La desconfianza mutua El realizador británico James Marsh sigue demostrando que la ficción definitivamente no es lo suyo porque el tiempo pasa, se acumulan más y más productos mainstream encabezados por el susodicho y sus dos mejores trabajos continúan siendo -por lejos- dos proyectos documentales, Man on Wire (2008), sobre Philippe Petit, el funambulista francés que se hizo famoso en 1974 por cruzar caminando sobre un cable las Torres Gemelas del World Trade Center, y Project Nim (2011), acerca de Nim Chimpsky, un chimpancé que fue criado como un ser humano durante la década del 70 dentro del contexto de un estudio de la Universidad de Columbia sobre lenguaje animal y su paralelo con el de los hombres. Por fuera de estos dos trabajos el director no ha conseguido redondear un film sólido y si bien sigue inspirándose en sucesos reales para sus películas, todas ellas resultan muy olvidables. Pensemos para el caso en Nombre en Clave: Shadow Dancer (Shadow Dancer, 2012), un opus apenas correcto basado en el Conflicto de Irlanda del Norte de la segunda mitad del Siglo XX entre los unionistas protestantes y los republicanos católicos, en La Teoría del Todo (The Theory of Everything, 2014), una aproximación bastante remanida a la vida de Stephen Hawking, y en Un Viaje Extraordinario (The Mercy, 2018), una propuesta también despareja sobre el trágico periplo marítimo de Donald Crowhurst, un navegante amateur de velerismo que terminó falleciendo en 1969 al intentar hacer trampa en una célebre regata de la época. Su última realización, Rey de Ladrones (King of Thieves, 2018), es un convite aún más agridulce porque no se decide entre la comedia de veteranos, el film noir más clásico y la heist movie o película de atracos, coqueteando con los tres rubros sin convicción ni brío. La historia está centrada en el devenir de un robo verídico de abril de 2015 a una empresa de cajas fuertes/ de seguridad ubicada en una zona agitada de Londres especializada en la comercialización de oro y plata, una operación que fue perpetrada por un grupo compuesto casi exclusivamente de criminales ancianos que se llevó un botín -entre joyas y dinero- valuado en 200 millones de libras. El líder, por así decirlo, es Brian Reader (Michael Caine) y su socio principal y el encargado de desactivar las alarmas es el único cómplice joven, Basil (Charlie Cox), ya que el resto de los “muchachotes” está bien entrado en años (entre los miembros de la banda encontraremos a luminarias como Jim Broadbent, Ray Winstone, Michael Gambon, Tom Courtenay y Paul Whitehouse). Aprovechando el feriado bancario de Pascua, los señores hacen un agujero en una de las paredes de la bóveda en cuestión y vacían tranquilos cada una de las cajas de los muchos clientes individuales de la compañía. Como decíamos anteriormente, la propuesta no se decide entre los chistecitos en torno a la edad (el guión de Joe Penhall es bastante flojo en este ítem), el retrato de los entretelones del robo en sí (por momentos se pasa demasiado rápido de un punto al otro del relato y en otras ocasiones la trama resulta aburrida porque cae en diversas redundancias dramáticas) y las típicas traiciones de los policiales negros (la fase final, cuando esa investigación oficial en segundo plano conduce al arresto de todos los protagonistas, está llena de paranoia y desconfianza mutua que nunca generan un interés real porque el desarrollo de personajes deja mucho que desear, abusando de latiguillos unidimensionales para la descripción de los veteranos). Caine por supuesto está muy bien y el resto acompaña con maestría pero los clichés y la constante pose canchera conspiran para que los distintos registros funcionen en consonancia o por lo menos logren brillar de manera caótica y/ o cada uno por su lado…
En Inglaterra se lo conoció como “El robo del siglo” y conmocionó a todos. Durante la Semana Santa del año 2015 un grupo de ladrones robó la compañía de depósitos Hatton Garden Safe Deposit. Además de la gigantesca cifra del robo, dos cosas llamaron la atención: la primera fue el robo de la vieja escuela, según comentaron los expertos y la segunda es que los ladrones eran todos veteranos, muy mayores para esta clase de delitos. Un grupo de ancianos realizando un robo que parecía de película. Todo un evento para la opinión pública y la prensa. Se calcula que es posible que hayan robado alrededor de 200 millones de libras. Un parámetro del impacto que tuvo el robo es el hecho de que se hicieron tres películas sobre un robo ocurrido hace menos de cuatro años. Hatton Garden: The Heist (2016), The Hatton Garden Job, también conocida como One Last Heist (2017) y finalmente la que se estrena ahora King of Thieves (2018) que sin duda es la que tiene el elenco de mayores estrellas y por lo tanto proyección internacional. Si se hicieron dos películas que pasaron desapercibidas eso más que una oportunidad para hacer una tercera debería haberse tomado como una advertencia para no hacerla. El tono elegido no fue el de un policial dramático sino el de una comedia con viejos graciosos, un subgénero que hace tiempo viene dando buenos resultados en la taquilla. Si el ideólogo del plan es nada menos que Michael Caine –que un año antes hizo otras comedia de viejos ladrones, Going in Style– es obvio que la película tiene un interés inicial. El resto de los cómplices lo conforman Ray Winstone, Jim Broadbent, Tom Courtenay Paul Whitehouse y Michael Gambon, todos rostros conocidos, incluso legendarios, del cine británico. Solo se le suma alguien más joven, interpretado por Charlie Cox. Pero la película, dirigida por James Marsh, no puede evitar convertirse en una comedia policial muy rutinaria, donde simplemente se cuentan los eventos con algunos chistes y todo parece forzado y ya muy usado en demasiadas ocasiones. No siempre la repetición falla, pero en este caso que no haya nada novedoso sí se siente. Algunos momentos donde se pasa de lo gracioso a lo dramático consiguen darle algo de fuerza a la historia. Es fácil imaginar que un grupo de ladrones disputándose una suma como esa no eran simpáticos viejitos haciendo chistes. La película no logra su objetivo como comedia y tampoco como policial. No logran despegarse de la realidad a pesar de las obvias licencias poéticas ni tampoco se convierte en una interesante reconstrucción de lo ocurrido. No se trata solo de elegir una historia y actores gigantescos, se necesita más para hacer una buena película.
En Semana Santa de 2015 se llevó a cabo el titulado “robo del siglo” en Reino Unido, donde un grupo de hombres de edad avanzada robaron el depósito de seguridad Hatton Garden que contenía diamantes valorados en alrededor de 200 millones de libras. Este hecho, además, inspiró una seguidilla de películas, como “Hatton Garden the Heist” en 2016 o “The Hatton Garden Job” en 2017. Ninguna de las dos tuvieron una buena aceptación dentro del público y la crítica especializada, pero esto no impidió volver a llevar este caso a la pantalla. Es así como “Rey de Ladrones” (“King of Thieves”) llega este jueves a las salas para contar, una vez más, la historia de un grupo de ancianos que en sus buenas épocas eran criminales y que, ahora, por cuestiones de la edad y los distintos caminos por los que los llevó la vida dejaron atrás esas prácticas. Sin embargo, se vuelven a reunir en el funeral de la esposa del líder de la banda, Brian Reader (Michael Caine). Por su parte, Basil (Charlie Cox), un hombre mucho más joven le propone a Reader robar las cajas fuertes del depósito de seguridad Hatton Garden, cuyo contenido tiene joyas y dinero. Es así como el equipo vuelve al ruedo en el considerado robo del siglo de Reino Unido. En primer lugar nos encontramos con un grupo de personalidades británicas con una larga trayectoria cinematográfica, encabezado por Michael Caine y completado por Jim Broadbent, Ray Winstone, Michael Gambon, Tom Courtenay y Paul Whitehouse. A este reconocido elenco se le suma un actor más joven pero que también se volvió popular a raíz de su protagonismo en “Daredevil”, Charlie Cox. Todos se encuentran correctamente en los papeles que les toca encarnar, porque son buenos actores, a pesar de que en algunos momentos el guion no ayuda a la completa construcción de los roles, sino que solo se queda en la superficie. De todas formas, el grupo variopinto de personajes (y las interpretaciones de estos icónicos actores) es uno de los elementos más acertados que tiene este film irregular que no termina de explotar. No nos otorga la espectacularidad deseada para una historia de atracos ni la tensión o el suspenso requeridos para este tipo de argumentos. Incluso, hacia el tercer acto, la cinta incorpora una investigación policial que se encuentra en un segundo plano, a la cual se le podría haber sacado mayor provecho, pero prefieren enfocarse en la paranoia del grupo y en las posibles traiciones (igualmente esta situación estuvo bien manejada). La película, en cambio, intenta cautivar al espectador más por su gracia y comicidad, a través de una gran cantidad de gags sobre el tema de la tercera edad y los inconvenientes que ella conlleva. Algunos de ellos logran su cometido, mientras que otros no, debido a que incurren en lo chabacano o directamente se sienten forzados, notándose el objetivo de querer hacer reír al público a base de cualquier pretexto. Con respecto a los aspectos técnicos, podemos destacar la utilización de música potente en los instantes en que la imagen lo requiere, sobre todo en aquellos en los cuales se está produciendo el atraco. De todas formas, en algunos momentos el sonido cobra mayor importancia que la acción de los protagonistas y pueden sacar al espectador del clima buscado. El montaje es tradicional, aunque en ciertos parajes del film apela a diversos flashbacks, queriendo generar un paralelismo entre los ladrones de ahora y quiénes fueron en su época dorada. Sin embargo, solo se usa en algunos períodos, haciendo que quede un poco tosco este recurso. En síntesis, “Rey de Ladrones” es una película basada en hechos reales que se favorece de su elenco con una trayectoria cinematográfica envidiable para contar una historia sin mucha innovación. Ni tan graciosa e inteligente como para convertirse en una comedia efectiva ni tan espectacular y tensionante como para retratar un argumento de atracos, la cinta se queda a mitad de camino entre lo que se proponía y lo que finalmente logró.
Basada en un hecho real y publicado en un artículo de Mark Seal, “El rey de ladrones” es lo nuevo del director James Marsh (el de “La teoría del todo”, la biopic de Stephen Hawkins), una historia de ladrones de avanzada edad en Londres. Michael Caine es Brian Reader, un exitoso ladrón ahora jubilado al que un joven, Basil (Charlie Cox) convence de volver al ruedo. Así se reúne con viejos conocidos y planean un atraco a las cajas de seguridad de un banco. El cerebro es Brian. Aparentemente todo sale bien, ellos se van con el botín pero de a poco las sospechas comienzan a tomar lugar. ¿Cómo repartir esto de manera justa y equitativa? ¿Quién está escondiendo algo más? “El rey de ladrones” comienza de manera simpática, con estos protagonistas (además de Caine están Jim Broadbent, Michael Gambon, Ray Winstone y Tom Courtenay) como hombres mayores que todavía se creen capaces de ser lo que eran cuando eran jóvenes, al mismo tiempo que lidian con cuestiones propias de la edad. Pero a medida que se va sucediendo el film comienza a plantear algunos tintes más oscuros, especialmente de la mano del personaje de Broadbent. ¿Cuál es el problema de esta película? Varios. Por un lado, esa indecisión entre lo que quiere ser y es la película. Una de bancos, un thriller, una especie de “Un golpe con estilo” (comedia de la que hace poco hizo remake Zach Braff y también está protagonizada por Michael Caine), también hay algo con la mirada que Reino Unido tiene sobre su propio país: cuando sale la noticia nadie puede creer que sean ingleses estas personas inteligentes que lograron entrar y salir del banco con éxito. Al final no es nada, pero un poquito de cada una. Otro problema es un guion (escrito por Joe Penhall, uno de los escritores de la recomendada serie “Mindhunter”) lleno de inconsistencias. Personajes que aparecen y se mueven porque sí, situaciones que se resuelven de la manera más rápida (e inverosímil). Por último, el ritmo. No funciona nunca como comedia (ni cuando apuesta a ella, con gags sobre la vejez que no resultan graciosos), ni como thriller oscuro al que amaga con acercarse en algunos momentos. Y en el medio, quizás porque el atraco se realiza demasiado rápido, termina sintiéndose larga y aburrida. “El rey de ladrones” sólo tiene a favor una camada de buenos actores que no envejecen a nivel actoral. Siempre resulta agradable ver a Michael Caine en pantalla y apena que no esté a la altura de una película tan inconsistente y fallida.
Los viejitos boqueteros La prensa londinense lo definió en 2015 como el atraco del siglo. Desde la crónica periodística se supo que una banda experimentada de ladrones de joyas logró hacerse con el botín más importante de la historia delictiva en ese país, al así como 200 millones de libras en joyas, durante la semana de pascua en la empresa encargada de seguridad Hatton Garden. Aunque fueran atrapados luego por la policía, víctimas de su ambición y traición mutua, la anécdota mayor fue que la banda estaba compuesta por ancianos nada simpáticos, criminales al fin de cuentas. El opus del realizador James Marsh, Rey de ladrones, se inspira en este hecho verídico para explotar con poco éxito las fórmulas de las comedias protagonizadas por ancianos en los contrastes no sólo de la vejez sino del mundo analógico por el digital; las películas de robos sofisticados un tanto más solemnes y la de aplicar elementos dramáticos en un policial noir por la sencilla razón de empatizar con alguno de los personajes. En este caso todo cae en manos de Michael Caine, la figurita difícil en este paquete importante de buenos actores como Michael Gambon, Charlie Cox, Tom Courtenay, Jim Broadbent, Ray Winstone. A pesar de ese equipo soñado por varios directores en una misma película, aquí quedan desdibujados desde la poca dimensión en la construcción de cada personaje. El estereotipo dice presente en este vaivén de traiciones, haciendo gala de ese refrán popular ladrón que roba a ladrón. En este esquema se desenvuelve una trama fácil de entender que pierde ritmo a medida que avanza y que nunca se desarrolla demasiado, aunque el entretenimiento no se descarta en varios momentos y alguna que otra dosis de humor siempre producto de la destreza de los actores.
Rey de ladrones (King of thieves, 2017), de James Marsh, la tercera versión que llega a la pantalla sobre el robo que conmocionó a la opinión pública inglesa y que tuvo a personas “mayores” como protagonistas, es una propuesta que deambula entre el intento de innovar y la imposibilidad de hacerlo. En el último tiempo el cine de “ladrones” se revitalizó gracias a la incorporación de grandes figuras que, en otros tiempos, protagonizaron referentes del género y han permanecido como estandartes de un cine de entretenimiento de “calidad”. También ha encontrado en un caso en particular, el robo a unos depósitos llamados Hatton Garden, la tela para producir películas comerciales, que han pasado al olvido rápidamente, por no tomar en serio aquello que contaban. El caso que sorprendió a todos contó con estos ancianos que dotaron de “calidad” -por decirlo de alguna manera- a la metodología implementada para robar, planificando con tiempo y sigilo cada movimiento, configurando un plan que en apariencia sería infalible y que recordaba a sus años mozos en la delincuencia. En esta oportunidad Michael Caine será Brian Reader, el encargado de reclutar a compañeros de larga data para llevar a cabo la difícil misión de inmiscuirse en el lugar sin levantar sospechas y llevándose un importante botín, el cual sería compartido en partes iguales hasta claro está, que de la teoría a la práctica todo se complique y confunda. Acá, a diferencia de sus predecesoras, el humor será el motor impulsor de una película que transita el policial y el subgénero de robos sin importarle transgredir sus cimientos, prefiriendo acercarse a la sitcom por momentos, debilitando su trama y dejando de lado rápidamente, su origen. El elenco, encabezado por Caine, con su eterno carisma pero con figuras de la talla y nombre de Ray Winstone, Jim Broadbent, Tom Courtenay, Paul Whitehouse, Michael Gambon, más Charlie Cox, cumple con lo esperado, pero se nota en las interpretaciones la exigencia de sobresalir y echar aire a una película que podría haber sido mucho mejor que lo que finalmente es, recorriendo sin originalidad la trama. James Marsh elige narrar este cuento de una manera bastante tradicional, y aquello que en un principio parecía novedoso, ni siquiera en el tema del robo puede levantar alguna diferencia para mantener en vilo al espectador ni la tensión in crescendo para continuar con el visionado. Rey de ladrones traiciona su origen y termina ofreciendo un espectáculo que por lo convencional de la puesta, diálogos que escapan de las leyes de género y una mirada algo maniquea sobre los hechos que presenta, subraya más las carencias de la propuesta que sus virtudes. En la chatura de su progresión dramática, en la débil presentación de los personajes y en la lábil diferencia con sus dos versiones anteriores, Rey de ladrones, termina por perder la oportunidad de convertir a Michael Caine en el héroe que la película necesitaba, transformándolo sólo en un líder confundido de otros confundidos, con achaques de la edad, problemas para caminar y que sólo por su estirpe de ladrones con códigos, terminan por llevar adelante una tarea para la que ya ninguno estaba preparado.
Origen del film, Inglaterra, con dirección de James Marsh y guión de Joe Penhall y Mark Seal. Organizado por Cine Club Núcleo, el lunes 25 de febrero tuve el placer en el Cine Gaumont de admirar, nuevamente en la pantalla grande, a un Michael Caine con estilo propio y con una edad que la deberemos descubrir como espectadores, porque haber nacido en 1933, en este caso no quiere decir nada. “Cine Club Núcleo” cuenta con el apoyo del INCAA y la gerencia de Espacios INCAA, fundado por Salvador Samaritano. Es una fundación sin fines de lucro, miembro de la Federación Argentina de Cine Clubes y de la Federación Internacional de Cine Clubes, que fue declarada de interés especial por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Todo este preámbulo fue para que, quienes no lo conocen, sepan que todo estreno organizad por ellos son exhibiciones de films de merecido prestigio, reconocidos por la crítica especializada y el público.
El gran documentalista de “Man on Wire” y “Proyect Nim”, como también de la película “La teoría del todo”, intenta con malabares sacar adelante una trama que ya había sido interesante en dos versiones anteriores –aunque menos conocidas- sobre el robo sucedido en Inglaterra, en el año 2015. Conocido como “El robo del siglo”, fue un asalto que sucedió durante “Semana Santa” y que fue perpetrado por ladrones veteranos, quienes usaron métodos a la vieja usanza; a cara descubierta y como quien se lleva el mundo por delante. Capaz eso sea lo más desaprovechado en esta cinta malograda donde los actores muestran su oficio, pero no se lucen en absoluto. La falla más evidente es cómo el personaje principal va perdiendo protagonismo, al igual que su partenaire secundario que fue quien -en definitiva- determinó el robo, y la trama recae en otro asunto que tiene que ver con la ambición de logros no concebidos al llegar a la vejez, y que desata la traición entre ellos y convierte el relato en obsoleto y superficial. Lo que pudo haber sido divertido y afinado, cae una y otra vez con recursos de edición, el que pareciera decisiones de dirección, más que de guión. Cada uno a lo suyo. No todos entienden la profundidad de una buena historia aunque se perciba un rico aroma. Calificación: 4/10.
En el fútbol se dice que son jugadores que tuvieron su oportunidad de jugar en Primera, pero nunca “llegaron a explotar”. Puede hacerse el paralelismo con Rey de ladrones: tendría todo para ser un buen filme, pero no. Es la película la que no llega a explotar, aunque tenga jugadores de Primera, con Michael Caine a la cabeza como el líder de una banda de criminales, a punto de dar un golpe majestuoso. Además, la historia es real, y sucedió hace menos de cinco años... A sus 85 años, Caine interpreta a un estafador que acaba de quedar viudo, y reúne a un viejo grupo de criminales -el más chico pasó los 60-, junto a un joven que le tira un dato: en un depósito de Hatton Garden, en Londres, una bóveda fortificada utilizada por comerciantes y joyeros, habría un botín multimillonario. Durante la Semana Santa de 2015 ingresaron agujereando una pared y lo que se llevaron habría rondado los 20 millones de dólares, entre joyas y libras. El problema con Rey de ladrones es que la historia no termina de arrancar jamás. Ni siquiera luego del robo, cuando deben hacer la repartija entre todos hay un gramo de imaginación o agudeza. Jim Broadbent, Tom Courtenay y Ray Winstone son “los grandes” que participan del asalto, más Paul Whitehouse, ya que el personaje de Caine se queda afuera por razones de salud (el joven que le tiró la data, y que participa del atraco queda en repartir su parte 50% y 50%). Pero ni como comedia ni como filme de acción, Rey de ladrones convence. Porque si hacían bromas en la bóveda o después, bien pudo ser cierto, pero los gags son tan flojos que no logran ni una mueca. Y James Marsh, el realizador de La teoría del todo, que nada tiene que ver con el género al que aquí se abocó, no supo imprimirle ni energía a las escenas de acción -bah: ancianos abriendo cajas de seguridad o transportando lo robado a un camión de pescado que provee el personaje de Michael Gambon, bastante más delgado que en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante-, por lo que desde la platea uno siente que tamaño elenco ha sido desaprovechado. Tampoco es lo que se dice un robo.
Un relato alrededor de un gran golpe criminal ocurrido en 2015 en Londres: una banda de ladrones veteranos que robaron cajas de seguridad. En 2017 ya hubo una película sobre el hecho, The Hatton Garden Job, con menos estrellas y menos producción que Rey de ladrones. Aquí tenemos algo así como la primera línea de actores británicos de más de 60 años: Michael Caine, Tom Courtenay, Ray Winstone y Jim Broadbent. Y también al irlandés Michael Gambon. Esta película de James Marsh -ganador del Oscar al mejor documental con Man on a Wire- puede desorientar a quienes esperen la típica película de "gran golpe" (heist o caper movie), como por ejemplo la ya clásica Faena a la italiana ( The Italian Job, 1969), con el propio Michael Caine y aquí citada, junto con otras películas de los protagonistas, en el momento más imaginativo del film. Rey de ladrones tiene al robo no como punto de llegada, sino como punto de quiebre; su tono dominante no es el cómico (aunque a veces dude), y la liviandad y la velocidad le son mayormente ajenas. Esta película es un drama policial acerca de unos señores mayores preparando un plan, ejecutándolo y teniendo que lidiar con las consecuencias. En cada escena, tenga el tono que tenga, incluso en los momentos menos ajustados del relato, Michael Caine está exacto, preciso, convencido y convincente, siempre mejor que la película, como le pasó tantas otras veces en su carrera.
Un film de James Marsh que se basa en un robo legendario que realizó una banda de ladrones con edades que oscilaban entre 60 y 70 años, salvo un integrante joven. Pero además de como estos hombres de frondosos antecedentes de aspecto respetable, llevan adelante el atraco a una de las compañías de depósito de valores más tradicionales de Inglaterra, están las actuaciones excepcionales. Es que elenco encabezado por actores tan premiados como Michael Cane y Jim Broadbent reúne a actores que son una verdadera delicia. El film encierra también una mirada implacable sobre el paso del tiempo, la soledad, la falta de objetivos y los rencores nunca resueltos. Un entretenimiento muy bien actuado, entretenido y melancólico.
Británicos de guante blanco A la manera de las películas de robos perfectos de medio siglo atrás, el policial protagonizado por el legendario actor inglés, que tanto hizo por el género, vuelve a reunirlo con un elenco de viejos compinches, como Jim Broadvent, Michael Gambon y Tom Courtenay. No debe haber nada más británico que las películas sobre ladrones de guante blanco, sobre bandas que planifican finísimos golpes maestros para saquear la bóveda de un banco, o los robos de diamantes en joyerías de máxima seguridad. En todos los casos realizando la menor cantidad de disparos posibles, diferencia fundamental con las películas de estos subgéneros del policial que se filman al otro lado del Atlántico. Lo que tienen en común toda esta clase historias es que alguna vez el grandísimo Michael Caine --sinónimo de todo lo que se entiende como británico a la hora de hablar de cine-- estuvo involucrado en ellas. Por eso no extraña que al frente del elenco de Rey de ladrones, del director inglés James Marsh, basada en la historia verídica de un grupo de viejos delincuentes que deciden robar una bóveda llena de oro y diamantes, se encuentre la todavía elegante figura de Caine. Su estampa es un sello de calidad que garantiza el verosímil de un relato que parece anacrónico no solo en términos reales, en tanto la hipervigilancia del siglo XXI ha vuelto casi impracticables a este tipo de golpes basados en el ingenio, sino también para el cine, teniendo en cuenta que estas películas tuvieron su era dorada entre las décadas de 1960 y 1970. Marsh lo sabe y por eso decide comenzar la suya intercalando en la secuencia inicial de títulos escenas de clásicos del género, como Su primer millón(Charles Crichton, 1951) o El asalto audaz (Peter Yates, 1967), para dejar claro cuál es el imaginario sobre el que se va a mover Rey de ladrones. Un mecanismo que volverá a utilizar de un modo diferente sobre el final. Basada en dos artículos periodísticos publicados en el diario británico The Guardian y en la revista Vanity Fair, Rey de ladronesreconstruye el último de los que fuera denominado El Robo del Siglo en el Reino Unido, en el que un grupo de cinco viejitos se llevó un botín que la policía y las compañías aseguradoras estimaron en 14 millones de libras esterlinas. Unos 19 millones de dólares. Pero Marsh no tiene apuro para llegar hasta ahí, sino que le interesa que el espectador sepa algo más de los extravagantes protagonistas. A través de ellos se encarga de abordar otros temas que, ocultos detrás de la máscara del asalto, son en realidad los que permiten entender la pulsión de vida que motoriza a los personajes. Porque Rey de ladrones encara el tema del ladrón de guante blanco desde una óptica crepuscular, sabiendo que los mejores tiempos quedaron atrás, pero con una enorme necesidad de creer que todavía se puede. Así, el volver a robar conjura al deseo de recuperar la despreocupación y la irresponsabilidad de la juventud, la necesidad vital de creer que se puede tener de nuevo todo aquello que alguna vez se amó, incluidas las personas, pero que el tiempo se ha ido llevando de a poco. Y Marsh, quién ganó un Oscar en 2008 por su estupendo documental Man on Wire, maneja con pericia esas piezas. La muerte de la esposa de Brian (Caine) es lo que desencadena la crisis. Hasta ahora la mujer había funcionado como dique de contención, un placebo que impedía que el protagonista volviera a caer en la tentación. Pero ya sin ella la vida de Brian pierde su razón de ser, hasta que un jovencito lo revive proponiéndole un golpe a las cajas de seguridad donde se guardan algunas de las joyas más valiosas del Reino Unido. Con esa excusa vuelve a reunir a sus viejos compañeros (entre ellos varias glorias del cine como Jim Broadvent, Michael Gambon y Tom Courtenay), a quienes propone volver a las andadas. Marsh avanza por el relato con paso seguro, sabiendo que en la intriga está la clave de su película, sin olvidarse de jugar las oportunas cartas de la comedia, esenciales en este tipo de relatos. Pero sin condescendencia. Por supuesto que el director deja que el espectador se encariñe con esta no siempre simpática pandilla, pero nunca olvida que trata con delincuentes. Rey de ladrones se mueve entre estos dos extremos con encanto y espíritu nostálgico.
Lo mejor de “Rey de ladrones” es un personaje que le permite a Michael Caine retomar el acento cockney de sus orígenes. Pero esta crónica del mayor robo en la historia de Inglaterra llevado a cabo por hampones de la tercera edad daba para muchísimo más. Y no es que la película esté del todo mal, sino que no aprovecha las posibilidades de un relato fascinante, filmado por un buen director como James Marsh (el de “La teoría del todo”), y excelentes veteranos del cine británico del nivel de Michael Gambon y Jim Broadbent. La película empieza a todo vapor con música mod de los Small Faces e imágenes de los años dorados de estos ladrones, y luego pasa casi directamente al robo, todo en un clima de comedia geriátrica algo obvio pero eficaz. Pero, ya a mitad del film, el tono se vuelve más oscuro por las suspicacias y la codicia entre los miembros de la pandilla, y el director no parece encontrar el equilibrio entre ambos estilos. Recalcando que ningún admirador de Michael Caine va a salir del cine decepcionado del todo, tal vez lo mejor sea volver a verlo en clásicos policiales como “The Italian Job”.
¡Dios Mío! ¡Por dónde empezar! Enfrentarse a la computadora cada vez que uno se ancla en el proceso de escritura es todo un tema. Solo dos cosas marcan las diferencias: una es escribir inspirado sea cual sea el resultado del film en cuestión; lo segundo y más triste es que la mente esté en blanco porque ese film es un bodrio insufrible. Eso pasa con Rey de ladrones, film que vende, chamuya constantemente al espectador que lo que muestra es interesante solo por dos cuestiones: estar inspirado en hechos reales y que Michael Caine tenga el rol protagónico. Hacer gala de esos puntos es menos atractivo que el mismísimo Caine disfrazado de enfermera en Vestida para matar de De Palma. Arranquemos con lo más básico: contar de que va. El resto irá surgiendo. La película empieza con Brian Reader (Caine), tipo de 77 años que junto a su esposa parecen llevar una vida elegante, llena de lujos. Reader a los pocos minutos queda viudo por la metafísica temporal del cine (obvio) y solo y deprimido en su casa decide volver al ruedo: reúne a un viejo grupo de ladrones donde cada uno parece tener una especialidad, todo bajo su mando, lo que nos indica que su fortuna y su vida de lujos se lograron en base a fechorías. A excepción de un joven que es quien contacta a Reader para llevar a cabo el atraco, todos son dinosaurios de más de sesenta y setenta años. El lugar es el Depósito Seguro de Hatton Garden, donde los espera una robusta bóveda llena de diamantes, dinero y otras cosas de enorme valor. Obvio, algo sale mal y todo el plan se va por las nubes. Rey de ladrones atenta en contra de muchas cosas, pero principalmente atenta en contra del espectador. Principalmente porque se la juega con ser una comedia Británica inteligente y fresca, pero nada resulta gracioso, en lo más mínimo. Ver a Caine ya en sus ochenta y pico en momentos azarosos le restan dignidad y parecen encaminarlo al ocaso. El film no parece querer aprovechar la etapa crepuscular de Caine, y si lo comparamos con esa obra del genial Eastwood llamada La mula, otra película reciente sobre un viejo al final de su existencia, nos damos cuenta que en esto de saber contar una historia la tradición Norteamericana siempre está un paso adelante. Nada parece estar hecho con la intención de generar empatía: los personajes son unos nefastos chantas, imposibles de poder conectar, sentir empatía y seguir sus andanzas con total regocijo. El atraco no mantiene en vilo y se da rápido y sin mucha emoción. A lo largo del metraje su director James Marsh no encuentra un rumbo fijo: empieza el film como una comedia, a la hora y pico voltea al drama y recién en el último tramo vuelve al primer género. Tampoco hace un planteo interesante con sus personajes ya que son un cúmulo de viejos cascarrabias, mentirosos y sin códigos que se mueven bidimensionalmente por la pantalla. Las acciones y situaciones van por el mismo camino: de una chatura superficial indignante. Una de las pocas cosas interesantes de este bodrio se da casi al final; una idea que por su brillantez sorprende en medio de la torpeza de todo el relato: una secuencia que muestra a los personajes jóvenes, sin trucos digitales, solo utilizando fragmentos de otros metrajes de antaño. El mismo se intercala inteligentemente con un montaje paralelo donde vemos a los protagonistas en esa máquina del tiempo llamada cine y que por su enorme gesto de amor y fe (fe en las imágenes y en el poder de narrar y crear) emociona. Llámenlo autoconsciencia, no importa. Es la única idea con forma, con cuerpo y destreza que entrega Rey de ladrones. El resto es olvidadizo, poco encantador y aburrido. Esperemos la próxima de Eastwood si es que El Barba lo permite, mientras tanto roguemos que no salgan más películas como esta. ¡Ahora caigo, algo surgió! Sabía que este grupo de viejitos no me podían ganar aun teniendo a Caine como líder.
“Rey de ladrones”, de James Marsh Por Gustavo Castagna Mientras veía Rey de ladrones recordaba más de una escena de Jinetes del espacio de Clint Eastwood. No solo por tratarse de una historia con viejos personajes encarnados por intérpretes veteranos sino también por el tono ligero y eficaz de una trama que busca la inmediata identificación con el espectador. Pero acá no hay astronautas que pasaron holgadamente los 60 años sino un grupo de tipos curtidos (no todos) para asaltar una compañía de depósitos con buena plata (en liras). Hay un líder, Brian Reader (el genial Michael Caine) y un quinteto de compañeros de tareas personificados por Michael Gambon, Tom Courtenay, Jim Broadbent, Paul Whitehouse y Ray Winstone, la mayoría de ellos integrantes de la élite actoral británica del último medio siglo. El director Ray Marsh apela a ciertos convenciones dramáticas: cada uno de los ladrones tendrá su parte discursiva y se conocerá su pasado (relacionado o no al líder Reader), habrá roces internos, referencias irónicas a la prolijidad inglesa y a las formas más vetustas de una sociedad y más de un encontronazo al momento de saber el reparto del botín (14 millones de liras) y el destino que le dará cada uno. Una línea argumental interesante (tampoco demasiado original) refiere al impacto que el atraco tiene en los medios de comunicación. El espejo temático y estético de Rey de ladrones son aquellas comedias elegantes de los Estudios Ealing de los años 50, por ejemplo, Los ocho sentenciados, Whisky Galore y El quinteto de la muerte (su título más representativo). Es decir: corrección formal, diálogos sarcásticos, solvencia actoral, contextualización pautada por los textos y la tipología de los personajes. De ahí que las intenciones de la película pretendan ir más allá de la nostalgia, de un cine melancólico que se concibió hace siete décadas, de una manera de transmitir el discurso que le debe con creces aPor Gustavo J. Castagna unas gambetas astutas del guión que a una puesta en escena con cierto rigor que omita por un rato al poder de las palabras. Por eso la cita inicial a la película de Eastwood, esa otra película de viejos que deben viajar al espacio para detener un obsoleto satélite ruso. Entre estos astronautas dignos para el geriátrico y los ladrones ingleses de bancos median las diferencias entre un clasicismo inoxidable y una sutil verborragia británica meramente simpática. REY DE LADRONES King of Thieves. Inglaterra, 2018. Dirección: James Marsh. Guión: Joe Penhall y Mark Seal. Producción: Tim Bevan, Eric Fellner, Amelia Granger, Ali Jaafar y Michelle Wright. Música: Benjamin Wallfisch. Fotografía: Danny Cohen. Montaje: Jinx Godfrey y Nick Moore. Con: Michael Caine, Tom Courtenay, Jim Broadbent, Ray Winstone, Michael Gambon, Charlie Cox, Paul Whitehouse, Matt Jones. Duración: 108 minutos.
Con semejante elenco de consagrados al frente (Michael Caine, Jim Broadbent, Ray Winstone, Michael Gambon y el joven Charlie Cox) uno podría pensar que King of Thieves resultaría en un estimulante atraco fácil de digerir, con menos espectacularidad que la saga de Danny Ocean y compañía pero en la misma línea. Pero lo difícil del film de James Marsh (The Theory of Everything, ganador del Oscar por el documental Man on Wire) es el tono narrativo, que parece generar empatía con estos ladrones de la tercera edad pero pierde el fuelle y se torna agridulce a medida que la trama, basada en una historia real, se oscurece.
Una historia de ladrones septuagenarios que pasan de lo simpático a lo trágico. El placer se contagia. El placer de estos señores actores por actuar nos permite olvidar las faltas de tono de esta historia de ladrones septuagenarios que pasan de lo simpático a lo trágico. Porque si, como dice Godard, todo film es un documental de sí mismo, queda aquí el documento de cómo actuar en, por y para el cine, y eso alcanza. Lo demás no está a la altura de estos artesanos de la vida ajena que tenemos la suerte de ver casi un par de horas en tamaño más grande que la vida.
En varias ocasiones se ha dicho, en referencia a un robo espectacular por sus dimensiones y cantidad de dinero en juego, que tiene todos los ribetes de un asalto cinematográfico. Pues aquí vemos un ejemplo más, trasladado de la realidad a una pantalla de cine, del mundo sofisticado de la delincuencia dedicado a bancos y joyerías. Brian (Michael Cane) es un viejo ladrón especializado en fundir y fabricar lingotes de oro proveniente de joyas y adornos. Está semi retirado, acaba de perder a su mujer, la casa le queda grande, casi tanto como su tristeza y desmotivación. Hasta que un joven de nombre Basil (Charlie Cox), experto en tecnología, le propone volver al ruedo con un objetivo irresistible, y Brian indefectiblemente cede a la tentación, no tanto por el dinero que se puede recaudar, sino por el sentido que le da a su vida hacer este "trabajito". Lo revaloriza demostrar que continúa vigente, a pesar de los años que tiene. Inmediatamente llama a sus viejos amigos y arma una banda de veteranos. Tienen mucha edad, enfermedades, achaques varios, pero les sobra inteligencia y experiencia para encarar este complejo operativo. James Marsh nos cuenta un caso policial reciente, ocurrido en un importante depósito de seguridad en el centro de Londres, donde sustrajeron millones de euros en billetes, joyas, diamantes, etc. perpetrado por un grupo de ancianos. El film tiene una narración entretenida, con vueltas de tuerca, pocos momentos de humor, mucho jazz, especialmente durante las primeras secuencias, que nos mantiene permanentemente a la expectativa de saber si pueden, finalmente, llegar al objetivo. Cada personaje está delineado con una personalidad fuerte y unas características concretas, que genera rispideces y desconfianza entre ellos. La traición y acusaciones cruzadas no sorprenden. Porque, por un lado, el relato se basa en la planificación y el robo. Pero también tiene mucho peso específico, el modo de vincularse entre ellos, cómo se ven a sí mismos, cómo actúan en esos momentos de acción y tensión, etc. Tanto se detiene el director en estos detalles que inserta imágenes, cómo una suerte de flashbacks, de los actores mucho más jóvenes que ahora participando en distintas películas, con acciones muy similares a las de éste largometraje. En contraposición a lo meritorio descripto anteriormente, se encuentran un par de escenas que no merecen estar en el corte final del film, porque no se entiende bien cuál es su función dentro de la historia ya que no incide en nada, ni lo modifica. Algo que la banda sí quería para terminar sus días, sin apremios económicos y darse una merecida buena vida, aunque no supieron del todo adaptarse a los nuevos tiempos, les salió más caro de lo esperado.
Está basada en una historia real que sucedió el 7 de abril de 2015, en Reino Unido. Todo gira en torno a un grupo de hombres mayores de edad, todos jubilados,a través de los cuales se va viendo como organizan y como se logra el gran robo que impacto a todos y lo que va sucediendo el día después. Sobresaliente la actuación de Michael Caine, entre otros, tiene varios gags relacionados con la vejez, habla de las relaciones humanas, de la amistad y del amor entre padre e hijo, con pinceladas de humor sobre robos, uno de los problemas que tiene es de guión, termina siendo repetitiva y por momentos aburre un poco.
TIBIO ENSAYO DE DESPEDIDA El hecho real en que se basa Rey de ladrones –un millonario robo en un emblemático distrito de joyerías de Londres- es su centro narrativo pero también una mera excusa, porque da la impresión de que su verdadero foco pasara por otro lado: una especie de ensayo de despedida de una generación de actores emblemáticos, que funciona como metáfora de los relevos generacionales dentro del submundo criminal. El problema es que esa operación un tanto melancólica y a la vez un poco irónica en su mirada sobre métodos y códigos propios de una época que evidencia su clausura no termina de funcionar del todo bien. Quizás el ruido surja a partir de un exceso en la acumulación de juegos de máscaras: desde la planificación inicial, a partir del encuentro de un experto en robos ya retirado (Michael Caine) con un joven que tiene la clave para entrar a una bóveda (Charlie Cox); el reclutamiento del resto de la banda y la ejecución del atraco; y los conflictos que se desatan cuando llega el momento de repartirse el botín, mientras la policía empieza a seguirles la pista; todo está pautado por una mascarada constante, una apuesta al artificio que atraviesa la composición de las imágenes, la construcción de los personajes y las múltiples referencias al imaginario que supieron crear a lo largo de sus carreras no solo Caine, sino otros integrantes del reparto, como Jim Broadbent, Ray Winstone, Tom Courtenay, Paul Whitehouse y Michael Gambon. El relato de Rey de ladrones es un guiño permanente, una meta-historia de robos (que toca las variables de este sub-género) pero también una suma de índices y códigos referenciales a una época del cine británico que se resiste a irse. Ahí hay un mensaje explícito, un diálogo inter e intra-generacional: esos viejos ladrones que se aferran a sus viejas conductas, que se pelean entre sí pero a la vez entablan con el novato en el oficio que encarna Cox un vínculo donde nunca llega a haber confianza o respeto, parecieran representar a una vieja guardia que está despidiéndose hace mucho tiempo, porque al fin y al cabo siempre se las arregla para mantenerse como referente. Sin embargo, la iconicidad sobre la que se apoya el film de James Marsh es endeble, porque los personajes no llegan a tener verdadera entidad: son estereotipos sin mucha sustancia, que dependen en demasía de las capacidades del elenco. Y aunque es cierto que todos se ponen al servicio del relato, estableciendo una química más que adecuada, al llegar a la hora la propuesta luce un tanto agotada, como si hubiera poco que contar. Frente a esto, la película elige empezar a acumular engaños y jugarretas, a la vez que el profesionalismo de los policías muestra que hay grandes robos que son muy difíciles de llevar a cabo frente a los recursos que pueden tener las fuerzas de seguridad. Pero aun así, nunca llega a salir de superficial en su retrato de los choques generacionales y/o de perspectivas. Se nota en Rey de ladrones una búsqueda de un tono juguetón y hasta amable, aun en las instancias cancheras o melancólicas. También un intento de contar una típica historia de robos alimentada por los símbolos y códigos del cine británico de hace medio siglo. Pero el experimento de suma de elementos falla, al no confluir las piezas apropiadamente. De ahí que quede un film un tanto vacuo y hasta cansino, que como ensayo de despedida no deja de ser definitivamente tibio.
Todo lo que sucede en "Rey de ladrones" fue verdad. Y por ser todo tan preciso, meticuloso y ajustado a lo que sucedió en la realidad, el filme dirigido por James Marsh ("La teoría del todo") bordea lo inverosímil, lo lógico, lo desatinado y lo raso. Esperando un giro, un golpe de efecto o un truco que revierta la situación, que nunca llega. Uno se ilusiona y espera hasta el último segundo, pero no. Claro, es que nada de lo que le podría dar cuerpo al guion sucedió en la crónica policial, más que lo diferente, que un grupo de ancianos logra cometer el robo más importante en la historia de Inglaterra. El caso es reciente, no hay que retrotraerse al siglo pasado o a los albores del 2000, cuando la tecnología no era tan sofisticada. Es que Brian Reader, un ladrón experimentado, recientemente viudo y a sus 77 años, planifica junto a un grupo de septuagenarios, un golpe comando a la compañía de depósitos Hatton Garden en la Semana Santa del año 2015, en pleno centro de Londres. Un botín estimado en 14 millones de libras, gracias a la sabiduría de sus años de marginal pero con la ignorancia de saber que en pleno 2015 puede haber cámaras y micrófonos hasta en una panera. CIUDADANO CAINE Con pasos de comedia, sobre todo cuando este escuadrón de ancianos muestra los achaques de la edad, "Rey de ladrones" descansa en la actuación superadora de su protagonista, Michael Caine, en la piel del líder Brian Reader. Con él en cuadro uno podría mirar un filme de muchas horas sin cansarse. Sus gestos, sus cambios de registro y su parsimonia incluso en los momentos de mayor tensión, son los que potencia el director para que su cinta no caiga en un pozo inevitable. También es su efectiva dirección, sobre todo en una edición que obliga a estar atento los 107 minutos de duración, porque pasa del relato tradicional al videoclip para explicar algunos flashbacks de sus integrantes. El reparto, con Jim Broadbent y Tom Courtenay, acompaña en lo actoral y hasta en lo parecido con la vida real. "Rey de ladrones" entretiene por un inmenso actor que hace de una historia curiosa, un filme que promete más de lo que cumple.