Los juegos de la escasez. Placer y Martirio (2015), la última película del director y guionista José Celestino Campusano, se adentra en la sórdida relación amorosa de una pareja de un alto poder adquisitivo para indagar en el amor desde lugares en los que el abuso y la perversión son la norma. Delfina (Natacha Méndez) es una pequeña empresaria de discreto éxito que dirige su propia compañía de diseño. Casada y con una hija, vive con su familia en la exclusiva zona de Puerto Madero, en Buenos Aires, pero siente que sus ambiciones de ascenso financiero no han sido satisfechas por completo. En una fiesta, su mejor amiga le presenta a un empresario argentino de origen árabe, Kamil (Rodolfo Ávalos), que la seduce con su carisma y seguridad. La relación pronto se torna en abusiva y el empresario manipula los deseos y los anhelos de Delfina para humillarla y degradarla en diversas situaciones. De forma paradigmática, analítica y minuciosa, la película se adentra en el mundo de las fiestas empresariales, los grandes negocios y en la vida de las mujeres que aspiran a mejorar su condición social, a la vez que indaga en sus nociones de amor, sexo y diversión. En este ambiente en el que los ricos se esconden de la pobreza, Campusano introduce en contraposición (a través de las empleadas domésticas, los trabajadores de los supermercados, unas travestis de la Costanera y diversas apariciones marginales) una crítica sociológica de las condiciones sociales en las que los protagonistas siempre terminan dependiendo de sus empleados y/ o cayendo en la apatía farmacológica. Campusano logra con estos personajes que demandan comprensión y cariño -pero solo obtienen abuso- traspasar los velos de la situación puntual. Así consigue exponer, por medio de la historia y los discursos sociales que hablan a través de los personajes, un malestar social de raigambre cultural con la intención de interpelarnos como comunidad, colocando a la degradación del lado de unos sujetos que viven para su trabajo y solo pueden reproducir situaciones de violencia y de abuso que han vivido anteriormente y de las que no pueden ni quieren escapar. Las extraordinarias actuaciones de Natacha Méndez, Rodolfo Ávalos, Paula Napolitano y el resto del elenco es una consecuencia lógica de la perfección con la que el guión construye las situaciones y la cámara las retrata en un análisis sobre la oscuridad del mundo de la supuesta opulencia en la sociedad argentina actual, heredera de la cultura neoliberal de los años noventa. Placer y Martirio es de este modo un juego de máscaras en el que los sujetos esconden su verdadera condición inicua en un mundo que solo anhela la mentira y las apariencias. El compromiso, la amistad y el amor son reemplazados por goces evanescentes o tormentos autoinfligidos en los que los personajes se destruyen y buscan destruir a los que los rodean.
Placer y Martirio es la séptima película de José Celestino Campusano (Vil Romance, El Perro Molina), que conformó la Competencia Argentina del BAFICI [17]. Obsesión Delfina (Natacha Mendez) es una adinerada mujer que cuenta con un estudio de diseño propio y vive con su esposo y su hija adolescente. Su amiga Jimena le presenta a Kamil (Rodolfo Ávalos), un hombre de negocios y la atracción es inmediata. Delfina nunca ha sido infiel, pero está aburrida y se obsesiona con este misterioso hombre. Desde un comienzo Kamil pone las pautas de la relación: se verán sólo cuando él pueda, Delfina no debe indagar en ningún aspecto de la vida de él y demás requisitos (incluso sexuales). Delfina compromete progresivamente todos los aspectos de su vida en función de estar disponible para encontrarse con Kamil. Placer y Martirio Esta vez, a diferencia de sus películas anteriores, la historia está centrada en las vivencias de personas de clase alta porteña. Se ve un trabajo muy interesante con el tema de las máscaras y la sangre. Lo que puede ser visto como una mala actuación por parte de Natacha Mendez es en realidad el hecho de que su personaje, Delfina, es la que actúa frente a los otros y no se deja ver como realmente es. Es más, todos los personajes juegan a las apariencias, nadie baja su guardia. Las escenas del tratamiento médico de Delfina son de una gran crudeza, pero no son sórdidas. Vemos cómo se obsesiona con Kamil al punto de descuidar todo lo que tiene, incluso los diálogos entre los amantes tienen momentos realmente cómicos. Es hermosa la escena que comparten los personajes de Delfina, su mucama, Mirta y Jimena, donde nuestra sufrida protagonista se da cuenta de todos los sacrificios que hace por su amante. Ante todo, se nota un gran cariño del director por sus personajes, no los juzga en ningún momento. Conclusión Una vez más, Campusano nos entrega una película realista y libre. En sus 100 minutos de duración, Placer y Martirio no decae en ningún momento y narra con gran ritmo una historia de obsesión y sufrimiento.
Conflicto de clase Placer y Martirio (2015) es la incursión de José Celestino Campusano (Vil Romance, Vikingo, El Perro Molina) en la alta sociedad argentina. Por primera vez el realizador se distancia del conurbano bonaerense, espacio habitual en el que transcurren sus relatos, para ambientar su última película en Puerto Madero entre las clases más pudientes. La pregunta surge rápidamente ¿Por qué un director reconocido por su genuino punto de vista sobre el conurbano, se arriesga a meterse en tierras desconocidas? Tal vez la respuesta esté en el modo en que Campusano plantea sus films: directos, claros ideológicamente, y frontales en cuanto al discurso utilizado. En esa noble actitud hay un riesgo: se puede ganar o perder, y Campusano arriesga constantemente. En estos tiempos, en los que es más conveniente sugerir que decir, el director se despacha con toda la carne al asador, de la manera más cruda posible. Quizás si la película no fuera tan explícita en la forma de plantear escenas, temas y diálogos, no quedaría tan expuesta. ¿Pero como separar la forma del discurso? Es justamente la forma de presentar la película la que le da coherencia a la obra de Campusano. El film cuenta la historia de Delfina, una mujer perteneciente a la clase acomodada de la sociedad, que en su afán por satisfacer deseos personales se relaciona con Kamil, un misterioso magnate que la manipula emocionalmente a su gusto hasta dañarla psicológicamente. En ese camino se distancia de su marido y su hija adolescente ocasionando daños colaterales. Se puede pensar a Placer y Martirio en diálogo con Fantasmas de la ruta (2013). Ambas hablan de la prostitución bajo el dominio masculino en extremos opuestos de la sociedad. En la primera es por ambición personal, en la otra por sometimiento (trata de personas). Cualquiera de las dos películas presentan mujeres condenadas a ejercer la prostitución (por la fuerza en Fantasmas de la ruta, psicológicamente en Placer y Martirio) más allá de la diferencia de clase que las separa. La diferencia, y ahí radica el problema de Placer y Martirio, es que Campusano esquematiza algunas situaciones de este universo “pudiente” (la escena del stripper o la sesión de skype, por ejemplo), cayendo en lugares comunes y quitando posibilidad de analizar la subordinación ejercida de una parte por sobre la otra. Delfina en ningún momento se presenta como víctima, no tiene pudor en su accionar, ni genera empatía con el espectador. Las escenas entonces se suceden sin la profundidad pretendida. Placer y Martirio es por momentos una película fallida, pero vale destacar la intención de madurar estilística y temáticamente de Campusano como autor. De ampliar sus inquietudes e incluso universalizarlas, sin perder su coherencia ideológica.
La vacua razón de ser En esta extraña incursión del director de Fango -2012- en el mundillo de la burguesía y la clase media alta porteña, bajo el sugestivo y provocativo título Placer y martirio, la artificiosidad de la vida encuentra su mayor y más cruel vehículo de expresión en la historia de Delfina, personaje visto a la distancia por el propio Campusano y hostigado por todo ese entorno vacío en el que se desenvuelve, compuesto por máscaras de todo tipo y nivel: la hipocresía de clase, la cirugía plástica, la infidelidad y, en definitiva, la vacua razón de ser. Ese es el eje temático en el derrotero de la protagonista, carente de voluntad e infantil desde los planteos, quien se entrega a un juego de sumisión patético, a manos de un amante misterioso, hombre exitoso en las finanzas, quien la manipula a niveles insospechados. El placer parece solamente un deseo retorcido de sadomasoquismo por parte de Delfina, y el martirio -vaya palabra elegida por Campusano- la vida de plástico que rebota y se desintegra entre las inyecciones de botox, las pastillas para alucinar y los desplantes de una mucama en un rol invertido entre la convencional dialéctica amo y esclavo. Para quienes estén acostumbrados al estilo áspero y sin concesiones del director de Vikingo -2009-, con la exposición de los diálogos y un tono que no es actoral, esta propuesta de los bordes es sumamente atractiva.
FIFTY-FIFTY ¿Es un culebrón, un drama, una comedia? ¿Y ese título de película porno? ¿Campusano nos está tomando el pelo? Quien elija ver Placer y martirio se formulará alguna de esas preguntas mientras levanta la ceja mirando la pantalla con la expresión algo perdida. Seguramente también sienta un poco de placer y otro poco de martirio. La relación quizás sea fifty-fifty, un cincuenta y un cincuenta. Todo gira en torno a Delfina, una mujer superficial de clase alta que, aburrida de la vida que lleva como diseñadora, esposa y madre, establece un vínculo con el muy sincero y nada misterioso Kamil, que le dará todos los gustos a cambio de sexo. Las actuaciones decididamente acartonadas de todos los personajes indican que el director nacido en Quilmes, quien presentó Fantasmas de la ruta en el BAFICI anterior, no se ha tomado las cosas demasiado en serio. La película se tiñe de las características de su protagonista: es artificial, hueca, y justamente por eso nos reímos de ella. De ahí el martirio… y el placer.
La bofetada. Incómodo, descolocado, así me sentí la mayor parte del metraje de Placer y Martirio, la película de José Celestino Campusano, director oriundo de Quilmes, del cual no había visto nada aun (¡y esta es su séptima producción!). Una sensación extraña que hacía tiempo no sentía dentro de una sala. Según pude averiguar, la presente es la primera historia del director en la que se retrata a la clase media/ alta de nuestra sociedad, habituado a hablar de personajes y contextos opuestos a ésta. Buena manera de empezar tuve, ¡viendo una película de ruptura! Sin casi antecedentes previos, me senté en la butaca para mirar. El quilmeño propone una puesta directa y sin vueltas, poniendo las cartas sobre la mesa. Delfina es una mujer insatisfecha de alrededor de cuarenta años, con una vida matrimonial disfuncional, y como madre tampoco le va mejor: con su hija adolescente tienen escasa comunicación. Al comienzo de la película, conoce a un hombre de ascendencia árabe, Kamil, con el que comenzará una relación en la que rápidamente será humillada y sometida. Ajena a los manejos perversos de este hombre, buscará completar un vacío emocional y físico, aceptando las reglas. Así, en una espiral descendente, la mujer irá dejando de lado familia y amigas, con el único sostén de su empleada doméstica. Me contaba una colega luego de la función de prensa, que Campusano prefiere no dirigir a actores profesionales y que en su forma particular de concebir el cine hace “lo que quiere”, artísticamente hablando. Esa libertad creo que es lo que me chocó en un momento. La exposición de situaciones, sin filtro, me proponía otra manera de mirarlas. No entendía si algunos pasajes estaban hechos adrede en clave de comedia (involuntaria, suponía, en varios casos) o si algunas escenas que Campusano resolvía sin ambages, yendo directo al núcleo del conflicto, me irritaban por ese motivo. Placer y Martirio, sin dudas, no deja indiferente. Me queda comenzar a mirar en retrospectiva la obra de un director que siento merece ser visto más de cerca.
El no tan discreto desencanto de la burguesía Película incómoda y rupturista dentro de la filmografía del creador de Vikingo, Fango y Vil romance, Placer y martirio, con su profundo quiebre temático (abandona a los marginales del conurbano bonaerense para adentrarse en las miserias, perversiones y excesos de la clase alta porteña), fue duramente atacada por amplios sectores de la crítica tras su estreno en el último BAFICI, donde de todas formas Campusano ganó el premio a Mejor Director de la Competencia Argentina. Aquí una apasionada defensa de esta experiencia -en más de un sentido- extrema. Una pregunta sobrevoló el hall del Village Recoleta durante gran parte de la tarde/noche del martes 21 de abril pasado, poco después de su estreno en el BAFICI: ¿Qué quiso hacer Campusano en Placer y martirio? La cuestión es a todas luces impertinente: el cine no es una cuestión de intenciones, sino de resultados concretos con forma de imágenes y sonidos plasmados sobre la pantalla. Así, entonces, importa menos qué quiso hacer sino qué hizo. No es ninguna novedad señalar que Campusano se erigió como una figura disruptiva en medio de un cine argentino apolíneo, lacónico, siempre adepto a la pulcritud de la forma y a los pesares de la clase media, media/alta o alta. Vil romance quebró la tendencia centrándose en personajes fronterizos a los que comprendía y entendía, y adaptando la forma al mundo retratado. El resultado fue un cine desprolijo, urgente, rústico y sucio pero de una fortaleza, vigorosidad y realismo impactantes. La tendencia cambió en El Perro Molina. Los personajes eran similares, pero la elevación de la media técnica (allí estaban los planos con grúas como síntoma) generaba un ruido producto de una discordancia entre el qué y el cómo. Placer y martirio es el segundo eslabón en la nueva búsqueda de Campusano, quien vuelve a recurrir a la prolijidad pero ahora aplicándola a un mundo que la corresponde como el dela clase alta porteña, con toda su propensión a la cáscara, lo gélido y lo despersonalizado. La primera aproximación del director de Vikingo a lo desconocido es de índole social, pero hay otra aún más radical como la genérica, ya que por primera vez en toda su filmografía el peso narrativo recae sobre las mujeres (aunque el control y la cordura seguirán estando en manos de ellos). La protagonista es Delfina, una MILF con plata, familia y auto, pero amante de la fiesta (en el sentido más sexual del término), insatisfecha y bastante aburrida. Ella conoce a Kamil, un empresario cuyos negocios permanecen en un acertado fuera de campo (aquí, se dijo, importa el exitismo de lo que se ve) y cuyo machismo, egolatría y soberbia dignas de un Christian Grey tercermundista (Fernanda Múgica, colega de La Nación, dixit) configuran el puntapié para la atracción y la consecuente obsesión de la señora. Que Kamil se ufane de su educación en “Medio Oriente” y corrección naturaliza uno de los factores hasta ahora más disonantes del universo Campusano como la verba recargada, con toda la predilección a los oralmente perimidos verbos compuestos como símbolo máximo. En Placer y martirio, entonces, es consecuente a un universo en el que se confunde educación con barroquismo, prosa con caballerosidad. Lo mismo ocurre con las actuaciones. Muchos dirán que está “mal actuada”, pero la incomodidad e inconsistencia del elenco se corresponde a una idea troncal de hombres y mujeres que son en tanto actúan para el entorno, con toda la incomodidad ante las presiones sociales de pertenencia y el temor al qué dirán. Kamil somete a Delfina a los mil y un avatares, relegándola siempre a un lejano segundo lugar sin que ella quiera reconocerlo. Campusano jamás juzga a su criatura, sino que, por el contrario, muestra un manto de piedad. ¿Cómo lo hace? Acompañándola, mostrando su soledad y ensimismamiento sin burlarse de ella. La mirada ajena del director se traduce en la de sus seres queridos, generando una fricción que dispara, por si fuera poco, grandes momentos de comedia. Campusano, renovado y renovador, lo hizo de nuevo.
Dos extraños amantes El realizador José Celestino Campusano se aleja de los escenarios de sus anteriores trabajos y plasma una historia de sometimiento entre un personaje de clase alta y una mujer que quiere salir de la rutina de su matrimonio. El director José Celestino Campusano se aleja de los climas que acuñó en sus anteriores películas y retrata los conflictos e insatisfacciones de una mujer de clase media alta que quiere escapar de la rutina de un matrimonio inexistente. El creador de Vil Romance, Vikingo y El Perro Molina siempre tiene la astucia narrativa para atrapar al público con sus relatos de seres marginales y violentos, pintando acá a personajes que se mueven en clases acomodadas y desfilan por escenarios más fastuosos, como los de Puerto Madero. Atrás quedó el conurbano bonaerense, y la película comienza con una fiesta al lado del río, donde Delfina -Natacha Méndez-, una diseñadora casada y con una hija adolescente, conoce a un empresario argentino de origen árabe, Kamil -Rodolfo Ávalos-, que siempre está acompañado por su chofer y guardaespaldas. A partir de ese encuentro su vida cambia radicalmente, porque empezará a formar parte de la agenda del misterioso hombre de negocios y de los huecos que éste tiene -cuando no viaja por el exterior- para encontrarse con ella y mantener encuentros sexuales. "Es la vida que uno elige" le dice él a la diseñadora que decide pasar unos dias con Kamil en Valdivia para dar un vuelco a su vida. A la relación problemática con su hija adolescente y con un marido del que se siente completamente alejada, se suma además el conflicto con un cliente importante en su empresa. Campusano hecha una mirada cruel sobre el poder del dinero y de las mujeres desesperadas por hombres -las fiestas con strippers- a los que sólo alquilan. Si bien Placer y Martirio no es el trabajo más logrado en lo que hace a diálogos y actuaciones, la fluidez de las escenas y el clima opresivo que se cierne sobre la protagonista, entre acaloradas escenas sexuales y charlas con amigas, encaminan al espectador a una asfixiante relación de "tiempo compartido".
Las discretas mentiras de la burguesía Con un cine siempre desafiante, el director José Campusano entrega una historia ubicada en Puerto Madero, con una mujer madura que se constituye en esclava de un empresario. Gustavo J. Castagna El riesgo siempre será bienvenido y más si quien lo emprende es José Celestino Campusano, a esta altura, un director-autor de imágenes para cine y televisión. Ya en la anterior El perro Molina asomaba un descubrimiento de la faceta técnica que exploraba, sin necesidad de invadir en exceso, la concepción de personajes construidos desde una escritura más eficaz. Sin embargo, esto no debería confundirse con la (supuesta) "maduración" de un cineasta acostumbrado a narrar crudas, salvajes y tensas historias cuyos ambientes y criaturas se representan desde un inmediato reconocimiento. El cine de Campusano, en ese sentido, siempre es desafiante y Placer y martirio confirma cualquier duda sobre la pureza de los films anteriores y del realismo desmesurado de su obra precedente. Acá está, por lo tanto, una historia ubicada en la ombliguista euforia ricachona y estéril de Puerto Madero, que tiene como centro a Delfina, mujer bella y madura, entre 40 y 50 años, diseñadora, casada, una hija adolescente y una economía sin sobresaltos. Allí están sus amigas y las fiestas de la burguesía a pleno, con placer sexual efímero y billetera que puede o no matar al galán. Hasta que el galán aparece, en el buen decir de Kamil, financista empresarial que seduce a la protagonista. Y allí están las decisiones de Delfina, también su obsesión por su autoelección de esclava con Kamil y su afán por detener el paso del tiempo a través del cuidado intensivo de su piel. Placer y martirio, en efecto, es una película de piel, de sexo urgente, de sufrimiento, de mentiras y engaños, de complicidades, sometimientos y manipulaciones. Campusano trabaja desde el artificio de voces y gestos de sus personajes, que hasta pueden resultar excesivos o, en la apariencia, no verosímiles y "ruidosos" para el espectador. Pero allí está el secreto: ese mundo artificial, construido desde la ostentación y el fuera de campo, necesita ese tono, esas voces declamatorias de los intérpretes, esos gestos ampulosos, esa sensación de culebrón televisivo entremezclado con el look exhibicionista al estilo Dallas o Dinastía. El desafío, por lo tanto, bien valió la pena; solo dependerá de que los seguidores de Campusano acepten esta mirada entomológica sobre un nuevo mundo que en realidad sigue siendo el mismo pero desde una óptica diferente.
Un intenso y osado relato Delfina es una mujer casada. Con su marido, más que llevarse mal se lleva poco. Tienen una hija adolescente, buen pasar económico y una mucama disruptiva, planteada como un personaje nada verosímil. Tampoco es verosímil Kamil, un señor mayor que juega de forma sinuosa y artificiosa a las finanzas en modo mayor, a manipular 24/7, a ser un hombre de mundo. Kamil es presentado a Delfina por una amiga. Y Delfina entra en un proceso de infatuación, sumisión y degradación con, por y debido a su amante Kamil. Y están las amigas de Delfina, que están obsesionadas por el sexo. Y la mucama reaparece a intervalos regulares y nos indica, con su intensidad, sus reclamos extemporáneos y su particular humor, que la propuesta de Campusano huye de cualquier idea de sobriedad y también de medianía. Y del promedio del cine argentino. Un cine que se desmarca. La compañía productora de Campusano se llama Cinebruto, y hay un programa de acción en todo esto que incluye la frase "se filma o se filma", y la apuesta por convivir con la "incertidumbre, el azar y el riesgo". En las películas anteriores de Campusano, Legión, tribus urbanas motorizadas (2006), Vil romance (2008), Vikingo (2009), Fango (2012), Fantasmas de la ruta (2013) y El Perro Molina (2014), los temas y personajes suburbanos y/o marginales se conectaban con los bordes desprolijos de su estilo, con las actuaciones singularísimas, ásperas y a veces toscas, aunque exactas dentro de la propuesta general. En Placer y martirio, premio a la mejor dirección de la Competencia argentina del último Bafici, Campusano no modificó su acercamiento a la puesta en escena, pero cambió de ámbito e hizo un melodrama sobre lo que él interpreta como el aburrimiento de las clases alta o medio-alta. Y la incursión del realizador quilmeño en este mundo nuevo y extraño en su cine nos pone -otra vez en su carrera- frente a un relato con una idea nada corriente sobre la actuación y los diálogos, artificialmente consistentes y cargados de una energía distintiva. Aburrimiento, sumisión y sexo -temas de tanto cine que circula por festivales- pocas veces han generado relatos con tanto vigor, con tan poco miedo al ridículo, tan intensos, con tanto ritmo. Campusano no se nutre del temor al error, no cree en lo apolíneo y va, con su acabado estrambótico, a la búsqueda de espectadores que no valoren perfecciones, sino estímulos, mediante un cine que se permite la osadía de no parecerse a otros cines, de no adaptar sus bordes rústicos y de no resignar personalidad en aras de la aceptación.
Sexo limitado Por suerte, y por su propia decisión, el cine comunitario de José Celestino Campusano no tiene límites artísticos. Eso no significa, claro está, que todas sus películas sean logros. Placer y martirio, su última obra, podría funcionar como ejemplo de esa libertad sin grandes resultados. ¿Por qué? Campusano recurre a su fórmula. Entrecruza actores con no actores, escribe un guión en base a testimonios cercanos y sale a rodar. Pero esta vez, a diferencia de Vil romance o Vikingo, el director y creador de Cine Bruto desembarca en Puerto Madero para seguir el desesperado derrotero de Delfina, una mujer de clase acomodada que busca nuevas experiencias sexuales en un mundo de superficialidad. Placer y martirio se transforma entonces en una metáfora entre paródica y pueril del sexo insulso de las clases altas vernáculas, los nuevos ricos. Cuenta el indolente y temprano epílogo de una vida leve, la oscura transformación de una mujer en una historia de la que no surge una sola gota de amor. Ambientada principalmente en Puerto Madero, con autos de lujo, hoteles cinco estrellas y mujeres pos cuarenta aburridas de ellas mismas, transmite una monotonía intencional que no logra superar su propio riesgo y desafío. Esto se traduce en diálogos y actuaciones corridas, exageradas. Y en promesas que espantan. “Dos horas con vos valen más que años con otras”, dirá Kamil, un oscuro millonario que se adivina gigoló. “¿Sos real, o sos parte de un sueño?”, preguntará Delfina en su ceguera amorosa. La incomunicación en la familia, un marido indolente, un grupo de amigas que se autoconsideran fiesteras, la forzada madurez de una hija criada entre las resacas de su madre, contextualizan esta historia con altibajos, y con algunos logros, como esa escena de la borrachera de Delfina con su empleada doméstica y una amiga. Pero la irreverencia del relato no alcanza para quebrar el tono monocorde en esta oscura búsqueda de una relación que no “dependa del sexo, ni del tiempo compartido ni de los proyectos en común”. De cualquier manera, es bienvenido el salto de Campusano a estas historias más psicológicas. Un tiempo de transición con más espinas que rosas por ahora. O martirio que placer.
El bolero del vampiro Campusano vuelve a la carga, esta vez probando un ángulo diferente, con una audacia y una inspiración que parecen pertenecerle solo a sí mismo. Cambiando esas zonas de casas bajas del conurbano bonaerense tan reconocibles en su cine, donde la ciudad parece cederle el paso al campo (porque el progreso no llegó todavía o porque se vuelve lastimosamente de él), por los edificios de departamentos de Puerto Madero, el director ensaya una forma de melodrama esquivo, que amaga con pasar a formar parte de la crónica policial sin caer nunca en la tentación de hacerlo. Desde la primera escena, imbuida de una impensada elegancia y una fluidez que se podría calificar de musical, el director se zambulle en aguas desconocidas, acaso con la convicción de que la narración es una excusa siempre pertinente para observar lo que nos rodea con nuevos ojos y con la vocación por pensar el mundo como un archipiélago de experiencias conectadas entre sí. Una mujer de unos cuarenta años, profesional no del todo convencida, casada e insatisfecha, conoce una noche a un misterioso empresario de origen dudoso del que queda inmediatamente prendada. La mujer tiene por únicas confidentes a sus dos amigas, un par de simpáticas solteras de su misma edad de ocupación incierta, que andan en forma permanente en busca de fiestas por la zona, quizá con la intención de darles a sus vidas el relumbre de una emoción extra. El mundo que expone el director es acotado; las mujeres, la hija adolescente, desatendida y colérica, el marido simple y desconcertado, habitan un universo circular donde no alcanza a pasar una ráfaga que indique una calidad de vida cómoda o realizada, aunque fuera parcialmente. La protagonista se entrega al extraño en cuerpo y alma, como el personaje de un bolero; los primeros planos de los recauchutajes que se hace periódicamente en la cara –de los que el director obtiene, por acumulación, un efecto devastador – sugieren el martirologio al que alude el título, en el que la obtención de una recompensa en apariencia insensata tiene su contrapartida en la pérdida creciente de autonomía sobre el propio cuerpo. Pero además, los rasgos un poco draculíneos del empresario podrían aludir a un probable carácter vampírico, moldeado como una fantasía del hombre sin ley ni ataduras, una especie de demonio decidido a disponer de la voluntad del prójimo para satisfacer sus apetitos. Lejos de presentar una invectiva contra los personajes, sin embargo, en la que se exponen los vicios presuntos de las clases altas practicados en el ejercicio impune de sus privilegios, Campusano consigue una empatía genuina con sus criaturas al tiempo que reflexiona de modo ejemplar acerca de la naturaleza volátil de los vínculos en una comunidad irremediablemente sesgada, que no acierta a imaginarse como tal (quizá el tema esencial del universo del director y la moral presente en sus películas). Placer y martirio está concebida como una historia de mujeres solas, tal vez las únicas capaces de contenerse entre sí; los hombres de la película, cuando no pertenecen un poco a la especie de los depredadores, como los tipos entrados en años que siempre quieren convencer a las inquietas amigas de ir a una fiesta, tienen la capacidad de rehacerse enseguida, como el marido que abandona la casa cuando descubre la infidelidad de la protagonista y a los pocos días se pasea por el barrio con una chica que tiene la mitad de la edad que su ex mujer. Con Placer y martirio Campusano ha conseguido una de sus películas más personales y estimulantes, recuperando un impulso inesperado en el poder de la anécdota y con la habilidad intacta para exponer pequeños relatos que funcionan como indagación social y pregunta tácita acerca del estatuto real de lo representado.
José Celestino Campusano con su “cine bruto” construyo una estética distinta y evolucionada en el cine argentino, que hasta ahora tenía como protagonistas a seres del conurbano bonaerense. Esta vez su objetivo es la clase alta porteña para mostrar perversiones, ansias, y sometimientos en seres desangelados, pura apariencia, vacios. Es una apuesta nueva y jugada, con una marcada manera de actuar. Pero en el camino dejo afuera una fuerza y una pasión que estallaban en sus films anteriores.
Ever since his opera prima, Vil romance, Argentine filmmaker José Celestino Campusano has achieved a number of recurring traits that have turned him into distinctive auteur: a narrative that focuses on the dark side of Greater BA, parading before the camera a gallery of youths, criminals, outsiders, corrupted officials and losers involved in doomed love stories and visceral personal liaisons. Also, the emphasis is on raw feelings rather than reason as the spark that ignites the characters’ doings. As regards aesthetics, expect an austere and realistic mise-en-scene, real locations instead of studio settings, and a realistic sound design with little — if any — incidental music. Furthermore, the dialogue is fairly colloquial dialogue and non-professional actors are cast for all roles. But with his new film Placer y martirio, winner of the Argentine Competition’s Best Director Award at this year’s BAFICI, Campusano has taken quite a different road — for better or worse. This time he focuses on the emotional problems of the well-to-do members of the upper-middle class, in this case neglected women, forgetful husbands and lonely teenagers. You could say that lack of love is what ails Delfina (Natacha Méndez), a 45-year-old professional woman with plenty of money, a teen daughter, and a dying marriage. Through a friend, she meets an older man, a supposed entrepreneur — but in fact a manipulator — with whom she’ll soon have an affair, somewhat torrid at first, yet ultimately disappointing and vacuous. One way or the other, bliss is not to be found. And the change in the director’s style is also to be seen in a more conventional set of aesthetics: scenes are developed with a tighter dramatic grip, the dialogue is somewhat stylized and so is the acting, the cinematography is far more polished and the camerawork is tidier. So his previous raw, rudimentary style — which was voluntary — has vanished into thin air. Which is not a bad thing at all, for the filmmaker is embarking on a different road with enough balance and firmness to deliver a decent feature. That said, it’s equally true that the conflicts themselves are not as stirring and profound as the material allows for. In a sense, the ups and downs of these new characters are the stuff that melodrama is made of, but they are played in a low-key manner which often fails to elicit strong emotions. On the other hand, sometimes you even feel you are watching regular soap opera fare. Also, there is not a small number of clichés that take away much of the surprise element, and the morality tale itself is not persuasive. Without a doubt, Placer y martirio goes for a narrative that you may presume will become more complex, daring and deep as new films are made. So far, a number of flaws diminish the overall impact of the film’s premise.
Los mundos cinematográficos de Campusano siempre apuntan a lo marginal, con mucho de independiente en la técnica y en la producción. En "Placer y Martirio" (pre estrenada en el BAFICI 17), la exploración de clases sociales diferentes, que no le son tan familiares, por lo que acumula su trayectoria parece no funcionar como debería. "El Perro Molina" de 2014, "Fantasmas de la Ruta" y "Vil Romance", por nombrar algunas de sus obras que pasaron por Festivales con buena crítica, lo definen con un estilo y temas siempre controversiales: delincuencia, prostitución, motoqueros y una relación un tanto escabrosa como muestras de líneas argumentales en estos filmes. Qué pasa con "Placer y Martirio": en principio, el espectador se meterá en la vida de un grupo de amigas, la principal es Delfina, avanzados sus 40 años, casada con un marido que es como que permanece a su lado en una vida rutinaria. Tienen una hija adolescente que, como todo adolescente se rebela y más que nada con su madre. Delfina es empresaria, heredera de un dinero que le permite a toda su familia vivir con holgura aunque se la nota poco conforme con su presente. Una noche, invitada por Jimena y Alejandra, en una cena, conoce a Kamil, un misterioso empresario que la seduce. A partir de ese momento, comenzará en parte el placer del título que desencadenará en varios aspectos el martirio desde la manipulación, el desprecio por su propia persona y los otros, la falta de dignidad y la pérdida completa del rumbo. Cuál es mi problema con la película: funciona en la dirección de fotografía a cargo de Eric Elizondo (colaboró con Campusano en "El Perro Molina") y Nicolás Pittaluga y el Arte; lo que no me convenció para nada es la actuación y la interacción entre los personajes. Mucho diálogo forzado, que parece de telenovela de la época de "Amo y Señor", más que la dinámica que exige la cinematografía actual. La acción empieza a amesetarse con situaciones que se repiten y caen en un espiral que se va cerrando y muestra las miserias personales en niveles que opino exceden el buen gusto y no están al servicio de la historia que se está contando. Es horrible ver a una mujer drogada orinándose, sí, hasta allí llega la cámara o una sesión de fotografía en la que Kamil contrata a una amiga de Delfina para que los retrate teniendo sexo y luego se va sin más. Como este ejemplo, habrá miles: orgías, escenas de sexo explícito, una violación y ver cómo el personaje de Delfina y su entorno se van degradando. "50 Sombras de Grey" o "Sex and The City", -por lo sado o el desparpajo-, en versión Puerto Madero de los años 90. Destaco la actuación de Aldana Carretino en el rol de la hija de Javier y Delfina, que sufre de las desavenencias del matrimonio de sus padres y con lo que ve, que no ayuda para nada, intenta definir su identidad, La cuida más el ama de llaves, Mirta (Myrian Agüero), que también se mete en su papel correctamente y que es una de las que enfrenta a ese mundo de diferencias sociales, plantada y como diciendo de acá nadie me mueve. Me desilusionó pues pensaba que iba a encontrar un producto mejor desarrollado. Se nota la producción pero el resultado, para la crítica social que plantea debería haber tomado por otros caminos. No quiere decir que no exista lo que José Celestino Campusano se atreve a contar sobre mujeres que terminan obsesionadas con su juventud, su cuerpo, el complacer a los otros a través del deseo desenfrenado y destruyen todos aquellos derechos que dicen defender rebajándose ante hombres que las someten o no las valoran. Frente a una cartelera que este jueves se presenta un poco más tranquila que en otros días de estreno, ver cine nacional es una buena propuesta... Yendo con los párrafos anteriores en mente, por supuesto.
Mucha gente puede pensar que José Celestino Campusano finalmente se ha traicionado a sí mismo al generar un filme que posee muchos convencionalismos y temáticas que, a diferencia de sus propuestas anteriores, ya han sido trabajadas por directores nacionales y foráneos de manera comercial. Pero no es con “Placer y Martirio” (Argentina, 2015), el explícito título que eligió para su propia “50 sombras de Grey” con el que Campusano comenzó a desarrollar un cine mucho más convencional, al contrario, en la transición de “Fango” y “Fantasmas de la ruta” (que puede verse por INCAA TV como miniserie) y antes de esta película estuvo “El Perro Molina” (Argentina, 2014), con muchos más acercamientos a la narrativa tradicional y un nivel actoral superior al de las anteriores. En “Placer y Martirio” hay una reflexión sobre un estado de cosas que pocas veces se ha profundizado. Muchos matrimonios y parejas del cine y la tv han sido presentados en crisis y con situaciones que analizaban, más desde la forma que desde la estructura narrativa la problemática. Acá hay una mujer entrando casi en los 50 llamada Delfina (Natacha Mendez), que entiende que a pesar de tener todo lo que se pueda desear materialmente hay algo que todavía le falta. No sabe bien qué es, porque su marido la consiente en todo, su hija quizás le reclame algo y le plantee situaciones un poco complicadas, pero más allá de eso no hay nada que la tenga que colocar en un presente lleno de depresión y dolor inexplicable. Tiene algunas amigas, pero a las que ve esporádicamente, y en el último tiempo sólo comparten algunas “fiestas” ocasionales en las que el “todo vale” le abren un mundo diferente al del tedio rutinario de sus días. Pero un día conoce a Kamil (Rodolfo Avalos) un misterioso empresario multimillonario con el que comenzará una relación en primera instancia sólo sexual, pero luego terminará ella confundiéndola y llevando la tensión a un lugar en el que desde un primer momento había quedado claro que nunca se iba a llegar. Campusano pone en la mesa una temática dura sobre la exposición a situaciones humillantes de seres perdidos. Su cine siempre ha hablado de eso, de personas con buenos sentimientos pero que terminan acomodándose a los deseos del otro a pesar de sus propias y verdaderas intenciones y se traicionan Delfina no podrá soportar la humillación de tener que esperar a que suene el teléfono, o que algún paquete o regalo le llegue con una indicación específica con un plan, porque en realidad no llega a comprender que Kamil sólo necesita de ella algo y sólo cuando él lo desee, esa es la clave. Con el correr de los días Delfina tropieza una y otra vez con la misma situación y pese al consejo de algunas amigas, seguirá avanzando en un círculo vicioso en el que sólo su propia voluntad de querer algo mejor la puede ayudar y salvar. Con un nivel de producción importante y un cuidado manejo de las cámaras, Campusano propone en “Placer y Martirio” una historia de amor y desamor como sólo él lo puede hacer. No hay otro director argentino en la actualidad que pueda narrar esta telenovela o melodrama fílmico sin caer en los lugares comunes y la pacatería de la autocensura. Ninguno. El director reposa su cámara y deja que Delfina y Kamil se amen, se peleen, se nieguen, se flagelen, se expongan, se consuman, siempre con la intención de ir más allá en el cuento y de provocar en el espectador cierta incomodidad ante algunas situaciones en las que deberá juzgar y acompañar a la protagonista en su camino de búsqueda de respuestas. Potente mirada sobre el universo femenino de la clase acomodada y la incompatibilidad del placer con lo cotidiano.
¿Placer o martirio? eso depende del espectador El cine de arte a veces es difícil de definir, sobre todo cuando explora conflictos modernos con una audacia incomparable.Y por supuesto, el cine de calidad requiere un esfuerzo especial del espectador para entender la particular visión de un auteur. No quedan dudas de que "Placer y martirio" es cine de arte y ensayo, dado que cumple al pie de la letra reglas básicas como presentar dramas de gente de clase alta siempre rodeada de muebles de diseño. Mostrar algunas escenas de sexo fuertes, pero muy cuidadas, siempre sólo con primeros planos de glúteos masculinos -aun si fueran personajes secundarios- porque el cineasta se niega rotundamente a cosificar a sus protagonistas femeninas. Por otro lado, teniendo en cuenta el apoyo ecuménico de todos los organismos posibles al film, desde el INCAA, la provincia de Buenos Aires, el premio del Bafici al mejor director y hasta el apoyo de la ciudad chilena de Valdivia, es evidente que dicho apoyo es totalmente desinteresado, ya que si bien en un momento dos personajes viajan especialmente a Valdivia para consumar su pasión desenfrenada y adúltera, prácticamente no se ven paisajes de la localidad chilena, que no distraen al director de su drama intimista. Lo más asombroso y vanguardista es que en el viaje a Chile, escena clave del film, no hay un sólo personaje que hable con acento, o se exprese con chilenismos. Claro, un viaje a lo profundo del alma femenina, que quienes le dieron el premio en el festival porteño tal vez sólo puedan comparar con "Persona" de Bergman o "Fear City" de Abel Ferrara, implica escenas atípicas y fuertes. La trama describe a una mujer que no tiene sexo con su marido hace meses, se lleva mal con su hija adolescente, con su mucama y sus empleados. Hasta que conoce a un misterioso galán maduro de nombre árabe, un millonario que también está casado y que la trata realmente con frialdad patológica y actitudes caprichosas, algo que a ella le provoca una obsesión difícil de entender. Es que el film, de Campusano es tan personal que permite que señoras atractivas suspiren por un ménage à trois con ancianos impresentables que se hacen los chetos y luego las someten violentamente, sin que esos detalles sean resueltos. Eso no es necesario en el cine serio, de calidad. Las actuaciones son increíbles, con la protagonista repasando diálogos antológicos con inexpresividad coherente con el ascetismo y ausencia casi total de matices de la fotografía. Pero el toque más original tal vez sean las caracterizaciones de los dos protagonistas masculinos: el marido interpretado por Juan Bautista Carreras es una especie de caricatura de entrecasa de Ricardo Darín, mientras que el galán misterioso y sádico que compone Rodolfo Ávalos está diseñado como una notable mezcla entre Darío Grandinetti y el Paz Martínez. Hay que aclarar, "Placer y martirio" puede ser fascinante para el público que aprecia el auténtico cine de arte. Los cinéfilos de vanguardia seguramente recordarán este peculiar opus del realizador de "Vil Romance" como un clásico al nivel de "Lola Mora" de Javier Torre, por citar un ejemplo. Sin embargo, otro tipo de público más conservador y ajeno a la vanguardia pueda llegar a pensar que esto es un auténtico bodrio del infierno.
Otro gran realizador contemporáneo, diferente de todo. José Campusano cuenta aquí un melodrama sexual, centrado en la figura de una mujer de clase media alta que llega a la degradación por amor (o por placer, nada es tan claro). Campusano es un experto en imágenes crudas, directas, y en narrar con una locomotora que hace de lo fìsico el motor de las emociones. Menos “desprolija” que Vil Romance o Vikingo, Placer y martirio se siente tanto la continuidad de una búsqueda como un paso adelante.
¿Relato moral? ¿Un híbrido entre telenovela y cine de autor? ¿Historia de clase? José Campusano, director que venimos acompañando desde este sitio con entusiasmo y respeto, se reinventa en su ultimo opus como el gran manipulador de la crítica argentina, aquella que prefiere regodearse en sus propias palabras antes que olfatear una debacle, la que sigue la inercia de un fenómeno antes de sincerarse frente a una pelicula tramposa y tan manipuladora como su personaje principal. Con Vil romance o “Vikingo” Campusano había instalado una discusión casi extraña, y muy sana por cierto, en el campo cinematográfico relacionada con que el cine argentino se producía desde una mirada de clase y algo más interesante todavía, que la crítica tambien se hacia, se hace, desde una mirada de clase. Había costado largas discusiones, tal vez de las más interesantes de la ultima década entendiendo que si hay algo que no tenemos es una crítica muy sagaz, ubicar esa estética “bruta”, de los márgenes, “desprolija” con temas a los que el cine argentino se había animado desde las mismas escuelas de cine o festivales de la clase media, intelectual, progre, culta en algún estamento posible. El cine de Campusano lo descolocaba todo. Con el tiempo, las observaciones pasaron por la prolijidad en progreso, su coqueteo con el maisntream, y el paulatino perfeccionamiento formal. Elementos que parecen llegar en Placer y martirio a un momento fundamental: el cambio de timón de los barrios bajos de Quilmes hacia Puerto Madero, parecía justifica esta historia de mujeres insatisfechas, aferradas al “recocijo de la imposibilidad” de relaciones amorosas obtenidas como ganancia capital. El paisaje, algo desdibujado, de una de las zonas más rica de Buenos Aires no es suficiente para hablar de los problemas existenciales de la clase alta, como sí lo es la manera en la que se mueven en otros contextos las criaturas desangeladas de Fango, Fantasmas de la ruta. Sin embargo, Placer y martirio, cae en la maqueta, en la excesiva justificación de los actos, en el arquetipo burdo (orgias sexuales de señoras aburridas?, la fotógrafa contratada para hacer tomas de una relación sexual?), diálogos antinaturalistas que producen distancias insalvables. Nunca vamos a entrar en el corazón de estos personajes, no nos atraviesan con sus pasiones, sus obsesiones o sus paranoias. Es más, lo que parece querer disfrazarse con este antinaturalismo intencionado, en realidad, digamoslo con todas las letras, tiene que ver con actuaciones débiles, muy poco virtuosas, y que son responsables, creo yo de que la pelicula se caiga al terminar la zona de créditos, en los primeros dos minutos 30 segundos, los más interesantes de toda la pelicula: dos breves plano-secuencia en los que Delfina y su amiga recorren un gran espacio SUM con la música de Claudio Miño que parece ser la única que interpreta o intenta transmitir una punta de algo de lo que puede llegar a pasarle a estos personajes.
Dame otra piña Anticipándose a la segunda parte de 50 sombras de Grey, José Celestino Campusano entrega su Grey telúrico, un empresario que merodea Puerto Madero (¿dónde, si no?) y emplea un sadismo menos tántrico, aunque no menos efectivo. Camille (Rodolfo Ávalos) y Delfina (Natacha Méndez) se conocen al salir de una fiesta y ella queda completamente encantada (la redundancia es un requisito del director quilmeño) con la prestancia y la billetera del hombre. Hastiada de un marido neutro y una hija pendenciera, Delfina cree haber hallado al príncipe azul y se entrega al empresario sin concesiones, mientras sus amigas optan por fiestas con chicos Golden y cualquier interacción que evite lo emocional. Por su parte, Camille juega con Delfina a su antojo: la lleva a Chile y la planta en el hotel, le pide seducción por webcam, le corta las comunicaciones como si terminara una charla de negocios. Placer y martirio es algo más que un dardo a la burguesía argentina 2.0; mediante sus usuales estereotipos, Campusano plantea el maltrato como un virus inevitable. Las actuaciones, caricaturescas, casi desopilantes, compensan el patetismo exasperante de las situaciones.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Cambio de hábito Las discusiones sobre el cine de Campusano siempre exceden el plano estético. Sus ficciones son extrañas ante los parámetros del canon festivalero y hay muchos que no perdonan esto. Los principales dardos eligen fundamentalmente como destino las actuaciones y los modos lingüísticos pronunciados. Sin embargo, hay que decirlo: mientras varios directores recurren a la misma película institucional y porteña, Campusano consolida un método narrativo como pocos. Sus historias fluyen de manera vital y con un particular manejo del humor más allá de los tormentosos ambientes que elige mostrar. En esta oportunidad, cambia de universo social y transita el devenir de una mujer (Delfina), bien posicionada económicamente, que queda prendida de un empresario (Kamil) perverso, el cual será decisivo para que abandone su entorno familiar e inicie un enfermizo periplo sin retorno. Todos los signos de la estética “cine bruto” se mantienen, incluidas las incongruencias y los esquematismos en términos de verosimilitud. Tal vez no haya que entenderlos como errores sino como marcas que se instalan con una intencionalidad política frente a tanta abulia imperante. Sin embargo, el abandono de la estructura coral le significa a este oscuro retrato una saturación de modelos telenovelescos trillados y una mecanicidad que agota. La fotogenia y la fuerza expresiva que tenía el vikingo no funcionan en el gélido retrato que componen los actores de Placer y martirio. Una de las claves del realismo pasa por el grado de conocimiento que tiene quien representa el microuniverso escogido. No se trata de que Campusano no pueda decodificar ciertos rituales burgueses o de clases pudientes y plasmarlos en pantalla, el problema es que el resultado queda debilitado por un predominante esquematismo en el tratamiento de los personajes. Y sin embargo, sí hay que resaltar la destreza narrativa del director. Sus películas se consolidan en este aspecto y la historia fluye como una corriente gracias a un montaje que logra, cada vez más, disimular los problemas de interpretación. Además, hay un eje más que redimible en el film que se desarrolla paralelamente: el carácter vampírico que adquiere la protagonista con sus constantes cirugías para entregarse a la enfermedad del amor. Un misterioso plano final confirma lo anterior y le devuelve a la película cierta energía que se había apagado. Uno hubiera preferido verlo antes.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Vuelve José Celestino Campusano pero esta vez decide enmarcar su historia en un terreno que le es más ajeno y en el cual no parece terminar de sentirse cómodo; con Placer y Martirio. Campusano se arriesga a hacer su propio retrato sobre la clase alta y pone como protagonista a una mujer, dueña de su propia empresa pequeña, casada y con una hija adolescente con la que no se entienden ni relacionan demasiado. Delfina (Natacha Mendez) es una mujer que se encuentra insatisfecha con su vida. Tiene un buen pasar económico pero siempre podría tener uno mejor. A su marido ya no lo toca y los únicos momentos en que parece pasarla bien es cuando sale con sus amigas en busca de alguna conquista. Así conoce a Kamil (Rodolfo Ávalos), un empresario multimillonario, uno de esos hombres que por negocios se la pasan viajando y no se privan de conocer mujeres en el viaje. “Seguro de sí mismo, culto y un caballero de verdad. Y encima ha sabido hacer dinero, de en serio”, lo define Delfina. Es que Kamil la encandila inmediatamente, para quien pasa a ser poco a poco una obsesión. Al principio ella parece ser muy correspondida y logra sentirse especial en la vida de este señor, pero de a poco la va arrastrando a diferentes humillaciones y dejadas de lado que ella nunca termina de afrontar y aceptar. Delfina sigue empeñándose en estar bella y disponible para él, dejando en un segundo plano todo lo que pasa en su trabajo, en su familia o en su casa, donde la presencia de su empleada doméstica es lo único que parece poner un poco de orden. Las amigas de Delfina no ayudan, terminan siendo mujeres que por más que sean bellas y exitosas, son tan insatisfechas y están tan aburridas de ellas mismas que buscan un poco de emoción (es decir, sexo) en cualquier lado y de cualquier manera. Si bien la idea de la que parte Campusano puede parecer atractiva, en su desarrollo termina fallando. Por un lado, aunque el guión sabe todo el tiempo a dónde quiere ir, apuntar, en su retrato no logra conseguir ser verosímil, no importa cuánto se empecine él en conocer gente que haya pasado por lo mismo. Eso sumado a la no actuación de sus protagonistas, algo muy común para este director que no trabaja con actores profesionales y que por lo visto no logra desempeñarse como director de actores, deriva en más de un momento de comedia involuntaria. Filmada de manera más prolija a lo que acostumbra, lo cierto es que por momentos se acerca más a un culebrón que un drama con tintes oscuros como lo que pretende ser. “¿Y si la infeliz terminas siendo vos al lado de él?”, le pregunta su amiga al comienzo de la película, adelantándose a todo lo que va a vivir después.