Querer ser Presentada en Argentina dentro de la Competencia Oficial del 16 BAFICI, Naomi Campbel - No es fácil convertirse en otra persona (Naomi Campbel – No es fácil convertirse en otra persona, 2013) es de esos films que se encuentran en la frontera entre la ficción y el documental. Con esta impronta sus directores Nicolás Videla y Camila Donoso, construyen un relato que aborda la problemática de género en las clases marginales chilenas, pero confrontando la decisión individual ante un complejo contexto social. Su protagonista absoluta es Yermén, una transexual que quiere hacerse la operación de cambio de sexo pero no consigue los fondos suficientes. En un reality show televisivo donde se concursa por cirugías plásticas conoce a una mujer que apuesta a parecerse a la actríz Naomi Campbell. El film no se detiene en lo narrativo sino que se sumerge en la vida de la protagonista y describe su relación con el entorno, para mostrar sus ambiciones y anhelos personales. En ese universo, la protagonista dialoga con vecinas en la peluquería o toma el té con amigas (señoras de barrio) donde cuenta sus pormenores. La cámara sigue de cerca a la protagonista pero manteniendo cierta distancia con su interior, como si se tratase de un documental de observación que no quiere entrar en la psiquis de su protagonista, o en todo caso, mostrarlo a través de su accionar cotidiano. El recurso evita que el film necesite de lineamientos netamente narrativos para sostener su metraje, y deambule libremente con la protagonista. Aparecen alusiones al contexto marginal pos dictadura de Pinochet, la discriminación de género en un ambiente falto de recursos, la necesidad laboral, sus relaciones sentimentales, su decisión personal, y la prostitución como veta recurrente de otras travestis. Los directores abren el abanico de posibilidades al describir todo el contexto, presentando un recorrido abarcador al que se acerca livianamente sin indagar profundamente en ninguno de los temas. Esta cuestión concluye un film que presenta un punto de vista novedoso desde un universo complejo, pero que se queda en el mero registro de los hechos. La ambigüedad presentada provoca tantas interpretaciones como dudas al respecto de la postura elegida frente al conflicto de género representado. Asi mismo este defecto funciona como virtud: la idea de búsqueda (de identidad, de horizontes, de temáticas) queda impregnada en el film, que logra hacer de sus imperfecciones su valor cinematográfico.
El documental chileno NAOMI CAMPBEL – NO ES FACIL CONVERTIRSE EN OTRA PERSONA no tiene nada que ver con la modelo norteamericana (le falta una “L”, para empezar y, supongo, evitar problemas legales) se centra en un transexual que quiere cambiarse de sexo y las dificultades que tiene para hacerlo. Yermén sueña con ser mujer y el filme la sigue a través de su complicado proceso que incluye un complicado y humillante casting televisivo y el encuentro con una inmigrante colombiana, llamada Naomi Campbel, que sueña con volverse igual a su idolatrada modelo. La identidad sexual y personal son los ejes centrales de este filme que sigue a su protagonista en sus devenires tanto personales como públicos, incluyendo filmaciones caseras registradas por ella misma en la que conocemos más a fondo cuestiones íntimas, sus deseos y sueños, siempre dificultados e impedidos por una sociedad que todavía no se atreve a aceptar este tipo de sexualidades “alternativas”. De las más potentes e interesantes películas chilenas dirigidas por jóvenes realizadores y que salieron a la luz a fines del año pasado. (Crítica publicada durante el BAFICI 2014)
Aclaremos de entrada que la protagonista de esta película no es la modelo británica sino Yermén, una persona real, transexual, habitante de un barrio pobre de Santiago de Chile. Su meta es acceder a una operación de cambio de sexo. La historia de Yermén pasó por el festival como si fuera un susurro, una presencia sigilosa cuyo último deseo era llamar la atención. Debe haber sido este inusual nivel de discreción lo que desorientó a muchos críticos y espectadores que no llegaron a conmoverse con la película. Claro, el catálogo hablaba de “un reality show de cirugías plásticas”, categoría que hacía vaticinar apelaciones a la extravagancia, el morbo y el fervor colorinche que siempre vienen asociados a la explotación de la performance queer. A este prejuicio se sumaba el recuerdo invasivo de Morir como un hombre, la obra maestra de João Pedro Rodrigues que supo como pocas celebrar el brillo de este imaginario sin relativizar la complejidad filosófica del tema. Pero la película chilena ensaya otra cosa. Se ubica en el polo estético opuesto al que uno proyecta desde el automatismo, y lo más sorprendente es que lo hace sin esfuerzo, con absoluta naturalidad. Naomi Campbel es el exhibicionismo negado. El espectáculo imposible. De hecho, algunos de los diálogos más ricos del film se desarrollan con una iluminación a contraluz, con el rostro de los personajes en las sombras. Y no es que Yermén se esconda o quiera ocultar su cuerpo. Ella no califica para el reality show sencillamente porque es una persona delicada, introvertida, incapaz de posar para un cliché o de autoproclamarse heroína de una tragedia, y a tal extremo llega su bajo perfil que los realizadores juegan a desterrar su nombre del mismo título del film. Quien la desplaza es otra participante del casting que aspira a corregir sus rasgos faciales para ser igual a Naomi. Camila Donoso y Nicolás Videla concibieron originalmente un film más cercano al documental clásico, y luego decidieron incorporar secuencias de ficción. No todos los materiales se ensamblan con elocuencia en el montaje, como ocurre en esos segmentos de registro sucio que muestran filmaciones en la calle hechas por la protagonista. Por otro lado, hay ciertas construcciones enunciativas que necesitan tiempo para decantar e integrarse en el conjunto del discurso, aunque en un primer impacto aparezcan como subrayados. En la escena en donde conocemos a un amigo amante de Yermén, por ejemplo, la cámara se detiene durante unos segundos en el pene del joven (está en calzoncillos). Es lógico que el film se concentre en la genitalidad, pues en definitiva de eso se trata esta historia: lo curioso es el efecto que provoca ese instante dentro del pacto tan pudoroso que propone la película. Velado o no, eso está ahí. Es el cuerpo, y aquí no vale huir al fuera de campo. Con ese plano el film se hace cargo de ese punto resistente de lo Real que no puede eludirse ni mutar en símbolo. Yermén siente al falo como una “discordancia”, algo ajeno a su condición de mujer. Pero no lo niega. Lo padece, no sólo a nivel emocional sino también físico. No recuerdo otra película reciente que describa con tanta concisión y franqueza la singularidad de este sufrimiento. A veces celestes, a veces grises, los ojos de Yermén lucen inevitablemente agotados frente a una lucha solitaria que ya lleva toda una vida. Sin embargo, ella jamás especula con la compasión de los demás ni pretende presentarse como una víctima. En lugar de ascender hacia el típico clímax de intensidad, el relato elige ir apagándose de a poco, mimetizado con la templada resignación que asume la protagonista cuando entiende que aún le falta mucho para lograr su objetivo. Y entonces ella simplemente nos deja. Abandona la película para seguir su camino, dueña de una dignidad implacable.
Entre la libertad y el pudor La búsqueda de identidad en dos facetas diferentes pero que se conectan entre sí marcan el rumbo caótico, multidireccional, de este documental fronterizo con la ficción, Naomi Campbel, participante de la Competencia Internacional del BAFICI 16, que tiene como protagonista a un transexual chileno cuya meta consiste en la operación de cambio de sexo completa. Por ello, la falta de recursos económicos propios lo vuelve permeable a la fauna que pulula en los reallity show que prometen a sus participantes la operación en caso de resultar ganadores, alimentados por el morbo y las historias de miserias personales o redenciones edulcoradas, aunque sabe en su fuero íntimo que es realmente difícil quedar seleccionado frente a otras ofertas más atractivas desde los códigos televisivos actuales. No obstante, Yermén, así se llama el protagonista, participa activamente de este proyecto, ópera prima de los realizadores Camila Donoso y Nicolás Videla, no sólo como figura central seguida por la cámara con la distancia propia de los documentales de observación, sino que mantiene y sostiene su punto de vista con el recurso singular del auto registro que se intercala como parte estructural de la puesta en escena, la cual adopta por momentos un registro más urgente, sucio y artesanal, en contraste con otras imágenes que pretenden resaltar la poesía desde lo cotidiano. En esa mezcla o híbrido cinematográfico se construye con sus altibajos Naomi Campbel, conservando por un lado el respeto y la no complacencia de su personaje, pero por otra parte privilegiando los instantes en los que la improvisación parece adueñarse de las resoluciones formales con sus altas dosis de impredictibilidad y verdad, a veces en un diálogo íntimo entre Yermén y su novio y otras en las charlas con vecinos o amigos, micro segmentos que tocan desde lo banal o trivial tópicos tales como la post dictadura de Pinochet o las fuertes contradicciones sociales ante la poca tolerancia de la transexualidad. Tal vez el título es toda una pista falsa para el espectador que busque directamente las referencias con la modelo norteamericana, elemento simbólico que en este caso cumple la función del modelo que se anhela cuando no se está conforme con la propia identidad. últimamente, se suma al debate de la transexualidad el concepto de subjetividades que rompe con los convencionalismos tradicionales de la identidad de género, algo que desde el cuerpo de Yermén plantea un conflicto que trasciende las fronteras de su intimidad sobre expuesta por propia decisión para incrustarse en la matriz cultural e interpela al público desde los interrogantes -más que desde las certezas- como parte constitutiva de un proceso de búsqueda arraigada a la expresión más viva del deseo entre la libertad y el pudor.
La búsqueda del ser. Yermén Paula Dinamarca es una transexual que desea operarse para completar su transformación. Pero además, la protagonista es pobre, por lo tanto la incomprensión social y su situación económica hacen que la exclusión que sufre sea de doble vía, ubicando la cuestión de la identidad en una marginalidad cuasi perfecta. La película de Camila José Donoso y Nicolás Videla, emergentes del vital cine chileno de los últimos años, es una mezcla sin fronteras precisas de ficción y documental para contar una vida que se va a ir desarrollando en pantalla de manera paulatina, con Yermén en el centro del relato –deliberadamente fragmentado, intrigante pero preciso en el objetivo último de servirse de la ficción para escaparle a la narración del documento chato y bienpensante–, una figura inasible pero concreta que en la pantalla lucha por ser, mientras la cámara acompaña ese deseo y la va descubriendo poco a poco. En ese sentido, el recurso del reality que tiene como premio la soñada cirugía y al que Yermén pretende ingresar, es un universo negado para ella, una persona sensible que lucha por su identidad sin gestos espectaculares, en silencio, sin la tragedia expuesta que exige el show televisivo. El otro elemento es una cámara para que la propia protagonista refleje su mirada sobre ella como sujeto en cambio y de la sociedad chilena, contradictoria y todavía llena de póstulas de la dictadura que se resiste a retirarse. Naomi Campbel indaga sobre lo complejo para llegar a la simplicidad de lo real, se ubica distante para lograr la cercanía, es paradojal para transitar la nobleza, en suma, un film interesante lleno de búsquedas. Como Yermén.
No es fácil convertirse en otra persona. Naomi Campbel, ópera prima de los jóvenes directores chilenos Nicolás Videla y Camila José Donoso, mixtura documental y ficción para narrar la historia de Yermén (Paula Dinamarca), una tarotista transexual treintañera, tanto en sus vivencias íntimas en zonas marginales de Santiago (se rodó en el antiguo y decadente barrio de La Victoria) como en su lucha contra el rígido y costoso sistema médico para conseguir la operación de cambio de sexo (nació como varón, pero se siente y vive como una mujer) que no puede costear. Los realizadores combinan situaciones y personajes reales e inventados (desde un reality show televisivo sobre cirugías plásticas que podría ayudar a cumplir el deseo de la protagonista hasta la presencia de una inmigrante colombiana que desea operarse para ser igual a la modelo Naomi Campbell, pasando por imágenes caseras tomadas con su camarita por la propia Yermén y la participación de no actores que se interpretan a sí mismos) y consiguen un tragicómico retrato sobre la identidad de género que resulta fascinante y desgarrador, poderoso y pudoroso a la vez. Si bien no todos esos elementos funcionan y se articulan siempre de la mejor manera, la descomunal presencia en cámara de Yermén y algunos pasajes bastante extremos (como una explícita escena de sexo en un auto) hacen del film una experiencia cautivante, aunque -claro- no apta para espíritus prejuiciosos.
El desafío de cortar y dar de nuevo El documental narra la odisea de Paula Yermén Dinamarca, ciudadano/a chileno/a, a quien para terminar de sentirse mujer le falta sólo un corte, el del cambio de sexo. “Yo no quiero volverme mujer, yo ya soy”, dice la protagonista. Podría parecer casualidad pero no lo es: por primera vez en la historia de la exhibición cinematográfica en Argentina, dos films chilenos comparten cartel en Buenos Aires. Dos documentales, para más datos. La semana pasada se estrenó El vals de los inútiles, mirada tangencial sobre la lucha por la educación gratuita en el país vecino. Hoy toca el turno a Naomi Campbel (así, con una sola ele), que en la última edición del Bafici participó de la Competencia Oficial Internacional. La loable coincidencia en cartelera es producto de la existencia de distribuidoras y salas alternativas locales, pequeñas pero dispuestas a apostar a lo diverso. Lo diverso admite en este caso una doble acepción: la ópera prima de Camila José Donoso y Nicolás Videla narra la odisea de Paula Yermén Dinamarca, ciudadano/a chileno/a, a quien para terminar de sentirse mujer le falta sólo un corte, el del cambio de sexo. El carácter de odisea tiene que ver, en parte, con escaseces económicas, y tal vez en mayor medida con la escasa disposición de un establishment social que la película insinúa tan conservador como se sabe que es.Por la forma en que le habla a la paciente, el cirujano parece un cura. No cualquier cura, sino de esos que prometen purgatorios. Le habla de situación dramática, de que es un tema muy serio, le dice que “como todo lo que sucede en Chile, no te va a salir gratis”, extendiendo la gratuidad de lo monetario a lo moral. El diálogo parece escrito, y casi seguramente lo está. En Naomi Campbel lo documental y lo ficcional se fusionan al punto de lo inextricable. Y al punto de ya no importar. Lo que importa es que hay un relato, que tiene un hilo narrativo pero permite la intrusión regular de insertos documentales –filmados por la protagonista en video casero y narrados en off–, hay una heroína y unos secundarios que orbitan a su alrededor, hay una progresión con zonas lacunares y una estética sostenida. Hay una película. Orgánica y muy meditada: cero espontaneísmo, aquí.“Toy curá”, ríe Yermén mientras filma las calles de su barrio, en la primera de varias excursiones nocturnas. Traduciendo al castellano, está borracha. Ni aun así pierde Yermén el pie a tierra, una estabilidad que parece tanto física como emocional y que a la larga le permitirá reconvertir la derrota en un nuevo comienzo. Esa es justamente la idea que la obsesiona: cortar y dar de nuevo. De unos treinta y largos, cuarenta, Yermén vive en una casita modesta, en un barrio tan humilde que los vecinos cartonean. Trabaja como tarotista telefónica. Es instruida, sensible, inteligente, delicada y, por lo que puede verse, sumamente paciente. Sobre todo cuando le toca hacer de paciente.“Yo no quiero volverme mujer, yo ya soy”, frena, gentil pero firme, a un productor de reality que, como el médico, insiste en plantear su situación como drama. Se entiende que una vez operada Yermén quiera irse de allí: las vecinas chusmean que es bruja, tal vez por lo del tarot, tal vez porque profesa una suerte de animismo ancestral, que la lleva a hablar de un resto de árbol como “puerta dimensional”. Y a practicar entre sus pliegues, cuando el tránsito esperado se pruebe imposible, cierto ritual mapuche. Adoración por el árbol, comprensible en quien se revela tan con los pies sobre la tierra que cuando conoce a otra chica que quiere operarse, convencida de ser igualita a Naomi Campbell, la oye desde una suerte de distancia empática, amable pero sin pegoteos.Yermén tiene un “pololo”, que está pero no. No por nada se burla amargamente de la cobardía de los hombres. Notable la escena en que ella se sube sobre él, en el auto, y él le pide que lo penetre. “¿Pero qué decís, estás loco? ¿Sos maricón ahora?”, reacciona, escandalizada. Yermén tiene una amiga canchera y encantadora, que se llama Lucha y es comunista. El Chile que la película de Donoso y Videla pintan en escorzo tienta a hablar de las víctimas del post pinechotismo. Pero ojo, que la única política de la heroína es la defensa de sus derechos sexuales: cuando sus amigas hablan de pacos y milicos, ella parece ausente. De un enorme cuidado plástico y visual, Naomi Campbel ofrece encuadres pictóricos pero jamás esteticistas, un HD de cristalina definición, imágenes con mucho grano para contrastar lo documental y lo que vaya a saber qué es, una canción final de la sublime Beatriz Pichi Malén que parece cantejondo mapuche, un curso por entregas de la protagonista, acerca de cómo llevar un cigarrillo entre los dedos, y el suficiente rigor estético como para que a una serie de travellings que durante toda la película siguen a Yermén caminando “hacia allá”, se le contraponga uno que la recibe de frente, después de enterarse de que ese allá ya no existe. Ahora sólo existe el futuro. 8-NAOMI CAMPBEL Dirección y guión: Camila José Donoso y Nicolás Videla.Fotografía: Matías Illánes.Montaje: Daniela Camino y N. Videla.Duración: 82 minutos.Intérpretes: Paula Yermén Dinamarca, Ingrid Mancilla, Josefina Ramírez y Camilo Carmona.Estreno en cines BAMA y Malba.
Un documental muy interesante, donde una transexual y tarotista intenta la operación por el cambio de sexo, por falta de recursos, a través de un reality. Mientras le hace frente a los prejuicios por su condición.
Sensibilidad y también pobreza narrativa. Campbel, con una sola ele. Así dice el título, en referencia a una gordita que cree parecerse a la hermosa Campbell, con elle. Tamaña optimista apenas figura en tres escenas. Pero alcanza para servir como un espejo deforme del personaje principal, llamado Yermén. Cuando la gordita desaparece Yermén se encuentra consigo misma. Por ahí va, o quiere ir, la posible moraleja. ¿Y quién es Yermén? "Soy tu amiga esotérica", se presenta por teléfono. Residente de la población chilena La Victoria, tarotista que atiende desde un call-center, mujer en cuerpo de hombre. Tiene voz de mujer, se siente así. Se ofende y entristece cuando alguien, en plena relación sexual, le pide un "vuelta y vuelta". Por eso quiere operarse. Lo cual es muy posible en esos lares, siempre que alcance la plata. De otro modo, sólo cabe la frustración. "Esto no es una fiesta, esto es un drama", define el médico, al tiempo que se desentiende de la paciente pobre. Anocheceres en suburbios humildes, la vaga ilusión apenas mencionada de participar en un reality, el regalo de una cajita musical, una tarde de bromas con la vecina vieja, un curioso altarcito de muchas velas, envases vacíos y ningún santo, la entrevista con una larga mesa de por medio, el test de Rorschach ante una psicóloga sin imaginación, un cumpleaños sencillo, decepciones, descargas, consejos de las cartas. La historia quiere avanzar a través de fragmentos como éstos, y se detiene en largas tomas nocturnas hechas por la propia protagonista (licencia artística que poco aporta). Rumbo al desenlace, pensando provocar la emoción, surgirá un tema tres tonos más arriba del usado hasta ese momento. Hay sensibilidad. Pero también hay pobreza narrativa, y pobreza de vocabulario. Las palabras que más se oyen son huevón y culiao. Cansa un poco, y eso que apenas dura 83 minutos. Intérprete, Paula Dinamarca, que en la vida real también es tarotista transexual. Autores, dándole a la ficción alguna apariencia de documental, Nicolás Videla, estudiante de la Universidad Católica, que avala el trabajo, y Camila José Donoso, estudiante de la Universidad Mayor y miembro de la Coordinadora Universitaria de Diversidad Sexual de su país. Este es su largo de graduación.
Para estar en el cambio. Pero no me hable del proletariado/ Porque ser pobre y maricón es peor/ Hay que ser ácido para soportarlo. Los versos del célebre poema Hablo por mi diferencia, del recientemente fallecido Pedro Lemebel, se hacen carne en Yermén Dinamarca, la protagonista de Naomi Campbel. Cruza entre ficción y documental, la película muestra la vida de esta transexual en una barriada humilde de los suburbios de Santiago de Chile. Ella sueña con una operación de cambio de sexo que adapte su cuerpo al género femenino. Para Yermén, la cirugía representa mucho más que una adecuación genital: es la llave para acceder a la posibilidad de volver a empezar, de arrancar de cero. De escapar de la soledad y la sordidez que la rodea y, en sus propias palabras, reinventarse: un sueño común a mucha gente, más allá de su orientación sexual. La película tiene dos puntos de vista. Por un lado, con un registro naturalista, se muestra la cotidianidad de Yermén: su increíble trabajo en un call center de tarot, sus entrevistas para conseguir operarse, su relación con un amigovio. Por otro lado, es la propia Yermén la que registra su realidad: como parte de la preproducción, los jóvenes directores Camila Donoso y Nicolás Videla le dieron una cámara para que registrara su hábitat. Al ver las imágenes, quedaron tan impresionados que decidieron incluirlas como parte del largometraje, que es a la vez su opera prima y su tesis de graduación universitaria. En concordancia con el conflicto de la protagonista, el resultado es un híbrido con varios pasajes logrados, en los que nos sumergimos en un mundo tan triste como tierno. Adolece, sin embargo, de una morosidad común a tantas películas de estas latitudes (sin ir más lejos, la también chilena El vals de los inútiles, actualmente en cartel), producto del regodeo en escenas intrascendentes. En ese sacrificio de la agilidad narrativa a manos de una supuesta profundidad, la película termina perdiendo fuerza y parte de su encanto.
Para su opera prima Nicolás Videla y Camila Donoso trabajan sobre las fronteras entre la ficción y el documental para contar la historia de Yermén, una mujer transexual que se gana la vida tirando el tarot telefónico. Vive en uno de los barrios más pobres de Santiago de Chile y sueña con realizarse una operación de reasignación de sexo. En los castings para un reality show de operaciones, única forma que tiene para acceder a la intervención, ella conocerá a una mujer extranjera que también vive en los márgenes y aspira a intervenir su cuerpo para transformarse en la doble de la famosa modelo Naomí Campbell. Este trabajo tiene varios puntos de interés, por un lado está el retrato que se realiza de ese lado B de Santiago de Chile, por el otro la posibilidad que permite reflexionar sobre la identidad y la de convertirse en “otra persona” y, finalmente, la lograda inserción de fragmentos grabados por la propia Yermén durante la investigación que dota al relato de mayor vuelo poético.
Honestidad brutal Se habla demasiado sobre la cuestión de la honestidad en el arte cinematográfico. Se discute sobre la intencionalidad de una película, sobre su posible mensaje, en términos de nobleza o canallada. Es el debate que nos legaron los cahieristas a partir del famoso travelling de Kapó analizado por Jacques Rivette, sombra terrible que se erige para buscar ese plano abyecto que condene a un film. Lo cierto es que hoy, dada la proliferación de atrocidades gratuitas que desfila frente a la mirada inmunizada del espectador, la discusión parece anacrónica y asoma un tufillo a batalla perdida. No obstante, se sigue evocando la cuestión de la moral detrás de la cámara y juzgando su registro como honesto o deshonesto. La opera prima de Videla y Donoso parte de un tema conocido, el cambio de sexo. El protagonista es transexual, se llama Yermén, trabaja como tarotista en las zonas marginales de Santiago y quiere operarse porque se siente mujer y vive como tal. Un obstáculo es económico; el otro, el peor, es social. Esto queda en evidencia en el diálogo inicial que mantiene con el médico cuyas palabras trasuntan prejuicios rancios, en los profesionales que postergan la decisión con innumerables interrogatorios, como en la mirada de todos aquellos que cotidianamente rodean a Yermén en los suburbios que recorre o en las salas de espera. Sólo Lucha, una entrañable amiga mayor, le dará asilo a sus palabras y le brindará una amistad genuina. El título obedece a la presencia de otro personaje, sin mayor desarrollo, que comparte la necesidad de una operación como modo de “reinvención” pero con fundamentos estéticos: una simpática morena que desea parecerse a Naomi Campbell. Lo singular del documental pasa por su tratamiento. Uno de los principales problemas del género en la actualidad es discernir cuáles son las fronteras con la ficción. Es interesante la manera que tienen los directores de asumir esto sin ponerlo en tensión, de tornarlo natural, sin estallidos formales ni falsos espectáculos. La honestidad, en este caso, pasa por “armar” escenas propias de un melodrama y registrar momentos con ojo documental sin la obligación de hacer explícito el supuesto trauma que genera ese cruce. Como espectadores, nos queda aceptar el pacto y buscar, caer en la ilusión de un centro que no aparece nunca. Este es el juego al que nos invitan. De este modo, nunca hay una idea de completitud sino líneas enunciativas de fuga. Por un lado, la mirada “alcohólica, triste y rabiosa” de Yermén cuando filma con su propia cámara, que instala un registro poético a partir de los tonos que utiliza para verbalizar las imágenes; por el otro, el acento narrativo puesto en una historia de amor cuyos ribetes parecen cercanos al universo melodramático de Risptein; sumado a lo anterior, el periplo por conseguir la tan ansiada operación. Si uno de los inconvenientes en este tipo de propuestas fronterizas es la sospechosa pose de los personajes ante la cámara o la evidencia del cálculo (cuestión inherente a todo documental si se quiere), el atributo anómalo que singulariza a esta película es su brutal honestidad a partir de la voluntad por no hacerse cargo de ello. De este modo, Yermén caminará, avanzará sobre la cámara hacia el final mientras los transeúntes observan sin pudor el dispositivo cinematográfico, sin que los directores los reten, los expulsen o digan “corte”. En todo caso, la búsqueda transcurre por el desafío de mantener la naturalidad frente a la lente sin gritarlo ni exigirlo.
Not just another woman in search of a dream “I’m already a woman. I want to have surgery to reward myself, to be prettier. It’s a biological disorder, a genital issue. That’s the contradiction I see. So I would reinvent myself completely,” says 30-year-old Yermén, a Chilean transsexual who’s signed up for a TV contest in which the main prize is a plastic surgery of choice. She also says she’d stop being a Tarot reader and move out of her neighbourhood in the outskirts of Santiago so that people won’t say “that’s the faggot who got himself a pussy.” Often, Yermén’s identity bothers the people she meets. There are always noisy, judgmental neighbours who won’t mingle with her and others who have fun mocking her. But she’s got her friends as well, a small circle of women whom she trusts and with whom she shares her every day. Like Yermén, they also think a sex-change operation is a great idea. If she had the means to afford it, she would’ve done years ago. But she barely makes ends meet, so her only hope is to be selected at the TV contest — the place where she meets a friendly young black woman who also wants to have surgery, but to look like model Naomi Campbell and be famous as well. People who want to become somebody else. And yet be themselves. Nicolás Videla’s and Camila Donoso’s feature Naomi Campbel — no es fácil convertirse en otra persona / Naomi Campbel: It’s Not Easy To Become a Different Person is, first and foremost, a sensitive and touching examination of the singularities of a unique woman with a very personal — and urgent — dream, but also of the many similarities she shares with ordinary women. It’s not really about the objective traits that make you different, but instead about how you live your life in all its subjectivity when you are different and alike at once. The point is that for Paula “Yermén” Dinamarca it seems there’s so much more she could enjoy if she had her surgery. That’s why her life now is always permeated with a certain sense of loss. In a different sense, but like everybody else’s. By the way, this notable Chilean opus is neither a documentary nor a fiction film. Yermén does, of course, exist and she does long for a sex change operation. But a scripted story was written for the film — for instance, the TV contest and her job are fictional. All the actors are non-professional actors who play themselves and express their daily realities. But many scenes are downright staged, and then combined with rich amateur video footage shot by Yermén herself. Not that you are going to be able to distinguish what’s “real” and what’s “fiction” — and it doesn’t really matter if you don’t. What matters are the stories. Just like Yermén defies conventional and strict gender notions, so does the film. Both of them in a very compelling manner. With a subtly fascinating cinematography and a great use of context and locations, Naomi Campbel is absorbing, profound, and authentic. Quite an uncommon combination.
Esta ópera prima de Nicolás Videla y Camila José Donoso se atreve a contar una historia sobre una chica que quiere someterse a la operación final para cambiar su sexo definitivamente y buscar opciones posibles, ya que son intervenciones caras y hay que tener en cuenta que hay pocas oportunidades laborales para una chica trans. Yermén se dedica a ser tarotista telefónica, donde todas sus palabras son de consuelo y el destino, pero de día se enfrenta con el mismo barrio de siempre, en el mismo pueblo y las mismas miradas. Un día decide someterse a la operación del cambio de sexo en un reality show junto con una chica que lo único que quiere es parecerse a Naomi Campbell. La apuesta más interesante es que combina una cámara casera con el resto del film. Estos momentos, como si fuera el Pepe Grillo de Pinocho, son una forma de consciencia, una suerte de sinceridad que aflora ahí. Yermén aparece como esa narradora omnisciente y observadora pero nunca en cuadro. Es el mundo a través de su óptica. El resto del tiempo, son espacios despojados, en una paleta más bien oscura porque tiene que ver con su estado de ánimo también. Necesita esta oportunidad, este reality, o no siente que pueda pasar nunc más. El uso exquisito de planos detalle nos va a llevar directo al alma del personaje. Personalmente, disfruté la falta de parafernalia y golpes bajos. Es una historia conmovedora, pero porque es la historia de una lucha sobre un prejuicio, un sentimiento de culpa por ser diferente y el inmenso deseo de reinventarse, que cuando todo parece oscuro, es la posible luz para iluminar todo. Todos los ojos van hacia su actriz principal, no sólo porque es quien lleva el peso de la historia, sino porque su incomodidad, su dulzura, la búsqueda de su personaje la hacen tan frágil y tierna que uno no puede evitar sentir empatía. Paula Dinamarca, con su voz medio ronca, será la autora de las frases más íntimas y los sueños más grandes que iremos viendo sus pocas posibilidades de éxito. Es que de repente, el mundo sin amor aparece frente a nosotros como en “Las noches de Cabiria” y “Sweet Charity”. Y no podemos menos que volver con el corazón en la mano.
Nada haria dar cuenta, a simple vista, del profundo análisis social que detrás de "Naomi Campbell: no es fácil convertirse en otra persona" (Chile, 2013) de Nicolás Videla y Camila Donoso, la historia de Yermén hay. Porque en su superficie este docu drama intenta hablar del derrotero diario de Yermén por ser respetada como mujer y que se reconozcan sus derechos, pero por detrás se habla de la profunda crisis social y las anquilosadas renuencias de un estadio posterior a la recuperación democrática. Yermén representa aquello que fue negado, censurado y rechazado durante la dictadura, pero además es también todo aquello que luego de la restitución de la democracia lucha por emerger y solicitar su lugar en la sociedad. Pero no es fácil y en su acercamiento a la producción de un programa de TV, en el que las cirugías permiten cambiar a las personas (y en el que conoce a una joven extranjera que dice ser el doble latino de la modelo y desea ponerse silicona en cada parte de su cuerpo), y tratar a toda costa de justificar su decisión de cambiar de sexo (pese a que psicológicamente los estudios le dan otro resultado) hay también una metáfora de la necesidad de cambios que la sociedad en la que vive necesita. Yermén sale a la calle, come, vive, se enamora, tiene sexo, baila, canta, se pelea, espera su oportunidad y mientras la producción del programa de TV toma una decisión ella filma su rutina y visitado a una entrañable amiga. Juntas sueñan con excéntricos espectáculos en los que el protagonismo de ambas podrá sacarlas del lugar en donde se encuentran. Pero claro está esos son anhelos, porque la vida las sigue golpeando a pesar de los esfuerzos denodados para poder cambiar su realidad. Videla y Donoso no sólo registran con su cámara a modo de “espiar” la vida de la protagonista en su realidad diaria (como mujer, en su intimidad con su pareja, en su trabajo en un call center como tarotista telefónica), sino que además le brindaron una pequeña videocámara para que ella misma pueda mostrar algunas reflexiones e intereses. Por este motivo la película deambula entre un documental casi ficcionado y el registro símil videodiario de los reality shows. La profundidad y total comunión que logran los realizadores con Yermén (quien es mostrada como un ser profundo, meditabundo y soñador) como así también con la realidad chilena que muestran (una realidad cruda, desnuda, marginal y desgarradora) hacen de esta propuesta más que un comentario sobre una anécdota (cambio de sexo) una reflexión necesaria. Con una sensibilidad particular, que se plasma en imágenes sucias pero honestas y mucho acercamiento a la protagonista "Naomi Campbel: no es fácil convertirse en otra persona" es una película que permite acercarse a otro Chile, el alejado de las galerías, barrios lujosos y farandulescos, y que encuentra en Yermén la voz necesaria para demostrar que nada esta aun determinado para nadie, y eso es una grata sorpresa.
“Naomi Campbel” (nada que ver con la modelo) es una película que a priori trata una temática tan difícil como compleja a la hora de realizarla. Nicolás Videla y Camila José Donoso siguen bien de cerca los múltiples aspectos de la vida cotidiana de Yermen (Paula Dinamarca), una mujer nacida en el cuerpo de un hombre que, por supuesto, enfrenta grandes dificultades a la hora de poder lograr una operación de cambio de sexo. Este es el punto central y eje dramático, está diseminado como boyas a lo largo de la obra pues cada tanto el problema vuelve surgir, ya sea por conversaciones con un cirujano experto, charlas con alguna amiga, o entrevistas para participar en algún programa de TV. Mientras tanto, “Naomi Campbel” (el título es por una amiga de Yermen que se pone ese nombre) se bifurca en un montaje paralelo entre dos estéticas visuales. Por un lado, el filmado en HD muestra el día a día como empleada en un call center esotérico para tirar las cartas del Tarot (¡?), algún novio esporádico, o la soledad de su casa. Por el otro, se inserta cada tanto un (¿viejo?) registro que ella misma hizo con una cámara (se ve como si fuera de celular) en una (o varias) noches de alcohol o de día mostrando su lugar y su idiosincrasia. Aquí es donde aflora lo que no dice, o no se anima decir a todas luces y también esa sutil poesía de la decadencia. Confunde por momentos la intención de las imágenes. Hay cámara fija, cámara en mano, cámara ebria… no hay homogeneidad en algunos encuadres como para interpretarlos más allá del capricho. Se decide seguir a Paula a sus espaldas mientras camina por la calle. ¿Para qué? ¿Podría ser para no mostrarla de frente para que la vayamos descubriendo de a poco? No está muy claro pero, sea como fuere, hay momentos en los que el recurso se agota. Deja de contar o de tener lugar para la interpretación. Lo mismo sucede con el intercalado de cámara fija en algunos interiores. En las tomas en la calle la gente colabora ocasionalmente mirando a la lente, como si se hubiera pretendido registrar un dejo deliberado de acciones de gente común para ver si se logra mostrar que “la miran raro” a la protagonista. El problema es lo impredecible de este tipo de riesgos. Algunos miran a cámara, luego a ella. A otros no parece importarle demasiado nada de nada y la propuesta se desluce un poco. De todos modos, la naturalidad de Paula Dinamarca juega a favor. La claridad con la cual aborda cualquier situación hace creíble la ficción con estética documental, y allí es donde reside la mayor virtud. Por ella y por la nobleza de la intención de los directores de esta ópera prima chilena. “Naomí Campbel” sobrevive a la convención y se transforma en un digno exponente del ejercicio del retrato. Después de todo, si se discrimina o se teme a lo que no se conoce, nada mejor que la minuciosidad descripta aquí para dejar de hacerlo.
Una chica trans, chilena, quiere cambiar de sexo, pero no tiene dinero. Entra a un reality sobre cirugías para ser igual a Naomi Campbell. Este bello, preciso film muestra con gracia algo más que el tema de superficie: es un paisaje social completo y también un paisaje humano. No hay nada molesto en la película, ni hay corrección política a reglamento: lo más apasionante que puede dar el cine, la historia de alguien en quien podemos creer.
Identificación de una mujer: gran debut del documental chileno Es una película sobre la identidad sexual y las diferencias de clase. Por siglos, una endeble superchería metafísica circunscribió la identidad sexual a la genitalidad y a las obligaciones reproductivas. Un cúmulo de sustantivos notables venía a mancillar a todo aquel que desobedeciera el imperativo natural. Perversos, sodomitas, invertidos, el refinamiento del epíteto varía según la época, pero la intolerancia es la misma. Es por eso que seguir los avatares de Yérman, una transexual de unos 30 años que desea operarse para definitivamente sentirse mujer, puede ser incómodo para algunos. No todos, lógicamente, incluso muchos de los personajes de esta notable ópera prima se muestran solícitos y serenos. Los tiempos han cambiado. En efecto, observar la cotidianidad de Yérman resulta un indicio de cierto progreso moral impensable décadas atrás en Chile, un país propenso a las genuflexiones frente a los representantes del Altísimo. La estigmatización es casi nula. Ver a Yérman trabajar como tarotista en un call center esotérico o tomar el té con sus amigas mayores es una sorpresa; al menos en La Victoria (y en la película), la intolerancia está en fuera de campo. Quizás el conjunto de procedimientos médicos para conseguir la aprobación quirúrgica suscite sospechas, pero no deja de ser razonable. De todos modos, el mayor problema de Yérman es de otro orden. ¿Cuánto sale cambiarse de sexo? Los dos jóvenes directores realizan un trabajo estupendo. Nada de sordidez y pura sensibilidad. Observar a Yérman rezando en su lengua ancestral en el interior de un tronco gigante, descansando en su casa, respondiendo el test de Rorschach en una entrevista o llevando su diario fílmico constituye un acceso discreto a la vida anímica y a la inteligencia del personaje. La ostensible geometría y el cuidado de los encuadres va en consonancia con el cuidado del personaje, pues existe aquí un visible maridaje entre tema y forma. ¿Por qué el título alude a una famosa modelo inglesa? Es casi una anécdota, pero en verdad se trata de una pista. La identidad sexual no es un problema; sí lo es la pertenencia de clase.