Los escarnios de la ambición. Todos los que en su momento vimos Snowtown (2011), la visceral ópera prima de Justin Kurzel, augurábamos un gran futuro para el australiano y deseábamos que su siguiente opus llegase pronto. Como suele ocurrir en nuestros días, pasaron los años y no había mayores noticias de su regreso: nadie podía predecir que su segunda película sería nada más y nada menos que una traslación de Macbeth de William Shakespeare, un proyecto que a simple vista parecía un tanto alejado del microcosmos claustrofóbico de su debut. Luego del visionado uno debe rever la posición porque efectivamente el director se las ingenia no sólo para dar nueva vida a la archiconocida obra, sino también para adaptarla a su idiosincrasia. Si sopesamos las interpretaciones anteriores del texto, percibiremos que aquí la tragedia familiar pasa al primer plano y se termina comiendo al relato aun por encima del clásico entretejido de la traición gubernamental, la demencia y el ansia irrefrenable de poder. Otro enroque muy importante lo hallamos a nivel de la contextualización dramática, ya que mientras que antes primaban las intrigas secretas y la fastuosidad de los palacios, hoy son los páramos desérticos de una Escocia corroída por las guerras los que desarman de a poco la dialéctica detrás de las prerrogativas individuales de los protagonistas, así la puesta en escena del western y su fatalismo se amoldan con facilidad a las necesidades de la historia. Más allá del maravilloso trabajo del realizador en lo que respecta a retomar la rusticidad de la fotografía de Snowtown y privilegiar los soliloquios más reveladores de la angustia shakesperiana, claramente el desempeño del elenco juega un papel fundamental en la cadencia hipnótica que enmarca a Macbeth (2015) en general: tanto Michael Fassbender como Marion Cotillard, en los roles centrales, demuestran que con sutileza y perspicacia se puede obviar el catálogo de estereotipos que arrastran personajes interpretados hasta el hartazgo en una infinidad de ocasiones alrededor del planeta. Una vez más la profecía de unas brujas lleva al antihéroe del título al asesinato del rey y luego a la maldición del trono. Resulta indudable que Kurzel no se deja intimidar por el material de base y vuelve a lucirse en cuanto a la dirección de actores y la profusión de alegorías del errar humano, ampliando su rango estilístico (sin perder su identidad ni esa furia etérea que lo caracteriza) y logrando posicionar a su film a la par de las excelentes adaptaciones de Akira Kurosawa de 1957 y de Roman Polanski de 1971 (aquí la culpa paradigmática y los escarnios de la ambición se superponen a los traumas post-bélicos). Macbeth constituye un verdadero arrebato a los sentidos y uno de los convites más poderosos y coherentes de los últimos tiempos, capaz de yuxtaponer la desesperación del campo privado a la virulencia y el dolor del yermo inerte…
Escocia está sumida en una guerra civil, el Rey Duncan cuenta con pocos aliados, y uno de ellos es Macbeth (Michael Fassbender) y Thane de Glamis, quien a cargo de un ejército logra una victoria fundamental para Duncan. Gracias a su proeza es también nombrado Thane de Cawdor y tiene el gran honor de recibir en sus tierras al Rey. Pero sobre la mente de Macbeth pesa una gran duda, y es si seguir los pasos de una profecía dicha por tres espíritus o cumplir con su deber. Pero la sed de poder de Macbeth y su esposa (Marion Cotillard) es demasiado grande. Estamos ante una nueva adaptación de una de las obras más famosas de William Shakespeare, y la verdad que el trabajo realizado por el director Justin Kurzel (encargado de llevar al cine la adaptación del videojuego Assassin´s Creed, también protagonizado por Fassbender) está a la altura de las circunstancias. Su trabajo es notable a la hora de darle toda la épica que un relato así merece tener, con unos planos y el uso inteligente de una potente banda sonora para resaltar los momentos dramáticos, el pesar interno que sufren los personajes, pero también a la hora de verlos exteriorizar sus pensamientos en monólogos. Aunque quizás esto sea el punto más flojo de la película. Y es que nadie está a la altura de criticar los escritos de Shakespeare, pero el casi abuso del recurso de que todos los personajes por momento reciten literalmente líneas de la obra, seguramente va a afectar en el público, especialmente en aquellos que no están familiarizados ni con el escritor inglés, o con el teatro en sí (se quiera o no, esta herramienta le da un toque teatral a cualquier film). Pero ahí es cuando los actores sacan la cara y le dan una personalidad enorme a cada rol. Tanto Fassbender como Cotillard están a la altura de tan míticos personajes, y cumplen a la perfección sus roles. En especial cuando Fassbender empieza a caer en ese círculo de paranoia desconfiando de todo y todos. Una lástima que el tercer actor que se destaca, Sean Harris (el villano de la última Misión Imposible) como Macduff, salga tardíamente en la película, porque hubiera sido el contrapunto ideal para el Macbeth de Fassbender. Cuando arranqué el análisis, destaqué a la pasada la banda sonora de Jed Kurzel (a quien ya escuchamos en The Babadook). No es por exagerar, pero sería bastante injusto si tanta potencia musical no queda entre las nominadas en los próximos premios Oscar. Macbeth es una película complicada de analizar, porque ya vimos varias (grandes) adaptaciones como la realizada por Akira Kurosawa, Trono de Sangre. Pero por suerte para los amantes de la novela, esta apuesta está a las alturas tanto del libro como de su predecesora, y seguramente saldrán complacidos del cine. A los nuevos espectadores, desde acá les pedimos que les den una oportunidad, que seguro no van a terminar defraudados.
Shakespeare todavía da pelea El mismo jueves que se estrena Star Wars: El despertar de la fuerza llega esta nueva y moderna transposición del clásico con Michael Fassbender y Marion Cotillard como protagonistas. La Competencia Oficial del último Festival de Cannes cerró con una deslumbrante (al menos desde lo visual) transposición dirigida por el australiano Justin Kurzel con Michael Fassbender como el tiránico rey de Escocia y la estrella francesa Marion Cotillard como su manipuladora esposa. Es cierto que muchos consagrados directores (desde Orson Welles hasta Roman Polanski, pasando por Akira Kurosawa) ya habían filmado con disímiles aproximaciones esta tragedia de William Shakespeare, pero el realizador de The Snowtown Murders (revelación de Cannes 2011) matiza los largos e intensos monólogos con una puesta en escena hiperestilizada y dominada por efectos visuales, imágenes viradas en muchos casos al naranja (cada plano es como una pintura), el uso de la cámara lenta y una edición eficaz (y algo efectista) para una serie de encuadres y movimientos de cámara siempre virtuosos. En la era de las series (este Macbeth podría ser una perfecta cruza entre la épica de Game of Thrones y las intrigas político-palaciegas de House of Cards), Kurzel no se limita a filmar a sus dos figuras recitando las célebres frases del autor sino que construye una historia llena de sangrientas batallas con Fassbender con su cara pintada a-la-Corazón valiente y cortando cabezas como si saliera de la saga de 300, rituales, fantasmas y confabulaciones para el ascenso, apogeo y caída de ese héroe de guerra devenido tirano. Un doble juego de respeto y “traición” al texto original que es necesario para que un proyecto de estas dimensiones funcione para un público masivo en el cine actual.
Lleno de ruido y furia Hay una regla que nadie escribió pero todos observan a la hora de llevar a William Shakespeare al cine, y es que el director es libre de inventar excursos poéticos y rellenar las elipsis narrativas – siempre y cuando se abstenga de escribir nuevo diálogo, porque no hay quien pueda mejorar las palabras del Bardo. Así es como Macbeth (2015), del australiano Justin Kurzel, arranca con cinco minutos de silencio mientras vemos cosas que no existen o no se muestran en el texto original: la muerte del hijo de Macbeth y la batalla en la que derrota al traidor Cawdor. La historia se ha contado y vuelto a contar por más de 400 años. Un noble guerrero se deja engatusar por profecías de grandeza e increpado por su esposa decide encargarse personalmente de que se cumplan, asesinando a su rey y coronándose a sí mismo. Mata para preservar la corona, y luego vuelve a matar; cree iluso que llegará el día en que deba dejar de matar para sostener la corona. Corroído por la culpa y la paranoia, termina cayendo víctima de las mismas profecías que en su arrogancia creía haber dominado. El cine ha visto docenas de adaptaciones de esta trama: la versión clásica de Orson Welles de 1948, la versión japonesa de Akira Kurosawa de 1957, la versión macabra de Roman Polanski de 1971, la versión moderna de Geoffrey Wright de 2006, por enumerar las más conocidas. ¿Qué trae de nuevo la versión de Kurzel? ¿Qué la destaca? Si algo distingue esta película de las demás – o de producciones teatrales, para el caso – es la cinematografía, la cual mama indiscriminadamente los mecanismos del cine de súper acción estilo La ciudad del pecado (2005) y los films de Zack Snyder y Guy Ritchie. En el caso de la batalla inicial, por ejemplo, la cámara acelera y desacelera, congelando la acción en momentos de poses espectaculares y esplendor sanguinario. La puesta en escena es de un naturalismo precioso y llama la atención la iluminación con la que se la ha plasmado, desde los haces de luz que pintan los interiores del castillo de Dunsinane hasta el rojo carmesí que tiñe el duelo final entre las sombras marionetescas de Macbeth y Macduff. La película se para en algún lado entre la narración clásica del relato y sus interpretaciones más oscuras. A la que más se parece es a la versión de Roman Polanski, comparación que no le hace ningún favor. Comparten el mismo final – contrario a la intención de William Shakespeare – al sugerir que la justicia no ha prevalecido sobre la maldad, sino que hemos asistido a una iteración más de un ciclo de usurpaciones trágicas. Donde difieren es que la versión de Polanski es irredimiblemente pesimista y mucho más cruenta, mientras que Kurzel ofrece una versión más melancólica y acaramelada, con un Macbeth que da lástima (de ahí el niño muerto, el cual justifica la insensibilidad del personaje y le enfrenta a la recta paternidad de Duncan, Banquo y Macduff – ¿ha muerto la honradez de Macbeth con su hijo?). Macbeth es humanizado, pero no se vuelve un personaje simpático. Michael Fassbender le interpreta con un patetismo enfermizo, al punto de que se da pena a sí mismo. Cuando dice sonriente “mi mente está llena de escorpiones” es como si se estuviera diagnosticando con una terrible enfermedad. Marion Cotillard interpreta a su esposa con un poco más de circunspección; su encarnación es más comedida de lo usual y menos interesante. ¿Qué motiva a estas personas? No queda claro. El resto del elenco es excelente: se destacan el buenazo de Paddy Considine como Banquo, David Thewlis como Duncan y Sean Harris como el colérico Macduff. Kurzel ha ensamblado una adaptación digna de “la obra escocesa”, pero mucho menos poderosa de lo que la suma de sus componentes sugiere. El intento de reinterpretar ciertos elementos de la trama – con amplias licencias de reescritura, imágenes y montaje – parece quedar dentro del reino de lo experimental, sin terminar de formar una idea definitiva sobre la historia que se está contando. No se siente lo que se dice una visión autoral o distintiva. ¿Se habrá inspirado Kurzel en las últimas líneas de la obra? Su película “es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”.
Adaptar o no adaptar, el eterno dilema. Cuando Shakespeare escribió que “todo el mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres, meros actores”, no estaba siendo del todo justo. Por supuesto que, como hace la mayoría de los poetas la mayor parte del tiempo, estaba hablando metafóricamente, y es así como debe leerse: no como una verdadera afirmación sobre la teatralidad de la vida sino como una imagen que nos interpela para pensar en la naturaleza de la misma. Pero aún así, una lectura literal también ofrece una observación interesante: ¿qué ocurriría si toda escena de la vida contará con la teatralidad de las artes dramáticas? Quizás entonces las adaptaciones de las obras de Shakespeare a películas serían menos desafiantes, y por lo tanto mucho mejores. La última adaptación de Macbeth, dirigida por Justin Kurzel y protagonizada por Marion Cotillard y Michael Fassbender, tiene algunos grandes aciertos. La fotografía, a cargo de Adam Arkapaw, es impecable sin ser demasiado prolija, con una cuota de innovación que la hace destacable. Todo plano parece no una foto sino más bien un cuadro, con un uso de luces amarillas y naranjas que crea un clima en el que uno rápidamente se encuentra envuelto. La cámara lenta, usada en los momentos más dramáticos y dinámicos de la historia, ayuda a crear esta atmósfera. Allí está el mayor logro de la película: el de crear una suerte de halo de misterio. Al final, la iluminación termina contando más sobre la ambición y la culpa que atormenta a Macbeth que las palabras de los mismos personajes. Pero el conflicto que hace que la película no pueda ir mucho más allá de sus triunfos visuales es, justamente, el de la lentitud con la que se desarrolla el conflicto de la historia. En lo que falla Kurzel es en su entendimiento de la lógica teatral, en saber leer los tiempos de una obra cuyo ritmo atrapante claramente no supo capturar. Es aquí donde las mismas palabras de Shakespeare son pertinentes: la vida no es un escenario porque lo que sucede arriba de él tiene reglas propias, reglas que, en esta adaptación cinematográfica, no se supieron comprender. Porque la realidad es que la película en ocasiones es, lisa y llanamente, aburrida. Hay una solemnidad que reina en cada escena que no se corresponde con el tipo de obra que Shakespeare escribió, donde el espectador era un hombre común que se maravillaba ante cada giro en la trama. En soliloquios tan fantásticos como el de Lady Macbeth -“ni todos los perfumes de Arabia endulzarán estas manos”- el tono es el mismo que en el diálogo mucho más irrelevante de dos soldados a punto de luchar. Pareciera haber un profundo desinterés por los ritmos detrás de cada línea, lo cual hace que todo suene igual y nada sea particularmente interesante. Macbeth es un claro ejemplo de cuán difícil puede ser adaptar un clásico teatral, donde cierta similitud entre el teatro y el cine puede engañar a cualquier descuidado y hacerlo creer que no es necesario tanto trabajo en una adaptación. Pero lo es, y para que la misma sea exitosa del todo, no solo es necesario entender el lenguaje cinematográfico, sino también el teatral.
Una hermosa guerra. Las obras de Shakespeare se han interpretado incontables veces. Cualquiera que las haya leído puede comprender las razones por las que, aunque hayan sido escritas cientos de años atrás, siguen tan vigentes. Los temas que tocan están intrínsecamente relacionados con el ser humano, siendo la venganza, la pasión y la locura quienes comandan nuestras decisiones. En este caso, el director australiano Justin Kurzel decidió volver a presentar la gran historia de Macbeth. Los dos personajes claves son Macbeth y Lady Macbeth: sin buenos actores que hagan suyos estos roles, todo se desmorona. Por suerte, Michael Fassbender y Marion Cotillard fueron los elegidos para interpretar a la famosa pareja. La francesa Cotillard es por momentos la frialdad y la manipulación personificadas, y su inglés es tan perfecto que parece sacada de la época de los Tudors. Mientras tanto, Fassbender es la desesperación y la locura. Juntos brillan y se mueven en perfecta sintonía. Y a pesar de las atrocidades que ambos cometen, logran generar empatía por la pareja. El punto más flojo del film es el diálogo. Por momentos las palabras arcaicas terminan siendo casi incomprensibles cuando son pronunciadas por los actores. También sucede que las frases tienden a parecer monótonas y sin mucha inflexión, quitándoles un poco de vida. Pero esta versión de Macbeth logra ser memorable. Cuando tantas veces se ha interpretado la misma historia, resulta difícil hacerlo de una manera original y destacable. Kurzel logra hacerlo y con creces. La película es tan bella como impactante visualmente. Cada toma parece ser un cuadro perfecto donde cada detalle ha sido pensado y elegido con un propósito en mente. Las escenas bélicas son una explosión de color que aumentan su vertiginosidad y la llenan de belleza. Macbeth y el resto de los valientes luchadores pelean por momentos en slow motion y en otros la sangre corre por doquier. La violencia, la lucha, las espadas y la misma sangre no son mostradas como suele hacerse en tonos oscuros y lúgubres, sino con colores vivos como naranja y rojo. Es algo asombroso e inolvidable de ver porque Kurzel ha logrado convertir la guerra en algo hermoso visualmente. Los colores opacos han quedado relegados para las escenas en el castillo, para la rápida e inevitable caída de Macbeth a la locura y para la soledad y depresión de Lady Macbeth. Como escribió Shakespeare en Macbeth: “Lo hermoso es horrible y lo horrible hermoso”.
La intensa penumbra Antes de comenzar con la reseña propiamente dicha del film mencionado, realizaré una breve contextualización histórica sobre el autor y la obra a la que esta producción dirigida por Justin Kurzel alude. Macbeth de William Shakespeare es una tragedia en cinco actos, que fue escrita alrededor de 1600. A su vez, no hay certeza absoluta de que la tragedia sea completa autoría de Shakespeare, ya que ciertos pasajes podrían ser inclusiones del dramaturgo Thomas Middleton, cuya obra The witch tiene variadas afinidades con la obra shakesperiana. Shakespeare es uno de los autores más célebres y prestigiosos de la literatura mundial, y como tal, supo exponer en sus textos las más diversas pero universales temáticas, ya sea abordándolas desde la comedia (Mucho ruido y pocas nueces, Como gusteis, Noche de Reyes, etc) o bien, desde la tragedia (Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, etc). Sin lugar a dudas, Macbeth entra en el grupo de las grandes tragedias shakesperianas, y por su peso y dramatismo, ha sido llevada a la gran pantalla en diversas oportunidades por los más variados directores: Orson Welles, Akira Kurosawa, Roman Polansky, y Geofrey Wright, entre otros. Si Romeo y Julieta rodea los temas del amor, las prohibiciones y la rivalidad, Hamlet refleja la incapacidad de actuar ante el dilema moral entre venganza y perdón -por lo que muchos autores, entre ellos el psicoanalista Jacques Lacan han catalogado como “el paradigma del deseo humano”- , y Otelo trata sobre la crueldad gratuita de los celos, Macbeth es sin dudas, LA obra sobre AMBICIÓN y poder. La historia es bastante simple: Macbeth (aquí Michael Fassbender) es parte del ejército del rey Duncan de Escocia. El guerrero, a partir de una predicción de las Tres Brujas que le anuncian que primero recibirá el título de Thane y luego será rey, comienza a fantasear con el poder. Luego al comentar las profecías con su esposa, Lady Macbeth (Marion Cotillard), y ver que la primera se concreta, la ambición aumenta a tal punto que ella lo convence de asesinar a Duncan para llegar al trono. El deseo de poder es creciente, pero también surge la culpa en el nuevo rey, y el remordimiento en su cruel esposa, además de la intranquilidad de Macbeth por la posible pérdida del reinado junto a su muerte a manos de aquel “hombre que no ha nacido de una mujer”, tal como proclama una nueva profecía. El desafío de la adaptación La versión de Justin Kurzel (Snowpiece), si bien contiene menos elementos tragicómicos, se atiene fielmente a la obra shakesperiana ya que mantiene la ambigüedad característica que Macbeth, como pieza propone en todo momento. Esto además es potenciado por la habilidad del realizador de manipular de manera maravillosa el lenguaje cinematográfico, para filmar una obra que exuda dramatismo, al combinar los excelentes parlamentos originales, con los pasajes bélicos que exhiben a Fassbender en pleno campo de batalla en los desolados páramos, con su cara pintada, y con sed de matanza. Más allá del clima que Kurzel logra recrear, los aspectos técnicos de Macbeth rozan la excelencia: la fotografía, a cargo de Adam Arkapaw, impacta a cualquier espectador –se trate o no un fan de la obra original- a través del uso de tonos marrones y naranjas en los planos más dramáticamente bélicos, así como el uso de cámara lenta y música acorde que generan esa sensación de oscuridad que Shakespeare creó. Además, se destacan las actuaciones de todo el elenco, pero el trabajo de la dupla protagónica: Fassbender-Cotillad, es sencillamente genial, ya que abordan personajes clásicos con una impronta totalmente innovadora. Esta producción invita a las nuevas generaciones a acercarse a una de las obras más famosas de la historia, y me arriesgo a decir que, en mi opinión, se trata de la mejor adaptación de una obra Shakesperiana que hemos visto en las últimas décadas. Es imprescindible verla en cine y dejarse cautivar y atravesar por semejante maravilla.
Nada más que confirmar aquello que ya sabemos sobre William Shakespeare y su inmensa obra. Cada vez que el cine vuelve a revisitar sus clásicas historias la pantalla explota con traiciones, pasiones épicas, vínculos imborrables y la tragedia en el sentido aristotélico que tanto atrapa. En el caso de “Macbeth” (2015) segundo filme de Justin Kurzel con Michael Fassbender como Macbeth y Marion Cotillard como su esposa, dato que no es menor, ya que la elección de los protagonistas también define el tono de la propuesta. Ambos actores han logrado en los últimos cinco años imponerse a fuerza de grandes producciones y mientras Fassbender posee una carrera con algunos títulos, la suerte de la francesa es otra con más de 40 títulos en su haber y una colaboración con filmografías de varios países luego de salir de su territorio al ser mundialmente conocida tras “La vida en Rosa”. Kurzel decide iniciar el periplo de traición y sangre de Macbeth con una introducción al mejor estilo “Star Wars” a partir de la incorporación de títulos que suben por la pantalla en rojo y posicionan la acción. El lugar seleccionado es el campo de batalla en el que un alicaído ejército comandado por él logra derrotar al traidor Cawdor. Antes, y en un profundo silencio, asistimos al impactante funeral del hijo de Macbeth, apenas un bebé de meses al que le cumplen todos los ritos para lograr que vaya al más allá en paz. Y con esa escena dolorosa Kurzel comienza a planear el tono en el que la ambición y la traición de Macbeth ganará por sobre la razón y la honestidad, y así este guerrero intentará a fuerza de engaños y muerte cumplir con profecías de grandeza asesinando al rey y coronándose a sí mismo como el único líder de la región. Sin consenso, y siendo sospechado por todos, Macbeth deberá avanzar en su carrera por mantenerse en el trono aniquilando a todos aquellos que conocen realmente su naturaleza y saben, más allá de su mujer, sus planes sangrientos y siniestros. Kurzel decide apoyar su impronta con ralentíes y una paleta de colores sombríos que potencian la atmósfera lúgubre que comienza a teñir los verdes prados de Escocia y los marrones de piedra y mármol entre los que pasa sus días. La ambición comienza a roer la vida de Macbeth llegando al punto de la locura obligándolo a realizar cada vez más actos impunes, hasta el punto que su mujer comienza a cuestionarse el estar al lado de él. La composición de las escenas, el cuidado de la textura con la que se plasma la historia, los colores elegidos y los diálogos que refuerzan aquello que Shakespeare con maestría y una pluma precisa pudo crear, son potenciados por la solvencia de Fassbender y Cotillard y el elenco que lo secundan, que aceptan jugar al juego que Kurzel les propone, y no sólo cumplen con las reglas impuestas, sino que redoblan la apuesta y dejan todo en la pantalla.
Macbeth 2.0: epical show of strength Michael Fassbender’s turn as the evil thane becomes canonical performance When the plot of a fictional story is overwrought to the point of excessive familiarity, from literature to psychology and the more recent standpoint of cultural and gender studies, it becomes terrifyingly evident that a new stage production or film adaptation of a classic must necessarily provide new insights into an already overanalyzed work. Then, it is in this spirit — eager for new sensations and a feeling of expectancy — that audiences watch “the latest Macbeth,” as though it belonged, like opera, to a finite genre from which only new insights or unexpected flights of fancy can be tolerated. Certainly, variations and deflections are customarily viewed as heresy. The latest film adaptation, which we may refer to as Macbeth 2.0 for reasons of brevity and clarity, introduces deviations from the original as an ingenious manner of shedding light on storyline and character traits that may be overlooked in more literal readings. Filmed on location in Scotland, Macbeth 2.0 is as foggy and with as low visibility as the Scottish geography where the action takes place. As written for the screen, Macbeth 2.0 sticks to Shakespeare’s play in the way it has viewers understand that this is a fictional recreation partly based on a true historical account. Shakespeare’s text and his contemporary productions presumably did not have the narrative and its readings hinge around this fact. But now, once this accord between writer and viewers is established and agreed upon, Macbeth 2.0 unleashes an uncontrollable force with which Fate, Nature or the Gods endow Greek tragedy or Elizabethan drama. Directed by Justin Kurzel, Macbeth 2.0 is as ominous as can be expected, but the screenwriters and production designers shift the focus from the pivotal point of the content and form of The Three Witches’ prophecy (four, in this case) to the real and humane dilemma faced by an overambitious warrior intent on either giving in to temptation or sticking to a more analytical, sapient attitude. The moment the Macbeth in Macbeth 2.0 looks around for signs of danger and then up to the sky as though divine directions could be expected to rain down on him, you realize that there could be no better choice to fit in his shoes than actor Michael Fassbender, the embodiment of Macbeth’s temptation and presentiment. His face scarred and fatigued by so many wars under the banner of his King, Macbeth, as personified by Fassbender, is as truthfully devastating as could possibly be expected. Reflecting the Witches’ inexorable augury and forewarning, there’s no way Fassbender’s Macbeth can retreat back to the safe territory of naturalistic recreation, which would have also been extremely demanding for any actor. Fassbender has previously demonstrated a rare capacity to combine restrain and exultance in adventure stories, heist thrillers, epic dramas and, most especially, in a contemporary urban sexual odyssey (Shame, 2011), in which he draws an agonizing and fascinating portrait of human weakness. Fassbender’s Macbeth, in line with the screenwriters’ decision to shift the focus from ambition to the more mundane feeling of terror and fear of divine justice, is almost always sunk in apprehension and fear of the Gods. It may be rightly argued that Shakespeare makes it absolutely clear that it is not Macbeth’s own blinding ambition that drives his actions, but rather the aspirations of his ruthless, scheming wife. Most adaptations stick to this notion as a sacred dictum, but Macbeth 2.0, with the right combination of film language and setting and its lead’s riveting performance, creates an unexpected empathy with the murderous Macbeth. If not compassion or apprehension, it’s a shared tremor that bonds Fassbender’s Macbeth and the audience. Although, as in the masterly Shame, it’s Fassbender’s dazzling performance, to a large extent, that brings the pieces together and drives the hero/villain to his inescapable fate, Macbeth 2.0 features equally remarkable work by Paddy Considine (Banquo), David Thewlis (Duncan), and Sean Harris (MacDuff). Under director Kurzel’s deft guidance, major and minor characters in the story push the story forward in an epical show of strength and determination. But there always seems to be an obstacle to define an ensemble cast performance’s as “perfect.” In this case, it’s no less than French actress Marion Cotillard, whose sweet demeanour clashes with the implacable Lady Macbeth, regardless of adaptation or transposition. Cotillard, who spent long hours working on her English accent to produce a believable Lady Macbeth in the vocal sense, fails miserably, in spite of her sheer will, to convey Lady Macbeth’s ruthlessness and manipulative power over the weaker Macbeth. It’s not Cotillard’s fault, though. It’s simply that she was miscast to the point of putting at risk the credibility of the rest of the cast. But fret not. This Macbeth 2.0 is as full of resolution as to demonstrate, in an admirable display of competence, its unquestionable power to overcome any hurdle — even a guileless Lady Macbeth. Macbeth 2.0, along with Akira Kurosawa’s Throne of Blood, a spellbinding transposition of the Shakespearean text to feudal Japan, must surely reign supreme among the best Macbeths in film lore — and history.
La visión de Justin Kurzel del drama de Shakesperare con la potente entrega de Michael Fassbender y la justa interpretación de la esposa manipuladora de Marion Cotillard. Visualmente la película fascina, los encuadres, los efectos el justo equilibrio entre la riqueza del texto y el entretenimiento con escenas de batallas sangrientas tan potentes como la ambición ciega del rey.
William Shakespeare es uno de los dramaturgos más reconocidos de la historia, no solo se consolidó como el más importante dentro de la lengua inglesa sino que sus obras traspasaron las fronteras y se tradujeron en gran cantidad de idiomas. Como cualquier escritor exitoso la mayoría de sus obras han sido adaptadas a la gran pantalla, entre las que se destacan Hamlet, Romeo y Julieta, Sueño de una noche de verano, El Mercader de Venecia, El Rey Lear, y Macbeth. Se han realizado alrededor de 250 películas basadas en los escritos de Shakespeare y la que más veces ha sido adaptada es Hamlet. Esta adaptación de Macbeth se suma a las de otros directores como Orson Wells (1948), Roman Polanski (1971) y Akira Kurosawa con Trono de Sangre (1957), además de una escena de Los Simpsons muy divertida sobre el mito de la mala suerte que trae la obra con Ian Mckellen como invitado en el capítulo en que la familia amarilla visita Londres. Esta vez quien encabeza el proyecto es el australiano Justin Kurzel mientras que Michael Fassbender y Marion Cotillard son Macbeth y Lady Macbeth. La película cuenta la historia del gran guerrero y Thane (barón) de Glamis, Macbeth (Michael Fassbender) quien luego de una batalla se encuentra con tres brujas que lo saludan con dos cargos que no posee, el de barón de Cawdor y el de ni más ni menos que Rey de Escocia, por situaciones que sucedieron el actual rey Duncan decide darle el honor de thane de Cawdor y Macbeth ve como una de las profecías se cumple, ahora alentando por su esposa Lady Macbeth (Marion Cotillard) deberá asesinar a Duncan (David Thewlis) si quiere llegar al trono. La tragedia sobre el poder, la ambición y el destino es una historia con peso por lo que deja la difícil tarea al director de brindar un producto que también se destaque por fuera del guion de Jacob Koskoff, Michael Lesslie y Todd Louiso. Sin dudas Kurzel lo logra y los puntos técnicos elevan la película, desde la dirección de arte hasta la música de su hermano Jed que es una gran pieza con pasajes que remiten a lo onírico. También ese aire se encuentra en la brillante fotografía de Adam Arkapaw que llega al pico de excelencia en la brillante batalla final pero que otorga bellísimas imágenes a lo largo de toda la película. Siempre se dice que representar a Shakespeare significa mucho para un actor y que es un honor trabajar en esos proyectos: Fassbender y Cotillard hacen gala de sus aptitudes dramáticas dejando bien en claro esta idea, pero no solamente los protagonistas destacan en su interpretación sino que hasta el más pequeño papel está correcto. Macbeth es la gran película que se espera de una de las mejores obras de Shakespeare, no hace falta haberla leído o haber visto otra adaptación. El trío Kurzel, Fassbender, Cotillard más uno de los guionistas repetirán en la esperada adaptación del videojuego Assassin's Creed. Habrá que esperar hasta finales de 2016 para ver esta historia que promete.
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El bosque se mueve, otra vez Primero el comentario obvio: la nueva versión de Macbeth ni se le aproxima en cuanto a calidad al clásico de Orson Welles, a la versión japonesa de Akira Kurosawa (Trono de sangre) y al registro sangriento de la adaptación concebida por Roman Polanski en los años 70 como catarsis por el asesinato de Sharon Tate, su bella esposa. En segunda instancia, el australiano Justin Kurzel respeta y se aleja del texto de Shakespeare sin culpas, por ejemplo, cuando al principio construye un par de secuencias sin palabras que anteceden al encuentro de Macbeth con las brujas y sus premoniciones. Y el punto más relevante, al que también hay que invocar en el comienzo, es que el Macbeth que interpreta Michael Fassbender, en una composición que en varias ocasiones se sumerge en un bienvenido estado vacilante, tiene una potencia visual digna de elogiar, unas escenas de batallas que recuerdan a Corazón valiente de Mel Gibson (con sus excesos en el uso del “ralentí”) y algunas secuencias que, debido a su atmósfera, uso de colores opacos y poco cálidos y una puesta en escena onírica, retrotraen al cine de zombies, en especial, a los muertos vivos de George Romero en sus varias secuelas. Con semejante mejunje estilístico, la historia es la archiconocida en un par de docenas de adaptaciones cinematográficas, con el gran guerrero de la obra del autor como centro operativo del relato, acompañado por Lady Macbeth y sus consejos (Marion Cotillard, en un trabajo menor). El desafío, por lo tanto, implicaba convencer al espectador erudito y, en el otro extremo, a un público podría acercarse y luego interesarse por la obra de Shakespeare debido al film de Kurzel. En ese sentido, este nuevo Macbeth, concebido como un ejemplo de cine-espectáculo, resulta un curioso híbrido que intenta complacer a diferentes espectros de espectadores. Un terceto de notables escenas –las cavilaciones del personaje al momento de la comida en el palacio, el duelo final con Macduff, las apariciones de los personajes “fantasmas”- contrasta con la insaciable búsqueda de un target de público acorde a los descabezamientos de 300 y al fanatismo del teleadicto serial de Game of Thrones. En ese punto la película vacila y queda suspendida en la hibridez de sus intenciones marketineras, convirtiendo a la trama en una especie de “Shakespeare para iniciados” donde lo popular se confunde con un catálogo simplista de frases aforísticas. Pero el despliegue visual y la utilización del ancho de la pantalla (Macbeth hay que verla en el cine….) resultan tan potentes que los aspectos descartables del film, por momentos, quedan a unos cuantos pasos atrás de la condena crítica.
Un Macbeth imponente Con una puesta en escena verdaderamente imponente, esta adaptación de la tragedia shakesperiana capta su espíritu y su grandeza poética con notoria elocuencia En Macbeth, la sangre no es sólo una metáfora: es física, corpórea, emana de las heridas de los asesinados, inunda el escenario, es viscosa, densa, pegajosa y el agua no la limpia de los rostros manchados ni de los puñales de los asesinos. Y es natural que lo domine todo, ya que constituye el tema central de Macbeth aunque adopte múltiples significados. Es la concreta sangre que ilustra el crimen y la que emponzoña las densas pesadillas de los que asesinan o planean hacerlo, empujados por la codicia del poder que ha azuzado el vaticinio de las hechiceras y se alimenta de la incesante manipulación de una esposa frustrada. El crimen en Macbeth se impone como un destino: no hay elección; es inevitable. Los rojos filtros de luz que tiñen con tanta frecuencia las imágenes de esta nueva versión de la tragedia más cruel de Shakespeare logran captar su espíritu y su grandeza poética con notoria elocuencia. La adaptación conserva respetuosamente las palabras del original teatral aun corriendo el riesgo de que haciéndolo los diálogos o los soliloquios, si bien puestos en boca de actores tan expresivos como los de este elenco encabezado por los admirables Michael Fassbender y Marion Cotillard, pierdan a veces espontaneidad y naturalidad, y cedan a cierta grandilocuencia, a la que también contribuye la omnipresente música de Jed Kurzel. Sin duda, el realizador australiano ha puesto especial atención en la puesta en escena, verdaderamente imponente, apoyado en las imágenes elaboradísimas de Arkapaw y en un descollante diseño de producción que ha sabido explotar al máximo los escenarios naturales. Más allá de la vibración que ha sabido extraer de sus actores, es el lenguaje visual uno de los puntos fuertes del film. Al rojo de la sangre y el ocre de la bruma que envuelve esta Escocia medieval hay que sumar el oscurecimiento que avanza sobre las escenas que ilustran el sostenido y paulatino ascenso a la locura del protagonista, enceguecido por el cumplimiento de un siniestro destino que, al mismo tiempo, representa para él una forma de liberación. De Fassbender y Cotillard hay que destacar lo que puede considerarse uno de sus principales logros: haber evitado la teatralidad que asomaba como uno de los principales peligros, habida cuenta de que la adaptación elegida para esta relectura shakespeariana invitaba más de una vez al énfasis. Fue un gran acierto confiarles a ellos dos personajes que tanto expresan sin necesidad de apoyarse en las palabras: ella, con el rostro angelical de una Lady Macbeth de maternidad frustrada y corazón carcomido por la codicia y la culpa. Él, con la potencia de su mirada y los mil matices de un carácter en constante metamorfosis y en la que tanto caben la vulnerabilidad de un esposo dubitativo y sensible a los deseos de una mujer manipuladora como la crueldad implacable de un tirano. Y en cuanto a Justin Kurzel, además de su sensibilidad plástica y la seguridad de su lenguaje narrativo hay que destacar su valentía. No sólo por abordar un clásico del peso de Macbeth, sino sobre todo por sobreponerse a la comparación, inevitable, con algunos grandes cineastas que lo precedieron en la tarea: Orson Welles, Kurosawa, Polanski.
Actualización, honrando el original Michael Fassbender y Marion Cotillard son el matrimonio en esta nueva adaptación del clásico de Shakespeare. “Game of Thrones y otras series están copiando a Shakespeare, que contó las historia de ambición y oscuridad mejor que nadie. Yo presento el original”. Justin Kurzel también comparó aspectos de Macbeth con Breaking Bad y Buenos muchachos. Y, en consecuencia, a su propia versión de la tragedia del tiránico rey de Escocia, el director australiano -que hasta ahora sólo había dirigido un largometraje, Snowtown- le dio una pátina contemporánea, pero manteniendo la esencia original. La actualización se nota en las escenas de acción: las batallas tienen efectos de cámara lenta a lo Matrix; las espadas se hunden en la carne y la sangre salta con un realismo espeluznante. No es el único aspecto visual destacado: el paisaje escocés, tan imponente como hostil, juega un papel preponderante. Este no es un Macbeth aséptico: queda claro que la vida en el siglo XI, a merced de la Naturaleza, estaba lejos de ser cómoda, sencilla o impoluta. No por eso se resigna el aspecto fantástico de la historia: las apariciones de las brujas -que en este caso son cuatro, y no tres, porque se suma una niña- se producen en un logrado contexto onírico, con otro factor natural, la neblina, como elemento provocador del misterio. En cuanto al texto, se trata de una adaptación a cargo de un equipo de tres guionistas -Jacob Koskoff, Michael Lesslie y Todd Louiso-, respetuosa del original, con algunos cambios en la trama. La mayoría de ellos ligeros, como el detalle de las brujas, salvo uno: al principio de la película, Macbeth y Lady Macbeth pierden un hijo. No es un dato menor, sino la coartada que explica sus acciones: en esta versión, su búsqueda de poder a base de asesinatos se debería, en parte, al intento por darle un nuevo sentido a sus vidas y a su unión. En esta línea, la esposa es presentada más como otra víctima de la codicia y la locura de su marido, antes que como su instigadora o potenciadora. Quizás esta lectura de Lady Macbeth perjudique el trabajo de Marion Cotillard, una gran actriz que aquí aparece un tanto desdibujada. O tal vez el palidecer de la francesa haya que atribuírselo a la sombra que le proyecta su contraparte, Michael Fassbender, que compone a un Macbeth intenso, sanguíneo, visceral. Su actuación es, junto a la puesta en escena, otro de los motivos que justifican la existencia de esta nueva versión cinematográfica de una de las obras emblemáticas de Shakespeare.
Esta nueva versión de Macbeth quedará en el recuerdo como una de las adaptaciones más ambiciosas que brindó el cine desde el épico Hamlet de Kenneth Branagh. Una de las historias más populares del dramaturgo inglés que tuvo numerosas interpretaciones dentro de ese arte. En lo personal siempre me engacharon más las películas que toman la obra clásica de Shakespeare y la trasladan a una cultura diferente. Mis tres grandes favoritas, que aprovecho para recomendar y funcionan como un gran complemento de este estreno, son las siguientes. 1-Trono de sangre (1957). Tremenda película de Akira Kurosawa donde la tragedia de Macbeth es desarrollada en el japón feudal de los samuráis. 2-Men of respect (1991). Una muy buena adaptación que quedó en el olvido y solía ser un clásico del cable. En este caso la historia se trabajó dentro de la subcultura de la Mafia italiana. Peliculón con Dennis Farina, Stanley Tucci, Rod Steiger y John Turturro en el rol principal. 3-Joe Macbeth (1955). Una versión muy interesante que adapta la trama de Shakespeare a través de un policial negro ambientado en la era de los gángsters de Chicago en 1930. Obviamente la esposa del protagonista es la gran femme fatale. La nueva película de Macbeth que llega a los cines se caracteriza por trasladar con mucha fidelidad la obra tradicional de teatro. El film del director australiano Justin Kurzel narra esta tragedia con mucho respeto a la fuente original y capturó como no se hizo en otras versiones toda la brutalidad y violencia del conflicto. Como ocurre con la fuente literaria, el film se centra en la historia de quien fuera rey de los escoceses entre 1040 y 1057. La tragedia de Shakespeare en realidad es una adaptación libre de la vida del Rey de Alba que llegó al poder tras matar a Duncan I de Escocia. Un detalle interesante de esta película es que los actores, muy especialmente Fassbender y Marion Cotillard, quien encarna a una excelente Lady Macbeth, llegan a interpretar diálogos completos de la obra teatral en inglés antiguo. Algo muy inusual que no se había dado en adaptaciones interiores y fue un riesgo que tomaron los realizadores. Mirar esta película sin subtítulos sería un experiencia muy complicada para quienes no dominan el lenguaje de Shakespeare. No sólo porque es difícil de comprender, sino que además genera que el film se haga un poco denso. Si bien muchos diálogos fueron editados para darle una mayor fluidez narrativa a la película, hay varias escenas clásicas de este conflicto que son recreados tal cual las concibió Shakespeare. Obviamente la película también incorpora algunas situaciones adicionales, pero jamás llegan a distorsionar el espíritu de este relato como lo hizo aquel desastre de Orson Welles de 1948 donde masacró el texto original. Ahora bien, tal vez algunos lectores se pregunten por dónde pasa el atractivo de volver a disfrutar en el cine una historia que ya se filmó en varias ocasiones. La nueva adaptación vale la pena por el brillante tratamiento visual que le dio el director Kurzel a esta producción. Nunca viste a Macbeth con el despliegue visual que presenta esta versión. Ya de por sí la puesta en escena y la gran labor de fotografía de Adam Arkapaw (True Detective) son un espectáculo aparte. Me gustó mucho como la paleta de colores que tiene la estética del film se va modificando a medida que Macbeth empieza a enloquecer y ese hombre recto que era se oscurece por completo. Por otra parte, las secuencias de acción son bastante intensas y estuvieron impecablemente filmadas con un buen uso de la cámara lenta. Otro detalle que hace diferente a esta adaptación de las versiones previas es que el film del director Kurzel explora con más profundidad la psicología de Macbeth y sus conflictos internos en lugar de concentrarse únicamente en su esposa, la gran villana de la historia. No sé si es una propuesta para todos los públicos, pero el amante de Shakespeare la va a saber valorar y en mi opinión es una gran película que merece su recomendación.
El director australiano Justin Kurzel trae a Michael Fassbender y mucha potencia visual en su versión de Macbeth, la clásica obra de Shakespeare. El valiente soldado Macbeth escucha, luego de salir victorioso en una dura batalla, a tres brujas que predicen que será proclamado Rey de Escocia. A partir de ese momento y con incentivo de su esposa, el fiel y hábil soldado del Rey Duncan se verá absorbido por la ambición de poder. Paisajes oscuros y representados con grandes campos teñidos de sangre, personajes envueltos en conflictos, cámaras lentas y planos que marcan la línea del horizonte con la figura humana en el centro parecen gustarle demasiado a Justin Kurzel. El director, que además es diseñador teatral, repite estas características ya visualizadas con un sadismo superior en Snowtown (2011), su primer y único film antes de Macbeth. El DF de la serie True Detective, Adam Arkapaw, tiñe y contribuye con esta forma de representación oscura, sangrienta y onírica que tiene una de las obras más reconocidas de William Shakespeare. La primera escena augura la crudeza con la que se encontrará el espectador durante los veloces 113 minutos de duración. Las secuencias que hay entre la primer batalla y la última parecen ser de transición, ya que la épica de la media hora final- que es digna de los buenos filmes de gladiadores- es el súmmum de la demostración de estilo del director. Además, la música de Jed Kurzel lo embellece todo. Que los diálogos sean citas textuales de la obra de Shakespeare, a primera impresión, no cae del todo bien. Con el correr de la película el oído se acostumbra y la belleza visual y las interpretaciones majestuosas hacen de esto un granito de arena más que suma al estilo implantado por Kurzel. Sin embargo, el guion por momentos parece muy embrollado. La historia es llevada a cabo por un gran Fassbender y por la potencia de sus imágenes, pero deja cabos sueltos a un espectador que nunca vio o leyó alguna representación de la obra. En el reparto destaca la figura casi infalible de Michael Fassbender (300, 12 Years to slave, Shame) como Macbeth. Este actor es díficil que elija un proyecto que no le quepa. La interpretación, que conlleva diversos estados mentales del personaje centrados en su demencia por el poder, le cae a la perfección. Marion Cotillard (La vie en rose, De rouille et dos), la excelente actriz francesa, interpreta a Lady Macbeth, la esposa del soldado. A decir verdad, los momentos en los que Cotillard tiene que demostrar su categoría lo hace, pero el poderío del personaje se pierde en un guion confuso. David Thewlis (Harry Potter, The boy in the striped pajamas) y Sean Harris (Mission Impossible: Rogue Nation) son el Rey Duncan y MacDuff, respectivamente, y ambos hacen un trabajo, como siempre, correcto. Aunque quizá la historia deje algunas dudas, lo que recordará el espectador será el poder visual, una espectacular batalla teñida de rojo sangre y un Fassbender pocas veces visto. Justin Kurzel hace bien su trabajo y se da a conocer al mundo con una película que lo coloca poco a poco en un lugar de realidad, y no de promesa.
La prosa de William Shakespeare es tan primordial y abundante en drama humano que una y otra vez resurge, ya sea en su forma original, o en adaptaciones teatrales, en cine, en televisión. Él está en todos lados, y una vez más llega a la pantalla grande en Macbeth, cortesía de Justin Kurzel, trayendo consigo esta inmortal historia de codicia y muerte con un lavado de cara profundo y muy satisfactorio. Para aquellos no familiarizados con la trama, Macbeth está bajo las órdenes del Rey Duncan en una feroz guerra civil en Escocia, y tras una cruenta batalla final, en donde resulta victorioso, la mística aparición de tres mujeres en pleno campo de batalla le vaticinan que escalará rápido de rango y llegará a ser Rey de Escocia en un futuro. Tras haber perdido a su hijo poco tiempo atrás, Macbeth y su esposa, Lady Macbeth, ateridos por el frío de su dolor, idean un plan funesto para lograr que la visión de las brujas se haga realidad. Lo que sigue es un descenso a la locura, teñido de sangre de principio a fin. Kurzel no es ajeno a la violencia. El australiano, en su debut cinematográfico Snowtown, ya reflejaba un apego con las historias violentas que continúa aquí con un refinado sentido estético que abruma todos los sentidos. Sí, Macbeth es una historia violenta, y Kurzel no hace la vista gorda frente a eso, y las escenas más cruentas, como la batalla inicial, tienen una estética fascinante. Hay cámara lenta, pero no está abusada y permite discernir mejor todos los detalles en pantalla. Hay un fondo precioso, donde los majestuosos paisajes escoceses destacan con una fotografía muy precisa y suntuosa. Y la música está a cargo de Jed Kurzel, hermano del director, quien se despacha con una banda de sonido hermosa y cruel al mismo tiempo. Y si estéticamente hablando Macbeth es una obra de arte, el elenco no se queda atrás. Con un guión actualizando las inmortales palabras de Shakespeare por Jacob Koskoff, Michael Lesslie y Todd Louiso, los inmensos Michael Fassbender y Marion Cotilliard abrazan las penas de Macbeth y Lady Macbeth y las hacen suyas, con cada parlamento y línea reflejando el dolor y la pérdida de la humanidad de cada uno con profunda exquisitez. Suena raro teniendo en cuenta el material del que surge esta pareja, pero ambos tienen mucha química juntos, ya que por separado tienen escenas brutales y monólogos impresionantes, y en la misma escena son dinamita. Los secundarios no se quedan atrás, con fantásticos trabajos de parte de Paddy Considine y Sean Harris como los únicos que buscan ponerle un freno a la locura desenfrenada de Macbeth. Macbeth es una trascendente nueva adaptación de un clásico no peredecero, que quizás pueda resultar pesado por sus intrincados diálogos, pero que no afectan en lo absoluto al visionado de la misma. Brutal y bella al mismo tiempo, es una obra de arte en movimiento. En las manos de Kurzel, la adaptación del videojuego Assassin's Creed que llega en diciembre próximo promete y mucho si sigue la misma veta artística presente aquí.
Se estrena Macbeth, film del australiano Justin Kurzel protagonizado por Michael Fassbender y Marion Cotilliard. “El mundo es un escenario” decía William Shakepeare, autor que goza de una contemporaneidad como pocos en la historia del teatro y la literatura. Sin dudas, el genio del autor contempla que sus escritos trascienden la formalidades históricas para concentrarse en los instintos más básicos del ser humano. Fue uno de los primeros existencialistas. Sus personajes se mueven por la codicia, la marginalidad, la pasión, el miedo y lo locura. Y una de las razones por las que aún, a 400 años de su fallecimiento siga siendo popular, se debe a su poder de atracción que ejerce sobre el lector o público. Acaso una de sus obras más violentas, sádicas y sangrientas es Macbeth. La historia de un general escocés que no parará de mentir, engañar y asesinar con el fin de cumplir con la profecía de tres brujas que lo anuncian como el próximo Rey. Pero también es la historia de su mujer, que funciona como conciencia y manipuladora, del débil carácter del protagonista. Justin Karzel, director de gran Los crímenes de Snowtown, se pone detrás de este proyecto ambicioso cuyas pretensiones son trasladar palabra por palabra de Shakespeare a la gran pantalla -inaudito es que se hayan usado tres guionistas para hacer copy/paste- pero con un concepto formal/estético extremadamente cuidado, casi como una publicidad o video clip. El relato es atrapante y no hace falta subrayar su violencia con una estética gladiadora. Pero es lo que se necesita, hoy en día, para capturar un público joven: sangre, tripas y violencia. Sin embargo, hay un antecedente mucho más sólido y descarnado: el film que Roman Polanski filmara en 1971 con Jon Finch. O sí se prefiere un concepto más teatral, la versión de OrsonWelles. Karzel, sin embargo, le presta demasiada atención a la estética y poco al relato. Fidelidad al texto no es poner a un actor delante de cámara recitando histriónicamente un texto, con un fondo digital retocado en post producción. Básicamente así es esta Macbeth. Visualmente es estimulante y cuidada, narrativamente hace agua: es densa, aburrida, monótona y reiterativa. A los actores se les da la libertad de expresar sus textos en la forma más sobreactuada posible, como es el caso de Fassbender o ser más minimalista de la Cotilliard, que sostiene en un solo plano fijo de cinco minutos, el maravilloso monólogo de Lady Macbeth. Mientras que la puesta, la reconstrucción de época y los paisajes son estimulantes y maravillosos, en lo narrativo, Kurzel confía que el material se va a contar todo, pero no. Los detalles de la meticulosa puesta de cámara olvidan el factor humano. Los protagonistas parecen seudo robots que repiten forzadamente escrituras de 400 años atrás. Por suerte existen Cotilliard y Paddy Considine para hacer más atractiva la labor expresiva/interpretativa. Sí, la fotografía y la dirección de arte, la música a cargo del hermano del director, acompañan bien las acciones –especialmente las escenas de batalla- pero parece que ahí se limita la visión de Kurzel. No hay más por debajo de lo que dice el autor original. Fassbender grita, simula muecas y hace lo que puede para sostener un protagonismo que se le va soltando. Este Macbeth carece de carisma. Kurzel apuesta por la solemnidad más fría, imposible para empatizar. Aunque puede resultar muy atractivo apoyar una propuesta que se sostiene solamente por la estética, Macbeth demuestra que la pasión por un texto es apostar por la gracia innata. No sirve que cada letra esté donde deba estar.
Una oscuridad de diseño antes que moral La versión del realizador Justin Kurzel de la trajinada obra de Shakespeare (adaptada antes al cine por Welles, Kurosawa y Polanski, nada menos) peca más por falta que por exceso. Oscuridad más escenográfica que moral, crudeza estetizada, intensidad dramática en sordina: el nuevo Macbeth encaja sin accidentes con tendencias, vicios o cortedades de la época. En línea con las películas del artista visual británico Steve McQueen (Hunger, Shame, 12 años de esclavitud), aunque con menos afectación estética, la nueva versión del clásico de Shakespeare representa una suerte de “darkismo” de diseño: una temática risqué (el trato de los presos políticos en las cárceles británicas de los 80, la adicción sexual, el esclavismo, en aquéllas; la desmesurada ambición de poder y el crimen político, aquí) se ve subsumida en aguas de una presentación visual calculada, prolija, eventualmente “bella”. Se diría que el público potencial de este Macbeth coproducido por los hermanos Weinstein son algunas señoras bián con ganas de darse un baño de cultura, si no fuera que ése era el público de la función a la que asistió el cronista, y las señoras salieron un poco furiosas con tanta víscera a la vista, y mucho con tanto diálogo poético.Como en otros casos recientes, el realizador Justin Kurzel (que se larga a abordar Shakespeare con sólo una película en su haber) y sus guionistas, Jacob Koskoff, Michael Lesslie y Todd Louiso, optaron por reproducir tal cual los diálogos de Shakespeare. Pero no haciendo entrechocar su lirismo y cadencia, su carácter meditativo, con un deliberado y ruidoso pastiche de puesta en escena (como Baz Luhrman en Romeo + Julieta, Richard Linklater en Ricardo III y el insospechable Ralph Fiennes en Coroliano), sino ajustando ésta a una suerte de arqueología histórica procesada. Recordando el primitivismo casi abstracto de la versión Welles (1948), la de Kurzel y su diseñador de producción es una Escocia del siglo XI, hecha de construcciones en piedra viva, togas de telas rústicas, mucha niebla y bruma. La historia es transcripta con fidelidad: recién ascendido por el rey Duncan (el reaparecido David Thewlis) tras una victoria militar, el fiel Macbeth (Michael Fassbender) recibe de tres brujas (a las que aquí se les suma una niña) la predicción de que será rey, aunque sin dejar descendencia.Macbeth y, sobre todo, su mujer (Marion Cotillard, hablando un impecable inglés), deciden apresurar el vaticinio e invitar a Duncan a celebrar la victoria en su morada, aprovechando la noche para asesinarlo, inculpando a sus guardias y permitiendo así que la corona vaya a parar a la cabeza del dueño de casa. Macbeth duda, su esposa lo instiga, la culpa y la paranoia comienza a corroerlos (sobre todo a él), todos a su alrededor serán sospechosos de conspiración, la traición se ahondará con más crímenes y el bosque de Birnam llegará a Dunsinane. Dejando de lado unos ralentis y accelerandi muy de videoclip (usados, como en la ultradigital 300, en las escenas de batallas) y una planta de luces en la que puede “verse” el esmero de los técnicos en colocar cada vela en su lugar preciso, esta Macbeth posterior a las de Welles, Kurosawa y Polanski peca más por falta que por exceso.El elenco, con los papeles de Banquo, Malcolm y Macduff bien cubiertos por confiables secundarios británicos, es convenientemente sobrio y funcional, sin rémoras teatrales. Tampoco las hay en Fassbender y Cotillard, que están justos. Justos, pero descafeinados. La ambición de Macbeth y Lady Macbeth es tal, la profundidad de su traición tan perversa, la culpa que luego los embarga tan deletérea, que las actuaciones, la puesta en su conjunto, reclaman un carácter febril que aquí ni se roza. Llena de angulaciones y transpirados primeros planos, la versión Welles transmitía un progresivo descontrol de los sentidos. La de Kurosawa (Trono de sangre, 1957) hacía puente con los cuentos de fantasmas japoneses y aprovechaba la presencia de las brujas para llenar la pradera de vapores infernales. Polanski expurgaba su propia sangre derramada en su versión de los 70, convirtiendo al antihéroe poco menos que en un carnicero. La versión Kurzel permite encender algún celular durante la proyección y dirigirse a la salida hacia el patio de comidas, sin que la hamburguesa caiga más indigesta de lo que es.
Otro “Macbeth”, con esteticismo y crujir de huesos Tiene lo suyo esta nueva versión de "Macbeth". Mucho manierismo, masacres en cámara lenta, guerreros de cara pintada, grupos en composición geométrica, filtros de colores y demás chiches. Mucha sangre, también, mucha roña y crujir de huesos como pocas veces se oyó hasta ahora. Mucha niebla, desolación, paisajes imponentes de los highlands de Escocia, oscuridad creciente, como crece la negrura en el alma de sus personajes. Y un poquito de comprensión psicológica: la pareja actúa así como una forma de compensación porque ha perdido un hijo. Y ella, pobre mujer, no es que sea tan manejadora como dicen, más bien alienta al marido a cumplir sus sueños. Esta nueva versión también tiene actuaciones excelentes, sobre todo la de Marion Cotillard, por encima de Michael Fassbender en las escenas a solas, y eso que el hombre le sabe dar carnadura y terrible locura a su personaje. Bueno, más loca estará ella. Todos recitan sus textos con bastante naturalidad, y además la adaptación simplificó la historia y redujo diálogos y soliloquios sin afectar demasiado el espíritu de la obra (y aun así puede que algún neófito diga que es muy teatral y demasiado hablada). Entre las novedades, están las brujas: tres mujeres jóvenes y una nena de comportamiento aparentemente normal. Nada de viejas horribles, ni tampoco el otro extremo de las tres colegialas dañinas en la "versión contemporánea" del australiano Geoffrey Wright. El autor de la que ahora vemos, Justin Kurzel, también es australiano, y ansioso de llamar la atención, pero al menos respeta bastante a Shakespeare. Y está bien acompañado por el elenco, el director de fotografía Adam Arkapaw, la diseñadora de producción Fiona Crombie, un músico que debe ser pariente suyo, Jed Kurzel, tres adaptadores que se han dado maña, etc. Con todo eso, y repasando las decenas de versiones que se han hecho de "Macbeth", diríamos que Kurzel está casi al nivel de Roman Polanski. Y ambos por debajo de Akira Kurosawa, cuyo "Trono de sangre" sigue siendo excepcional (y ningún Macbeth muere como Toshiro Mifune en esa película). Para curiosos, cabe anotar las de Sean Connery, 1961, y su hijo Jason Connery, 1997, dos auténticos escoceses, la clásica de Orson Welles con fotografía expresionista, y una de terror de Rupert Goold, con doble o y tres enfermeras asesinas. "Lady Macbeth en Siberia" ya es otra cosa.
Los actores estan bien vuelven a brillar las actuaciones de Michael Fassbender (“Bastardo sin gloria”) y Marion Cotillard (“Dos días y una noche”) a pesar que en algunas escenas no son bien aprovechados. Con importantes batallas, cuadros que parecen pinturas, un gran despliegue, visulamente genial. El problema es que no llega a emocionar y algunos planos se encuentran mal aprovechados
La obra original es uno de esos textos que cualquiera debería leer alguna vez. No hay muchos textos así, aunque Shakespeare tiene varios en ese selecto conjunto. Pero que la gloria del Bardo no nos impida ver lo que hay en esta estilizadísima, sangrienta e hiperactuada versión de la obra. El tono de la película se acerca mucho más a un experimento pop: “Ey -parece decirnos con sus neblinas y contraluces el director Justin Kurzel-, ¿cómo sería Macbeth en la era de Game of Thrones?” Y ahí vamos, recordando mucho más el triste destino de Jon Snow que el terrible conflicto del usurpador y su venenosa esposa. Fassbender y Cotillard, sin embargo y a pesar del respeto al texto, parecen divertirse, jugar una especie de concurso de consagración actoral y hay momentos en que les sale todo bien (otros, en cambio, donde les sale todo mal). El resultado final no es aburrido, no es feo y no es memorable. Paradójicamente dada la historia del general que acaba con el buen rey Duncan, la falta de traición al original es lo que lo hace apenas una ilustración aggiornada del texto clásico, trabajado con la intención de que el espectador no sienta que se le está imponiendo la “alta cultura”, sino al revés: demostrar que la “alta cultura” alguna vez fue cultura pop. Consejo: la versión de Orson Welles rodada en cinco días es mejor, vale la pena comparar ambas pare entender dónde el alto diseño disuelve la gloria.
La puesta en escena impactante de esta nueva adaptación de Macbeth termina afectando el sentido trágico de la obra maestra del dramaturgo inglés. No siempre respetar la letra implica respetar el espíritu. Si bien, en casi todas las adaptaciones de obras de William Shakespeare que se produjeron desde principios de la década de 1990 se impuso el canon Kenneth Branagh de conservar cada coma de los parlamentos originales, eso no significa que los resultados estén garantizados. Macbeth, del director australiano Justin Kurzel, tiene la enorme virtud de ser tan ambiciosa en términos visuales como lo era la imaginación verbal del dramaturgo inglés. Su puesta en escena es impactante, aunque no pocas veces deja atrás la frontera de lo pomposo y se interna en esa forma extrema del mal gusto que es el buen gusto declamado. El gran problema con el que debieron lidiar todas las adaptaciones cinematográficas de Shakespeare es la tensión entre las palabras y las imágenes. ¿Cómo hacer que estas últimas no sean sólo una mera ilustración de las primeras? Ese problema, obviamente, no se presenta en la lectura. De allí que el crítico Harold Bloom, especialista en Shakespeare, haya llegado a afirmar que no tiene sentido representar sus obras, pues el mejor escenario posible para ellas es la mente de un lector. La cuestión entonces podría reformularse así: ¿cómo puede la imagen competir con la imaginación? La respuesta de Kurzel en este Macbeth fue intensificar la imagen, potenciarla de tal modo que cada cuadro de cada escena tenga el poder estético (pictórico, uno está tentado a escribir) suficiente como para colmar esa distancia entre lo visible y lo imaginable. El problema es que en términos de representación plástica, sus “cuadros” remiten al academicismo del siglo 19, con un abuso de claroscuros, contrastes y simetrías, lo cual convierte a la película en una especie de visita al museo al que asistimos en carácter de rehenes. Más allá de la ironía, el exceso de composición visual tiende a quitarle dinamismo a la tragedia, algo que el frecuente recurso de la cámara lenta lleva hasta el paroxismo y la autoparodia involuntaria. Si Macbeth es considerada una de las obras maestras del teatro de la crueldad, poco debería importar la estetización de esa crueldad. Pero aquí se produce el extraño caso de que la estetización contradice a la crueldad y viceversa. La ineficacia dramática y narrativa que entraña esa contradicción no puede leerse como distanciamiento crítico, ya que no induce a pensar sino a bostezar. Por supuesto, Kurzel y sus guionistas se permiten también deslizar una interpretación psicologista, como es suponer que la infertilidad del matrimonio Macbeth explica sus acciones terribles, con lo que incurre en un doble error: inventar un seudo-Freud y creer que Freud es algo más que una nota a pie de página de las mejores obras de Shakespeare.
La reciente adaptación del clásico Shakesperiano encuentra su camino a la modernidad sin faltar a su trágica esencia. Macbeth, hombre conducido por la ambición, tanto suya como por la de su esposa, llega a ser rey, sólo para dar cuenta de lo afilada y mortal que es la espada de Damocles que pende sobre el. Rápidamente Macbeth es consumido por la locura llevando a todos aquellos que lo rodean a la desesperación y la muerte. El film dirigido por Justin Kurzel (el encargado de la adaptación de Assassin’s Creed) se inscribe entre esas grandes obras donde las actuaciones eclipsan la pantalla, la orquesta se organiza de tal forma que las interpretaciones no dan respiro. La cinematografía, realizada con una visión ejemplar de la épica, da paso al motor sentimental del texto, tanto en la voz como en el cuerpo del actor.
Una locura sin límites El director australiano Justin Kurzel no se acobardó ante la empresa que le propuso su amigo Michael Fassbender: dirigir "Macbeth", una de las tragedias más representadas en el cine por próceres de la industria como Polanski, Kurosawa y Orson Welles, entre otras muchas adaptaciones. Al contrario, el australiano creó su propia puesta en escena fiel al original aún en el guión, y encaró el texto sobre el sanguinario rey de Escocia y su ambiciosa reina subrayando el contexto hostil del siglo XI y el paisaje como un personaje más. A eso le aportó un actor como Fassbender que transpira, sangra y mata, y ama, odia y llora lágrimas de culpa, todo con la misma convicción en medio del barro, de la muerte y de la guerra. Kurzel realizó una brillante recreación de la época y aportó hiperrealismo a las escenas de sangre y de batalla, y contó con un elenco impecable aún en los personajes secundarios. Como coprotagonista lo acompaña de manera magistral la francesa Marion Cotillard como Lady Macbeth. Como otro personaje del Bardo que antes ponía veneno en los oídos de su víctima, ella le susurra su frustración y codicia que terminan definiendo el desenlace. Un gran lanzamiento internacional para Kurzel que se metió con un clásico ambientado en la Escocia del siglo XI, pero que sigue ahí para recordar la locura del poder sin límites.
Invencible de hombre nacido de mujer Qué osadía, filmar una nueva Macbeth, tras el antecedente de la majestuosa versión escrita, dirigida e interpretada por Orson Welles, en 1950, y el de la diabólica versión de Roman Polanski, hecha veintiún años después: un baño de sangre que muchos colocan en la cima de la carrera del polaco. Pero el director australiano Justin Kurzel no arrugó ante la historia y sus quilates. Su Macbeth lleva, en cierto sentido, la osadía y la virulencia de sus predecesoras a extremos sólo permisibles en el cine comercial de hoy. Escénicamente, Kurzel sitúa al drama de William Shakespeare en unas Highlands escocesas que oscilan entre la barbarie celta de barro y sangre, y un lujo gótico algo tardío. Pero bueno, es Hollywood. Y si hay algo inobjetable respecto de este film, es su vorágine visual, su alternancia de belleza y brutalidad (e incluso, si cabe el oxímoron, brutal belleza). La elección de Michael Fassbender como uno de los traidores más famosos de la historia es otro fuerte de esta versión. El irlandés nunca falla en la creación de seres sinuosos, y desde el momento en que Macbeth tropieza con las tres enigmáticas brujas, aquellas que le tiran un karma lacerante, Fassbender muestra la transformación con histrionismo perfecto. Como Lady Macbeth, Marion Cotillard es, quizá, aún más soberbia, en el sentido opuesto a Fassbender: si este último entrega todo y más de lo imaginable para representar a alguien que traiciona a su rey y, luego, no escatima barbarie para ocupar el trono de por vida, Cotillard, como su fogonera, trabaja los intersticios del estereotipo de serpiente; su Lady M. es menos cruel que una adorable seductora. La performance de Fassbender es también, previsiblemente, extrema. Su destreza física se destaca en todas y cada una de las escenas de acción, y a esta altura cabe preguntarse si la figura de actor no va mutando, año tras año, film tras film, en la del verdadero atleta del nuevo milenio. Más allá de estas consideraciones, Macbeth modelo 2015 no alcanza la virulenta genialidad de sus predecesores, pero ocupa con honra un tercer puesto en el podio. Lo cual no es poco.
Entre lo superficial y lo complejo La universalidad en los temas que integra la obra de William Shakespeare es lo que habilita la variedad de tonos que tienen las diferentes adaptaciones que se han hecho en el cine: desde la comedia de enredos a las tragedias, pasando por la acción e incluso la fantasía, si tenemos en cuenta que Star Wars puede ser vista como una visita a las traiciones familiares tan típicas del bardo. En este contexto, el nuevo Macbeth dirigido por Justin Kurzel y protagonizado por Michael Fassbender y Marion Cotillard se balancea entre el respeto al texto original -y a la solemnidad de la alta cultura vinculable con el teatro clásico- y las nuevas audiencias que se acercan a estas temáticas por medio de historias como Game of thrones o 300. El cuidado por parte de la puesta en escena está dado en el hecho de que la experiencia no sea ardua para quienes vayan buscando la mera historia de traiciones y luchas por el poder, ni tampoco demasiado ligera para quienes vayan pensando en el original o en las versiones más clásicas como la de Orson Welles. Entonces, a secuencias de un impacto visual asegurado, con un grado de violencia estilizada altísimo, se suceden parrafadas dichas con aire trascendente, incluso un trabajo sobre los diálogos (de lo diegético a lo extradiegético) que genera una sensación de cuento sobre el poder, la traición y la ambición desmedida. Lo cierto es que más allá de lo experimental del asunto, este Macbeth funciona mucho mejor cuando la narración se sumerge en la serie de giros y eventualidades que propone la historia, que cuando se pretende alta cultura y los intérpretes recitan los parlamentos: de hecho tarda bastantes minutos en arrancar, como si la fusión de estilos no terminara por hacer sistema. Fassbender y Cotillard parecen lidiar con ello, pero también disfrutarlo por momentos: precisamente el trabajo actoral es un gran termómetro para medir los aciertos y las fallas de esta película. Se entiende que para los actores es un placer enfrentarse a Shakespeare, pero muchas veces ese placer se convierte en padecimiento cuando se lo vive desde un lugar tortuoso de la simulación. Macbeth es la historia de un tirano, pero también de esa mujer perversa que se esconde tras su figura. Hay que decir que esta nueva versión minimiza, tal vez por la corrección política de estos tiempos, el lugar de esa mujer manipuladora. Y es una pena cuando uno de sus atractivos principales es la fricción que se genera entre la intensidad de Fassbender y la naturalidad de Cotillard. La actriz, que elabora una construcción más compleja, va perdiendo lugar ante la venalidad del actor. Esto, que parece un choque de estilos, es una demostración final de cómo la película termina prefiriendo un poco la superficialidad de su estética algo maniquea a la hondura emocional de sus personajes.
La más griega de las tragedias Shakespeareanas vuelve a la pantalla grande en una más que interesante adaptación de Justin Kurzel. Estilizada, épica y original, la obra del literato inglés más vigente que nunca. Lo hermoso es feo y lo feo es hermoso En más de un siglo de cinematografía, la obra de Shakespeare ha tenido todo tipo de adaptaciones; algunas extremadamente fieles al material original y otras que directamente pueden llegar ha dar vuelta todo el relato original. Tanto de un lado como otro se pueden encontrar films excepcionales y tan diferentes como pueden ser Hamlet de Laurence Olivier o Ran de Akira Kurosawa (Adaptando Rey Lear). Lo llamativo de este film es como su realizador, Justin Kurtzel, ha logrado sublimar estas dos tendencias e incluso incorporarle elementos de géneros impensados como escenas de acción y batallas en slow motion. De alguna forma, todo funciona y se complementa a la perfección (es como si Zack Snyder fuera buen director). En ningún momento el director opta por otorgar una versión naturalista pero tampoco termina siendo inaccesible para el espectador. Por un lado, los diálogos están directamente extrapolados de la prosa original, no dándole otra alternativa al espectador más que sentarse y prestar atención. Sin embargo, la puesta y la fotografía construyen una rara mezcla de-algo-así como un minimalismo ampuloso; austero y recargado, historicista y contemporáneo al mismo tiempo. Esta particularidad desestima la distancia que puede darse entre la película y el receptor. En un momento puede haber un soliloquio y en otro violencia visceral salida de una de Ridley Scott. En las montañas de la locura Con Macbeth podríamos dedicar un buen tiempo a elogiar la extraordinaria belleza de sus imágenes, pero la verdad es que nada funcionaría sin la labor de los actores encargados de interpretar los complejos roles principales que la obra demanda. MIchael Fassbender es la clave para que todo funcione, se pone al hombro la película con sus expresiones, su dicción, su cadencia, básicamente impone el ritmo y teje todo las redes argumentales que engrosan la trama. Si hay un flanco por el cuál se le puede entrar a este largometraje es por el lado del personaje de Lady Macbeth interpretado por Marion Cotillard, un punto clave (oh, you damned spot!) en la historia y catalizador de la ambición desmedida de su marido. En un contexto plenamente escocés, es notorio el acento extranjero de la francesa; desde otro angulo su malicia nunca llega a ser igualmente proporcionada a su arrepentimiento. Pero ésto no parece ser casualidad ya que se hace hincapié en su resentimiento ante su frustración maternal, otorgando fundamento a su conspiración. Lo cual no quiere decir que se tenga que convertir en una villana maquiavélica, sino que por la impronta de Cotillard las escenas más oscuras no funcionan tan bien como aquellas en las que muestra su fragilidad. Conclusión Macbeth no sólo captura la esencia de uno de los escritos más importantes de Shakespeare, sino que también aporta innovación y originalidad con su particular enfoque y prodigiosa dirección. El próximo proyecto de Kurzel es Assasin’s Creed, quizás pueda vencer a la profecía y por fin alguien sea capaz de otorgar una buena película basada en un videojuego.
El barro primario que hace al rey Con acento en la violencia, el director australiano recrea la obra y la estructura en visiones, asesinatos y guerra. El dominio necesita de secretos, pero Macbeth no los soporta. El poder como elucubración y fascinación es uno de sus ejes. ¿Qué es lo que Macbeth tiene para decir ahora, hoy, embadurnado de un barro primario, tal vez permanente? Realizadores eclécticos le filmaron, desde registros epocales cambiantes. Todos propicios para la tragedia que persigue a este rey alucinado. Así, Roman Polanski y Akira Kurosawa, a partir de la sombra ejemplar, que crece siempre más, de Orson Welles. En esta nómina ilustre se inscribe la versión del australiano Justin Kurzel, que actualiza un relato de personajes alienados, en trance, caídos en esa vorágine que tiene al poder como horizonte. El "poder" o aquello que les permita alcanzar un "más allá" indefinido, por encima de lo predestinado, que sea trascendente. Un "poder" entendido como concepto maleable, de elucubración y fascinación humanas. En esta línea fina, que bordea la sinrazón, la nueva Macbeth se propone abismar a sus personajes, a partir de un tono dramático sobrio, preocupado por no transgredir una narración monótona, por fuera de la cual la atmósfera sucumbiría. Los momentos donde Macbeth se enciende son los bélicos y en los asesinatos. Planificados desde un horror meticuloso: la sangre se esparce espesa, los rostros se congelan en espanto, las dagas suenan al hendir la carne, los gritos rugen. La escena inicial, brutal, se vale a su vez de la acción rallentada, y no es una decisión superflua -a riesgo de resultar esteticista-, sino consecuente con una mirada hundida en ese horror del que ya nunca más se saldrá. Las brujas lo saben. Es decir, los rostros de esta Macbeth son vistos desde una construcción del cuadro que es fascinante pero algo distante. Aun cuando las escenas bélicas sean bestiales, la fascinación que promueven tiene su respuesta en los primeros planos de seres humanos raídos, ofuscados en ese mundo y por ese mundo. En todo caso, lo que oficia sobre ellos como semántica yuxtapuesta es el montaje. Rostros de personajes que son títeres de una lógica mayor, cinematográfica -el cine es montaje, es operación intelectual-, que les articula a la manera de las mismas brujas que observan los hechos en la vida del rey maldito. El montaje -mirada estética del realizador- recorta y reformula como el fatum griego lo hace con sus personajes. Dice Shakespeare en el Acto V de Macbeth (también en el film): "¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más...; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!". Apenas dos horas que volaron para adherirse al espectador de manera inevitable, víctima de un mismo hechizo, alucinado también por esas visiones de brujas y fantasmas que el cine es. (Justamente, es sobre el inicio de Trono de sangre, el Macbeth de Kurosawa, donde Gilles Deleuze ubica uno de sus ejemplos de alteridad espacio-temporal cinematográfica, desde la secuencia siguiente: el blanco de la pantalla, la niebla blanca, la otra realidad escondida). ¿Qué es, entonces, lo que Macbeth significa? Antes que dar significado o respuestas -algo que el cine acarrea como látigo que le hiere-, mejor caer en la vorágine de estos personajes sin/con corona, a la vez hundidos; mejor caer en esa contradicción que les debate en un dolor del que pretenden, paradójicamente, estar liberados. La vista contradice, lo observado se desdobla, el matar deja de ser loable. Lady Macbeth le susurra al marido, le subyuga con su boca dulce, capaz de proferir espantos. El, sonámbulo y venerado. Todos le celebran mientras dice incoherencias. Por detrás, como abanico, un manto de rostros pétreos, eclesiásticos (que recuerdan los del cine de Eisenstein) le acompaña. En suma, un aparato de poder humano, sólo humano, insólitamente respetable. El rey Macbeth es la cúspide temporal de esta ridiculez. El andamiaje funciona y funcionará merced a sus cancerberos, esa hilera de tintes dorados, con caras viejas y cruces. Si Marion Cotillard es una Lady Macbeth de boca hermosa -que dice de manera encantadora, con dientes perfectos, mirada en celeste-, Michael Fassbender compone un cuerpo estatuario, que disimula como puede lo que sus ojos ven, atravesado por una maldición indoblegable (un cuerpo que sabe soportar laceraciones, tal como el actor ya lo demostrara en sus colaboraciones con el director Steve McQueen o a través de su androide en Prometeo). Entre los dos no hay combustión sexual, sino una operatoria de marionetas sumidas en traición, cómplices e incapaces de tolerar el tormento invocado, así como la maldición del hijo perdido, en un recurso reelaborado por la película. Prueba de la inmersión de ambos en este submundo atroz es la extrañeza de la película. A medida que el film se hunde, los espacios comienzan a perder figuración. Primero serán tiendas de campaña, luego un castillo, después el ofuscamiento que culminará en un rojo total, a partir de la tarea magistral del fotógrafo Adam Arkapaw (presente en series como True Detective y Top of the Lake). El raid de este Macbeth -presuntamente, el de toda versión sinceramente preocupada- es el de un ciclo humano, visceral, donde las muertes y venganzas son las promesas de otras tantas más. Un barro primario que el protagonista no puede lavarse, una vez sucio de él. Uno de los planos finales, al detallar la corona con sus símbolos, prevé la inevitable continuidad de las versiones que sobrevendrán, así como recuerda esa mirada afiebrada que en cuerpo y alma se debatió con el cine y desde el cine hacia sus truhanes: allí, entonces, Orson Welles como ese rey que sabía que lo era, mientras procuraba un enfrentamiento desigual. Sólo él pudo ocupar esa corona maldita. Su versión, de hecho, tiene lugar en una época casi prehistórica, entre cavernas. Y mucho barro.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
GRAVITAS PARA TODOS El brutal film de Kurzel empieza con Macbeth (Michael Fassbender) y su esposa Lady Macbeth (Marion Cotillard) colocando conchas de ostras en los ojos de su hijo muerto, un rito funerario antes que el pequeño cuerpo sea quemado. Tradicionalmente, a Macbeth se lo ha retratado como hambriento de poder. Con esta escena, el guión lo redefine -en principio- como un hombre traumado. Sin ataduras por el dolor, será la ambición la que llene el vacío. Ferozmente actuada, la energía de Fassbender electrifica la pantalla. Absolutamente convincente como el guerrero, con un rostro de mapa de cicatrices y mirada de un hombre que ha visto demasiada muerte. La idea que tenemos de Lady Macbeth a menudo puede ser difícil de soportar, gritona y bidimensional y por supuesto manipuladora, tanto que “Lady Macbeth” se ha convertido en un -no tan leve- insulto para definir a ciertas mujeres, sin embargo, Cotillard, la interpreta de manera sutil y humana -dentro de las posibilidades que le da el personaje- y si bien lucha con el acento, no afecta el hecho de ser “la” obra escocesa por excelencia. Las locaciones corren el riesgo de eclipsar las actuaciones por los impresionantes elementos naturales de las salvajes highlands de Escocia, que con su dura belleza, es un paisaje que parece tener un impulso asesino propio. Considerada la más cinematográfica obra de Shakespeare, sigue siendo un libro largo de personas hablando en habitaciones. Pero el guión hace inteligentes movimientos de alquimia para convertir el teatro en cine, y cuando lo hace, es fascinante. A la vez, en los momentos más reflexivos y charlados mantiene el interés y la tensión. La colorimetría es deliberadamente vívida, con altos contrastes que dejan el rojo sangre de las batallas salpicando los ojos. El soldado que habla como un poeta, Macbeth fue retratado muchas veces como un caballero patotero, Fassbender lo interpreta como un asesino desquiciado con sentimiento de culpa. Cuando él escupe, “Oh, estoy lleno de escorpiones es mi mente!” uno los puede oir caminar por su cabeza. Triste como un depósito de cadáveres, este film es aún más brutal que la obra, ingeniosamente rastrea la trágica caída de un hombre relativamente bueno hacia un infierno donde encuentra al asesinato como algo demasiado insignificante como para no hacerlo una y otra vez. Este Macbeth de Kurzel, no es el Macbeth de Polanski o el de Welles -o cualquier otro Macbeth- y eso es un logro considerable en sí mismo.
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Espectacular versión de un clásico "Macbeth" del director australiano Justin Kurzel ("Snowtown") es una nueva versión cinematográfica que logra captar el espíritu de la tragedia original del célebre dramaturgo William Skakespeare y a la vez le adiciona belleza visual e interpretativa. Una aclaración para el espectador: La película es una adaptación de la obra que de por sí es compleja y que respeta varios de los diálogos originales en ese inglés antiguo y poético que la caracterizaban. Por lo cual uno debe estar predispuesto esta dinámica cuando se siente a verla, sino se le va a hacer cuesta arriba y probablemente le resulte pesada. Dicho esto, creo que el trabajo de Kurzel fue muy bueno. No sólo logra captar la esencia de la historia sino que ofrece una versión épica, visualmente hipnótica y desgarradora. El trabajo de cámara y fotografía es para resaltar. Logran grandes momentos de cine, con paletas e imágenes que van tiñendo el avance inevitable de la tragedia. Por el lado interpretativo también es para destacar la labor de todos los actores, pero sobre todo la de la pareja protagonista, Michael Fassbender ("X-Men: First Class", "Steve Jobs") como Macbeth y Marion Cotillard ("Inception", "La vie en rose") como Lady Macbeth. Acompañan David Thewlis, Jack Reynor, Sean Harris y Elizabeth Debicki entre otros. Un gran elenco realmente. En cuanto a la trama, los que hayamos leído la obra sabemos de qué va y es realmente un tragedia oscura y psicológica, que en esta ocasión es respaldada por escenas de gran ferocidad y crudeza. Para los que no están familiarizados con la historia, trata sobre la decadencia de un noble escocés que fue una vez un héroe de guerra, pero luego, obsesionado con profecías de grandeza y poder con las que envenenaban su mente un grupo de "brujas" e incluso su misma esposa, asesina a su rey y ocupa su lugar instalando un reinado de crueldad, traición y oscuridad, hasta su trágico final. Si no te gusta Shakespeare, no te va a gustar la película ya que "Macbeth" es juntamente una de sus más emblemáticas e icónicas obras, donde se despliega de manera muy palpable la forma de escribir y contar historias del dramaturgo. Creo que es un muy buen producto cinematográfico que va a ser recordado como una de las mejores versiones adaptadas, con buen cine para disfrutar. Eso sí, con la mente abierta y a sabiendas de que estamos viendo Shakespeare en el cine.
La trayectoria de los textos de Shakespeare en el cine ha sido irregular. Dentro de ese conjunto compuesto por adaptaciones fieles al papel y reinvenciones posmodernistas (La Romeo y Julieta de Baz Luhrmann, por ejemplo) se encuentran tanto grandes obras maestras del séptimo arte como también experimentos fallidos que no supieron sortear los obstáculos que genera trasladar a imágenes la cadencia teatral shakespeariana. Macbeth es quizás uno de los textos mas oscuros y definitivamente el mas violento del dramaturgo inglés. Orson Welles se atrevió a llevarla a la gran pantalla en una versión sumamente clásica en 1947. Casi diez años después, le seguiría Akira Kurosawa con una visión del texto más libre y adaptada al mundo oriental en tiempos del feudo y samurais con la gran Trono de Sangre. Por último, en 1971 sobrevino la que es para muchos la mejor epopeya cinematográfica de la obra con la violenta versión de Roman Polanski, que en ese momento usó la crudeza y la crueldad de la historia para exorcizar los demonios que le habían provocado la masacre de su esposa, Sharon Tate. Con estos antecedentes, el director australiano Justin Kurzel se atreve a las comparaciones con esas grandes leyendas del cine y entrega una versión extremadamente diferente a las anteriores. Siendo una adaptación literal de la obra del dramaturgo, su poder de inventiva radica en su esteticismo, generando un contraste entre el clasicismo de la obra y lo sorpresivamente moderno de su puesta en escena. Filmada en las montañas escocesas, Kurzel se despoja de cualquier signo de minimalismo y decide explotar las posibilidades que brindan los espacios naturales sirviéndose de planos abiertos y una fotografía soberbia a cargo de Adam Arkapaw que abusa de las sombras y la niebla constante. De los exteriores, pasamos a la claustrofóbica oscuridad de los espacios cerrados dentro de majestuosas construcciones de piedra donde se generan los momentos mas íntimos. Por otro lado, las escenas de lucha son completamente estilizadas y coreografiadas. Filmadas en cámara lenta, captando cada gota de sangre y cada espada que atraviesa la carne humana con gran detalle, recuerdan, por más extraño que suene, al salvajismo cómic de 300. De forma frenética y en cuestión de segundos la escala cromática varía de plano a plano, acentuando los rojos en uno para luego acentuar el amarillo o el azul en los siguientes, generando un deleite visual perfectamente diseñado para disfrutar en pantalla grande. Dejando de lado sus decisiones estéticas, claramente lo mas importante a la hora de llevar adelante una puesta de la obra de Shakespeare son sus intérpretes principales y aquí reside lo mas valioso de la película. Michael Fassbender como Macbeth está excelente, le da el matiz necesario para componer de la forma mas creíble a un personaje que va desde el remordimiento a la crueldad más extrema con una progresión detallada. A su vez, Marion Cotillard ofrece la mejor Lady Macbeth que hemos visto en el cine. En su mirada coexisten con éxito el poder de la maquiavélica y dominante mujer del principio y la sumida en la culpa del final. En lo explícito de sus imágenes, Kurzel elimina la distancia que puede generar la pomposidad del texto y te lleva a sentir la violencia, a oler la sangre y sufrir el descenso a los infiernos de cada uno de sus personajes. Macbeth es ante todo un estudio visceral de la crueldad del ser humano y del remordimiento y es bueno saber que el realizador australiano no omite la profundidad de la historia. En su segundo trabajo entrega una obra con elevada seguridad y confianza en sí misma, gracias a un combo compuesto por excelentes actuaciones y una dirección que huye con éxito de la cargante teatralidad dando como resultado una de las mejores películas del 2015.