Una de las caras más familiares del cine francés, la gran Isabelle Huppert, protagoniza este film dando vida a Agathe, una mujer elegante, fina, intelectual y fría, vive en pareja con el padre de su único hijo, pero no están casados. Quien la acompaña es Benoît Poelvoorde (Románticos Anónimos), interpretando a Patrick, un hombre, para resumir, totalmente opuesto. Él es promiscuo, vulgar, bebedor y tiene un hijo al que le quieren quitar por no tener un lugar donde vivir. Y justamente es por sus hijos que los dos se van a conocer. La directora es Anne Fontaine, quien se encargó de dirigir a Audrey Tautou encarnada sutilmente en la piel de Coco Chanel en "Coco Avant Chanel". La película es una comedia de enredos al mejor estilo francés y su encanto radica probablemente en mayor cantidad en su mujer protagonista. Imposible no amar a Huppert, esa mujer menudita, colorada y con pequitas. Probablemente la historia ya fue contada muchas veces, los contrastes entre dos personas tan opuestas que a la vez parecen estar destinadas a estar juntos. "Los que se pelean se aman", nos decían cuando éramos chicos. No obstante, viendo la película uno se cuestiona muchas veces si estas dos personas finalmente van a terminar juntos. Mientras Patrick no deja de ser un hombre que a veces da vergüenza ajena, Agathe sólo logra liberarse un poco tras unas copitas demás. Además, el film cuenta con unas tramas secundarias que logran agregarle colorido. Película de mensaje claro y subrayado, en la vida hay que liberarse y disfrutarla. Nos lo dijeron muchas veces, pero ¿cómo no creerle y querer hacerle caso a la gran Isabelle?
Anexo de crítica por Fernando Sandro Luego de haberla anunciado repetidas veces durante 2012 finalmente llega a las salas "Mi peor pesadilla", comedia al estilo típico francés que no obstante tiene varias particularidades; su directora y su protagonista. La historia es simple y ultra conocida, Agathe (Isabelle Huppert) es una mujer correcta, fina, que vive acomodadamente con su esposo e hijo. Adrien, su hijo es íntimo amigo de Tony, y es así como Agathe conoce al padre de este, Patrick (Benoit Poelvoorde) un hombre tosco, desprolijo, en las antípodas de Agathe. Agathe circunstancialmente hospedará a Tony y Patrick ingresará a la casa como empleado; distintas situaciones (que no adelantaré pero que son obvias) llevarán al hombre a tomar el control del hogar trastocando la vida y personalidad de la calculadora Agathe. Ya se sabe, es el clásico, rechazo, compasión, amistad, y amor. Su directora es Anne Fontaine, y decía que es una particularidad, porque tanto ella (Cocó antes de Channel, Natalie X) como Huppert – la reina gélida del drama – no estan acostumbradas al ritmo de la comedia de enredos, a la típica fórmula romántica de odio-unión-separación-amor para siempre; y sin embargo, y pese a sembrar el camino de clichés, sacan el film adelante y con muy buenas armas. Uno se imaginaría en ese típico juego del “groncho y la dama” a una Nicole Kidman y a un Hugh Jackman (por citar dos estereotipos de entre miles) jugando al juego del amor-odio; pero Fontaine sabe que tiene otros interpretes, que son otras las cartas con las que juega, y les saca provecho. Huppert (espléndida como siempre) y Poelvoorde están más acostumbrados al clima dramático, al igual que la directora; por eso no encontrarán acá una pila de nervios, son enredos, comicidad y romance, pero a un ritmo tranquilo, agradable, y con gags directos y certeros. "Mi peor pesadilla" es una comedia de actores, un duelo entre dos grandes interpretes, y entre ellos hay mucha química y saben hacer creíble cualquier situación. También es fundamental el aporte de secundarios con grandes actores como Andre Dussolier y Virginie Efira. Con un guión más elaborado la ecuación hubiese sido perfecta, las cosas suenan a demasiada casualidad, a apuro en la escritura, a fórmula probada y segura sin riesgo. Pero por suerte tiene un elenco en donde apoyarse. Es un film menor, y tiene autoconciencia de serlo, Fontaine no es ni pretende ser Francis Veber, hasta pareciera haberlo hecho por encargo; para la vasta producción francesa de comicidad este será un film promedio, y aún así le alcanza para destacarse dentro de la media de comedias románticas. Como siempre, Francia entrega elegancia en sus films, y acá los paisejes de Luxemburgo relucn bien en pantalla, es un clásico for export. El juego del contraste también destaca en este aspecto, Agathe vive rodeada de arte, de “clase alta”, Patrick vive en una camioneta mugrienta. Son esos detalles los que la hacen a la vez que previsible querible, como si uno quisiera ver una y otra vez el mismo film con ligeros cambios. Como sucediera con la simpática "Rompecorazones" hace dos años, este exponente copia una fórmula de Hollywood y se la apropia al método francés. Puede sonar traspolado, impropio, ajustado, y lleno de clichés ajenos... pero en los momentos en que reluce el encanto galo por sobre la machietta típica se convierte en una experiencia adorable. Dios gracias que cuenta con esos grandes intérpretes.
Vivan las antípodas Comedia sobre una mujer delicada y fría (Isabelle Huppert) que conoce a un tipo vulgar. Para que a uno le guste Mi peor pesadilla deberá gustarle Isabelle Huppert. Al autor de estas líneas le gusta Huppert, mucho, mucho más que esta comedia francesa -decir comedia francesa es dar una definición estilística, antes que un dato de producción- sobre el acercamiento de dos personajes antinómicos. Una señora fina, fría, acaso frígida -es lo que sugiere su marido, interpretado por André Dussolier- que conoce a un hombre vulgar, grosero y marginal, pero cargado de ímpetu libidinal. Impetu que, hasta conocerla a ella, ejerce con mujeres rudimentarias, rellenas y muy lujuriosas. La ecléctica realizadora Anne Fontaine ( Nathalie X, Coco después de Chanel), conocedora del alma femenina, decidió llevar al extremo el estereotipo -justificado o no- que se creó en torno de Huppert. Agathe, su elegante personaje, vive con su esposo -en realidad no están casados legalmente- en la zona más exclusiva de París y maneja una fundación de arte vanguardista. Si no estuviéramos ante una comedia, o aun estándolo, podríamos encontrar en ella los rasgos del gélido, filoso, perverso, atractivo personaje que interpretaba en La profesora de piano, de Michael Haneke. Agatha y su pareja tienen un hijo preadolescente, que no se separa de un compañero de colegio. El padre de este chico, Patrick (Benoit Poelvoorde), parece salido de una comedia norteamericana de despedida de solteros (nada más alejado del cine de Haneke). En el ríspido vínculo con Agathe, ambos irán cambiando: el lento, dificultoso acercamiento de las antípodas. En sus mejores momentos, la película remeda, vagamente y en distinto tono, a El gusto de los otros, de Agnes Jaoui, con el foco puesto en los efectos del choque/atracción de mundos. En los pasajes más flojos, Mi peor... cae en lugares comunes, se excede en los desbordes de Patrick (que termina resultando molesto incluso para el espectador) y se debilita en subtramas demasiado artificiales. Lo extraordinario -aunque, en realidad, es frecuente- es la actuación de Huppert: su ductilidad, su capacidad para comunicar a través de pequeños gestos, el modo casi lúdico en que disfruta del juego con su imagen pública. Su personaje no termina de soltarse. Cede, apenas, en algunas escenas, en las que aparece achispada por el alcohol. Nunca del todo. Si no, no sería Agathe, ni la señora Huppert o lo que se fantasea de ella.
El inconsciente freudiano llega en musculosa Dueña de una carrera que se remonta a mediados de los años ’90, Anne Fontaine, nacida en Luxemburgo, supo integrar una franja de realizadores que en Francia abunda: aquéllos capaces de hacer un cine personal para un público selectivo, no necesariamente de elite. Buena prueba de ello son dos de sus películas estrenadas en Argentina, Cómo maté a mi padre (2001) y Nathalie X (2003), cuyo desenmascaramiento de la “normalidad” burguesa las tornaba algo programáticas tal vez, pero inquietantes. Parecería que la Sra. Fontaine se cansó de esa clase de películas, apuntando ahora a una mayor masividad. Así lo hacen pensar la previa Cocó antes de Chanel (2009), biopic convencional de esa institución de la moda gala, y ahora Mi peor pesadilla, una comedia que queriendo revertir esquematismos queda atrapada en ellos. La situación de arranque ofrece llamativas semejanzas con El hombre de al lado, de los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn. Para tirar abajo una habitación y remodelarla, una pareja de muy buena posición contrata a un albañil que es como lo otro absoluto. Ellos (Isabelle Huppert y André Dussolier) son educadísimos, refinadísimos, discretísimos. El colmo de la civilización, en una palabra. El otro (el belga Benoit Poelvoorde) es un verdadero animal, que mientras le da al taladro y la maza usa metáforas como que “no hay que limpiarse el culo antes de cagar” (en una reunión de padres del colegio), invita al dueño de casa a irse de putas y amaga con mirarle la entrepierna a Huppert, para verificar “si la tiene pelirroja”. Ellos viven en un piso de 200 m2, él vive de prestado. Ellos no cogen desde que tuvieron a su hijo (unos diez años, más o menos), él es un macho cabrío que se voltea lo que se le cruce. Obviamente, la llegada de esta suerte de inconsciente freudiano en musculosa va a desacomodar el imperio del Yo que rige ese piso, derritiendo a golpes de picahielo el glaciar de sus anfitriones. La tipicidad echa por tierra todo el andamiaje de Mi peor pesadilla, haciendo de los personajes puras entelequias. Huppert –más gélida que nunca– y Dussolier –tan gentil como de costumbre– no son, representan cosas. Dueña de una galería de arte ella, editor literario él, Agathe y François son una versión particularmente adinerada, particularmente chic, del sector social al que en Francia llaman bobos, por bohémies bourgeoises. Patrick es el populacho, básico, bruto y carnal. Planteadas así las cosas, los guionistas (la propia Fontaine y un señor Nicolas Mercier, proveniente de la tele) se ven obligados a sortear sucesivas encerronas, intentando esquivar el fantasma racista y clasista con la caricatura burguesa como coartada, invirtiendo roles e intentando revertir luego la prototipia, sin evitar caer finalmente en la variante redencionista. Pero es el bruto el que necesita redimirse: eso quiere decir que es él el que estaba en falta. Típico de estos casos, por querer mostrarse desprejuiciado se termina mostrando la hilacha.
Una comedia que recurre a la siempre eficaz atracción de los opuestos, entre una mujer sofisticada, intelectual, con un hombre vital, marginal, vulgar. Con una siempre fascinante Isabelle Huppert, secundada por un buen elenco, buenos diálogos y situaciones bien resueltas. Resulta entretenida.
El groncho y la dama Bajo la dialéctica de mundos contrapuestos que se superponen, la directora Anne Fontaine elabora esta comedia romántica poco interesante entre una mujer burguesa interpretada por la actriz Isabelle Huppert y un padre que conoce en una reunión en el colegio de sus hijos, un tanto ausente que se dedica a la construcción en la piel del actor Benoit Poelvoorde, quien pese a su poca cultura y modales un tanto excesivos logra ganarse el corazón de ella una vez que empiezan a entablar una relación despojada del prejuicio de clase. Ahora bien, como dice el refrán si la mona viste de seda, mona queda y esto es lo que se desata cada vez que uno u otro intentan encajar en el entorno ajeno: el en el mundillo del arte de vanguardia y ella en un raid en que los permisos y los excesos no están mal vistos ni tampoco la diversión a pesar de su personalidad fría y malhumorada. Sin embargo, lo que los une es el cuidado de sus respectivos hijos preadolescentes y la preocupación por su educación, ambos conviven en el mismo techo en tanto la situación del padre no se solucione y pueda mantener la tutela de su hijo. El otro eje narrativo en la trama apela al humor grueso a partir del contraste entre la vida burguesa y la llegada de este personaje que pone en conflicto el círculo de confort, así como a partir del sentido común que también provoca en la pareja algunos chisporroteos que devienen en una repentina separación entre la protagonista y su compañero, un editor que encuentra en una chica joven lo que su pareja madura no puede brindarle, el editor está a cargo de André Dussollier, cuyo personaje es bastante insulso en comparación a otras películas en las que sus dotes para la comedia resaltan mucho mejor. Resulta poderosamente llamativo que la experimentada Isabelle Huppert se haya inclinado por esta comedia francesa de medio pelo que ahora encuentra un espacio en las carteleras porteñas tras meses de deliberación. Hace muchos años el argentino Hugo Moser en un famosísimo programa televisivo llamado Matrimonios y algo más inmortalizó el sketch del groncho y la dama con el genial Hugo Arana en el papel de ese macho, bruto pero sensible, al que esta película no le llega ni a los talones.
Huppert en historia al estilo Luis Sandrini De buenas a primeras, sin que el público sepa siquiera de su existencia previa, aparece en salas de estreno esta buena comedia francesa. Nada del otro mundo, pero bien hecha, bien actuada, con excelentes diálogos, criaturas pensadas cuidadosamente, desarrollo sutil, elementos para sonreir y reflexionar, y final más que atendible. Se trata de una comedia sentimental bastante irónica, que parte de una confrontación básica harto remanida, ya explotada por lo menos desde «El canillita y la dama», de Amadori, con Sandrini y Rosita Moreno, 1938, en adelante. En este caso el asunto parece más extremo, porque nos encontramos con la señora adinerada, cultivada, refinada, dedicada al negocio del arte. habituada a mandar pero no a resolver cuestiones prácticas, y el vago impresentable, bruto, inclinado al trago, habituado a eludir obligaciones, pero capaz de arremangarse y resolver un desperfecto cualquiera. Si quiere. Si se acuerda. Y si lo dejan. Hechas las presentaciones, ya se sabe qué rumbo tomará la historia. El asunto es ver primero cómo chocan esos seres tan contrapuestos, cómo y porqué cada uno va aflojando su actitud inicial, y de a poco deja de ver al otro como personaje chocante, lo ve como persona humana, e imperceptiblemente se deja «contaminar» por ella. Para eso han de tener algún punto en común. Bueno, por empezar ambos dicen lo que piensan, aunque tal vez eso no sea lo más conveniente. Y sus respectivos hijos se han hecho grandes amigos (un dato valioso que después se trabaja poco). El resto, es bueno que el público lo descubra por sí mismo. Intérpretes, Isabelle Huppert en una de sus escasas actuaciones de comedia, el belga Benoit Poelvoorde, excelente actor, André Dussollier como el marido que se las arregla fuera de casa, Virginie Elfira, desperdiciada, y el fotógrafo Hiroshi Sugimoto en un papel clave (no confundirlo con Hiroshi Fujimoto, cocreador del gato Doraemon). Autora, la ya veterana Anne Fontaine, de quien acá solo se han visto circunstancialmente «Nathalie X», «Cómo maté a mi padre» y «Cocó antes de ser Chanel». En fin, «Mi peor pesadilla» también se ve circunstancialmente.
Un desafío a las convenciones Con buen ritmo cinematográfico, personajes bien diseñados y un equipo actoral homogéneo, se destacan las magníficas actuaciones de Isabelle Huppert y Benoît Poelvoorde. La actriz y directora francesa Isabelle Huppert elige historias que de un modo u otro representan un desafío a las convenciones sociales. "Mi peor pesadilla" es una comedia bien francesa, con un humor seco, pero efectivo, simpático pero no sentimental. En este filme la dupla protagónica que conforman la Huppert y el belga Benoît Poelvoorde, son el motor de esta historia, en la que ella es Agathe Novic, una refinada galerista y experta en arte, dura y poco complaciente; mientras que él, Patrick Demeuleu, es un "buscavidas" algo tosco y bastante alejado de las "buenas maneras". La casualidad, o mejor dicho sus dos hijos Adrien (Donatien Suner) y Tony (Corentin Devroey), que son amigos y compañeros de estudios, hará que Agathe y Patrick se conozcan. LOS PADRES Mientras la vida de Agathe se mueve en un mar de contradicciones y ella se vuelve cada vez más intolerable para su marido, su secretario y para el director de la escuela a la que va su hijo, a Patrick le sucede lo contrario, porque con su simpatía "invasora" siempre logra lo imposible. Agathe (Isabelle Huppert) está casada con el editor Franois (André Dussollier) y tienen un hijo, Adrien, ambos imprevistamente conocerán a Patrick (Benoît Poelvoorde) y a su hijo Tony. Un día en que Agathe vuelve a su casa, se encuentra con que Adrien está con Tony, su compañero de estudios. Poco después tocan el timbre y aparece Patrick, a quien ella entrevió en una reunión de padres. IDAS Y VUELTAS La arrolladora personalidad de Patrick, hace que Franois, el marido de Agathe, lo invite a pasar y a tomar una copa, ante la severa mirada de ella por el aspecto del hombre, vestido como un obrero de la construcción. Lo que viene después son los arreglos que Patrick hará en una pared y un placard en la casa de Agathe, el conflicto por un robo de celulares del que es acusado Adrien, y un desenlace que terminará modificando la rígida vida de la galerista y de los que la rodean. La comedia que dirigió Anne Fontaine, se desliza como en una "patineta", con sus giros y sus idas y vueltas, que no dejan de sorprender y cuando termina uno espera más de estos personajes, que si bien no transmiten mucha simpatía, siempre tienen algo novedoso que ofrecer. Con buen ritmo cinematográfico, personajes bien diseñados y un equipo actoral homogéneo, se destacan las magníficas actuaciones de Isabelle Huppert y Benoît Poelvoorde.
La voluntad de divertirse Cineasta dotada y versátil, pero voluble y a veces hasta desconcertante, Anne Fontaine (Cómo maté a mi padre, Coco, antes de Chanel) se ha propuesto en este caso secundar a una Isabelle Huppert dispuesta a reírse de su imagen pública, desprendiéndose por un rato de sus personajes complejos, impenetrables, sombríos o envueltos en misterio para ponerle el cuerpo a una burguesa chic, igualmente fría, distante y despótica como responsable de una moderna galería de arte, pero con una oculta debilidad: algunas gotas de alcohol pueden, en ciertas condiciones, hacerla abandonar toda formalidad, dar rienda suelta a su secreta voluntad de divertirse y atreverse, por ejemplo, a bailar en el caño de un local suburbano de quinta categoría. Semejante transformación no ocurre porque sí, sino como resultado del encuentro con un personaje que es su opuesto total. Veamos: Agathe vive, con su pareja de años, un distinguido editor, y el adolescente hijo de ambos, en un lujoso piso de un barrio elegante de París. El desconocido que irrumpe en su vida es Patrick, un buscavidas grosero, bebedor, desenfadado y vulgar, que ha conocido la cárcel, sobrevive gracias a la asistencia social y a esporádicas changas y se aloja, con su hijo también adolescente, en una camioneta prestada. Los muchachos, compañeros de escuela, hacen de nexo. Hay reformas que hacer en la residencia y el confianzudo Patrick se hace cargo de ellas. Es inevitable que la convivencia acarree frecuentes choques con exigente dueña de casa, que éstos se hagan cada vez más ríspidos y que, como puede presumirse, al final no conduzcan a la guerra sino todo lo contrario. La fórmula es casi tan vieja como el cine y es necesario contar con bastante chispa para renovarla. No les sobra demasiada a los guionistas -la propia Fontaine y Nicolas Mercier- que apenas distribuyen algunas ironías y una mínima cuota de humor y sólo proporcionar algo de entretenimiento sobre la base de un ritmo más o menos sostenido y en especial apoyándose en la eficacia de los actores, a los que no les hace falta esforzarse para explotar personajes que tienen mucho de clichés. El registro de Isabelle Huppert, se sabe, es tan amplio que la habilita para lucirse en cualquier papel, aun en éste cuyas mudanzas se ven bastante artificiosas y al que ella sabe imponerle alguna gracia. A André Dussollier, gran comediante, le sobra autoridad y estilo para encarnar al editor que ha tolerado la frialdad y el carácter de su compañera con la elegancia de un verdadero caballero. Más fácil todavía le resulta el compromiso al cómico belga Benoît Poelvoorde, en un papel que ha sido concebido a su medida. Ellos constituyen el principal atractivo de esta comedia que poco agrega a los antecedentes de la irregular Fontaine.
La salvaje inocencia No es conveniente indagar demasiado en las ideas sobre clase y sexo que tiene la directora Anne Fontaine, un tanto esquemáticas a juzgar por algunos de sus antecedentes cinematográficos (Cómo maté a mi padre, Nathalie X, Cocó antes de Chanel). Sin embargo, la diferencia aquí está en que elige el camino de la comedia para hacer más digeribles sus planteos esquemáticos y los resultados no están del todo mal. El buen pulso narrativo de la película y los picantes duelos dialécticos entre los protagonistas justifican, tal vez, su visionado. Isabelle Huppert es la típica gélida burguesa insoportable que se dedica a la exhibición de obras de arte y vive con André Dussolier, como si de un contrato se tratara, y el hijo de ambos. Todo se transforma a partir de la irrupción de Benoit Poelvoorde, el padre de un amiguito del nene, un ente que subvierte el glaciar de la familia. Las frases que el personaje utiliza son directos y certeros ataques sin filtro hacia los lados más oscuros de una vida abundante en lo material pero carente de vitalidad. La comedia parte de lugares comunes: la figura del insoportable (estereotipo del bruto gracioso), los enredos de parejas y los intercambios verbales filosos; su estructura es también totalmente convencional, basada en los mecanismos de desequilibrio y reparación. A diferencia de las comedias clásicas, aquí no queda nada más que lo que la superficie muestra. No obstante, ciertas líneas de diálogos son durísimas y perturbadoras, a la vez que sacan sin anestesia a relucir las miserias humanas, sin desenfado. Las bufonadas, al respecto, de Poelvoorde son eficaces, simpáticas y hacen justicia frente a la pose francesa de los intelectuales a los que decide molestar. El poder de desacralizar los juicios de valor y de bajar a tierra las pretensiones de esos otros artistas acomodados hacen del mismo un personaje empático al instante, con ciertas frases que quedarán en lo mejor del año: un ejemplo es “¡yo me hago una paja con mi alma! Pero me preocupa la suya”, cuando la Huppert lo acusa de tener alma de grosero y de alcohólico. Entonces, lo mejor de esta comedia aparece en los jugosos diálogos que los personajes mantienen para marcar sus diferencias, mientras que lo peor gana terreno en la última media hora de falsas reparaciones igualitarias. Aquí, el costado salvaje del protagonista queda relegado por la inocencia (también salvaje) de la directora para caer en el camino de la complacencia amorosa. De todos modos, Mi peor pesadilla es esa clase de películas que pueden disfrutarse como cuando uno se permite alguna licencia gastronómica. Eso sí, una dosis excesiva puede resultar perjudicial para la salud.
Sabe a qué juega Isabelle Huppert. Lo tiene tan claro como Messi con la pelota. De elecciones como esta es donde se construyen los famosos “roles a medida”. Sólo que en el caso de la gran actriz tiene además con qué disimular esos lugares en los que los actores se sienten a sus anchas. El guión de “Mi peor pesadilla” plantea contrastes de todo tipo, pero no (sólo) a partir de situaciones concretas; sino también con las pequeñas sutilezas que colaboran a construir los sólidos personajes. Un caso sin eufemismos que me viene a la memoria es el de “De mendigo a millonario” (1982), de John Landis. Allí, dos millonarios apostaban a contrastar riqueza y pobreza cambiando roles entre Dan Aykroyd y Eddie Murphy, en tanto el primero pasaba de yuppie con plata a vagabundo y viceversa. Aquí tenemos a Agathe (I. Huppert) como una mujer presumiblemente nacida y criada en la alta alcurnia de París. Galerista y experta en arte que se mueve en ámbitos que se perciben inalcanzables, hasta esnobs si se quiere. Por cuestiones que no conviene revelar conoce a Patrick (Benoit Poelvoorde), individuo visceral, violento y profundamente repulsivo; con una visión del mundo diametralmente opuesta. Al contrario del ejemplo mencionado más arriba, vemos en esta relación una versión mucho más concreta de los polos opuestos y atrayentes con manifiesto deseo interno de cambiar los paradigmas en los que ambos se mueven. Admito la tentación a contar algo más respecto de la trama para fundamentar estas líneas, pero temo influir en anticipar las sensaciones; eje fundamental de “Mi peor pesadilla”. En todo caso es justo mencionar un giro en la carrera de Anne Fontaine como directora, ubicándose, esta vez, al costado del camino que eligió para observar la estupidez humana como en “Como maté a mi padre” (2001), o en “La chica de Mónaco” (2006). Aquí construye un mosaico distinto, basándose más en el motor interno de sus criaturas que en la circunstancia que las rodean.
Los que se pelean se aman Comedia francesa que apela al humor de contraste entre una mujer adinerada, fría y distante y un hombre pobre, lujurioso e irresponsable, la cual falla al quedarse en el concepto y no adentrarse en sus personajes quienes en ves de ser, terminan siendo representaciones banales de los distintos extractos sociales. Si hay alguna razón por la cual la comedia no funciona en esta película es el simple hecho de que no hay sorpresas ni intriga en la misma. Todo esta servido en bandeja para que las situaciones se vayan resolviendo de la manera más predecible posible. Desde un temprano rompimiento de la pareja hasta la conveniente situación de permanecer bajo el mismo techo, toda la historia se envuelven en un manto de lugares comunes que no tienen otro desenlace que el presumible. Aunque, "Mi peor pesadilla" carezca de sorpresas, su peor cara se encuentra en no darle una entidad creíble a sus personajes, en donde cada uno de ellos muestra comportamientos absolutamente infantiles que nunca pueden ser considerados en serio. La mujer (Isabelle Huppert) es alguien supuestamente inteligente pero que tiene deseos tan absurdos como el de remodelar su vestidor sin provocar ruido ni polvo; el hombre (Benoît Poelvoorde) es alguien pobre cuya vida no encuentra soporte y cuando recibe un regalo de 80.000 euros al minuto lo arruina de la forma más vulgar posible; el esposo editor cuya vejez trae chistes tan absurdos como su intento de practicar rápel; la amante joven y liberal que no posee nada electrónico en su casa y se adhiere a cualquier modo de vida new age; y, por último, los chicos cuyas expresiones heladas y abstractas revelan ese lado tan vacío de la falta de intereses o preocupaciones. No obstante, si esta película hubiera intentado buscar emociones genuinas, tal vez debió haberse preocupado en mostrar un poco más de interés en su costado romántico. Si bien, la atracción entre ambos se aprecia de entrada al tener esos continuos chispazos agudos con intercambios de palabras hirientes. Al pasar los minutos, la trama se queda sin recursos para unirlos a ambos y todo termina con el simple recurso totalizador de una borrachera. Tal vez, "Mi peor pesadilla" sea una película a la cual uno puede observar con interés. Sus idas y vueltas en relación a las divisiones de clases plantea un panorama dinámico y bastante entretenido, pero es en su contenido donde la trama falla rotundamente y en vez de provocar risas, termina generando bostezos.
Anne Fontaine es una directora de vasta experiencia tanto en la televisión como en el cine francés. La hemos conocido hace unos cuantos años con "Cómo mate a mi padre" un intenso drama con Charles Berling y Natacha Régnier, luego con "Nathalie X", un particular triángulo erótico-amoroso con Fanny Ardant, Gérard Depardieu y Emmanuelle Béart , incursionó también en el thriller psicológico con la inquietante "Entre ses mains" con Benoît Poelvoorde e Isabelle Carré y pintó el retrato biográfico de "Coco antes de Chanel" de la mano de Audrey Tautou. En este caso, Fontaine decide abordar el terreno de la comedia y lo hace de la mano de un elenco de primera línea: Isabelle Huppert, el mismo Poelvoorde y André Dussollier, tres absolutos talentos del cine francés actual. Poelvoorde es Patrick, un hombre que vive con su hijo en la parte de atrás de una furgoneta, un poco afecto a la bebida, pasó siete años tras las rejas, ahora vive en parte gracias al seguro social y a algún que otro trabajo de albañilería. Agathe (Huppert) por su parte vive con su marido (Dussollier) y su hijo en un lujoso departamento frente al Parc du Luxembourg, en el corazón de París. Ama la cultura, trabaja en una fundación de arte contemporáneo y se codea, entre otros, con el Ministro de Cultura francés. Sus hijos son compañeros de colegio y por lo tanto, en una reunión de padres entrecruzarán sus caminos y como los hijos son muy buenos amigos, se facilitará la situación para que muy pronto Patrick esté dentro de la casa de los Dambreville haciendo algunos trabajos e inesperadamente trabe amistad tanto con la dueña como con el dueño de casa e incluso pida una piecita de servicio para quedarse a dormir algunos días. Lamentablemente Anne Fontaine recurre a un guión que ella misma escribe con Nicolas Mercier -quien tiene una vasta carrera en televisión- y quizás atan demasiadas situaciones de "Mi peor pesadilla" a un ritmo que ya ha pasado de moda en el cine hace más de treinta años y que no logra ninguna profundidad. Los personajes de Patrick y Agatha están pintados desde un primer momento con trazos gruesos, plagados de obviedades y mostrando su oposición en forma tan evidente que pareciera que el espectador no puede aportar nada todo bien subrayado y digerido. Si bien logran una excelente química en pantalla porque tanto Poelvoorde como Huppert tienen una extensa carrera, muchísimo oficio y talento de sobra, tienen que lidiar con situaciones un poco infantiles y con un guión que no les ayuda a demostrar todo su talento. Basada en el arquetipo de que los polos opuestos se atraen, los pasos de comedia que plantea Fontaine están más cerca de cualquier telecomedia costumbrista de Suar (al mejor estilo "El sodero de mi vida" o "Campeones", se acuerdan?) con el hombre ordinario y con pésimos modales, enamorando a la ricachona burguesa que vive en su burbuja. Fómula ya vista enorme cantidad de veces a la que esta película no logra encontrarle una vuelta de tuerca diferente ni nada nuevo que aportar. En medio de ellos, cercando el "triángulo" para que se disponga la comedia, está presente un talentosísimo André Dussollier quien se encuentra desaprovechado por completo en un papel que hasta en alguna que otra escena lo deja hasta un poco mal parado y haciendo el ridículo. El esquema sobre el que se monta la comedia es básico, con situaciones obvias y solamente ver a estos tres comediantes en pantalla justifica mínimamente el sentido de haberlos reunido. Huppert deja claro que si bien es mundialmente reconocida por sus papeles dramáticos, tal como pasó en "Copacabana" -aún inédita en nuestro país- o en "8 mujeres" demuestra que tiene un gran sentido de la comedia y su aire burgués es inigualable. Poelvoorde (quien en la otra película de Fontaine "Entre ses mains" traza un excelente retrato de un psicópata) se deja llevar por la tentación de construir su personaje desde el cliché más común y conocido, cuando ya lo hemos visto en otros trabajos como "Guerra de Misses" del gran Patrice Laconte o en "Les émotifs anonymes" -dentro de Les Avant Premières 2012- donde su construcción más sutil favorecía ampliamente al resultado del mecanismo de la comedia. Tanto la pareja protagónica como Dussollier, tienen que lidiar con un guión que parece escrito con los códigos del humor de los años sesenta, donde las situaciones se aceptan sólo porque están pasando en pantalla. Son hasta situaciones ridículas que no tienen ningún asidero ni pueden suceder en la realidad, tal como se presentan (la novia que consigue Dussollier para plantearle a Huppert irse de su casa al instante, la situaciones que acercan el vínculo entre los protagonistas, los personajes secundarios como los docentes del colegio o los visitadores sociales) ni tampoco se las muestra con algún condimento interesante más que lo que ya sabemos que va a pasar a partir de que están planteados los primeros minutos de la película. Lejos de las mejores comedias que está produciendo Francia con un estilo narrativo propio y con guiones con un aroma particulamente francés, "Mi peor pesadilla" recurre a los modelos más básicos de la tipica comedia americana que no siempre sientan bien en otras latitudes y sobre todo, en otra época, ya que sólo hubiese funcionado unos cuántos años atrás... muchos. Una pena.
De la ironía a la farsa redentorista Anne Fontaine es una de las directoras más prolíficas y consecuentes del actual cine francés. Se la recuerda especialmente por Limpieza en seco (1997), Cómo maté a mi padre (2001) y Natalie X (2003). Mi peor pesadilla posee muchas similitudes con la primera de las mencionadas, donde a través de una mirada casi sadiana, mostraba la descomposición moral y física de un matrimonio burgués consumido por la mediocridad. En ésta también hay un matrimonio de clase media alta parisina, intelectuales para más datos, conformado por la galerista Agathe Novic (Huppert) y el editor François Dambreville (Dussollier). Agathe es una mujer histérica, gélida e insoportable. El marido la define acertadamente de "Cruela disfrazada de Mary Poppins". François, en cambio, es un vampiro de talentos ajenos que rebosa snobismo y se muestra gentil hasta la exasperación. Tienen un hijo adolescente llamado Adrien, quien es el mejor amigo de Tony, de la misma edad, cuyo padre es un buscavidas extrovertido, vital, pero a su vez ordinario y mujeriego. Este hombre, estereotipo del bruto gracioso, se llama Patrick (Poelvoorde), trabaja de albañil, plomero y es un oportunista que se aprovecha de las debilidades ajenas. Por la amistad de los hijos, Patrick se introduce en el espacioso departamento de Agathe y François. La excusa es derribar una pared y hacer algunos arreglos de albañilería. Pero apenas ingresado, sus bufonadas se vuelven una pesadilla, porque sin pretenderlo, va diseccionando con impúdica precisión las hipocresías del matrimonio, su universo regido por las apariencias, su pose de intelectuales y su glaciar emocional que los envuelve. Un cuadro en blanco de un "pintor" japonés, que Agathe tiene colgado en el departamento, se convierte en metáfora de su nulidad, al que ella añade en algún momento un dibujo que resume o es expresión de los alcances de su intelecto. El relato comienza con una ironía y ferocidad extremas, pero poco a poco cede a las convenciones narrativas al uso, hasta caer en una farsa redentorista, para demostrar quizás que los personajes no son tan malos como inicialmente se mostraban. Sin embargo, estas últimas variantes argumentales no alcanzan a destruir la idea primigenia de retratar una realidad que la directora demuestra conocer bien. Para concretar su cometido, Fontaine cuenta con la inestimable labor de los tres actores mencionados, en especial de Isabelle Huppert y del belga Poelvoorde, cuyo desparpajo puede desconcertar hasta al más estructurado.