Odio leer críticas y notas, e informes, no crónicas, claro, escritas en primera persona o que incluyen a quien redacta. Las detesto. Pero me es inevitable comenzar estas anotaciones sobre esta película diciendo que fui al cine con muchos prejuicios. Prejuicios por su director, por el arte que han utilizado para promocionarla, y porque siempre, siempre, hay algo del entorno propio del periodismo dedicado al cine que termina afectando la mirada previa o posterior. La crítica es un arte subjetivo. Amo leer buenos textos, que fluyen, que comparten mi mirada, pero también los que no. Y cuando de juzgar una película se trata, no hay nada mejor que entregarse a la magia de la sala a oscuras y acompañar la magia que se genera durante la proyección. Vi “Más respeto que soy tu madre”, la adaptación de la novela de Hernán Casciari, que ya llegó al teatro de la mano de Antonio Gasalla y que ahora Marcos Carnevale con un elenco encabezado por Florencia Peña y Diego Peretti llega al cine. Con “Esperando la carroza” como norte, pero un rumbo completamente diferente, la propuesta se sumerge en la historia de Mirta (Peña), una mujer que ha postergado sus sueños, expectativas, y vida, por su familia. Cuando el abuelo del clan (Peretti) es internado de urgencia, la familia decidirá cumplir con uno de sus últimos deseos, pasar el fin de año de cambio de siglo en la pizzería que el nono regentea y que supo del éxito pero que ahora se ha convertido en una ruina. El afán de acompañarlo, trazará una poderosa historia de transformación, donde el grotesco y el trazo grueso, pero, también, el amor y realzar la familia como el punto más importante para la vida de una persona. Florencia Peña brilla como Mirta, una mujer que se transforma y empodera, secundada por un increíble grupo de actores entre los que se destaca Guillermo Arengo como “el gordo”, un hombre que dio un paso al costado. Marcos Carnevale lleva a buen puerto el relato, logrando una entrañable historia, con mucho humor, sobre la identidad y también sobre la infancia, esa patria a la que siempre volvemos, y que al probar un trozo de pizza nos une una vez más a nuestro pasado y emociones.
El director Marcos Carnevale presenta su segunda producción del año, la anterior “Granizo” fue directa a Netflix, y mantiene el tono de siempre. Por ahora ninguno de sus filmes quedará en la historia del cine argentino como “ejemplo” de la cinematografía local, sin embargo si se lo reconocerá como un hacedor de recaudaciones. “Mas Respeto Que Soy Tu Madre” es una traslación de los textos de Hernán Casciari al lenguaje audiovisual, ya había tenido una transposición al teatro con mucho éxito, realizado por Antonio Gasalla. Las acciones transcurren en la ciudad de Mercedes, a finales del siglo XX,
Dirigida por Marcos Carnevale llega al cine la historia que durante cinco temporadas fue un éxito teatral encabezado por el gran Antonio Gasalla y que nació de la mano de Hernán Casciari, ahora adapada a la pantalla grande. La acción nos sitúa en Mercedes, y cuenta la vida de la familia de Mirta Bertotti (Florencia Peña) una mujer de 50 años, menopáusica, aguerrida, siempre al frente de su hogar, que lucha por mantener a los suyos unidos. La situación económica en su casa y en el país es adversa. Hasta acá, nada nuevo. Su marido Zacarías (Guillermo Arengo) fue despedido y ahora es repartidor de pizzas de la competencia, ya que en tiempos lejanos su abuelo supo hacer la mejor pizza en el negocio familiar por generaciones. Los Bertotti tienen tres hijos, Nacho (Bruno Giganti), el mayor, con una Beca para estudiar en el extranjero que deja para ayudar a sus padres, Caio (Agustín Battioni), "el del medio", como lo llaman, torpe y celoso de Nacho, y Sofía, la menor, interpretada por Angela Torres en pleno despertar sexual. Completa el cuadro el particular "Nonno" Américo, (Diego Peretti), que no perdió su idioma, (el italiano), reniega del negocio porque su sueño era ser rockero y deja que la pizzería se derrumbe, mientras él toca la guitarra y fuma marihuana junto a sus amigos. La promesa que le hiciera a su padre, de mantener el negocio hasta el año 2000 está latente... Mirta lucha cada día con un nuevo problema, o económico, o con las amigas del barrio que pretenden humillarla o algo sucede con sus hijos, pero ahí está ella para defender con uñas y dientes a los Bertotti. Un film que a muchos les va a recordar (muy de lejos) a "Esperando la Carroza", pero que de igual forma podemos ubicar en el género grotesco en donde el elenco cumple con histrionismo cada uno de los roles. No es para todos.
Primero fue un folletín digital publicado en el blog Orsai, luego un libro, más tarde una exitosa obra de teatro y finalmente una película. Y el más reciente film del muy prolífico Marcos Carnevale (solo en los dos últimos años estrenó Corazón loco, El cuartito, Granizo y la serie Los protectores) incursiona en el espíritu farsesco, en el costumbrismo más exacerbado con Esperando a la carreza como modelo. El resultado es un producto tosco, burdo, donde abunda el subrayado y la exageración es la norma. Todo con una puesta en escena en escena que remite a las viejas tiras televisivas con interpretaciones siempre altisonantes, un festival de muecas y diálogos gritados. Rodado a toda velocidad, sin cuidar demasiado las formas, dando vía libre a los actores para que desaten un histrionismo que por momentos los deja expuestos al ridículo, se trata de un cine apolillado, que en varios pasajes se burla de sus patéticos personajes y -lo que es peor- en muchos otros parece hacerlo también del público. Cuando el “temido” año 2000 está a la vuelta de la esquina, la familia Bertotti de la ciudad de Mercedes (de allí es originario Casciari) lucha para que la progresiva degradación no los lleve a engrosar la cada vez más nutrida clase baja. Papá Zacarías (Guillermo Arengo) y mamá Mirta (Florencia Peña) viven reprochándose cada decisión hasta límites irritantes. Y están los tres hijos (uno gay que recibe una beca para el exterior; otro, resentido, que cree que su hermano siempre es el favorecido; y una tercera que intenta sin suerte desentenderse de ese micromundo enfermizo). Y también tenemos el show de Diego Peretti (joven en unos torpes flashbacks en blanco y negro hablando un cocoliche de italiano y castellano y ya anciano en el presente del 2000 como el abuelo). Casi que el único momento gracioso es cuando el viejo drogón (un Peretti hipermaquillado para dar un look octogenario) demuestra su admiración por los Ramones mientras escucha Pet Sematary con uno de sus nietos. La película intenta trazar ciertos paralelismos entre los integrantes de la familia (él desocupado, ella menopáusica, los hijos llenos de traumas, angustias e inseguridades) con la decadencia social pre-2001 (la película llega justo hasta la explosión de la crisis), pero todo lo que sobra de lugares comunes y estereotipos se extraña en términos de ironía, mordacidad e inteligencia.
Empecemos con los datos que hay que tener en cuenta para ver Más respeto que soy tu madre, la nueva película de Marcos Carnevale, y la segunda que estrena este año (la primera fue Granizo, producida por Netflix, protagonizada por Guillermo Francella y filmada en Córdoba). Con Florencia Peña y Diego Peretti como protagonistas, Más respeto que soy tu madre está basada en la novela del mismo nombre de Hernán Casciari, a la que primero escribió en su blog personal (que supo tener en los primeros años de este siglo) en forma de diario de un personaje ficticio: Mirta Bertotti, una ama de casa de 50 años que tiene que afrontar, junto con su familia, una de las crisis más terribles que vivimos en este país (la de 1999-2001). Tras la publicación de la novela/blog de Casciari llegó la adaptación en las tablas, interpretada por Antonio Gasalla en el papel de Mirta. La obra se convirtió en la más taquillera del teatro argentino. En la película de Carnevale, Casciari se hace cargo del guion junto con Christian Basilis, lo que le da la autoridad del creador del texto original. De este modo, quedan establecidos el humor, la estética y la concepción de lo popular de la película de Carnevale, que tiende un puente con una tradición de comedias costumbristas y familiares, cuya máxima representante es Esperando la carroza, dirigida por Alejandro Doria y protagonizada, también, por Antonio Gasalla. Las comedias de Carnevale quizás no pertenezcan a lo mejor de nuestro cine, pero hay que reconocer que despiertan la carcajada con sus gags de trazo grueso, su ordinariez verbal, su narrativa ramplona y sus personajes grotescos. Más respeto que soy tu madre no luce del todo cinematográfica (por momentos se parece a la sitcom Casados con hijos), pero la historia cumple con un público al que la calidad cinematográfica lo tiene sin cuidado. A pesar de ciertos chistes retrógrados y algunas situaciones sin timing, la película tiene actuaciones desopilantes y efectivas, sobre todo la de Florencia Peña, quien interpreta con virtuosismo cómico a Mirta; y la de Diego Peretti como el abuelo rebelde Américo Bertotti, hijo de un inmigrante italiano que llegó a Argentina en la década de 1930 y que puso una pizzería a la que le dedicó su vida. Es justamente el padre de Américo (interpretado por el mismo Peretti) quien le hace prometer a su hijo que llegará al año 2000 con la pizzería abierta al público. La historia se ubica más precisamente en Mercedes (provincia de Buenos Aires) en los últimos tres días de 1999, es decir, a muy poco de la catástrofe económica, social, institucional, política y cultural que vivimos los argentinos en 2001. La protagonista es la familia Bertotti, con Mirta como jefa de hogar y encargada de apoyar a su marido y a sus tres hijos como puede, dos de ellos adolescentes y uno a punto de irse a Boston a cumplir su sueño profesional. Más allá de lo chabacana que es su puesta en escena, hay algo en la caracterización inverosímil y grotesca de Peretti que despierta entusiasmo (y risas). Quizás se deba a que representa la eterna rebeldía y a que siempre va a caer simpático un abuelo que te invita una cerveza a la hora del desayuno, que escucha Ramones mientras fuma hierbas ilegales y que echa a patadas a quienes pretenden intimidarlo. La película de Carnevale pertenece a una estirpe de viejas comedias familiares que siempre funcionaron con la audiencia a la que no le interesan las elucubraciones de las películas de alta calidad. Más respeto que soy tu madre tiene el mérito moral de despertar la sonrisa de la gente que se levanta a las 7 de la mañana a ganarse el pan.
En el cine -tal vez por su tendencia a las sagas o por ser en muchos casos una instancia posterior al soporte original de la obra-, alcanza un título para que se produzca una suerte de “memoria emotiva” que tiende al preconcepto de lo que se va a ver. En el caso de Más respeto que soy tu madre, la tarea se complejiza porque ¿de qué se va a hablar en la película? ¿Del blog que alimentó Hernán Casciari luego de la crisis de 2001, de la novela que surgió después como compendio de aquello, de la exitosa obra de teatro protagonizada por Antonio Gasalla, o de cualquier otra cosa? La respuesta podría ser de todo y nada al mismo tiempo. Porque el guion de la película protagonizada por Florencia Peña y Diego Peretti -firmado por el mismo Casciari junto a Christian Basilis- recoge situaciones, momentos y personajes de la historia original, les baja un poco el tono mordaz y los licua en función de un cuento al uso y costumbre de un posible espectador que llegue a la sala motivado por el título. La acción comienza a fines de 1999 con Mirta Bertotti (Florencia Peña), una mujer de carácter, ama de casa y líder autoconvocada de su disfuncional familia. Con estoicismo y la virtud de sacar agua de las piedras, Mirta va de acá para allá lidiando con su marido Zacarías (Guillermo Arengo), sus tres hijos (Agustín Battioni, Bruno Giganti y Ángela Torres) y especialmente por su suegro Don Américo (Diego Peretti). A la suma de estas individualidades se agrega que Américo, un hippie de honestidad brutal y pasión por la marihuana, quiere honrar el deseo de su padre: que la pizzería familiar, hoy venida abajo, reverdezca en el comienzo del nuevo siglo. Este será el eje del conflicto, aunque profusamente ornamentado por apuntes y momentos extractados del original de Casciari. Y ahí es donde empiezan los problemas, porque no hace falta haber leído el texto original para darse cuenta que algo no encaja (y si se leyó, es todavía más obvio). Los recortes argumentales se conectan unos con otros sin demasiada cohesión. Personajes como la novia de Caito (Loren Acuña), los vecinos “nuevos ricos” o “el novio de la nena” pasan de largo, sin llegar nunca a tener la suficiente entidad para quedar en la memoria. Algo parecido, aunque en menor medida, sucede con algunos principales, que tampoco terminan de delinearse más allá del trazo grueso que requiere la narración en momentos puntuales. La excepción probablemente sea la de Guillermo Arengo, actor diestro en eso de exprimir el material y darle siempre una vuelta de tuerca más. De esta manera, el elenco se vuelve funcional al devenir de Peña y Peretti, quienes llevan sobre sus hombros la responsabilidad de que la maquinaria funcione, aunque lográndolo a medias. Peña ha perfeccionado de tal manera su personaje público, que por momentos cuesta detectar cuándo es Mirta y cuándo es Florencia: los tonos, la apostura, incluso algunas frases, son prácticamente iguales. Lo de Peretti hablando en italiano es simpático, pero pierde credibilidad en el exceso de maquillaje utilizado para multiplicarle la edad; por qué no convocar a un actor más cercano generacionalmente al personaje es una duda que sobrevuela cada una de sus apariciones. Voces entusiastas la comparan con Esperando la carroza, y puede ser si uno las entiende como dos exponentes del subgénero del grotesco. Pero la falta de fuerza en su propuesta deja a Más respeto que soy tu madre muy lejos de dicha meta. Algunas ideas y unos pocos momentos logrados no alcanzan en la suma final para continuar la huella dejada por su ilustre predecesora.
La historia comienza con la llegada de Génova, allá por principios del siglo XX, de Américo Bertotti (Diego Peretti), quien deposita sus esperanzas en ayudar a construir un nuevo país. En pos de sus sueños de progreso, se instala en Mercedes, provincia de Buenos Aires donde funda una tradicional pizzería. En su alma anida una esperanza: que el emprendimiento eluda los avatares de la historia y que llegue, portando la tradición italiana, al año 2000. Quimera difícil, sobre todo por las transformaciones sociales y económicas que ha padecido nuestro país a lo largo de tantos años. Las peripecias continúan los tres últimos días de diciembre de 1999 y están centradas en la descendencia de los Bertotti, siendo Mirta González de Bertotti (Florencia Peña), el exponente máximo de la auténtica matriarca siempre atenta a resolver los problemas de la familia. Su esposo Zacarías (Guillermo Arengo), ha sido despedido tras veinte años de trabajo en la misma empresa y tienen tres hijos, el estudioso José María (Bruno Giganti) y dos retoños un tanto díscolos, la adolescente Sofía (Ángela Torres) y el rebelde Caio (Agustin Battioni). Con 51 años a cuesta, Mirta protege el nido hogareño con el escudo de su afecto inconmensurable, aunque la situación es tan crítica, que su hijo mayor desiste a una beca en el extranjero, para ayudar en las alicaídas finanzas del hogar. Para colmo de males el nono no está bien de salud y el negocio languidece con apenas un par de clientes. Pero a pesar de todo, la chispa de esperanza se enciende, y estos seres disfuncionales, como tantos en cualquier rincón del planeta, ponen manos a la obra para llevar adelante el deseo de Américo. Mirta toma las riendas con sus pichones y suma la ayuda de algunos parroquianos, para revitalizar el local, lavarles la cara a las paredes y poner en funcionamiento el horno a leña. Grotesco, excesos y humor negro Obviamente no contaremos acá cómo avanza y concluye la historia, sólo diremos que esta bienvenida comedia costumbrista, que remite inmediatamente al clásico Esperando la carroza, es pródiga en excesos, subrayados y hasta un poco de humor negro matizado por la muy buena música de Gerardo Gardelín. Bienvenidos los hallazgos de guion y dirección, en especial los soliloquios de la protagonista frente a cámaras y la unificación del tono de comedia de todo el elenco, en esta lograda radiografía de nuestra idiosincrasia. Para destacar, la entrega absoluta de Peña, una especie de volcánica Sofía Loren en pantalla y el siempre eficaz Peretti, quien tras un logrado maquillaje diseñado por Karina Camporino, con la especialista en caracterizaciones María Celeste Caparelli, se transforma en un anciano entrañable.
Más respeto que soy tu madre fue primero un blog donde su autor, Hernán Casciari, tomaba la identidad de Mirta Bertotti, una ama de casa de cincuenta años. Luego pasó al papel y terminó siendo un libro que a su vez fue adaptado en una muy exitosa obra de teatro protagonizada por Antonio Gasalla. Tal vez la película sea la peor de las versiones, pero con todo respeto debo decir que al verla es absolutamente imposible que alguno de los formatos anteriores fuera bueno o al menos gracioso. Me los ahorré todos, por suerte. Las pocas referencias que escuché, incluso las positivas, me invitaron a quedarme lejos de Mirta Bertotti y su familia. Mercedes Bertotti (Florencia Peña) tiene cincuenta y dos años y vive en la localidad bonaerense de Mercedes junto a su marido, su hijo y su hija. Un tercer hijo que ha dejado de compartir techo con la familia vendrá a quedarse con ellos antes de irse a vivir a Boston. La familia Bertotti tiene un patriarca muy particular, interpretado por Diego Peretti en la que podríamos afirmar en la peor actuación de toda su vida. El viejo ha heredado a su vez de su padre una pizzería y le ha jurado que la llevaría hasta el año 2000. Faltan pocos días para cumplir con la promesa, aunque la pizzería se cae a pedazos y no tiene clientes. El viejo, que soñaba con ser músico, es un anciano rockero que vive fumando marihuana y citando a sus artistas favoritos. Todo lo mencionado se repite una, dos, tres y mil veces. La primera vez no es graciosa, la segunda ni hablar, luego es simplemente una pesadilla. La comedia dirigida por Marcos Carnevale apuesta a un costumbrismo exacerbado que golpea una y otra vez contra el grotesco. La primera comparación, la más perezosa, es con Esperando la carroza (1985) una película muy popular que tenía muchos gritos, una montaña de lugares comunes y que muchos consideran graciosa. Pero claro, en comparación con Más respeto que soy tu madre hasta La decisión de Sophie tiene más humor. Los gags son tan malos que no solo no hacen reír, sino que incluso nos roban risas que hemos tenido en años anteriores, la película es como un dementor convertido en largometraje. La protagonista mira a cámara y nos cuenta la historia. Nos dice que en Argentina siempre hay crisis y, estando en la última semana del 2000, es bastante obvio cuál será el remate. La mayoría de los actores está a tono con el guión, es decir horribles, otros se las ingenian para vivir en su micromundo actoral y sobreviven, aunque sin rumbo. Lo primero que se puede pensar es que este costumbrismo grotesco es una decisión y como tal puede gustarnos o no, pero la verdad es que no debe haber una sola escena coherente, con sentido o continuidad. Personajes entran y salen, las situaciones se contradicen entre sí, los momentos chocan, no fluyen, todo está forzado y es tan explícito que es un bochorno ser testigos como espectadores. Sería difícil describir lo mal resuelto que está todo, hay escenas que hace cincuenta años hubieran sido antiguas y fallidas. Ni hablar de lo que producen hoy. Guión, dirección, actuación, vestuario, fotografía, todo está mal, pero la cereza del postre es la banda de sonido. La música es como un tío borracho que cuenta chistes malos y luego nos codea para pedirnos una risa. Cada momento de la película tiene la música como aliado infernal en la obviedad. Uno hubiera creído que no existía más esta clase de cine, pero no, ahí está, en una sala de estreno. Luego de Granizo, una cambalache sin sentido, hubiera jurado que Marcos Carnevale no podría hacer una película peor. Pasaron pocos meses y se demostró que sí, podía. No sé qué nos deparará el futuro, quiero pensar que no hay algo más malo que esto.
En un 2022 que lo encuentra estrenando dos películas con pocos meses de diferencia, “Granizo” (2022) la pueden ver en Netflix, llega la última película de Marcos Carnevale en gran parte de las salas del país. Director que se caracteriza por su gran poder para cortar tickets, con obras como “Corazon de Leon” (2013) donde Franchela hace de enano o “Inseparables” (2016), un remake argentino del hit francés “Untouchables” (2011). En esta ocasión nos presenta “Más respeto que soy tu madre”, basada en el blog homónimo de Hernán Casciari, que también supo ser una obra de teatro argentina, adaptada por Antonio Gasalla. La película está encabezada por Diego Peretti y Florencia Peña. Completando el elenco se encuentran, Guillermo Arengo, Ángela Torres, Agustín Battioni y Bruno Giganti. Tras su paso por los cines se podrá ver en Star +. En algún rincón escondido del interior de la provincia de Buenos Aires, llamado Mercedes, se encuentra la familia Bertotti. Mirta encabeza todo, haciendo lo posible por que su familia pueda comer todos los días. Su marido hace changas y sus hijos adolescentes son lo que se denominaría “un tiro al aire”. El abuelo por su parte dirige la antaño exitosa pizzería Bertotti. La cual a causa de una promesa realizada de niño, posee la misión de lograr que esta llegue abierta hasta el año 2000. Caerle a la película sería lo más sen
Si bien no leí el libro y no ví la obra de teatro, estoy bastante familiarizado con la obra de Hernán Casciari y por ello tenía cierta expectativa por este film. Como síntesis puedo decir que me hizo reír mucho (a veces con carcajadas) y la pasé muy bien. Seguramente va a ser bastante criticada por ser "costumbrista" y mostrar una "familia argentina cliché y exagerada" tipo Esperando la Carroza (1985) o la adaptación nacional de Casados con hijos. De ésta última, Florencia Peña vuelve a estar en el centro. Y la verdad es que está muy bien en el rol, si bien cuesta un poco ocultar sus rasgos de femme fatale. Pero lo que a priori llama la atención cuando ves alguna imagen del film es la caracterización de Diego Peretti. Si, está exagerada, pero funciona dentro del código que se propone. Y ahí está la cuestión: la película plantea un universo muy particular. Un fin de milenio en Mercedes, Provincia de Buenos Aires, que bien puede ser realista, pero al mismo tiempo inverosímil. Y ahí ocurre la magia de la ficción. Marcos Carnevale presenta su mejor trabajo desde Viudas (2011) dándole al espectador una comedia más que digna y disfrutable, con una puesta correcta y efectiva. En definitiva, Más respeto que soy tu madre cumple con todos sus objetivos y es una propuesta ideal para pasarla bien (y reírse) en el cine.
"Más respeto que soy tu madre": costumbrismo kitsch El clan Bertotti no es tanto una sumatoria de arquetipos basados en los lugares comunes más rancios del género, sino una galería de "freaks" dignos de un psiquiátrico. Más respeto que soy tu madre arrancó como un juego de Hernán Casciari. El periodista y escritor, bajo la identidad de una ama de casa de 52 años de la localidad bonaerense de Mercedes llamada Mirta Bertotti, empezó a narrar en un blog relatos auto conclusivos acerca de sus dramas, sus problemas económicos y la relación con los tres hijos, el marido caído del sistema durante los ’90 y un suegro fumón de ascendencia italiana. El “experimento de ficción”, como lo definió el creador de la revista Orsai, se prolongó durante diez meses entre 2003 y 2004, luego se publicó en formato libro y finalmente fue una exitosísima obra teatral —cortó más de un millón de entradas durante cinco temporadas— con Antonio Gasalla a cargo de la adaptación y de interpretar a Mirta. Un papel que ahora, en su versión cinematográfica, recae en Florencia Peña, cuyo rostro y el de un Diego Peretti recargado de maquillaje ilustran uno de los posters más precarios de una producción con aspiraciones comerciales que se recuerden en mucho tiempo. Ese poster era la primera alerta de que todo podía salir mal. La segunda tenía que ver con la elección como director de Marcos Carnevale, que ha demostrado entender el costumbrismo de la misma manera que lo hicieron las ficciones televisivas en los ’90 y los primeros dos mil, incluyendo actuaciones ostentosas y toneladas de música para puntear las emociones que debería sentir el espectador. La tercera se vincula con el mencionado Peretti, un actor que necesita un buen director que lo marque y que aquí debía dejar de lado la gestualidad mínima, toda una huella de su impronta cómica deadpan, para abrazar la exageración y un trazo grueso cuyo artificio se percibe desde el mencionado póster. La cereza del postre era la inevitable comparación con Esperando la carroza, en tanto ambas películas se proponen indagar en algo que podría llamarse la “argentinidad medio pelo”. Sin embargo, contra viento y marea, y no son tropezones, Más respeto que soy tu madre se las arregla para salir adelante. ¿Cómo lo hace? Pasando de rosca el costumbrismo hasta más allá de lo imaginable, creyendo en el potencial cómico de la viejas y queridas puteadas, embadurnando de grasa un relato que asume el legado del clásico de Alejandro Doria mediante una exacerbación de lo decante. Una decadencia que coquetea con el patetismo sin que esto implique observar a sus criaturas desde un pedestal intelectual de quien se cree mejor, más pillo e inteligente. Y eso que nada es normal en el clan Bertotti, una familia que no es tanto una sumatoria de arquetipos basados en los lugares comunes más rancios del subgénero, sino una galería de freaks dignos de un psiquiátrico. Todos putean y dicen lo que piensan sin pensar lo que dicen. Empezando por el suegro de Mirta (Peretti), quien regentea la pizzería fundada poco después de que sus ancestros italianos se instalaran en Mercedes. Aunque lo de regentear es relativo, porque hace años que del horno no sale una pizza y como clientes están los parroquianos de siempre chupando todo el día, mientras él fuma un porro tras otro y, entre otras cosas, le invita una cerveza como desayuno a su nieto Caio (Agustín Battioni). El muchachito también tiene lo suyo: una capacidad intelectual y una torpeza dignas de un sub-8, por ejemplo, además de un corazón tan grande como para enamorarse de una mujer varias décadas mayor después de la primera cita. Por ahí anda papá Zacarías (Guillermo Arengo), que usa la remera de la fábrica en la que trabajó —y lo echaron— y hoy se gana el pan como delivery de una pizzería. Hasta los chicos del barrio lo toman para la chacota robándole la moto. Quedan los otros hijos: la menor, Sofía (Ángela Torres), está más caliente que una pava hirviendo y el mayor, Nacho (Bruno Giganti), es el único que aspira a salir de la medianía. Versión recargada de los Musicardi de Esperando la carroza, los Bertotti cruzan disfuncionalidad con lo hiperbólico, inestabilidad con desubicación. De allí, entonces que salgan a celebrar el aniversario de la muerte de su perro sacando a pasear en skate su cuerpo embalsado o que discutan a los gritos en una plaza acerca de quién, cuándo y dónde desvirgaron a Mirta, la misma que es testigo de un affaire en una carnicería que incluye al carnicero en bolas y delantal y las metáforas más gruesas sobre cortes de carne y el miembro viril. Porque más Más respeto que soy tu madre no es costumbrismo, es su elevación a la enésima potencia. Un costumbrismo kitsch.
«Más respeto que soy tu madre «fue primero el segmento del blog, nada menos que Orsai de Hernán Casciari. Era la época del reinado de los blogs y Orsai era el mejor de todos. Más respeto… creció, llegó a ser un libro y después se trasladó al teatro de la mano de Antonio Gasalla. No hay que engañarse, para el mundo del espectáculo, la historia central que era el diario de una película de clase media baja -con la madre interpretada por un Gasalla travestido- era una asociación directa, se caía de maduro con Esperando la carroza. No es un delito, así funciona el negocio y este funcionó muy bien. No hacía falta explicar que Mamá Cora no tenía nada que ver con la protagonista de la obra de Casciari, estaba Gasallla sobre el escenario al mando contando la degradación de una familia de clase media baja en un país que vive en crisis pero donde al final, todos los desastres o traumas tienen solución aunque a lo largo de la obra todos fueran bastante desagradables. Fue un éxito y se recibió de clásico, incluso con cambios de elenco y esas cosas habituales en obras que se representan durante varias temporadas. Era cuestión de tiempo para que la obra mutara una vez más y se transformara en otra cosa, pudo haber sido una serie, pero fue el cine quien sedujo al autor y Marcos Carnevale el encargado de dirigirla. Lo mejor que se puede decir de esta nueva versión de la misma historia, es que justamente, no es exactamente la misma historia. Casciari y Christian Basilis escribieron el guión tratando de darle un espíritu cinematográfico y modernizando algunas cosas. Pero Carnevale se puso detrás de las cámaras invocando el espíritu de Alejandro Doria y dispuesto a traer al SXXI el mismísimo espíritu de Esperando la carroza. Mirta Bertototti es la autora del blog (Florencia Peña), que rompiendo la cuarta pared nos cuenta a los espectadores las peripecias de su familia durante la crisis de 1999. Mirta tiene un esposo que hace 20 años que trabaja en lo que puede, pobre Zacarías (Guillermo Arango), ahora está de repartidor de pizzas. Tienen tres hijos que por supuesto hacen lo que se les canta y uno de ellos está de novio, es gay y se está por ir a Boston por una beca. No hay mucho más para contar si no queremos arruinar la experiencia de quien se acerque a las salas. Bueno, nos estamos olvidando de un personaje central que es el abuelo interpretado por Diego Peretti. Se trata de un anciano fumón, que escucha a Los Ramones y al que no le importó nada sostener la pizzería que heredó de su padre interpretado con cierto aire al finado Darío Vittori por el mismo Peretti en un flasback metido un poco forzadamente. Todos son buenos actores y tienen claro lo que requiere la comedia, el problema de Más respeto que soy tu madre en esta versión es su aspiración de ser una nueva Esperando la carroza cuando ya con una nos alcanza. Y sobra. No hay frases que hagan historia, no hay demasiado arte en la puesta en escena y todo está dicho a los gritos y a las apuradas. El principal problema de esta película es volver a un costumbrismo que ya pensábamos guardado en la baulera, pero que Carnevale pensó que valía la pena revivir a pesar de ya está claramente rancio. MÁS RESPETO QUE SOY TU MADRE Más respeto que soy tu madre. Argentina, 2022. Dirección: Marcos Carnevale. Intérpretes: Florencia Peña, Diego Peretti, Guillermo Arengo, Ángela Torres, Agustin Battioni y Bruno Giganti. Guion: Hernán Casciari y Christian Basilis. Fotografía: Horacio Maira. Sonido: Leandro De Loredo. Edición: Luis Barros. Música: Gerardo Gardelin. Distribuidora: Star Distribution (Disney). Duración: 100 minutos.
Ya Hernán Casciari nos había sorprendido con el humor desmadrado y delirante, chancho y trasgresor de la versión teatral que protagonizó Antonio Gasalla. Para el cine el autor trabajo con Christian Basilis y limpió lo escatológico pero no lo frenético y creativo que funciona como un nuevo grotesco, y encontró en un elenco muy adecuado, la redondez de un film que está destino a ser un éxito popular. Es una familia que en los años cincuenta se encuentra en una crisis económica que pone de cabeza valores y tradiciones. Ese grupo con inquietudes distintas pero cercado por la falta de dinero y los sueños rotos es querible, comprensible y graciosa. Flor Peña brilla en la composición de esa matriarca mezcla de Sofía Loren y directora de escuela que tiene momentos increíbles. Nadie ose meterse con una mujer luchadora, terrible enemiga, vengadora a fondo. Uno de los mejores trabajos de la actriz en cine. A Diego Peretti su personaje entre la herencia italiana y el actualización rockera le va perfecto. A Guillermo Arengo, ese esposo aguantador, tierno, símbolo de tanta humanidad sufrida argentina le brinda la posibilidad de una gran composición. Con un tono que inevitablemente trae el recuerdo del deliro de “Esperando a la carroza”, es bienvenida la llegada de un cine industrial y popular con personalidad propia que le imprimió su director Marcos Carnevale.
Primero fue un blog escrito en primera persona, luego una novela de Hernán Casciari, pronto una obra de teatro protagonizada por Antonio Gasalla y en algún momento iba a suceder: la película, en este caso dirigida por Marcos Carnevale y que ya desde ese póster feo avecina lo peor. Escrita por el propio Casciari junto a Christian Basilis, se trata de una película que apela al costumbrismo con lo grotesco de una manera anticuada y vulgar. Más respeto que soy tu madre, la película, comienza con una escena en blanco y negro hablada en italiano. En ella un maestro pizzero le pide a su nieto que mantenga viva esta pizzería, al menos hasta el año 2000. De allí se salta a finales de 1999, donde ese niño ya anciano mantiene esa misma pizzería, ahora en Mercedes con un local de mala muerte donde sólo se junta con otros viejos a beber y fumar porro. El hijo de este abuelo pendeviejo (Diego Peretti en una caracterización penosa) hace lo que puede para mantener a su familia y se ve obligado a trabajar de delivery para la competencia, una cadena de pizzas. A su vez, está casado con Mirta, mujer de carácter que lleva adelante una enorme pero humilde casa (aunque en realidad luce mucho como una pensión), con dos hijos a los que apenas entiende y uno mayor que parece ser la promesa de la familia. La excusa de la trama tiene que ver con la idea de reinaugurar la pizzería más allá del difícil contexto económico y que se convierta otra vez en lo que supo ser: un lugar familiar y de encuentro. Pero para que una cosa funcione tienen que funcionar otras tantas. Recargada de personajes (muchos no aportan más que algún chiste, y no siempre efectivo), la película es un compendio de situaciones tipo sketchs pero sin mucha gracia. Todo es tan exagerado y artificial que parece una mala copia de las comedias italianas de varias décadas atrás, con puteadas a los gritos y una serie de enredos ridículos. A nivel estético, el problema es igual de grave: se supone que la película sucede a fines de los 90s pero todo parece de épocas anteriores, con un filtro sepia inentendible e incluso una dudosa elección de vestuario. En el fondo, y completamente desaprovechado, aparece la línea argumental que hace un poco a la historia, al menos en su origen: el de la escritura. Esa vocación y actividad placentera que Mirta encuentra en un momento de su vida que podría parecer demasiado tarde. Florencia Peña no está del todo mal en su papel de madre luchona, da la sensación de que hace todo lo que puede con lo que sabe: con una performance al mejor estilo Casados con hijos, histriónica. Diego Peretti luce tan exagerado como su maquillaje como este abuelo cuyos insultos casi siempre incluyen la misma palabra: chota. Hay buenas intenciones pero el camino al infierno está pavimentado de ellas. Como se puede suponer, la película apela a la importancia de la familia y el legado familiar, de mantener vivo aquello de donde venimos. Están también las pinceladas de argentinidad, en especial en la resolución, donde uno siempre se termina identificando mas no sea por haber transitado tal momento. Pero las escenas se suceden muchas veces sin ritmo y cohesión entre ellas. Un humor desactualizado y anticuado, una estética artificial y fuera de tiempo, lugares comunes, hacen de Más respeto que soy tu madre una fallida adaptación. Si bien se entiende que apuesta a un tono costumbrista grotesco y kitsch nunca se percibe genuino, sino totalmente forzado. Una comedia olvidable que sacará alguna risa y no mucho más. Al menos no es otra tonta y misógina película de Carnevale.
Basada en la exitosa versión teatral de los textos de Hernán Casciari, esta película se acerca al espíritu de Esperando la carroza por varios motivos. El primero -y principal- es el paisaje social mostrado a través del humor grotesco y absurdo, un paisaje en el que reina la sensación de vivir en el filo de la navaja económico del que siempre se sale con algun artilugio absurdo. Pasan muchas cosas en el film, poblado de personajes que son la caricatura de otros personajes y al que se suma un grado (saludable) de surrealismo. De hecho, hay momentos en que más que grotesco, todo parece asemejarse al dibujo animado o al esperpento, aunque en todos los casos, siempre, subsiste la idea de que el amor (de familia) todo lo puede: en última instancia, sobre los lugares comunes (que los tiene, algunos poco interesantes) reina el personaje de Florencia Peña, esa madre que se vuelve sostén de todo y de todos. Peña, que es una comediante con dotes aunque no siempre logra utilizarlas como corresponde, aquí puede ser el personaje hilarante -y algo televisivo- que suele construir, pero también tiene momentos de ternura, de mirada en perspectiva, de ese “tono medio” tan difícil de lograr en el cine (y en cualquier lado). El trabajo de la actriz -como el de la protagonista de la ficción- es sotener todo. Lo logra.
Comedia costumbrista que emula a “Esperando la Carroza”, concepción del arte cinematográfico que atrasa. La ridiculez, más que gracia, da vergüenza ajena. Marcos Carnevale hace un cine anclado en un prototipo de humor que nos retrotrae a lo más banal y básico que nuestra industria ofrecía luego del vaciamiento cultural producido en tiempos de la dictadura. Adaptado de la exitosa obra teatral de Hernán Casciari, en este film abunda el chiste malo que no contagia. Para colmo, el mal gusto para realizar bromas busca sacar una carcajada con una situación que involucra a una mascota que perdió la vida. Imposible. Reincidiendo, tal búsqueda, en una olvidable escena perteneciente a “Granizo” (2021). Aquí, tropieza con una piedra aún más grande que la previsible y torpe película que estrenara Netflix. En “Más Respeto que soy tu Madre” se palpa falta de elaboración a la hora de delinear un grotesco paisaje social. El ofrecido es un vuelo audiovisual que se acomoda mejor al formato televisivo; las salas de cine le quedan grandes. Florencia Peña, en el rol de matriarca, encabeza un elenco que posee otro nombre propio de fuste: Diego Peretti. Capas de maquillaje encima intentan disimular a un intérprete forzado a más no poder. Su flojo tino para elegir papeles llama poderosamente la atención, encadenando una serie de participaciones prescindibles (“Ecos de un Crimen”, “La Ira de Dios”). El retrato es el de una familia disfuncional. No hay alegrías para el abuelo y el fin de siglo se aproxima. Tramo a tramo, todo se plaga de inconsistencias; lugares comunes y estereotipos vertebran una narrativa emprendida con trazo grueso. Alevosos primeros planos que dejan de lado toda sutileza. ¿Qué quedó del director de “Elsa y Fred” e “Inseparables”? Una dirección perezosa, un falso sentimiento de nostalgia y una bajada de línea político-económica que no acaba de cuajar emergen como las características principales de un producto que extravió el tono por completo.
Más Respeto Que Soy Tu Madre es una mala copia de Esperando La Carroza. Tiene todos sus defectos, y ninguna de sus virtudes; es una película que estéticamente atrasa 40 años, y que no funciona en la mayor parte del metraje, y en algunas partes pareciera que la hubieran hecho sin ganas; es una película perezosa, no parece que la hubieran hecho con la dedicación que un director debería darle a un film, sobre todo cuando normalmente un director le dedica un año de su vida a un filme, aunque no da la impresión que fuera ese el caso. Lamentablemente no es muy graciosa, aunque si puede arrancar alguna sonrisa a lo largo del metraje, y quizás alguna carcajada aislada, si tenemos suerte, pero lamentablemente es un filme completamente fallido; además muchos de los chistes no solo que fallan, sino que dan vergüenza ajena, o dan cringe, como dicen algunos ahora; y muchos de estos chistes son estúpidos; la estupidez es un recurso válido para la comedia, pero como muchas veces se ha indicado, cuando a un film estúpido no da gracia, no hace reír, solo nos queda la estupidez. Además, los recursos que usa en los momentos que se supone deben ser emotivos son muy obvios y muy marcados; al punto tal que distraen, molestan, y generan un efecto contrario. Cuando se supone que es el momento emotivo, la cámara pasa inmediatamente a primer plano, entran en los violines, entra un montaje distinto; y eso es tan evidente, que hubiera sido más sutil que el director nos ponga un subtítulo que diga “a partir de ahora emociónense”. Tiene una dirección francamente ajena a cualquier tipo de sensibilidad cinematográfica, como si al director le hubieran ofrecido un fardo de dólares, y no le hubiera importado el producto, sino solamente cobrar su salario. Además de que tiene algunas partes que son realmente macabras, especialmente una en el final, qué es especialmente desagradable, pero además en cierta forma previsible. Como si esto fuera poco, es deshonesta a nivel histórico, planteando que la década del 90 fue una década de crisis, cuando en realidad fue una de las mejores décadas a nivel económico. Con una baja de 25% de la pobreza, y asociando a Domingo Cavallo con la quita de depósitos, cuando en realidad fue el presidente Duhalde junto a Remes Lenicov, en el gobierno siguiente, los que hicieron esa estafa a la población. Es difícil encontrarle el mérito a la película, más allá de qué normas generales es entretenida, y no aburre; pero eso definitivamente no vale el precio de la entrada, mejor evitarla.
ACORDEONES Y CINE ARGENTINO Lo primero que escuchamos en la versión cinematográfica de Más respeto que soy tu madre son unos acordeones que nos hacen recordar a otros acordeones, los de Esperando la carroza. Como en el cine norteamericano alguien cada tanto quiere filmar la nueva versión de El ciudadano, en nuestro cine alguien quiere hacer la nueva Esperando la carroza. Si el texto original de Hernán Casciari publicado en el bog Orsai (demonios, ¿tenemos que explicar lo que es un blog o están de moda de nuevo?… ya me perdí en el tiempo) nos llevaba inmediatamente a aquella familia retratada en el ochentoso film de Alejandro Doria, lo cierto es que la voz escrita requiere de nuestra propia voz, que le da un tono e impronta amoldado a nuestras propias expectativas. De todos modos el chirrido del costumbrismo colisionando con el grotesco estaba presente, y de eso se dio cuenta Antonio Gasalla en la muy exitosa adaptación teatral, que durante varias temporadas convocó millones. La diferencia entre aquella puesta y esta película de Marcos Carnevale es la obvia: en el teatro argentino el grotesco tiene una tradición muy asentada, y sus tonos conviven mejor con la experiencia sobre el espacio amplio del escenario donde la exacerbación explota sin necesidad de contención. Y, claro, Gasalla entiende completamente el género y lo sabe traducir a través de lo kitsch. Por el contrario, Carnevale es un émulo, además de un realizador con pocas virtudes a la vista en su ya extensa filmografía. Lo que queda entonces en esta Más respeto que soy tu madre es una suerte de copia esforzada y muy fea, a la que se le notan todos los piolines e intentos, y que por eso mismo se vuelve absolutamente fallida, especialmente cuando busca un poco extorsivamente (y un poco tanamente) la contracara sentimental a algo que no lo tiene. En eso, Esperando la carroza nunca se traicionaba. Aclaro también (aunque ya lo aclaré acá) que no me gusta Esperando la carroza, una experiencia agobiante, un campeonato de actuaciones chillonas a la que al menos le reconozco (sí sí sí, sus tres o cuatro frases para hacer remera) el valor de lo repentino: para los años amarronados de la post-dictadura su presencia en los cines fue como un estallido, una suerte de auxilio emocional para una sociedad que necesitaba esa explosión de la risa virulenta contra cierto imaginario del ser argentino. Y ahí radica una de las principales fallas de Más respeto que soy tu madre: su ubicuidad a destiempo. Los protagonistas, la familia Bertotti, son el clan disfuncional que ya sabemos, que aparecen como un coletazo del menemismo. Claramente no es una traición al texto original, que surgía como exorcismo de los 90’s y la debacle de la Alianza, pero a más de dos décadas de aquellos episodios es indudable que su ironía se licúa demasiado. Y si como dice alguien por ahí, “en Argentina tenés una crisis cada diez años”, no hubiera sido para nada desatinado ambientar la historia en el presente aunque hubiera requerido cierta valentía que ninguno de los involucrados parece tener. Claro que estamos hilando demasiado fino, porque en verdad los problemas de Más respeto que soy tu madre no son de fondo, sino que están en la superficie misma, en el póster me animo a decir. Todo es un horror casi desde el vamos, desde sus primeras escenas gritonas, desde el maquillaje imposible con el que Diego Peretti hace de abuelo, también un guiño a la mamá Cora de Gasalla, o el cocoliche con el que lo hacen hablar (lo de Peretti merece un desvío: es sin dudas uno de los mejores comediantes del cine argentino, aunque es cierto que lo suyo es un registro más apagado, cercano al absurdo, y aquí se lo lleva a extremos que le quedan incómodos, sumado a un actuación corporal que nunca nos permite ver al abuelo que pretende interpretar), en su narración incongruente, en su humor negro ejecutado con absoluta pereza, en la falta de tiempo cómico de todo el elenco y en su giro final que busca tener el costado evocativo a lo Ratatouille. Más respeto que soy tu madre es solo cuantificable dentro del multiverso de Carnevale, y por eso mismo no puede ser calificada como lo peor: ese sitial lo ocupa la impar (por fea) Corazón loco.
Reseña emitida al aire en la radio.