La herramienta subversiva Es primordial comprender que en el régimen teocrático de Irán hacer cine forma parte de un acto de subversión, como tal todo aquel cineasta que pretende ejercer la práctica cinematográfica corre serios riesgos de persecución y, en los casos más asonantes como el de Jafar Panahi, la cárcel y la prohibición por dos décadas de filmar y escribir guiones. A ese antecedente de falta de libertad de expresión, obviamente se le debe adosar el rol de la mujer en la sociedad iraní actual y el denigrante papel que le toca frente a un abuso tras otro de la mirada machista sobre todos los aspectos de la vida, más allá de las creencias religiosas que no son motivo de análisis en este caso. Para la mayoría del público, pensar en el cine iraní supone el preconcepto de esas películas lentas, morosas y anecdóticas, protagonizadas en su mayoría por infantes, que hacen del conflicto y la cotidianeidad una épica lírica que muchas veces naufraga en su intento de cosechar adeptos y que tiene como representantes, por ejemplo, al multifacético Abbas Kiarostami, galardonado director y muy valorado en festivales internacionales. No obstante, existen sobrados ejemplos de que no todo el cine persa es igual y tiene temáticas y estilos diferentes de acuerdo a los realizadores que se tomen para establecer rasgos característicos de una filmografía que cada vez llega en cuenta gotas a los circuitos argentinos. Por ese motivo, lo primero que debe decirse de Relatos Iraníes (2014), de la directora Rakhshan Bani-Etemad, es que la dinámica de su película dista mucho del ritmo habitual de los films iraníes, utiliza la herramienta de la representación cinematográfica para dejar plasmadas ideas con altas dosis de crítica social y poder de síntesis en un discurso que apela a la estructura coral para dividir la trama en siete capítulos o relatos como bien indica el título local. El pretexto de cada historia, donde el protagonismo de las mujeres es fundamental, marca a fuego las temáticas que supuestamente el estado teocrático procura invisibilizar: la burocracia que aplasta al ciudadano común; la violencia de género; la falta de libertad de expresión y la apuesta a la rebeldía en el orden artístico como modelo discursivo que, a fuerza de alegorías y metáforas, busca construir un manifiesto cinematográfico potente y entendible tanto desde adentro como fronteras afuera. El eje rector de los relatos es un personaje que con su cámara intenta sortear todo tipo de obstáculos para conseguir el registro documental de esa realidad que encuentra en cada espacio en el que transita. Testigo de las vivencias de personajes que exponen de manera descarnada todo tipo de conflictiva y desamparo. La película gana en términos dramáticos gracias a la impronta literaria de un guión sólido que apela a diálogos agudos para complementar las anécdotas. Es la cámara la que narra de manera constante al encontrar en cada personaje que aparece en cuadro una voz distinta, es el llanto asordinado de un puñado de mujeres de diferentes edades el que subraya el estado de las cosas y la apuesta a la emoción más genuina, sin artificio y con el menor esfuerzo en busca de la naturalidad. Lo que se destaca de esta propuesta iraní recae tanto en la condición actoral de muchos de los personajes femeninos, también desde su oficio asumiendo una actitud rebelde junto a la cineasta, para exhibir sobre el manto brumoso de la ignorancia una radiografía palpable de todo aquello que no se tiene presente a la hora de pensar en Irán y no caer en la reducida mirada sobre el fundamentalismo.
Mujeres al borde de un ataque de nervios Ganadora del premio al Mejor Guión de la Competencia Oficial de la última Mostra de Venecia, esta nueva película de la elogiada directora iraní ofrece una mirada coral y abarcadora sobre el estado de las cosas en la sociedad -sobre todo entre las mujeres de distintas clases sociales- de su país. Film coral, con diversas historias o mini situaciones angustiantes que hablan con elocuencia de la sociedad de Irán en la actualidad, de la condición de la mujer y de esos problemas en los que lo personal y lo social se interrelacionan. En un país en crisis, la desocupación, la burocracia y la represión condicionan las relaciones personales y familiares, el amor entre padres e hijos y en la pareja. La presencia de un documentalista que regresa a filmar y registrar la idiosincrasia de su propio país abre estas distintas historias de contenido social y cultural, algunas de las cuales -como el cuadro familiar de quienes reciben un regalo- merecían un mayor desarrollo. La propia película refleja mucho del espíritu documental que busca ese personaje del inicio. El taxi es el ámbito en que las historias se vinculan unas con otras, imprime cohesión y constituye espacio para el diálogo. Desde Abbas Kiarostami, el automóvil ocupa un lugar preponderante en el cine iraní, espacio para la reflexión, la comunicación, la observación social, como en la célebre Ten, y también en Taxi, el último trabajo de Jafar Panahi. La directora de Fuera de límites, Bajo la piel de la ciudad, Gilaneh y Mainline pasa con solvencia de una situación a la otra, tensando por momentos la cuerda, y transmite con intensidad una sensación de irritación generalizada. Un retrato social tan duro como valioso.
Historias de vida de gente común La directora Rakhshan Bani-Etemad, ganadora con esta película en la última edición del Festival de Venecia por mejor guión, ofrece con Relatos iraníes (Ghesseha, 2014) un recorrido por la vida conflictiva de de una serie de personajes inundados por la frustración y la tristeza. Cuando a uno le hablan de cine iraní suele pensar en películas sin ritmo, de esas en las que no sucede mucho y lo observacional se apodera de sus protagonistas. Este no es el caso de Relatos iraníes, una películaque sin poseer la vorágine del cine de Hollywood es dinámica y para nada aletargada. Relatos iraníes cuenta siete historias sobre la vida de diferentes personas comunes que deben enfrentarse al desamor, la violencia de género, la burocracia pública, la ayuda social, el machismo y la ignorancia, todas enlazadas a través de un cineasta que recoge historias de gente común para la realización de un documental. Cada uno de los relatos funciona como el engranaje del siguiente a través de un personaje que pasará de uno al otro, y así sucesivamente. De esta manera se logrará cohesión y no mostrar a cada uno como una serie de cortos independiente tal el caso de Relatos salvajes (2014). Como en toda película coral no todas las historias tienen la misma fuerza, pero sin dudas las dos últimas son las más potentes y logradas tanto en lo narrativo como en lo actoral. Al punto de sentir que no son parte de la misma obra. Con una mirada melancólica y desesperanzadora, Rakhshan Bani-Etemad muestra a través de una cámara movediza y una imagen sucia a un país quebrado tanto institucional como socialmente, donde pareciera ser que las mujeres son las únicas que sostienen los pilares de una nación a punto de desmoronarse. Pese a ubicarlas en el lugar contrario.
De la talentosa directora Rakhshan Bani-E’Temad, una película coral que muestra los males que aquejan la sociedad iraní, pero también, en un sentido universal, al ser humano. Las mujeres adquieren protagonismo, con grandes actrices y pases perfectos de una historia a otra.
La sociedad de Teherán en el espejo del cine A pesar de tratarse de una de las realizadoras más reconocidas de su país –Jafar Panahi y Mohsen Makhmalbaf forman parte de la misma generación de cineastas–, ninguna película de Rakhshan Bani-Etemad había sido estrenada con anterioridad en nuestro país. Ni siquiera durante la breve “primavera iraní” que siguió al exitoso lanzamiento local de El sabor de la cereza, de Abbas Kiarostami. Luego de varios años refugiada en el terreno del cine documental (la censura durante los últimos años del gobierno de Ahmadineyad fueron particularmente duros), la cineasta regresó a la ficción con esos Relatos iraníes, presentados el año pasado en el Festival de Venecia. Concebidos originalmente como cortometrajes individuales, estos cuentos cinematográficos, ahora unificados por la figura de un documentalista empeñado en retratar distintos aspectos de la sociedad de Teherán, están protagonizados por personajes de films anteriores de la realizadora, como si se tratara de codas o simplemente nuevos capítulos en sus vidas. A pesar de ello, no resulta imprescindible haber visto esos largometrajes previos para comprenderlos cabalmente.Relatos iraníes es, de manera más o menos sutil, dependiendo de qué episodio se trate, una denuncia de varios males sociales, del desempleo a la falta de oportunidades, de la drogadicción a la violencia de género e incluso la prostitución. Las nuevas ventanas de libertad creativa le permiten a la cineasta tratar esos temas de manera relativamente franca y directa, a años luz de aquellos años ’80 y ’90 habitados por la metáfora y el circunloquio. El segundo relato, por caso, encuentra a un jubilado empeñado en ser recibido por un burócrata de manual, más preocupado por la cena de esa noche y la posibilidad de encontrarse con su amante que de cumplir con su trabajo. Ese episodio demuestra los límites de la denuncia: a mitad de camino entre el grotesco realista y el registro ficcional televisivo, se ahoga en su gesto de aprovechamiento de las nuevas libertades adquiridas.Pero esa historia es casi la excepción y lo mejor de la película se encuentra en los relatos que tienen como eje las relaciones entre hombres y mujeres, tema que preocupa a Bani-Etemad desde sus primeros largometrajes y que ahora puede retratar con menos miedo a la proscripción. El film abre y cierra con sendas historias en un taxi, en lo que a esta altura puede definirse como todo un género del cine iraní: las películas a bordo de autos en movimiento. En ambos casos, un chofer (varón) se enfrenta a circunstanciales pasajeras a las que conoce previamente y en el diálogo que se produce durante el viaje la realizadora logra poner en tensión las difíciles circunstancias de la mujer en la sociedad iraní frente a los roles cristalizados por las prácticas culturales y religiosas. Incluso ante un interlocutor aparentemente liberal.En uno de los episodios más dolorosos, una joven golpeada y quemada por su marido intenta refugiarse en un centro de atención para mujeres maltratadas, ante los gritos e improperios del impaciente caballero. Relatos iraníes logra de esa forma poner en el centro de la discusión el concepto de propiedad sobre sus esposas que varios de los personajes masculinos del film parecen dar por sentado. En el que tal vez sea el mejor de los relatos, la carta de despedida de un hombre a su ex mujer, casada ahora en segundas nupcias, dispara miedos y prejuicios en su actual pareja. En apenas poco más de diez minutos, Bani-Etemad ilumina de manera muy precisa la estructura patriarcal de la sociedad iraní desnudando, al mismo tiempo, lo débil que puede resultar su andamiaje psicológico.
Retrato de una sociedad en crisis Primera película que se estrena en Argentina de la experimentada realizadora Rakhshan Banietemad, quien viene rodando desde hace casi tres décadas, Relatos iraníes (ni ahí refiere al original pero la elección del título es acertada), cruza pequeñas historias donde la mujer es protagonista en medio de un país en crisis aferrado a sus códigos ancestrales y religiosos. La película empieza y termina con gente conversando en taxis (individuales o en grupos), motivo más que suficiente para reconocer a una forma narrativa ya construida hasta el hartazgo por Abbas Kiarostami y otros directores. Pero la mirada crítica de la realizadora bucea otros territorios: el rol secundario que ocupa la mujer, la inestabilidad económica de Irán, la burocracia estatal sumergida en un laberinto de complejidades, las idas y vueltas de un grupo de personajes aunados a un contexto político y social determinado. Sin la poética feroz y cálida de los films de Kiarostami ni recurriendo al bajo perfil teñido de sarcasmo de los títulos más reconocidos de Jafer Panahi, Relatos iraníes se presenta como un catálogo de temas y estilos que atañen al cine de aquel país en las últimas décadas. Esa idea unívoca de “cine iraní para iniciados” que impera en buena parte del desarrollo de las múltiples subtramas, encuentra un nuevo centro narrativo en la exposición de otro tema típico por esos territorios: el cine dentro del cine. En efecto, la película ingresa en ese marco ya explorado por Kiarostami y el resto apelando a las preguntas en voz del alta de un hipotético cineasta planteándose problemas estéticos y políticos que podrían llegar a impacientar a la teocracia gubernamental. En ese sentido, la directora Banietemad expresa con excesiva locuacidad su visión crítica del régimen y, claro está, el lugar que ella misma ocupa como mujer dentro de la sociedad. Allí, en lugar de recurrir a la sutileza y al interrogante con objetivos teóricos, el relato descansa en las características más transparentes del film de denuncia en su versión eufórica y legitimada para el mercado de festivales.
Vital retrato de un país de contrastes A fines de los 90, el cine iraní pisó fuerte en la Argentina. El sabor de las cerezas, el notable film de Abbas Kiarostami, uno de los directores más relevantes de la historia cinematográfica de ese lejano país de Oriente Medio, llegó aquí a los 150.000 espectadores, una cifra sorprendente para una producción de ese tipo. El impacto fue tan poderoso que el fenómeno hasta propició algunas bromas entre los enemigos de la cinefilia: el cine iraní como sinónimo acabado de la pretensión y paradigma del aburrimiento. Pasó el tiempo, El sabor de las cerezas sigue siendo una película fabulosa y ahora llega Relatos iraníes, que no alcanza la excelencia de aquel trabajo de Kiarostami, pero ratifica la vitalidad del cine de un país que tiene unos cuantos directores con una carrera sólida y reconocida internacionalmente, sobre todo en el ámbito de los festivales: Asghar Farhadi, Jafar Panahi, Samira Makhmalbaf, por citar algunos. Igual que buena parte de sus colegas, Rakhshan Bani-Etemad es una directora culta y politizada. Relatos iraníes es su regreso al cine luego de ocho años de un silencio de algún modo autoimpuesto: durante el régimen de Mahmoud Ahmadinejad fue necesario pedir una licencia administrativa para filmar en Irán, y ceder a ese requerimiento, aseguraba ella, suponía legitimarlo. En 2013 asumió la presidencia de Irán Hassan Rohani, un político y religioso más moderado que su predecesor, y esta directora -que cumplió en abril 61 años- decidió volver al ruedo con una película armada sobre la base de una serie de historias que originalmente habían sido pensadas como cortos independientes (de ahí el título local, referido obviamente al boom comercial de Damián Szifrón, Relatos salvajes) y terminaron reunidas en un largometraje que revela las miserias de la burocracia estatal, la persecución política a los díscolos, los problemas de empleo y complicada situación de la mujer en la sociedad iraní (algunas de las historias se desarrollan a bordo de un vehículo, como es habitual en el cine de este país; ahí están El viento nos llevará, de Kiarostami, y la reciente ganadora del Oso de Oro en Berlin Taxi, de Panahi, como pruebas). Premiada con el León de Oro en el Festival de Venecia, la película de Bani-Etemad generó en Irán mucho revuelo y unos cuantos problemas para la directora y su equipo de filmación, que recibieron numerosas amenazas durante el rodaje. En una de las historias de la película, una funcionaria le dice a una mujer que reclama la libertad de su hijo, detenido por la policía por opinar libremente sobre política en las calles de Teherán, "si alguien juega con fuego, es probable que termine quemado". Aun ante esas inquietantes advertencias de ese estilo, muchos cineastas iraníes avanzan con decisión y firmeza.ß Alejandro Lingenti El tango, ese ritmo vibrante que nació en los arrabales porteños, se convirtió con el paso del tiempo en canciones y notas que son ya admiradas en los países más remotos. El ejemplo de ello, y es lo que relata este entrañable documental, se centra en Martín Mirol, un joven músico emigrado de San Pablo quien decide armar una orquesta típica de tango en Buenos Aires, una ciudad en la que el ambiente vive otra cultura. Después de diez años tocando con De Puro Guapos, el conjunto que formó en Brasil, Mirol encara un viaje a las raíces del género en busca del significado de esa música popular que llegó a ser patrimonio de la humanidad. Ya en suelo porteño ese joven comienza a inculcarles a sus compañeros de tareas el significado y la historia de los compases y de las letras de los temas que hicieron del tango un arte y así cada uno de ellos va hallando en ello el sentimiento más profundo que les permitirá descubrir los secretos más escondidos del dos por cuatro. El director y coguionista Gabriel Reich siguió en este film el recorrido no sólo de su protagonista, ansioso por poder presentarse con su conjunto en algún lugar de Buenos Aires, sino que paseó su cámara por los más entrañables lugares en los que reina esa música popular. Bares, peñas y milongas son los escenarios en los que, a los compases de composiciones tan conocidas como La yumba, Por una cabeza, Barrio pobre, A fuego lento, Derecho viejo y La fulana, entre otras, la orquesta de Mirol va tomando contacto con los amantes de ese ejemplo de porteñidad que es el tango. Emblemáticos cultores de ese ritmo aparecen frente a cámara y relatan anécdotas y experiencias de sus trayectorias artísticas y esas palabras calan profundas en los integrantes de esa orquesta que, nacida en el Brasil, deseó llegar a Buenos Aires para empaparse de lo más íntimo de su tradición porteña. Una excelente fotografía y un impecable montaje suman puntos a este homenaje al tango cuyo ritmo se entrecruza aquí con el deseo de esos brasileños por descifrar los más hondo y puro de sus melodías.
"El reflejo de una sociedad" Siempre es destacable la llegada de películas de otros países y culturas tan distintas a la nuestra, ya que muchas veces no tenemos forma de acercarnos a ellas sin una pantalla mediante. Es así como podemos conocer y comprender otras realidades. “Relatos iraníes”, de la directora Rakhshan Banietemad, repasa los distintos personajes femeninos de su filmografía, mostrando el rol de la mujer en un mundo gobernado por hombres. Podemos observar mujeres provenientes de estratos sociales diferentes y con niveles de educación y empleo disímiles, pero que se cohesionan en una misma forma de buscar un mundo mejor: la constante lucha. Si bien la película está compuesta por relatos cortos, estos se van conectando de una manera bastante particular; es decir, que se encuentra un hilo conductor. Y en todas estas historias existen mujeres con un carácter especial que desde su lugar exponen una idea, justamente en un lugar donde la manifestación de la opinión no está bien vista y puede costar caro. Es una propuesta muy arriesgada por parte de la directora. Algunas historias son más interesantes o impactantes que otras, pero cada una de ella muestra una crítica social importante: se expone la violencia de género, el desempleo, el abuso del poder, la falta de libertad de expresión, la droga, la pobreza, las enfermedades, entre otras temáticas. Con una forma casi documental, la película nos acerca a una realidad distante desde la mirada de diversas mujeres y también hombres que comparten esa lucha. “Relatos Iraníes” se la puede ver en el Museo de Bellas Artes, en el BAMA Cine Arte y en los Cines del Centro Rosario. Samantha Schuster
Un monstruo grande, que pisa fuerte. Relatos Iraníes llega a los cines argentinos con un paso firme habiendo sido galardonada en el Festival de Venecia con el premio al mejor guión, sin duda merecido. Sabemos que el cine iraní no es moneda corriente en las salas: en él se pueden ver animales hablando con humanos en un zoológico nacional ficticio, pero eso será cuento de otro relato. Qué tampoco será un relato salvaje, ese compendio de historias separadas y forzadas que supimos ver en pantalla tiempo atrás. “No sabemos quién está viendo esto…“, menciona uno de los personajes de la película a la cámara de otro personaje, se trata de una mujer que busca justicia por su hijo preso y de un documentalista perseverante, decidido a mostrar la realidad en la que viven muchos iraníes, víctimas de los abusos de poder, de la injusticia social aceptada, de la sodomización y el maltrato verbal y físico hacia las mujeres (dejándolas en un lugar anulado, no sólo frente a la sociedad misma sino también dentro de sus hogares, con maridos violentos, desconfiados, infieles y ausentes). Existe la dicotomía entre ese rol de la mujer y el que desempeñan en este film: aquí son ellas las que llevan las historias, los ejes principales, quienes nos hablan del sufrimiento padecido, del dolor de la lucha constante, en un país donde pareciera irónicamente que el hombre ha quedado en un segundo plano, relegado. Las distintas historias están entrelazadas por un hilo conductor invisible pero bien marcado, donde los protagonistas de cada relato dejan paso a los de la historia siguiente, todas con un punto en común o tal vez más de uno; un pedido hacia el otro, hacia quien escucha, hacia quien los pueda ver, una denuncia frente a tanta soledad personal y global. Las actuaciones fluyen como no puede fluir la vida misma, cómplices con una cámara que muestra y se involucra, que quiere ser parte y carne de esta realidad desgarradora a la cual muchos deciden no mirar. Las mujeres nos presentan los relatos, son quienes ayudan a los demás, quienes nos dan un punto de vista diferente sobre cómo pararnos frente a una sociedad que las deja de lado, las silencia, las esconde, las maltrata; pero ellas siguen, y dan pelea. En un país quebrado, ahogado, asfixiado, donde parece no haber esperanza, llegamos al final de estas siete historias, entre las cuales quizás las últimas dos son las más fuertes de la película, las que más hablan, las que dan lugar -entre tanto odio y maltrato- a un amor por encima de todo, a una suerte mínima de fe, donde la realidad pueda dar un giro y no cortarnos por la mitad. Las palabras finales del documentalista son claras: “Ninguna película queda en un cajón, eventualmente alguien termina viéndola”; tal vez más como un deseo dicho en voz alta, un pedido voraz por parte de una directora en un país donde filmar es casi un ejercicio de lucha, un arriesgar la propia libertad. El cine iraní tal vez hoy no sea de un consumo masivo, películas como éstas nos pueden acercar a descubrirlo y descubrirnos: a fin de cuenta sólo se trata de historias bien contadas, de sensibilidad extrema, de un cine que pisa fuerte y que cada vez más personas, por suerte, estamos mirando.
Impresiona valiente film de una directora iraní Funcionarios displicentes, venta de drogas cerca de las escuelas, obreros reclamando cobro atrasado de haberes, represión, prostitución, un seguro social que va en contra del usuario, violencia contra la mujer, semianalfabetismo, etcétera. Cualquiera pensaría que esta película se ambienta cerca de su casa, pero transcurre en Teherán, e impresiona por dos razones inmediatas: señala que allá hay un nivel de degradación social pocas veces difundido, y confirma que también hay gente valiente, que lucha contra la censura y denuncia estas cosas. Algo más: quien lo hace es una mujer, Rakhshan Bani-Etemad, veterana directora cuyas películas suelen estar entre las más populares del consumo interno iraní. También su elenco está integrado por artistas populares en aquellas tierras. Y están repitiendo personajes. Algo así como mostrarle a su público qué fue de la vida de, por ejemplo, aquella hija de los vecinos que un día se fue de su casa en una película anterior, o cómo se las rebusca ahora el joven que en otra historia había caído en desgracia con los traficantes. O cómo siguen su lucha cotidiana el médico de un solo brazo y la señora a cargo de una ONG de mujeres adictas a la heroína. Por suerte para nosotros, no es necesario haber visto esas películas. De hecho, acá prácticamente no se han difundido. No importa, se entiende igual. No hay nada enredado, todo está hecho para que quede bien claro, a través de una serie de situaciones correctamente hilvanadas que nos llevan por calles, hogares y oficinas de la parte menos turística de la ciudad. Así se suceden pequeñas historias, intensas, muy bien actuadas, filmadas en sólo 17 días, aprovechando una racha de buena voluntad por parte de las autoridades. Entre los intérpretes, Motamed Aria, prohibida hasta hace poco (la mujer que recibe una carta de su ex marido, ante la aflicción del actual), Mohammad Reza Forautan (el taxista), Mehraveh Sharifinia (muy bien iluminada en el taxi, y de tocante actuación casi sin palabras), Baran Kosari y Peiman Moadi, visto en "Una separación" (interpretan la última historia, muy buena). Y apareciendo cada tanto, Habib Rezaei como un documentalista que se mete en todos lados y no lo dejan filmar en casi ninguno. Quien quiera ver algo más de Bani-Etemad, en la web se encuentran "El velo azul", "Bajo la ciudad" y "La mujer de mayo", tres de sus mejores obras, aunque lo de los subtítulos suele ser un problema. Y también, un corto de una campaña que hizo para el Gobierno junto con Abbas Kiarostami, Majid Majidi y otros tres directores, a favor del pacto nuclear con EE.UU. Eso es más raro todavía.
La nueva película de la directora Rakhshan Banietemad intenta retratar a través de diferentes pequeñas historias apenas conectadas una con la otra, una Irán contemporánea. El film comienza justamente con uno de los personajes más pequeños, al que menos conoceremos, pero que es fundamental: un periodista que quiere retratar a través de una cámara esta sociedad. Así, se sube a un taxi y comienza la película. De un personaje se irá a otro, de un escenario a otro. El taxi quizás es lo que mejor funciona como nexo entre cada historia, aunque por momentos esa necesidad de conectarlas se sienta un poquito forzada, siendo el montaje un eslabón débil del film (aunque mucho puede tener que ver el hecho de que su directora, al saberse prohibido realizar largometrajes allí, simulara realizar cortometrajes que en realidad juntaría para derivar en esta película). No obstante, el trabajo que se hace con la cinematografía da lugar a imágenes cuidadas y potentes que cuentan mucho por sí solas. Con un guión que a veces no termina de ahondar lo suficiente en cada uno de los conflictos, en realidad casi como que elige en cuáles sí y cuáles dejar un poco más en el aire, el film relata estas historias conectadas de manera un poco débil a veces, pero siempre muy honesta. Y las actuaciones terminan de impregnar por momentos al film de un aire documental. Lo más curioso de este film es que a la larga, esta Irán retratada aquí no dista demasiado de una sociedad que todos conocemos, estemos donde estemos. Sus historias son de una identificación fácil, en las que se incluye temas como la política, las diferentes situaciones económicas, la violencia de género, el amor – el desamor, el sexo. Una mirada crítica a una sociedad donde hay analfabetismo, machismo, crisis económica, desempleo, represión. Y donde lo que no hay es libertad. Un retrato con ojos de mujer, porque son ellas principalmente los personajes que más sufren, pero también los más fuertes, aunque suelan ser empujadas a situaciones desfavorables como la prostitución, la violencia de género, el suicidio o la droga. Dura, con un dinamismo que le escapa al prejuicio “el cine iraní es aburrido”, Relatos Iraníes funciona como retrato y espejo de una sociedad que a veces nos resulta ajena, pero que en realidad se parece a la nuestra un poco más de lo que pensábamos.
Es inevitable comparar “Relatos Iraníes” (Irán, 204) de la directora Rakhshan Bani-Etemad, con “Relatos Salvajes”, de quien, además de compartir “relatos” en el título que los distribuidores locales (hábilmente) decidieron colocarle, mantiene la idea de narrar situaciones cotidianas, en este caso del Irán profundo y que permiten construir un mapa sobre la verdadera realidad del país asiático. Igualmente vale aclarar que, a diferencia de “Relatos Salvajes”, las historias que compondrán el filme de Bani-Etemad no serán estancas sin relación con la anterior (más allá de la temática), al contrario, una se irá hilvanando con otra a partir de cada protagonista de la historia anterior. La anécdota de “Relatos Iraníes” arranca con un realizador que llega a Irán a filmar situaciones diarias que se escapan a las que el relato y la agenda de los medios de comunicación imponen. En su búsqueda particular comenzará a relacionarse con los lugareños y el primero de ellos es un taxista. Dialogan, filman, comparten cigarrillos, y así es como la directora introduce su periplo. Al descender del vehículo Bani-Etemad comenzará la narración de los “Relatos…” para ir adentrándose en viviendas, en la calle, en rostros, en sensibilidades que permiten configurar un mapa de situaciones duras sobre el estado de la realidad del país. El hambre, el desarraigo, los reclamos laborales, las costumbres que marcan límites y que innecesariamente también trabajan sobre los cuerpos y los sentimientos. Porque lo que principalmente hará Bani-Etemad será una radiografía, rápida, dinámica, áspera, cruda, la cámara sucia y violenta que apunta sobre los personajes, seres dolorosos que deambulan en pasillos de ministerios, en negocios, en la calle, en las casas. Una carta llega para desarmar una familia, una mujer, desaparecida hace años, sube a un taxi y es reconocida, un hombre mayor reclama el reintegro del pago extra por una intervención cubierta por la obra social, una mujer espera que alguien pueda darle una mano con una carta para poder hacer el reclamo de su pensión, son tan sólo algunos de los relatos de la película. Una se sucede a otra, sin concesión, sin dar tregua ni respiro, sabiendo, claro está, que algunas calarán mucho más profundo que otras, pero que entre todas hacen un conjunto vívido de cómo se está en el Irán actual. Si a la película le sobran algunos minutos, o al menos se tiene esa sensación, es porque quizás no se puede “superar” a la que anteriormente se relató. Como esa en la que un grupo de trabajadores quiere manifestarse, con todo el miedo de la situación, y se los detiene. Y justamente en este relato está el director inicial, el que llega a Irán para mostrar su realidad, quien vertiginosamente nos muestra, más allá del punto de vista de la directora y multiplicando su propuesta. El elenco está a tono con la película, destacándose uno de los protagonistas Peyman Moaadi (“Una separación”, “Melbourne”, premiada en el 28 Festival de Mar Del Plata) y Golan Adineh, como esa mujer que reclama por lo suyo y por su hijo, injustamente detenido. Una buena muestra de qué está pasando en Irán con el cine, más allá de aquella invasión que en los 90 de la mano de Abbas Kiarostami supo inundar nuestras pantallas.
La última película de Rakhshan Banietemad arranca casi como una película de su coetáneo Panahí, abriendo camino desde un transporte público como es el taxi a contarnos los problemas de su sociedad. Relatos Iraníes, Tales o Ghesseha (su título en español, inglés o iraní) es la muestra fiel de lo que sucede en Irán con las mujeres, sin importar clase social ni edad, y cómo éstas a pesar de todos los males sociales que las aquejan, siguen su lucha, siguen resistiendo. La prostitución, las drogas, las madres solteras, el abuso político, la burocracia y la violencia de género, son los tópicos del filme que se ven reflejados a partir de varias historias que se construyen con muy buenas actuaciones y un guión muy sólido. Uno de los mejores momentos del film es toda una escena realizada en un gran plano secuencia cámara en mano donde desde adentro de una combi los personajes van interactuando entre sí, contando sus situaciones personales y denunciando los grandes conflictos a sociales, políticos y económicos que vive la sociedad iraní. A pesar de la angustia y del drama que domina todo el filme, el amor siempre está latente. La última escena es una de las grandes declaraciones de amor cinematográficas que podremos ver en este 2015, un excelso trabajo de dirección para lograr con miradas, gestos y buenos encuadres una escena íntima y profundamente fuerte.La fotografía de Koohyar Kalari es otra de las claves del filme, ya que logra aprovechar muy bien las luces naturales de cada una de las locaciones y transformarlos para lograr mayor realismo. Banietemad es considerada la directora más reconocida de su país, además de ser la guionista de todas sus obras – por Relatos Iraníes ganó el premio a mejor guión en el Festival de Venecia de 2014 -. Lo cierto es que esta gran directora nos vuelve a traer una obra impactante sobre situaciones comunes en su país, como la violencia de género, la lucha de las mujeres solas o unidas en organizaciones en busca de una mejor calidad de vida para ellas y sus hijos, los celos, las consecuencias de las drogas y las marcas de una sociedad machista que no les a dado mejores opciones pero con resistencia han ido cambiando los paradigmas que las sometieron por siglos.
Varios personajes femeninos en Irán, retratados por una realizadora prolífica que desde hace años trata de abrir las puertas a las mujeres dentro y fuera del cine. El film prismático es la mejor herramienta, pero vale por su precisión narrativa y cinematográfica, por su puesta en escena sutil que hace que cada elemento en el plano tenga un verdadero sentido.
Tradiciones y costumbres La directora Rakhshan Bani-Etemad nos presenta diferentes historias cotidianas, conectadas por algunos de sus personajes, que son un espejo de la cultura iraní. Los protagonistas de estos relatos están afectados de un modo u otro por los males que aquejan a esa sociedad: la pesada tradición conservadora, el machismo, la burocracia y una enorme corrupción. En las calles, dentro de un taxi, en oficinas públicas, o en el patio de una casa, la cámara parece espiar a los personajes, quienes con una enorme naturalidad recrean escenas que reflejan la incomprensión y la soledad que sienten sus protagonistas, y la enorme injusticia social en la que viven. No es fácil hacer cine en Irán, y muchos directores han elegido desarrollar sus carreras fuera de ese país, aun así muchos de ellos parecen sentir aun la necesidad de contar lo que pasa allí dentro; es el caso de Bani-Etemad, quien ha construido esta película con sencillez y franqueza, y si no fuera por los excelentes encuadres, nos olvidaríamos de que hay una cámara mediando entre nosotros y los personajes. Todos los actores de esta película han hecho un excelente trabajo, que concuerda con la naturalidad y la espontaneidad de las historias. Lo que por momentos hace un poco de ruido son algunos diálogos un tanto redundantes, como si la directora sintiera la necesidad de confirmar y reconfirmar algunos estereotipos iraníes. "Relatos Iraníes" es una excelente película, que más allá de reflejar la cultura del lugar, tiene una enorme sensibilidad para mostrar el alma de sus personajes, su tristeza, su desamor, sus frustraciones y sus deseos. Todas esas cosas que no son iraníes, son universales.
Una exótica poética de lo cotidiano En este galardonado film, su realizadora retrata pequeñas historias captadas en sus gestos más íntimos. Enfoques singulares para poner en discusión el concepto de la estética del documental con movimientos circulares en progresión. Merecedora del premio al "mejor guión" en el Festival de Venecia del año pasado, la realización de esta directora nacida en abril de 1954, en Teherán, presentada luego de haber dado a conocer más de quince films, nos permite acercarnos a toda una serie de microhistorias conectadas entre sí, que colocan el ojo de la cámara, la noción de encuadre y la proyección crítica y social del quehacer cinematográfico en un plano muy relevante, que pone en discusión el concepto de la estética del documental tal como el cine occidental lo ha establecido. A la manera de breves relatos que se van presentando mediante enlaces de manera continua, tal como lo tenemos presente en el film de Max Ophuls de 1950, La ronda, el film que hoy comentamos se posiciona como un registro de hechos cotidianos que van formando una particular trama, un amplio retazo de variadas temáticas, que se articulan desde ciertos personajes que van cediendo lugar a otros. Un movimiento circular en progresión es el diseño que el film parece ofrecernos, que desde la dinámica orquesta diferentes ritmos. Su directora elige un juego de alternancias, lo que le otorga al film un marcado verosímil naturalista. Así, estos relatos si bien tienen la marca de una cultura, los rasgos identificables de una comunidad, en ese pendular entre la tradición y los nuevos tiempos, igualmente las problemáticas que se abordan no son privativas de ellas. Por el contrario, estas pequeñas capturas en la cotidianeidad anclan en el espacio de lo universal: sin dejar de lado lo singular de su realizadora y de otros rasgos que reconocemos a partir de tener presentes otros films de origen iraní. Al hablar de cine iraní recordemos que en nuestro país, un primer gran capítulo se abre a fines de los años noventa con el estreno de El sabor de la cereza, de Abbas Kiarostami, de quien ya se habían dado a conocer algunos de sus films en espacios alternativos, de cineclubismo. Y posteriormente, en diferentes momentos no sólo se estrenaron en salas comerciales obras de este director (las últimas en conocerse fueron Copia certificada y Like someone in love); sino, además, entre tantas otras, Niños del cielo, La manzana, El espejo, El color del paraíso, El globo blanco y recientemente, en estos dos últimos años, dos memorables films de Ashgar Farhadi, Una separación y El pasado. Pero, estimo, que es con Jafer Panahi con quien esta realizadora, Rakhshan Bani-Etemad, comparte sus elecciones estéticas, su modo de abordar el concepto y llevarlo a la pantalla. Y de este director traemos a la memoria films que asumen una mirada crítica sobre la censura en el campo del arte y sobre la opresión femenina. Particularmente, considero que tanto El círculo como Esto no es un film, ambas de Panahi, abordan en formato largometraje lo que aquí se presenta de manera episódica. Y entre otros temas de estas identificables historias, están ahora aquí presentes la cuestión de la droga, la desocupación y la burocracia, la violencia de género, la sumisión y los reclamos. Destacado film que nos pide a nosotros, espectadores, una mirada atenta y sostenida para estos relatos que llevan nuestra mirada a los expresivos rostros de sus personajes, quienes en parte nos recuerdan a cortometrajes del mismo Abbas Kiarostami. Su modo de narrar abre espacio a lo sugerido, a lo que se debe reconstruir, al llamado fuera de campo. De esta manera, se nos pide en tanto espectadores participar desde lo ausente, corrernos del lugar de un mero observador apoltronado en su butaca y tomar parte, involucrarse en lo que el film propone. Presentada en numerosas muestras y festivales internacionales, el reconocimiento a este film en Venecia, cuyo jurado estaba integrado por el actor Tim Roth, los directores Elia Suleiman y Carlo Verdone, el compositor Alexandre Desplat, entre otros, ha permitido que el mismo haya podido ingresar en la cartelera de numerosos países. De esta manera, podemos verificar que la suerte y el probable periplo de un nuevo film, de una cinematografía alejada de la esfera del cine industrial, en la mayoría de las veces, depende de su aceptación o no en el espacio de los más reconocidos festivales.
Por las calles de Irán A la manera de aquellos episodios cortos en Springfield, la experimentada realizadora Rakhshan Bani-Etemad aborda múltiples historias en Relatos iraníes, con personajes que entran y salen de cada “cuento” y conectan cada segmento del film, con una fluidez envidiable y con un muy preciso trabajo de montaje. La película, sutilmente coral, abre y cierra con la cámara de un documentalista que quiere registrar la realidad del país. Y lo que se observa en esta serie de historias, a modo de resumen, es una desintegración absoluta, una nación ganada por las injusticias y los órdenes represivos, especialmente hacia la mujer. Son ellas, especialmente, las que conectan mayormente cada micro-relato, dándole una unidad formal pero a la vez temática: Banietemad muestra lo que ocurre con las mujeres en su país, su rol secundario tras los hombres, su escaso espacio de decisión y cómo pequeñas decisiones pueden simbolizar epopeyas gigantescas. Se puede trazar entre el cine iraní y el rock nacional cierto paralelismo. Así como aquellos autores de la música tuvieron que apelar a las metáforas para poder decir lo suyo en tiempos de dictadura, buena parte del cine de Kiarostami o Panahi (los dos nombres más emblemáticas del cine iraní de las últimas décadas), se rodearon de una poética en extremo formalista, que sugería más que lo que mostraba. Por eso llama poderosamente la atención este film de Bani-Etemad, que se parece un poco al rock argentino de los 90’s: más directo, menos sutil. Sin embargo, existe en la realizadora una consciencia evidente en cómo lo discursivo adquiere elementos del melodrama más epidérmico. Relatos iraníes es directa, física, incluso poco sutil para exponer sus temas. Es una película que el público poco afecto al cine de ese país podría ver sin problemas. Y si bien eso podría hacer un poco de ruido y reducir el valor de la película, lo cierto es que hay en ese gesto algo de valentía y bravura. Además de darle un poco de acción a un cine iraní que pasado de metáfora, parecería ir viviendo sus últimos minutos de fama. Relatos iraníes, aún con algunos pasajes poco logrados y estridentes y con personajes ramplones, es una producción urgente, callejera, algo sucia y vívida. Es que la metáfora será muy bonita, pero a veces hay que decir las cosas como son.
Este nuevo filme de la denominada “Primera Dama del Cine Iraní” es una colección de historias breves conectadas entre sí, de manera circular: un grupo de cortos que se van, literalmente, pasando la posta narrativa hasta completar esta serie de relatos. El sistema tiene dos funciones. Por un lado, fue una posibilidad para Bani E’tem?d de poder filmar –ya que, aparentemente, el gobierno iraní le dio permiso para hacer cortos y no un largo, y así fue como terminó “trampeando” el sistema– y, por el otro, porque los distintos cortos retoman personajes de filmes anteriores de la realizadora. De todos modos, no hace falta estar al día con su filmografía para entenderlos, ya que en el fondo es un bastante directo retrato crítico de la situación social y política iraní, con especial énfasis en la situación de la mujer. Las tramas involucrarán a un documentalista que vuelve a Irán y filma lo que ve, al taxista (universitario) que lo transporta, a una prostituta, a un anciano que hace un reclamo ante un sistema burocrático que lo ignora, a dos hermanos que traman matar a su padre, a una pareja que recibe una carta del ex marido de la mujer y a una mujer víctima de la violencia de género, entre otros casos, para retomar al taxista y al cineasta del principio. Algunas historias funcionan mejor que otras en un filme excesivamente dialogado que descansa cuando sale a la calle (al taxi) y que tiene sus momentos más emotivos en las historias finales. De todos modos, más allá de los apuntes precisos que el filme hace sobre la situación del país, por momentos a la película la recorre un tufillo de ¿qué nos pasa a los iraníes? –un intento de catársis sobre los diversos problemas del país– que se vuelve un tanto obvio y redundante. De todos modos es una propuesta valiosa.
Una mirada sobre el Teherán oculto Rakhshan Bani-Etemad es una realizadora iraní muy conocida, dicen, en su país pero no aquí. “Relatos iraníes” (Premio al Mejor Guión en el Festival de Venecia) es la primera película de ella que se estrena en la Argentina y fue concebida luego de largos años de silencio, en los que Rakhshan se dedicó a otros menesteres en repudio al régimen de Ahmadinejad. Como todo lo que conocemos del cine de ese lugar del mundo, estos relatos pretenden mostrar a la gente del pueblo en sus avatares cotidianos, enfocando las vidas particulares con sus sentimientos, emociones, valores, virtudes y vicios, pero siempre bajo la fuerte presión del contexto social y sus condicionamientos que van desde lo más sutil hasta lo más grosero. Rakhshan utiliza una estructura muy frecuentada por el cine independiente occidental, pero que en realidad responde a una tradición oriental, como es la de ir encadenando una historia con otra, conformando un mosaico de narraciones que se vinculan entre sí porque se tocan en algún punto y que en conjunto se puede leer como una sola historia compuesta por varios capítulos y personajes. Pero la directora iraní le agrega una particularidad personal más a esta estructura tradicional, según consignan las crónicas: en “Relatos...” aparecen personajes de sus películas anteriores, como si este film se tratara de una continuación de aquellos otros. Rakhshan tiene una fluida experiencia, afirman, en la dirección de documentales lo que evidentemente influye al momento de abordar la ficción. En efecto, el hilo conductor de “Relatos...” está dado por un camarógrafo solitario que está llevando a cabo un proyecto personal por las calles de Teherán. El personaje, del cual no conocemos su nombre, se mueve por distintos ámbitos, tratando de registrar con su cámara aspectos de la vida en esa gran urbe, pero concentrándose en los sectores menos favorecidos: jubilados humillados por la burocracia estatal, mujeres víctimas de violencia de género, drogadictos, desempleados, familias destruidas, víctimas de injusticias y expulsados del sistema en general. Pero también existe un narrador omnisciente que a veces profundiza en algunas de las microhistorias, adentrándose en territorios en los que el personaje-camarógrafo no puede ingresar, como para mostrar aquello que todos saben que existe pero nadie quisiera ventilar. El dato más sobresaliente es la estructura patriarcal de la sociedad, los matrimonios por conveniencia y también las familias múltiples, ya que el divorcio está permitido y es una opción bastante frecuente, además de segundas y terceras nupcias por fallecimiento de uno de los cónyuges, de lo que resultan historias más complejas aún, máxime si de las diversas uniones surgen hijos. “Relatos...” es una suerte de radiografía de ese conglomerado de situaciones, donde conviven seres con distintas fortalezas y debilidades, en las que a veces las mujeres deben ir al frente en la lucha por la vida y los hombres se ven relegados a un lugar subalterno, con todo el costo psicológico que esta situación irregular acarrea, al ponerlos en conflicto con los mandatos tradicionales de su cultura. Con escasos recursos pero con la gracia del talento y de un trabajo meticuloso, “Relatos...” es una película digna y conmovedora, que trasunta sensibilidad, honestidad y belleza.