarga. Sonrisa con la que enfrenta —el personaje y, uno gustaría imaginar, también el actor— los días que le quedan por vivir.
Cuando la película es testamento Si bien con ciertos subrayados que podrían haberse evitado, es la poética la que gana en el film más reciente del actor fallecido, en donde el personaje parece señalar la buena fortuna de haber sido quien fue. Habría que hacer ese libro –seguramente esté más o menos publicado, y tenga mayor o menor tino- que reúna aquellas películas testamentarias. Films en donde su protagonista o realizador se saben, tal vez intuitivamente, prestos a partir. Estas películas, entonces, como mirada o decir último, tendiente a prestar una pátina más, de agradecimiento, de síntesis, de rabia cifrada o de eco que despierte tantas otras imágenes allí contenidas. Hay un sentir así, muy profundo, en esa obra maestra que es Desde ahora y para siempre, en la cual John Huston versiona a James Joyce y alcanza una sensibilidad sublime. Saberlo condicionado físicamente, con la salud atendida durante el rodaje, hacen todavía más hondo el aprecio que el film despierta. Otro tanto sucede con Rouge, dedicada a su vez a concluir la trilogía de los colores de la bandera francesa, a cargo del polaco Krzysztof Kieslowski: el rojo como un recuerdo del después, que alerta sobre lo que vendrá, entre coincidencias del azar o el destino. O el tesón de vida al límite que tuvo el dibujante Caloi durante la concreción de Ánima Buenos Aires. Una vez el film llegó a la pantalla grande, con sus historias repartidas entre varios realizadores bajo la dirección de María Verónica Ramírez, pudo entonces el querido Caloi, pocos días después, partir en paz. Cuando Lucky, la ¿última? película (hay algo más, todavía sin estreno) interpretada por Harry Dean Stanton, concluye en un primer plano de sonrisa cómplice, así como en la idea de una transmigración en forma de tortuga, ¿cómo no relacionar lo visto con el hecho inevitable, sucedido poco tiempo después? El actor no llegó a ver el film, y esto parece casi urdido a propósito, como si él mismo hubiese sabido que debía ser así, un gesto último: tal como la muerte misma que Luis Buñuel pensaba para sí, detallada en el libro Mi último suspiro. Stanton juega una escena con el propio David Lynch. A propósito, en Lucky el actor comparte escenas con el dueño de una tortuga huidiza de nombre Roosevelt, personificado ni más ni menos que por David Lynch. Que sean ellos quienes habiten el cuadro, acodados en la barra de un bar, en una conversación minimalista respecto de lo que ambos, por separado y juntos, significan, no puede menos que ser un guiño hacia el espectador y hacia ellos mismos. En este sentido, la reciente temporada de Twin Peaks ofreció su limbo de pesadilla tanto a Dean Stanton como a muchos otros prontos a despedirse, como Miguel Ferrer y Catherine Coulson. A propósito, la escena de Twin Peaks en donde Dean Stanton le explica a ese otro hombre de edad y cuerpo magullados que ya no debe vender su sangre, que acuda antes a él, es un momento precioso. Ahora bien, y con la mirada puesta en Lucky, no se trata de ningún film excepcional. Es más, tiene algunos subrayados que bien vendría haber evitado, en donde se acentúa la intención de lo que se dice, como si un dedo señalara lo que el cine puede y debe resolver de otras maneras: ello sucede cuando es el momento (y son varios) del parlamento, allí cuando la cámara acompaña desde un leve movimiento, para luego acercarse hacia lo intenso y, en lo posible, las lágrimas; nada de eso hace falta, es más, se termina por trivializar lo que se pretende. Ocurre otro tanto con la canción que el actor interpreta en el cumpleaños, cuya intención dramática peligra ante las miradas atentas y sumisas de los demás. Todo tan acartonado. Pero, de todas maneras, mejor será reparar en lo que surge, porque toca de lleno al actor, y es esa sensación bien humana y agradecida la que felizmente se impone. Vale decir, Lucky trata sobre alguien “afortunado”, sea por haber vivido tantos años y de cierto modo, tanto como por ser esa persona de vida dedicada a la actuación que se llama(ba) Harry Dean Stanton. Lucky camina el día a día de manera rutinaria, entre los ejercicios de la mañana, el primero de los muchos cigarrillos, la música mariachi, el camino al bar durante el sol de la mañana, el crucigrama y la compra de más cigarrillos, los diálogos repetidos. El pueblito desértico, los mexicanos, el aire western, hacen de Lucky el film testamentario aludido así como conscientemente vinculado con la tradición cinematográfica de su país. En otras palabras, el cowboy está por desaparecer, su tarea ha concluido. En este caso, porque ha vivido lo suficiente. Es hora de partir hacia otra aventura. Una serie de situaciones entrañables quedarán tras él. Convivencias que, por usuales, parecían triviales, pero que sin embargo cobrarán un sentido mayor, dada la sugestión que comienza a perfilar el accidente doméstico y la visita al médico. ¿Cuándo se toma consciencia de algo semejante? Allí el dilema, y Lucky que –preocupado- busca significados concretos en las palabras cruzadas y en el libro gordo del diccionario. Un detalle nada menor lo supone la atención que el diccionario merece, puesto en un atril, a la manera de esa Biblia tradicional que en ningún momento tendrá cabida. Toda una elección estética. Que comulga con otro momento perfecto, cuando Lucky desprecia el concepto de propiedad. Algo que, en boca norteamericana, suena cuanto menos a blasfemia. Por otra parte, el film tiene contados momentos en donde se vuelve sobre lo vivido. Uno de ellos lo hace desde una revisión dedicada a desmitificar glorias supuestas. Ése es el momento relevante que Harry Dean Stanton comparte con Tom Skerritt; los dos, veteranos de guerra. Entre ellos, además de una camaradería masculina, anida también un horror compartido, que escapa a las palabras, para el que nadie está preparado (aun cuando aquí, de nuevo, el parlamento elucubrado pone un acento y elimine matices). Sencilla en su propuesta, con situaciones disfrutables y el eje puesto en el hacer del actor –cuyo cuerpo exhibe sin pudor-, Lucky es la película precisa que el inolvidable Travis (Harry Dean Stanton en París, Texas) necesitaba: en suelo cinematográfico, con el rostro cubierto de arrugas endurecidas, las orejas gigantes, y su sonrisa amable.
Un hombre con pasado Con cruces de western crepuscular, road movie filosófica y falso documental, Lucky es un responso festivo de Harry Dean Stanton. El orden de prioridades al despertarse define a las personas. Esa es una de las razones por la que el debutante director John Carroll Lynch, conocido por su rol de actor y su cara redonda en películas como Fargo o Zodíaco, elige presentar al protagonista de Lucky, Harry Dean Stanton, a partir de su rutina matutina: lavarse los dientes, hacer cinco ejercicios de yoga con rancheras de fondo, prender un cigarrillo, afeitarse hasta que no queden sombras en el bozo, beber un vaso de leche, peinarse y sujetar el sombrero de vaquero para accionar sus mismas costumbres de todos los días fuera de casa. La segunda razón por la que el director elige acercarnos a Lucky con esta larga y puntillosa secuencia reside en que en una persona que supera los 90 años cada despertar tiene un peso adicional. Tanto para Lucky como para Harry Dean Stanton. Si es que acaso no son la misma persona. Las anécdotas que narra el personaje en la película están basadas en la vida del actor que comenzó trabajando en los años 60 en Rin tin tin, Bonanza y Los intocables para luego ser dirigido en cine por Scorsese, Peckinpah, Huston, Frankenheimer, Cox, Wenders, Scott y Lynch, entre tantos otros. Pero sin importar quién lo dirija o qué personaje interprete, Harry Dean Stanton se interpreta siempre a sí mismo, y Lucky es la condensación de su infinita historia cinematográfica. La ópera prima de John Caroll Lynch puede leerse como la secuela de Una historia sencilla (1999), aquella película que su director David Lynch odió al definirla como una obra donde se muestra mejor persona de lo que realmente es, y al mismo tiempo como una remake en espejo. Con escenas y diálogos tan similares que es dífícil pensar las películas de manera autónoma. En Una historia sencilla, Alvin Straight (Richard Farnsworth) cruzaba varios Estados, de Iowa a Wisconsin, arriba de una cortadora de césped para encontrarse con su hermano Lyle, interpretado justamente por Harry Dean Stanton. Alvin tenía 73 años en 1999. Lucky estrenó en Estados Unidos en 2017, 18 años después. Si Alvin hubiera vivido 18 más tendría la edad de Harry Dean Stanton al estrenarse Lucky: 91 años. Más allá de los cálculos obsesivos, ambas películas están basadas en personas reales, de carne y hueso. Una historia sencilla es una road movie que nos lleva de paseo por la carretera estadounidense; Lucky también es una road movie pero la ruta que recorre el personaje está adentro suyo. Alvin debe atravesar 500 kilómetros para buscar a su hermano antes de que muera; Lucky tiene que realizar un dilatado y tedioso recorrido para verse cara a cara con la vejez. Con su vejez. Por eso en determinado momento acepta que el marino de piel tersa del portaretratos que posa en uno de sus muebles de madera ya no es él, y procede a darlo vuelta. Alvin decía que la vejez no tiene nada de bueno, y que lo peor de la vejez es recordar cuando eras joven. Lucky no necesita recordar nada porque él se cree joven, hasta que se sorprende violentamente de que ya no lo es. Tanto Alvin como Lucky deben tolerar ir al médico para que los reten por fumar y les informen que ya son viejos. Que la muerte les respira en la nuca. Lo que les pesa a ambos personajes no es tanto asumir su cercana partida sino la inevitable falta de independencia. Alvin usa dos bastones negándose al andador, y ante la imposibilidad de tener registro de conducir por sus cataratas en los ojos decide subirse a una cortadora de césped. Sentir que no necesita a nadie. Lucky, a partir de que sufre una caída en la cocina, repara en la fragilidad de sus huesos. Y su cuerpo es la cortadora de césped de Alvin, el medio de transporte que le da la autonomía para llegar al destino deseado: desde la cafetería al bar de noche, atravesando el desierto de Piru, California. Una historia sencilla fue la última película de Richard Farnsworth; Lucky es la última aparición en pantalla grande de Harry Dean Stanton. Sin embargo, entre ambas películas hay una diferencia: Alvin tiene una cuenta pendiente antes de morir, amigarse con su hermano Lyle, y debe atravesar un mundo para completar su periplo. Lucky, en cambio, no tiene deudas ni personas importantes por buscar. Cuando asume su finitud, entendiendo el verdadero significado de “realismo” que repite una y otra vez a los gritos mientras toma un Bloody Mary, aceptar una situación como es y estar preparado para afrontarla en consecuencia, elige simplemente continuar haciendo su rutina diaria. Pero Lucky ya no es el mismo de un principio, y la obsesión por los mismos hábitos cotidianos está ahí para resaltar la metamorfosis que tiene el personaje hasta el inesperado encuentro del final. No es mi despedida Si bien el proyecto no fue una idea de origen de John Carroll Lynch, sino de los guionistas Logan Sparks y Drago Sumonja, llegó a sus manos porque como actor tiene un punto en común crucial con Harry Dean Stanton: ambos brillaron a lo largo de sus carreras a través de personajes secundarios, demostrando que no es necesario protagonizar una película para adueñarse de ella. Harry Dean Stanton protagonizó una sola película en 60 años: París, Texas, en 1984. En aquella obra de Wim Wenders, escrita por Sam Shepard, el viaje y la ruta también eran fundamentales, así como los medios de transporte. Cuando Walt (Dean Stockwell) le preguntaba a su hermano si se acordaba de cómo manejar Travis le respondía que era su cuerpo quien lo recordaba. El cuerpo de Harry Dean Stanton no solo recuerda todo, también almacena los cientos de personajes que interpretó en cine y televisión. Por eso Lucky tiene esa carga no solo emocional sino física. Y como si fuera un guiño a esa biografía eterna, David Lynch, quien lo dirigió en cuatro películas y en la tercera temporada de Twin Peaks (2017), se sienta al lado de Lucky en el bar y pide algo fuerte para tolerar que acaba de perder al Presidente Roosevelt, su tortuga de casi 100 años. Lucky es el único amigo en ese espacio que entiende su dolor, y reta al resto del bar por burlarse de su trágica pérdida. “¡Oye, hablamos de su mejor amigo!” les escupe ubicándolos. Unas escenas después, David Lynch, bajo el nombre de Howard, pronunciará un discurso épico sobre las tortugas que define al carácter de Lucky, película y personaje: “Todos piensan en la tortuga como algo lento. Pero yo pienso en la carga que tenía que llevar en sus espaldas. Sí, es por protección. Pero básicamente es el ataúd con el que lo enterrarán. ¿Y tiene que arrastrar esa cosa durante toda su vida?”. Harry Dean Stanton es esa tortuga que camina lento y lleva una historia de mochila. Y si esa escena es doblemente conmovedora es también porque David Lynch se está despidiendo de su gran amigo Harry a través de esa tortuga que también nació en los años 20. Siendo ambos testigos de las mismas guerras y crisis económicas. Arrastrando sobre sus espaldas la memoria del dolor. El homenaje en vida y muerte de Harry Dean Stanton, quien falleció el 15 de septiembre de 2017, dos semanas antes del estreno de Lucky en Estados Unidos, se completa con la presencia de Tom Skerritt (Fred), quien compartió la nave con Harry en Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979). El encuentro entre Fred y Lucky sucede en la cafetería, cuando descubren que los dos son veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Es este viejo amigo de viajes espaciales quien a través de una anécdota le obsequia la fórmula para sobrellevar la verdad incómoda de que su cuerpo no es inmortal. Dialogan como Fred y Lucky, y también como Dallas y Bret, pero sobre todo como Harry Dean Stanton y Tom Skerritt: dos leyendas del cine. Unos segundos antes de que Howard entone el discurso sobre la tortuga, Lucky le explica que su amigo no está perdido, simplemente no está con él porque está en otro lado, donde sea eso. Howard necesita un par de escenas para procesar ese razonamiento, al igual que Lucky su vejez y vecina muerte. Cerca del desenlace, Howard le cuenta a sus compañeros de bar que ya dejó ir a la tortuga, y que finalmente se dio cuenta de que el Presidente Roosevelt no lo estaba dejando sino que se fue a otro lado a hacer algo importante. “Si está destinado a ser, lo volveré a ver. Sabe a dónde estoy, y dejo el portón abierto”, dice emocionado. “¡Por Roosevelt!” grita Lucky, pidiendo un brindis por la tortuga. Y todos levantan sus copas para celebrar, en realidad, la longevidad de Harry Dean Stanton. Lucky puede definirse como un western crepuscular, un falso documental, una road movie filosófica, o todas esas etiquetas al unísono, pero en definitiva esta película es nada más y nada menos que un responso festivo de Harry Dean Stanton. Donde no hay espacio para la despedida. Por eso el personaje y persona canta minutos antes del final la canción “Volver, volver” junto a un grupo de mariachis. Porque, como la tortuga de Howard, Harry Dean Stanton siempre regresa a su casa: el cine.