¿Quieres ser Natalia Oreiro? Director de culto dentro del cortometraje y el videoarte, el joven montevideano -radicado en Madrid- Martín Sastre llega finalmente a su primer largo con una apuesta pop y posmoderna que remite en estética y desenfado al cine de los Michel Gondry o los Spike Jonze, pero sin renegar de sus raíces bien uruguayas. Llena de ideas y de apuestas de riesgo, Miss Tacuarembó podría haber sido mucho mejor de lo que es, pero al mismo tiempo resulta mucho mejor que buena parte del cine latinoamericano reciente. Si la proporción de aciertos (estéticos, humorísticos, narrativos) sobre el total de intentos hubiese sido mayor, estaríamos hablando de una película enorme y del surgimiento de un gran director. Pero los logros (no menores) terminan siendo más bien modestos, ya que en varios pasajes el film resulta algo fallido. Sastre narra la historia de la protagonista Natalia en varios tiempos, básicamente durante su infancia (interpretada por la promisoria Sofía Silvera), cuando a los 9 años sueña con ganar el concurso de Miss Tacuarembó para salir de ese pueblo gris y sin futuro con la intención de viajar y triunfar como cantante en Buenos Aires; y su adultez (ya en la piel de Natalia Oreiro), cuando la ahora treintañera es un cúmulo de decepciones, trabaja en un patético parque de diversiones de temática religiosa y termina participando a su pesar en un reality show del estilo Gente que busca gente. Basada en la novela de Dani Umpi y construida a partir de varias canciones originales de Ale Sergi (líder del grupo Miranda!) que permiten jugar con coreografías semi(anti)profesionales, Miss Tacuarembó apuesta a una estética kitsch ochentosa en la que no faltan referencias directas a Los Parchís, Flashdance, Madonna o la telenovela Cristal (con cameo incluido de la actriz Jeanette Rodríguez). Más allá de una glamorosa escena en Hollywood a-la-Flashdance, Oreiro sostiene un personaje (en realidad dos, ya verán) con bastante de perdedora y no poca frustración. Por supuesto, tendrá espacio para cantar y bailar (hasta con el Cristo que interpreta Mike Amigorena), demostrando que es una gran estrella, aunque la película lejos está de ser un mero vehículo para su lucimiento. Entre la sátira religiosa a-lo-Monty Python, participaciones especiales como las de Graciela Borges (en el papel de una excéntrica multimillonaria), un despliegue estético que permite ir desde la home-movie hasta la edición fotográfica, pasando por el musical cursi o el grotesco (vean si no a la almodovariana Rossy de Palma como conductora del reality televisivo), Miss Tacuarembó resulta una fábula pop sobre los sueños, miserias y crueldades de la infancia, sobre la amistad, el amor, la fama y la fe, sobre la hipocresía y la represión social (y cómo cambatirlas). Estamos ante una película inevitablemente despareja y seguramente polémica en su recepción, pero también ante una propuesta artística llena de libertad y de creatividad. Es más de lo que mucho cine puede ofrecer en el adocenado y previsible panorama actual. PD: Luego de los créditos de cierre hay imágenes del casting realizada a más de 800 niñas de 9 años que, por entonces, soñaban con ser la pequeña Natalia (Oreiro) de la ficción.
Miss Tacuarembó es mucho más que un musical, más que pop art rioplatense. Es alegría, es esperanza, es vitalidad, es fe. Natalia (Natalia Oreiro) pasa su infancia bailando al ritmo de “What a Feeling”, de Irene Cara —tema principal de Flashdance— y la telenovela venezolana Cristal. En Tacuarembó, Uruguay, durante los ’80, no hay demasiado para hacer, y abunda la gente autoritaria y desagradable, como Cándida, la maestra de canto. Pero Natalia (que se hace llamar Cristal) sueña con salir de aquel pantano de aburrimiento y conseguir el estrellato y la gloria. Para lograrlo, participa en el concurso Miss Tacuarembó, que le permitirá salir de sus pagos y conquistar el mundo. Con los años, comprenderá que la vida es dura, que su talento no es reconocido... pero que las metas de la niñez nunca deben perderse. El director debutante Martín Sastre le torga al film un delirio visual acorde con el género, donde no faltan los inolvidables números musicales. Uno de los más divertidos tiene lugar en el parque de diversiones con temática religiosa en el que trabaja Natalia/Cristal (Presten atención a los nombre de los juegos, como Tiro al Judas). El tono va de la comedia al drama y de ahí a lo romántico, pero todo funciona en perfecta armonía. También se usa una narración no lineal, ya que se entrecruzan tres períodos históricos. El público de alrededor de 30 años disfrutará de las referencias a la iconografía de fines de los ’80, sobre todo en materia infantil: Los Ositos Cariñosos, Frutillita, los Walkie-Talkies. También hay referencias a Madonna (así bautizan a un cabrito) y, ya en los ’90, suenan bandas como EMF y su One Hit Wonder “Unbelievable”. Además, la película satiriza a los reality shows como American Idol. En este caso, la eterna chica Almodóvar Rossy de Palma se luce como la repugnante conductora del programa “Todo por un sueño”, en el que Natalia/Cristal termina participando. Natalia Oreiro nació para estar en la película. Pocas veces pudo explotar tan genialmente su belleza, carisma, frescura y talento para el canto. Sus pasos de comedia son estupendos, pero, al igual que en la reciente Francia, demuestra que puede dar una actuación dramática y contenida. Siguiendo con el elenco, Diego Reinhold compone al amigo de la protagonista, un personaje tan lleno de energía y tan carente de prejuicios como todos los que encara este actor. Las gemelas Petriella provocan que el público las odie al verlas interpretar a dos antipáticas hermanas que fastidian a la soñadora. El inefable Mike Amigorena hace una muy divertida aparición especial como Jesús, quien no se priva de cantar y bailar. Por el lado de las aparicines especiales, Graciela Borges interpreta a una mujer poderosa de Tacuarembó, muy amante de los perfumes. Ale Sergi, cantante del grupo Miranda! y responsable de la música del film, aparece brevemente como un muchacho mudo. Sin embargo, quien despierta más sorpresa es Jeannette Rodríguez, protagonista de Cristal. Lo primero que más de uno se preguntará es: “¿Qué se hizo en la cara?”. La película hace agua por el lado de los chicos actores. Ni Sofía Silvera (la Natalia/Cristal de niña, elegida entre 800 nenas mediante un casting online) ni Mateo Capo (Carlos de niño) están del todo convincentes. Contrariamente a lo que se puede pensar, son ellos quienes tienen menos espontaneidad que los adultos. Aunque este aspecto no estropea el producto final, en absoluto. Por momentos ingenua, por momentos dura, siempre irresistible, Miss Tacuarembó dice que este mundo es complicado, horrible, devastador, pero que nunca debemos traicionarnos a nosotros mismos, que jamás debemos renunciar a nuestros sueños. Que la vida sin sueños no es tal. Que todo es posible. Que nunca dejemos de creer... ni de crear.
Enérgicas canciones en una buena comedia retro Una entretenida comedia musical pop que cuenta la historia de una niña (Sofía Silvera) que crece durante los años ochenta en la pequeña ciudad uruguaya que da título a la película y que hoy se ha transformado en una joven de treinta años (Natalia Oreiro) con sueños de convertirse en una estrella. Ser coronada Miss Tacuarembó es su única posibilidad para dejar atrás su aburrido pasado y conquistar Buenos Aires. Sin embargo, ahora canta para los turistas que llegan a Cristo Park, un parque de diversiones que poco la ayuda. Miss Tacuarembó resulta una sorpresa gracias a la mano segura de su realizador Martín Sastre, quien le imprime un tono nostálgico a una trama que alterna pasado y presente. De este modo, la película abre con un tema de Flashdance y propone un cóctel visualmente atractivo que combina amistad, sueños y el vértigo de un reality de la pantalla chica (conducido por Rossy De Palma). La infancia de la protagonista y de su amigo (luego un aduto Diego Reinhold) aparece salpicada por los recuerdos de la telenovela Cristal (su protagonista Jeannete Rodríguez hace un cameo), el conjunto musical Los Parchís, y los muñecos de Alf y La mujer maravilla. El film se destaca por su ritmo y tampoco escapa a los relatos clásicos como Cenicienta, ya que la villana de turno es Cándida (una fanática religiosa también encarnada por Oreiro gracias al maquillaje de Alex Matthews), y secundada por sus malvadas hijas gemelas. Miss Tacuarembó resulta lanzada en aspectos como la severa educación religiosa que tienen las niñas durante y, particularmente, en la escena en la que Cristo (Mike Amigorena) deja la cruz y hace un número musical con la protagonista. Quizás el público infantil no sea el target de la película, que ahonda en cuestiones profundas de manera más superficial, pero el balance es gratificante si se tiene en cuenta que se trata de una ópera prima. Miss Tacuarembó sacude con su humor y hace palpitar a la platea con enérgicas canciones, mirando un poco hacia atrás y entregando un presente que se debate entre decepciones, un casting y muchos sueños. Los temas originales son de Ale Sergi del grupo Miranda y hasta se permite una participación de Graciela Borges.
Alocada celebración de los 80s. Escuchar a Natalia Oreiro cantar el mega-clásico de Irene Cara, o verla emular la inolvidable coreografía que Jennifer Beals realiza en la mítica Flashdance, puede parecer muy atrevido o demasiado grotesco, pero todo es posible en esta divertida e inusual comedia musical que realiza el artista uruguayo Martín Sastre en su ópera prima. La misma está basada en la novela homónima de Dani Umpi. Somos testigos de un interesante homenaje a los años ochenta, y en especial a aquellos que crecimos en esa década tan colorida. La película toma elementos de esa época para armar una trama en donde relata con bastante originalidad y frescura la infancia de nuestra protagonista (Natalia), que van desde la archifamosa telenovela venezolana Cristal, hasta los cotizadísimos walkie talkies; pasando por las coreografías de Los Parchís y el nombre de la mascota de los niños: un cabrito llamado Madonna. Natalia, de adulta, se hace llamar Cristal, en honor a su heroína, aquel personaje que interpretaba Jeannette Rodríguez en la clásica telenovela. Ella tiene un sueño: ser cantante. Se presenta a varios casting de distintos reality shows (parodiando a American Idol), en donde continuamente es rechazada. Esa fantasía viene desde niña, cuando ella vivía en un pueblo chico e infierno grande, del interior del Uruguay, cercano al límite con Brasil, donde nunca pasaba nada. La “chiquilina” espera ansiosamente que transcurran diez años para cumplir la mayoría de edad y presentarse al concurso de Miss Tacuarembó, cuyo preciado premio consiste en ganarse dos pasajes para ir a Buenos Aires. Cristal se destaca por ser muy soñadora, por momentos este exceso de fantasía roza con el delirio místico, ya en la infancia se sentía una elegida por Cristo. Claro que su espontaneidad y sus inclinaciones artísticas generaban mucho ruido en un pueblo donde las creencias religiosas se encargaban de borrar cualquier tipo de singularidad para lograr súbditos homogéneos. Para colmo su inseparable amigo, tenía la misma fascinación que ella, con lo cual representaba una amenaza para su virilidad y el orden sagrado del pueblo. El film contiene varios números musicales, algunos muy bien logrados, otros no tanto, cuya composición estuvo a cargo de Ale Sergi (el líder de Miranda). Básicamente se basa en tres tiempos: la infancia, adultez y la adolescencia de este par de amigos inseparables, que luchan o intentan concretar sus sueños, pero sus realidades, muchas veces se asemejan más a una pesadilla de la cual no pueden escapar. Hay varias nombres estelares: Graciela Borges encarna a la multimillonaria del pueblo bastante excéntrica y ostentosa; Mike Amingorena en su papel de este Cristo poco común, original y tal vez polémico; y la ex chica Almodóvar Rossy De Palma que caricaturiza a una conductora de TV. sin escrúpulos. Diego Reinhold hace el papel de Carlos, el eterno compañero de Cristal, lo hace muy bien, aunque ya lo hemos visto innumerables veces en interpretaciones parecidas, a través de tiras televisivas. Evidentemente a Natalia Oreiro le sienta mucho mejor un personaje como este que el dramático que interpretó recientemente en Francia de Caetano, acá sin dudas se perfila como buena comediante, además puede explorar sus vetas de cantante y bailarina, y no defrauda. Es muy interesante Sofía Silvera que interpreta a Natalia niña, asombrando su gran parecido con Oreiro. En sus intentos de ser un film arriesgado y de apuesta a la creatividad, cae en algunos fallidos. Hay ciertas escenas que remiten más a un producto adolescente de Cris Morena que a una obra artística. El casting también ha fallado en determinados casos, hay algunas interpretaciones muy mediocres y rígidas y otras que por querer explotar lo grotesco terminan transformándose en sobreactuaciones poco creíbles. De todos modos el producto final resulta altamente grato, no es sólo una comedia musical light que aborda los aires de fama de una chica de pueblo, también cuestiona la influencia alienante que tiene cierto discurso religioso sobre la subjetividad de sus creyentes; y viene como anillo al dedo en estos tiempos de debates morales, éticos e ideológicos. Además se burla, desde una mirada crítica, de la función de algunos medios de comunicación, quienes actúan como aves de rapiña, ante la desesperación de los más indefensos. Se trata de un largometraje con una bella estética pop, por momentos disparatado y hasta un tanto bizarro, aunque eso no quita que pueda ser disfrutado por una amplia franja etaria, ya que mientras va entreteniendo entre bonitas canciones, recuerdos colectivos, risas y situaciones absurdas deja el claro mensaje de respeto y aceptación ante las elecciones y deseos del semejante.
Natalia, siempre Natalia Dentro de un cine carente de ideas, estéticas y estilos narrativos aparece la chispa renovadora que desde años luz no se percibía por estos lados del universo. El uruguayo Martín Sastre, toma lo mejor de los grandes maestros del cine moderno para crear una de las mejores películas que ha dado la industria en mucho tiempo. Miss Tacuarembó (2010), basada en el libro homónimo de Dani Umpi, es una bocanada de aire puro dentro de un circuito donde el riesgo parecía no existir. Natalia vive en Tacuarembó (Uruguay) y tiene un sueño: cantar y ser famosa. La vida transcurre y ese sueño que la acompaña desde niña parece cada vez más lejano. Pero como decía Berugo Carámbula los sueños sueños son y si uno lucha por lo que desea se harán realidad. Miss Tacuarembó es una extraña miscelánea que resulta imposible de no asociar con grandes artistas que han sabido ofrecerle al cine un estilo propio. Cineastas que con sólo ver unos minutos de sus films se puede llegar a distinguir claramente su firma, sin la necesidad de un intertítulo aclaratorio. La primera etapa de Pedro Almodóvar, el Woody Allen de Todos dicen te quiero (Everyone Says I Love You, 1996), algunos elementos referenciales de lo más experimental de Federico Fellini, Michel Gondry, el Spike Jonze de ¿Quieres ser John Malkovich? (Being John Malkovich, 1999), la factoría de Andy Warhol, creadores a los que Martín Sastre, sin duda, supo extraerles lo mejor de sí para proporcionarle su toque personal y lograr un híbrido que a pesar de las asociaciones y las claras referencias es único e inconfundible dentro de su género. Concebida como una comedia musical Miss Tacuarembó es un desliz de alegría y colorido que se manifiesta a través de la estética ochentosa que se le imprime, pero que a la vez nos brinda diálogos ácidos cargados de una crítica feroz hacia los preceptos de la iglesia, cuya negación de la realidad y los cambios impuestos por el avance del tiempo la hacen retrocer en el tiempo. Mientras en Argentina se debate el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo, Miss Tacuarembó aterriza como anillo al dedo cuestionando desde el absurdo la falta de tolerancia de quienes se dicen enviados de Dios en la tierra y que en realidad no son más que fanáticos religiosos cegados por el poder que pierden día a día. Desde lo técnico, el film plantea una estética pop inspirada en los años 80 que abarca desde canciones retro -compuestas por el líder del grupo musical Miranda Ale Sergi- hasta un vestuario sobrecargado de colores y accesorios, acompañado por una puesta de cámaras asociada al videoclip y a ciertas formas de encuadrar características de los teleteatros latinoamericanos. Para iluminar las dos épocas en las que está narrado el film, que abarcan la infancia de la protagonista y el presente, Sastre utilizó una luz que en el pasado se aprecia como si fueran viejas fotografías mientras que en el presente la tonalidad irradia brillo y un fuerte contraste. Natalia Oreiro halló la horma para su zapato y si quedaba alguna duda de su talento actoral llegó el momento de rebatirlo. No es uno sino dos personajes los que interpreta en el film, y mientras uno puede ser asociado a su personalidad, el otro está concebido desde su antítesis. Natalia es "Cristal" pero a la vez es Cándida López, una fanática religiosa con delirios místicos capaz de concebir los peores actos en nombre de Dios -alguna similitud con la realidad es pura coincidencia-. Mientras uno de los personajes derrapa naturalidad, el otro se construye desde el límite del absurdo pero sin por eso no resultar creíble. El elenco también lo conforman Mike Amigorena como un Dios cercano a la lejanía que nos quieren imponer, la española Rossy de Palma – ¿un guiño almodovariano?-, la venezolana Jeanette Rodríguez, Mirella Pascual, Melina Petriella junto a los niños Mateo Capo y Sofía Silveira, pero sin duda la gran revelación del casting es el genial Diego Reinhold, quien demuestra todo lo histriónico que puede ser un actor atribuyendo a su personaje los más diversos matices sin por eso caer en el estereotipo y el cliché. Uno nunca sabe lo que el espectador quiere y busca en el cine, pero lo cierto es que si lo quiere es pasarla bien, Miss Tacuarembó es una gran película que lo va a divertir, lo va emocionar y va a conseguir que al menos se vaya a su casa con una sonrisa. Para cantar y bailar, para reír y llorar, una historia que lo hará sentir vivo.
Un feliz musical ochentoso La ópera prima del artista Martín Sastre es entretenida, aunque despareja Con el estreno de las nuevas versiones de Karate Kid y Brigada A, el cine de Hollywood ensayó un guiño nostálgico a los años ochenta que parece haber tenido más que ver con el agotamiento de sus ideas que con el homenaje sensible al pasado reciente. Para eso tenía que llegar Miss Tacuarembó , ópera prima en el largometraje del videoartista uruguayo Martín Sastre. Repleta hasta reventar de sus propias costuras de imágenes, recuerdos, objetos y hasta aromas de la infancia transitada en la mencionada década, la película, basada en la novela homónima de Dani Umpi, transcurre entre un pasado nada idílico en el pueblo uruguayo y el presente desencantado en Buenos Aires. En el centro del relato está Natalia, una soñadora nena que se viste con sus mejores galas para ver su telenovela favorita, Cristal , que ensaya la coreografía de Flashdance junto a su mejor amigo, Carlos, y que asiste a las clases de catequesis convencida de que Cristo le debe fidelidad a ella y no a la inversa. Mientras planea su huida de Tacuarembó a bordo del título de Miss, Natalia canta y baila sus alegrías y sus penas, porque antes que nada éste es un film musical. Interpretada en la niñez por la encantadora Sofía Silvera, cuando crezca ya instalada en Buenos Aires -pero sin haber abandonado ni sus sueños ni su memorabilia ochentosa- Natalia es Natalia Oreiro. O al revés. La popular y carismática actriz se apropia, desaparece en su tocaya, tan frustrada, algo torpe y bastante triste porque la fantasía de éxito y fama artística está cada vez más lejos. Luces de neón Un iconoclasta enamorado de símbolos tanto religiosos como culturales que utiliza combinados con una pizca de realismo mágico y un gran espíritu de juego, Sastre consigue una película tan interesante como despareja. A veces brillante -el número musical realizado a dúo por Oreiro y Mike Amigorena interpretando una versión pop de Cristo-, y a veces fallido -el reality show conducido por la almodovariana Rossy de Palma-, el film se pierde en la acumulación de citas generacionales y un juego de espejos e identidades que pierde fuerza y coherencia a medida que se acerca el final de la historia. Hay muchas Natalias en el film: primero está la niña que duerme con un muñeco de Alf bajo el brazo y sueña con ser una heroína de telenovela como lo fue tantas veces Oreiro; luego aparece la pretendida Miss Tacuarembó, y, finalmente, Cándida, la reprimida y vengativa villana del film, que también interpreta Oreiro. La estrella de un film distinto, excesivo, irrespetuoso y muy feliz.
El sudaca dream Es inevitable cuando se toman decisiones audaces, con propuestas estéticas diferentes a las convencionales, que todo salga bien y perfecto. Y de eso el artista uruguayo Martin Sastre sabe. Sus orígenes provienen del campo del videoarte con un estilo personal que se contagia de diversas influencias cinematográficas vinculadas siempre con lo bizarro y por una constante mirada crítica y mordaz frente a los modelos culturales preponderantes. Estas características se pueden ver reflejadas en algunas de sus obras más reconocidas como Lady Di, La conspiración rosa; Ride to Obama o su mensaje al Fondo Monetario Internacional nada menos que a partir de la re-contextualización de la película Carne, de Armando Bo, bajo la mítica frase ‘que pretende usted de mi’, que le significó al propio Sastre una beca para estudiar en España (lugar donde reside actualamente) como antesala de una vida que comenzó en Uruguay y con el tiempo -y por la necesidad de huir de aquel pequeño pueblo- alimentó sus aspiraciones de cruzar el charco y llegar a Europa para ser reconocido luego como un artista latinoamericano de vanguardia. Quizás algo de ese sueño de triunfar en el primer mundo se haya resignificado al tomar contacto con la novela Miss Tacuarembó del escritor Dani Umpi (integrante junto a Martin de un colectivo artistico llamado Movimiento Sexy), al punto que Martin Sastre tuviera la extraña idea de volverla película y anhelara contar entre su elenco con Natalia Oreiro, en quien pensó ni bien comenzó a leer el manuscrito de Umpi antes de publicarla. La historia narrada por Umpi en un tono áspero y casi autobiográfico expone las penurias de un chico homosexual en una Uruguay retrógrada además de arremeter con un fuerte anticlericalismo. Es tan sencilla y tan universal como aquellas novelas de los ochenta, entre ellas la venezolana Cristal protagonizada por la actriz Janette Rodriguez (el otro ícono del momento era Lupita Ferrer), que pululaba en la pantalla caliente argentina junto a otras con personajes masculinos llamados Carlos Alfredo o nombres tan pegadizos como ese. Sin embargo, pese a esa universalidad manifiesta en la pelicula de Sastre, que gira en torno a Natalia (interpretada en la infancia por la debutante Sofía Silvera tras ser elegida en un multitudinario casting por internet), una niña de 9 años que vive en Tacuarembó y cuyo sueño es cantar alguna vez frente a un gran público y convertirse en Cristal (personaje de la novela homónima) existe una esencia y frescura rioplatenses que la anclan perfectamente con una idiosincrasia y una contextualización latinoamericana sugerente y palpable desde el primer plano hasta el último. Ambientada en los ochenta, la monotonía de la gris Tacuarembó –departamento al norte de Uruguay- se llena de color y música cuando la Natalia del pasado, junto a su amigo Carlos (quizás un alter ego del propio Dani Umpi) ensaya la coreografía de Flashdance entre la escuela y las aburridas lecciones de catequesis impartidas por la gélida Cándida. La niña y su amigo sueñan con viajar a Buenos Aires, que para su acotado universo infantil equivale prácticamente a pisar Hollywood. Recién en la adolescencia tendrá su oportunidad de viajar si llega a ganar el concurso de Miss Tacuarembó. Sin embargo, esa niña del pasado, que debe soportar las injusticias del mundo adulto con la intolerancia y la eterna frustración, se interconecta con la Natalia adulta (interpretada por Natalia Oreiro), quien a los 30 logró huir de su pueblo para cumplir su meta en Buenos Aires trabajando junto a su fiel ladero Carlos (Diego Reinhold) en un parque temático religioso –símil Tierra Santa-, sin haber siquiera alcanzado el éxito esperado tras fracasar en cada casting en que se presenta. Ese cruce de las dos Natalias se da fragmentadamente en un vaivén temporal entre pasado y presente que forma parte de la estructura narrativa del film, que también cuenta con la caracterización de la actriz uruguaya en otro de los personajes: la fría y malvada catequista Cándida López. Como todo proyecto que busca una estética propia y pop, en Miss Tacuarembó, con producción de Argentina, Uruguay y España, coexisten por un lado el despojo del formalismo en pos del exceso visual en un fuera de registro constante en el que se introducen números musicales coreografiados por el actor Diego Reinhold, pertenecientes a la banda sonora del film compuesta por el vocalista del grupo Miranda Ale Sergi. Esos cuadros, que rozan cualquier coreografía elemental de programa televisivo vigente, no operan como punto de transición entre las secuencias sino que juegan un rol importante en el relato donde Sastre se contagia del ritmo y la libertad para hacer realmente lo que siente y quiere. Por otro lado, prevalece una apuesta constante al riesgo de plantear una mixtura de géneros que van desde el musical cursi a la parodia (estilo Todo por dos pesos) y del metadiscurso cinematográfico de los géneros más reconocibles como el melodrama de tono sentimentaloide (con un cameo de Janette Rodríguez que no tiene desperdicios) o el cine bizarro y de clase B que incluye una persecución bajo la lluvia dentro de un cementerio en un tono que evoca a esas películas de la infancia como Los Goonies. Algo parecido ocurría con el coctel explosivo que Fito Páez lanzaba hace algunos años desde ¿De quién es el portaligas?, cuyo punto de contacto con este debut cinematográfico del artista uruguayo Martin Sastre recae en el mismo lugar: el resultado desparejo del conjunto, con aciertos estéticos importantes y algunas buenas ideas conceptuales que no encuentran un rumbo definido cuando se entremezclan con un estilo híbrido que amalgama una mirada crítica y desafectada por una parte y por otra una mirada nostálgica y evocadora de ciertas sensaciones ligadas a otro tiempo. Esa falta de rumbo no significa en este caso un defecto mayúsculo sino que deja asentada la propuesta apelando a la complicidad emocional del público a quien está dirigido el film y que por los años ochenta vivía una infancia rodeada de ingenuidad, represión y sueños: la generación del sudaca dream.
"Miss Tacuarembó" es una película que nos cuenta la historia de Natalia, una chica que sueña con ser famosa, y llegar a Hollywood. Pero a medida que va creciendo, se va dando cuenta que si bien eso es lo que ella realmente quiere hacer con su vida, es complicado, y se encuentra con varios obstáculos en el camino. Hasta ahí podría ser una historia más del montón, pero Martín Sastre (el director) le dió varias vueltas de tuerca más y termina siendo un musical, con canciones que además de avanzar con la historia de cada uno de los personajes, tienen bastante contenido, y relatan los hechos de una forma diferente, sarcástica, e incluso un poco bizarra. Me sorprendió bastante la actuación de Natalia Oreiro, quien interpreta a dos personajes en la película, y puedo asegurarles que uno de ellos lo interpreta tan bien que seguramente les cueste darse cuenta que es ella, aún habiendolo leído acá :P "Miss Tacuarembó" no es sólo tiene canciones pegadizas, y llenas de contenido, sino que también es una buena opción para que los chicos vean una película diferente en estas vacaciones de invierno.
La vida es sueño Natalia Oreiro en un musical pop e irreverente. En tiempos de éxito de series como Glee (de culto aquí, masiva en los Estados Unidos), un musical irreverente como Miss Tacuarembó debería ser una apuesta segura. Pero no lo es, acaso porque el público local, en especial el de vacaciones de invierno, busca entretenimientos más fácilmente clasificables. Digámoslo de otra manera: de parecerse más a High School Musical , pero con Natalia Oreiro, estaríamos hablando de un exitazo. Pero ni Oreiro ni Martín Sastre (director), ni Dani Umpi (escritor) querían hacer algo así. Que la película se venda de esa manera es problema de otros. Miss Tacuarembó cuenta la historia de Natalia (Oreiro de grande, Sofía Silvera, de niña), una chica de un pequeño pueblo que sueña con salir y triunfar como estrella, empezando por ganar el concurso del título. Talentosa pero loser , con su amigo Carlos (Diego Reinhold), irán tras ese sueño que deparará más frustraciones que otra cosa. A la vez, la vemos treintañera, aún buscando la fama que la elude y trabajando en un parque de diversiones de temática cristiana e intentando entrar al mundo del espectáculo. De alguna manera, esta Natalia sueña con ser la verdadera, y ese juego de referencias le da una gracia extra a la película. Pese a algunos baches narrativos –no es fácil manejarse con tiempos paralelos, realismo, fantasía, música, coreografías-, el filme combina muy bien nostalgia con irreverencia, inocencia con picardía, ironía y acidez, con una ternura pop que la hacen, por momentos, irresistible. Con los primeros ‘80 como referencia, la película alude a íconos de la época como Flashdance , la telenovela Cristal o Los Parchís, y las canciones de Ale Sergi (de Miranda!) apuntan hacia esa zona que, al menos los de treintaypico, guardan en algún lugar de la memoria. Apariciones almodovarianas como las de Rossy de Palma, de la realeza del cine local (Graciela Borges) y un rol clave y zarpado de Mike Amigorena se juntan con una Oreiro en un papel doble en una película acaso ambiciosa en demasía, pero a la que se le pueden perdonar esos excesos en función del espíritu festivo y livianamente irreverente con el que está hecha.
Miss Tacuarembó: Coleccionista de estampitas "El color llegó a mi vida cuando cumplí ocho años", dice la voz en off de Natalia, mientras se ve la escena del televisor recién comprado. "Ese televisor me lo había traído Cristo", remata. Es el recurso que repite el director Martín Sastre durante su opera prima Miss Tacuarembó. La película funciona como el espacio creativo del artista visual uruguayo que juega con el género del musical y va hilvanando la historia de Natalia, nacida en Tacuarembó, con varias búsquedas formales. El resultado es desparejo. Basada en el relato de Dani Umpi, Miss Tacuarembó plantea con ritmo de videoclip, cómo Nati (Natalia Oreiro) que de niña amaba a Cristal (Jeanette Rodríguez), Flashdance, Cristo y la jerarquía de santos personales, sueña con ser una estrella de Hollywood. El relato va y viene, del pasado que se describe traumático y con guiños humorísticos (con malas muy malas y la misma Oreiro en el rol de Cándida), al presente en Cristo Park, donde trabaja Natalia a los 30. La acompaña siempre su amigo de la infancia, rol que interpreta Diego Reinhold. Paralelamente a la búsqueda de la felicidad que lleva a Natalia a Buenos Aires, su madre Haydée (Mirella Pascual) recurre al reality Todo por un sueño, conducido por el personaje de una Rossy de Palma más extrema que nunca, para encontrar a la chica que huyó de Tacuarembó 10 años atrás sin dejar rastro. La película cruza muchas líneas de consumo popular y masivo: la telenovela venezolana de los años 1990 y Cristal como ícono; el reality televisivo; Madonna, Flashdance, Los Parchís; y el tema religioso como material elegido para la parodia continua de la iglesia católica y sus dogmas en ese pueblo del norte uruguayo. Cine ¿para todos? Miss Tacuarembó apunta a un público amplio con tono y ritmo para niños muy estimulados, pero, al mismo tiempo, predomina el manejo de la ironía y lo kitsch que se instala como el modo con el que Sastre decide contar la historia visualmente. Cada espectador deberá tomar distancia con respecto a unos contenidos entre naif y delirantes. Los niños viven sus fantasías como reales y la imagen las interpreta en todas las dimensiones que le da la niñez a lo lindo y lo feo, a creencias y miedos. Pero ese universo fantástico, fetichista, supersticioso y lúdico no cambia cuando aparecen los adultos galgueando en el parque temático y después, metidos en la escenografía del reality. El efecto es una mezcla rara de película de Palito Ortega de los años 1970, televisión basura e imitación de segunda de figuras inalcanzables. Salva al conjunto, la fotogenia de Oreiro, en la cuerda que mejor maneja, la comedia (como cuando era la Monita en Sos mi vida); el talento de Diego Reinhold con su rostro de payasito triste y algunos chistes y encuadres del director que pinta un mundo de colores chillones. Jeanette Rodríguez en persona es uno de esos chistes para grandes con hábitos noveleros. Los chicos descubrirán a Ale Sergi (el integrante de Miranda! que también compuso las canciones) en la puerta del parque y se identificarán con los niños, Sofía Silvera y Mateo Capo. Miss Tacuarembó es una historia de desarrollo visual barroco, creación de un director que recién inicia su camino en el cine.
Una comedia hecha de homenajes, guiños y cameos Que una estrella de la tele, chica de barrio en sus orígenes, protagonice la fábula de una chica de pueblo que sueña con ser estrella de la tele, es, sin duda, una buena forma de rizar el rizo. ¿Pero alcanza con eso? Rociada de homenajes, guiños y cameos, Miss Tacuarembó aborda los sueños de fama y la idolatría pop no desde la relectura camp (a la manera de John Waters, Almodóvar o Baz Luhrman), sino con una mezcla leve de ironía y complicidad, apuntada siempre sobre lo más obvio. Basada en la novela homónima de Dani Umpi y con guión del propio Sastre, Miss Tacuarembó se narra en dos tiempos. A mediados de los ’80, en el interior uruguayo, una nena de 9 o 10 años llamada Natalia (Sofía Silvera) vive soñando. Sueña con ganar el concurso de belleza local, con ser como la protagonista de Cristal (la telenovela venezolana), con cantar como Madonna y bailar como en Flashdance. Hija de una señora de la limpieza (Mirella Pascual, tan depresiva aquí como en Whisky), Natalia es la única del pueblo capaz de enfrentársele a la siniestra Cándida, beata al borde mismo del grand guignol (la propia Oreiro, transfigurada por capas y capas de maquillaje). Con ese relato se intercala, sin mucha prolijidad, el de Natalia en la actualidad. Sintiéndose vieja a los 30, la chica intentará dar un último manotazo a su sueño pop, concursando en un reality de televisión, cuya parodia no supera las que la propia tele puede hacer de sí misma. Con canciones compuestas por Ale Sergi, de Miranda!, Miss Tacuarembó cultiva lo que tal vez podría definirse como naïf irónico. El pueblito es como una Trulalá en la que chupacirios, chismosos y metiches toman el lugar de chorros, vigilantes y científicos locos. El Almodóvar con el que la película dialoga –el de Mujeres al borde de un ataque de nervios, representado por una Rossi de Palma como detenida en el tiempo– es el de las comedias blancas. Producida por la muy conservadora Argentina Sono Film, al amigo gay de Natalia (Diego Reinhold, autor también de la coreografía) no le sobra una sola pluma. De modo semejante, ciertas bromas anticlericales quedan más cerca del chiste infantil que del atisbo de transgresión. Testimonio de contradicciones que la película no llega a resolver, cierta parodia de cromo religioso, en la que Cristo (Mike Amigorena) canta y baila pullas vaticanas, puede llegar a provocar algún escozor a las Cándidas de este mundo. Pobremente coreografiados y filmados, se hace difícil discernir si los números musicales quieren parecerse a los de las comedias con Palito y Lolita (Torres) o se parecen sin querer. Insuficiencias de una película que, en su aspiración de masividad (se lanzan 70 copias), parecería no querer dejar afuera a nadie. Desde el de treinta y pico que añora unos ’80 pop hasta la señora cautiva de la tele de aire, pasando por los chicos que coleccionan posters de Miranda! y parejas de mediana edad, que tal vez sigan viendo a Mujeres al borde de un ataque de nervios como el colmo de lo canchero.
Pop, kitsch y sueños de superestrella Natalia, niña en Tacuarembó - Uruguay - y adulta en Buenos Aires, siempre ha tenido un sueño estelar. Entusiasta del canto y del baile, su máxima aspiración es llegar a cantar y bailar en televisión, pero a sus treinta años parecen estar cerrándose todas las puertas. Subsiste en la capital argentina gracias a un trabajo deprimente en un bizarro parque de diversiones de temática religiosa. El día que asiste al que decide será su último casting, si bien no lo sabe, es un día muy especial: su pasado y su presente se encontrarán en el momento soñado de su vida. El debutante Martín Sastre se las apaña con un guión irreverente y lleno de guiños a la cultura de los ´80 y al pop en una trama que divaga entre el pasado y el presente, con algunos altibajos. En el elenco no faltan los lugares comunes (el sempiterno Diego Reinhold como el amigo gay, la utilización de la propia actriz protagónica para encarnar a su némesis) pero también hay guiños acertados (los cameos de Janet Rodríguez, Ale Sergi de Miranda y Graciela Borges). Con un comienzo tibio, un buen desarrollo y un final flojo, esta adaptación de la novela de Dani Umpi no le hace honor a su original. Los actores, especialmente los infantiles, no brillan particularmente ni con naturalidad, a excepción de Oreiro; y si bien la puesta en escena está muy cuidada y se luce desde la fotografía y el trabajo de cámara, no llega a conformar un producto homogéneo. En definitiva: Martín Sastre no hace papelones, pero coquetear con lo bizarro requiere de una mano mejor entrenada. Tampoco habrían venido mal mejores efectos especiales; no se debe confundir kitsch con mal hecho. Como comienzo es promisorio, lástima el desperdicio de un material que tenía un mucho mejor potencial cinematográfico.
Miss respetos Diez millones de frascos de perfume, Coqueterías y Mujercitas, un casette de Parchís, un muñeco de Alf, un vestidito de Mi pequeño pony, una cabrita que se llama Madonna, Jeannette Rodríguez en el televisor haciendo de Cristal con Carlos Mata, la música de Flashdance, los lentes flúor, los jardineros de jean, nenes que dicen “Qué copante” o frases como “La gremlin esa”: desde el emporio de los ochenta (“No me gusta nada que sea de los noventa” dice en un momento Natalia) llega una historia recompleja, retorcida, banal, que a todo el mundo le viene gustando –menos a la iglesia, me imagino. Punto para Martín Sastre, que estrena justo en la semana del deschave retrógrado. Miss Tacuarembó es Natalia (pero no, porque acá todo es mentira), una nenita que de pueblo chico y ultraconservador-opresivo-grotesco, sueño mediante, viene a Buenos Aires para presentarse a cuanto casting pueda y así cumplir el sueño de cantar y bailar, como Madonna, como Jennifer Beals, veinte años después del apogeo ochentero de las mismas. Hay algo trágico de por sí, en ese sueño. Natalia ahora tiene treinta, un par de arruguitas debajo de los ojos, y el mundo es un poco distinto: es el mundo del reality. Por eso el sueño –acaso degradado, ah, tema para pensar- es salir en el programa conducido por Rossy de Palma y, excusa del reencuentro con una madre que no se quiere mediante, terminar cantando frente a la cámara. De los ochentas aburridos y pueblerinos –relato centrado en una iglesia tremebunda comandada por la siniestra mandamás del pueblo (sorpresa ahí), contracara mal vestida de la mandamás real que pasa en auto revoleando pañuelos perfumados- a la actualidad de la changuita en Cristo Park, parque temático cristiano (más redundancia por mi parte imposible), hay muchas ideas y vueltas espiraladas y confusas, imprevistas, que el espectador de buena voluntad, ya sea porque tenga diez o le guste Natalia o comparta la nostalgia por los ochentas o porque se entregue como nunca nadie a la fragmentación caótica del mundo, podrá disfrutar como chico en el carrito de tren fantasma, de giros bruscos y sorpresas sorpresivas que quieren sorprender, y que harán al espectador escéptico preguntarse si este Sastre sabe armar un traje. ¿Es posible no pensar, mientras se está viendo Miss Tacuarembó, “esta película podía haber sido buenísima”? No, no es posible. Primero que nada, porque Natalia es hermosa y justifica todo, cada vez que aparece. Porque cuando empiezan los títulos y la voz de ella canta, mal pero dulcemente, como corresponde, Mi vida eres tú, y después What a feeling mientras dos chicos ensayan una coreografía con la gracia irrefutable de los chicos cuando imitan mal y juegan para nadie, yo, por lo menos, que fui una nena en los ochentas y entiendo la vuelta desesperada a la ingenuidad de la época, ya estaba adentro. ¿En qué momento la película se empieza a resquebrajar, hasta caerse al piso sin demasiado estruendo como el Cristo de yeso de esa iglesia? Probablemente cuando aparece Mónica Villa en el mismo papel de Esperando la carroza, como si fuera gracioso. Probablemente más cuando aparece la villana sobreactuada por una pobre Natalia que no puede disfrazarse más para hacer de otra cosa. Probablemente, del todo, cuando la madre de Natalia llora, recargada de maquillaje y colorete en los cachetes pero de verdad, frente a una Rossy de Palma que festeja (hace rato que no veo una actriz tan maltratada). El problema es del tono, y de la mezcla de tonos, y del pastiche que a veces funciona y a veces no. Acá, lo terrible no parece terrible y el terror no da terror, lo alegre alegra pero hasta ahí nomás –es la sonrisa de Natalia- y todo termina con un clip que parece propaganda de John Cook. ¡Qué lástima! Cuando se hace tanta fuerza para ser divertido, lo que sale es, bueno, eso que a veces sale cuando se hace mucha fuerza. Habría que poner a Miss Tacuarembó al lado de Camino, que también es sobre la ingenuidad y la fantasía y la imaginación contrastadas con el terror de la opresión, pero bien hecha y zarpada, para dilucidar la fórmula que a veces da una película buenísima y otras veces una cosa, medio aburrida. O habría que pensar que los ochentas son un poco inimitables y que no hay nada más difícil, cuando se elige lo berreta y trabajar con materiales fascinantes por altamente fetichizados, que hacer una buena película mala.
Cursilería sin atenuantes Nadie en su sano juicio podría encontrarle méritos artísticos a las telenovelas que Andrea del Boca protagonizaba de niña (rodeada de compañeritas hostiles y monjas compinches), a las películas en las que bailaba y cantaba el grupo español Los Parchís (hubo cuatro durante los años en los que los argentinos no podíamos escuchar a Mercedes Sosa, a Zitarrosa o a Serrat), a los programas televisivos pergeñados por Cris Morena (con sus bellos adolescentes y aforismos musicalizados), a la telenovela venezolana Cristal, o a aquella suerte de Cenicienta pasada por los manierismos publicitarios de Adrian Lyne que se llamó Flashdance (1983). Se les podrá encontrar valor sociológico o afectivo, ya que indudablemente forman parte de la infancia de muchos argentinos, pero sería insólito que se los celebre sin mediar reflexión de ningún tipo, ni siquiera una intención satírica. Eso ocurre con Miss Tacuarembó, primer largometraje escrito y dirigido por Martín Sastre (1976, Montevideo, Uruguay), basado en la novela homónima de Dani Umpi. El guión no sólo es estúpido, también es reaccionario. Basta decir que lo que la protagonista más desea en la vida es ser reina de belleza primero y triunfar en Hollywood después, y que los personajes deslizan comentarios nada inocentes como “¿Qué puede tener de malo una telenovela?”. La lealtad del amigo homosexual, el desengaño amoroso, las resistencias de la gente conservadora a los “artistas”, la manipulación de la televisión, y hasta los reproches a Jesucristo, no sólo se han visto miles de veces en el cine sino que, además, están resueltos con un infantilismo irritante. Es importante señalar que en la novela de Umpi el retrato juvenil de los ’80 incluye marihuana, besos entre chicas, amigos con el aspecto de Marilyn Manson y otros elementos que no llegaron a la versión cinematográfica, cubierta de una falsa candidez. A tono con este espíritu, la estética de Miss Tacuarembó es todo el tiempo amanerada y cursi, con una iluminación recargada, vulgares efectos especiales, fulgores y estrellas de cotillón. Los pasos coreográficos son breves y recuerdan el clima festivo impostado de las películas argentinas de antaño. Que nadie piense que estas opiniones implican menoscabar los fenómenos de la cultura popular, ya que con materiales similares se han hecho obras maestras. Muchos directores, empezando por Federico Fellini, han sabido darle sentido al caos y al reciclaje de referentes populares. Pedro Almodóvar demuestra una y otra vez su capacidad para construir obras imaginativas a partir de retazos, guiños cinéfilos, boleros y convenciones del melodrama. De la misma manera, ha habido homenajes dignos, inteligentes, a canciones livianas, de esas que se tararean fácilmente: Conozco la canción (1997, Alain Resnais) y Aquel querido mes de agosto (2009, Miguel Gomes), por ejemplo. Tampoco Miss Tacuarembó puede compararse con productos que han resultado divertidos o bizarros sin proponérselo: si en una película de Armando Bo asomaba un diálogo desatinado era producto de la ingenuidad y la improvisación, mientras que aquí puerilidades y clisés se enfatizan con autoconciencia, como si sus responsables tuvieran la convicción de estar haciendo algo original cruzando Sweet Charity (1969, Bob Fosse) con Jesucristo Superstar (1973, Norman Jewison). ¿Qué más decir? Natalia Oreiro insiste en mostrarse aniñada a los 33 años. Mónica Villa y Mirella Pascual parecen escapadas de Esperando la carroza y El último verano de la boyita, respectivamente. Mike Amigorena canta bien. Melina y Julieta Petriella son muy lindas. Rossy de Palma no. Las canciones de Ale Sergi (de Miranda!) son pegadizas. Y las ideas escenográficas del parque temático religioso podrían haber sido aprovechadas en otro contexto.
Natalia Oreiro: todo por un sueño Miss Tacuarembó no sería posible sin la participación de Natalia Oreiro. La explosión de alegría ochentosa que le imprime a la película el director Martín Sastre, con estéticas cruzadas que van desde films como Flashdance, La magia de los Parchís y hasta La vida de Bryan (de los Monthy Python), las referencias a la “primera” Madonna, y claro, las telenovelas como la venezolana Cristal, acompañado por innumerables guiños hacia el espectador más o menos entrenado en la cultura-chatarra de los realitys, todos estos elementos están al servicio de una puesta que sería impensable sin la actriz uruguaya, que se mueve con soltura dentro de tono decididamente kirsch del film. Aquí Natalia Oreiro es Natalia, una niña que sueña ganar el concurso de belleza de Tacuarembó, la única manera que se imagina para escapar de la chatura pueblerina y sobre todo de Cándida (también a cargo de Oreiro), su maestra de catecismo. Después, ya adulta, la realidad se encarga de señalarle el fracaso de sus aspiraciones con un empleo en un parque de diversiones con temática bíblica. En los últimos cuatro años Oreiro recorrió un interesante camino en el cine. Ahí está la reciente Francia (2010), en la cual se puso en la piel de una empleada doméstica al servicio de una película “clasista”, según la definió el director Israel Adrián Caetano; Las vidas posibles (2007), que la muestra como una muy digna intérprete del denominado nuevo cine argentino; Música en espera (2009), en su perfil de artista popular ideal para un buen film industrial; y La peli (2006), en donde se revela como una actriz casi bergmaniana. Aquí Oreiro se deja llevar por Sastre, que a partir del universo que plantea el libro del multifacético uruguayo Dani Umpi, baraja todos los materiales a su disposición y se decide por una realización enérgica, pero ese mismo impulso no logra ocultar cierta falta de ilación en las coreografías ideadas por Diego Reinhold sobre las canciones compuestas por Ale Sergi de Miranda!, o resaltan las innecesarias explicaciones sobre el origen de la protagonista. Miss Tacuarembó es un artefacto extraño, que por su sobreabundancia de ideas a veces tropieza con la cohesión del relato, pero aún así es una de las propuestas más genuinamente renovadoras en el cine hecho en esta parte del mundo.
Natalia Oreiro no para, y lo bien que hace. Funciona bien en cualquier registro, pero en la comedia se mueve con total frescura. Pudo quedarse cómoda en las telenovelas, o en la canción, pero arriesga. Este es un cuento de hadas contemporáneo, que pueden disfrutar chicos y grandes sin nivelar para abajo. Es el registro primoroso de la vida de Natalia -cuya infancia transcurrió en un pueblito uruguayo, en la década del ‘80, alimentada por la música de los Parchís, la coreografía de “Flashdance”, las vinchas flúo y gran consumo de telenovelas-, pero con otros resultados. Porque los sueños y anhelos de triunfo de la protagonista se estrellan con la dura realidad. A Natalia la rebotan en todos los castings y acaba cantando y bailando en un curioso parque de atracciones, disfrazada de Tabla de la Ley. Coproducción entre Argentina, Uruguay y España, funciona gracias a un formidable trabajo de equipo. El musical es un género plagado de riesgos, pero acá nadie da la nota en falso. En esta aventura caben el amor y el espanto, la ternura y el riesgo, no faltan la pérfida Cándida (también a cargo de Oreiro), un Cristo que sale de la cruz para besar apasionadamente a Natalia, secuencias tenebrosas, y las presencias invalorables de Diego Reinhold, Rossy De Palma y Jeanette Rodríguez como hada madrina. Dirigida con elegancia por el debutante Martín Sastre, cuenta con música de Ale Sergi (más algún aporte de Ricardo Mollo) y apunta al definitivo triunfo de la voluntad, en una sociedad que discrimina al diferente.
Soñar no cuesta nada Miss Tacuarembó, un musical pop inquieto, nostálgico, irreverente y muy bien logrado. Natalia (Sofía Silvera) sueña con ser como Cristal, esa modelo bella, altiva y exitosa que componía Jeannete Rodríguez a mediados de los '80. Natalia, también, es la niña que baila la coreografía de Flashdance junto a su amigo inseparable, Carlos (Mateo Capo), y le promete cosas complicadas: "Algún día el mundo será nuestro", dice con los pies firmes sobre la tierra. Natalia es distinta, ella lo sabe y lo confirma cada vez que se encuentra sentada en la plaza de entrada de su pueblo, como esperando que nada suceda. O, en el mejor de los casos, que pase el auto de la misteriosa mujer, esa que tampoco parece "no pertenecer". Y fue, precisamente, en una de esas tardes de aburrimiento en que Natalia supo que convertirse en Miss Tacuarembó sería la llave hacia sus sueños, el escape hacia un destino que ya estaba marcado y al que ella sólo debía darle un "empujoncito" para hacerlo realidad. Pero no. La vida puede ser cruel cuando quiere, y poco a poco una ya adulta Natalia -o Cristal, como prefiere que la llamen- va perdiendo sus esperanzas. Poco queda de la niña que quería salir a comerse el mundo: ahora, ya en la gran ciudad, se siente obsoleta, perdedora y patética, trabajando en un decadente parque de diversiones de temática bíblica. Hasta que un día, su pasado -con todo lo bueno y lo malo que convivió en él-, vuelve a buscarla para darle una nueva oportunidad. Y devolverle esa fé que parecía definitivamente extraviada, arrojada en un inodoro. Basado en una novela de Dani Umpi, la historia que cuenta Miss Tacuarembó llegó a manos de Natalia Oreiro varios años atrás, durante un homenaje que un grupo de artistas uruguayos le organizó en el Centro Cultural Recoleta con motivo de su cumpleaños. El encargado de entregarle el manuscrito fue Martín Sastre, quien le anticipó que algún día la dirigiría en ese papel. Ella, sorprendida, guardó el guión en su bolso y lo condenó al olvido. Hasta que en 2005, buscando libros para llevarse a un viaje a Rusia, vio la novela, la compró, la leyó y se enamoró. ¿Y quién más que Oreiro para interpretar a Natalia? Fresca, angelada y casi como contando su propia historia, Oreiro canta, baila y deja en claro por qué la cámara la ama. Y ahí está también Diego Reinhold para ponerse en la piel de un Carlos adulto, casi un "Pepe Grillo" para la mujer que parece desteñirse por no haber tenido la suerte o la fuerza suficiente para cumplir con aquella promesa infantil. También Mike Amigorena, interpretando a un Cristo provocador y canchero que ilumina uno de los momentos más altos del musical. Y Mónica Villa y Mirella Pascual como las madres atormentadas por una catequista despiadada y manipuladora que a la perfección compone, casi como en un desafío de antagonismos, una irreconocible Oreiro. Repleta de iconografía ochentosa, la película juega con la nostalgia pero no se duerme en el recuerdo. Porque también hay sueños que cumplir, mirandescas canciones de Ale Sergi para perfumar con aires pop al presente, toques que Sastre tomó prestado del más exquisito cine independiente estadounidense y guiños a la atemporal estética almodovariana con Rossy de Palma incluida. Casi como una metáfora de sí misma, Miss Tacuarembó arriesga por lo que cree. Se atreve, se burla, se rie, entretiene y emociona. Y eso, en los tiempos que corren, no es poca cosa.
Las ilusiones al ritmo de Flashdance En una reversión pop de La Cenicienta, el director Martín Sastre juega con dos personajes de Natalia Oreiro, una que encarna las sanciones y la otra, la transgresión. La película se atreve a dar rienda suelta a lo reprimido. Debo reconocer que me acerqué con marcada resistencia a ver este film. Particularmente algunos prejuicios rondaban en mi cabeza respecto de la manera en que el mismo era promocionado: sólo el afiche ya me producía cierto recelo; me hacía pensar en una comedia populista con moraleja del cine argentino de los años 70, en tiempos de la dictadura. Había algo que me alejaba cada vez más y más. Y creo que tal vez eran esos fluorescentes colores que estallaban ante mis ojos, como asimismo el atisbar algo de aquellas comedias disco que anticipan y operan de manera simultánea con el lanzamiento de un exitoso long play. Pese a todas estas objeciones y algunas más me decidí en la noche del viernes a entrar a la sala, no sin antes pensar que la misma iba a estar colmada; ya que en los días anteriores al estreno los diferentes medios periodísticos habían entrevistado a su primera actriz, Natalia Oreiro. Pero a diferencia de lo que pensaba, la sala estaba semivacía y la película no gozaba de buena salud: pocos espectadores, aislados, tal vez por la crudeza del invierno o bien porque simplemente films como éstos ya no despertaban curiosidad alguna. Efectivamente, me dije, toda la atención esta semana está puesta en lo que hoy tanto nos ocupa: la tan esperada aprobación del matrimonio igualitario, motivo de ásperas polémicas, pero confirmación de las garantías de vivir en un espacio democrático. Y así fue, conmovido por el entusiasmo y la alegría por la aprobación de la ley, en un clima de debates, que desde el respeto fortalecen la convivencia democrática, que aquella noche del viernes decidimos -amigos y yo- ingresar a la sala. Y allí con signos de interrogación y numerosas comillas, el film estaba por comenzar. Una película casera, de esas que se conocen con el nombre de "home movies" nos lleva a participar de una excursión a un mundo de sueños, que construyen un imaginario en torno a las promesas de una telenovela llamada "Cristal" y del resonante furor que cada actuación del conjunto Los Parchís provocaba. Estamos en un pueblo de provincia, llamado Tacuarembó, y está a punto de desplegarse frente a nosotros otra de las tantas versiones del inmortal cuento de hadas La Cenicienta. Y es que Natalia, ya desde niña, fascinada por los efluvios que una misteriosa dama de la zona residencial deja al pasar (rol que interpreta una diva de nuestro cine, Graciela Borges), entregada a su ilusión de estrella, revive junto a su entrañable amigo Carlos los movimientos coreográficos de Flashdance. Canciones populares, tiras televisivas y comedias musicales desde la pantalla grande van orquestando una rutilante promesa con aromas florales de Anais Anais. Marcos Sastre, desde la delirante novela de Dani Umpi (quien alguna vez actuó en las tablas de nuestra ciudad), logra en su film Miss Tacuarembó un juego entre la fábula y una mirada crítica y nostálgica de toda una época, que transcurre en un cerrado sistema de creencias que imponen dogmáticamente la ley religiosa con sus correspondientes castigos sin perdón. Por momentos, hay situaciones que remiten a ilustraciones naif que tienen el llamado brillo dorado de figuritas de un álbum que se ve animando conforme a los vaivenes del recuerdo. Miss Tacuarembó le pide a cada espectador que se afloje el cinturón y acepte divertirse de manera loca y desenfadada, que se pierda en la paleta de un pop que contagia y que descubra los guiños y saludos que reconocemos a cada paso. Así como la conductora de un taquillero programa televisivo, el que definirá a la ganadora, es nada menos que una identificable criatura, una de las chicas almodovarianas, Rossy de Palma. Sobre los sueños de una chica provinciana, que se mueven conforme la lógica de coloridos musicales, Miss Tacuarembó construye de manera fragmentaria las piezas de un irreverente puzzle que nos lleva a dejarnos sorprender por un Cristo de utilería, que asoma de manera aurática, entre ocurrentes parlamentos contagiantes. El film invita a vibrar, mover las caderas, dejarse llevar, mientras se libra en un escenario de marquesina una lucha entre la norma, el castigo y el placer. De esta manera Natalia Oreiro se presenta en un doble rol, como la sancionadora Cándida, cuyos tonos amenazantes, intimidan en el horror de una interminable noche gótica, y la joven e ingenua Natalia que disfruta junto a su amigo y compinche su escalada de transgresiones. Estallan los colores, comienza la música y al ritmo de las canciones de entonces, brujas y hadas madrinas poblarán los sueños de la protagonista, que seguirá mirando fascinada el vuelo del foulard de la misteriosa dama, impregnado de gotas de First. En esta coproducción, que reúne figuras del mundo hispano, también está en juego la figura del diferente, cuya visibilidad comienza a ser tenida en cuenta en el cine de este último tiempo. Martín Sastre saluda al libro de Dani Umpi y elige como "héroes" a los que se apartan de las convenciones y que, por ello, son mal mirados en el seno de la sociedad. Por eso Miss Tacuarembó pregona esa aptitud de apertura y de distensión que nos merecemos. Los dos mundos que interpreta la actriz, las dos facetas, encuentran un punto de unión en ese parque de diversiones llamado Cristo Park, en los que Natalia y Carlos recibirán a los paseantes vestidos de Tablas de la Ley. Con algunos ecos de Entre tinieblas y con el glamour de sueños estelares, el film de Martín Sastre despliega una fábula en la que el espejo mágico devolverá una imagen paródica de telenovelas y reality show enmarcadas en un radiante kitsch. Sin llegar a afirmar que estamos ante un gran film, de esos que marcan un hito, lo cierto es que Martín Sastre se atreve allí donde se da rienda suelta a lo que estaba reprimido. En materia de divertimento, Miss Tacuarembó se mueve al ritmo de tantas canciones populares y de ritos sociales, aunando lo bizarro por su formato pastiche y algunas reflexiones que merecen nuestra atención.
Esta coproducción entre Argentina, Uruguay y España gira alrededor de la figura de la reconocida actriz Natalia Oreiro, que en esta película retoma el estilo que la ha llevado a la popularidad a través de varios y exitosos productos televisivos. En los últimos años el formato del cine ha sido el elegido por ella para desarrollar su versátil carrera, al principio abordando personajes afines a su impronta, pero luego aceptando roles más riesgosos, como en Las vidas posibles, y la muy reciente Francia, aún en cartel. Miss Tacuarembó se podría considerar un mix de ambas vertientes, no solamente porque la Oreiro sorprende componiendo dos caracteres opuestos, sino porque el film, dentro de su apuesta popular, encierra una serie de ítems más que interesantes. Más allá de la trama de Natalia, luego Cristal (un nombre simbólico por varias razones), una chica de pueblo que busca concretar sus sueños, la historia cuenta con una serie de elementos que la distinguen de lo convencional. El título del film remite a un pueblo uruguayo desde donde la protagonista -en ese tramo interpretada por la promisoria niña Sofía Silvera-, busca dar el gran salto hacia la capital de Buenos Aires, con muchos retos a vencer, como los prejuicios sociales y religiosos. En su adultez, donde llegará a transitar por patéticos ciclos televisivos, Natalia-Cristal tendrá encuentros singulares que realimentarán sus deseos, como con su madre catequista y con el mismo Jesús (una oportuna y ajustada creación de Mike Amigorena). El realizador de cortos y video clips Martín Sastre arriba a un ambicioso primer largometraje apelando a saludables dosis de creatividad, humor, desenfado y mordacidad, recurriendo a toques kistchs y almodovarianos sin dejar de lado la emotividad, pero tal cantidad de ingredientes no alcanzan la mejor amalgama. Oreiro luce lo mejor de su carisma y talento, muy bien acompañada por Diego Reinhold y por participaciones especiales de Graciela Borges, Rossy de Palma y el mencionado Amigorena.
Sueños y desengaños en un filme entre colores flúo y música pop. Miss Tacuarembó tiene el clima de una pequeña epopeya, cálida, irónica y al mismo tiempo delicadamente dolorosa. Pero también está atravesada por un humor con gusto a nostalgia por los sueños perdidos. Claro que antes de entregar las armas o vencer a la adversidad, la protagonista dará batalla. Cada una de esas atmósferas que rodean a los protagonistas, una nena, Natalia, y su amiguito de la infancia, Carlos, son desarrolladas e ilustradas con una iconografía clara para cada época. El relato, basado una novela de Dani Umpi, adquiere consistencia bajo la mirada disparatada, sensible, y por momentos implacable, del director Martín Sastre. En el inicio de la década del 80, en medio del rigor religioso y las limitaciones y clichés de un pueblo chico en el que “nunca pasa nada”, Natalia y Carlos se preparan para cumplir su futuro de artistas desde los ocho años. Los sueños incomprendidos de esos nenes sensibles y soñadores son alimentados por algunos íconos de la época, como los romances de Jeanette Rodríguez en la novela “Cristal” y los éxitos de Los Parchís, todo perfumado con Coqueterías y charlas a través de unos modernos walkie talkies que tomaron prestados de dos compañeras de colegio, dos mellizas medio harpías. Ya en la adolescencia las fantasías de Natalia, ahora interpretada por Natalia Oreiro, se pueblan con el optimismo discotequero de “Flashdance” y la atmósfera cambia a los colores flúo, perfumada en esta etapa por Anaïs-Anaïs y First. Pero sobre todo por el sueño de ganar el concurso de Miss Tacuarembó que incluye dos pasajes gratis a Buenos Aires, meca de Natalia y de Carlos, a cargo de Diego Reinhold. Pero la ciudad, y ya cerca de los treinta, les depara algo muy distinto a sus proyectos del pasado: dos frustrantes empleos en un parque temático dedicado a Cristo, disfrazados de tablas de la ley con coreografías que dan la bienvenida a los escasos visitantes. Allí parecen cerrarse todos los caminos, pero el director les da siempre un bonus track a estos dos desamparados. Sastre elige el recurso del musical para aligerarles la carga en un clima que evoca a “Fama” y otros clásicos televisivos para adolescentes de los 70 y 80, pero con unos personajes más realistas que se atreven a increpar a Jesús por su escasa suerte. Las criaturas de Dani Umpi cargan como pueden con lo que les toca en suerte o en desgracia, pero a pesar de todo luchan hasta el final. Aun sospechando que la construcción de los sueños, quizás, puede fallar.
Algún día el mundo será nuestro Película audaz y efervecente cuya potencia revulsiva lo convetirá en el futuro en un film de culto. Riesgo es la palabra exacta para describir a Miss Tacuarembó. Un filme musical, con la atracción del nombre de Natalia Oreiro, lanzado en plenas vacaciones de invierno, con la banda sonora compuesta por Ale Sergi (Miranda!) y distribuida por Disney. Nada será lo que parece. Ni para los seguidores que se toparán con más de lo que esperaban ni para los prejuiciosos que jamás hubiesen pensado en enfrentarse con semejante producto. En el lugar al que alude el título, en un pueblito en Uruguay, se marchitan las vidas de Natalia (Sofía Silvera) y Carlos (Mateo Capo). Son niños y se sienten diferentes. Así se lo hacen notar los otros y así lo viven ellos. Entre coreografías de Flashdance, adoctrinamiento catequístico, perfumes, telenovelas, canciones de Los Parchís y sueños de triunfo. Una amistad indestructible que sorteará todos los escollos. Y que los traerá a Buenos Aires, escapando de los dedos inquisidores, donde la siguen peleando aunque para muchos sostengan sueños que no condicen con sus 30 años. Natalia (Natalia Oreiro) y Carlos (Diego Reinhold) quieren demostrar que son buenos en lo que les gusta, cantar y bailar, pero mientras tanto de algo tienen que vivir y trabajan en Cristo Park, “el único parque de atracciones autorizado por el Vaticano” haciendo de tablas de la ley que reciben a los visitantes. Saltando temporalmente entre este gris presente y aquel pasado discriminador vamos y venimos en la narración de la historia develando los motivos de la desaparición de algunos personajes (Cándida) y procurando reencontrar otros (Natalia y Haydeé, su madre), con la ayuda del reality televisivo “Todo por un sueño”, mechándolo todo con unos números musicales pegadizos y encantatorios. Puro pop. Absurdo y naive. Burbujeante y extra brut. No hay sutileza pero tampoco ironía posmoderna. La burla y el cinismo no se llevan con la ternura y la apuesta por el amor. Y entonces se desarman los engaños que nos construyeron. Demostrando lo lejos que quedan entre sí la fe y la institución eclesiástica. La divergencia evidente entre el amor y la caridad cristiana. La diferencia entre el temor de Dios y el temor a Dios. Vivir por Cristo, subsumido en él, o vivir con Cristo a nuestra vera. La película construye su trama como espejo reflejante de la misma telenovela “Cristal” a la que recuerda: una protagonista, con un origen bastardo y falso, luchando por sus ideales y abriéndose camino por sí sola. Pero realiza un cambio sustancial: no la deja a ella en brazos del amor, de ese hombre que la complete. La lleva a conseguir un éxito, el reconocimiento buscado, pero por un amigo. El amigo (gay) que vivió en las sombras. Y he aquí una de las mejores potencialidades desplegadas por el filme. No procurar repetir que todos podemos llegar (falsa promesa de un falso sueño) sino acercarnos y observar a quien permanece al lado del triunfador. Aquel que es más factible que seamos. Utilizando con inteligencia y sensibilidad una estética que remite a los ’80, el director Martín Sastre, en su ópera prima, -adaptando la novela homónima de Dani Umpi-, no teme al ridículo y se apropia del absurdo para construir un mundo que divierte y emociona con los mejores recursos. ¿Existe una estética gay? Si la respuesta fuera afirmativa (soy más de la idea de tendencias o maneras de ver que de admitir taxativamente una posibilidad de encorsetar nada) seguramente esta película podría utilizarse como modelo a analizar. La recurrencia a los musicales, la exposición de la belleza masculina, la construcción del divismo femenino (y su potencia fálica), la simbología religiosa (San Sebastián, el Cristo de la cruz) y los motivos de la (de)formación religiosa, la culpa y el sexo culposo, la afición por la telenovela y sus amores de cenicienta. Ahora ¿de qué serviría examinar esos tópicos? De poco, si no fueran la forma que algún contenido requiere para desarrollar una historia. Y entonces el reconocimiento requiere de una conjunción forma y contenido que Miss Tacuarembó puede ostentar. Mas seamos claros: libertad y audacia es, en este caso, sinónimo de incorrección política, pero no es de revolución de lo que hablamos. Es de ampliación de límites, sano y necesario paso. Pero no pretendamos que se patee ningún tablero que pocas cosas tan conservadoras como el gay de hoy. Divertida, fresca, audaz, sorpresiva, encantadora Miss Tacuarembó, seguramente, se convertirá en uno de esas cintas de culto que serán descubiertas en su potencia revulsiva sólo con el paso del tiempo.
Un camino posible Cara y seca de una misma moneda: Miss Tacuarembó es una película diferente, arriesgada, inclasificable, que no encuentra un público definido, mucho menos entre aquellos que en vacaciones de invierno quieran ver algo tradicional para los chicos y crean que lo hallarán aquí. Desde este punto de vista, el film de Martín Sastre es una maravilla, incorpora un montón de referencias, todas vinculadas con aspectos marginales del cine, y los reconvierte por medio de una licuadora pop en un divertido y emotivo relato sobre la forma en que cumplimos nuestros sueños. Pero hasta ahí parecen ir los aciertos de la película -que de hecho son bastantes-, ya que todo el revulsivo que posee no encuentra desde la dirección una mano firme que la organice y la convierta en un relato cinematográfico cohesivo. Miss Tacuarembó es como esas películas bienintencionadas en las que uno debe optar por los resultados o por el proceso, que en este caso está vinculado con las texturas que trabaja Sastre, a partir del guión basado en una novela de Dani Umpi, una serie de referencias cruzadas a la cultura popular de la década del 80 sumados a la iconografía católica, un poco a la usanza de Camino de Javier Fesser, donde a partir de sostener el punto de vista infantil se permite un acercamiento a los símbolos religiosos menos adocenado y más libre de culpa y cargo. Y que permite, en ese sentido, una reflexión sobre la fe y las instituciones que administran la sinrazón de las entelequias. La mención a Camino no es antojadiza -hay como allí una nena manipulada por un entorno adulto y la institución religiosa- y deja en evidencia cómo un buen director hace que un material poderoso pero potencialmente disperso se cohesione, hasta convertirse en una gran película, o al menos que ese disparate narrativo tenga un sentido y no parezca fruto de las casualidades y los descuidos. Fesser con Camino logra el milagro, mientras que Sastre no termina por encontrar el tono de su film que pasea por territorios del costumbrismo, acude al grotesco, se recuesta en la sátira, recupera el musical, curiosea por la tierra del cine infantil e intenta la parodia del formato televisivo, nunca con la misma intensidad ni mucho menos el nivel de aciertos. Esto, que es loable, para el cine coreano es habitual y no constituye una carga como ocurre en este film. Que si hay algo que logra, por momentos, encausar Miss Tacuarembó, eso es la presencia magnética de Natalia Oreiro. La actriz uruguaya se da el lujo de incorporar elementos autorreferenciales en el film y que nunca eso parezca nada más que ego. Por el contrario, sirve para sumarle sentido a un film que, después de todo, el peor pecado que comete es el de excederse en sus formas y referencias y convertirse en una especie de ladrillo fílmico que cansa y agota. Pero la actriz, con su gracia y su carisma, demuestra además aquí que sabe moverse con acierto en diversos registros de comedia, y que es la única actriz rioplatense capaz de protagonizar una película provocadora y feliz como esta. Su personaje se llama Natalia, pero se hace llamar Cristal, en homenaje a cierta novela que daban en la televisión argentina por la década del 80. Este, y muchos otros, son apuntes inteligentes en los que se sostiene la estética de Miss Tacuarembó y también su tesis: sumemos la aparición de Rossy de Palma y con ella a toda la primera etapa del cine de Pedro Almodóvar, el guiño a Flashdance, la comedia musical como norte pero también con la certeza de que hoy es un producto envasado en la televisión con sus realities, de la telenovela como constructora de un ideario social, de los perfumes de marca que señalan un status. La película habla de seres diferentes, de perdedores que están al margen y que, como desean Natalia y su amigo gay Carlos (Diego Reinhold), algún día dominarán el mundo. Miss Tacuarembó es una celebración de esa diferencia, la pone en primer plano, pero no la exhibe: incluso muestra algunos límites de esas personas excedidas en su fanatismo introspectivo y superficial. Inteligente el director, y aquí uno de sus mayores aciertos, no hace una militancia de trincheras sobre la diversidad y la tolerancia hacia lo diferente sino que les da directamente el poder a esos personajes porque los asiste la verdad. Está bien que esto ocurre en el marco de una aventura naif y artificiosa, pero también es cierto que en el coherente universo que es la película uno sabe quiénes son los buenos y quiénes los malos. Lo que lamentamos es que todo esto no haya sido contado de una manera más fluida. No pedimos sutilezas porque sabemos que el melodrama es el territorio de Miss Tacuarembó, pero sí un cuidado mayor en la puesta en escena para que el film no parezca hecho como a las apuradas y unido con pegamento. Por ejemplo las canciones de Ale Sergi no merecían esas coreografías deshilachadas y esos números musicales de escaso valor estético. Tampoco el film acierta en el tono de algunas actuaciones y en verdad los pasajes entre pasado y presente no están del todo bien construidos. Miss Tacuarembó es una película inteligente plagada de defectos. Como alguien dijo, las buenas intenciones no son un valor estético: pero al menos, Martín Sastre filmó una película que no se le parece en nada al resto del cine nacional. Ahí comienza de nuevo el debate sobre si por el sólo hecho de ser diferente esto la convierte en algo mejor. No lo sabemos, pero sí que en este caso se marca un camino posible para un cine nacional distinto.
Creativa y muy jugada es esta película de Martín Sastre que, con muchos desniveles y algunos planteos éticos que podrán crear rechazo en el espectador, muestra color, alegría y originalidad, convirtiéndose en un musical diferente, disfrutable, pero desordenado en muchas ocasiones.
Resulta simpático ver una historia dnde una artista popular y en gran medida consagrada, se ríe de sí misma. Una artista que se mira con libertad pudiendo jugar con su rol de actriz, de cantante y con la fantochada de los casting “descubridores de estrellas”. Miss Tacuarembó, muestra una Natalia Oreiro que se pone del otro lado del espejo como una Natalia frustrada que no logra su sueño de convertirse en artista. La película dirigida por el también uruguayo Martín Sastre, narra la historia superponiendo dos niveles temporales (la niña de 9 años y la adulta de 30, ya en Buenos Aires) y otro de ensueño donde se funden elementos de comedia musical, con canto, baile y coreografía. Para marcar las dos épocas en las que está narrado el film, se utiliza una estética ochentosa que se aprecia como el valor de viejas fotografías y para el presente, una tonalidad que irradia brillo y demasiado contraste. Los apartados musicales, tienen también el ritmo y la estética de los 80s. El conflicto de la niña es ganar el concurso de "Miss Tacuarembó" para salir de ese pueblo gris sin futuro con la idea de viajar a Buenos Aires para triunfar. Vive en un mundo de fantasía junto a su inseparable amigo. Estos segmentos y la historia de amistad entre ilusiones e infortunios es, por lejos, lo más logrado del film. La Natalia adulta (la Oreiro), trabaja en la actualidad un patético parque de diversiones de temática religiosa, Parque Cristo (chistes al estilo Los Simpson) - con aquél mismo amigo (Diego Reinhold), mientras todavía sueña triunfar como cantante. Miss Tacuarembó es, felizmente, un film ligero. Toma prestado libremente, un poco a Monty Phyton (que recuerda, por ejemplo a La vida de Brian, en el apartado donde Mike Amigorena personifica a un Cristo cantante y marketinero), una pizca de Ginger and Fred (reminiscencia de sátira televisiva popular aunque sin una gota melancólica de Fellini), otro poco de ¿Quieres ser John Malkovich? y açun más del primer Almodóvar, amparado por la fuerte presencia de Rossy de Palma como conductora de un reality, mezcla de "Gente que busca gente" y "Sorpresa y media". Las referencias a la TV también contiene guiños a la telenovela. Así resulta que la verdadera madre de Natalia era la superpotentada de Tacuarembó (y sí, Graciela Borges) que la abandona de bebé y luego Cristal…, nombre que haciendo honor a la telenovela venezolana, toma como nombre artístico, reforzado por el cameo de su protagonista, Jannete Rodriguez (irreconocible, a decir verdad) en una escena de imaginación. En las referencias al reality, el film pierde ya que intenta esbozar una crítica a la TV como una consabida picadora de carne, bochornosa y decadente pero que no logra satirizar lo que la propia TV logra de sí mima. Luego, sí, con los maravillosos años ochenta las evocaciones fluyen y fluyen. El ritmo de los Parchís, no se sabe si grotesco o alegre, la pegadora coreografía de Flashdance (siempre inspiradora), Madonna, Ositos cariñosos y woki-toki . Todo sazonado con las canciones retro compuestas por Ale Sergi de Miranda! que combina con vestuario colorido y mucho accesorio, una puesta de cámara y encuadre de videoclip, cuando no también de teleteatro de la época. . Capítulo especial a la feroz crítica hacia los preceptos rígidos de la Iglesia que más allá de la pertinencia casual con el debate por el matrimonio igualitario que pone su intolerancia en el tapete, suena un poco rancia. En esos segmentos, correspondientes a la vida del pueblo Tacuarembó, donde la Natalia de 9 años cree tener comunicación con Cristo, guarda una sorpresa. Se trata de Cándida López, una fanática religiosa con nocivos delirios místicos. Un personaje que gana cuando juega con la caricatura y pierde cuando intenta densidad relista. La villana de la película salida de un cuento de niños, detrás de las carradas de maquillaje y de un porte imponente, resulta ser una caracterización obrada por la mismísima Natalia Oreiro. Detalle que le suma a la actriz en riesgo y creatividad aunque no siempre en efectividad. Igualito que la película. La historia de Natalia, alterna los niveles temporales, el ensueño y la comedia musical. Hila cada pasaje por criterios estéticos, narrativos o humorísticos, muchas veces novedosos. Destila libertad pero varios de esos pasajes resultan fallidos poniendo en peligro el interés del espectador. El film es desparejo y desbordante. Arriesga y no siempre gana pero resulta un aire renovador para el cine argentino/uruguayo. En cuanto a la figura de Oreiro, que sin duda convoca y con razón, dudo que lo haga en la medida de las 70 copias con las que salió al mercado. La sensación es que Miss Tacuarembó podría haber sido un perla, pero sus logros terminan siendo más bien modestos. Una película singular que tal vez resulte algo polémica en su recepción y que como premisa fundamental requiere verla con buena onda, festejando los aciertos – que los tiene –, sintiendo el aire festivo de los ochenta – ideal para el que vivió la infancia o primera adolescencia en esa época - y pasando por alto sus fuertes altibajos.
WHAT A FEELING Influida por la cultura de los años 80, Natalia, una niña pre-adolescente que vive en esa época en Tacuarembó, un pequeño pueblo al norte de Uruguay, quiere ser famosa y, como muchas chicas de su generación, encuentra referentes en películas como "Flashdance" o programas de TV como Cristal, una famosa telenovela con Jeanette Rodriguez de la que no se pierde un capítulo. Sin embargo, a lo máximo que puede aspirar en su conservador pueblo es al título de Miss Tacuarembó, concurso de belleza local. Ya en el presente, la vida adulta de Natalia es muy diferente a la que siempre soñó. Treintañera, vive en Buenos Aires, luego de exiliarse de su pueblo para encontrar el éxito en la gran ciudad; pero la dura realidad la encuentra como animadora en Cristo Park, un parque de diversiones dedicado a Cristo. Intentando sobresalir de alguna manera, se presenta al ruidoso programa televisivo “Todo por un sueño”, un reality show que promete hacer realidad los sueños de los televidentes. Y esta vez tiene suerte y su sueño de ser cantante está a punto de ser cumplido, pero una asombrosa sorpresa la llevará nuevamente al pasado, a través de un inesperado reencuentro. Basada en el relato de Dani Umpi, la película de Martín Sastre acierta en la recreación de época, aquellos agitados años llenos de música y color, creando una obra graciosa y musical, con canciones pretenciosamente pegadizas que se intercalan en la narración. Buscada o no, la puesta en escena es la misma que en las películas musicales argentinas de los años 70 (con Palito Ortega y las Trillizas de oro), con más contras que pro, dado que la emparenta con el (¿mal?)llamado cine “berreta”. El director ha logrado reunir un elenco nutrido de reconocidos actores; esta coproducción entre Uruguay, Argentina y España tiene a Natalia Oreiro como protagonista absoluta (errando en otorgarle, además, el papel de Cándida, la malvada del pueblo, rol para nada logrado por la actriz uruguaya, a pesar del maquillaje). En manos de una actriz histriónica y con la edad acorde del personaje hubieran engrandecido algo más la película. Diego Reinhold aparece como el mejor amigo de Natalia, que la acompaña desde la infancia, cuando recreaban juntos las “coreo” de Flashdance. Reinhold repite sus últimos personajes televisivos: el gay querible y amigo del protagonista, aportando su voz y su baile, además de su carisma. Mike Amigorena representa a un Cristo corporizado, la española Rossy de Palma es la conductora diva del reality, Alejandro Tous tiene un mínimo aporte como el cura del pueblo, Graciela Borges tiene una participación especial, protagonizando un puñado de escenas, pero casi sin parlamento (tiene una sola línea de diálogo), y se suman al multitudinario elenco Melina Petriella y su hermana melliza Julieta, Mónica Villa, Ale Sergi (voz principal del grupo Miranda, autor de varias canciones del filme), el galán Boris Bakst y la mismísima Jeanette Rodriguez con su quirúrgico rostro. "Miss Tacuarembó" apunta a un público amplio y familiar, más especialmente a chicos incentivados por programas de TV que priorizan las canciones y las coreografías, pero al mismo tiempo hay cierto uso de un humor satírico y visualmente kitsch que se presenta como el modo con el que el director expone la historia. Es por ello que el tono de la misma resulta medio híbrida, sin decidirse entre un target adolescente y uno más adulto. Al margen de los expuesto, tiene escenas bien logradas, con números musicales divertidos y una gran simpatía de todos sus protagonistas.
Sobre la melodía del amor En 2004 Dani Umpi publica Miss Tacuarembó, una novela que, más allá de la película cuyo comentario nos ocupa, está llamada a ser referencia literaria de una época (esta, o la de hace apenas un ratito). En Miss Tacuarembó Umpi crea un personaje que se moldea en base a clichés de la cultura de masas y que es tan antipático como patético, quizás como algunas aristas puntiagudas de la tan vapuleada cultura. Pero la novela no se queda ahí; en la cita que ilustra esta nota podemos distinguir un yo y un ellos tan reconocibles que asustan, por lo marcados, por lo deformes. Miss Tacuarembó le habla a la clase media latinoamericana desde su propia hipocresía y por eso la segura referencia que pasado el tiempo habrá que hacer de este texto indispensable, amén de su prosa impecable e iconoclasta. La traslación al cine de un texto que brilla por su inteligencia no necesariamente podía ser segura, ni tampoco necesaria. Pero Martín Sastre (un videoartista cuya ironía se viste de aparente superficialidad y sinsentido) vio en Miss Tacuarembó el germen de su opera prima y el vehículo ideal para profundizar algunos conceptos de su obra. De acuerdo a su página web, Martín Sastre sostiene una fundación que facilitó becas de investigación para tres artistas alemanes en Montevideo, investigaciones que estos artistas debieron realizar con apenas cien dólares al mes. La fundación de Martín Sastre se llama The Martín Sastre Foundation for the super poor art. ¿Es esto una excentricidad? Todo depende de cómo se lo mire. Como ocurre con su película, que a simple vista pareciera ser una traición al texto original. Miss Tacuarembó tiene una narradora llamada Natalia, de quien nos referimos brevemente más arriba. Una muchacha como ella no solamente debía tener el cuerpo sino también el fulgor de Natalia Oreiro. Actriz, cantante y empresaria, Natalia Oreiro no se queda en su cómodo lugar de celebridad: desde hace ya muchos años brilla con luz propia y los riesgos artísticos que toma la cimientan cada vez más como una personalidad a imitar. Natalia Oreiro no es una gran actriz, es cierto. Es una gran estrella, a lo mejor la más grande que diera el Cono Sur en los últimos veinte años. Pocas, muy pocas figuras, pueden soportar el rigor de un primer plano cerrado con tan poco maquillaje, y además, a través de brillo de sus ojos, hacernos creer que tiene 18 años y redimensionar con su convicción una película que siempre está a la orilla del pantano. A las grandes actrices a veces se les nota el esfuerzo. Tenemos que dejar algo aclarado, porque todavía no lo hemos dicho: Dani Umpi, Martín Sastre y Natalia Oreiro son uruguayos. Y pese a que la película es una coproducción con la Argentina y España, es tan uruguaya como las cuchillas. El gentilicio es un orgullo aunque parezca chauvinista, y por lo visto aquí MISS TACUAREMBÓ se ocupa de declarar el orgullo que siente por cada una de sus imágenes. Esto, además de ser lícito y necesario, es un acto de amor. Es un acto de amor hacer que un texto complejo por su resonancia se transforme en un musical apto para todo público con canciones pegadizas y coreografías que nos piden acompañar el ritmo, porque aquí no hay conexión directa con presente alguno ni tampoco juicio a ninguno de los pasados; MISS TACUAREMBÓ pareciera decirnos que el libre albedrío se reformula en todas las épocas, por lo que abrevar en las telenovelas de los años ’80 (lejos de asimilarse a la mera estética posmoderna) establece un certero verosímil del comportamiento social en relación al consumo de las últimas tres décadas, décadas de vuelta y recambio democrático en la mayor parte de Latinoamérica. Por otra parte la heroína habrá de descubrir por sí misma que su origen es fruto de un tiempo al que los demás le dan la espalda, mientras desde la imagen se le quita brillo al ayer y se lo muestra como en una foto vieja, para que el espejo no deforme nuestra mirada ni nos provoque añoranzas insustanciales. Y también es un acto de amor permitirse la libertad de expresar cuán humana es la religión, porque no existe otra forma real de acercarse a Dios ni tampoco de tener fe, incluso en los pueblos chicos de los que la gente quisiera escapar y no puede. Estos tópicos están presentes en la banda sonora (la guitarra acústica y la voz de Natalia Oreiro cantando What a feeling, la canción de la película Flashdance, es tan cercana como el cartel de bienvenida a Tacuarembó, cuna de la patria gaucha uruguaya), en la fotografía (la textura de la imagen en las distintas instancias del relato es tan sutil como intencionada, yendo del papel Kodak a la diáspora digital), en la dirección de arte (¿si no por qué las Barbies de María José y María Noel estarían envueltas en celofán?), y en las conexiones que el guión establece y que se disfrutan si se presta atención (Natalia se la pasa rompiendo la imagen de San Expedito, que no es Enrique, el San Expedito de Cristo Park que la enamora, ni tampoco Enrique es Enrique sino que es Luis Alfredo, y Luis Alfredo es el nombre del personaje de Carlos Mata en Cristal, y Natalia se hace llamar Cristal para escaparle a su identidad mestizada…). Por eso MISS TACUAREMBÓ es una película importante, conciente de su alcance y por eso mismo vulnerable. No es una de Disney como dijeron en la publicidad y a lo mejor por eso no tuvo el suceso que se esperaba: en una de Disney dos chiquilines de ocho años no cantan el tiempo se pasa y todo se olvida / nadie nos entiende, seguro que no / tenemos que irnos de Tacuarembó; esos chiquilines ya saben, lamentablemente, que el último en irse apaga la luz. Es una película más amarga que ácida, idealista sin pregonarlo, y que se permite dejar atrás las colinas de Hollywood y seguir viaje con una sonrisa en los labios y la esperanza de ser un poco mejores ahí donde estemos y allá donde vayamos.