Deseo y culpa en el Olimpo. Puede resultar hilarante pero lo cierto es que Madres Perfectas (Adore, 2013) es el típico proyecto al que actores y actrices veteranos no accederían a menos que pudiesen “comerse” a una contrafigura de la mitad de su edad, quizás no tanto por la exacerbación de circunstancias relativamente incómodas sino por el eje mismo del convite, nada más y nada menos que los numerosos corolarios del paso del tiempo. Sin lugar a dudas estamos ante la realización más interesante de Anne Fontaine, una directora que ya probó suerte en el terreno de la “provocación sutil” con las desparejas Coco antes de Chanel (Coco avant Chanel, 2009), La Chica de Mónaco (La Fille de Monaco, 2008) y Nathalie X (2003). Nuevamente los factores más sugestivos del film residen en la estructura que plantea el guión del talentoso Christopher Hampton, a partir de la novela de Doris Lessing, y en la espontaneidad con la que cohesiona los diferentes capítulos del relato: la historia comienza con una premisa extraída del cine porno de referencias incestuosas, continúa como un drama teatral/ “de probeta” vinculado a la aceptación de una situación extrema y su rompecabezas agravado, y finalmente cierra con la inflexión de una tragedia romántica de contraposiciones generacionales. Aquí el pretendido naturalismo no lo es tanto, en este caso tenemos un extrañamiento entre abstracto y distante, aunque siempre de tono humanista. Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) son dos amigas íntimas de toda la vida que habitan en un pueblito paradisíaco de la costa australiana. Hoy por hoy en la madurez, ambas son propietarias de una galería de arte y encabezan familias que podemos considerar “exitosas”, no obstante su vitalidad ha mermado de manera dispar: mientras que la primera aún arrastra el dolor por la muerte de su esposo, la segunda se ve en el dilema de consentir o esquivar la propuesta de su marido Harold (Ben Mendelsohn) de mudarse a Sídney por motivos laborales. Ahora bien, todo sería “normal” si no fuera por el romance que cada una comienza con el hijo único de la otra, esos dos muchachitos carilindos de apenas 20 años. Más allá del excelente desempeño de Watts y Wright, sumado al de los jóvenes intérpretes (Xavier Samuel y James Frecheville), el film funciona según una dialéctica atávica orientada a reformular esquemas mitológicos, en esta oportunidad bajo el tamiz de un “amarillo” brillante y omnipresente (playa, sol, cabellos, cuerpos, etc.). Si bien un tanto conservadora al momento de la configuración de las escenas de sexo, la obra se sostiene en un devenir erótico ambicioso, con múltiples flashforwards, y en un retrato volátil de los adonis de turno, esos catalizadores del enroque edípico. La psicología de las protagonistas deambula por un Olimpo terrenal que se debate entre el deseo urgente y la culpa parcial…
Madres perfectas es un film pasatista ideal para los que buscan argumentos poco comunes. Lo que sí, lamentablemente, le resta puntos y no ayuda mucho para mantener al espectador expectante o sorprendido es el hecho de que ya sepa por donde pasa la historia, pues para vender más entradas no hay sinopsis que no cuente que las...
La mirada del mar. Las miradas y los cuerpos nos devuelven una imagen sobre nosotros que se mezcla con otras miradas para construir una identidad. Esta es la base de la construcción de la personalidad: miramos y somos vistos, nos agradamos y desagradamos en un sentido fenomenológico. Madres Perfectas, el último film de Anne Fontaine, es la adaptación cinematográfica de la novela Las Abuelas (The Grandmothers), de Doris Lessing, la fallecida novelista británica que recibió el Premio Nobel en el 2007 por su compromiso literario con la causa anticolonialista y el feminismo. La novela relata la vida de dos amigas íntimas en Gran Bretaña y la relación que se establece entre sus familias, y confronta las convenciones sociales y los tabúes gregarios de nuestra sociedad creando pasiones al borde de lo tolerable. El film traslada la historia de Inglaterra a Australia. Roz (Robin Wright) y Lil (Naomi Watts) son dos grandes amigas que desde muy pequeñas han compartido todo. En las costas de una pequeña ciudad australiana viven rodeadas de una playa en un ambiente paradisíaco con sus familias. Mientras que Lil ha perdido a su marido en un accidente automovilístico, Ros vive con su marido en una casa a corta distancia. Entre los tres han criado a los hijos de ambas parejas, Ian y Tom, dos jóvenes atletas que han crecido surfeando y jugando entre la arena y el mar de las cristalinas playas. Ambas familias parecen una sola y todo parece ser perfecto en sus vidas pero lo prohibido llama a la puerta y los jóvenes comienzan una relación amorosa con la madre del otro, creando una situación que lleva a las parejas a encerrarse en una complicidad que roza el incesto. Las relaciones entre los cuatro se convierten en un secreto marginal que deben ocultar y todo se complica cuando Tom va a visitar a su padre a Sídney e inicia una relación con una actriz. De repente el paraíso comienza a volverse asfixiante y la felicidad de la alcoba solo es posible pagando el precio del aislamiento. La ruptura de todas las convenciones sociales de estas dos amigas y de sus hijos se convierte en una condena que pende sobre las cabezas de los protagonistas y el amor se desmorona cuando los jóvenes entran a su vida adulta y las mujeres toman distancia de la situación. Fontaine busca transmitir la atmósfera concupiscente de la novela en el film con largas escenas gestuales, conversaciones lascivas y situaciones que van en busca del amor prohibido. Con grandes actuaciones de Watts y Wright, y una excelente fotografía a cargo de Christophe Beaucarne (Mr. Nobody, 2009, Irina Palm, 2007), que busca un desborde de la naturaleza que sirva de contexto para el inusual intercambio sexual materno, Madres Perfectas intenta indagar en los límites del amor para encontrar su esencia. Con un exceso de prudencia y mesura, la propuesta es un ensayo de confrontación de la sexualidad, el amor y la necesidad de protección de un secreto insoportable que se dirige irremediablemente hacia la tragedia. El deseo es inconmensurable y todo lo que envuelve termina en pedazos.
Una delicada historia de complicidades Alguna vez pasó algo semejante. Fue en Rodhesia, un país del Africa que ya no existe, donde vivían pocos blancos, generalmente aislados en sus granjas. Una mujer enganchó al hijo de su vecina, y ésta al hijo de la primera, con pleno conocimiento y conformidad de ambas. Alguien se lo contó a Doris Lessing, que creció en esos lares y años más tarde escribió un cuento con esa base. En el mismo, desliza su mirada sobre la amistad femenina, los vaivenes del deseo y el amor, los permisos secretos y los grupos cerrados, el paso del tiempo, la conciencia de lo provisorio, el ejercicio de la discreción, y la natural adaptación a cada etapa de la vida, algo que cierta gente no acepta, sin saber lo que se pierde. El cuento se llama "Las abuelas", y encabeza un libro con relatos de ensoñaciones, frustraciones, y resignaciones, o no. Anne Fontaine, que ya había filmado historias de afectos poco recomendables ("Cómo maté a mi padre", "Nathalie X", luego recreada por Atom Egoyan en "Chloe", etc.) charló con la propia Doris Lessing, acordó interpretaciones, y encargó el guión a Christopher Hampton, que ya había adaptado una pieza de Colette, "Cheri", sobre cierta señora puesta a darle cariñosas enseñanzas al hijo de su amiga, con plena anuencia de ésta.Solo que se trataba de colegas de la noche, y no había reciprocidad, ni riesgo de reproche social. En la historia que ahora vemos, la transgresión y los riesgos son mayores, y también la simbiosis entre las dos mujeres e incluso entre los dos muchachos, al punto de hacernos pensar en la posible concreción indirecta de otra clase de deseos. La adaptación muestra unos pocos cambios: profesiones, lugares, el modo en que las cosas se revelan. La esencia, las tentaciones, torpezas y angustias siguen siendo las mismas. También las satisfacciones. Asimismo, Naomí Watts y Robin Wright siguen siendo hermosas, tentadoras, y además son excelentes actrices, capaces de mostrarse a cara lavada en las escenas dramáticas. Y los partenaires son jóvenes de linda facha y escaso nivel actoral, detalle que seguramente las espectadoras pasarán por alto. La historia se completa con un marido en retirada, un aspirante maduro que casi acierta en el secreto, dos chicas que podrían aportar unas tijeras para cortar los cordones, y un protagonista impresionante: el paisaje, de lindas casitas con vistas a un mar de playa blanca, solitaria, y aguas verdes transparentes, en la costa australiana. Así cualquiera se tienta.
Sutiles orgías Como si tuviesen 20 años menos, Naomi Watts y Robin Wright se entregan en este film al placer de la culpabilidad. En un remoto pueblo australiano, donde sólo abunda el mar transparente y la arena blanca, dos familias compuestas por madre, padre e hijo único viven el día a día de ese paraíso. Ambas mujeres son mejores amigas entre sí, casi desde que nacieron, e inculcan los valores de esa amistad dentro de sus respectivas familias. Todo marcha normal hasta que el hijo de una de ellas se enamora de la otra madre… y viceversa… multiplicado por dos… Madres perfectas (Adore, 2013) es la película ideal para ponerte incómodo en la butaca del cine. Creo que a nadie le gustaría tener que pasar por algo así, fuera de la fluidez con que la directora intenta convencer al espectador. Está claro que Anne Fontaine tiene cierta tendencia a complicar las cosas con triángulos prohibidos, al menos eso quedó demostrado con su película de 2009: Chloe. cuerpo2 Con el correr de los minutos, está claro que el desenlace de los hechos deberá ser dramático, como para justificar semejante idea. Una historia prácticamente improbable, en un contexto paradisíaco, con personajes que desbordan belleza estética. Por suerte para nosotros, los dos actores jóvenes no pertenecen al típico circuito comercial, aunque sí son el prototipo de joven australiano, corpulento, fachero y surfer. Quizás las edades de los personajes no se condicen con las de los actores, pero eso es tema aparte. En cuanto a los 112 minutos que perdura la cinta; es discutible, porque la extensión de algunas tomas o escenas está pensado, sencillamente, con la intención de comunicar la conexión que la familia tiene con esa idílica isla. Pese a lo enredado que es el drama, tranquilamente se podría haber resuelto en menos tiempo. Sólo era cuestión de omitir lo lindas que se ven las caras de todos esos actores rubios y de ojos claros, en semejante escenario. cuerpo1 El film peca de predecible, pero se respalda en otros atractivos como por ejemplo, actores secundarios que nunca antes había visto trabajar en cine. Personalmente no me creí la posibilidad de que Naomi Watts y Robin Wright puedan ser madres ¡y abuelas! En una misma línea, ya que en la trama, el tiempo pasa como si nada. Por otro lado, la realizadora no se guardó casi nada a la hora de rodar las escenas más osadas, apostando (se supone) al impacto que puede recibir el público al ver a dos pibes acostándose con la madre de su mejor amigo, que a su vez son mejores amigas entre ellas. A todo esto, el marido de Roz (Wright) queda pintado al óleo y hasta generan desconcierto sus repentinas apariciones, que incluyen confusos saltos. En resumen, quienes trabajaron en esta suerte de película independiente, la pasaron bomba.
No vamos a negar una evidencia primordial: como artefacto cinematográfico, Madres perfectas (Adore) no transmite mayor ímpetu que el que uno puede encontrar, digamos, en el protector de pantallas de una computadora. La ambientación -playa, selva, mar turquesa- es tan idílica y suave que acaba volviéndose directamente anodina, mientras las actrices principales lucen enajenadas y los conflictos se despliegan con una frugalidad desconcertante, al punto de ahogar todo latido dramático. El relato impone un cuadro liso y despejado de lo que supuestamente debía ser erótico o, al menos, perturbador. Pero este resultado no parece ser del todo involuntario, y eso justamente es lo intrigante. Es probable que a la directora Anne Fontaine no le interese tanto emocionar como materializar teorías. Ya en 2001, en el que quizás sea su mejor trabajo, Cómo maté a mi padre (Comment j'ai tué mon père), esta cineasta francesa se preguntaba si es posible transformar la abstracción psicoanalítica en cine. Amigas íntimas desde la infancia, Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) viven en una bellísima ciudad de la costa australiana. El marido de una murió hace muchos años y el marido de la otra transita por ahí sin dejar estela alguna. Cada una de las mujeres tiene un hijo adolescente. “Son como jóvenes dioses”, dicen las mamás orgullosas mientras admiran la destreza de sus chicos para dominar las olas. Un día Roz tiene sexo con el hijo de Lil y luego Lil se acuesta con el hijo de Roz. No hay mayores resistencias ni reproches más allá de alguna cachetada catártica. “¿Qué hemos hecho?”, pregunta Roz, a lo que Lili responde: “Cruzamos una línea”. Con este diálogo tan diplomático como ridículo se resume el cara a cara de las amigas, y son muchos los diálogos torpes que circulan en el film, como si se quisiera sugerir que, en realidad, en esta historia las palabras resultan inocuas, porque el lenguaje nunca a llega a articular la represión. No es necesario. Los tabúes no se padecen porque el deseo los excede, los pulveriza. Los personajes se permiten ser felices sin culpa. Y si uno había moldeado sus expectativas para espiar las vueltas de una pasión traumática, lo que la película hace, en su primera parte, es entregarnos escenas de absoluta libertad y plenitud. Lo que más angustia a los personajes no nace de los temas específicos del film (los códigos de la amistad, la diferencia de edad) sino de una cuestión mucho más universal: el temor al abandono. Y quizás no sea posible vivir siempre así, haciendo equilibrio en el borde. Las madres deben dejar que sus hijos tracen sus propios caminos e intenten adaptarse a la dinámica social. Por eso el relato, en una segunda parte, somete a los jóvenes al trámite de la convención. Matrimonio y procreación, mandatos que en esta historia particular solo llevan a pronunciar la dialéctica con aquel goce de la orilla. ¿Quién tiene el coraje y la energía psíquica para seguir el deseo hasta al final? ¿Cómo sostenerlo sin renunciar al mundo real? En la última escena comprendemos que los personajes de esta película no son seres humanos, sino apenas conjeturas dentro de un gran globo de ensayo. Su felicidad es pura especulación de la ficción. Nadie sobrevive aislado en una balsa en el medio del mar.
La casa de los líos Siempre resulta gratificante ver en pantalla grande a dos actrices de la talla de Naomi Watts y Robin Wright. Se ve que la maquinaria hollywoodiense que inhabilita y fuerza al destierro mediático a cualquier actriz que pase de los cuarenta años no ha pasado factura y aún existen vehículos para que dos veteranas que atesoran mucho carácter y ganas de demostrar lo buenas que son (y que están) se luzcan en una propuesta confeccionada a su medida. En Madres perfectas, traducción muy libre de la original Adore, las dos dan vida a dos madres que vivirán sendos romances torrenciales con el respectivo hijo de cada una de ellas. Vaya por delante que los retoños son dos auténticos armarios empotrados, con una musculatura y unas facciones helénicas que derretirían cualquier corazón femenino por muy familiar o mayor que fuera. Una vez todos encamados y emparejados, la acción se traslada unos años adelante, cuando los jóvenes se dejan seducir por coetáneas igual de esculturales y sus sufridas progenitoras deberán adaptarse a la cruda realidad de su edad. Esta socorrida trama explicada a bote pronto puede llegar a sonar al summum de la perversión, pero aquí se manejan códigos inversos, ya que en realidad se nos está ofreciendo una lectura conservadora encubierta en una falsa y maniquea provocación. Se adivinan propósitos libertinos que quedan en agua de borrajas cuando se arroja a la basura cualquier actuación extrema y se opta por un atisbo de conciencia puritana donde la pretendida inducción deja de ser legítima. Toda la turbación que se pueda desprender de estas variaciones audaces del complejo de Electra acaban siendo domados por la cobardía del convencionalismo. Las casi dos horas de duración del film no están bien aprovechadas y el guión adolece del suficiente interés para que no nos apercibamos de los notables socavones existentes en el libreto. Personajes que aparecen y desaparecen de escena por motivos demasiados obvios y tramas pretendidamente enrevesadas que podrían estar sacadas de cualquier culebrón venezolano no ayudan a un desarrollo argumental demasiado plano y repetitivo. Todo acaba pareciendo falso e impostado y tan sólo el buen hacer de las protagonistas, que saben trasladar a su terreno una historia que se enreda en su propio esnobismo, consiguen que acabemos comulgando con unas ruedas de molino demasiado indigestas. Sólo aconsejable para fans de las dos protagonistas, quienes por desgracia empiezan a enfrentarse al declive de su carrera si no es que se comprometen con otro tipo de propuestas más radicales y menos aparentes.
Madres perfectas no es una película mala pero tampoco es una película necesariamente buena. A lo largo de toda la cinta tiene elementos que la tiran tanto para un extremo como par el otro. Pero desde el principio hay una cuestión muy en clara: busca provocar jugando el juego de lo prohibido y el taboo y -parcialmente- lo logra. Este retrasadísimo estreno sobre las historias cruzadas de dos mejores amigas de toda la vida que comienzan a mantener relaciones cada una con el hijo adolescente de la otra se propone mostrar mucha piel convirtiendo en mainstream un incesto que no es tal si nos ceñimos en lo literal de la palabra pero que si se analiza en esta historia en particular no puede ser otra cosa. El espectador se encontrará a la espera de que el conflicto estalle y se llevará más de una sorpresa al respecto aún si intuyó el lugar para donde derivaría la trama. Las poderosas actuaciones de Naomi Watts y Robin Wright están a la altura de lo que el guión intenta (pero no termina de lograr) transmitir. Por momentos llama la atención la sinergia entre las dos actrices porque parece que están interpretando a un mismo personaje. Por su parte, Xavier Samuel y James Frecheville hacen un gran laburo para poder estar a la altura de sus consagradas y premiadas contrapartes. Un cuarteto con mucha química donde la sexualidad se une a un paradisíaco escenario natural. Ahora bien, el guión tiene situaciones y diálogos muy repetitivos y un par de secuencias poco verosímiles para personajes aparentemente cuerdos, tal como la directora (y guionista) Anne Fontaine quiere mostrar. Da la sensación que la cineasta no supo encontrar el balance ideal entre el morbo y la euforia dotando al film con una solemnidad innecesaria. Madres perfectas si bien provoca se queda en la mitad de camino de lo que se podría brindar con una historia de tales características y ahí es cuando el espectador pierde pese a los elementos buenos que la película posee.
Las razones del corazón Durante los últimos años, y gracias a películas como Cómo maté a mi padre (2001), Nathalie X (2004), Coco antes de Chanel (2009) o Mi peor pesadilla (2011), Anne Fontaine se ha convertido en uno de los pocos nombres del cine francés con apariciones medianamente regulares en la cartelera local. Ahora, la cineasta oriunda de Luxemburgo hizo las valijas para su debut angloparlante en la coproducción británico-australiana Madres perfectas. El resultado, esta vez, es apenas discreto. El film -cuyo guión fue coescrito por Fontaine con el cotizado Christopher Hampton a partir de la provocativa novela The Grandmothers, de Doris Lessing- sigue a Lil y Roz, dos hermosas veteranas (ni más ni menos que Naomi Watts y Robin Wright) unidas por una amistad cultivada desde una niñez en común. Ahora, ambas comparten prácticamente toda la rutina. Sus hijos, además, tienen una relación perfecta entre ellos. Hasta que, de buenas a primeras, cada una se “enamora” del vástago de la otra. El entrecomillado anterior debe leerse no como una nominación peyorativa, sino como la consecuencia directa de un film que pretende ser algo que finalmente nunca es. Porque aquí no hay un mínimo indicio (o sí, pero sólo uno y demasiado evidente) ni progresión dramática que le permitan al espectador (tratar de) entender el por qué de los distintos comportamientos, dando como resultado un film superficial, más preocupado por avanzar temporalmente antes que en la construcción de la profundidad psicológica de sus personajes.
¡Mamita! La nueva película de la directora Anne Fontaine (la misma de Nathalie X y Coco antes de Chanel) aborda una historia en donde los límites dentro de las relaciones se vuelven frágiles. La intensidad dramática brilla por su ausencia. Madres perfectas (Adore, 2013) es esa clase de películas concebidas desde y para el ojo burgués. Films como Chloe (2009), no curiosamente adaptación de Nathalie X, y Pasión inocente (Breathe in, 2013) forman parte de este singular grupo. Se trata de relatos en donde la cámara espía qué ocurre cuando la pulsión erótica va en contra del clima familiar y, claro, las consecuencias son muchas veces autodestructivas. Por lo general, el “happy end” (casi nunca demasiado happy) deviene en moralina pura y dura; se borra con el codo lo que se escribió con la mano y, pasada la turbulencia, todo vuelve al lugar que corresponde. El último opus de Anne Fontaine comienza con una gran elipsis; dos niñas hermosas corren alegres por un sendero, hasta llegar al mar. Antes de zambullirse, una de ellas extrae de un lugar oculto una pequeña botella con una bebida alcohólica, que la otra no se demora en beber. Secuencia mediante, las otrora muñequitas son madres jóvenes y mantienen intacta la belleza. La realizadora va al grano: belleza y una atracción “subversiva” insinuada en plena infancia. Todo (el antes y el ahora) con el imponente mar de fondo; Madres perfectas transcurre en un precioso pueblo costero de Australia. Las niñas devenidas madres son Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright), hermosas mujeres que tienen hijos ídem. A diferencia de Lil, Roz vive con su marido, quien no podrá ver (¿no puede o no quiere?) aquello que desde el comienzo late con fuerza; un coqueteo de cada mujer con el hijo de la otra. Pasado el efecto “sorpresa”, decidirán no reprimir las respectivas pulsiones. Ni ellas, ni los “chicos”. Sobre este aspecto, la película tiene un problema central: confunde la “ligereza” con la que las mujeres aceptan sus deseos (con “culpas” que se desmoronan en dos fotogramas) con la “ligereza” que rige al relato. Entonces, no se trata de animarse a habitar un más allá de los condicionamientos culturales, algo que no podría ocurrir en una película que filma a los cuerpos con tamaña pacatería. Cada una de las secuencias parece esforzarse por complicar la decisión inicial de “dejarse llevar” con el mismo rigor al que aspiran las novelas mexicanas. Que en un film de casi dos horas da como resultado un vendaval de situaciones inconsistentes que no profundizan en nada. “¿Le das a mi hijo? Bueno, yo le doy al tuyo. Uy, los chicos se están intentando matar. Bueno, como no se mataron los invitamos a cenar. OK, pero ojo: ya nos van a dejar cuando vean que somos viejas. Y bueh…, seremos buenas abuelas.” Y la lista sigue, hasta los límites de lo inverosímil. Cabe preguntar para quién Madres perfectas es la película ideal. Tratándose de una adaptación, tal vez, para los que conocen el material primigenio (tampoco un best seller mundial). ¿Será para aquellos que se fascinan ante los relatos de la decadencia del orden familiar? ¿O para los que apuestan por las emociones fuertes, percibidas a través de los ojos de mujeres que pasaron los 40 y demuestran que pueden seducir como si tuvieran 20? Da lo mismo: la inconsistencia dramática es tan grande, que para los dos tipos de espectadores las expectativas quedan truncas. No obstante, el dúo protagónico hace lo que puede (no dejan de ser dos buenas actrices), y sus hijos en la ficción (con trabajos actorales… discretos) harán de las delicias de las mujeres. Y de algunos hombres, también.
La directora y guionista Anne Fontaine dirige un drama intimista y peculiar protagonizado por dos actrices que hace tiempo demostraron ser más que simples caras bonitas, Robin Wright y Naomi Watts. Tras dirigir películas en Francia como “Coco Avant Chanel” y “Mi Peor Pesadilla”, llega con bastante retraso “Madres Perfectas”, su primera película en lengua inglesa. Liz y Roz son dos mujeres que rondan los cuarenta pero ellas, rubias, hermosas y sexies aunque ya maduras, viven en un lugar soñado. Ambas son amigas desde la infancia y hoy por hoy, más allá de que una de está casada pero con un esposo que no siempre está, viven a pocos metros de distancia, con un hijo cada una de la misma edad, por lo que también son, naturalmente, amigos. Familias de un buen porvenir, sin demasiadas preocupaciones. Pero esa intimidad que tienen estas dos grandes amigas de repente comienza a mezclarse y una se acuesta con el hijo de la otra. A partir de este punto bien melodramático es que comienza a desarrollarse la historia principal de esta película. ¿Qué la lleva a una a tener una relación no sólo con alguien mucho más joven, sino con el hijo de su amiga? ¿Pasa por una crisis de la edad, una forma de seguir viéndose sexy? ¿O hay un sentimiento más profundo, algo más real? ¿Se puede aceptar esta relación sólo poniéndose en el mismo lugar? La directora sabe plasmar ciertas sensaciones por las que pasan estas mujeres, el hastío, el aburrimiento, el aislamiento (apenas tienen contacto con otras personas), el paso del tiempo que ya empiezan a sentir. Hace calor y el ocio se apodera de sus existencias y es entonces que son más susceptibles a lo que las rodea, que no es mucho más que ellos mismos. Watts y Wright se entregan a sus personajes con una naturalidad sorprendente, permitiendo que el relato se suceda entre miradas, secretos y el paso del tiempo como eje de todo lo demás. Una mirada distinta a un tema complicado, que probablemente genere rechazo a simple vista, pero que acá está manejado con muchos matices que dejan muchas cosas en el aire, para que uno termine de completarlo. El final es un claro ejemplo de esto, ambiguo pero no precisamente abierto. Extraña pero interesante, “Madres perfectas” es una película a la que vale darle una oportunidad, pues al menos no dejará indiferente al espectador
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“Ménage à quatre” con los hijos como carnada Tienen poco de perfectas las dos madres de Adore, la primera película hablada en inglés de Anne Fontaine, la directora de Nathalie X (2004), Coco antes de Chanel (2009) o Mi peor pesadilla (2011), entre las varias de sus obras francesas estrenadas en la cartelera argentina. O quizá sí sean madres ejemplares, pero difícilmente buenas amigas. Vinculadas desde la más tierna infancia y con varias picardías en común durante la adolescencia, tal como ilustra la escena inicial, ambas han cimentado un grado de complicidad y entendimiento suficientemente sólido como para compartir gran parte de vida. Incluidos sus hijos. Pero aquello que mientras los chicos eran retoños se traducía en cariño, acompañamiento y enseñanza, con los años devino en la más lisa y llana calentura. Calentura que está muy lejos de la germinación de un deseo. Al fin y al cabo, la superficialidad del asunto y un desarrollo más preocupado por el avance narrativo (hay al menos cinco grandes saltos temporales) antes que en la profundización de las artistas emocionales de sus protagonistas hacen de Madres perfectas una mera fábula sobre la búsqueda del placer.Basada en la novela The Grandmothers, de la británica Doris Lessing, y estrenada en la Competencia Oficial de Sundance del año pasado, la película de Fontaine, coguionista junto al cotizado Christopher Hampton, marca su premisa a los diez, quince minutos de metraje. Y lo hace de forma unívoca y evidente, cuestión de quitarle a lo que vendrá cualquier interpretación contraria a la propuesta. Esto ocurre cuando las dos mujeres del título, una viuda desde hace una década (Naomi Watts) y la otra apresada en un matrimonio desgastado (Robin Wright), observan a los “nenes” ahora devenidos en muchachotes torneados mientras surfean las olas australianas. “Son hermosos, como dioses jóvenes”, coinciden. ¿Lo que vendrá?: cada una de ellas acostándose con el hijo de la otra. Bañada en tonalidades claras acordes con el paisaje costero idílico en el que trascurre la acción, Madres perfectas entrega una de las líneas más estúpidas del año: “Cruzamos una línea”, dirá una de ellas ante los cuestionamientos de la otra, como si algún espectador no se hubiera dado cuenta de que la situación difícilmente encuadre en los parámetros de la normalidad.¿Deseo incubado durante años? ¿Envidia recíproca? ¿Miedo a la soledad? ¿Temor al paso de los años? Nada de eso. O quizá sí, pero lo cierto es que el film jamás indaga en las motivaciones y potenciales insatisfacciones personales que empujan al cuarteto a tirar por la borda el vínculo ya construido. En cambio, elige un camino menos rugoso y conceptualmente más tibio como es el retrato de los hechos sin jamás poner nada en tensión. 4-MADRES PERFECTAS Adore,Gran Bretaña/Australia, 2013Dirección: Anne Fontaine.Guión: Christopher Hampton y Anne Fontaine, sobre la novela The Grandmothers, de Doris Lessing.Duración: 112 minutos.Intérpretes: Naomi Watts, Robin Wright, Xavier Samuel, James Frecheville.
Sobre prejuicios culturales Naomi Watts y Robin Wright son amigas desde la infancia, y se enamoran cada una del hijo de la otra. “Son preciosos, parecen dioses jóvenes”, se dicen Lil y Roz mientras ven a sus hijos surfear en las paradisíacas playas australianas. Así comienza Madres perfectas, la película que la francófona Anne Fontaine rodó en inglés basada en la novela de Doris Lessing, ganadora del Nobel de Literatura. Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) son amigas desde la infancia, y se enamoran cada una del hijo de la otra, que también son amigos. Una sinopsis simple para una trama compleja e interpeladora sobre el deseo, la amistad y la moral. Juega con el límite de lo incestuoso, poniendo en jaque mandatos culturales a través de imágenes y sensaciones potentes. Una casa en la playa, un mundo hermético, pero a la vez libre y seductor como los personajes. La historia, fácilmente, podría caer en la moralina, o arrebatarse en su avance desenfrenado. No lo hace. Al contrario, va tejiendo con paciencia una trama que gana en tensión, erotismo e interrogantes universales. En una trabajada ambigüedad de sensaciones la historia obliga a la identificación con los protagonistas, a una discusión interna sobre los prejuicios culturales que supimos construir. Hay matrimonios rotos y amistades perdurables. Amores que son fuego y no aceptan la racionalidad burguesa como límite. Hay desenfreno y una lucha propia del conflicto, un derrotero hacia un abismo que tal vez no sea tal. El deseo irrefrenable, la amistad, la juventud y la madurez, incluso la venganza latente de algunas escenas. Lo fugaz y lo duradero, las transgresiones en familia y el despertar salvaje de la sexualidad sin límites, que siempre tendrá su precio. Si el amor es ciego, el deseo lo es más. Un acierto de la directora fue visitar a Lessing para hablar de la novela. Allí, un año antes de su muerte, la escritora le contó el origen de esta historia cuyo libro tituló Las abuelas. Fue en un bar que se enteró de este affaire entre madres e hijos, una historia con un tinte despreocupadamente homosexual. Una experiencia que, según quien la cuente, puede ser el infierno o el paraíso. Ustedes verán, y dirán.
Romper tabúes El punto de partida de Madres perfectas es atractivo, estimula a imaginar un film provocativo y perturbador. Dos mujeres maduras que son amigas desde la infancia entablan relaciones amorosas no del todo convencionales: cada una de ellas se vinculará con el hijo de la otra. Ese juego de relaciones cruzadas es el que desatará una serie de complicaciones en la vida de los cuatro. Romper tabúes, se sabe, suele tener sus costos. Hay en la película una idea de puesta en escena que también es interesante: la elección de una locación completamente aislada de la vida urbana, un paradisíaco paraje costero australiano de arenas blancas, aguas turquesas y frondosa vegetación refuerza la idea de hermetismo y endogamia del grupo de protagonistas de la historia. Además de ser muy bonitas, Naomi Watts y Robin Wright son dos grandes actrices. Todo parecía estar en sintonía para que Anne Fontaine -la misma de Como maté a mi padre (2001), Nathalie X (2004), Coco antes de Chanel (2009) y Mi peor pesadilla (2011)- cargara a su película de los componentes que sostienen la novela de Doris Lessing en la que está basada: el hastío vital, los traumas de una vejez que se avecina y, sobre todo, una observación de orden sociológico orientada a la descripción del particular funcionamiento de los grupos cerrados, en este caso el de uno conformado por personajes de clase acomodada que tiene muy poco contacto con el resto del mundo. Los musculosos chicos de la historia practican surf, toman sol y bebidas caras y no parecen preparados para moverse con comodidad fuera de ese entorno. Cuando uno de ellos lo intente y se instale en Sidney, movido por su interés por el teatro, la trama empezará a complicarse. Pero es también a partir de ese punto de inflexión donde empezarán a aparecer situaciones propias de una mala telenovela que los dos jóvenes actores escogidos por la directora resolverán con mucha menos aptitud que Watts y Wright. La diferencia en el nivel de actuaciones se hace notable, del mismo modo que llama la atención que el paso del tiempo, cifrado en un par de bruscas elipsis temporales, no se note en el cuerpo de ninguno de los protagonistas, aunque esa bien puede haber sido una decisión de la directora: los cuatro personajes parecen inclinados a quedar anclados en el tiempo, detenidos en el momento en el que pudieron ser fieles a su deseo, ajenos a todo lo que los rodea.
Diosas y dioses en el Olimpo Un paisaje paradisíaco de Australia, dos madres atractivas que pasaron los 40 (una viuda, la otra con el esposo de viaje) y un par de jóvenes Adonis surfistas y vástagos de ambas, son los indicadores temáticos de la historia que narra Anne Fontaine en su primera incursión en las borrascosas aguas de la coproducción. En realidad, Lil (Watts) y Roz (Wright) se conocen hace tiempo, dirigen una galería de arte, toman sol, miran fotos y observan con interés a sus hijos, que han crecido. La previsible trama llevará a que cada una tenga relaciones con el vástago de la otra y surjan preguntas y afirmaciones que parecen sacadas de una revista femenina de hace 40 años. "Cruzamos la línea", dice una de ellas, mientras disfrutan de su comodidad risqué entremezclada con confesiones de diván entre ola y ola y salida y caída del sol. Pero la trama avanza y surgen complicaciones, no vaya a ser que el mito de Electra triunfe en medio de esos imponentes lofts, ya que algunas chicas empiezan a dar vueltas alrededor de los novios de las mamás/amigas. Madres perfectas parte de un pretexto de cine porno para convertirse en una lección moral entre llantos, alguna rendición de cuentas y conjeturas en voz alta entre moco y moco. Pero no va más allá de otro (mal) ejemplo de cine le petit bourgeoisie, elección donde Fontaine parece sentirse cómoda entre cierto instinto provocador y una más que transparente inclinación por cerrar la película con mensajes invadidos por una moralina excesiva y tranquilizadora. Watts y Wright, bellísimas ambas, hacen lo que pueden en este cuentito supuestamente transgresor.
Basada en la novela “Las abuelas”, de Doris Lessing, lo que en el texto es un punto de tensión máxima, es el punto de partida del film que se detiene mas en la belleza y la pasión y evita hacer crecer a sus personajes dramáticamente, a pesar de las grandes actrices Naomi Watts y Robin Wrigh.
Dos niñas rubias corretean, felices, por una playa paradisíaca. Se desvisten rápido, se zambullen en el mar y nadan un largo trecho hasta alcanzar una plataforma de madera flotante. Allí comparten un licor secreto, ritual infantil que anuncia un pacto de amor eterno. Se observan encantadas, casi adorándose, y esa mirada profunda –acentuada con énfasis- permanecerá inalterable durante el transcurso de sus vidas. Así comienza Madres perfectas (Adore, 2013), la nueva película de Anne Fontaine. Secuencia inaugural que anticipa el desarrollo posterior de la historia: dos bellas mujeres (Naomi Watts y Robin Wright) conservan, siempre divertidas ante el asombro de los hombres que las rodean, una relación demasiado cercana, que desmiente -en apariencia- los parámetros habituales de la amistad femenina. Porque comparten mucho de su tiempo juntas: trabajan, pasean, toman sol, conversan, se abrazan y se besan en la mejilla con mucho afecto. Ambas tuvieron, además, hijos; y los criaron al mismo tiempo. Niños que se transformaron, después de cierto tiempo, en habilidosos surfistas con cuerpos perfilados. De los padres se sabe poco: uno muere temprano, el otro brilla por su ingenuidad. Las dos madres,que sobrellevan sus días recostadas sobre la arena, orgullosas por su labor maternal, no tienen mejor idea que enamorarse cada una del hijo de la otra. Y el amor será correspondido. Bastará con esperar que alguno de los cuatro se anime a cruzar el límite. Pero no habrá que esperar demasiado. El límite se cruza rápido y sin muchas contrariedades para nadie, menos para el espectador que presencia con indiferencia el derrotero de esta aventura amorosa entre pares familiares. Una historia que por su representación cándida y superficial resulta inverosímil y, por sus premisas, predecible, como un melodrama barato y fastidioso: el envejecimiento inevitable, la vitalidad del amor joven, la diferencia de edades, los breves conflictos que promueven –solo- un par de lágrimas frívolas. Madres perfectas es una película que intenta transgredir ciertas convenciones de la sexualidad hegemónica. Sin embargo, su intención resulta tan obvia y su sentimentalismo tan berreta, que el film no puede provocar sino aburrimiento. Anne Fontaine (Cómo maté a mi padre; Nathalie X; Coco antes de Chanel) no se preocupa por profundizar las posibilidades narrativas que esconde su trama. Es tal su desidia, que su trabajo evidencia una disposición, a fin de cuentas, conservadora. Cualquier pretensión de torcer la moral de las buenas costumbres se convierte así en una simple y risueña travesura.
Definitivamente, Adore es una película que tanto Naomi Watts como Robin Wright hicieron para vacacionar y tomarse unas cuantas copas en las paradisíacas costas de Australia, donde tuvo lugar la filmación de la última incursión de la directora Anne Fontaine. Basada en una historia corta de la novelista y ganadora del Nobel Doris Lessing -que vio la película y se revolcó por los suelos, uno puede imaginar- la escandalosa trama del film transita a través de sus libidinosos tópicos con una ligereza extremadamente preocupante y con una facilidad de textos bochornosa. Debo imaginar que la prosa de Lessing seguro se prestaba a un análisis más profundo de qué es lo que mueve a estas dos mujeres hermosas, en el cenit de su vida, a buscar amor en el hijo joven y musculoso de la otra. Pero durante las angustiosas dos horas de metraje es imposible discernir más allá de la dimensión unilateral de hacerlo por el simple hecho de poder hacerlo. Pasando de la relación estrecha que tiene el cuarteto -madres e hijos toman sol en la playa juntos, y cenan y beben prácticamente todas las noches- no hay mucho más criterio que justifique las acciones de los personajes. Miradas profundas, incómodas, situaciones que rozan lo ridículo, transiciones entre una escena y otra casi vergonzosas y sin ningún otro motivo más que escandalizar. Es pavimentar el camino para el festín pornográfico menopáusico que ofrecerá 50 Shades of Grey el próximo febrero. Hoy en día son preocupantes las elecciones de Naomi en cuanto a proyectos. Saliendo de una nominación al Oscar por la increíble The Impossible, duele cuando tiene una seguidilla horrible como la impresentable Diana y el film que nos ocupa. Aquí se limita a tener una creíble amistad con Robin -el costado más sólido de una película endeble- con una copa de vino blanco ambas para sobrevivir a la tortuosa travesía, Wright siempre con una sonrisa deslumbrante de lado a lado. De los jóvenes calenturientos, Xavier Samuels es quien mejor sale parado, mientras que James Frencheville no logra salirse de las líneas acartonadas de su actuación y nunca le da el dinamismo necesario para que el espectador se interese por su destino. Como secundario, Ben Mendelsohn no tiene mucho para trabajar como el bastante centrado marido de Wright. De no ser por la hermosa fotografía y por la cantidad de risas inesperadas ante cada situación que presenta, Adore sería un desaprobado absoluto. Aún con la colosal cantidad de malas decisiones de guión, podría convertirse en una de esas películas que de tan malas resulta buena, y hasta puede conseguir seguimiento de culto en un futuro cercano. Cuando un concepto polémico tiene un tratamiento tan inoportuno, el resultado es un descarrilamiento en cámara lenta como éste.
Tu vieja, es lo más grande que hay “Vamos hacer respetables. Pilares de la comunidad de aquí en adelante“. Quién escuchara éstas palabras podría imaginarse que provienen de Cornelia, protagonista de La Kermesse Heroica (Jacques Feyder), una mujer con todas las letras que ante la cobardía de su esposo y todos los hombres de Flandes, decide tomar las riendas del pueblo y hacerle frente al devenir. Pero esto no es lo que sucede en Madres Perfectas (Adore). Quién pronuncia esa frase, es Roz (Robin Wright) y lo hace ante la decisión de no acostarse más con el hijo de su mejor amiga porque su mejor amiga, Lil (Naomi Watts), no puede acostarse más con el hijo de Roz porque va a casar. Entonces, ellas, ahora, necesitan comportarse como señoras bien pero siempre cancheras, que disfrutan de esa vida de playa y vino tinto, y que en un corto plazo harán todo el esfuerzo por ser suegras y abuelas honradas. Por supuesto, intentarán construir esos pilares con la misma firmeza que un castillo de arena. Ese concepto no puede funcionar en el ámbito donde se desarrolla la película ya que se encuentra apartando por completo del espacio urbano. Un paisaje perfecto para un guión equivocado. Anne Fontaine, la misma directora que llevó adelante el proyecto Coco Antes de Chanel (Coco Avant Chanel), le invierte poco dramatismo a esta doble dupla de madre-hijo. Bastante bien se anima Naomi Watts y la resurgente Robin Wright a poner el cuerpo en esta película pero no son secundadas por los jóvenes actores en los roles de los hijos que solo barrenan muy bien las imponentes olas. Además, el paso del tiempo no se hace notorio ni en los cuerpos de los actores y en sus actitudes. Ese espacio tan amplio y aislado donde se hallan los hogares de las protagonistas, se encuentra detenido temporalmente en esa geografía playera, en un eterno verano, de las costas australianas.
Una peli que hacía mucho esperábamos y que por fin estrena en nuestra cartelera. ¿La historia? De lo más interesante que ví en estos últimos años. ¿Fuerte? Sí, muy fuerte y con grandes actuaciones por parte de Naomi Watts y Robin Wright, que se roban toooda la película. Hermosos paisajes, linda fotografía, buena banda sonora y un libro adaptado a pantalla grande que vale la pena ser visto. Los amores prohibidos nos generan intriga, uno quiere espiar, saber que pasa, y eso es justamente lo que sucede en "Madres Perfectas", una peli que te recomiendo y como te digo siempre, es para salir del cine, ir a cenar y analizar una y otra vez.
Microclima para cuatro Roz (Robin Wright) y Lil (Naomi Watts) son amigas desde la infancia, muy unidas, viven en casas vecinas, trabajan juntas, y cuando no están trabajando pasan sus días en la playa o en los jardines de sus casas en un pueblito paradisíaco, en la soleada Australia. Con tanta amistad entre las chicas es lógico que sus hijos se hayan criado juntos, casi como hermanos, y que sean tan unidos como sus madres. Lil es viuda y a Roz no le interesa mudarse con su marido cuando este consigue trabajo en Sidney, por lo que con el tiempo la pareja se separa. La única constante en sus vidas son ellos cuatro, sus cenas, sus charlas, ese equilibrio y ese microclima que han logrado en el que los cuatro son realmente plenos, y el afuera parece no existir. Todo parecería una especie de idílica familia ensamblada sino fuera porque cada una comienza un romance con el hijo de la otra, ambas historias empiezan con el atractivo de lo prohibido y algo de culpa, ambas relaciones se mantienen en secreto por un tiempo, pero luego las cosas se blanquean, los cuatro aceptan la situación, y parecen ser aun más felices que antes. Basada en la obra de Doris Lessing titulada "The Grandmothers", el relato no se trata de una historia erótica sobre relaciones prohibidas, ni sobre mujeres cuarentonas que se liberan, sino del amor que se encuentra de formas no tradicionales, y que debe mantenerse en secreto en una especie de clandestinidad, cuando la vida íntima no parece compatible con el afuera, y es entonces que los protagonistas se debaten entre hacer lo correcto, lo esperable, o hacerle caso a sus pulsiones. Ambas actrices están muy bien en sus roles, interpretan con naturalidad a madres cariñosas que se van a la cama con un chico de la edad de su hijo, y las relaciones son creíbles, logran que uno vea amor en esas parejas, no solo sensualidad. La historia está narrada con simpleza, de forma intimista, pero por momentos demasiado contenida, sobre todo a partir de la mitad de la historia donde el relato pierde un poco de fuerza y cuando esperamos ver las consecuencias de esas relaciones complicadas, socialmente objetables, solo vemos dos mujeres a las que les preocupa más el abandono, que el resultado de sus acciones.
Otro film con una historia muy traída de los pelos. No sólo es inverosímil, sería lo de menos, es chata, superficial y monótona. Naomi Watts y Robin Wright son señoras lindas y coquetas, amigas inseparables, gente de buen pasar, con hermosa casona frente al mar y muchos ratos libres para fantasear. Cada una se llevará a la cama al hijo de la otra. Y todo bien. Apenas un reproche suelto que después se convertirá en camaradería apasionada. Incluso los chicos se llevan bien. Hay buena onda en esa placentera casa. Nadie se alarma ni se perturba. ¿Drama, costumbrismo desenfadado, exploración de nuevos vínculos? Idas y vueltas, celos inevitables (cuando los chicos deciden probar suerte con novias de su edad, las mamis tiemblan), pero nada muy trágico ni muy revulsivo. Un film que quiere ser audaz y no se anima, que quiere ser provocador y se queda en el paisajismo en cama grande.
El muelle secreto Para llevar al cine a una ganadora del Premio Nobel de literatura como fue la británica Doris Lessing se pusieron a trabajar la directora de habla francesa Anne Fontaine y un semi monstruo de las adaptaciones como Christopher Hampton, quien ya lo hizo anteriormente en muchos filmes de época virados hacia el drama romántico como Relaciones peligrosas, Carrington, Mary Reilly o Expiación, deseo y pecado donde ya mostró suficiente habilidad para lidiar con el universo femenino. Y era necesaria para este argumento tan complejo, un típico caso donde la ficción podría matar a la realidad si no se trabajara debidamente la credibilidad. Es que Madres perfectas cuenta una historia muy poco común en el cine, como es el amor entre dos amigas maduras con el hijo de la otra. Un recorrido apasionante ni bien se supera la incredulidad, porque permite bucear por sitios recónditos de la condición humana y social. Cabe decir que el relato está construido casi como un best seller: un lugar paradisíaco junto a la playa, actores bien parecidos (y famosos como Naomi Watts y Robin Wright), ambientes culturales e intelectuales elevados, imágenes tan cuidadas como el tratamiento de las emociones, entre otros arquetipos. Difícil sintetizar aquí el universo del relato pero en cambio vale decir que el filme invita a pensar sobre el significado del amor, el paso del tiempo vital o los moldes sociales que nos apresan y que en este relato los tópicos son atravesados por los protagonistas, para llegar hasta donde lo pide la necesidad de encontrar libertad para seguir viviendo. El filme representa todo un desafío para el espectador pues, consciente de que es imposible abarcar todo, deja espacios en blanco para llenar y se anima a cruzar fronteras de confort.
Crítica emitida por radio.
El film es el debut en inglés de la distinguida directora Anne Fontaine (“Coco antes de Chanel”). Es una historia, provocativa y ardiente sobre el drama que viven dos amigas Lil y Roz (Naomi Watts y Robin Wright, muy bien actuada por ambas actrices), ellas encuentran el amor de manera inesperada y deben romper las formalidades, la moralidad y jugarse por sus ideales, defendiendo en todo sentido sus sentimientos y enfrentarse a todo. Cuenta con la estupenda fotografía de un pueblo en la costa de Australia, el resto del elenco lo completan: Xavier Samuel (“Crepúsculo: Eclipse”) y James Frecheville (“Reino Animal”).El título con el que la película se estrenó en el Festival de Sundance de 2013 fue “Two mothers” (Dos madres).
Amistades y algo más Ambientada en dramáticos escenarios de la costa australiana, basada en la novela The Grandmothers, de Doris Lessing, con dos blondas maduras, pura estirpe de sex-symbol, enganchadas en una relación swinger con sus hijos (dos surfistas, según una de ellas, “bellos como pequeños dioses”), Madres perfectas promete una serie de fantasías que, si bien evitan el melodrama, resultan inverosímiles en la pantalla. Amigas desde chicas, Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) crecen juntas como hermanas; tras la muerte del esposo de Lil, tras el desencanto del matrimonio de Roz, las amigas y sus hijos, Ian y Tom, entran en una relación que, al principio, sienten endogámica, pero luego viven de modo intenso, oculta al exterior como una hermandad. Pero, ¿qué pasa cuando uno rompe el pacto? La traición y sus consecuencias marcan el instante más atractivo del film. El potencial ardiente, casi exótico de Madres perfectas (australianos son los escenarios y sus protagonistas), se diluye en gran parte por decisiones de la luxemburguesa Anne Fontaine, que dirige con prolijidad europea, no exenta de asepsia y cierta moralina.
MILFS ¡Al fin llegó! Luego de sucesivas postergaciones debido a las vicisitudes fluctuantes de la cartelera cinematográfica nacional, “Madres Perfectas” (Adore, 2013) -dirigida y guionada por Anne Fontaine, y basada en la novela “The Grandmothers”, de Doris Lessing- se estrenó en nuestros cines. No es que se trate de un estreno demasiado esperado y, a decir verdad, una vez visto el film, las expectativas decaen hasta el quinto subsuelo. En este caso, la directora Anne fontaine (“Coco antes de Chanel”, “Nathalie X” y “Cómo maté a mi padre”) presenta una historia en la que los límites de las relaciones parentales se desdibujan y en donde el mandato social se retrae y abre paso al deseo carnal reprimido. La obra se sitúa en las paradisíacas playas australianas, en un pueblito escondido alejado de las miradas curiosas. En ese contexto, dos mujeres cuarentonas (Naomi Watts y Robin Wright, de correctas actuaciones) comparten una intensa amistad forjada desde la niñez y detentan un elevado nivel de complicidad, entendimiento e intimidad que las convierte en dos seres inseparables. Sus hijos, jóvenes, esbeltos y fornidos, son mejores amigos y pronto se ven atraídos por la madre del otro, deseo en ambos casos correspondido que encuentra su consumación en los primeros 15 minutos de la cinta. El resto de la película narra la evolución de esa relación enferma, con sus idas y venidas, a través de abruptos saltos temporales. Sin embargo, todo lo que se intenta poner de manifiesto en el film (su pretendida provocatividad, el límite de lo aceptable que se juega en un vínculo que no es estrictamente incestuoso pero que excede claramente los parámetros de toda normalidad, la tensión presente entre deseo y mandato social), se deshace por las sistemáticas flaquezas de un guión que está más preocupado por avanzar cronológicamente en la historia que en describir la complejidad psicológica que motiva las acciones de los personajes. La tensión dramática de Madres Perfectas se resuelve de forma apresurada en el momento de la consumación del acto prohibido. El resto del film discurre en una inercia plagada de obviedades, frases hechas y con escenas tan livianas como incoherentes. De la noche a la mañana, y para desconcierto del espectador, los personajes se profesan un amor profundo que no encuentra asidero alguno en las secuencias vertidas previamente en la cinta. A posteriori, el resultado narrativo y argumental coquetea constantemente con el ridículo. Uno podría aventurar que el miedo a la vejez (enfatizada por primeros planos que dan cuenta de la erosión en los rostros de las protagonistas), la soledad, los celos o el aburrimiento son el verdadero combustible que impulsa a las susodichas a involucrarse en un vínculo amoroso con el crío de la otra. No obstante, se trata de meras conjeturas, pues el film solamente resalta el componente pasional, impulsivo, visceral, motivado por figuras perfectamente contorneadas que sólo quieren sacarse la calentura. Y para colmo, las escenas de sexo son altamente conservadoras. Madres Perfectas es una suerte de tragedia griega del siglo XXI que, a diferencia de Edipo Rey (su fuente de inspiración poética), fracasa rotundamente. En lo único que coinciden es en el resultado final: arrancarse los ojos. Por Juan Ventura
Ménage à 4 Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright), la cuarentena resplandeciente, son dos amigas desde la infancia inseparables. Viven cerca una de la otra en la ladera de un acantilado frente a una hermosa playa de la costa australiana, un paraíso casi virginal. Ahí criaron sus dos hijos juntos, que se volvieron dos jóvenes Apolos. Los días transcurren dulcemente entre las salidas en surf de los hijos y las cenas para cuatro, hasta que Ian, el hijo de Lil, se acuesta con Roz, y, en represalia, Tom, el hijo de Roz, termina imitándolo con Lil. Poco a poco, de manera irreprimible, esas dos madres y sus dos hijos harán el vacio alrededor de ellos, construyendo un Edén para cuatro, para una pareja de Adán y Eva desdoblada y reinventada. La transgresión tomará cuerpo dulcemente, tranquilamente. Es a la vez la fuerza y la debilidad de Madres perfectas. Es su fuerza porque la directora francesa Anne Fontaine, en esa adaptación del cuento de Doris Lessing, Las abuelas, hace florecer esa doble relación pasional, transgresiva porque es casi incestuosa, de manera natural, dejando de lado la mirada del psicólogo o del moralizador que hubiera podido debilitar su relato. Está ayudada en esto por las dos actuaciones impecables de Watts y Wright, que realmente sostienen la película. Es su debilidad, porque el relato sufre a veces de caídas de ritmo demasiado prolongadas que resultan bastante perjudiciales: por ser una historia de pasión, sigue un curso bien tranquilo, sin mayores sobresaltos, hasta casi adormecer al espectador. Esa pasión se hace esperar tanto que uno termina pensando que nunca se manifestará. Por suerte, justo al final, la pasión estalla y hace de los diez últimos minutos de Madres perfectas los más apasionantes de todos, durante los cuales arrastra todo para devolver, en un último plano absolutamente perfecto, la tranquilidad que nunca debe dejar de tener un paraíso en la Tierra para los que lo habitan, sin importar la forma que toma.
Extraña propuesta ésta de Ann Fontaine responsable, entre otras, de “Cocó antes de Channel” (2009) como su más lograda producción. Las otras mejor no mencionarlas. “Madres perfectas” comienza como un conjunto de varias virtudes que luego se desbarrancan por su propio peso. La primera escena muestra un pequeño sendero por el cual dos niñas, amigas, se dirigen hacia la costa. Elipsis mediante, vemos la misma playa paradisíaca. Hay dos casas soñadas, con todo el lujo y confort posible. Días con mucho sol, brisas marinas, alguna copa de vino por la noche, buena música… ideal para dejarse llevar por los instintos. En una de las casas vive Lil (Naomi Watts), mujer viuda, con su hijo Ian (Xavier Samuel). En la otra Roz (Robin Wright) con su hijo Tom (James Francheville), cuyo marido está ausente porque se la pasa viajando. Ambas reflexionan mientras los físicos torneados de sus hijos dejan ver el esplendor de sus cuerpos hechos para publicidades de desodorantes personales: “¿Nosotras hicimos eso? Parecen dioses”. Con buen manejo de los tiempos, la directora deja ver en cada uno de los personajes un fino trazo de deseo sexual. Las madres, bellísimas y (pero) adultas, se sienten atraídas hacia la virilidad de los chicos que no parecen tener otro interés que el de surfear juntos. El erotismo se apodera de la pantalla y la química actoral funciona. Todo funciona. Al plantear un marco novelesco en el cual las preocupaciones cotidianas no existen, el lugar queda absolutamente abierto para el breve dilema que se presenta en el cual el deseo confrontaría con lo moral. En este punto, el acierto es no juzgar a sus criaturas. Mujeres adultas se reencuentran con el deseo sexual que las libera y las hacen sentir vivas. Chicos jóvenes que por este verano tienen donde descargar testosterona manteniendo cuidado, pero respetando el código. Es más, salvo un atisbo al comienzo, tampoco hay cuestionamientos entre ellos en función de lo que sienten. Todo controlado. Pero estamos a mitad de los 114 minutos de duración. ¿Y ahora? Tal vez cierto temor a profundizar, o simplemente no tener una idea clara de cómo hacerlo, lleva a la realizadora a forzar un conflicto que tuvo la oportunidad de aparecer si los personajes se hubieran planteado sus propios tabúes. Ahora es tarde. Pasaron un par de años con estas relaciones cruzadas y en el relato aparecen el sentimiento de traición entre ellas, el temor a envejecer y, sobre todo, los celos hacia mujeres más jóvenes. Para colmo, una de ellas aporta una solución que puede provocar alguna carcajada por el nivel de disparate pues en ello reside la supuesta tensión que se marcaría el camino hacia el final de la historia. A partir de ese punto de inflexión todo en la película se resignifica. Los escenarios se vuelven intrascendentes, los diálogos inverosímiles y las situaciones tienen la profundidad de una charla en un local de comidas rápidas. La atención se desvía por completo por lo cual comienzan preguntas que antes no tenían contexto para formularse, como de qué viven, pues nadie labura, quién va al supermercado, etc. Es cierto, la apuesta es no abandonar la estética, pero ésta ya no le sirve ni le conviene a la definición de “Madres Perfectas”. Ni siquiera el título original “Adorar” (que es lo que se hace con los dioses) puede explicar las lágrimas de Naomi Watts o la congoja de Robin Wright que, pese a ser dos grandes actrices, en especial ésta última, no pueden salvar la caída en picada.
Las trampas del deseo Las “Madres perfectas” del título son Lil y Roz (Naomi Watts y Robin Wright), dos hermosas mujeres de cuarenta y pico que son amigas desde la infancia. Las rubias además son vecinas y comparten gran parte del día en compañía de sus hijos varones, dos jóvenes surfers esculpidos en el gimnasio, que también son muy amigos entre ellos. Todo marcha bien en un contexto paradisíaco (un pueblo costero de Australia de mar turquesa) hasta que, de un día para el otro, cada una de las protagonistas empieza a tener sexo con el hijo de la otra. El planteo inicial de la primera película hablada en inglés de Anne Fontaine (“Coco antes de Chanel”, “Mi peor pesadilla”) —basada en la novela “The Grandmothers”, de Doris Lessing— es interesante y hasta provocador, pero la directora elige el camino más liviano y superficial para desarrollar la historia. En “Madres perfectas” la construcción de los vínculos no es creíble, y por momentos asoma la estética de una telenovela. Los personajes están siempre igual de atractivos más allá del paso de los años, y su perfil psicológico y sus motivaciones ocupan un espacio ínfimo. Detrás de las protagonistas parece haber un terrible miedo a envejecer, una competencia encubierta, un temor a alejarse de los hijos y del lugar que habitan. También se entremezclan el fantasma del incesto y el comportamiento social en comunidades aisladas. Sin embargo, la película apenas si lo sugiere y no se detiene en ninguno de estos aspectos, mientras avanza con saltos temporales bruscos. Otro punto que juega en contra es la diferencia en la calidad actoral. Watts y Wright logran dotar de humanidad a estas mujeres que buscan romper tabúes, pero los actores que personifican a sus hijos son sólo modelos masculinos.
There’s something undoubtedly worthwhile in Anne Fontaine’s Adore: the performances of Naomi Watts and Robin Wright. Despite the often risible dialogue semi-plagued with contrived insights and dumb soap opera one liners, the two actresses achieve quite a few moments of stirring emotions and genuine feelings. They seem to know they are dealing with bad dialogue, and nonetheless they get by. That said, the rest of Adore is completely forgettable. Lil (Naomi Watts) and Roz (Robin Wright) have been best friends since childhood, they are so close that some think they are “lezzos,” and have two gorgeous surfer sons, Tom (James Frecheville), and Lil’s son, Ian (Xavier Samuel), who are also very close, yet nobody thinks they are gay. Lil is a great-looking widow whereas the equally great looking Roz is married to a rather ordinary guy. And very likely because the women are entering middle age while the boys are in their early twenties, all of a sudden they start sleeping with the other’s son. Not only that, they fall in love too. And it all takes place in an idyllic Australian beach town hours away from Sydney. So what do you make of such an ambitious premise? A stern drama? A romantic comedy? An extravagant melodrama? An auteur film with no predetermined blueprint? A mix between comedy and melodrama would probably be the safest bet, considering you have the right screenwriter-director team. But Anne Fontaine and her screenwriter Christopher Hampton decided not to go all Almodóvar-like, and instead to deliver an uncompromising drama. Or so they must have wished, since the end result is far from dramatic. In fact, it’s so flimsy that it’s not even funny. For starters, the respective love affairs never ring true since the reasons why and how they fall in love are never dramatized. What had been brewing before in the characters’ hearts and souls is not once explored. Love just happens from one scene to the next. Likewise, the boys’ characters are so underwritten that sometimes you forget who’s sleeping with whom, as they are not really individuals, but interchangeable sexual figures. By the way, the fact that the sex scenes are trite and lack so much eroticism is not of much help either. Then the many potential angles this story provides, namely what’s going to happen to the women’s lifelong friendship, how the boys will now see their mothers as the other’s object of desire, what new emotional entanglements will surface, or what will happen to a 20-year marriage, all these possibilities with great pathos remain largely unexplored. There’s no time to delve into them as an ongoing series of episodes mistakenly take the place of cohesive and coherent narrative. So what you have now is a dumb and shallow soap opera filled with big meanings and phoney sentiments. When and where Adore (Australia/France, 2013). Directed by Anne Fontaine. Written by Christopher Hampton, based on the short story The Grandmothers, by Doris Lessing. With Naomi Watts, Robin Wright, Xavier Samuel, James Frecheville, Sophie Lowe, Jessica Tovey, Gary Sweet, Ben Mendelsohn. Cinematography by Cristophe Beaucarne. Editing by Luc Barnier, Ceinwen Berry. Running time: 110 minutes.
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Publicada en la edición digital #268 de la revista.
Todo queda en familia "Adore" o "Madres Perfectas" es una de esas películas lindas estéticamente, de temática incómoda y con aura independiente que a primera vista obnubila. Todo parece indicar que estamos ante un film de gran calidad, pero cuando uno se pone a analizar un poco más en profundidad se encuentra con varias falencias no menores. Para ponerlos en contexto, les hago una pequeña sinopsis. Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) son dos amigas inseparables de la infancia, casi hermanas mellizas, confidentes y dependientes una de la otra. Ambas se casan y tienen un hijo cada una. Lil queda viuda y Roz tiene un matrimonio aparentemente feliz con Harold (Ben Mendelsohn). En una extraña interacción de las dos familias, los niños se crían prácticamente como si fueran hermanos e hijos de ambas mujeres. El tiempo pasa y los niños se convierten en adultos (de 20 años) y comienza a destaparse la olla. Resulta que Ian, el hijo de Lil, está enamorado de Roz desde hace ya un tiempo, por lo cual cuando se le da la oportunidad, la seduce e inician una relación amorosa. Tom, el hijo de Roz, al percatarse de esto hace lo mismo con Lil y a partir de esto se desatan conflictos dramáticos que parecen sacados de relatos griegos de antes de Cristo. Fin de la sinopsis. Lo primero que me llamó fuertemente la atención es la ligereza con la que los protagonistas toman decisiones tan fuertes como tener relaciones sexuales con el hijo de su mejor amiga que prácticamente también es su hijo por adopción y crianza. Lo mismo se puede aplicar viceversa, los chicos deciden enamorarse de quien prácticamente es su segunda madre. Da la sensación de que no se pudo construir un guión fluido por lo cual se le imprimió gran velocidad. Todo pasa muy rápido. Un día nos enteramos de la atracción de Ian hacia Roz y en cuestión de 5 minutos reloj el pibe se la levanta a veterana y se la lleva a la cama, como si nada. Recordemos que Roz tiene un matrimonio feliz con Harrold que la juega de cornudo durante un buen rato. Acá hay una torpeza del guión. Se concentraron más en la belleza estética del film, cuya trama tiene lugar en una isla paradisiaca de Australia, que en darle un dinámica coherente a la trama. La transición de hijo de crianza a amante caliente está planteada de manera un tanto torpe. En segundo lugar, y muy relacionado con lo que acabo de escribir, está latente el tema del incesto, algo que está bastante de moda en la pantalla grande y chica. ¿Qué hace a una mujer que sea madre? ¿La sangre que comparte con el hijo o la relación? Este es un tópico que se instala a lo largo del film y nos hace pensar. Ian y Tom no son hijos biológicos de Roz y Lil respectivamente, pero la relación demostrada en pantalla da a entender que sí lo son desde el punto de vista de la interacción. Entonces estamos viendo prácticamente como un hijo se enamora de su madre, en este caso una de ellas, y mantiene relaciones sexuales con la misma. La historia de cierta manera trata de justificar estas relaciones amorosas apelando al irrefutable poder del "amor" y el vínculo no sanguíneo de los protagonistas, pero por detrás el relato es más oscuro de lo que deja ver. Los cuatro protagonistas parecen estar más obsesionados con sus amantes que enamorados, a la vez que dejan expuestos sus traumas personales. Ahora bien, cinematográficamente esto se traduce personalidades bastante inverosímiles. Los cuatro son narcisistas, fríos en materia de decisión, seductores, frágiles de moral y toman la situación amorosa de cada uno con especial liviandad, con un culpa que por momentos parece inexistente y por otros está muy exagerada. Esto no ayuda por supuesto al trasfondo dramático que debía exhibir el film. El drama se achata y da lugar un relato lineal que no atrapa. Las actuaciones de Naomi Watts y Robin Wright son muy buenas, no hay duda, pero la forma en que fue trabajada la historia en pantalla es lo que le baja la calidad al producto. No recomendable.
Madres “perfectas” Hoy se estrena en Argentina el film Madres Perfectas (Adore, 2013) cuyo escenario es una playa paradisiaca en Australia. En este ambiente placentero, tanto para los protagonistas como para nuestra visual, se desarrolla la historia de Madres Perfectas, la cual narra la extensa y resistente amistad entre dos mujeres y el peculiar vinculo que éstas generan con sus dos respectivos hijos. Esta película está basada en la novela “The grandmothers” (Las Abuelas) de Doris Lessing, y es el debut en inglés de la directora Anne Fontaine, conocida por ser co-guionista y directora de largometrajes como Coco antes de Chanel (2009), Chloe (2009), Nathalie…(2003) y Les histories d´amour finissent mal…en général (1993), entre otros. Este drama escapa a los convencionalismos sociales y a las actitudes moralmente esperadas, reflejando las necesidades pulsionales de estas dos amigas que se conocen desde la infancia y que comparten toda clase de secretos e incluso lo que más quieren: sus hijos. Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) en sus charlas entre amigas mencionan cómo sienten el paso del tiempo, sin embargo en la película están caracterizadas y representadas como dos señoras maduras en su esplendor, a quienes sin duda los años no las han cambiado físicamente, pero sí emocionalmente. Una de ellas es viuda y la otra está sumergida en un matrimonio monótono, a pesar de ello encontrarán la felicidad y un nuevo despertar de forma inesperada y provocativa. Tal es así que su sorpresiva conducta será para algunos reprobable y para otros trasladará la teoría freudiana del complejo de Edipo hacia otro estrato. Ambas familias son muy cercanas, incluso podrían conformar una sola familia. Estas madres modernas y libres conversan con sus hijos de sexo y drogas, e incluso beben alcohol con ellos, compartiendo intimidades de sus días de juventud. La narración nos presenta no sólo a estas dos madres bellas y vigorosas, sino también a sus hijos (Xavier Samuel, James Frechville), quienes son descriptos por las mismas en una de las primeras escenas como “jóvenes dioses griegos”. El trabajo tanto formal -los encuadres y composición son de una belleza sublime- como narrativo de Anne Fontaine, junto con las interpretaciones de ambas actrices, reflejará al máximo el drama psicológico y las sensaciones que atraviesan a las protagonistas del film. La complejidad que expone esta historia en relaciones que pueden ser vistas como incestuosas o inapropiadas por algunos, para otros pueden establecer nuevos vínculos en donde los convencionalismos son dejados de lado, y el amor, la pasión y la felicidad son puestos en primer lugar sin importar las consecuencias y los prejuicios. En un mundo posmoderno donde son sobrevaloradas la belleza y la juventud, podría pensarse que si el film fuese un clásico del cine de terror veríamos a ellas como dos vampiresas que desean permanecer jóvenes a través de la sangre de sus hijos. Toda la estructura narrativa de la película funciona con cierta circularidad: primero ellas dos de pequeñas, luego sus dos hijos de pequeños, luego sus dos nietas, siempre con la playa presente como escenario. No es casual que tal escenario sea de una naturaleza tan apasionadamente perfecta, ya que al igual que en el paraíso bíblico, el “pecado femenino” estará presente. Ellas mismas se enuncian como las “abuelas perfectas”, pero hay algo de ese orden de lo que se supone normal que no podrá establecerse, ni permanecer. En consecuencia, cuando pareciera que el orden está siendo restituido, es un nuevo orden el que se impondrá o el que esta vez sus hijos decidirán imponer, y donde -una vez más- será el mar quien guarde y sea testigo de todos los secretos.