Es un cuento intrincado, distinto y, en el fondo, con ideas espectaculares sobre el poder de un espejo maldito que no refleja siempre las cosas como en realidad son. Interesante, con un tercer acto previsible y poco efectivo, pero en general muy bien logrado. Recomendable.
El reflejo como manipulación. En primera instancia debemos señalar que el terror norteamericano -tanto mainstream como independiente- viene con la “capa caída” desde hace varias décadas, en especial si lo comparamos con su homólogo del resto del globo. Mientras que el primero recurre a fórmulas que en algún momento aportaron una innegable frescura al género aunque en la actualidad atraviesan un declive que a veces parece terminal, el segundo intenta renovar el lenguaje formal prototípico y/ o se dedica a construir ejercicios más o menos clasicistas, en muchas ocasiones retomando esas mismas recetas pero de manera insidiosa, con vistas a enredar o exprimir al máximo los resortes narrativos intervinientes en la estructura general. Abocada en un ciento por ciento a esta última opción, la extraordinaria Oculus (2013) desconoce el pasado reciente cinematográfico de su país, Estados Unidos, y apuesta a una “historia de fantasmas” en la que el desarrollo dramático de los personajes/ víctimas está equiparado a la catarata de sustos circunstanciales, invirtiendo de este modo la lógica habitual del “exploitation promedio” del J-Horror. El cariño que manifiesta el director Mike Flanagan por los protagonistas es francamente inusitado, sobre todo considerando la negligencia estándar de sus colegas en lo que respecta a la empatía, y recuerda lo realizado por él mismo en la también interesante Ausencia (Absentia, 2011), su propuesta anterior. Podemos afirmar que aquí ya corrigió definitivamente los desniveles de antaño y hasta consiguió apuntalar una estratificación in crescendo muy adictiva, sistematizando dos líneas temporales en paralelo que de a poco irán confluyendo en un desenlace en verdad prodigioso. Todo comienza cuando Tim Russell (Brenton Thwaites) es dado de alta de un neuropsiquiátrico y se reencuentra con su hermana Kaylie (Karen Gillan), quien de inmediato le comenta su proyecto de volver a la casa familiar y matar a la “presencia sobrenatural” que habita en determinado espejo antiguo. Flashbacks mediante, descubrimos que la “desavenencia” surgió once años atrás cuando su padre torturó y asesinó a su esposa. Similar a nivel temático a Espejos Siniestros (Mirrors, 2008), un trabajo de Alexandre Aja que a su vez superaba el material de base surcoreano, el relato se centra en la capacidad de los reflejos distorsionados para la manipulación sensorial y en las distintas alternativas psicológicas a la hora de sobrellevar una tragedia (Tim trató de negar lo inexplicable racionalizando lo ocurrido y Kaylie se obsesionó con cada detalle concerniente al objeto). La inteligencia de Flanagan se ve tanto en la minuciosa puesta en escena como en una trama en espiral que va aunando con eficacia las visiones superpuestas/ interrelacionadas de los personajes, demostrando que la pesadilla más cruel siempre es de índole doméstica…
Espejito, espejito. Asustar o no asustar, esa es la cuestión. Todo espécimen terrorífico que haya surgido de la factoría norteamericana de los últimos años parece haber perdido el sentido de atemorizar audiencias, dejando que su accionar se tornara predecible e inofensivo. A falta de originalidad, el género revisitó sus clichés, resonando en clave de remake, reboot, sátira o mera explotación, y desde entonces tiende a ver hacia atrás, alterándose con algún que otro recurso simpático como el ya agotado found footage. Dentro del semillero que contempla a las nuevas promesas se destacó con honores el malayo James Wan, realizador que formuló una actualización del susto con intelecto. Wan es un revisionista de guante blanco, dado que las mieles del éxito (dio el puntapié para el redituable e insoportable torture porn con El Juego del Miedo) le permitieron un status de producciones mas mainstream pero no por eso carentes de virtuosismo. Tómese como ejemplo El Conjuro, donde podía estirar el viejo recurso de la puerta crujiendo cuantas escenas quisiera y así nunca abandonar el desarrollo de sus personajes y sostener el nudo argumentativo. No tan sobredimensionado como Wan, pero igual de interesante, el nombre de Mike Flanagan atrapó a más de un desprevenido con su humilde y atractiva Ausencia. Un perturbador melodrama sobrenatural alrededor de una familia acechada por presencias del más allá. De la mano de Oculus, Flanagan retoma algunas cuestiones esparcidas en Ausencia, como son el cruce de dimensiones, el desarraigo hogareño y las interrupciones fantasmagóricas; todo mientras pone en funcionamiento una temática tan arcaica como la de objetos poseídos. El centro de atención son dos hermanos; él recientemente dado de alta de una institución psiquiátrica tratando de superar los recuerdos de un pasado trágico y ella, con un mejor presente, está empecinada en retomar ese pasado oscuro para hacerle frente. Las sospechas apuntan a un antiguo espejo con fama de haber causado la muerte de todos sus propietarios. La idea es atrincherarse en aquella casa de la infancia donde ocurrieron una serie de sucesos insidiosos que les valió la vida a sus padres y desentrañar los obstáculos psicológicos que lleva a cabo este espejo maligno. A saber, este puede alterar la realidad y desorientar la conciencia de sus víctimas. Y basta de spoiler. Pero Flanagan no se conforma con una narrativa en línea recta, por eso interactúa entre los hechos que iniciaron el dilema, con aquellos niños que son acosados, a la par de quienes ahora, ya crecidos, intentan cazar al ente. En este sentido la película no se entorpece y el espectador sale airoso del entramado. Pero su punto débil reside en otros aspectos.
Estado de confusión. Las intenciones de Oculus con el espectador no son tan ambiciosas en lo cinematográfico como sí en lo sensorial. Su objetivo no es ser nuestra próxima película de terror favorita sino transformarse en nuestra droga predilecta; esa misma que altera los sentidos, que abre las puertas a pensamientos desconcertantes, que cuestiona la realidad y que contrasta dudas inquietantes sobre verdades totalitarias. A diferencia de algunos casos perdidos, Oculus evita que su estrella sobrenatural (un espejo antiguo y misterioso) le reste poder a los humanos. En muchas ocasiones, el objeto fantástico está primordialmente iluminado mientras el resto (historia, personajes, puesta en escena) lo observa impotente desde las sombras del olvido. Este es un film que nos roza con una agradable calidez a pesar de encontrarse dentro de ese frigorífico llamado cine de terror. Es obvio el cariño que Mike Flanagan tiene por los protagonistas, gente de trazos no muy complejos pero privilegiados por la honestidad de su creador. La cámara no es cómplice de los sustos; toma de la mano a los personajes y los acompaña a través de pasillos eternos, escaleras empinadas y habitaciones asfixiantes. ¿Qué hace tan especial a Oculus? Se podría decir, para empezar, que es una obra más interesada en el quiebre cotidiano que en los espejos que conectan nuestro mundo con el más allá. Kaylie pretende demostrarle a su hermano (que acaba de salir de un hospital psiquiátrico) que su padre no ha matado a su mujer por voluntad propia sino por una fuerza sobrenatural que se oculta detrás de un espejo. La película es elástica en los cambios temporales: viaja del presente al pasado y viceversa, construyendo puentes incluso en una misma escena. Los recuerdos son gaseosos y desconcertantes. En Oculus, la descomposición familiar comienza por lo físico, con uñas que se abren, bocas que expulsan litros de sangre, rostros que se deforman y demás atrocidades. Los personajes pagan con su cuerpo deudas que a veces no les corresponden. Pero, ¿no toda película de terror se trata de lo mismo? Sí, pero en Oculus el ardor de las heridas persiste en el tiempo y la sangre pesa demasiado. Es únicamente equiparable al dolor que sienten los niños cuando sus padres discuten a los gritos. Oculus prefiere no preguntar qué es verdad y qué es fantasía, directamente las cruza. Si un espectro termina siendo una persona entonces una manzana puede ser una lamparita de luz a punto de ser mordida. Todo se trata de la desconfianza, hasta el punto de hacernos dudar de la propia película, que gira y gira en vueltas de tuerca mínimas pero interminables. En una muy buena secuencia, Kaylie (la pelirroja Karen Gillan) arma un laboratorio con cámaras, sensores, y otros aparatos para demostrarle a su hermano que su teoría es cierta. Es una puesta del placer empírico, como los experimentos químicos que los niños hacen en su hora favorita de clases: es entusiasmo adulto, es diversión infantil. El film, como la protagonista, también quiere demostrar algo: los clichés que conocemos de memoria están ahí (los fantasmas, los objetos misteriosos, la ruptura entre padres e hijos, la tecnología en oposición a lo sobrenatural), pero lo que antes era familiar ahora tiene el aterrador rostro de lo desconocido.
El espejo siniestro Una aproximación al terror que escapa a algunos de los convencionalismos del género es la que propone el director indpendiente Mike Flanagan, el mismo de Ausencia. Con un espejo maldito como elemento de unión entre el pasado y el presente, el realizador construye un relato que perturba e inquieta al plasmar la vida de dos hermanos que conocieron la tragedia familiar. Tim (Brenton Thwaites) tiene 21 y durante los últimos once años estuvo encerrado en un instituto psiquiátrico acusado de asesinar a su padre. El presente lo une con su hermana Kaylie (Karen Gillan, de la serie Dr Who), obsesionada con un espejo conocido como el Lassar, que originó la tragedia familiar y terminó con la vida de todos sus dueños desde 1754. Oculus desata una fuerza sobrenatural maligna y refleja las situaciones que afrontan los protagonistas de manera distorsionada, dando la información necesaria al espectador hasta el inquietante desenlace. Atípica en su narración , acumulando algunos sobresaltos y haciendo hincapié en los temores infantiles sobre un orden cotidiano alterado, la película tiene sus méritos en un año en el que el terror no ha brillando por su imaginación. En medio de alucinaciones (¿Kaylie come una manzana o una lamparita eléctrica?) y de un clima terrorífico al estilo de El resplandor, con dos chicos escapando de un padre enloquecido y madre poseída, la historia va reconstruyendo lo que pasó tiempo atrás a partir de un presente que tampoco parece demasiado alentador. En el elenco sobresale Annalise Basso, como la pequeña Kaylie, una niña que transmite la desesperación a cada instante, en este rompecabezas diabólico en el que los juegos de la mente también se guardan sus trucos. Hay que seguir de cerca los trabajos de Mike Flanagan: Somnia se anuncia para el año próximo.
Qué ves cuando no ves De cómo sobrellevar o justificar un hecho trágico, no morir en el intento y asustar al espectador trata la segunda película del interesante realizador Mike Flanagan, Oculus, menos eficaz que su anterior trabajo Ausencia pero que respeta ciertos códigos de un género ya agotado y decadente en cuanto a receta o fórmula exitosa para el cine de terror. Que exista un espejo donde se resguarde un ente maligno y que de la destrucción de ese elemento siniestro dependa el futuro de dos hermanos atravesados por el complejo de Edipo y Electra respectivamente, con un padre extraído del manual de El resplandor y una madre víctima de su propia locura y la ajena no es una idea original pero sí un punto de partida más que aceptable que podría haber construido una mejor historia basada en la representación de la maldad y los reflejos distorsionados de los miedos a lo desconocido, la cual termina naufragando por intentar unir o vincular ideas sueltas que no tienen demasiado sustento narrativo. A eso debe sumarse desde la puesta en escena el intento también fallido de superponer planos y realidades que no hacen otra cosa que embarrar el relato, diversificarlo sin sentido y lo que es peor aún: desorientar al espectador que quiere gozar una vez más de una lisa y llana historia de fantasmas y posesiones. Si la propuesta formal de Oculus gana peso por su planteo cinematográfico, ese extra lo pierde por su falta de criterio narrativo no en lo que hace al entramado de imágenes o aspectos del orden visual sino en lo narrativo desde el guión y su estructura no lineal. No obstante, debe reconocerse que a veces los climas y las atmósferas perturbadoras se construyen de manera sólida acompañados de un elenco adecuado que logra transmitir algún margen de emoción y hacer creíble o verosímil al menos ese sufrimiento que provoca un quiebre en el orden psicológico, con los derivados de las patologías mentales que hacen de la disociación de la realidad su caballo de batalla y que el cine se encarga de reducir a la simple manifestación de un acto de locura y violencia extrema donde claro está la presencia del otro como amenaza es fundamental. Oculus trabaja sobre los reflejos y las refracciones pero se queda con una imagen de esa idea ya trillada y poco atractiva en términos visuales reproduciendo el vicio de lo que algunos ya no queremos ver.
La historia atrapada en el Espejo En el constante ir y venir de “Oculus”(USA, 2014), de Mike Flanagan, no sólo está el intento de abarcar todas las modalidades que en los últimos tiempos atraviesan los filmes de género (video, footage, etc.), sino que, además, se explota la posibilidad de recuperar un tempo de la narración laxo por sobre el horror sorpresivo (aquel que se basa en los sobresaltos generados por la colocación de cierto elemento extra argumental) e incorporando la investigación policial a la trama. Dos hermanos, Kaylie y Tim (Karen Gillan y Brenton Thwaites), se reencontrarán luego de la salida del muchacho de un centro de atención psiquiátrica. Entre ambos hay una historia pasada que, en el caso de Tim, ha sido procesada a base de terapia y pastillas, pero en el de Kaylie aún está latente y la amenaza. De niños vivieron una tragedia disparada a partir de un misterioso espejo, el que será recuperado por Kaylie para completar, a través de un proceso de exposición al mismo, esa parte de la historia que aún sigue borrosa. Flanagan a través de sugestivas imágenes, y un entramado de índices que aludirán al espejo (deshidratación de las plantas y personas, alucinaciones, etc.) generará el ritmo necesario para que la tensión vaya in crescendo a la par de la intriga en el espectador. Si bien en el rubro actoral los jóvenes intérpretes no están a la altura de las circunstancias, el elenco infantil y los actores que componen a los padres de los niños ( Katee Sackhoff y Rory Cochrane) aportan la calidad a la cinta. “Oculus” no asusta, pero si tensiona, y mucho, con esos viajes en el tiempo y la convivencia de los personajes adultos y de niños, hasta la resolución final. Interesante propuesta. PUNTAJE: 6/10
Oculus es el segundo largometraje de Mike Flagagan, cuya primera incursión, Ausencia, se estrenó el año pasado en salas nativas. Con una moderada producción y más alma que sustancia, el director le daba un trasfondo sobrenatural a la historia de dos hermanas, una de las cuales perdía a su esposo en una misteriosa desaparición. La misma problemática se suscita en esta ocasión, donde los hermanos Kaylie y Tim intentan resolver la brutal muerte de sus padres a manos de un espejo siniestro que atrajo el caos y la desesperación a su hogar. Esta vez armado con un cuantioso presupuesto y un par de caras conocidas -Karen Gillan de Doctor Who y la incombustible abonada al género Katee Sackhoff de Battlestar Galactica-, Flanagan ofrece pocos sustos pero bien medidos a lo largo de una historia que atrapa y que fuerza al espectador a prestar atención a todo lo que suceda en pantalla. Basada en un cortometraje de factura propia, el realizador aumenta las expectativas con una narrativa dual, que transita dos líneas temporales: la primera, en la actualidad, con los hermanos Russell ya crecidos y dispuestos a vengar a sus padres, y la secundaria, once años atrás, cuando la familia acaba de mudarse y los problemas comienzan a aparecer poco a poco. Mezclar dos tiempos suele terminar en caos absoluto, pero el guión de Flanagan y Jeff Howard se presta a saltar de un lado a otro, confundiendo pero de manera positiva, como si la maligna influencia del espejo trascendiese la pantalla. La edición ayuda mucho a este estado de confusión latente, con muchos cortes ágiles que no entrecortan la acción, sino que crea una simbiosis narrativa que comporta el mejor aspecto del film. La delgada línea entre la realidad y la fantasía se desdibuja a medida que corre el tiempo -y las alarmas de los relojes rechinan una tras otra- y lo que en principio parecía horror puro y duro se transforma en un estudio acerca de la culpa del sobreviviente, la toma de responsabilidades y la negación de los hechos, todo bajo un turbio manto de sombras y figuras siniestras. Lo mejor que le sale a Oculus es no tomar a su espectador por idiota y desde el guión se nota un buen trabajo por rellenar los huecos que el intercambio temporal genera, además de una consciencia elevada de parte de sus protagonistas, en especial Gillan, quien lleva adelante el experimento con pericia y astucia. Muchos pensarán que no sucede mucho durante los cien minutos de duración, pero para Flanagan el horror pasa por otro lado. Hay unos cuantos sustos imprevistos, alguna que otra escena sangrienta -la de la manzana es altamente perturbadora- pero el marco general de la historia es lo que realmente eleva a Oculus por sobre otras compañeras de género.
Un espejo que sabe cómo atemorizar El director Mike Flanagan es el mismo de Ausencia, una película de terror ultraindependiente estrenada en la Argentina el año pasado. Había unos cuantos méritos en ese film, principalmente la confianza en el poder de la narración tersa para crear misterio. La película no cumplía con todo el potencial de su planteo, pero de todos modos hacía esperar con interés su siguiente proyecto. Oculus es otra película de terror que promete más de lo que cumple, pero aun así reafirma a Flanagan como un realizador a tener en cuenta en el panorama del género, muy abundante en títulos, pero no tanto en directores con personalidad o al menos con pericia para narrar. Como hizo Wes Anderson con Bottle Rocket -que fue corto y luego largo-, Oculus es una reelaboración de un material previo del realizador, un mediometraje de 2006 acerca de un espejo maldito, embrujado y malvado. Oculus, el largo, se ordena en dos tiempos, un pasado traumático y trágico y un presente que intenta resolver y terminar de aclarar ese pasado que derivó en muertes, dolor y culpas. En la primera parte del relato predomina el presente, con la recuperación del espejo por parte de la decidida Kaylie y la vuelta a la casa familiar de la tragedia, que intenta que su hermano Tim la apoye y la ayude en su plan de enfrentarse a los poderes del objeto antiguo. Esos momentos en los que Kaylie se reencuentra con el mueble malvado y dispone toda una ingeniería tecnológica y de supervivencia para enfrentarse con él son los mejores, los más sólidos en su lógica, sobre todo por la promesa de aprovechar las posibilidades y las licencias del subgénero de película de terror "de objeto embrujado". En esta promesa, es clave el animado relato de Kaylie acerca de las maldiciones previas del objeto, que evidencia el poder y el embrujo de los cuentos pensados y planeados para asustar. A partir de la disposición del enfrentamiento, la película debe lidiar con la necesidad de narrar las peripecias en ambos tiempos. El montaje del propio Flanagan no es el principal sostén del pase de un tiempo a otro, sino más bien el movimiento y la disposición espacial de los personajes en la casa, protagonista tanto en el pasado como en el presente. La tensión y las presencias macabras aumentan, así como ciertas arbitrariedades derivadas de no definir con claridad los poderes del vidrio laminado con bello marco. De esa forma, la película pierde parte de su encanto: si no tenemos claro el espectro de posibilidades que pueden sucederse, la narrativa es menos satisfactoria. Oculus, a medida que progresa, se apoya más en esos "poderes", en las apariciones fantasmales y en las imágenes sangrientas que en el ambiente y la lógica espacial, lo que le termina restando eficacia. Pero más allá de estos defectos, Oculus prueba una vez más que, con un poco más de rigor en las derivaciones lógicas de sus fascinantes planteos iniciales, Flanagan será uno de los nombres relevantes del género en los próximos años.
Habemus terror en el cine. Finalmente después de tantas frustraciones con películas mediocres llegó un estreno que por lo menos se puede recomendar para disfrutar en la pantalla grande. No es una obra maestra, pero ofrece un film bien hecho que logra entretenerte durante una hora y media con una historia de este género. Oculus es una producción independiente del director Mike Flanagan, quien había realizado Ausencia, estrenada en Argentina en el 2013. Otra película de terror interesante que cosechó premios en varios festivales de cine. Su nuevo proyecto es muy atractivo porque logró brindar algo distinto con la explotada temática de hechos paranormales. Flanagan hizo un gran trabajo con la narración y evitó los clásicos clichés de este tópico para abordar la trama desde otro lugar. En Oculus, el terror y la tensión se enfocan en los aspectos psicológicos del conflicto, más que el impacto visual barato que se apoya en apariciones de fantasmas y objetos que se mueven solos. La historia presenta un concepto muy sencillo. Dos hermanos se proponen destruir un espejo maldito que fue responsable de la muerte de sus padres, entre otras personas. A partir de esta idea el director presenta dos líneas argumentales diferentes que se desarrollan de manera paralela y de a poco van confluyendo en un mismo conflicto. Un aspecto interesante de este film en el que sobresale también la labor de Mike Flanagan en la edición, donde consiguió construir una narración muy clara y dinámica que permite que el espectador no se pierda entre tantos saltos temporales. Me quedó la sensación que la trama que se desarrolla en el pasado resultó un poquito más sólida, debido a las interpretaciones de Katee Sackhoff (Battlestar Galactica) y Rory Cochrane (Argo), quienes tienen más oficio que los actores jóvenes que protagonizan el arco argumental del presente. Más allá de esta cuestión, la película está muy bien hecha, no abusa de los efectos especiales y consigue que la trama sea atractiva de ver hasta el final. Algo en lo que fallaron la gran mayoría de los estrenos de horror que llegaron al cine este año. Oculus por lo menos resultó una buena producción que pueden tener en cuenta aquellos que busquen una propuesta de este género.
Llorando en el espejo ¿Cuánto hay de real en la imagen que nos devuelve un espejo? ¿De qué lado está el mundo real y de qué lado el puro reflejo? Mike Flanagan da un giro siniestro a esta inquietud en su nuevo film Oculus (2013), basado en un corto del año 2006 obra del mismo director. Un antiguo espejo parece ser el responsable de múltiples tragedias y eventos paranormales a través de los siglos, entonces Kaylie Russell (Karen Gillan) junto con su hermano Tim (Brenton Thwaites) intentarán demostrarlo y así esclarecer los confusos sucesos que devinieron en la muerte de sus padres y la internación de Tim en un instituto psiquiátrico once años atrás. Al igual que en su film anterior Ausencia (Absentia, 2013) Flanagan hace un buen trabajo dosificando la información en pantalla, planteando un paralelismo marcado entre el presente de los hermanos Russell –ahora jóvenes adultos- y los extraños hechos que tuvieron lugar once años atrás en la casa de la familia. Conforme la trama avanza, la historia se va desenvolviendo en pequeñas dosis y puntos clave irán siendo develados para entender porque sucedió lo que sucedió, y como los hermano intentarán unir todas las pistas. Aquí tal vez se encuentre el punto más alto de un film que trabaja menos sobre el terror en su sentido gráfico y mucho más sobre el misterio y la intriga de aquello que se desconoce. La película pierde un poco de fuerza hacia el tercer acto, se enreda en su propio laberinto de realidad versus ilusión. Ciertas acciones de los personajes se vuelven bastante zonzas y contradictorias –como en toda película de terror que respete ese costado desgraciado del canon - y algunas idas y venidas no hacen más que demorar un desenlace que si bien no es del todo previsible, se puede vislumbrar un poco antes de tiempo y deja las cosas bastante armadas como para esperar una lógica secuela en el futuro próximo.
Cuenta la historia de Tim un joven que ha sido encerrado en un psiquiátrico acusado de asesinar a su padre. Su hermana Kaylie esta obsesionada con un espejo, un objeto maldito que según ella ha provocado la tragedia familiar. Horrorosa, intensa, plagada de buenos sustos, esta gema del terror juega con el manejo de los distintos tiempos narrativos en donde se desarrolla la historia y con lo que el espectador ve, o cree ver. Laberíntica y lograda. Una experiencia de terror fílmico solo para espectadores valientes.
"La dura realidad" Mike Flanagan vuelve a la pantalla grande con otra interesante propuesta de terror que, lejos de ser perfecta, deja entrever las intenciones del realizador por incursionar de forma original en viejos terrenos. Luego de su celebrada “Ausencia” (estrenada en nuestro país en muy pocas salas el año pasado gracias al esfuerzo de una distribuidora independiente) Flanagan logró llamar la atención de algunos productores con experiencia dentro del género quienes, atraídos por la frescura del joven realizador, le dieron luz verde para un nuevo largometraje. Ante esta oportunidad, Flanagan no tuvo la menor duda y decidió trasladar a la pantalla grande nuevamente la temática con la que trabajó en su interesante cortometraje titulado “Oculus: Chapter 3 – The Man with the Plan” donde todo giraba en torno a un supuesto espejo maldito. Con la certeza de que “mejor viejo conocido, que nuevo por conocer” y la ayuda de un presupuesto que le dio más libertades que restricciones, el director logró que “Oculus” acertara nuevamente en un aspecto clave y elemental del género de terror: atrapar al espectador con lo que se cuenta. Tal como dije al principio, si bien está lejos de ser perfecta, el gran acierto de esta producción es que logra enganchar al público de forma rápida y sin demasiadas vueltas gracias a la rapidez con la que el relato empieza a develar hechos y situaciones importantes. “Oculus” no tarda demasiado en presentarnos a los dos hermanos huérfanos (interpretados por Karen Gilliam y Brenton Thwaites) que se reúnen después de muchos años para hacerle frente a un antiguo espejo, el cual estuvo presente durante la tragedia que marcó para siempre sus vidas. Aunque, a priori, esta premisa parece sencilla y “mágica” para lo que se aspira contar en una propuesta de terror, el film logra introducirnos de a poco en una verdadera pesadilla. Desglosando el tiempo del relato en hechos del pasado, presente y una realidad distorsionada, Flanagan logra que como espectadores nos mantengamos siempre atentos a este juego de rompecabezas que nos propone sin la necesidad de recurrir al uso desmedido de escenas violentas ni sustos de mala calidad. Por eso estamos frente a un estreno que, para ser sinceros, les resultará mucho más llamativa a aquellos que disfrutan de propuestas del género similares a “Poltergeist” y “La dimensión desconocida” (por nombrar algunas) y no será del agrado de los que se asustan con la pobre sugestión que ofrecen películas como “Actividad Paranormal” ni de aquellos que se regocijan con los litros de sangre que desprenden producciones como las de la saga “El juego del miedo”. No obstante, si bien “Oculus” cuenta con muchísimos aciertos que la convierten en la película de terror más lograda de lo que va del año, hay que remarcar también que le falta la chispa necesaria para convertirse en un film capaz de sobrevivir por muchos años en el recuerdo de los fanáticos. Quizás la falta de ambición a la hora de cerrar el último tramo del relato deja en evidencia, no solo la posibilidad de que “Oculus” dentro de unos años se expanda en otras entregas, sino también la falta de valentía por parte de los responsables para concebir una obra cuyo objetivo sea dejar a todos satisfechos durante el primer consumo. Hay veces que tenés que demostrar un poco más y tirar un lujo dentro del área chica. Me parece que el único error de Flanagan fue jugarla de humilde en su primera gran producción, razón por la cual “Oculus” en definitiva no es una película para alquilar balcones pese a que contaba con lo necesarios para serlo.
Espejo no borgeano pero terrible Por milagro, esto ni es una pelicula de mansión embrujada, ni sobre algún misterioso material de archivo encontrado sobre fenómenos paranormales. En cambio, es una compleja historia fantástica donde, en una casa plagada de malas vibraciones, los protagonistas se ocupan de registrar en video, audio y cualquier formato pausible, evidencias sobre sucesos sobrenaturales que estigmatizaron su vida. Lo que hay es un antiguo espejo siniestro que refleja todo mal, provocando calamidades durante siglos. Luego de la útima tragedia familiar, un chico pasa un año en un psiquiátrico hasta que a su mayoría de edad es dado de alta, convencido por sus terapeutas de que fue victima de un drama familiar. En cambio su hermana, que estuvo esperando su salida para llevarlo al lugar de los hechos, se propone demostrarle a él y al mundo que ningún crimen tuvo que ver con ellos ni su padre, sino con el espejo. Mike Flanagan basó este film en un cortometraje previo de su autoría, y sin duda ambos estan inlfuídos por uno de los momentos más serios y terroríficos de la obra maestra del cine británico "Al morir la noche" ("Dead Of Night") film en episodios que incluia un relato dirigido por Robert Hamer con un espejo que cambiaba -y no para bien- la personalidad de quien se mirara en el su reflejo (hubo luego una variación en la serie "Dimensión Dsconocida", con un espejo que cambiaba a un líder guerrillero centroamericano, con Peter Falk haciéndose el Fidel Castro). Pero además de girar en torno a un asunto no muy tratado en el cine, "Oculus" lo hace con una estructura narrativa compleja y original, ya que los acontecimientos presentes de los hermanos se van mezclando con el relato paralelo de su su traumática infancia. Y por supuesto, dadas las características del espejo que nos ocupa, en algún momento ambos relatos empezarán a fundirse en uno solo, combinando los momentos más terribles de ambas épocas. Esta estructura no deja de tener sus problemas, y de dar cierta previsibilidad a recursos que podrán resultar más que familiares a los fans del género, pero que están bien utilizados. El film es de bajo costo y demora un tanto en arrancar, e incluso una de las primeras escenas de acción sobrenatural es tan obvia que podría pertenecer a una de las "Scary Movies". Pero poco a poco va cobrando fuerza y, hacia la mitad, "Oculus" ya habrá metido al público en un clima tan aterrador como el que sufrió en su infancia la talentosa Karen Gillan.
Poe, Lovecraft y “American Horror Story” Nacido en Salem, Massachussetts, tarde o temprano Mike Flanagan (1978) tenía que terminar en el cine de terror. Oculus es la tercera del género, tras dos films iniciales hechos a los veintipico. En Argentina pudo verse, el año pasado, Ausencia (2011) que, estrenada en pleno Bafici, cuando los cañones cinéfilos apuntan hacia otro lado, pasó por carteleras como el título lo indica. Multiderivativa, Oculus hojea, como se verá, un poco a Poe, otro poco a Lovecraft, toma ideas de la serie American Horror Story y de las películas de tortura (la fascinación por los dispositivos mecánico-ingeniosos, no la tortura en sí) y coquetea con un costado de familia disfuncional. Todo, alrededor del clásico motivo genérico del objeto maldito. Como la Selección Argentina frente a Suiza, le cuesta amalgamar, queda librada a la invención de sus individualidades y éstas no es que estén en un día particularmente malo, pero tampoco del todo bueno. Con eso tal vez le alcance para ganar por la mínima diferencia. Con guión coescrito por el propio Flanagan, la historia se narra en dos tiempos que, llegado un punto, comenzarán a confundirse y hasta fusionarse, el movimiento narrativo más audaz del film. Movimiento que está a un paso de volverse un círculo perfecto, pero Flanagan no llega a completar el dibujo. Acusado de un crimen familiar, un chico veinteañero, Tim, sale de una internación. Su hermana mayor, Kaylie (Karen Gillan, pelirroja y, por lo que puede verse, con obsesión por los bucles de peluquería), lo espera, con la intención de limpiar su pasado y, de paso, acabar de una vez con la maldición que trajo la tragedia a la familia. Tragedia que, según ella, reside en un antiguo espejo del siglo XVIII, que contendría a una entidad maligna, empeñada, en el curso de los siglos, en sembrar la locura en cuanta mansión lo instalen. Como de pequeños Kaylie y Tim intentaron romperlo a palazos sin lograrlo, ahora la obsesiva Kaylie ha instalado un sistema mecánico-electrónico, con un ancla colgada del techo que, en el momento indicado, deberá pendular (de allí el recuerdo de El pozo y el péndulo), haciendo trizas el maldito cristal. Como una proto científica loca (loca por lo tecno), Kaylie instala el espejo, el ancla, una cámara para filmar todo y todo un sistema de monitoreo en una de las habitaciones de la casa, a la que convierte en gabinete. ¿El gabinete de la doctora Kaylie? En la antigua casa familiar, los hermanos intentarán reconstruir la tragedia que los tuvo por protagonistas, siendo paulatinamente hechizados por sus recuerdos, hasta el punto de no poder distinguir (coté American Horror Story) entre lo que sucede y lo que imaginan que sucede. Allí, en el pasado, un hombre también fue progresivamente capturado por el horror, encerrado en su habitación en compañía de lo otro, como en cualquier relato de Lovecraft. Puntas que no terminan de desarrollarse: el paralelismo entre ambas formas de obsesión; la de Kaylie, que la pone al borde mismo de la locura (cuando se supone que es la heroína), esa circularidad temporal que queda en brochazos. Con actuaciones apenas funcionales, no le sobra clima a Oculus, que tiende a mantenerse dentro de una suerte de “naturalismo sobrenatural”. Algo desconcertante, que puede ser interesante o no, según el gusto de cada uno.
Lo que guarda el espejo Tim Russell (Brenton Thwaites) es un jóven que ha pasado algunos años en un neurosiquiátrico, luego del asesinato de sus padres. Ahora solo quiere alejarse de los recuerdos y tratar de recuperar su vida, pero su hermana Kailie (Karen Gillan) lo presiona para volver a la casa donde vivían, y analizar lo que sucedió para llegar a la verdad, ya que está convencida de que el culpable del crimen es un espejo que había en la casa. La tensión entre los hermanos que poseen teorías diferentes sobre lo sucedido es lo primero que nos atrapa de la historia, la hermana cree que fue algo sobrenatural, una fuerza ajena, y para demostrarlo ha realizado una minuciosa y obsesiva investigación. El hermano luego de años de terapia, tiene una hipótesis más racional, vinculada con traumas infantiles y discusiones familiares. En paralelo, vemos la historia de la familia once años atrás, cuando recién se mudaban a la casa donde luego sucedió la tragedia. Así, entre las imágenes del pasado y las teorías de los hermanos, se va armando el rompecabezas. De algún modo ambos tienen razón, hay elementos tanto trágicos como sobrenaturales en la historia, y los primeros son más interesantes que los segundos que parecen estar ahí para rellenar la historia con efectos y sustos y hacerla más entretenida, o más comercial. Las actuaciones son correctas, la fotografía también, y la casa como escenario principal de la historia crea un clima cerrado, entre el pasado y el futuro, cada vez más claustrofóbico en el que quedan atrapados los protagonistas, capaces de sufrir cualquier penuria con tal de saber qué pasé. Como viene sucendiendo ultimamente con las películas de terror, no hay nada demasiado nuevo, muchas fórmulas se repiten, y algunos productos son más interesantes que otros, pero no mucho. Este es uno de ellos.
Mike Flanagan retoma el tema de un corto suyo y lo transforma en una película que parte de la maldición de un espejo y la investigación de dos jóvenes para reivindicar la memoria de sus padres. Entretenida y terrorífica.
Momento de peli de terror para tod@s... Y lo bueno, es que esta genial. ¿Te asusta? Sí. ¿Hay suspenso? También. Creo que es todo lo que tenes que saber para decidir si verla o no. Además de esto, la peli apuesta a innovar (gracias Mike Flanagan), que es algo que la gran mayoría de las películas que dicen ser de terror no hacen. La tensión, a medida que pasa la película, aumenta aún más, y todo esto se debe a las posiciones de cámaras del director, que sabe muy bien lo que está contando. La edición entre el pasado y la actualidad son la clave de la historia. Un guión super interesante para una película que funciona muy bien. No te puedo contar mucho más porque quiero que vivas la experiencia del miedo en "Oculus".
Redrum… Redrum… “Llega un momento en la vida de cada padre en la que desea matar a sus hijos” Stephen King Aquel que haya leído a Stephen King, sabe que su literatura no aterroriza a fuerza de golpes de efecto o criaturas sobrenaturales. Stephen King aterroriza porque nos confronta con nuestros miedos internos, sus personajes no enfrentan monstruos del más allá, sino demonios propios, que los golpean y carcomen dentro de sus mentes. La literatura de King habla sobre los propios demonios del autor: la adicción a las drogas, el alcoholismo, el abandono paternal, la presión de un pueblo conservador y básico sobre sus hombros. Acaso el mayor atractivo que tiene Oculus – segundo largometraje de Mike Flanagan – no es tanto su mc guffin sobrenatural – los espejos son un lugar común del género – sino la verdadera tragedia que rodea a los personajes, una maldición de la que parece imposible escapar. Desde que inicia el film empezamos a conocer el crimen que atormenta a Kaylie y Tim Russell: su padre intentó asesinarlos doce años antes, y el pequeño Tim evitó que asesinara a su hermana disparándole en la cabeza. En el presente, Tim acaba de ser dado de alta de un hospital psiquiátrico y Kaylie está comprometida con un empleado de bienes raíces. Sin embargo, antes de que esto suceda, ella logra adquirir un misterioso espejo, que según ella fue el desencadenante de la tragedia en la familia. Mientras que ella afirma que espíritus sobrenaturales se apoderaron de su padre – Rory Cochrane – su hermano piensa que crearon toda esa historia sobrenatural de niños para ocultar una posible infidelidad que tenía su progenitor, y que fue descubierta por su madre, quién también resultó víctima de su marido. A través de un montaje dinámico que nos lleva constantemente al presente y pasado, reconstruyendo simultáneamente ambos momentos, nos vamos enterando de que el espejo siempre tiene dos caras. Según la perspectiva, podemos creer que estamos viendo una historia de fantasmas sin ojos que manipulan a los protagonistas engañando su vista y su mente en forma espacio – temporal, o un drama familiar psicológico sobre una familia que se desmorona a partir del desmoronamiento de la figura paterna. ¿Les suena padre que enloquece en su propio hogar e intenta manipular a su familia después de hablar con fantasmas que aparecen del otro lado del espejo? Claramente, podríamos decir que hay referencias de Espejos Siniestros (versiones japonesa y estadounidense), pero desde la estructura y tono guarda más similitudes con El Resplandor. Además la estructura pasado-presente es muy común en la literatura del maestro del horror. El hecho de que la mayor parte del film esté visto desde la perspectiva de los hermanos ayuda a empatizar con los protagonistas, y también a preguntarnos hasta donde estamos siendo manipulados los espectadores. Durante el desarrollo – lento, pausado para crear un clima tensionante y expectante – Flanagan va abriendo diversas trampas, que desafortunadamente caen en resoluciones previsibles y un poco menos inspiradas que la premisa del film. A pesar de eso, Oculus consigue evitar algunos clisés del género. No reposa toda la tensión en la música o efectos sonoros, es cautelosa a la hora de usar efectos especiales y confía en un elenco bastante sólido que construye interpretaciones verosímiles dentro de las limitaciones del terror. Es un film que se construye con recursos cinematográficos: armado de encuadres, montaje, fotografía. En este sentido guarda varias similitudes con la exitosa Mamá del argentino Andrés Muschietti. No solo porque los protagonistas son una pareja de hermanos, sino porque al igual que el film con Jessica Chastain, Oculus también está inspirado en un corto del director, y utiliza bastante steady cam para seguir a los protagonistas. Como bien indica el título, el film juega con la mirada atenta – los ojos – del espectador y los personajes. Con un equilibrado uso del humor negro, el gore y el drama, sorprende por ser una propuesta que logra darle una vuelta de tuerca a un género que debería estar agotado, pero que a pesar de todo, de vez en cuando sigue dando sorpresas.
El malvado resplandor Un espejo medieval arrastra un siniestro secreto con desgraciados propietarios. Tomen lápiz, papel y anoten: Mike Flanagan. El joven director que debutó con la asfixiante Ausencia, se está haciendo un lugar -a los codazos- entre los nuevos cineastas de un género raquítico de ideas. Oculus es de esas películas que no empieza nada bien (muy predecible) pero después remonta. Un milagro en cuanto a terror/suspenso se refiere. El primero. Los atormentados hermanos Russell se juntan luego de mucho tiempo, él (Tim, por Brenton Thwaites) sale de un orfanato para rehacer su vida. Para recibirlo y tenderle una mano está Kaylie (Karen Gillan), su hermana, que le regala plata, consigue alojamiento y un trabajo. Otro milagro. La muchacha, desde el vamos, parece muy compenetrada con el trabajo de Flanagan, con un guión dominado por las miradas y por maquiavélicos espectros que salen de los espejos. Ella siempre mira fijo, parece que no pestañea. Su hermano, entre asombrado y asustado, obedece a los designios de Kaylie, quien trabaja en el mundo de las subastas. Ojos bien abiertos para un filme que, en cuatro planos, muestra tres espejos diferentes, como si el director señalase con el dedo hacia dónde ver. Y así llega un espejo medieval de 1754 que arrastra un siniestro secreto con una colección de desgraciados propietarios. Plantas que se pudren en la casa, filmaciones para captar espectros (no olvidemos que detrás de Oculus están los productores de Actividad paranormal), imágenes perturbadoras en primer plano de las víctimas y tanto Tim como Kaylie que desean descubrir el secreto de un espejo que los atormentó de pequeños. ¿Cómo? Sí, Flanagan tomó la gran decisión de coser una trenza cinematográfica entre pasado, presente y futuro donde los jóvenes ven (a través de espeluznantes flashbacks) brutales experiencias de sus padres: convivir con el siniestro resplandor. Y ellos siendo tan sólo unos niños. Por momentos el espectador no sabrá en qué espacio temporal navega el filme. Oculus posee un ritmo vertiginoso, brusco y, a veces, tan desmedido que tanto los adolescentes como sus “dobles” infantiles, se tocarán. Siempre perseguidos por lúgubres fantasmas con ojos espejados (¡intimidantes!) que harán mirar de reojo al espejo que uno tenga cerca.
Un terror diferente Tal vez no exista mejor emblema de lo siniestro que un espejo, porque devuelve una imagen exacta y a la vez invertida de la realidad, y esa sutilísima distorsión condensa un vértigo infinito. En Oculus, Mike Flanagan (quien ya había exhibido su personal visión del terror en Ausencia, estrenada el año pasado) saca las máximas consecuencias posibles de la idea del espejo como entidad maligna. La historia se centra en los hermanos Kaylie y Tim Russell –que fueron víctimas de un espejo cuando era niños– y se desarrolla en dos planos temporales que se cruzan y se funden entre sí: aquel pasado terrible y el presente, cuando ha llegado la hora de cumplir el juramento de vengarse de ese objeto sobrenatural. El problema es que los hermanos tienen diferentes puntos de vista sobre lo que vivieron en la infancia. Kaylie (Karen Gillian), la mayor, que no recibió tratamiento psiquiátrico, insiste en destruir al espejo. En cambio, Tim (Brenton Thwaites), el menor, fue rehabilitado y cree que todo se trata de una trauma. Esa división de opiniones (la racional y la irracional, la psicologista y la esotérica), sostenida en la primera parte de la película mediante varias confrontaciones entre los hermanos, le permite a Oculus plantear un problema filósofico que en vez de ser resuelto mediante una fórmula conocida será amplificado en un final tan ambiguo como perfecto. Si bien roza algunos tópicos del cine de terror, la película de Flanagan es absolutamente distinta a los productos del género que se estrenan semana tras semana. En primer lugar, apuesta a la complejidad (y si tiene un defecto es precisamente los momentos en que esa complejidad se transforma en confusión). Y en segundo lugar, intenta que el miedo sea el fruto de la extrañeza y no de una sucesión de golpes bajos efectistas. El gran interrogante que abre Oculus está relacionado con la percepción. ¿Cómo es posible enfrentar a una entidad que tiene el poder de modificar lo que perciben quienes luchan contra ella? Es un tipo de pregunta que tal vez se haya planteado con cierta asiduidad la ciencia ficción pero no el cine de terror. La mayor virtud de Flanagan –su genialidad si se quiere– es haber encontrado una tercera vía para salvar la tradicional oposición entre experiencia natural y experiencia sobrenatural. Se trata de una tercera vía ambigua, por cierto, pero sólo desde esa ambigüedad, es posible narrar esta historia que vale a la vez como cuento filosófico y como ficción extraordinaria. Claro que la ambigüedad nunca puede ser del todo justa ni apropiada. Sus excesos también son visibles, y a ellos hay que resignarse como al lado ciego de un espejo.
A cierta edad, la gente empieza a temerle al espejo por cuestiones de arrugas, calvicie y demás. Los Russell también pero, a diferencia del resto, lo culpan de sus desgracias. El tercer largo de Mike Flanagan en apenas dos años, que cierra una suerte de tríptico sobre fuerzas espectrales, es un recreo para fans del género resignados a tanto estreno sustentado en guiones obvios y bombardeo audiovisual. Oculus no brilla por su originalidad, pero golpea a tiempo y envuelve desde el comienzo, con flashbacks de una masacre y la excarcelación de Tim Russell, diez años después, acusado de haber matado a sus padres. Tim es convocado por su hermana Kaylie para revisitar estratégicamente la casa donde ocurrió el parricidio, no sin antes recuperar, gracias a su empleo de subastadora, un objeto clave: el espejo que enajenó a la familia y a otras por generaciones (digno decorado, pudo haber sido, de la mansión que enloqueciera a Jack Nicholson en El resplandor). Flanagan inquieta al darle vida al espejo; allí se reflejan imágenes que alteran y encima Kaylie lo provoca con mascotas, sensores de calor y cámaras de video. Aunque la osadía cede y el final no está a la altura de su debut Absentia, Oculus confirma a Flanagan como un realizador personal dentro de uno de los géneros más trillados.
Fórmulas repetidas, pero eficaces Mike Flanagan viene de dirigir Ausencia, una película de tan bajo presupuesto como calidad, que por alguna razón fue bastante defendida por buena parte de la crítica. Me tocó escribir la reseña de aquel film, que no lograba sobreponerse a los escollos de su factura independiente, aburría de lo lindo y tenía unas actuaciones tan artificiales que molestaban la concentración. Pero en el año del mejor mundial que me ha tocado vivir, Flanagan planta el equipo y se aparece con la que quizás sea una de las mejores películas de terror que se vayan a estrenar en este periodo. El cine de terror (por lo menos el que se estrena aquí en las salas masivas) se mueve como un péndulo por tendencias, fórmulas y subgéneros hasta que no dan más de sí y luego vuelve a empezar. En ese movimiento cada tanto aparece algún exponente interesante como Oculus. Este film es otro más de casas, o mejor, objetos embrujados, en este caso, un espejo. Acá podríamos referirnos a Borges y demás sarasa acerca de los espejos, los tigres y los laberintos, pero mejor sigamos. Flanagan hace bien en ocuparse del guión, la dirección y el montaje, porque logra un resultado orgánico y prolijo. La historia transcurre en un presente que poco a poco es invadido por un traumático pasado, luego se equiparan y finalmente el pasado invade definitivamente la vida de los personajes. En el medio se permite el tiempo para reflexionar acerca del recuerdo, de cómo reconstruimos lo que nos ha pasado y cómo descartamos y editamos los detalles que terminan siendo los más importantes. Obviamente todo esto abordado superficialmente aunque con criterio y respetuoso de la inteligencia del espectador. Por suerte el truco le sale bien a Flanagan, ya que la cuestión de los recuerdos hace avanzar al guión y de pasada desorienta. Porque, claro, Oculus nos engaña para que su final sea más o menos sorpresivo o no lo podamos inferir durante el metraje; aunque lo interesante es que nos engaña desde la empatía con los personajes y no por algún giro en el aire sacado de la galera. Ellos no saben qué pasa, nosotros tampoco. Hay fórmulas repetidas por supuesto, como utilizar la tecnología para desenmascarar a fantasmas y demonios (en este caso tecnología Apple, ya que se encarga de mostrarnos la manzanita a cada rato) pero son justificadas y si hay algo que Oculus no hace, y se agradece, es apelar al susto repentino injustificado para tapar la falta de climas. A medida que el film avanza, nos encontramos con atmósferas cada vez más asfixiantes y el miedo que se genera es del genuino, el de la incertidumbre, el del descontrol y la indefensión. Hay que recordar que Dolina dice en Bar del infierno algo así como que el infierno debe de ser imperfecto, debe permitir ciertas cantidades de esperanza en sus habitantes para ser verdaderamente monstruoso. Es lo que hace el torturador y también el espejo de Oculus, que nos distrae un momento para que creamos que el mal se puede vencer, para que al final nos demos cuenta, con creces, que es imposible.
Oculus podría haber sido una obra maestra. Pero no lo es porque se resiente en el efecto, en la necesidad -forzada- de cerrar la historia. Una joven trata de exculpar a su hermano -acusado hace años de la muerte de sus padres- porque está convencida de que un viejo espejo y raros poderes paranormales son los auténticos culpables. Consigue el espejo, se reúne con el hermano e intenta desactivar la amenaza y salvar al joven de la culpa. El film es una hazaña de guión en la medida en que mezcla tiempos en el mismo plano, va y viene, genera un clima de amenaza constante. Pero cuando puede transformarse en una alucinación onírica de primer orden, aparece la vieja orden de que todo cuaje, cierre, se explique -más allá de que las cosas terminen “bien” o “mal”, para decirlo rápido y en cristiano. Ahí es donde el clima y ciertos perfectos momentos de terror se desactivan. De todos modos, en el film hay algo que va más allá de la pura fórmula y que funciona muy bien en gran parte del metraje. Sin ejercer la coerción, este escriba le recomienda darle una oportunidad.
La chica joven, bonita, valiente y un poco confundida mira el espejo y nota algo raro en él: algunas imágenes están cambiadas, envueltas en un oscuro halo misterioso. El fantasma de Lewis Carroll merodea sin aparecer en cámara mientras que Alicia no se asoma a través del espejo. No hay fábula ni un desborde de imaginación sino que hay, apenas, una repetida fórmula del género terror. Esto último no es de por sí algo malo, si la técnica y el talento del director acompañan: ahí está James Wan para demostrarlo en cada revisión que puede hacérsele a El Conjuro, una película que maneja temas similares en cuanto a lo siniestro pero que, a diference de ésta, funciona. La historia comienza con una familia que un mal día, junto con el nuevo hogar al que se muda, hereda un espejo de esos que nadie quisiera tener en su pared colgado, pero que aparentemente si viene "de regalo" debe quedar allí por algún motivo desconocido. Pronto descubrirán que, ¡oh! ¡sorpresa!, el espejo está maldito y hubiese sido una mejor idea regalarlo o subirlo a un flete con rumbo desconocido. Las apariciones fantasmales no tardan en aparecer, ocurre una retorcida tragedia, y la familia se separa. Esta línea argumental queda en el pasado, y varios años después el hilo narrativo retoma desde flashbacks que van y vienen, cambiando de contextos constantemente y quebrando así su propio ritmo. Nadie puede negar el pulso del director Mike Flanagan para manejar ciertos pasajes verdaderamente aterradores. La manera en que el realizador presenta a los demonios (internos y externos por igual) comprende un gran suspenso y delínea pasajes momentos súmamente tétricos. Sin embargo, al igual que con su anterior film Absentia, algo crucial falla que hace que la totalidad de la película se desmorone: la dirección de actores o, yendo más lejos aún, el casting. Los jóvenes acechados por mil demonios intentan ser más inteligentes que sus colegas de otros folletines de terror, pero no sólo no lo logran sino que, por el contrario, siendo conscientes del peligro que esconde cada escena, terminan enfrentándose a su estupidez cuando los múltiples clichés los acosan por todos lados. Cuando quieren parar el proyector y salir de la película de terror, ya es demasiado tarde. El destino está escrito, redundante, obvio y más que cantado. Como suele suceder cuando se sigue un género al pie de la letra.
Desafiando al espejo Ya se había explorado en el género el tema de los espejos para intentar suscitar algo de pavor. Mirrors, en 2008 y con Kiefer Sutherland incursionó sin demasiada transcendencia por algunas que otras cuestiones discutibles que, sin embargo, no la opacaban del todo quedando como una cinta aceptable. Las cosas cambian si nos remitimos a su secuela, en 2010, fallida y de pasajes más bien ridículos. Aquí, Mike Flanagan se mete en el mundo de la imagen que nos devuelve el cristal pero con un guión bastante más elaborado que no se limita a la generación de tensión o al susto fácil. En Oculus la historia es algo más abarcadora y, sin ser una joya, se distingue de proyecciones precedentes enmarcadas dentro de un rubro que parece haberse estancado. ¿Hace cuánto no se lleva a cabo una inquietante película de terror? El Conjuro ha sido, para muchos, lo mejor que se proyectó en los últimos tiempos. Vale la mención a Sinister, más tétrica y con mayor cantidad de sobresaltos, pero con una trama menos trabajada. Kaylie quiere demostrar, varios años después, que un antiguo espejo ha obrado como el verdadero responsable de que su madre haya sido asesinada por su padre y éste luego muriera a manos de su hijo más pequeño. Tras un largo período en una institución mental, al joven le dan de alta. Su hermana lo recibe para que la ayude a cumplir una vieja promesa destinada a la destrucción del espejo. Oculus despega de cualquier descripción que lo encasille como un clásico film de horror y opta por tratar de explicar lo que sucede, así como también intenta desarrollar el carácter de sus personajes para que no nos resulten planos. Sin embargo, en ese afán por interiorizarnos en la historia familiar de los protagonistas y en su plan estructurado para dar fin a la “maldición” (por llamarla de algún modo) es factible que se pierda vuelo al momento de ocasionar temor en el espectador. Flanagan prefiere someternos a la insinuación de que algo está por suceder antes que recaer en los típicos y cantados sustos que infieren narraciones propias del género. Para ello se vale de una atrapante atmósfera y de una musicalización de tono grave que instala el nervio a escalas crecientes. A pesar de tomarse su tiempo para teñir el asunto de tensión, Oculus está bien construida. Funciona más como un producto de suspenso e intriga con tintes de terror que como una propuesta netamente abocada al género. LO MEJOR: bien elaborada. El apartado técnico. La tensión, progresiva. LO PEOR: demora en entrar en clima de nervio. PUNTAJE: 6,5
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Oculus es un pequeño filme independiente que ha venido causando cierto ruido desde el 2013, el suficiente como para salir del ghetto del "directo a video" y conseguir ser estrenado en cine en diversas partes del mundo - incluyendo nuestro país -. Viene de la mano de Mike Flanagan, el cual ya había recibido buenas críticas con su anterior Absentia (2011). En sí, no deja de ser una película de casas embrujadas bien hecha con la diferencia de que, en vez de haber fantasmas, la cosa pasa por un tema de alucinaciones e - incluso - lo que se puede tomar como viajes en el tiempo. Hay un objeto maligno que cambia la percepción de quienes lo rodean, y que es capaz de hacerles revivir - e incluso hacerlos participar - de hechos trágicos ocurridos en su pasado. Es por ello que se siente más como un episodio siniestro de La Dimensión Desconocida en vez de una película tradicional de fantasmas, aunque ello no quita que haya un par de sustos realmente efectivos. En muchos sentidos Oculus se siente en la misma onda que La Leyenda de la Casa Infernal (1973), ésa en donde Roddy McDowall y un equipo de especialistas se encerraba en una mansión embrujada, la inundaba de equipos de medición e intentaban explicar - por medios científicos - los sucesos paranormales que allí estaban ocurriendo. Aquí el tema pasa por un par de aficionados, los cuales tienen mas osadía que experiencia, y que intentan lidiar con las alteraciones que provoca un supuesto espejo maldito cuya influencia tiñó de tragedia sus vidas. Es por ello que se hacen del objeto, lo regresan al lugar de origen en donde provocó las tragedias - en este caso, lo culpan de haber enloquecido a su padre, quien mató a su madre y estaba a punto de despedazar a sus hijos hasta que fue asesinado por uno de ellos -, inundan el cuarto de instrumentos de medición y alarmas (las cuales sirven para sacarlos del trance y hacerlos volver ocasionalmente a la realidad), graban todo y montan un dispositivo de emergencia para destrozar el espejo en caso de que las cosas se vayan de las manos. Desde ya que toda la experiencia sale para el demonio - sino, no habría película - y el desenlace está cantado desde el principio, pero al menos el desarrollo está confeccionado con tal gusto que resulta interesante. Los problemas de lógica abundan en Oculus. Uno no termina por entender por qué la muchacha decide documentar todo en vez de destruir de una el espejo sospechoso - ¿es para que encuentren pruebas por si le pasa algo? -, o cómo no se preparó mejor para semejante travesía: podría haberse asesorado con un parasicólogo o un demonólogo, o ver qué instrumento místico podría utilizar para reventar algo que parece no haber sido construido en este mundo. Iphones y camaras digitales no son lo que se dice las armas de un exorcista, y detrás de toda esa preparación hay un dejo de improvisación que no termina de cuajar. ¿Acaso la chica pensaba que podría traspasar el espejo, recuperar a su padre de sus garras, o exterminar al demonio residente en él con sus propias manos?. El otro punto es que, mas allá de la detallada investigación que hace la chica, no hay una causa de origen del objeto maligno. Al menos podrían haber dicho que era el espejo de la villana de Blancanieves, o algo así; acá es un objeto que apareció de la nada hace como 4 siglos, comenzó a matar gente y a recolectar almas, y carece tanto de origen como de final. ¿Recolectar almas hasta cuándo? ¿Hasta devorar el espíritu de todas las personas existentes en la Tierra?. Mientras que las preguntas sin responder abundan en Oculus, al menos Mike Flanagan convierte esto en un excelente ejercicio de estilo. El tiempo y el espacio se doblan, y las versiones adultas de Tim y Kaylie se cruzan con sus pares infantiles. Basta con que miren a un costado para ver una escena del pasado - e incluso participen en ella -, o que aparezcan personas y animales provenientes de otras épocas - nunca se termina por explicar la obsesión del espejo por "devorar" las mascotas de sus dueños -. Y mientras que la historia tiene sus pegas, al menos cuando el espejo comienza a generar las alucinaciones el filme entra en un trance recargado de tensión que no culmina hasta el final. Es allí en donde Oculus se redime y consigue sus mejores bazas, ya que no descansa nunca en ofrecer algún sobresalto o un ambiente inquietante. Aún con todas sus omisiones, el balance de Oculus es positivo. Intenta hacer algo nuevo convirtiendo al objeto maldito en un portal que lleva a los protagonistas a enfrentar sus propios temores. Quizás no sea el filme mas atecierto vuelo, lo que es mas que suficiente para obviar sus propias limitaciones. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/oculus.html#sthash.7h7re5vH.dpuf
Sí el género de terror es uno de los más repetitivos y esquemáticos que existe, cada tanto llegan sorpresas a cartelera como Oculus para despabilarnos y hacernos creer que no todo está perdido. Del director Mike Flanagan ya nos había sorprendido (acá) hace un año con el limitadísimo estreno de Ausencia (data de 2011) que mezclaba elementos de terror para narrar en tono y clima de drama la historia de dos hermanas que luchaban contra una criatura subterránea que había atacado al marido de una de ellas. Una producción muy independiente, que aprendía de sacar jugo de lo mínimo para crear una sugestión más por lo que no se ve. En Oculus, el diagrama es similar, dos hermanos, una tragedia del pasado, una maldición, la toma de venganza… pero en lugar de caer en el común de contarnos la típica historia de fantasmas y casas embrujadas, Flanagan trata a los fantasmas lateralmente, nos cuenta una historia de obsesión y posesión en la que el espectador en un punto no sabrá, como los personajes, si lo que ve es real o producto de la mente. Tim (Brenton Thwaites) sale de un neuropsiquiátrico en el que estuvo encerrado desde su infancia, y a la salida lo espera su hermana Kaylie (la bella pelirroja Karen Gilan). Ambos vivieron un hecho traumático cuando eran chicos, hecho que se irá narrando de a poco, en dos tiempos entre el pasado y el presente, pero del cual desde un principio sabemos esto: el padre de los chicos mató a su esposa/madre, y Tim lo asesinó a él. Recuperado, Tim se convenció (lo convencieron) que su padre era un desquiciado asesino y que él actuó en defensa de su familia; pero su hermana está ahí para recordarle cómo fueron las cosas en verdad, o cómo ella cree que fueron. La familia se mudó a un caserón, compraron un antiquísimo espejo de la colección Balmoral para el estudio del hombre, y este guardaba una maldición que de generación en generación enloquece a sus dueños haciéndoles ver cosas que no son y llevándolos a cometer actos terribles seguidos del suicidio o muerte en manos de un tercero. Eso es lo que Kaylie dice que pasó con su familia, y ella, que trabaja en una casa de remates, ahora tiene al espejo en sus manos, lista para la venganza, y quiere que su hermano participe. Terror inteligente, eso es Oculus, que no subestima al espectador, que si da sustos falsos son justificados y nunca sabemos si realmente fueron falsos. Los personajes tienen carnadura, capas, y nos meten dentro de lo que les va pasando, pasamos por todas sus sensaciones, y hasta nos compenetramos con su paranoia. Kaylie trata al espejo como si fuera una persona, un ente, le habla, lo desafía, le arroja insultos y lo provoca; y así realmente el espejo cobra personalidad como si fuese un clásico slasher, como un Freddy o Jason pero “inanimado”. Flanagan está hasta en los más mínimos detalles, demuestra ser un artesano de la sugestión, no necesita de un gran presupuesto (es más cuando se adentra en efectos, como los fantasmas con ojos brillantes, flaquea un poco) para lograr lo que otros no logran con una catarata de CGI, terror real, aferrarnos a la butaca, mirar para los costados. "Oculus" es clima puro, la recomendación es no dejarla pasar del ambiente único de una sala. Basándose en una adaptación de su corto “Oculus: Chapter 3 The Man with the plan”, el director redobla la apuesta y crea un film deliberadamente confuso, que juega con los tiempos, con la realidad y la ficción, y los enlaces entre “los mundos” son perfectos, sin fisuras. También demuestra ser un buen director de actores, algo fundamental en "Oculus" es lo preciso de los personajes, Tim nos invita a sufrir con él y a Kaylie se la odia y apoya en partes iguales; y algo no muy en común en films como estos, Thwaites y Gillan están realmente convincentes en sus roles, logran diferentes matices. Como entrar a la casa de los espejos de un parque de diversiones, Oculus crea confusión, sugestión y diversión en partes iguales; el resultado al final del viaje es el de querer volver a embarcarse, nada mejor para un género tan adepto a las secuelas infinitas.
El director Mike Flanagan nos demostró que era capaz de generar lindos climas de terror y suspenso con su película anterior, estrenada de manera tardía pero al fin en salas de nuestro país, Absentia. Y ahora apuesta a hacerlo de nuevo con esta historia de dos hermanos que tras una tragedia que acabó con la vida de sus padres se separaron y vuelven a juntarse cuando uno de ellos sale de un psiquiátrico. Kaylie y Tim son los hermanos de la película que se centra en un espejo antiguo con extraños poderes. Con un montaje paralelo entre lo que pasó cuando ellos eran chicos y lo que les sucederá ahora que, sobre todo ella, se cree preparada para vencerlo o al menos dejar registro de lo que realmente sucedió, el espejo funciona en la película como una especie del hotel Overlook en “El resplandor”. Visiones, voces que no existen, fantasmas, imágenes confusas, deshidratación, pérdida de tiempo son algunas de las cosas que este espejo puede provocar, primero sin que uno lo notara, hasta que uno de los personajes tuvo suficiente tiempo de reflexionar y averiguar todo lo que pasó incluso antes. Mientras Tim acaba de salir del hospital donde parecen haberle hecho, según su hermana, un lavado de cerebro, y apenas recuerda hechos de aquel hecho traumático, y muchos de manera incluso incorrecta, Kaylie parece una paranoica obsesionada con los poderes sobrenaturales de un objeto tan corriente como puede ser un espejo. Pero es cuestión de tiempo hasta que los dos se encierren nuevamente en esa casa intentando entender, como si así hubiera forma de vencerlo. Con un sublime trabajo de edición que nos traslada continuamente de un tiempo a otro, con saltos muy cuidados, “Oculus” es una película de género que funciona no sólo a la hora de generar estos climas pesadillezcos, sino también con un argumento tan atractivo como sólido. El espectador transita estos estados junto a los protagonistas, nunca sabe uno más que el otro, y más que terror genera una enorme tensión la poco más de hora y media que dura la película. En “Oculus” el presupuesto no parece ser mucho mayor que aquel que el director tuvo para “Absentia” y demuestra así una vez más que no lo necesita para generar lo que quiere generar. Que con una buena historia y una buena dirección se puede hacer una linda película de terror. Y “Oculus” lo es, especialmente para los fanáticos más exigentes del género. Es cierto que entre los dos protagonistas, Brenton Thwaites y Karen Gillan, la que destaca con notoria diferencia es ella. Y que más que escenas gore (aunque haya alguna muy interesante), son climas los que hacen a la película. No apta para un espectador que busca sustos fáciles, pero sí para aquel que le gusta adentrarse y dejarse llevar por una buena historia de terror y suspenso.
REFLEJOS ALUCINADOS Primero mamá quiso matar a su hija. Después papá mató a mamá. Al final papá murió y culparon a su hijo, que terminó en un neuropsiquiátrico. Ya en sus veinte y luego de diez años de reclusión, es dado de alta para reencontrarse con su hermana mayor, la otra sobreviviente de la tragedia que los marcó de niños. Kaylie y Tim tienen cuentas pendientes con el pasado porque la vida era buena hasta que a alguien se le ocurrió colgar un espejo en el estudio que papi usaba para trabajar desde casa. Y mientras Tim, con ayuda del psiquiatra de turno, llegaba a la conclusión de que todo fue producto de los laberintos de su mente, Kaylie se dedicó a investigar y encontró que, desde 1750, el espejo maligno ha ido pasando de mano en mano dejando, aquí y allá, regueros de sangre por variados países y continentes. Por eso, después de recuperarlo y volverlo a colgar, hará uso de la tecnología para demostrar que su teoría es ley y acabar de una buena vez con el objeto de su obsesión. Si hay algo que “Oculus” comparte con ese gran cuento que es “El Horla” de Maupassant es la experiencia de lo siniestro, que se manifiesta al principio como un cambio en el aire, luego con las plantas que se marchitan, más tarde con los murmullos de los que no vemos. Como ocurría en la primera temporada de “American Horror Story”, el drama acontece en el hogar, porque nada puede inspirar mayor terror que ver cómo papá y mamá, lo más cercano, se duplican para encarnar lo más extraño, la presencia insoportable de la muerte. Será por eso que las criaturas que devuelve el espejo, en lugar de esos espejos que son los ojos, nos “miran” desde una luz cegadora en la que es imposible no perderse. Se percibe en Mike Flanagan a alguien que empieza a andar a paso firme. El joven director, cuyo film “Absentia”, de 2011, se estrenó recién en Argentina el año pasado, ha elegido para su segundo largometraje del género un tema oscuro y espinoso. A lo mejor es que lo siniestro implica una grieta en esa tela que es la realidad y eso afecta nuestra percepción. Con el correr de los minutos, la película va de la complejidad al desconcierto y el espectador comparte con los hermanitos cierto estado de alucinación. Aun así haríamos bien en retener el apellido del director nacido en Salem. Su salto de calidad acaso esté a la vuelta de la esquina.
La imagen multiplicada Esta película nos instruye particularmente sobre dos cosas. En primer lugar, que en el cine de terror no importa tanto la anécdota general sino la forma en que viene presentada; no son especialmente relevantes las líneas generales del "cuento" (las que pueden resumirse en breves sinopsis) como la atmósfera, el desarrollo y la concreción del mismo. La historia de un espejo diabólico que asesina cruelmente a todos los que tienen la mala idea de elegirlo como ornamento doméstico puede resultar irrisoria y hasta ridícula contada en frío, pero es muy diferente cuando se presenta con la eficacia con que lo hace esta película. Y el que no lo crea, que reúna la valentía como para ir a la proyección. La segunda cosa que nos enseña (y esta vez se trata de algo negativo) es que el terror es sumamente efectivo cuando el objeto amenazante está sugerido, mostrado parcialmente –o expuesto con excesivo cuidado y en el momento justo–, pero contraproducente cuando la presencia se vuelve clara y patente. En este sentido, esta película llega a tres cuartas partes de su metraje utilizando como recurso la sugerencia, jugando con el suspenso de la amenaza inminente, manteniendo así al espectador crispado sin pausas. Pero se manda un patinazo bestial al mostrar cerca del final una suerte de zombie, artificial a todas luces, mal iluminado y peor maquillado. ¿Cómo pudo cometerse un error de ese tenor luego de venir tan bien? Pero cierto es que no conviene descalificar la película por un detalle que apenas dura unos segundos, así que mejor explicar por qué todo el resto es sobresaliente. Hace diez años, dos hermanos fueron víctimas de sucesos horripilantes, a partir de los cuales sus padres terminaron muertos y el niño menor fue internado en un manicomio. Ya crecidos, ambos muchachos tienen ideas opuestas sobre lo que realmente sucedió: cada uno con una perspectiva distinta, contraponen notablemente lo racional y lo irracional, las explicaciones sobrenaturales se enfrentan convincentemente con las psicológicas y ambos discursos son desarrollados con una lógica intrínseca perfecta, por lo que cualquiera de ellos podría suponerse cierto. Y como es evidente en estos relatos, luego de una tensión prolongada se impone lo irracional, lo siniestro. La película adquiere momentos de sorprendente intensidad, sobre todo desde el momento en que se conoce que el espejo tiene el poder de alterar completamente la percepción de los personajes, llevándolos a experimentar situaciones inexistentes o pretéritas. Se retoma el horror borgiano del espejo multiplicando y devolviendo una versión distorsionada de la realidad y de nosotros mismos; las cosas adquieren un costado lúgubre y demoníaco, los flashbacks se intercalan y fusionan notablemente con la historia actual, en una construcción paranoica –y notablemente montada– por la cual ni los personajes ni el espectador saben bien qué es ilusión y qué realidad, qué una pesadilla y cuál el más crudo de los panoramas. Como en El resplandor o la reciente Mamá, también se echa mano a lo siniestro de descubrir las figuras paternas, quienes supuestamente deben proteger a sus hijos, convertidas en bestias hiperviolentas; horror que, como se sabe, muchos desearían fuera solamente una ilusión.
Saber usar los recursos disponibles "Oculus" es una muy buena iniciativa del director Mike Flanagan ("Ausencia"), que logra sumar un poco de honor a un género cinematográfico que la viene pasando mal hace bastante tiempo. No es una GRAN película de terror, pero es mucho más inteligente que la mayoría de sus pares y está bastante bien narrada. La película presenta la historia de dos hermanos y como un espejo, que supuestamente aloja una entidad maligna, arruinó a su familia cuando ellos eran aún unos niños. El hermano menor (Brenton Thwaites) fue acusado de los terribles hechos y confinado en un psiquiátrico hasta que cumplió los 20 años. Cuando es dado de alta, se reune con su hermana mayor (Karen Gillan) y juntos se embarcan en el proyecto de destruir de una vez por todas al espejo maldito. La verdad es que a priori la trama no parecía de lo más copada ni original, pero tanto Flanagan, que aquí también oficia de escritor, como los demás guionistas hicieron un buen trabajo en la narración y en el elemento psicológico para mantener interesado e intrigado al espectador. Si se fijan bien, el espejo se mantiene siempre ahí, quieto e impoluto hasta que sobre el final hace su gran jugada. No es una producción de grandes efectos visuales, pero lo que le falta en materia técnica lo compensa de cierta manera con la historia. ¡Ojo! No es "The cabin in the woods" o "El Conjuro", es un entretenimiento que dentro de todo hace un uso inteligente de sus recursos, pero tampoco es la gran maravilla. Su debilidad radica sobre todo en algunos lugares comunes en los que cae, como el fantasma/espectro con los ojos diabólicos o las apariciones espontáneas de los mismos. Creo que el terror psicológico que utilizó por momentos Flanagan paralelamente al terror clásico de manual, fue mucho más efectivo. La desesperación de no saber qué es real y que no es mucho más fuerte que la de ver a una persona auto flagelarse o asustarse con un espectro. Si se hubiera quedado más en esa senda, estoy seguro de que el resultado final habría sido mucho mejor, pero seguramente menos lucrativo. Todos sabemos que la mayoría de los seguidores contemporáneos de las películas de terror prefieren efectos visuales y sonoros por encima de una historia original o interesante. Basta con ver la recaudación de bodrios como "Actividad Paranormal". En conclusión, "Oculus" no es la maravilla del año ni cerca, pero resulta bastante más interesante que muchos otros trabajos de terror hemos visto en los últimos 3 años. Tienen una narración sólida, actores que cumplen muy bien con sus roles y algunas vueltas de tuercas psicológicas que suman interés. Darle una oportunidad.