La selva enlutada. En casi 107 minutos no hay ni una sola palabra o diálogo para esta ópera prima de amplio recorrido por Festivales incluido el de Mar del Plata. No sólo eso alcanza sino que enfatiza el carácter simbólico y minimalista de Oscuro animal, un film contundente protagonizado por la violencia y las consecuencias de los actos violentos en las víctimas. Es el silencio de la perplejidad frente a la pérdida; es el silencio que hace presente la ausencia pero también que trae el luto desde el cine y sus modos de representación. Tres mujeres errantes, en cuyos rostros se transmite todo tipo de herida que deja la guerra, comparten la fuga desde la hostilidad de la selva y los hombres hasta el bullicio de la ciudad como único refugio frente a tanto horror. Lo salvaje en perfecta armonía con la naturaleza selvática estalla con una atmósfera sonora en primer plano. Son los ruidos extraños los que narran el contraste de la imagen y el plano contemplativo para generar el clima opresivo y asfixiante en Oscuro animal, título sugerente para varias lecturas. El director Felipe Guerrero (Paraíso, 2006) construye este relato de luto y silencio despojado de todo maniqueísmo y maneja la ambiguedad entre los bandos enfrentados porque el foco de su debut en la ficción está en las víctimas de la guerra y no en sus ejecutores. En algún sentido, al vaciar de significado la idea de la guerrilla como resistencia a un sistema y a la vez la idea de orden para sofocar los intentos subversivos se abre la dimensión simbólica y sensible en el trazado de imágenes que acompañan este viaje de dolor de cada una de las mujeres involucradas. Hay momentos de una contundencia asombrosa y una síntesis dialéctica que obliga al espectador a reflexionar y comprometerse con la mirada en su doble rol de testigo, pero también de espectador no pasivo porque las fibras emocionales se tensan con sutileza e inteligencia. El plano de una niña sentada entre dos cuerpos sin vida, tal vez sus padres, no expresan otra cosa que la orfandad y el desamparo de cara al futuro. Seguido a ese vacío en el orden emocional el peregrinaje de aquella mujer que la recoge sin conocerla y que en definitiva la puede salvar al hacerse cargo de la carga. El director colombiano de experiencia en el montaje aplica su habilidad en el hilvanado audiovisual que representa su derrotero, a veces con precisión quirúrgica en el armado del plano y otras con un sentido agudo de la observación para dejar que las imágenes completen el sentido metafórico implícito. Otro punto a destacar es la dirección de actores, economía gestual por sobre todas las cosas aunque la expresividad del rostro y el cuerpo dicen mucho más a lo largo de los 106 minutos en los que sólo se escucha la voz de los que no tienen voz.
En la guerra real, el exilio y el escape no son escritos por Hollywood Oscuro Animal es una película sin diálogos que retrata el dolor y el sufrimiento de 3 mujeres que escapan de la selva colombiana, marcada por la violencia de los paramilitares y la guerrilla, con rumbo a la ciudad. El detalle de hacer el film sin diálogos es claro. Busca enfocarse en el dolor y el sufrimiento que implica esta situación tan traumática, al escapar del lugar de origen. El principal problema es que este detalle queda un poco aislado cuando no hay una presentación de las mujeres y del conflicto en concreto. Se intuye que la intención de evitar la presentación, y de ubicarlo en tiempo y espacio, puede hacer del problema un conflicto universal que trascienda las fronteras colombianas. Pero si bien se ve a los hombres militares, las armas o la situación violenta, el film deja al espectador demasiado huérfano ante su propia imaginación, lo cual no está del todo mal, pero el desconcierto atenta un poco contra la interpretación y la apreciación de la película para todos los públicos. Las tres mujeres se escapan por motivos distintos, sin embargo, la violencia machista también es uno de los ejes de los escapes, además del conflicto armado. Los paisajes y la fotografía de la selva embellecen el film e invitan a seguir las acciones frente a tanto sonido ambiente. Eso colabora con la tensión que se da en las diferentes situaciones que, si bien tienen una cuota de dramatismo, no fueron lo suficientemente atrapantes para enganchar del todo. El film no entiende esa huida con la potencia dramática propia de las ficciones más comunes del cine, sino como una cuestión natural, oculta, de favores y sigilosa, más allá de algún momento más fuerte que el otro. Eso es un plusvalor porque muestra que el destierro real no necesita llenarse de una carga dramática potente para el espectador, ya la tiene por sí sola. Se trata de un trabajo incómodo en ese aspecto, por lo terrible del escape de una zona militarizada. Oscuro animal va de la selva a la ciudad, y el pasaje es quizás lo mejor del film. Es la bajada que ayuda a terminar de entender la soledad y el desamparo, la dificultad y la valentía que implica salir del lugar de toda la vida. Porque, por más guerra que hubiere, quedarse a seguir sufriendo continúa siendo una opción. Pero también realmente es muy difícil dar el paso de salir, porque implica ir hacia la nada y, por más organizaciones de ayuda que existan, cruzar esa frontera es encontrarse con una ciudad vertiginosa, aplastante y sin piedad. Nadie va a recibir con los brazos abiertos a esas victimas. Por ser pura sensación y apostar a explotar los sentidos de una forma diferencial, Oscuro animal se merece la oportunidad de ser disfrutada en el cine. Es una pena que apostara tanto a la corporalidad y a las sensaciones, y muy poco a la contextualidad que necesita el espectador. Ahí la sensación final hubiera sido otra.
Tres mujeres son las protagonistas de este film intenso y casi silencioso. El drama de la guerra en Colombia y cada protagonista en fuga. Las rodea la violencia asesina del paramilitarismo, el machismo generalizado y la única ilusión de llegar a la gran ciudad como única posibilidad de alejarse de un conflicto, que siembra muerte y destrucción de poblaciones enteras. Las consecuencias de la guerra sobre la población civil sin atenuantes, todavía peor para las mujeres utilizadas como esclavas sexuales. La huída desesperada es la única salida en medio de una naturaleza exuberante donde todos los ruidos crean una atmósfera de misterio y amenaza constante. Ese es el “oscuro animal” que genera la violencia descontrolada que puede atacarlas en cualquier minuto. Un clima bien logrado para representar lo que la guerra produce en los humanos, mucho más allá que la muerte y la desolación. Felipe Guerrero es el director y guionista con la coproducción de Colombia, Argentina, Holanda y Alemania. Un film distinto e intenso.
Hay que celebrar el estreno de esta rara avis, un excelente film colombiano sobre la violencia en ese país, que tiene la peculiaridad de carecer de diálogos. Que no son necesarios, dada la elocuencia de la imagen y el relato que ella conlleva. En la selva colombiana, en plena lucha armada entre bandos nunca identificados, se desarrolla la historia de tres mujeres que viven paralelas situaciones de abuso y violencia, y salen al camino en busca de algo mejor. Una ha perdido a su hombre y su familia, chupados por no sabemos quiénes, grupos armados que destruyen a su paso, y deja su hogar devastado. Otra es esclava sexual de uniformados que la tratan como objeto de uso y descarte. La tercera, una luchadora, soldado de la resistencia, también sometida al abuso masculino. En montaje paralelo, las tres historias avanzan a medida que las mujeres se trasladan por la selva en su intento por huir del infierno que cada una vive. La ausencia de diálogos permite cierta amplitud de interpretaciones, la imagen es por demás sugerente del conflicto básico, y es una medida inteligente evitar lo anecdótico, el detalle particular. Así el drama queda reducido a su esencia: la violencia masculina en su forma más animal, que no conoce nacionalidades, ni grupos partidarios, ni fechas determinadas. La violencia en varias de sus formas, pero igualmente destructiva. O el oscuro animal puede ser la guerra misma, que degrada al hombre predador hasta sus instintos más básicos. O también, es la fiereza que poseen esas mujeres que no se doblegan, no se entregan. Las tres mujeres tienen personalidades firmes pero anónimas, constituyen arquetipos, sin caer en el estereotipo ni en la idealización romántica, luchan por su supervivencia y son ellas –las mujeres- las únicas que tienen algún gesto de solidaridad, de comprensión, incluso de ternura en ese deambular trágico. Pero carecen de voz, y su única salvación, la única puerta para recuperar su dignidad, para intentar recomponerse, parece la huida. Una vez más, es admirable la fotografía del argentino Fernando Lockett. Frente a esa naturaleza agreste y agresiva, la selva como zona de peligro y amenaza permanente. Sabe captar lo esencial de cada toma, la expresión de las mujeres, en planos medios y panorámicos. No menos capital es el uso de la música, con distintos ritmos tropicales que sirven para identificar a cada grupo humano. La primera escena es impecable, esa obertura plasma en pocos minutos toda la tragedia que se vive y la que vendrá en consecuencia. También es valioso que no se identifique los bandos, posibilitando que la violencia se expanda a cualquiera, poniendo el acento en sus consecuencias. La propuesta de Felipe Guerrero parece actuar como contrapeso de la actual tendencia al diálogo permanente, a la velocidad de las escenas. Su ritmo es acorde con el avance de las mujeres, desde la presentación hasta su llegada a la ciudad. Si bien algunos planos de prolongan más de lo conveniente, y el film se extiende un poco más allá de lo óptimo. La selva era un infierno, pero la ciudad no lo será menos.
Sin diálogos ni sonido ambiental que no provenga de la selva –se imponen los llantos, cumbias, disparos y gemidos–, esta revelación del Festival de Rotterdam versa sobre la huida de tres mujeres hacia Bogotá para reescribir su futuro. El director de los cortos Medellín y Nelsa y de documentales como Paraíso y Corta prescinde de la puesta en escena del pasado de sus protagonistas y tampoco expone las causas de su urgente necesidad de evasión. La clara presentación de los acontecimientos parece algo secundario para el director colombiano. Sin embargo, Guerrero nos invita a intuir un relato a través de una mirada perdida, una lágrima o un primer plano de una impactante fotografía. Oscuro animal no celebra el escape de sus protagonistas, sino que denuncia las razones que provocaron dicha huida: ese ‘oscuro animal’ –ambiguo pero cierto– al que podríamos llamar ‘terror’ o ‘paranoia’. El miedo grabado en los rostros de las mujeres proviene de la certeza de ser violadas, torturadas o asesinadas en cualquier momento. Por otro lado, pese a tratarse de un film con un contenido altamente feminista, Guerrero retrata a sus protagonista –grandes (y silenciosas) soñadoras– como aquello que realmente son: el sexo débil. Ante una realidad cultural y una coyuntura totalmente adversas, las protagonistas no hallan otra alternativa que cambiar de lugar para asegurar su supervivencia.
Los hombres que no amaban a las mujeres Ópera prima del montajista colombiano Felipe Guerrero hecha en coproducción con Alemania, Argentina, Grecia y Holanda, Oscuro animal (2016) busca hacer memoria histórica sobre el calvario de la mujer en la Colombia colmada de machismo y fragor paramilitar. A estos efectos sigue el trayecto paralelo y aislado de tres mujeres (Jocelyn Meneses, Marleyda Soto y Luisa Vides) que por diversos motivos se ven perseguidas o explotadas por bandos paramilitares en la jungla boricua. La primera asesina a su violador y se convierte en prófuga, la segunda es prostituida por un gigoló itinerante, la tercera adopta una niña huérfana luego de sobrevivir una emboscada en la ruta. La intención del director es mostrar el suplicio de las mujeres de manera fáctica y descarnada, sin embelesar la cinta con diálogo (la película es básicamente muda), personajes (nadie lleva nombre ni esboza otra personalidad que la circunstancial), ritmo (las escenas se suceden lentamente) o construir sentido a través del montaje. Oscuro animal posee la parquedad de un documental sobre un tema tan urgente que más vale sacarlo a colación antes que preocuparse sobre cómo hacer una película interesante al respecto. Ése es el fundamental problema de Oscuro animal: cualquier momento elegido al azar no es muy distinto a cualquier otro momento. El film no crece ni evoluciona ni desarrolla su temática más allá del shock de las escenas iniciales que corresponden al trayecto de cada mujer (es más apto hablar de trayecto que historia). A partir de ahí el film va rotando prolijamente de una en una, repitiendo la misma escena de gente caminando por la jungla sin dirección o propósito. Lo que ha hecho Felipe Guerrero es dedicar un film al servicio de una causa noble y apremiante, eligiendo mostrar el peligro inmediato al que están sujetas las mujeres en Colombia sin ofrecer mayor contexto que una jungla poblada de brutos chauvinistas (efectivo retrato). En principio chocante, no se ha aprovechado del todo el medio que ha sido elegido para enviar el mensaje, y Oscuro animal termina sintiéndose divagante y repetitiva.
Mujeres en lucha por su supervivencia. Una sucesión de primeros planos fijos, postales selváticas en las que el trémulo movimiento de la superficie del agua es la única acción visible, se encarga de dar inicio al relato. Enseguida, colocada en un claro, la cámara ofrece un plano más abierto en el que de nuevo la espesa vegetación ocupa cada palmo del cuadro. De sus entrañas verdes surge una mujer, que avanza por un sendero apenas visible. Con la selva cerrándose detrás de ella, la mujer se detiene de golpe en medio de la escena, silenciosamente espantada ante la visión de algo que está fuera del alcance de la vista del espectador. En menos de dos minutos la secuencia ofrece varias claves muy útiles a la hora de pensar Oscuro animal, ópera prima del colombiano Felipe Guerrero. Como en cada una de esas escenas selváticas en las que la única acción es ejecutada por el agua y por esa mujer, en Oscuro animal lo femenino también es lo único que fluye en un espacio que parece estancado en un tiempo que es cronológico, pero también histórico y político. Oscuro animal está ambientada en la Colombia contemporánea, aunque los hechos podrían haber ocurrido hace 10 o 20 años atrás (e incluso antes). Son las historias paralelas de tres mujeres en el marco del enfrentamiento del estado colombiano con las guerrillas, que en la actualidad parece estar dando sus últimos estertores en virtud del acuerdo firmado entre las FARC y el gobierno del presidente Santos, quien hace algunos meses recibió el Premio Nobel de la Paz. Lejos del relato macrocósmico, Guerrero se enfoca en esas historias que no ilustran la experiencia de los actores principales del conflicto, sino la de sus víctimas más invisibles. Mujeres campesinas: la primera a quien le secuestran la familia completa; otra, reducida a servidumbre por una pequeña célula militar o paramilitar; la última, una chica soldado que integra una de las guerrillas, no menos sometida que la anterior. Para estas mujeres la lucha se vuelve una cuestión de supervivencia, a la que deben ponerle el cuerpo en defensa de sus derechos más básicos y de un espacio vital que no va más allá del propio cuerpo, constantemente acosado, agredido e invadido. Con la inestimable colaboración del fotógrafo argentino Fernando Lockett, Guerrero va hilando las escenas sin apuro, con una tranquilidad que contrasta con la urgencia de sus protagonistas. Esa cadencia, virtuosa en la puesta y traslación de la cámara, es la elegida para retratar una triple fuga hacia adelante, donde las protagonistas representan la única fuerza vital dentro de un mundo que ha quedado atrapado dentro de un loop tanático del que en apariencia no hay salida. Un posible efecto colateral de ese virtuosismo parece ser cierto exceso de planificación de la puesta en escena, en donde algunos movimientos y acciones ejecutadas por los actores pecan de una artificialidad que los delata como parte de una coreografía diseñada para subrayar, sin necesidad, determinados efectos dramáticos.
Sin palabras, la otra cara de una guerra El silencio importa más que la palabra en esta obra fruto de una inusual coproducción (Colombia-Holanda-Alemania-Grecia-Argentina). Más aún: la palabra prácticamente no existe (el film carece de diálogos) y el silencio pesa, sobre todo porque son las imágenes -la dramática acción que ellas exponen y la contundencia en su forma de hacerlo- lo que realmente asume el protagonismo. Son tres relatos paralelos que se superponen y complementan: los de tres mujeres que en la selva colombiana ponen en juego su resistencia y su carácter para intentar la única salida posible de la guerra civil en la que están atrapadas y de la cual son sus víctimas, quizás las principales: la huida.
CUERPOS Y SELVAS Tres cuerpos, tres mujeres, tres selvas. O se trata de lo mismo: tres mujeres que pueden ser una dentro de un ambiente agresivo, en fuera de campo o en imagen. Reflejos y ecos de la Colombia de las últimas décadas, sin fecha sellada, mostrando (o no) la violencia del estado contra la guerrilla y viceversa. Y en el medio del enfrentamiento, tres mujeres, que podrían pertenecer al ejército o no, o a las células de combate frente al estado o no. Pero ellas están, junto a sus cuerpos, permanentemente invadidos por lo público y lo privado y por las agresiones que parten del conflicto pero también de la fiereza del otro, del hombre primitivo, del macho cabrío que actúa sin contemplaciones sobre las tres mujeres. Sobre los tres cuerpos. Oscuro animal es una película casi sin palabras y las pocas que se escuchan no interesan demasiado dentro del relato. La potencia de la imagen fusiona en más de una oportunidad esos cuerpos con ese paisaje selvático, interminable, aglutinador de miedos y sensaciones que pueden llevar a la muerte o, como mínimo, a la opresión y a la concreción deseo sin sutileza. Bienvenida, entonces, esta inserción en la historia latinoamericana de batalla permanente pero observada desde un lugar distinto, contemplando a ese refugio donde la mujer pasa a ser un objeto, una mercancía, un sujeto humillado en medio de una geografía jamás protectora, nunca acogedora. Las caricias y los afectos no aparecen en Oscuro animal, acorde al tono elegido por el director Felipe Guerrero, quien propone un relato descarnado sobre un conflicto individual valiéndose de las herramientas más riesgosas de que dispone el lenguaje del cine. Profundos silencios, planos largos, exquisito y funcional uso del sonido (que por momentos parece invadir la piel de las tres mujeres) y una construcción dramática que ejerce una fuerte incidencia sobre el tema. Es decir, la forma en que está elaborada Oscuro animal, por momentos, triunfa sobre el resto, operando de manera ambigua sobre el resultado final de la película: ciertas escenas aparecen forzadas desde la elección del silencio como única manera de transmitir el discurso y determinados instantes puede que se extiendan demasiado, acaso aferrados a esa elección exquisita que elige hacer prevalecer el “cómo” por encima de otros objetivos. En ese punto, el oscuro animal adquiere su matiz metafórico. Oscuro desde su forma interior, animal por lo salvaje. Sujeto sin forma, acaso se trate de esa misma geografía acosadora que requiere de la valentía y el coraje de tres mujeres que buscarán alejarse por un rato de la violencia, pública o privada. OSCURO ANIMAL Oscuro animal. Colombia/Argentina/Holanda/Alemania/Grecia, 2016. Dirección y guión: Felipe Guerrero. Fotografía: Fernando Lockett. Edición: Eliane Katz. Intérpretes: Marleyda Soto, Jocelyn Meneses, Luisa Vides, Verónica Carvajal, Josué Quiñones, Pedro Suárez y Lorena Duración: 106 minutos.
Tras la violencia de la guerrilla colombiana, observamos las historias de distintas mujeres que sufren, huyen, resisten al desarraigo, son seres marginados y desamparados. Varios pasajes se construyen a través de los sonidos, la iluminación y lo visual que en este caso reviste una gran importancia. La naturaleza ocupa un lugar preponderante y el film se encuentra lleno de metáforas, por lo tanto contiene pocos diálogos y todo se expresa con otros elementos.
Austero pero fuerte retrato de la sumisión Una mujer aparece en un claro del monte. Viene de lavar ropa en el río y, de pronto, se queda largo rato petrificada. Cuando vuelve a andar advertimos que su choza está revuelta, y no hay más nadie. Otra mujer pasa todo el tiempo trabajando para un hombre mal uniformado que la destrata. Y una más, que usa buen uniforme, es humillada hasta las lágrimas por un superior aburrido que la toma de pasatiempo privado. Cada una de ellas escapará de su desgracia, y del riesgo de desgracias peores, cruzando tierras inhóspitas hasta llegar a una ciudad donde quizá se sientan a salvo y puedan, tal vez, rehacer su vida. Esa es la trama, contada prácticamente sin palabras. Solo se oye el canto indiferente de los pájaros, las voces confusas, también indiferentes, de los hombres, los ruidos ocasionales de las armas, de cuerpos crepitando, según parece, o algún vehículo. Simbólicamente, ellas no tienen voz. Mejor dicho, no podemos escucharlas. Pero podemos ver la expresión de sus rostros (las actrices son notables) y lo que representan, víctimas del despojo, los abusos, la pérdida de muchas cosas que hacen que alguien se sienta un ser humano. El título de la obra, "Oscuro animal", sugiere más de una interpretación. Los hechos también se sugieren. El autor, Felipe Herrero, no se pone de ningún lado. No hace discurso alguno sobre las causas y los causantes de los males. Solo deja a la vista un puñado de consecuencias. Para ello (y esto puede ser criticable) emplea un estilo minimalista que estira los tiempos y provoca en parte la sensación de artificio. Pero cuánta realidad queda frente a nuestros ojos, para hacernos pensar. Acaso un relato convencional hubiera sido más insoportable. La obra es colombiana, coproducida por varios países, empezando por la Argentina, de la que participan Gema Juárez Allen, productora, Fernando Lockett, director de fotografía, Eliane Katz, montajista, Roberta Ainstein, diseñadora de sonido, Diego Mendizábal, foquista, y otros técnicos. Valioso aporte.
Un mismo lugar, la selva colombiana, para la vida de tres mujeres cuyas historias nunca se entremezclan, si bien comparten un tiempo, un lugar y un mismo dolor. La primera de ellas es víctima de la lucha entre la guerrilla y las fuerzas paramilitares; toda su familia ha perecido a merced de esta contienda y ella vive en estado de total alerta, nerviosa, atenta a cualquier ruido o cambio en su precaria vivienda que pueda indicar una no anunciada intrusión. Este es quizá uno de los roles mejor acabados del film, que circuló nominada en varios festivales de cine independiente. La segunda es víctima de un guerrillero, sufre frecuentes dolores por las violaciones y debe atender a “su hombre” junto al resto de los compañeros, ya sea para facilitarles un lugar donde descansar o prepararles la comida. La tercera es la más fálica del trío. Se trata de una guerrillera narcotraficante que junto a su pareja quema una fosa con cuerpos de (presumiblemente, militares) asesinados y luego sigue el periplo en una camioneta, realizando intercambios en casas por aquí y por allá. La cinta colombiana, una coproducción de aquel país con Argentina, Alemania, Holanda y Grecia, posee la peculiaridad de no poseer diálogos, y es que con sus imágenes basta. Es un largometraje duro, de poesía visual aciaga, de planos fijos, donde todo es pasividad y amenaza, y donde la única salida es el escape a la ciudad. Vale la pena acercarse a este Oscuro animal, pero con los canales de serotonina recargados.
El primer largometraje de ficción del realizador de “Corta” se centra en tres historias de mujeres que escapan del horror de la violencia en Colombia en una película de ambiciosa y cuidada construcción formal, con una extraordinaria fotografía de Fernando Lockett. El primer epígrafe es un estruendoso grito, es la percepción de un hecho que parece exasperar y ahogar a la voz que lo enuncia. El segundo es un deseo desesperado de hablar, de contarlo todo, justo en el momento anterior al silencio. Ambos epígrafes son afirmaciones marcadas por la fuerza del sonido y por la garra de la muerte. Ambos aparecen, de una u otra forma, en OSCURO ANIMAL, el más reciente largometraje de Felipe Guerrero. Siempre hay planos que, aunque aparentemente despojados de violencia, nos estremecen. En la película hay un momento en el que alguien cae boca arriba en medio de la tierra y la cámara nos muestra lo que ve desde allí: una serie de árboles y plantas de intensos colores verdes y variadas formas que se elevan, cubren el cielo y parecen mirarnos desde arriba. Aunque el paisaje es inmóvil, algo hace desesperante y aterrador a este plano: el apabullante ruido de la naturaleza selvática. A este murmullo o chirriar incesante de la selva se le suma la champeta y el punk, que aparecen cada tanto. Entendemos que en OSCURO ANIMAL prima el sonido de las cosas. Sentimos cómo esos sonidos se yuxtaponen, se interrumpen, se acompañan. Lo escuchamos todo, menos a las tres protagonistas. Cada una vive el conflicto armado colombiano desde una perspectiva distinta, pero todas comparten el hecho de ubicarse en el espacio rural, encasas violentadas por las armas, casas precarias adornadas con afiches y baratijas, casas derruidas en medio de un boscaje inclemente. Guerrero parece mostrarnos que la convivencia del hombre y la naturaleza se da de forma poco armónica. Las tres protagonistas comparten, también, el mutismo. Ellas se vuelven, solamente, acciones. El efecto es paradójico: despojadas del habla, las tres parecen reducidas a meras bestias sobreviviendo en un ambiente hostil; pero, a la vez, sus acciones poco racionales les permitirán aferrarse a sus deseos individuales y vislumbrar, por un breve momento, su humanidad perdida. Esta no es una película solamente sobre la violencia. Es una exploración del comportamiento humano a través de un recorrido que va desde el caos telúrico de la selva colombiana, que parece regirse, solamente, por el mediano orden que ha impuesto el conflicto armado, hasta la poca esperanzadora ciudad de Bogotá. El recorrido es contrario al que han hecho varias películas colombianas de los últimos años, cuyos ojos se han apartado de la ciudad para mirar otros lugares. OSCURO ANIMAL es continuación, epítome y cierre de esa tradición. No creo que se pueda ir más allá ni que valga la pena hacerlo. Después de que hemos visto el drama íntimo de los personajes de pueblos, campos y selvas, nos enfrentamos, aquí, a un espacio sin humanidad aparente. A estas tres mujeres no se les ha reconocido esa humanidad y por ello la buscan. En fin, todos los personajes y espacios —las mujeres silenciosas, los violentos armados, los pobres habitantes de los pueblos, la naturaleza despiadada, las casas derruidas— son una parte de ese oscuro animal, rumiante, sonoro, lleno de odio.
“El silencio no existe en el cine ni en el universo, afortunadamente. El silencio es nuestra manera de reconocer algunas ausencias sonoras. Entro a mi casa y digo ‘Qué silencio’. Pero si presto atención, ya escucho la heladera, algún vecino lejano, el perro de la panadería, una motito doblando la esquina… y puedo estar toda la noche identificando sonidos distintos en medio de eso que al principio me pareció: ‘Qué silencio’. ¿Y entonces qué es lo que me llevó a pensar en el silencio? Quizás la ausencia de alguna voz en particular. Entonces, ¿qué es el silencio en el cine?: es generar en el espectador ausencias, una tarea apasionante”. La opera prima de Guerrero también se proyecta en el Centro Cultural Leonardo Favio de Río Cuarto, Córdoba, en el Cine Teatro Pico de General Pico, La Pampa, en el Centro Cultural José Hernández de Rawson, Chubut y en el Centro Cultural Cotesma de San Martin de los Andes, Neuquén. Vale recordar la declaración periodística de nuestra Lucrecia Martel para recomendar Oscuro animal, primer largometraje del montajista bogotano Felipe Guerrero, que desembarcó el jueves pasado en el BAMA. De hecho el silencio -o, mejor dicho, la compaginación de sonido ambiente con la reproducción segmentada de algunas pocas canciones- es uno de los principales motores narrativos de esta película sobre el devenir de tres mujeres víctimas de la violencia (para)militar que hace décadas azota a Colombia. Ni Rocío ni La Mona ni Nelsa pronuncian palabra durante la hora y cuarenta minutos que dura esta ficción inspirada en la lucha entre grupos armados en territorio rural y amazónico. Las actrices Marleyda Soto, Jocelyn Meneses y Luisa Vides soportan primeros planos mucho más exigentes que la interpretación de cualquier parlamento. Es que sus personajes interactúan menos con otros seres humanos (verdugos y más víctimas) que con el predador insaciable que las acecha desde el fuera de campo. Guerrero encuentra en el silencio -de las protagonistas- la expresión más elocuente de un sufrimiento inenarrable, y en la selva frondosa la dimensión de la oscuridad donde la (sin)razón engendró y sigue alimentando al monstruo en cuestión. Eso que no se dice y eso que no se ve adquieren una fuerza narrativa arrolladora, por momentos difícil de tolerar. El título del largometraje adelanta el protagonismo acordado al oscuro animal, único personaje que interviene en las tres historias enhebradas con meticulosidad de (buen) montajista. Esta representación poética de la violencia evoca el recuerdo del “monstruo grande” que León Gieco retrató en la canción Sólo le pido a Dios. No cabe duda de que, como Martel, Guerrero también entiende que el silencio -o mejor dicho la ausencia de determinadas voces- interpela, incluso desafía, al espectador. En este caso, lo sumerge en el desamparo y en la desolación de tres sobrevivientes, no sólo de distintos tipos de agresión (homicida, sexual, psicológica), sino de una suerte de éxodo por goteo. Aunque -o porque- son abiertos, los epílogos acordados a cada una de las tres crónicas inspiran cierta ilusión reparadora. Acaso ésta sea la única concesión de una película exigente, también para el público.
Tres mujeres en la selva colombiana viven y sufren las consecuencias de la violencia guerrillera y de su represión. Sin diálogos, a pura imagen, Guerrero desarma las discusiones ideológicas para concentrarse en el drama humano más puro, y lleva la apuesta estética hasta las últimas consecuencias. A veces falla, es cierto, pero eso no le quita fuerza a un film que merece verse y, también, discutirse.
Muchas veces se demora demasiado. La paciencia y el sufrimiento lo llevan más allá del límite tolerable, pero cuando se toma la decisión no hay vuelta atrás, ni arrepentimiento. Sólo liberación y tranquilidad. Eso es lo que intenta transmitir el director de ésta película, Felipe Guerrero, quien toma como ejemplo las historias de tres mujeres que viven en la selva colombiana, dominada por guerrilleros, que padecen constantemente maltratos, vejaciones, ya sea de desconocidos o de sus parejas. Y cada una de ellas, como pueden, a su manera, se escapan de ellos y de la región geográfica que las agobia hacia una ciudad como Bogotá. La historia es relatado sin palabras, sólo vemos situaciones y acciones, pero no hay diálogos, no los necesita. Con las imágenes alcanza y sobra para ver cómo y dónde viven estas mujeres, porque ni el lugar ayuda para que sea un poco más llevadero el día a día. Ellas se alojan en caseríos, rodeada de montañas y selva, con lluvia y una humedad permanente que las obligan a moverse lentamente, a lo que se suma al tedio, la pereza, el sopor y las condiciones insalubres, que convierten su realidad en un cóctel explosivo, cuyo detonante son los hombres armados que viven allí. El realizador cuenta en forma paralela las vivencias de estas protagonistas de manera muy parsimoniosa. No hay muchos movimientos de cámara, prefiere la cámara fija y un plano sostenido por varios segundos donde, en muchas ocasiones, los personajes se quedan viendo la nada misma. Aunque no pasen cosas importantes, sumado a que no hay diálogos y las condiciones climáticas favorecen también al letargo de las personas, genera que el largometraje se transforme en un aburrimiento mayúsculo, difícil de tolerar para el público común. Lo escaso del ritmo y de las palabras conspira contra esta producción para que resulte entretenida, porque toca un tema interesante para difundirlo al público masivo, pero queda a mitad de camino por el criterio narrativo y estético que decidió el realizador para ésta obra.
LA GUERRA Y SU VISIÓN DESCRIPTIVA En tiempos de dudosa reconciliación entre el gobierno y la guerrilla, Oscuro animal refiere sin ataduras temporales precisas ni restricciones parte de la reciente historia colombiana. Sin embargo, es fundamentalmente un film sobre mujeres ancladas en ese contexto. De rigurosa composición formal y de tono coral, la película de Felipe Guerrero se centra en tres mujeres que se escapan del infierno de la guerra en el que viven para huir hacia Bogotá. Cada historia aparece signada por todas las formas posibles de violencia y la manera que elige el director para expresar el dolor y la impotencia es el silencio. No hay palabras que sirvan para dar cabal cuenta de lo que implica ser víctimas en un contexto donde el abuso es moneda corriente, por eso no hay un solo diálogo en el film. En todo caso, los ambientes mostrados son la principal evidencia de la degradación y en cada objeto, cada lugar, la miseria asoma. La no intervención de la cámara más allá de su valor descriptivo/expresivo genera un doble efecto. Por un lado, y en un sentido positivo, otorga el tiempo necesario para captar los gestos, las miradas y seguir con detenimiento el derrotero de las protagonistas; por el otro, se planta como un gesto ya estandarizado de gran parte del cine actual mediante la búsqueda del encuadre perfecto como una forma de apaciguar el fuerte contenido del material abordado. En esta decisión, la película pierde vida, intensidad, preocupada más por una cierta tendencia al esteticismo, que se transforma en un problema cuando los temas requieren una visión más sanguínea.
Oscuro Animal es una película dirigida por el colombiano Felipe Guerrero y coproducida por Colombia, Argentina, Holanda y Alemania. En su opera prima el director muestra a tres mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia. El film narra la historia de tres mujeres que, por diferentes motivos, iniciarán un viaje desde lo profundo de la selva hacia la ciudad. Aunque, se podría decir que los motivos principales por los que las protagonistas buscan comenzar una nueva vida son las situaciones terribles que las atormentan a diario y el machismo que se hace presente constantemente. Oscuro animal no busca mostrar el horror que trae consigo un conflicto armado si no que muestra las marcas que éste deja en las personas. La película enfatiza en el miedo, en el deseo de escapar, de poder dejar todo lo conocido atrás para finalmente dar el paso hacia un nuevo lugar del que poca certeza se tiene. La película de Guerrero cuenta con las actuaciones de Marleyda Soto, Jocelyn Meneses, Verónica Carvajal, Luisa Vides, Josué Quiñones, Pedro Suárez y Lorena Vides. Uno de los elementos fundamentales del film es el sonido ambiente, ya que en sus 107 minutos de duración carece de diálogo alguno. Si bien el silencio logra acentuar el dolor que sufren las protagonistas, y la imposibilidad de ser escuchadas, esta decisión hace que por momentos no se distinga con claridad el rumbo de la película. Por otro lado, algo para destacar del film es el trabajo de cámara, el cual se complementa a la perfección con las escenas y realza por completo el sonido ambiente que acompaña a la película. Si bien Oscuro animal busca resaltar, a través del silencio, los sentimientos de las protagonistas, ésto genera, por momentos, cierto desconcierto que hace que las situaciones dramáticas estén poco contextualizadas y, por ende, pierdan un poco de sentido.
No hay palabras en Oscuro animal, tal vez porque la palabra es lo que nos hace humanos y porque en el extremo de lo humano está la guerra y la violencia. - Publicidad - Y la violencia hacia las mujeres que, sabemos, es violencia multiplicada. Con ausencia de diálogos y apelando a la densidad del tiempo en los planos mayormente fijos, la primera película de ficción el colombiano Felipe Guerrero entrelaza las historias de tres mujeres, Rocío, La Mona y Nelsa víctimas del conflicto armado en Colombia. Y lo hace de modo silencioso, pero con una densidad tal que no hace falta agregar mucho más. Una mujer que vuelve a su casa y su familia ha desaparecido, otra que vive con un soldado armado que la viola, la tercera es soldado paramilitar y es abusada por un comandante. El mundo masculino en Oscuro animal es amenazante y despreciable, los hombres son los dueños de las armas y del territorio, las mujeres ladean esa geografía selvática, laberíntica, llenas de miedo y fragilidad. Pero son las que terminan albergando, rescatando, las que se solidarizan entre ellas, salvan a las otras. La huida es imprescindible para la supervivencia, las tres llegarán a los bordes de la ciudad: un mercado, un barrio y una estación de camiones En ese silencio de las voces, en el espacio sonoro del interior del campo y del fuera de campo y esos largos planos de la fotografía de Fernando Lockett construyen un film doloroso y bello, el de un país ocupado por el paramilitarismo y el narcotráfico, un país profundamente machista, atravesado por la violencia de género, la miseria y las matanzas generalizadas que fuerzan a la emigración. Protagonizada por Marleyda Soto, Jocelyn Meneses y Luisa Vides, Oscuro animal fue realizada en coproducción con Colombia, Argentina, Holanda, Alemania y Grecia, tuvo su premiere internacional en el Festival de Rotterdam, ganó el premio AECID en el Festival de San Sebastián y el premio a mejor película en los festivales de Guadalajara, Lima y del Tarkovsky Film Festival, entre otros. Se estrena el jueves 16 de marzo en Buenos Aires Estreno Jueves 16 de Marzo en BAMA Cine Centro Cultural Leonardo Favio (Río Cuarto – Córdoba); Cine Teatro Pico (Gral. Pico – La Pampa); Centro Cultural Jose Hernandez (Rawson – Chubut) y Centro Cultural Cotesma (San Martin de los Andes – Neuquén)