Santiago Mitre es uno de los directores argentinos más reconocidos de esta época, y también el más arriesgado. Con cada una de sus películas demuestra su capacidad para ir más allá y desafiar cuestiones temáticas y cinematográficas. Pequeña flor es otra muestra de ello, con sus personajes en medio de una situación límite, pero a la vez resulta ser su creación más libre. Mitre parte de la novela de Iosi Havilio para indagar en un matrimonio de mediana edad que se las arregla para sobrevivir en un vecindario poco atractivo de Francia. Todo se complica cuando José (Daniel Hendler), dibujante argentino, pierde un importante trabajo. Lucie (Vimala Pons), francesa que habla más en español que su marido en francés, comienza a trabajar para que no falten ingresos. Él deberá quedarse en casa para cuidar a la hija de ambos, todavía bebé. Un cambio de vida para José. Hasta aquí, una interesante exploración del costado más realista de una relación conyugal, con el agregado del choque de culturas por la diferencia de nacionalidades. Y nunca deja de ser una historia de amor, en la que el protagonista deberá luchar por salir de una crisis. Pero desde el vamos hay un factor menos realista y más original: el narrador es el vecino (Melvil Poupaud), un dandy devoto del jazz (no podía ser de otra manera), con el que José entabla una particular amistad. De hecho, al final de cada encuentro, José lo asesina de las formas más variadas y truculentas, dignas de un psicópata experto. Pero el vecino siempre está ahí al día siguiente, como si nada, para hablarle de la buena vida y aconsejarlo con el fin de que pueda afrontar sus tormentos maritales. Cada rutina de crimen y resurrección aporta elementos de comedia negra y absurda, que rompen con la solemnidad y suman a la frescura. Al notable elenco principal se suma el siempre estupendo Sergi López. Aquí compone a un gurú especializado en terapia de pareja que incurre en métodos tan extravagantes como él mismo. Al estilo de un Julio Cortázar pasado de ácido, Pequeña flor cautiva tanto como deja pensando, y sirve como aperitivo para el próximo y muy prometedor film de Mitre: Argentina, 1985.
Las películas con base en la rutina diaria suelen tener dos tipos de públicos. El primero busca encontrar en la ficción un retrato que espeje sus vidas con pocas o nulas variaciones, pero siempre sacando una conclusión innovadora. El segundo no puede esperar al momento en que la cotidianeidad presente un nudo, un cambio abismal que ponga al personaje rutinario de cabeza. En el caso de Pequeña flor, Santiago Mitre incluye ambas facciones de espectadores en el mundo de José. Luego de perder su trabajo, el personaje interpretado por Daniel Hendler está a punto de quedarse encarcelado en la rutina agradable de cuidar a su hija cuando un exótico vecino cambia su forma de ver las cosas. José, que hasta el principio de la película es un hombre al que el trabajo le deja poco tiempo para sintonizarse con la rutina doméstica, con su esposa, con su hija y con la lengua de la Francia que habita, cambia cuando es interpelado por este vecino. El último es el completo antónimo de José: un hombre joven que disfruta sin vergüenza cada detalle que la vida le ofrece, especialmente su propia definición de rutina. De repente, Jose ejerce cierta acción contra su vecino que cambia el curso de las cosas, inclusive el género de la cinta. No vamos a dar detalles sobre el plot twist en cuestión, pero basta con decir que la escena generó múltiples exclamaciones de asombro en la sala. ¿Qué cosa puede ser más meritoria que sorprender a un cinéfilo en pleno siglo XXI? Y podríamos pasar párrafos enteros elogiando aquel giro brusco de la historia, pero la cinta no quiere que nos enfoquemos en eso. Prueba de ello es que el nudo de la trama recién mencionado no es profundizado, ni busca generar un desenlace propiamente dicho. En cambio, se hace rutinario. Se vuelve un elemento más de la linealidad de José, que gracias a su vecino consigue inyectar una dosis de innovación a su cotidiana existencia. A partir del hecho, hasta el espectador más entrenado en cintas fronterizas tendrá que agudizar el ojo para entender dónde está parado, ya que la película no se deja encasillar ni prejuzgar. Tampoco permite que un elemento de la trama se haga más importante que otro, decisión que deja al consumidor de cine convencional perdido en la neblina. Cabe destacar que lo último no es una equivocación, sino un logro. Hay una sola cosa que, como cuestionamos antes, es más meritoria que sorprender a un cinéfilo, y es la posibilidad de educarlo mediante un desafío. Aquello se logra mediante las recién mencionadas cintas fronterizas. Ellas son las que bordean dos o más géneros opuestos, sin inscribirse completamente en ninguno. Pequeña flor se apropia de las normas y reglas de lo real para hacerlas encajar en el más absoluto extrañamiento de las cosas. Y, aunque el procedimiento se arriesga a crear un rompecabezas encastrado a la fuerza, Santiago Mitre logra que lo poco común se haga familiar. Más allá de la trama fresca, la cinta destaca por sus otros puntos fuertes. Uno de los más importantes es su poder de generar identificación en lo que refiere a la vida en pareja cuando la atraviesa la maternidad. Acá es indispensable mencionar las excelentes construcciones de personajes de Daniel Hendler y Vimala Pons, que se complementan por sus diferencias. La música también hace su aporte reforzando lo visual, desde la que acompaña a los personajes hasta la que es protagonista, como la canción de Sidney Bechet. Este todo formado por la suma de sus partes que es Pequeña flor es más que recomendable para cualquier público, pero especialmente para aquel que quiera crecer como espectador.
Santiago Mitre construye una comedia negra que dialoga con la acidez de la vieja comedia francesa y con el cine de los Hermanos Coen, con la impronta argentina necesaria para generar identidad con el público local.
Lo nuevo de Santiago Mitre esta protagonizado por un Daniel Hendler caricaturista, padre primerizo y asesino. Una comedia con mucha sangre, sexo y francés subtitulado.
El reconocido director argentino, realizador de «El estudiante«, «La Patota» (entre otras reconocidas películas) presenta en esta oportunidad una coproducción entre Francia, Argentina, Bélgica y España que tuvo su paso por el Bafici 2022 y llega a las salas este jueves. El film es un relato desconcertante, arriesgado e impredecible. «Pequeña flor» es un adaptación libre de la novela homónima de Iosi Havilio, una comedia negra despojada de toda fórmula e irreverente desde su planteo y narrativa. La cotidianidad de una pareja que acaba de traer al mundo a su primer hijo, el desempleo que castiga a uno de ellos, el cambio de roles en la dinámica familiar, las terapias, la necesidad de desquitarse con alguien como rutina forman parte de este particular universo dirigido por Mitre y escrito por él junto a Mariano Llinás. Lucie (Vimala Pons) y José (Daniel Hendler) son los protagonistas de «Pequeña Flor». La química entre ambos actores es notable: componen un matrimonio que atraviesa una crisis y varias desventuras hasta que vuelven a reencontrarse, a reenamorarse. Dentro del frenético mundo de esta pelicula las escenas más íntimas son aquellas dónde ambos se encuentran, se miran, dialogan. Cómo si todo lo demás fuera accesorio a la relación de Lucie y José (¿Lo es?) El universo irreal, lúdico y hasta gore en Pequeña flor se narra en la relación que José mantiene con su excéntrico y adinerado vecino Jean-Claude (Melvil Poupaud), con quién construye un vínculo muy particular dónde la fatalidad como rutina se encuentra presente de modo recurrente, como un loop semanal que José vuelve a vivir con ansias y devoción. Otro de los personajes llamativos de la película es el terapeuta al que acude Lucie, Bruno (Sergie López), quien interfiere en la relación de la pareja y se convierte en una persona de total desagrado para José. Son varias las temáticas y los géneros que recorre Pequeña flor, y hasta puede resultar demasiado para digerir en una audiencia desprevenida. Resulta necesario tener en cuenta que hay que quitarse las ideas preconcebidas de la cabeza sobre lo real y lo imposible al ver este filme. Está claro que Mitre no apuesta aquí a las convenciones, se centra en los hechos, en la acción más que en la palabra. Visualmente la película tiene escenas de gran impacto, mientras que el guión se apoya en pequeñas e intensas escenas entre Pons y Hendler. Un film peculiar y arriesgado que sin duda no será fácil de olvidar para quienes se adentren en él.
El tedioso encanto de la rutina Con Pequeña Flor (2022), el realizador Santiago Mitre da un nuevo salto cualitativo, en una coproducción entre Argentina, Francia, Bélgica y España que narra un típico drama conyugal que da un giro fantástico y se asienta en la comedia negra para construir una trama tan divertida como inesperada. Basada vagamente en la novela homónima del 2015 del escritor argentino Iosi Havilio, el film narra el derrotero de un dibujante argentino radicado en Francia en pareja con una mujer gala. La trama comienza con la voz en off de un narrador omnisciente que relata la historia en pasado, voz que pronto se revelará como uno de los personajes centrales de la propuesta de Mitre. El traumático nacimiento de su primera hija, Antonia, en una escena de gran potencia narrativa, y la mudanza por trabajo a la ciudad industrial de Clermont-Ferrant, son el prólogo de uno más de los drásticos cambios en la rutina de José (Daniel Hendler), un modestamente exitoso dibujante que pierde su trabajo en una conocida empresa de neumáticos, por lo que Lucie (Vimala Pons), su pareja y madre de la niña, decide buscar trabajo en un periódico local para mantener a la familia. Mientras que José se encuentra en un impase de su carrera y con un bloqueo creativo, Lucie se sumerge en tareas demandantes y agotadoras que la alejan de su esposo y su hija. En esta nueva dinámica, el hombre logra una gran conexión con la bebé, situación que se contrasta con los problemas de la madre para relacionarse con la pequeña Antonia. En uno de sus impulsos, José decide plantar un árbol en el terreno enfrente de su casa pero su pequeña pala se rompe, por lo que decide emprender la difícil tarea de pedirle una pala a sus vecinos. Así conoce a Jean-Claude (Melvil Poupaud), un extrovertido fanático del jazz que lo abruma con sus ampulosos clichés franceses. Entre ellos comienza una extraña e inesperada rutina que iniciará una curiosa amistad. Con los roles invertidos, el depresivo y estancado José cobra nuevos bríos gracias a una situación sobrenatural que lo deja perplejo, mientras que la enérgica y vital Lucie se sume en el agotamiento laboral y la crisis marital y maternal, lo que la lleva a asistir a una terapia grupal alternativa con un gurú catalán, Bruno (Sergi López). Cuando el gurú invita a José a sus reuniones las cosas se salen de control y Lucie, sorprendida y conmocionada, abandona a su esposo, que redescubre su veta creativa en medio de la soledad y la catártica rutina de su relación con su vecino y Antonia. Al igual que la literatura de Havilio, el film de Mitre es un viaje narrativo hacia un territorio desconocido que sigue el camino de José y Lucie, una pareja que se va descubriendo como tal así como se halla en el rol de padres, que ambos conjugan con sus profesiones. Entre ambos hay un choque frontal representado por la negativa de José a mejorar su precario francés y la no aceptación de Lucie de esta situación, que se suma a la pérdida del trabajo del varón, la necesidad de salir a trabajar de la mujer y la consecuente búsqueda imposible de un equilibrio entre la vida personal y el trabajo, dilema que atraviesa toda nuestra existencia contemporánea. El cuarto largometraje de Santiago Mitre, y tal vez su film más salvaje hasta la fecha, es una adaptación libre de la quinta novela de Oisi, un monólogo interior vertiginoso del abrumado protagonista que homenajea el jazz más clásico de músicos como Sidney Bechet, cuya obra es escuchada una y otra vez por José y Jean-Claude, descubriendo en ella un significado oculto de la vida. La película, escrita por Mitre en colaboración con Mariano Llinás, con quien trabajó también en sus otras obras, El Estudiante (2011), La Patota (2015) y La Cordillera (2017), también tiene una escena en un recital del popular cantante francés Hervé Vilard, que interpreta su canción más conocida, Capri c’est Fini, en una escena de este film que mantiene el equilibrio entre el costumbrismo, la comedia negra y la fantasía. Al igual que las composiciones de jazz, la trama es enrevesada y llena de idas y vueltas pero tiene una estructura definida, un eje sobre el que giran los personajes, la rutina de la vida en pareja. Las relaciones entre los personajes remiten así a la filosofía estoica del eterno retorno, una repetición cíclica de todas las instancias de la vida al infinito, situación que se encuentra en el argumento principal de la propuesta y en todos los detalles de la obra. La música, a cargo del compositor argentino Gabriel Chwojnik, remite más al terror y al thriller que a otro género, resaltando la decisión narrativa de Mitre y Llinás de situar al film en el peligroso equilibrio de géneros, el cual funciona gracias a las expresivas actuaciones de todo el elenco y la gran pericia narrativa del realizador, que más allá del talante de la obra le imprime a sus películas un sello autoral de corte clasicista, especialmente apreciado en La Cordillera pero también presente en La Patota y El Estudiante. La fotografía de Javier Julia, con quien Mitre ya había colaborado precisamente en su opus anterior, también es responsable de este tono clasicista. Mitre y Llinás crean aquí un film de escenas atrapantes e hipnóticas, llenas de expresividad, ampulosas y desafiantes, donde los actores se lucen. En Pequeña Flor también hay juegos alrededor de los choques de idiosincrasias y de la percepción que los argentinos tienen del mundo y viceversa, generando gags muy graciosos que se combinan con la Nouvelle Vague y la estética fantástica rioplatense de la literatura de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar en un híbrido abigarrado tan peculiar como maravilloso que acentúa las diferencias y los vínculos de las culturas argentina y francesa. Pequeña Flor es una película lúdica y plena en libertad creativa sobre la imperiosa necesidad que tenemos los seres humanos de construir rutinas, para luego romper con ellas en catárticas explosiones e iniciar nuevamente el proceso de adaptación a una nueva rutina en una dinámica de sístole y diástole entre ruptura y estabilidad que es la base de la fluidez de las relaciones sociales. La trama de la novela de Oisi y de la película de Mitre oscilan en torno a esta temática del eterno retorno de lo mismo que acontece durante la vida y la historia humana para presentar un relato sobre la tensión entre resistencia y aceptación ante la rutina, cuestión que atraviesa universalmente la vida en todas sus formas.
La película de apertura del BAFICI 2022 llega ahora a las salas comerciales. Un plato fuerte que, con mucha personalidad, sigue explorando ciertas ideas presentes en la obra de su director, pero quizás llevadas hacia un lugar un poco más experimental e intrigante que en sus relatos anteriores. «Pequeña Flor» o «Petite Fleur», ya que se trata de una coproducción con Francia, es el más reciente trabajo de Santiago Mitre, director de «El Estudiante» (2011), «La Patota» (2015) y «La Cordillera» (2017). Tras tres films aclamados por la crítica, Mitre se despacha con una obra bastante más experimental y diferente a sus trabajos anteriores que propone justamente de una manera más anárquica, enfocarse en ciertas cuestiones. El largometraje está basado en una novela de Iosi Havilio, adaptada por el mismo Mitre y Mariano Llinás. En ella se cuenta la historia de José, un ciudadano argentino (Daniel Hendler) que recientemente se radicó en Francia junto a su pareja Lucie (Vimala Pons), con quien tiene una hija recién nacida. La pareja parece tener ciertas diferencias en sus personalidades y en sus formas de enfrentar la vida, cuestión que los lleva a discutir muy seguido. José pierde su trabajo como historietista y al no hablar demasiado francés, se queda en el hogar con su hija mientras que Lucie, que recibe una oferta laboral, comienza su nuevo trabajo. José parece verse enfrascado en una rutina que lo tiene intranquilo pero que tampoco sufre demasiado, comienza a investigar su barrio y conoce a su nuevo vecino (Melvil Poupaud). Tras el encuentro con este excéntrico y acaudalado personaje, fanático del jazz y coleccionista de memorabilia vinculada a dicho género musical, ambos tienen una suerte de disputa en la cual José termina matando a su vecino. No obstante, al día siguiente el mismo parece estar sano y salvo en su domicilio. A partir de allí José entrará en una especie de loop surrealista donde la rutina se combina con lo fantástico. Mitre parece aglutinar varias ideas, o incluso varias películas en una. Por un lado, tenemos una comedia negra al estilo de «Very Bad Things» (1998), donde ocurre un asesinato donde el/los protagonistas tienen que ver cómo afrontar las consecuencias. Por otra parte, tenemos un drama familiar donde la mujer parece lidiar con cuestiones como depresión post-parto, crisis existencial y distintas formas de afrontar la convivencia (ella es muy inquieta y extrovertida, le gusta salir durante la semana, mientras que él parece ser un conformista que disfruta de la tranquilidad y la rutina) e incluso la vida. Y finalmente, un relato de misterio con toques de fantástico donde tenemos un crimen que parece no suceder y llevarse a cabo infinidad de veces (¿o acaso se trata de algo que sucede en la mente del protagonista?). Como sea, el director se las ingenia para yuxtaponer sus diferentes ideas en un relato irreverente sumamente entretenido, con varias capas para dejar a la interpretación y del cual el espectador no podrá sacarle la mirada desde principio a fin. La obra funciona un poco como la música (especialmente el jazz, con la pieza compuesta por Sidney Bechet que le da nombre al título del film) con su estructura compleja y llena de cambios de ritmo. De una forma similar funciona «Pequeña Flor», un film con varias caras, como las del protagonista que descubre su catarsis en los encuentros con su vecino llenos de violencia y desenfreno, para luego intentar recomponer su pareja. Dejarse llevar por el relato (y la experimentación), sus personajes y sus comportamientos parecen ser la clave para disfrutar la película incluso ante algunos reparos que uno pueda llegar a hacerle.
El cuarto filme del director Santiago Mitre, es la traslación de la novela homónima del escritor argentino Iosi Havilio, como siempre sucede es la visión que le desplegó el texto al guionista y al director, claro. Se podría decir que parte de lo narrado se desprende del afiche con que se promociona en Argentina, pero casi nadie recuerda el afiche mientras ve el filme, me parece. La película cuenta la historia de Jose (Daniel Hendler), un dibujante argentino, rosarino para ser mas preciso, que va a vivir a Francia y establece una relación de pareja con Lucie (Vimala Pons). Narrada en off por Jean Claude (Melville Poupaud), uno de los personajes importantes dentro de la trama, abre con el trabajo de parto de Lucie. Posiblemente la mejor escena.
Pequeña flor es un relato que transita el policial desde la comedia negra, coquetea con la Nouvelle Vague y tiene, “una levedad lúdica, juguetona” según la describió a este cronista Santiago Mitre. La película es un pensado aparato cinéfilo, con un protagonista (Daniel Hendler) desenfocado, por su propia historia pero sobre todo por el lugar en donde le toca vivir, una ciudad de provincias en el llamado Macizo Central francés, con una hija recién nacida, una esposa (Vimala Pons) tan desorientada como él y claro, un sofisticado y odioso vecino (Melvil Poupaud), el centro gravitacional de una historia que se repite como la ya mítica Día de la marmota pero en clave gore -con una sucesión de muertes que tienen una sola víctima-, tan absurda como fantástica y coherente con el universo que plantea la película. No es casual que el filme, basado en el libro “Pequeña flor de Iosi Havilio, tenga guion del propio Mitre junto a Mariano Llinás, que con Historias extraordinarias (2008) se empeñó en que la provincia de Buenos Aires bien podía ser el territorio de aventuras propias de lugares más “cinematográficos”. En ese sentido, del aburrido interior francés surgen personajes fuera de lo común, capaces de generar situaciones extraordinarias, también violentas e ilógicas, pero que paradójicamente, se convierten en elementos imprescindibles para volver a enfocar al protagonista y a su pareja, porque en definitiva de eso se trata, de una historia de amor que retoma toda su gloria después de una aplastante rutina. PEQUEÑA FLOR Petite fleur. Francia/Argentina/España/Bélgica, 2022. Dirección: Santiago Mitre. Intérpretes: Daniel Hendler, Vimala Pons, Melvil Poupaud, Sergi López y Françoise Lebrun. Guion: Santiago Mitre y Mariano Llinás, basado en la novela de Iosi Havilio. Fotografía: Javier Juliá. Edición: Alejo Moguillansky, Andrés Pepe Estrada y Mónica Coleman. Música Gabriel Chwojnik. Distribuidora: Trapecio Cine. Duración: 98 minutos.
Del director Santiago Mitre, reconocido por "El Estudiante", "La Patota" y "La Cordillera" llega a los cines su última y provocativa película llamada "Pequeña Flor" o "Le Petite Fleur", título más propicio porque el elenco y el idioma que prevalece es más francés que argentino. Basada en la novela de Iosi Havilio, el film con guion del propio Mitre junto a Mariano Llinás, relata la historia de José (gran trabajo de Daniel Hendler), un caricaturista argentino que vive en un pequeño pueblo de Francia y que se queda sin trabajo tras convertirse en padre de Antonia, por lo que su mujer Lucie (Vimala Pons), decide salir a trabajar. Los días de José y su pequeña beba son similares, comida, siestas y paseos. Un día, en el que está arreglando el jardín y necesita una pala, decide tocar el timbre de su vecino Jean-Claude (Melvil Poupaud), un excéntrico amante del jazz que envuelve con charlas, música y vino a José en sus visitas, cada vez más frecuentes. Nace una amistad entre ellos, con la extrañeza de que al final de cada reunión José asesina de las formas más variadas y truculentas a Jean-Claude, una y otra vez. Estos hechos transforman el carácter y la personalidad de José, haciendo que su vida rutinaria se transforme en una alocada aventura cada vez que toca el timbre de la casa lindera. Lo mejor que tiene Pequeña Flor es que logra sacar al espectador de su zona de confort al no ser la típica historia del argentino en el extranjero. El film abre un interesante abanico de temas: la paternidad, el sexo, la amistad, las crisis de pareja y el amor. Hay gratas sorpresas como la participación de Sergi López como Bruno, un gurú que encabeza el grupo de autoayuda al que acude Lucie ante los cambios que le toca atravesar. Oscura, audaz, atípica, sorpresiva, con elementos fantásticos y con un excelente y multicultural elenco, Le Petite Fleur es de esas pocas películas inteligentes que incomodan.
Una película distinta de Santiago Mitre (“La cordillera”, “El estudiante”, “La patota”) que abandona un cine social y político para meterse de lleno en una comedia negra muy irreverente, de un gran atractivo, con un gesto creativo de absoluta libertad. El director escribió el guión con Mariano LLinás, basado en la novela de Iosi Navillo y la realizó en Francia con un elenco internacional. Son muchos los temas que aborda. La primera crisis seria de un matrimonio joven, la relación con los hijos, que ocurre con los roles familiares, el descubrimiento de otros mundos, la incomodidad con respecto a las vocaciones, los celos, la rutina mediocre, las diferencias culturales y de origen. Pero lo que irrumpe para sorpresa del espectador es la sangre, el asesinato, la muerte en una repetición continua, con un resultado liberador y creativo. No conviene contar más sobre un argumento que sorprende, incomoda y divierte al espectador con ideas no convencionales de oscura comicidad, con detalles muy especiales de música y un desenlace particular. Cuenta con un elenco variado y talentoso: Sergio Hendler, Vimala Pons, Melvil Poupaud y Sergi Lopez.
"Pequeña flor", de Santiago Mitre: pánicos y deseos. La clave de que la cuarta película del director de "El estudiante" funcione tan bien es la sensación de realidad, superpoblada de acontecimientos que no suelen ser reales. “La historia que cuento es la de mi asesino”, dice la voz en off al comienzo de Pequeña flor, la nueva película de Santiago Mitre (El estudiante, La patota, La cordillera), siempre con guion propio y de Mariano Llinás. “La de mi asesino múltiple”, podría haber especificado Jean-Claude, que de él se trata. Jean-Claude es francés pero vivió unos años en Argentina, por lo cual en cuanto José le cuenta que es rosarino él pregunta, en el más perfecto porteño, “¿Ñuls o Central?” José es su vecino de al lado, que vino a pedirle una pala y terminará haciendo un uso poco ortodoxo de ella, justificadamente harto de los aires de superioridad del tipo que repite “Pero che, boludo…”. Es la primera vez que José asesinará a Jean-Claude, no será la última. Si no fuera porque todo es igual que en la realidad, se diría que Pequeña flor es la larga fantasía, el sueño despierto del protagonista, que sublima así la crasa realidad de haber perdido su trabajo y tener que quedarse en casa, al cuidado de la bebé que Lucie, su esposa francesa, acaba de dar a luz. El título en inglés de Pequeña flor, basada en la novela homónima de Iosi Havilio, es 15 maneras de matar a tu vecino. La clave de que la cuarta película de Mitre funcione tan bien es la sensación de realidad, superpoblada de acontecimientos que no suelen ser reales. Por supuesto que también es clave que esté enteramente narrada desde el punto de vista de José. Pero eso es inevitable para que todo el andamiaje de Pequeña flor no se caiga estrepitosamente. Si el corte entre realidad y fantasía fuera tan evidente como el que José (Daniel Hendler, el actor perfecto para este papel) practica sobre su némesis (un exuberante Melvin Poupaud) con una sierra eléctrica, si los acontecimientos no se vivieran como reales, sería imposible experimentar la sensación de disparate, de desmesura, de locura, que tiene lugar a partir del momento en que José asesina por primera vez a su insoportable vecino. Si Pequeña flor estuviera planteada como una fantasía lisa y llana seria aburridamente igual a sí misma, no se vería quebrada por disrupciones que mueven al desconcierto, la incomodidad y la carcajada, como el momento en que José taladra el cráneo de su vecino. Como un proyeccionista, José proyecta para sí mismo pánicos y deseos. Como diría Llinás, la historia (y esta es una película que cree en contar historias, en desarrollar una trama) es así. José, dibujante, creó un personaje que se hizo enormemente popular, un huevo “infame” llamado Cucú. Para ganarse la vida trabaja como diagramador. Lo echan del trabajo, poco después de que Lucie (la francesa Vimala Pons, en la actuación más extraordinaria que haya dado el cine en lo que va de la década) diera a luz a Antonia o Antoniette. El mismo día Lucie consigue empleo como periodista, por lo cual deberá ser José quien se quede en casa para darle la papilla a la bebé. Allí viene lo de Jean-Claude y la pala. En uno de tantos ataques al cliché que la película emprende, Jean-Claude, cuyo trabajo consiste en “ayudar a los empresarios a bajar la calidad, evadir, despedir”, presenta el aspecto de un gigoló (gomina, bigote anchoíta, pantalones color crema) y es un verdadero enfermo del hot jazz que escucha una y otra vez, hasta el hartazgo, el tema que da título a película y novela. Cuando Jean-Claude desaparezca de escena hará su entrada una segunda figura de autoridad, la del psicólogo-chamán Bruno Rodríguez (Sergi López, sensacional), que incita a Lucie a masturbarse en medio de la sesión de terapia grupal. Al compás de su protagonista, cuyo único y largo grito desesperado es la desesperante fantasía que produce para sí mismo, Pequeña flor es reprimida y angustiada, ahogada y salvaje, contenida y desatada, ridícula y distorsionada. En términos narrativos es de una valentía, un desborde, un gusto por el caos controlado que el timorato cine contemporáneo parece haber abandonado para siempre. Todo está en estado de gracia aquí. Sobre todo unos personajes, unos actores, que dan de sí lo máximo y un poco más. Esa es la medida de Pequeña flor: todo el tiempo un poco más. Mucho más.
Lo interesante de 'Pequeña flor' es que no tiene una referencia directa con nada. Tampoco se refleja en un solo género porque en sí misma es un mix de estilos. Toma pocos y sutiles recursos de cada uno de sus creadores para tener identidad propia. Entonces se basa en la novela 'Pequeña flor' de Iosi Havilio, se configura en un guion bajo la impronta de Mariano Llinás ('La flor', 'Historias extraordinarias') y Santiago Mitre ('La patota', 'La cordillera'), y se redefine por la dirección de este último; más el código actoral ciento por ciento argento de Daniel Hendler y la muy grata sorpresa de su coprotagonista francesa, Vimala Pons. Una unión de caracteres exitosa que, prejuiciosa y erróneamente, a priori despertaría algún gesto de incredulidad. PERFILES 'Pequeña flor' nos sitúa en una ciudad poco brillosa y bastante lúgubre de Francia, donde José (Hendler), padre primerizo y dibujante recientemente echado de su trabajo, se encarga del cuidado de su hija y de los quehaceres del hogar; mientras que su mujer Lucie admite su incapacidad para asumir la maternidad y sale a trabajar. El, argentino y con un francés bastante tosco; ella, nativa y con dominio absoluto de ambas lenguas. El, trabado con su vida social y con una conexión plena con su hija; ella, con vínculos sociales aceitados y su intimidad con la suavidad de una lija. El trinomio Havilio-Llinás-Mitre hace una primera parte lógica, entretenida y sagaz, hasta que en un segundo giro -el primero es cuando la pareja invierte sus roles hogareños- plantea la confusión. Ahí el filme toma otro rumbo y sella su código diferencial e inédito. Se comienza a planear por la fantasía, esa que tanto caracterizó a la literatura de Julio Cortázar y Leopoldo Lugones, y cuando se logra descifrar lo que se quiere contar, como espectadores volvemos al eje. Una turbulencia aceptada y hasta gozosa, sobre todo por las buenas actuaciones del reparto, con actores como Melvil Poupaud y Sergi Lopez como figuras. Siempre en una trama que oscila entre el francés y el español. 'Pequeña flor' pareciera negar su ADN nacional, pero no por querer ser un filme pretensioso con aspiraciones de alto hándicap, sino porque es con esa falsa modestia y su lenguaje ambiguo que conquista con sintonía plena.
Adaptación libre de la novela homónima de Iosi Havilio en la que un hombre en crisis, desempleado y al borde de la locura encuentra en la ¿fantasía? la manera de evadir la realidad. Una de las películas más originales y potentes del año. Santiago Mitre vuelve a demostrar su capacidad para dirigir y explorar el soporte.
El cine de Santiago Mitre estaba claramente atravesado por el discurso político tal como lo muestran sus tres primeros trabajos “El Estudiante”, “La Patota” y “La Cordillera”. Sorprende entonces, muy positivamente la llegada de “PEQUEÑA FLOR”, como un aire fresco y revolucionario para su cine: la adaptación cinematográfica –muy libre- de la novela de Iosi Havillo que le permite desestructurarse por completo, jugar libremente con los géneros y sumergirse, inclusive, en el terreno fantástico. Su presentación oficial ha sido como película de apertura en la última edición del BAFICI, teniendo ahora su estreno comercial en salas. Parte de la “culpa” de esta revolución creativa es la inquieta participación en el guion de Mariano Llinás, un amante de quebrar todas las estructuras narrativas, experimentar, innovar y dejar fluir las historias sin adherir a ningún género en particular. Es así como esta adaptación de la novela narrada en un tirón (un solo párrafo como una gran diatriba interna del protagonista) arranca como la historia “tradicional” de una pareja que enfrenta una profunda crisis. Por un lado, la crianza de su bebé frente a la pérdida de trabajo del personaje protagónico (José) a cargo de Daniel Hendler. Por el otro, la sensación de vivir en el desarraigo –la pareja vive desde hace un tiempo en Clermont-Ferrand, Francia-, con un José ajeno a esa ciudad, balbuceando un idioma que apenas conoce y teñido de esa otredad de lo que le es completamente ajeno. La paternidad, el mundo del trabajo, el poder detentado en la pareja por los ingresos económicos, la incomunicación, el choque de culturas y la incertidumbre, son algunos de los temas que se presentan en esta introducción donde, una comedia agria centrada en la crisis de pareja, rápidamente dará varios giros que modifican abruptamente el tono de la película, cambiando diametralmente de registro, invitando al espectador a efectuar un recorrido diferente a lo que parecía proponer en un inicio. Previamente, una voz en off ya nos ha advertido que el eje de la historia no es estrictamente lo que vemos. Esa voz es la del excéntrico vecino, amante del jazz, al que José visita para pedirle prestada una pala. No sabremos ni cómo sucede, pero lo cierto es que el vecino termina con la pala clavada en el cuello, tirado en el piso con un enorme charco de sangre a su alrededor. Lo que pareciera tornarse en una típica película de suspenso, entra rápidamente en el terreno de lo fantástico cuando al día siguiente José se cruce con su vecino y, a partir de ese momento, todos los jueves ensaye las mil y una formas –a cuál más violenta- de deshacerse de él, dando rienda suelta a su instinto más animal, a su costado más psicópata. Y al día siguiente (como una versión sombría y sanguinaria de “Groundhog Day / Hechizo del tiempo”) el vecino estará nuevamente allí, disponible para seguir aconsejándolo sobre la buena vida y la recomposición de su pareja. Los asesinatos, cada vez más crueles, más violentos y también más absurdos, serán acompañados de una resurrección cotidiana que permitirá un nuevo encuentro. Y es en este delirio donde Mitre se mueve cómodamente en la mixtura de géneros y de giros inesperados, con momentos que tienen tonos de comedia pero también bordean lo bizarro y lo visceral del gore. “PEQUEÑA FLOR” aún en su propuesta distópica, mantiene siempre el ritmo de thriller (psicológico) contenido en un clima fantástico que nunca suelta. El José a cargo de Daniel Hendler se muestra muy dispuesto a ese juego propuesto junto al vecino, que compone Melvil Poupard (el inolvidable Laurence de “Laurence Anyways” de Xavier Dolan) y juntos hacen una excelente dupla para llevar adelante el tono travieso y lúdico de este nuevo Mitre junto con una notable intervención de Sergi López. Sólo algunas escenas entre Vimala Pons (en el papel de la pareja de José) y Hendler no logran la química esperada, donde aparentemente el límite del idioma juega una mala pasada, pero no impiden que el espíritu de juego que se libera en “PEQUEÑA FLOR”, haga de este trabajo una muy digna incursión de Mitre en otras texturas.
El filme comienza presentándonos a José (Daniel Hendler), un rosarino que vive con su pareja Lucie (Vimala Pons) y su hija de apenas algunos meses de edad. José es dibujante, vive de eso, pero sus dibujos también son un medio para expresar y canalizar todo lo que le pasa y le aqueja. Las diferentes situaciones que irán aconteciendo en los primeros minutos evidenciarán que la pareja está pasando por un momento del crisis por temas laborales, a lo que se le suma el hecho de ser padre y madre por vez primera y que a José le está costando bastante adaptarse a su nueva vida en una ciudad de Francia.
Sobre las desventuras de un dibujante rosarino La vida mundana, la construcción y el sostenimiento del amor en clave de humor negro son algunas de las pautas que toma Santiago Mitre para la estructuración (si es que tan severa definición aplica) de la historia que busca narrar con Pequeña flor, producción que, tras su paso por la última edición del Bafici como película de apertura, llega ahora a las salas comerciales. ¿Dónde empieza la fantasía y dónde la realidad? Es una pregunta que ocasionalmente todos nos hemos hecho alguna vez, en la noche de más febril imaginación, en los momentos más raros de la vida. Ese es el guante que los personajes utilizan para recorrer en una París muy diferente, fuera de la idea turística que todos tenemos en la mente. Daniel Hendler y Vimala Pons hacen una excelente pareja y, aunque parezca una obviedad, es la química una de las cuestiones más importantes en la elección de los integrantes de un elenco. El trío protagonista se completa con Melvil Poupaud, el excelente actor francés que juega las risueñas (y sangrientas) escenas con Hendler. Adaptación de la novela de Iosi Havilio, Pequeña flor fue guionada por Mariano Llinás junto al propio director, quien permita que se haga presente todo lo que implica el recorrido de los diferentes géneros que atraviesan el film; y es el que hace que el relato funcione con las particularidades de las que se apropia. Para el espectador en busca de una película novedosa y entretenida, Pequeña flor es una opción perfecta a la hora de ir al encuentro de algo distinto y valioso en lo estético en el momento de decidir una nueva cita con la pantalla grande.
APOCALÍPTICO E INTEGRADO Luego de sus comienzos en el ala independiente del cine nacional, Santiago Mitre se hizo camino por el centro de la industria en películas que no dejan de pensarse desde un lugar autoral: así son La patota y La cordillera, y así intuimos que será Argentina, 1985, su próxima gran producción con Ricardo Darín en el protagónico, como el fiscal que enjuició a los altos mandos militares en la renovada e incipiente democracia nacional. La trayectoria profesional de Mitre parece sincronizada y organizada, como lo son las puestas en escena milimétricas de sus películas. Por ese motivo, un film menor como Pequeña flor luce como una saludable anomalía: una comedia negra con elementos fantásticos que descree de las explicaciones y que avanza sin miedo al ridículo, creando en ese movimiento un universo decididamente propio. Es, por esos motivos, también una propuesta inusual para el cine argentino. Pequeña flor tiene como protagonista a José (Daniel Hendler), un dibujante argentino, que vive en una pequeña ciudad francesa junto a su esposa (también francesa, Vimala Pons) y la pequeña hija recién nacida. Y a quien un cambio en su situación laboral y la obligación de quedarse en casa a cumplir los roles que hasta ese momento cubría su mujer, lo introducen en un plano existencialista donde los efectos de la alienación se hacen evidentes por medio de un giro truculento: un día, yendo a pedir una pala a un vecino, lo termina asesinando sangrientamente. Pero lejos de meterse en los territorios del policial (aunque los merodea un rato), el film de Mitre se tira de cabeza a lo fantástico, aunque no termine de plantearlo en esos términos. Porque José descubre al otro día que su vecino está vivito y coleando, y porque la instancia criminal se repetirá hasta extremos grotescos (hay asesinatos con motosierras y taladros), sin que la película se convierta en una de loop temporal. Hay una situación que se repite mecánicamente (el asesinato), pero el mundo que rodea al protagonista continúa su lógica espacio-temporal de días que se suceden sin alterarse. Ese balance entre lo irreal en un envoltorio realista es lo que vuelve a Pequeña flor mucho más resbaladiza y esquiva a las interpretaciones. Producida por nuestro país junto Francia, Bélgica y España, y basada en una novela de Iosi Havilio adaptada por Mariano Llinás y el propio Mitre, la película toma a favor el tema de la coproducción para jugar con los quiebres lingüísticos y con la distancia que existe entre un extranjero y un entorno con el que no logra comunicarse del todo. Ese extrañamiento lleva a situaciones extremas, como la subtrama del terapeuta interpretado por Sergi López, que además se vincula con ideas anteriores del cine de Mitre, como aquella de la sesión de hipnosis a la que sometían a la hija del presidente en La cordillera. Si esa idea no hacía sistema dentro de un film tan críptico como demasiado derivativo, aquí luce ajustada a una estructura que se vale de esa extrañeza para seducir al espectador y llevarlo constantemente de la nariz. Y, más aún, fricciona con la idea final, donde la mirada sobre la rutina es tan curiosa como irónica para repensar un regreso de la pareja a instancias mucho más conservadoras y tradicionales. Pequeña flor no se asume como tal, sino que se burla un tanto de ese caos interno de los relatos psicológicos para ordenarlo por el lado del disparate. No deja de ser una vuelta de tuerca interesante sobre los conflictos de la burguesía y sus represiones de toda índole, mientras hace gala de una ligereza saludable no solo para el cine nacional sino incluso para la filmografía del propio Mitre.
Un matrimonio no tan normal. Pequeña flor es una coproducción entre Argentina y Francia, que abrió la última edición del BAFICI. Está protagonizada por Daniel Hendler y dirigida por Santiago Mitre. Además de contar con un elenco de figuras de diferentes países, como la hindú Vimala Pons, el catalán Sergi López, y los franceses Melvil Poupaud y Françoise Lebrun, entre otros. La historia, adaptada libremente de la novela homónima de Iosi Havilio, se centra en José (Hendler), un argentino que vive en Francia, y cuyo matrimonio entra en crisis cuando es su mujer quien sale a trabajar, mientras él se queda en su casa al cuidado de su hija. Pero accidentalmente descubre que cuando asesina a su vecino Jean-Claude, este no sólo revive al día siguiente, sino que mejora su relación conyugal, motivo por el que empieza a hacerlo de diversas maneras. En primer lugar, es necesario aclarar que, si bien esta película aborda una temática completamente diferente al del resto de la obra de Santiago Mitre, mantiene el mismo problema en cuanto a su estilo narrativo. Que es el desorden que genera abarcar demasiados temas, con un resultado desparejo, en el que pueden apreciarse escenas geniales, como la del baile con el picahielo, que quedan descolgadas del resto de la trama en la que se desaprovechan una gran cantidad de ideas ingeniosas. Un párrafo aparte merece Daniel Hendler, que una vez más interpreta a un antihéroe, que funciona como nuevo ejemplo de la clase de personaje en las que está encasillado desde el comienzo de su extensa carrera, y que atraviesa el mismo problema que su Ariel Perelman en Derecho de familia (Daniel Burman, 2006). Pero que su director saca provecho haciéndolo hablar tanto el castellano como el francés con acento porteño para mostrar el desarraigo que experimenta su personaje, y que lo diferencia de su antagonista Bruno Rodríguez (López), quien oculta su origen catalán en su verborragia con acento parisino. En conclusión, Pequeña flor es una película que, al igual que tantas otras, cuenta una historia de crisis matrimonial. Pero se diferencia de la mayoría por la incorporación del humor negro y el realismo mágico en su trama desordenada, que no termina de aprovechar las buenas ideas, y se queda únicamente con algunos momentos felices desconectados del resto.
Híbrida flor. Es curioso cómo Mariano Llinás se ha mostrado sagaz y lúdico cuando dirigió sus propios guiones (al menos los de Historias extraordinarias y La flor), mientras que cuando participa como guionista en películas de Santiago Mitre prima la sensación de prometerle al espectador algo que finalmente no se cumple del todo, de barajar elementos provocadores sin saber mucho qué hacer con ellos, de plantear diálogos y situaciones que no conducen a ningún debate fértil. Ocurría en la remake de La patota (2015), en La cordillera (2017) y se repite ahora en Pequeña flor (habrá que ver qué sucede con Argentina, 1985). Lo novedoso aquí es que Mitre se diferencia de sus anteriores películas –dramas sobre problemáticas sociales que parecían alentar la discusión, incluyendo la sobrevalorada El estudiante (2011)–, proponiendo (tomando como punto de partida una novela de Iosi Havilioun) un relato de humor negro con ribetes fantásticos, pero el resultado sabe a poco. Una vez más, vale preguntarse qué quisieron contar Mitre y Llinás: si su propósito fue acercarse a la comedia o al terror, cuesta encontrar buenos gags y sobresaltos ante alguna forma de horror, y si se apostó al disparate, vienen a la memoria películas superiores como De repente, el paraíso (2019, Elia Suleiman). La acción transcurre en una pequeña ciudad francesa y los principales personajes son un dibujante (Daniel Hendler, logrando una vez más empatizar con los espectadores con recursos propios), su hiperquinética mujer (Vimala Pons, a quien tal vez algunos recuerden como la pareja del ex marido de Isabelle Huppert en Elle, de Verhoeven), la beba de ambos, un sinuoso vecino amante de los buenos vinos y la música (Melvil Poupaud, aquel jovencito de Cuento de verano, de Eric Rohmer), y un estrafalario gurú (el español Sergi López, visto en Rifkin’s festival, Lázzaro felice, El laberinto del fauno y muchas otras). Los enredos se suceden cuando el primero pierde el trabajo, su esposa consigue rápidamente uno que no le gusta, el vecino aparentemente muere por un accidente y el chamán involucra a la pareja central en los absurdos ejercicios de su terapia. Ahora bien: ¿los incidentes provocados por las necesidades o exigencias de un bebé, o la idea narrativa de un hecho repitiéndose como en loop, no se han visto en cine antes y mejor? Que el (supuestamente) asesinado sea quien cuente la historia en off, o que el principal personaje femenino confiese que necesita masturbarse con frecuencia ¿bastan para provocar la risa? No resulta muy comprensible que el ilustrador empiece de pronto a garabatear dibujos ligeramente obscenos o que una amable vecina aparezca a ofrecerse para cuidar a la niña y prepararles comidas. Se podrá decir que Pequeña flor es sobre los pensamientos, deseos y temores que asaltan a un hombre inseguro por distintas circunstancias, pero aun así el conjunto luce disperso, como si por momentos todos se sintieran impulsados a divertir sacudiéndole la solemnidad a eventos delicados, como un parto o un asesinato. Cuando Pequeña flor da un poco de respiro en medio de las gesticulaciones, evidencia esmero formal –en la composición de algunos planos y el buen uso de los exteriores, o por ejemplo en la irrupción en la casa de la vecina cubierta de plantas–, tendiendo a lo que podría verse como un cuento quizás mágico, sin dudas macabro. Finalmente, algunas de sus características recuerdan a Competencia Oficial (Cohn/Duprat), estrenada este año: varios actores extranjeros, vistosas locaciones en las que no aparece nada representativo de nuestro país, chistes sin brillo. En el film de Mitre lo argentino apenas asoma (Hendler es rosarino y le hablan de las islas del Paraná, pero casi no habrá en el transcurso del film otra referencia a nuestra gente o nuestra historia), las palabras en francés lo dominan hasta ocupar incluso el título en algunos afiches, y la petite fleur no es el ceibo ni el irupé litoraleño sino un tema compuesto por el músico estadounidense de jazz Sidney Bechet (además de un posible guiño a la flor nada pequeña de Llinás, la película antes mencionada). ¿Será así el cine argentino de calidad que empezaremos a ver de ahora en más? El problema, desde ya, no son las coproducciones con actores de otros países, sino que, a diferencia de las que hizo Torre Nilsson en los ’60, o de algunas dirigidas décadas después por María Luisa Bemberg, Fernando Pino Solanas o Edgardo Cozarinsky, en éstas lo regional o latinoamericano –con sus matices, sus problemas, su bagaje cultural– se diluye a favor de una lustrosa e insustancial hibridez.
El dibujante, su esposa, el vecino y el gurú Ya se estrenó en Argentina la nueva película de Santiago Mitre, Pequeña flor, una coproducción entre Argentina, Francia, Bélgica y España. Luego de su estreno en la ceremonia de apertura de la 23º edición del BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), tiene su estreno comercial Pequeña Flor (Petite fleur, 2022), dirigida por Santiago Mitre reconocido por sus largometrajes El estudiante (2011), La patota (2015) y La cordillera (2017). En esta ocasión el guión fue escrito por Mitre junto a Mariano Llinás, como en tantas otras ocasiones, y está basado en la novela de Iosi Havilio titulada Petite fleur jamais ne meurt (Pequeña flor nunca muere) publicada en 2017. En consecuencia, la transposición narra la historia del matrimonio compuesto por un hombre argentino José (Daniel Hendler) y una mujer francesa Lucie (Vimala Pons), quienes se han mudado a Francia hace algunos años. El filme comienza con el nacimiento del parto de la hija de ambos -en donde una voz over que luego sabremos a quien pertenece y que funciona como el narrador- marca la diferencia entre el rol paterno y el rol materno durante el nacimiento. De este modo al comienzo se representa un rol “pasivo” del padre y la función activa y sacrificada de la madre. Sin embargo, posteriormente cuando José es despedido de su empleo como dibujante, Lucie consigue trabajo y los roles familiares se invierten, ahora será José quien deberá quedarse en la casa y ocuparse de cuidar a su hija Antonia. Mientras antes se mostraba cómo Antonia no disfrutaba la comida de su madre y a su vez como Lucie padecía cuidarla, José tendrá éxito recíproco en dicha tarea. A partir de allí, comenzarán los problemas de pareja, incluida la falta de comunicación la cual es enfatizada en el filme porque José (el extranjero) a pesar de vivir allí parece negarse a aprender francés, y a su vez Lucie dice “las cosas importantes”. El largometraje narra todas estas discusiones de pareja con un tono acerado de sarcasmo que produce gracia en el espectador. Dicha poética será enfatizada por el “humor negro” que se desatará a partir de la propuesta original del relato: inesperadamente José matará a su vecino Jean-Claude, un detestable snob -y fanático de la música de Jazz, de allí proviene el título del filme-, una y otra vez encontrando placer en el asunto. Este elemento es el más acertado del filme, es una buena idea pero que lamentablemente según avance la acción perderá potencia. En paralelo Lucie, quien también padece cierto vacío o falta de conexión con José, acude a un peculiar psicoanalista cuyo grupo terapéutico funciona como una especie de secta y éste como un “gurú espiritual”. En consecuencia, a pesar de que se reconoce que el relato esboza planteos inquietantes y cuestionadores sobre la rutina, las relaciones de pareja y la llegada a la misma de los hijos, sin embargo, carece de conmoción y lamentablemente en su desenlace parece desdibujarse no produciendo asombro en el público, resultando algo monótono. En conclusión, se valora la intención de la obra con una propuesta distinta a través de un peculiar humor irónico, una poética crítica a los roles tradicionales y las verosímiles actuaciones de sus intérpretes para una representación que es universal, puesto que podría situarse y producir identificación en cualquier tiempo y espacio. Por Denise Pieniazek Ficha Técnica Origen: Argentina/Francia/ Bélgica/ España. Año: 2022. Dirección: Santiago Mitre. Guión: Santiago Mitre y Mariano Llinás basado en la novela de Iosi Havilio. Elenco: Daniel Hendler, Vimala Pons, Sergi López, Melvil Poupaud, Françoise Lebrun, Éric Caravaca, Hervé Vilard, Amapola Golzman, Calypso Roure, Jean-Luc Piraux. Dirección de Arte: Pierre-François Limbosch . Dirección de Fotografía: Javier Julia. Montaje: Andres P. Estrada, Alejo Moguillansky. Música: Gabriel Chwojnik. Producción: Didar Domehri y Agustina Llambi-Campbell. Duración: 98 minutos. Fecha Estreno en Argentina: 23/6/2022. Distribución: Maco Cine.
Pequeña flor (Petite Fleur, Francia/Argentina, 2022) es un largometraje dirigido por Santiago Mitre y protagonizado por Daniel Hendler y Vimala Pons. El guión es de Santiago Mitre junto a Mariano Llinás y está basado en el libro Petite fleur jamais ne meur de Iosi Avilio. La película se ve tanto como una película francesa y Argentina al mismo tiempo, aunque nadie está preguntándose a qué país pertenece. Está hablada en castellano y francés, porque el protagonista, José (Hendler) habla español y él junto a su mujer Lucie (Pons) viven en Francia. También aparece el actor español Sergi López así que los idiomas se van combinando con naturalidad a lo largo de la trama. Pequeña flor es la historia de una crisis matrimonial y personal. Es una especie de comedia negra que puede moverse entre la oscuridad y la simpatía de manera fluida, una screwball comedy por momentos perturbadora. No se sabe si la película viaja hacia Ojos bien cerrados o La historia de Palm Beach, por citar dos títulos que seguramente no han sido referencia para el director y guionista pero describen bien la ambigüedad de la historia. Hay miles de películas sobre crisis de pareja, muchas juegan la carta razonable y aburrida del naturalismo, otras, como en este caso, se divierten jugando con la sorpresa y la libertad que la ficción permite. José ha tenido éxito como historietista pero ha entrado en crisis. Su mujer consigue un trabajo y él debe cuidar la casa y a su pequeño bebé. Todas sus inseguridades salen a flor de piel hasta que decide ir a pedirle una pala a su vecino, lo que le abre a la película una serie de puertas que no se pueden anticipar pero que le dan a esa crisis una forma cinematográfica muy divertida con una historia que nadie puede adivinar en qué dirección irá. Una película estimulante, lejos de las formas chatas y sin vida que le restan vida al cine. Para ver en salas y sentir que se ha visto una película de verdad.
Temas políticos y sociales cimentan el núcleo de la obra de un cineasta de sumo interés, responsable de títulos como “La Patota” o “La Cordillera”, ejes del cine nacional de la pasada década. Esta bienvenida alternativa, en medio de un blockbusters que implosiona en la temporada invernal, se nos presenta como una comedia negra, dispuesta a surcar límites surrealistas y fantásticos, en pos de explorar su costado más extrovertido y escabroso. El corrimiento de la realidad es menester, y en su recorrido narrativo el film presentará rotundos cambios de género dentro del propio registro. Filmada en Francia antes de la pandemia y recién estrenada en la pasada edición del Bafici, “Pequeña Flor” está basada en la novela de Iosi Havilio, dueña de un explosivo y expansivo potencial a la hora de ser transpuesta a la gran pantalla. Una exquisita propuesta estética, a la postre convertida en rara gema dentro de una obra sumamente homogénea, como la de Mitre. Un argentino desarraigado en París se convierte en el centro de un relato inserto en una dimensión desconocida. Amor y crisis suelen ir de la mano en tiempos de paréntesis, suena “Petite Fleur” en melodías de jazz, entramos en trance, mientras guiños cinéfilos cobran vida a modo de homenaje. Sergi López, enorme referencia actoral a nivel mundial, luce estrafalario como habitual, dotando de extrañeza a la película. El asesinato se transforma en un acto cómplice y el descubrimiento del impulso más oscuro puede, quizás, canalizar elementos del subconsciente onírico. Mitre cumple una gran labor a la hora de dotar de un nuevo significado a la obra original, con créditos de guión compartidos con Mariano Llinás. El universo del realizador se sigue expandiendo, consolidándose como un exiguo estandarte del cine de autor autóctono.
Va a ver una película rara. No porque sea incomprensible (es totalmente comprensible y, dado que transcurre en Francia, en la muy fea Clermont-Ferrand, digamos que es cartesiana) sino porque la mezcla de tonos hace que se genere un estado entre la euforia y el desconcierto bastante saludable. Hay un argentino mudado a Francia que se queda sin trabajo, su mujer francesa a la que entiende poco, una bebé en el medio. Un pequeño drama burgués donde el hombre se queda en casa. Y aparece un vecino amante del jazz que escucha muchas veces esa “Pequeña flor” y es asesinado. Muchas veces. Bueno, esa es una de las sorpresas: la idea de cómo algo salvaje e imprevisible saca de la rutina (especialmente sexual, pero no solamente) a una pareja acuciada por los pequeños problemas de lo cotidiano. El cuento de cómo romper la rutina, digamos, pero mucho más que eso y contado con un humor entre costumbrista y salvaje que no se ve con ninguna frecuencia en el cine. Hay momentos para el susto y para la carcajada, para el suspenso y para la alegría musical, como si el cine fuera no solo un arte sino, sobre todo, un juego. El elenco multinacional funciona perfectamente gracias, en gran medida, a su juego de acentos y modismos. Una sopresa en la cartelera, bienvenida ante tanto ruido a reglamento.
Un viaje alucinógeno entre la fantasía y la comedia negra Santiago Mitre explora los múltiples cruces que surgen de la mezcla del género fantástico, las historias de amor y la comedia negra, y ofrece un cuarto largometraje que recupera una frescura creativa que yacía dormida desde la excelente El estudiante (2011). Pequeña flor es una historia inquieta que hace de la mixtura de géneros (es una comedia negra encapsulada en un drama amoroso, con un subrayado componente fantástico) un sello de originalidad puro que brilla por sí solo. La adaptación de la novela de Iosi Havillo -guionada por Mariano Llinás y Santiago Mitre, y dirigida por este último- es endiablada, salvaje y divertida, a la par de que sufre marcados altibajos en el ritmo de la historia. José (Daniel Hendler) es un padre primerizo que acaba de mudarse a Francia para criar a su hija recién nacida junto a su mujer (Lucie Vilmala Pons). Un día sin saber por qué, asesina a su nuevo vecino (Melvil Poupaud). A los pocos días su vecino está ahí como si nada. No ha muerto. José entonces, decide ponerse a prueba, y vuelve a asesinarlo. El acto se repite incansablemente y mientras José descarga sus frustraciones en la carne, su matrimonio empieza a resquebrajarse por amenazas externas que alteran el orden de su vida. En el comienzo Mitre plantea un escenario donde la magia domina las reglas del juego y alimenta la ansiedad del auditorio por entender el mecanismo del ritual sangriento, que tiene a José como poseso. La desenfrenada primera parte de la historia da paso a un desparejo segundo acto, más emocional y vincular, donde se aísla la fantasía para indagar en los personajes. El cambio de tonos es brusco y no da lugar a la transición, generando un confuso efecto de grieta en las narrativas; como si hubiese dos o tres películas diferentes donde debería haber solo una. Pequeña flor es como un rompecabezas de mil piezas: es desafiante pero uno no sabe por donde arrancar. El punto fuerte de la película yace en su elenco, liderado por un impecable y muy cómico Daniel Hendler, y en la construcción de personajes fuertes. En cierta forma, el componente fantástico no es más que una persiana de la verdadera trama: una extrañísima y rebuscada historia de amor. Santiago Mitre recupera el buen pulso en la dirección de proyectos, algo que yacía dormido desde la excelente El estudiante (2011), y ofrece una película cumplidora, con algunas aciertos y baches, pero con la sorpresa de lo imprevisible como as bajo la manga.
José (Daniel Hendler) es un talentoso dibujante que se queda sin trabajo y empieza a pasar mucho tiempo en casa. Enunciado así, el tagline de Petite Fleur/Pequeña flor, la película de Santiago Mitre, esconde su rareza. Eso que hace de esta historia, tomada de un relato de Iosi Havillo (el guión escrito con Mariano Llinás, como todos los films de Mitre), una extravagancia políglota y crosgénero. Es que José está viviendo en Francia, donde se comunica en un francés muy básico (un desafío perfecto para ese registro atribulado que es especialidad del uruguayo Hendler). Vive con su mujer francesa (estupenda Vimala Pons), que tendrá que salir a trabajar, y su pequeña bebé, Antonia. En su forzoso tiempo libre el artista establecerá un vínculo con el vecino de al lado, un sibarita amante del jazz (Melvil Poupaud). Una relación que parece servirle de válvula de escape, entre vinos caros, ricas picadas y buena música, a pesar de el primer encuentro termina en un baño de sangre y gore. Comedia negra, cruzada con historia de rematrimonio, retrato de la vida conyugal de expatriados, hablada en francés, Pequeña Flor es una sorpresa en la línea de trabajo de Mitre (La Cordillera, La Patota, El Estudiante), un director interesado en temas políticos que pronto estrenará Argentina, 1985, la del juicio a las juntas. Para muchos, el tipo de humor que propone podrá resultar desconcertante. Aunque no todos los chistes tengan la misma eficacia, sirven como vehículo para comentar asuntos diversos, de los más serios, con inteligencia y libertad. Lo imprevisible de la historia y el material difícil de encasillar que ofrece la convierten, entre tanto producto formateado, en una obra fresca y deforme, en el mejor sentido.
De Rosario a Francia en un paso de comedia José es un dibujante rosarino que vive en París con su novia francesa y acaban de ser papá y mamá de una beba. Hasta ahí es una historia sin demasiados problemas, hasta que él pierde el trabajo, ella consigue un puesto en un diario, José se convierte en amo de casa y es el responsable de atender todo el tiempo a la pequeña Antonia. Ese cambio de “rutina”, palabra clave en el film, convierte a “Pequeña flor” en una disfrutable apuesta que sazona cine fantástico con una comedia negra atravesada por la siempre bienvenida historia de amor. Santiago Mitre se corre del registro de sus tres largometrajes anteriores “El estudiante”, “La patota” y “La cordillera”, para sumergirse en otras aguas. Y vaya si sale a flote. Porque se anima a arriesgar con el derrotero de un personaje que accidentalmente cae en lo de un vecino (Melvil Poupaud) para pedir una pala y luego de un brote inesperado lo termina matando. La sorpresa es que al otro día Jean Claude, el muerto, lo saluda desde un auto y lo vuelve a invitar a su casa. Estaba de parranda. Es aquí cuando la película muta en una comedia negra disparatada, porque José entra en el juego que le propone este sibarita amante de los buenos vinos y la música de jazz, que aparentemente también ama morir para resucitar al día siguiente. Y José lo matará una y otra vez, de varias formas diferentes. En ese secuencia, como si fuera un loop interminable, encuentra un sabor extraño a su vida, mientras aprende día a día cómo ser mejor padre y ve que su mujer, la bella Lucie (brillante Vimala Pons) encuentra más placer en la autosatisfacción que en los encuentros sexuales con su marido. En medio de esa trama singular, Mitre reflexiona sobre el valor de la rutina, personal y de pareja; invita a pensar una vez más que la distancia entre la vida y la muerte es un suspiro; se anima a poner sobre el tablero temas como el sexo y el deseo, y de fondo nunca deja de contar la historia de amor. De paso, hay un guiño para Rosario. “¿Central o Ñuls?”, le pregunta el chiflado vecino francés a José (impecable Hendler) cuando se entera que es de esta ciudad e incluso también habrá alguna alusión a las islas y los camalotes. Una película que abre varias puertas de sentido para salir a jugar.
Matar o morir Una pareja en crisis experimenta una catarsis fantástica y truculenta en “Pequeña flor”, dirigida por Santiago Mitre. Repliegue doméstico en suburbio extranjero, Pequeña flor marca el demorado regreso de Santiago Mitre a salas luego de esa ambiciosa patinada que fue La Cordillera (2017). Todo lo que allí era presidencialmente diabólico se vuelve mal de entrecasa en la adaptación de la novela de Iosi Havilio, que desplaza a su pareja protagónica a una remota localidad francesa. José (Daniel Hendler) es un dibujante argentino de tiras cómicas que se queda repentinamente sin trabajo, situación que obliga a su mujer Lucie (Vimala Pons) a ponerse el traje y alistarse en un periódico, dejándolo a él a cargo de la beba Antonia. La inversión de roles es tierna y apacible hasta que José va a pedirle una pala al vecino de al lado, el bon vivant de bigotes finos Jean-Claude (Melvil Poupaud), que exacerba la pasividad de José con sus bailoteos melómanos (pone Petite fleur, de Sidney Bechet) y tomadas de pelo hasta incentivar su homicidio. “Esta es una historia de mi asesino”, dice la voz en off de Jean-Claude, que sucumbe al ataque catártico de José una y otra vez, y de las más diversas y macabras maneras, emulando la repetición fantástica de El día de la marmota bajo la estela que dejó Hitchcock. Con esa premisa de fondo, Pequeña flor va desgajando sus pétalos mortíferos a la vez que le da un giro completo al vínculo entre José y Lucie, resentido por la crisis laboral del desempleo de él y la explotación que padece ella. Desenamorados y frustrados sexualmente, recurren a un hilarante chamán (Sergi López) y sus sesiones grupales para recuperar el fuego extinguido. “Hoy la gente quiere renacer sin morir”, les revela. Y es que el matar infinitamente a Jean-Claude supone no matarlo nunca, y es solo el morir (la aceptación de la mediocridad pequeño-burguesa) lo que puede permitirles a José y a Lucie redescubrir la “pequeña muerte” de la pasión conyugal satisfecha. Más allá de sus aciertos actorales y de la lucidez técnica, el mecanismo psicológico-mágico de Pequeña flor es una lección de guion para un cine argentino algo marchito en ese rubro, y con el que Mitre y Mariano Llinás (autor de esa otra y expansiva La flor) se permiten además jugar con el subtexto cruel de la expatriación argentina, pintar una Francia artificial de chanson (que corona la aparición del hoy veterano Hervé Vilard) y combinar oscuridad e inocencia como si hubieran surgido del mismo tallo.
La cuarta película de Santiago Mitre (sin contar El amor – primera parte, dirigida en compañía) sigue revelándolo como un realizador con muchas inquietudes y sin miedo al riesgo en su camino artístico. Después de El Estudiante, la remake de La Patota, y La Cordillera, adapta junto a Mariano Llinás una novela de Iosi Havilio sobre un hombre en crisis que se enfrenta a una situación que parece imposible. No voy a contar spoilers ni nada que no se lea en sinopsis oficiales (o en el título de la película en Estados Unidos según Letterboxd) pero si prefieren la sorpresa total, les sugiero que no lean el siguiente párrafo y salten a lo que sigue después de la próxima imagen. José es un argentino que vive en un pueblo de mala muerte en Francia junto a su pareja que da a luz en la casa ni bien empieza la película. Pronto se queda sin trabajo y ella, que es francesa pero habla en español todo lo que él se niega a hablar y aprender el francés, consigue trabajo y así pasa él a quedarse con la bebé a cuidado en la casa. Una tarde se cruza a lo del vecino a pedirle una pala prestada y se encuentra con un francés demasiado simpático, juguetón y ostentoso al que es evidente que no soporta desde el minuto en que le abre la puerta. Hasta que en un preciso instante explota y lo asesina con su propia pala. Sin embargo es difícil incluso tras aquel arrebato adivinar ante qué tipo de película estamos -en realidad si no se leyó de antemano la novela de base-: al día siguiente el vecino aparece como si nada hubiese pasado y José se da cuenta de que tiene un don único. La película co-producida en Francia adapta la novela con bastante libertad pero iguala esos dos factores sorpresas, en los que de todos modos ninguna de las dos obras necesita apoyarse, para relatar una historia que en el fondo transita temáticas más universales. La crisis matrimonial (o de pareja, porque se aclara que no están casados y es un dato no menor teniendo en cuenta la situación de inmigrante del protagonista), el derrumbe de sentirse sin futuro y con un presente en el que no se halla, los miedos propios de cualquier padre o madre primerizo. Con algo de fantástico, otro poco de gore y bastante humor negro, Pequeña Flor se va moviendo y deshojando a medida que se suceden las situaciones, algunas más absurdas que otras, y ahí está José, a quien el mundo empieza a distorsionarse y encuentra cierto lugar seguro en una nueva e insólita rutina que le permite expresarse con creatividad y descargarse al mismo tiempo. La repetición de ciertos esquemas (con la música como protagonista y la canción que brinda el título) le sirven a Mitre para despacharse con escenas parecidas pero distintas, en la que los métodos cambian para lograr un mismo fin. Menos calculada que sus películas anteriores, Pequeña Flor respira un aire más experimental, desde lo narrativo especialmente. La novela que tiene como epígrafe una frase de Help a él de Fogwill, está escrita en un único y largo párrafo en primera persona, un monólogo veloz pero no agotador del protagonista que en la película se cambia por la narración en off del vecino; esto le permite transmitir un mayor extrañamiento y si bien parece algo azaroso al principio logra cobrar sentido. Ese vecino es interpretado por Melvil Poupaud, prolífico actor francés que da vida con cariño y soltura a su excéntrico personaje. Daniel Hendler no falla a la hora de ponerse en la piel de su antihéroe protagonista. Vimala Pons es quien se transforma en esa mujer que no duda en ponerse los pantalones cuando alguien tiene que hacerlo más allá de transitar su propia crisis y Sergi López, como un gurú que en la novela es presentado como una especie de imitador de Jodorowsky, tiene sus buenos momentos para lucirse aunque en esa parte de la película el ritmo se estanca un poco. Más desaprovechada está Françoise Lebrun como una vecina que aparece en el momento justo para ayudar. Pero a grandes rasgos el elenco funciona porque se comprometen al juego que invita la curiosa película, entre lo cotidiano y lo fantástico. Mitre y Llinás entienden que la mejor manera de adaptar la novela es hacerla propia y crear algo nuevo. Así, varios cambios narrativos se adaptan con solvencia aunque hay algún momento de la novela que nos quedamos con ganas de ver, como siempre sucede a la larga. Entre los cambios de registro también hay una inconsistencia tonal que a veces le juega a favor y otras pocas en contra. Debajo de lo surreal de la situación principal, de lo lúdico de un relato que siempre se está moviendo y no se sabe hacia dónde -ni la novela ni la película caen en fórmulas estructuradas-, del explosivo uso del gore cuando la escena lo amerita, allí debajo de todo eso hay una historia de amor, de dos personas que necesitan volver a encontrarse, de una manera diferente y al mismo tiempo como lo supieron hacer siempre. Un poco de esos dos temas que contienen todos los temas se trata la película: el amor y la muerte. Porque a lo mejor la muerte tiene casi tan poco sentido como la vida.
Adaptada de la novela homónima de Iosi Havilio, el nuevo film del director de «El estudiante» es una comedia negra acerca de las desventuras de un dibujante rosarino que vive en Francia. Con Daniel Hendler, Vimala Pons y Melvil Poupaud. La ficción, la fantasía y la aventura pueden ser condimentos para darle un mayor atractivo a una vida que aparenta ser tediosa. Eso es lo que parece atravesar José (Daniel Hendler), un dibujante rosarino que se fue a vivir a Francia –más precisamente a la gris Clermont-Ferrand– y que se acaba de quedar sin trabajo tras rediseñar el logo de una empresa de neumáticos. Con su mujer francesa (Vimala Pons) acaban de tener un bebé que les ocupa –bah, le ocupa a ella– todo su tiempo. Pero al quedarse él sin trabajo la mecánica familiar cambia. Pese al fastidio de José, ella saldrá a trabajar y será él quien deba ocuparse de la criatura, algo para lo que no parece estar capacitado. Durante la primera mitad de PEQUEÑA FLOR, adaptada de modo bastante libre por Mitre y Mariano Llinás a partir de la novela homónima de Iosi Havilio, la película seguirá a José en un recorrido que de a poco se irá volviendo más y más enigmático. Una voz en off bastante autoconsciente y autorreferente de un personaje omnisciente al que todavía no conocemos (clásicos del estilo Llinás) nos advierte que el asunto entrará a tomar ribetes fantásticos. Y pronto entenderemos a qué se refiere. La voz es la de un vecino de la pareja (interpretado por Melvil Poupaud) al que José visita para pedirle una pala. Este excéntrico y económicamente acomodado personaje prueba ser un bastante pesado y peculiar fanático del jazz que irrita al fastidiado José. A tal punto que, en un arranque de rabia, el tipo termina clavándole la bendita pala en el cuello, matándolo en el acto. De un momento a otro, la rutinaria vida de padre con bebé de José pasa a transformarse en una trama de suspenso. Pero las cosas no suceden como José imagina. En el primero (o el segundo) de los varios giros dramáticos que tiene esta película de inspiración lúdica –y un concepto a lo César Aira del devenir narrativo–, el crimen no tiene las consecuencias esperadas. Suponiendo que es un SPOILER decir lo que pasa, no lo adelantaremos. Pero convengamos que es algo raro y que mete a José en una zona a la que solo podríamos interpretar como «fantástica». Promediando el film la historia da otro vuelco narrativo nuevo con la aparición de un curioso «terapeuta» interpretado por Sergi López y allí la película vuelve a girar hacia otro espacio, otra zona, bastante separada de la anterior. Y más giros se irán dando de allí hasta el final, retomando la idea de que, en el fondo, PEQUEÑA FLOR tiene mucho de clásica comedia de rematrimonio, poniendo a una pareja en problemas a sobrellevar una serie de conflictos y contratiempos que los alejará y que, quizás, pueda reunirlos, en el amor o en el espanto. Como dirían en aquel clásico de Robert Bresson, «recorriendo los caminos más extraños para llegar hasta ti». Poco, igual, tiene que ver esta comedia negra con la rigurosa PICKPOCKET. El director de LA PATOTA y EL ESTUDIANTE se inspira más bien en las ideas narrativas más lúdicas y llenas de desvíos de películas de la Nouvelle Vague (viejos films de Truffaut y Rivette parecen asomarse aquí) mezclando ese registro con el «fantástico rioplatense». La película está llena de pequeñas bromas respecto a los problemas, clichés y confusiones que atraviesa un argentino en Francia (algunos chistes simpáticos, otros un tanto banales) que, si bien no son centrales a la trama, abren el juego a una serie de confusiones e identidades falsas que aparecerán luego en el relato. El libro de Havilio está escrito como un solo párrafo de principio a fin, sin puntos aparte. Y la película parece tener un devenir similar, como un texto que avanza en base a la siguiente ocurrencia. Es, como sucede en muchos guiones en los que figura Llinás (ver sino la reciente LAS ROJAS pero también varios episodios de LA FLOR o la propia LA CORDILLERA, de Mitre), un mecanismo de ficción con valor propio, que no se organiza tanto en función de causas y consecuencias, que no intenta psicoanalizar a los personajes ni poner en primer plano sus motivaciones, sino que procede como goce, problema, ocurrencia, misterio y, quizás, alguna solución. O una nueva y extraña forma de conectar rutina y aventura. Otro eje importante en la película –al menos narrativamente– es el jazz. El título «Pequeña flor» viene del nombre de un clásico tema compuesto por Sidney Bechet que el ¿asesinado? vecino de José escucha obsesivamente en muchas versiones distintas. Y de una manera acaso metafórica, el jazz puede usarse para entender la manera en la que avanza la trama de la película. PEQUEÑA FLOR, como el solo de un músico de jazz, es un continuo narrativo que avanza un poco de ese modo, llevado por la inspiración, el talento y a veces el capricho. La película franco-argentina es, fundamentalmente, una simpática combinación de esas tres cosas.