Lola es una madre de dos niños y una niña, pero ninguno de los padres la acompañan en su crianza. Vive con Omar, su papá, quien un día se lleva a Rosita a comprar unas zapatillas pero no vuelven. Es así como la protagonista comenzará a sospechar lo peor, sumado al descubrimiento de secretos ocultos que guarda su progenitor. “Rosita” comienza como un thriller psicológico donde prevalece la tensión y la desconfianza. Quién es realmente la persona que se tiene al lado, por qué es preferible callar la verdad para que no salga a la luz, qué secreto más oscuro se esconde debajo de la superficie. Pero poco a poco el film va mutando hacia una historia más intimista, profundizando los complejos vínculos familiares y los prejuicios que uno puede llegar a tener en base a experiencias o actitudes del pasado. “Cada familia es un mundo”, resuena un dicho popular, y en este caso la directora hace un buen uso de los recursos narrativos para indagar sobre estas cuestiones. Gran parte del atractivo que genera el film recae en el personaje de Lola, compuesto de una manera muy efectiva por Sofía Britos, a quien la pudimos ver previamente en película “La Omisión”, donde también interpreta a una madre en busca de un futuro mejor, tratando de balancear su rol como progenitora y como mujer. En este caso nos encontramos con un papel donde tiene que lograr un equilibrio entre ser una persona fuerte y luchadora, al mismo tiempo que se encuentra sobrepasada por la realidad y las dudas que se generan a su alrededor. Y la actriz consigue llevarlo a cabo de una manera cautivante. También podemos resaltar las actuaciones de todo el elenco, con tres niños muy frescos y naturales, y un Omar (Marcos Montes) que ayuda a construir esta falta de confianza que siente su propia hija debido a sus errores del pasado. Tal vez la película peca de ser sobre explicativa hacia el final, donde si bien el espectador puede sacar sus propias conclusiones sobre el mensaje que intenta dar la directora, se diluye un poco la tensión y la construcción que se venía dando de muy buena manera sobre la temática de la desaparición y la trata de niños. Por ahí el público esperaba algo de mayor impacto de lo que termina siendo la resolución, pero de todas maneras eso no quita el buen trabajo que se vino haciendo a lo largo de la historia. En cuanto a los aspectos técnicos, nos encontramos con una predominancia de locaciones exteriores, mostrando un poco el caos de la ciudad y cómo afecta en los seres humanos y la tranquilidad de lugares un poco más alejados. La atmósfera y el clima creado tanto por la historia como por las elipsis en los planos, también es uno de los puntos más altos de la cinta. En síntesis, “Rosita” es una película atrapante que mantiene enganchado al espectador durante todo el film, primero por su propuesta de dudas y tensión y luego por la construcción que se hace sobre las relaciones familiares y personales. Las buenas actuaciones terminan de cerrar esta cautivante historia.
ROSITA. De dolorosa vigencia, en el nervio del relato de una madre desesperada por saber qué pasó con su hija, se terminan por desnudar prejuicios sobre la mirada de y hacia los otros. Sofía Brito compone con solvencia y el dramatismo justo a Lola, esa mujer que sabe que algo no está bien con Rosita, su hija, y luchará por develar la verdad.
Simplemente indicios La premisa del nuevo opus de Verónica Chen (Vagón fumador, 2001) logra transmitir la misma tensión que experimenta la protagonista Lola (Sofía Brito) al llegar a su hogar y no encontrar a su hija más pequeña, Rosita, cuando sus otros dos hijos preadolescentes, Alejo y Gus, le informan que había salido con su abuelo en bicicleta y nunca regresó. Inmediatamente, la sospecha de algo escabroso surge, acompañado por el discurso televisivo de los noticieros y la inoperancia de la policía mientras el tiempo pasa y no hay indicio alguno sobre el paradero de la niña y tampoco de su abuelo Omar. La trama acumula indicios y el derrotero de esta madre soltera se vuelve completamente funcional a su punto de vista. Éstos traen aparejados rumores y una vez que el misterio se resuelve y tanto la nena como su abuelo regresan ilesos, la sospecha en el relato es lo suficientemente poderosa y capaz de arrojar todo tipo de juicio con sentencia anunciada en el que el acusado Omar no tiene derecho ni abogado defensor. Sin entrar en más detalles por motivos obvios, se puede anticipar que Rosita es un film dispuesto a problematizar más que clarificar cuáles son los límites de los prejuicios. Pero también el abordaje de la relación entre un padre ausente y una hija que debe valerse por sí misma más allá de tratarse de una madre soltera. La fuerza de la protagonista y su convicción opacan cualquier intento de encasillarla en el estereotipo de víctima. Lo mismo ocurre en relación al personaje del abuelo presente y padre ausente en la piel de Marcos Montes, muy bien elegido para ese rol. Rosita es un film creíble desde el vamos, no sólo por la verosimilitud entre un relato y un guión cuidado, sino por no acomodarse en los lugares comunes de la solemnidad ó de ese cinismo con aires de “moralina encubierta” que muchas veces aparece en el cine argentino de la última camada.
El pasado que condena. Crítica de “Rosita” de Verónica Chen. Lola es una madre joven y ya con 3 hijos: Gus, Alejo y Rosita, todos de padres diferentes. Trabaja en un salón de belleza, es linda y le gusta producirse. Con su madre internada y sin más familia, Lola lucha por sostener a sus chicos y vivir. Cuando aparece su padre, Omar, a reparar su ausencia y le ofrece una casa y ayuda, Lola acepta. En una decisión apresurada pero obligada por las urgencias, Lola se muda a la casa de Omar. Un día deja a los chicos al cuidado de él para pasar unas horas con su novio, pero cuando vuelve a casa se encuentra a los dos varones solos jugando a la Play y ni rastros de Omar ni de Rosita: ambos han desaparecido. En la primera toma vemos una misma imagen con distintos tonos de luces, una ventana partida a la mitad, tonos fríos de un lado, tonos cálidos del otro. Un mismo visto desde dos perspectivas distintas, dos interpretaciones cargadas de subjetividad. Eso sucederá cuando Lola descubra que su padre se ha llevado a su hija de paseo pero no regresa hasta el otro día sin tener noticias de ellos. La influencia de los medios, que relatan otras noticias similares con trágicos finales, el pasado presidiario de su padre y el supuesto asesinato de un compañero de trabajo de Omar; sumado al relato de un amigo de Omar, que le cuenta que su padre en el pasado trabajó en un prostíbulo, todos factores que llevan llevan a la joven a pensar lo peor. Al aparecer la niña con el abuelo, la angustia de Lola por la desaparición de su hija se calma. Pero el conflicto tomará otro rumbo cuando el relato de Omar sobre lo ocurrido esa noche sea confuso, poco claro. El pasado del padre hace pensar a Lola que su padre tenía otras intenciones con su hija pero algo salió mal. Ese hecho empuja al drama de la historia, hacia el choque vincular. Durante esa ausencia Lola ha elucubrado ideas amenazantes sobre lo que el padre podría llegar a hacer con su hija: venderla, abusar de ella, maltratarla, las más oscuras de las posibilidades se hacen sospecha en ella. A partir de ahí veremos como padre e hija comienzan a mostrar una relación de desconfianza y desencuentro, pero también de imposibilidades de expresar sus sentimientos, donde aflorarán heridas y ausencias del pasado. De esta manera la directora nos plantea una especie de juego de ambigüedades donde dudamos quien es realmente Omar y las caras que componen esa figura. Las cosas parecen una, pero el punto de vista propone la duda y la potencial resignificación de lo que creíamos. Un relato pequeño e íntimo que logra su potencia emocional a través del uso de los sugestivos fuera de campo, donde cada escena es eficaz para potenciar el estado sensorial del espectador. Pero para lograr ese impacto se apoya también en la asombrosa actuación de cada uno de los protagonistas, sobre todo de Marcos Montes en el rol de Omar. Un personaje que despierta sentimientos encontrados, ternura por momentos, bronca en otros, sobre todo en la forma de tratar a su hija, pero que encuadra de manera ideal en la historia. Sofía Britos también se luce como una joven perdida, buscando un espacio donde se sienta contenida. Lugar que encuentra a medias con un novio algo descomprometido con la relación, que prefiere llevar el perro en el asiento de acompañante del auto ante que a ella, pero que los poco ratos que tienen juntos, ya sea en río con sus hijos como teniendo sexo, le brindan felicidad y la alejan de la realidad en la que vive. Todo ese ida y vueltas, de peleas, discusiones y reclamos, donde no queda muy claro que sucedió esa noche entre Rosita y Omar nos llevarán a una escena final donde los protagonistas expresarán sus sentimientos y contarán su verdad, sin vergüenza. Una escena final con el río de testigo, sencilla pero cargada de emotividad y sentimientos; eficaz para mostrar una relación padre-hija que se empieza a construir. “Rosita” es un relato simple, pero realista y conmovedor a la vez sobre dos personas cuya circunstancias de la vida los separó pero que las urgencias los obligará a encontrarse para forjar una relación, a pesar de sus pasados y penurias. Puntaje 85/100.
Vulnerable y con la compañía de sus tres hijos, Lola trabaja en un spa y enfrenta los complicados obstáculos cotidianos en esta historia que habla de incertidumbre y desesperación. Lola vive en la casa que le presta su padre Omar -Marcos Montes- con quien mantiene una relación llena de dudas y desconfianza debido al pasado del progenitor. Pero todo se complica cuando Rosita, la hija menor de Lola, desaparece junto a su abuelo en una travesía que los lleva hacia la bulliciosa ciudad con la excusa de comprar zapatillas, poniendo en riesgo a la niña. Rosita, la película dirigida por Verónica Chen -Vagón fumador, Agua y Mujer conejo- va y viene en el tiempo con comodidad y plasma un drama familiar con cierta inclinación por el suspenso pero sin instalarse totalmente en ese registro. Al comienzo vemos una escena en la que alguien dispara a un perro y luego una cámara en constante movimiento que ingresa al hogar y muestra a Lola con su nueva pareja en la cama. La película entrega información que el espectador irá ordenando y reconstruyendo con el correr de los minutos. Sofía Brito, la actriz vista en La omision, es quien sostiene todo el peso del relato con precisión dramática cuando se da cuenta que Rosita no está en la casa. La trama propone abandono y recomposición familiar a partir de una propuesta que también incluye denuncia policial y una "cámara oculta" que brinda más detalles de lo que realmente ocurrió. Lola va en busca de la verdad y está dispuesta a recuperar el vínculo perdido con más preguntas que respuestas.
Buena parte de Rosita transcurre en la zona norte del conurbano bonaerense, concretamente en la periferia de los barrios residenciales habitados por gente pudiente. El dato adelanta una característica fundamental de la nueva película de Verónica Chen: cierto juego con los límites. En vez de meterse de lleno en un lugar (geográfico, temático), la realizadora porteña lo circunda con otro destino en mente. Esto sucede con el drama de las niñas secuestradas por un pariente varón: a contramano de lo que sugiere el trailer, la desaparición de Rosita constituye, no la trama central del film, sino un episodio –eso sí– clave y desestabilizador. De igual manera Chen retrata a la verdadera protagonista de este largometraje, la joven mamá de la nena en cuestión. Cuando parece concentrarse en la condición de madre soltera, la también autora de Agua, Viaje sentimental, Mujer conejo se dirige hacia la condición de hija de un ex convicto. Mientras cambia de lugares (geográficos, temáticos) la realizadora va y viene entre dos perspectivas narrativas: la de Lola y la de su progenitor. Rosita atrapa, no sólo porque coquetea con el suspenso que provoca la presunta comisión de un delito (o dos), sino porque invita a reconstruir la historia de la protagonista con su padre reaparecido. Se sostiene bien este rompecabezas cinematográfico. Lo apuntalan un guion sólido, las actuaciones (en especial aquéllas de Sofía Brito y Marcos Montes), la musicalización de Juan Sorrentino. Con Rosita, Chen desplaza el thriller policial y psicológico al terreno de los prejuicios sociales. La realizadora juega con los límites también de esta manera.
Dirigida por Verónica Chen, “Rosita” relata la historia de Lola (Sofía Britos) una madre soltera de tres niños, dos varones y una mujer. Todos viven en la casa que les presta su padre Omar (Marcos Montes), quien las abandonó en la niñez a ella y a su madre, y en algún momento que no se especifica, vuelve a su vida. La convivencia no es fácil pero el abuelo se lleva bien con los chicos y los cuida. Sus hijos son de padres diferentes, ella trabaja en un Spa y Gus y Alejo son los niños que encuentra Lola cuando vuelve a casa. Rosita es la que falta. Según sus hermanos, más concentrados en la Play que en otra cosa, se la llevó Omar al centro o de compras. Los datos son confusos y la madre entra en pánico, un poco por las noticias que hablan de asesinatos y cuerpos hallados en la basura y otro poco por el prontuario de Omar, que se irá develando con el correr de los minutos, cuando un amigo le cuente datos que ella desconoce y todo se torne turbio y amenazante. Todas las cosas que pasan por su cabeza son posibles, rapto, venta, abuso, etc. Lola está comenzando una relación pero su novio no la acompaña demasiado, es ella y su búsqueda. El guión nos lleva por el camino del suspenso en un principio, para luego convertirse en la relación padre-hija que fue inexistente y ahora intentan reconstruir. Las actuaciones de Sofía Britos y Marcos Montes son precisas y acertadas. Y los niños lucen muy naturales, gran trabajo de casting. En síntesis, una película que mantiene el suspenso hasta su desenlace. ---> https://www.youtube.com/watch?v=4hti_DLsSPc ACTORES: Sofía Brito, Luciano Cáceres. Mariana Chaud, Marcos Montes. GENERO: Drama . DIRECCION: Verónica Chen . ORIGEN: Argentina. DURACION: 97 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas FECHA DE ESTRENO: 17 de Octubre de 2019 FORMATOS: 2D.
Madre coraje “Rosita” (2018) es una película dramática nacional dirigida y escrita por Verónica Chen (Agua, Mujer conejo). Filmada en Olivos, la cinta cuenta con el protagonismo de Sofía Brito (La omisión). Completan el reparto Marcos Montes, Javier Drolas, Dulce Wagner, Luciano Cáceres, Mariana Chaud, Joaquín Rapalini, Felipe Dratler, Noemí Frenkel, Verónica Hassan, entre otros. El filme estuvo en Competencia Latinoamericana dentro del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. La historia gira en torno a Lola (Sofía Brito), una joven madre de tres hijos que trabaja en un salón de belleza. A pesar de no tener una buena relación con su padre Omar (Marcos Montes), a Lola no le queda otra que aceptar vivir en su casa ya que el dinero no le alcanza. Una noche, al regresar de trabajar, Lola se encuentra con un panorama preocupante: sus dos nenes están jugando a la PlayStation solos y no hay rastros ni de Omar ni de Rosita (Dulce Wagner), su hija más chica. Teniendo en cuenta los antecedentes penales de su padre y unas revelaciones impactantes sobre a qué se dedicaba éste en su pueblo natal, más las noticias televisivas horrorosas del día, Lola llegará a creer que el enemigo estaba más cerca de lo que creía. En un principio como un thriller psicológico para luego pasar a un drama familiar donde se refleja, por sobre todo, la falta de comunicación y la miseria que puede existir en las relaciones humanas, la nueva película de Verónica Chen se caracteriza por mantener en vilo al espectador. Y es que, al igual que Lola, no es muy difícil maquinarse y llegar a pensar lo peor sobre dónde está Rosita. Sin embargo, y aunque desde la sinopsis no lo parezca, el filme no tarda demasiado en que madre e hija se reencuentren. Lo que verdaderamente inquieta y nos mantendrá con dudas durante todo el metraje se basa en saber qué es lo que pasó con la niña en esas largas horas nocturnas que estuvo fuera de casa, ya que los argumentos de su abuelo no resultan convincentes. Dentro de un ambiente hogareño para nada armonioso, el filme expone, sin juzgar en ningún momento, las diferentes maneras de afrontar la maternidad. En este caso, la protagonista tuvo tres hijos, cada uno de distinto padre, y actualmente está de novia con otra persona. En esa casa que no se siente suya, Lola debe imponerse para tomar las decisiones sobre sus niños. La paranoia y los prejuicios están presentes hasta el desenlace, que puede llegar a ser decepcionante para muchos pero que sin lugar a dudas deja pensando bastante después de terminados los créditos. En cuanto a las actuaciones, Sofía Brito es la película. En “La Omisión” (2018), otro bien logrado drama que iba sobre el rol de la mujer, Brito ya había demostrado no tenerle miedo al protagónico. Aquí pasa lo mismo, siendo totalmente magnética para la cámara y consiguiendo empatizar desde el comienzo. Por otro lado, Marcos Montes también hace un gran trabajo como su problemático padre Omar, en especial porque siempre que está en escena genera intranquilidad. Sus reacciones violentas, el tono de su voz y el control que ejerce por sobre Lola nos llevan a pensar que, definitivamente, hay algo en ese hombre que no cierra. Con un buen guión e interpretaciones naturales por parte de los niños, “Rosita” resulta una película sobre vínculos más que atrapante. A pesar del abuso de flashbacks sobre el final, el filme es lo suficientemente original para sobresalir por sobre otras producciones nacionales.
A Verónica Chen siempre le gustaron los riesgos, los personajes atribulados que muchas veces atraviesan situaciones límite, una tensión externa e interna y por eso, aun siendo una película bastante distinta a sus trabajos anteriores, Rosita profundiza varias de sus obsesiones. El film arranca de noche con alguien (cuyo rostro no vemos) disparándole a unos perros encerrados que ladran demasiado. En la escena siguiente nos encontramos con Lola (Sofía Brito, cada vez mejor actriz, en una temporada en la que también se destacó en La omisión) teniendo sexo con su nuevo novio (Javier Drolas), pero en medio del encuentro íntimo hay algo que a ella la inquieta, que no le permite dejarse llevar del todo y entregarse al placer. Lola -que trabaja en un spa y centro de belleza- vuelve a su hogar en zona norte y se reencuentra con sus dos hijos preadolescentes que solo parecen tener ojos para la PlayStation. Pero la que no está es su pequeña hija, Rosita, quien supuestamente ha salido de compras con su abuelo Omar (Marcos Montes). Las horas pasan y no vuelven. Lola hace la denuncia policial y descubre que su padre no solo tiene los antecedentes penales que ella conocía sino que además estuvo metido últimamente en distintos ilícitos. Cuando sospechamos lo peor, abuelo y nieta regresan a la casa (que es propiedad de Marcos) y, si bien las explicaciones son poco convincentes y la tensión entre padre e hija es casi insostenible, la vida sigue su curso. Hasta aquí lo que se puede contar sobre este thriller psicológico donde las relaciones familiares son el exponentes de un clima social cada vez más enrarecido, en el que la paranoia, la culpa, la descontención, las frustraciones y los reproches están a la orden del día. Más allá de que en la segunda mitad Chen cede a la tentación de explicar (quizás demasiado) apelando a distintas confesiones y flashbacks, la película mantiene un atractivo y una potencia en la que mucho tiene que ver el trabajo de Brito, cuya heroína ha tenido sus tres hijos con tres padres diferentes, pero incluso con una nueva pareja en el horizonte parece estar sola contra el mundo. Un personaje femenino vulnerable y al mismo tiempo luchador para un relato desolador por momentos, pero también de fuerte humanismo e integridad.
En una de las primeras escenas de Rosita, Lola (interpretada con solidez por Sofía Brito) aparece disfrutando del sexo con su compañero (Javier Drolas). Hasta que, de pronto, sin nada que lo anuncie previamente, esa situación placentera queda interrumpida. No queda del todo claro qué es lo que inquieta a la protagonista de esta historia en la que Verónica Chen ( Vagón fumador, Agua) aborda con una mirada original y profunda una temática contemporánea y muy oportuna en el actual contexto social de la Argentina: la vida cotidiana de una madre que debe criar en soledad -y en medio de un conflicto latente con su propio padre (Marcos Montes, también de muy buen trabajo)- a tres hijos que son fruto de diferentes relaciones sin demasiada colaboración ni un horizonte del todo despejado para proyectarse. Rosita es una película seca, amarga. Pero eso no impide que su directora deje entrever sutilmente respeto y cariño por esa joven agobiada cuyo derrotero simboliza el de miles de mujeres de clases populares en el conurbano bonaerense. Chen también trabaja con mucha eficacia en el manejo del tiempo y el espacio, combinando con criterio una generosa variedad de planos que se acercan a los personajes o toman distancia de ellos de acuerdo con las exigencias dramatúrgicas de cada momento. Es fundamental el trabajo de Gustavo Biazzi, director de fotografía dueño de una inventiva que potencia un relato sobrio y conmovedor.
Verónica Chen vuelve a mostrar su pericia, su sangre y sus dotes de narradora como lo hizo en Agua en Rosita, una historia que comienza ríspida y no abandona esa sensación de desprotección en los personajes y de temor en el espectador hasta su desenlace. El personaje del título es una niña, la más chica de tres hermanitos. Todos son hijos de la misma madre, pero tienen diferentes padres. Ninguno de los progenitores hombres tienen contacto con ellos ni con Lola, que ya está en una nueva relación, pero con cama afuera. Afuera, porque ha tenido que mudarse con sus hijos a lo de su padre Omar, quien había abandonado a ella y a su madre, y ahora ha reaparecido. Pero una tardecita cuando ella vuelve a la casa, se encuentra con que ni Omar ni Rosita están. “Fueron en bici a comprar zapatillas”, repiten los hermanos. Y pasan las horas y no regresan. Para más, Omar se olvidó el celular en la casa. Cuando uno empieza a intuir lo peor, Rosita y Omar vuelven. El paro de trenes y otras cuestiones no terminan de conformar a Lola, que cree -y se lo dice- que se llevó a la nena “para algo que no te salió bien”: imagina que quiso venderla o se la llevó al extranjero. “No tengo a nadie”, más que quejarse, bufa Lola. “El me controla, estoy segura, mira todo lo que hago, lo que no hago… Lo peor de todo es que los chicos lo quieren, sobre todo Rosita. A los chicos se los engaña tan fácil. No me cierra”. Rosita no solamente se apoya en la fuerza de los diálogos y las situaciones planteadas, sino en las actuaciones de todo el elenco. Las de Sofía Brito, como Lola, que estará acompañada, pero en verdad está sola en el mundo, y de Marcos Montes, un actor que sostiene sus soliloquios, entre mentiras, engaños y verdades con una soltura para remarcar. También en esta película que compitió hace un año en la sección Latinoamericana del Festival de Mar del Plata tienen apariciones especiales Luciano Cáceres, Noemí Frenkel y Javier Drolas.
Mujeres en lucha Verónica Chen (Vagón fumador, Mujer conejo) regresa al cine después de cinco años con un film concordante a los tiempos que corren: una mujer en lucha. Lola (Sofía Brito) tiene tres hijos, trabaja en un spa, tiene un novio que cuida perros (Javier Drolas) y vive en casa de Omar (Marcos Montes), su padre. Lola es una mujer que lucha. Una mañana vuelve a la casa y cuando llega, los hijos varones le dicen que Omar, el abuelo, se fue con Rosita, la menor de los hermanos, a comprar unas zapatillas a un outlet de la zona norte del gran Buenos Aires. Pasan las horas, no regresan y la pregunta que ronda en la cabeza de Lola es ¿qué hicieron con Rosita? Chen construye un relato potente, con tópicos que hacen a la coyuntura actual, empleando un notable manejo de la información que se va develando, de manera paulatina, a medida que los minutos avanzan. Este manejo del suspenso hace que Rosita (2018) se convierta en un film de climas y afmósferas donde la tensión siempre está impregnada en el aire que sobrevuela una historia con derivaciones inesperadas y giros dramáticos tan bruscos como desconcertantes. Lo que empieza como un thriller vira al drama familiar intimista. Lola, al igual que espectador va, descubriendo al unísono facetas ocultas de Omar, un padre abandónico, con un pasado dudoso, que busca redimirse, mientras todas las sospechas recaen sobre él. Chen apuesta a un film de suspenso derivado en un conflicto familiar provocado por una comunicación ausente, que se sostiene en gran medida por una sorprendente actuación de Sofía Brito junto a Marcos Montes, que le ponen el cuerpo a los sentimientos contrariados que sobrevuelan una relación de amor-odio de la que ninguno quiere evadirse. En Rosita, Lola, simboliza una época, de mujeres empoderadas que luchan por una causa, con aciertos y errores, con miedos propios y ajenos, pero que nunca bajan los brazos, ni aun cuando se sienten vencidas. Que Sofía Brito sea la protagonista también es todo un símbolo.
"Rosita": ¿qué es ser una buena madre? La apuesta de la realización es a todo o nada: a un realismo urbano de ciudades y suburbios, pero también de ámbitos íntimos. En su cuarto largometraje, Verónica Chen amaga con hacer una película que, finalmente, no será. En el camino, logra desmontar más de un prejuicio del espectador. Si en su esfuerzo anterior, Mujer conejo, la directora jugaba con diversos tonos, géneros y mecanismos narrativos,en Rosita la apuesta es –a todo o nada– a un realismo urbano de espacios abiertos y cerrados, de ciudades y suburbios, pero también de ámbitos íntimos, de dormitorios, livings y, sobre todo, cocinas donde se juegan algunas verdades del presente, el pasado y el futuro. Para construir a su protagonista, Lola, una joven de unos treinta años con tres hijos de diversas edades, Chen confió en el talento de la actriz Sofía Brito, responsable de cargar sobre los hombros el punto de vista casi total de la historia. Primer prejuicio, de orden social, que Rosita pone en tensión: Lola es rubia, de ojos claros y vive en la localidad norteña de Florida, pero está bien lejos de tener un buen pasar. Su trabajo como masajista en un salón de belleza es estable, pero apenas alcanza para subsistir; la posibilidad de salir de la casa del abuelo de los chicos, donde vive “de prestado”, y mudarse con sus hijos parece estar lejos en el horizonte. La primera escena (un plano-secuencia extenso, calculado al milímetro) encuentra a Lola en pleno “mañanero” con su novio (Javier Drolas), y la confesión tardía de que sus tres hijos son de padres distintos pone en primer plano otro clásico menoscabo de orden machista. “¿Qué es ser una buena madre?”, se pregunta la directora, sin una pizca de ingenuidad, en la carta de intenciones compartida con la prensa. Esa tarde termina con una noticia preocupante: el abuelo Omar (intenso Marcos Montes), sereno nocturno en el Puerto de Olivos y un hombre con algunos problemas emocionales, salió a la tarde con su pequeña nieta Rosita y todavía no volvió. Sólo al día siguiente, luego de una noche de pesadillas y malos augurios, ambos regresan a casa sanos y salvos; los pensamientos de Lola comienzan a girar en un torbellino de emociones oscuras, rencores del pasado y elucubraciones del orden de lo criminal. ¿Qué ocurrió esa noche? ¿Dónde estuvieron Omar y Rosita? ¿Acaso el padre de Lola, alguien que supo abandonar a su familia tiempo atrás, es capaz de lastimar a su propia nieta, de escapar a otro país y venderla? No es casual que la trama incorpore referencias diegéticas al asesinato de Ángeles Rawson, aunque en última instancia ese elemento se sienta como algo excesivo, innecesario incluso. Los descuidos y olvidos de Lola –quizás producto de su situación actual, algunos de ellos peligrosos – y la revelación de que Omar tiene problemas para comprender los signos que tiene por delante incorporan una nueva capa al drama, ya de por sí complejo. Allí es cuando aparecen otros prejuicios, centrales al relato: los de la propia protagonista, quien sólo es capaz de atar cabos a partir de un esquema deductivo marcado a fuego por la intensidad de sus emociones. En última instancia, Rosita es la historia de una difícil pero posible reconciliación: la ciudad podrá ser una jungla hostil, pero no todos sus habitantes son monstruos, parece decir Chen, quien finalmente entrega una película en contra de la crudeza y la crueldad de tanto cine social contemporáneo.
Verónica Chen es una inteligente y profunda directora y guionista que nos interna en un universo femenino en conflicto, el de una mujer sola, con su madre internada, con sus tres hijos de diferentes hombres, que debe vivir en la casa que le ofrece un padre abandónico, sórdido, misterioso que un buen día desaparece con su hijita menor. Ese giro policial, ominoso, presagiado de las peores verdades que de a poco salen a la luz, de las horribles sospechas, disparador de los miedos primitivos ante pasados revelados, ejerce un remolino en el centro del film. Pero luego con inteligencia se transforma en la búsqueda de verdades, recuperación de vínculos imposibles, defensa de convicciones. Una mujer sola, con un nuevo amor, que trabaja, se preocupa, que nunca baja los brazos, entre otras cosas, además de su valor, porque no puede darse ese lujo. La talentosa Sofía Brito, le da la espesura necesaria a lo que atraviesa esta mujer. Es joven pero lo que ha vivido le da una fuerza de muchos años, una rebelión de empoderamiento que no le quita nadie, a pesar de su frágil situación. A su lado Marcos Montes con su inteligencia emocional dota de oscuros matices a ese padre criado en lo marginal, económica y emotivamente, lleno de miedos, secretos, vergüenzas que quiere reivindicarse. Un mundo de sospechas, tensiones, climas enrarecidos y humanos en plena travesía del vendaval.
Una historia conmovedora ¿Puede ser el temor a ser incomprendido, la vergüenza de no poder transmitir que se desconoce algo, miedo a ser juzgado por la ignorancia, el germen de un problema, un encontronazo familiar? De alguna manera esta es la premisa que se desprende de Rosita, la película de Verónica Chen. Pero la propuesta es más amplia y se van abriendo, con el transcurrir del avance de la historia, más capas de una cebolla que no huele bien del todo. La interpretación de Sofía Brito (Lola), con su toque de cierta inocencia, pero de furia cuando es necesario, es creíble y el trabajo de proyección y crecimiento se nota. Así también puede decirse de Marcos Montes, en el rol del padre interpretado por Brito. Los niños Dulce Wagner (Rosita), Joaquín Rapalini y Felipe Dratler, cumplen adecuadamente su papel dada la complejidad de la temática que puede ser dura para intérpretes infantiles. La construcción de los vínculos (o más bien su recuperación) es un punto en el que el relato se apoya; y en ese proceso se ven los diferentes estadíos de los personajes desde su propio trabajo interno, desde lo que, cada uno a partir de su sentir y entender vive y reacciona. El guion lleva las circunstancias, la desesperación, el enojo y las vivencias de las que hablo con sutileza y sin apurar el ritmo con el que se suceden. Es una metáfora sobre la violencia y las imposiciones culturales y sociales, que bien podría ayudarnos a entender la sociedad que conformamos (y de la que todos somos, en mayor o menor medida, responsables). Un planteo interesante que podemos revisar a la hora de ver esta muy buena película nacional. Rosita es una ayudita de una muy buena película para revisar los vestigios autoritarios que se intercalan en las diferentes capas de la historia.
“Rosita”, de Verónica Chen Por Ricardo Ottone Lola (Sofía Brito) vive con sus tres hijos en la casa de su padre, Omar, (Marcos Montes) con quien tiene una relación conflictiva y tirante. Su madre está internada por una enfermedad crónica y desgastante y Sofía aceptó el ofrecimiento de vivir con su padre más por necesidad que por convencimiento. Una tarde, luego de volver de la casa de su novio, Sofía se encuentra con que sus dos hijos están solos y su padre se ausentó con Rosita, su hija menor. Pasan las horas y no aparecen, Sofía no puede comunicarse con Omar y empieza a hacer suposiciones cada vez más inquietantes, sobre todo cuando en parte sabe y en parte averigua acerca de aspectos turbios en el pasado de su padre, y también algunos episodios extraños del presente. Cuando ambos aparezcan al día siguiente con una explicación más bien prosaica el conflicto está servido. Así planteadas las cosas, de lo aparentemente se trata es de saber qué es lo que paso con Rosita y su abuelo, qué pasó en ese lapso donde ambos estuvieron desaparecidos. Y si bien esto se va a saber eventualmente, a medida que el relato avanza vamos advirtiendo que lo que pasó con Rosita es más bien una excusa. Para Lola la excusa para increpar a su padre a través de este reclamo actual con un montón de cosas que se remontan mucho más atrás. Para Verónica Chen, guionista y realizadora, la excusa para plantear la relación padre hija con todas sus complejidades. Eso que en un principio parece encarar para una película de denuncia o un thriller de suspenso se va revelando como un drama familiar con todas las letras, por más que esté filmado de manera sobria, sin subrayado musical y tomas largas con varias escenas planteadas como planos secuencia. Y aunque formalmente Chen evite a la estridencia, no faltan las discusiones ásperas, las palabras hirientes y los pases de factura revoleados a los gritos. Nos encontramos con una familia quebrada, con una madre enferma, tres hijos chicos de tres padres diferentes todos ausentes y una relación padre hija frágil, tensa, siempre a punto a punto de estallar y que de hecho con frecuencia estalla. Una relación cargada de resentimiento y reproche por un lado y de furia contenida y culpa por el otro. Verónica Chen, en su cuarto largo de ficción, hace un ejercicio narrativo que es el de contar los hechos primero desde la perspectiva de Lola. Solo sabemos lo que ella sabe y sufrimos lo que ella sufre. Y también podemos compartir su susceptibilidad y suponer lo ella supone. Pero después, y de a poco, se va incorporando la perspectiva de Omar y vamos descubriendo que las cosas que dábamos por sentadas no son tan claras y las certezas de Lola (como las del espectador al principio) se ponen en cuestión. De lo que este gran malentendido familiar da cuenta es de lo no dicho, de todo aquello que no está resuelto y se viene arrastrando. Padre e hija se pelean, se agreden verbalmente, se dicen cosas hirientes, se reprochan desde banalidades a faltas graves, se dicen de todo para no hablar de lo que realmente está pendiente entre ellos. Verónica Chen sigue a estos personajes, los muestra en su fragilidad y vulnerabilidad, dando cuenta de que todos tienen sus razones y a su vez todos tienen sus debilidades, sus fallas, sus miedos, sus vergüenzas, sus asuntos sin resolver. El asunto está en ver si serán capaces de dejar de lado el orgullo y acercarse realmente al otro con toda la dificultad que ello conlleva. ROSITA Rosita. Argentina. 2018 Dirección: Verónica Chen. Intérpretes: Sofía Brito, Marcos Montes, Dulce Wagner, Javier Drolas, Luciano Cáceres, Joaquín Rapallini Olivella, Felipe Drater, Verónica Hassan. Guión: Verónica Chen. Fotografía: Gustavo Biazzi. Música: Juan Sorrentino. Montaje: Delfina Castagnino. Dirección de Arte: Augusto Latorraca. Sonido: Santiago Fumagali. Producción: Verónica Chen, Sofía Castells, Antonio Pita. Distribuye: Cine Tren. Duración: 96 minutos
El nuevo filme de Verónica Chen (quien anteriormente había realizado los filmes independientes “Vagón Fumador” “Agua” y “Mujer Conejo”) presenta un cambio importante dentro de su filmografía en el que quizás sea su trabajo más realista y convencional, en el mejor sentido de la palabra. En el centro de la escena, en este caso, Chen nos presenta a Lola (compuesta por Sofía Brito) una joven con tres hijos de diferente padre, de los que se ocupa de su crianza prácticamente sola, a pesar de tener una pareja. Ella vive con su padre, Omar, que un determinado día sale con Rosita a comprar un par de zapatillas pero no vuelven a casa. Con este disparador inicial, toda la primera parte de “ROSITA” propone un clima perturbador, al ritmo prácticamente de thriller, para contar la historia de una madre que está desesperada cuando siguen pasando las horas y no se tienen noticias de esta hija que ha desaparecido en manos de su abuelo… pronto llega la noche y no logra dar con su paradero. Pero a medida que avanzamos en el relato, el guion trabaja en diferentes capas poniendo el foco en esa incertidumbre que penetra y se apodera del relato. Es así como van apareciendo múltiples disparadores y significantes para una palabra tan fuerte como lo es “desaparición” dentro de nuestro inconsciente colectivo por nuestra historia reciente, sumado a todas las noticias que circulan en los medios sobre el tema de la trata de mujeres y menores. Repercuten en la cabeza de Lola, frente a una falta de respuesta concreta, los pensamientos desordenados que se suscitan en la cabeza de una madre completamente avasallada por la situación: ¿tuvieron un accidente? ¿Escaparon? ¿El abuelo “raptó” a su propia nieta? ¿Con qué fin? y de esta manera, comienza a reconstruirse esa figura de su propio padre en función a nuevos elementos que va teniendo en cuenta, que se leen a la luz de ciertos retazos del pasado que la película irá develando lentamente. Verónica Chen en éste, su cuarto largometraje, nos brinda básicamente, una película mentirosa: “ROSITA” no logra sostener más que en un primer tramo de la película esta propuesta inicial con cierto suspenso y enigma. Se refugia rápidamente en una historia familiar más intimista y elige instalarse en una segunda parte en un terreno mucho más seguro y plano, en una “zona de confort” que no la favorece. El clima de tensión extrema y exasperación por las posibles connotaciones de un no regreso que se plantea en la primera parte va cediendo paso a otra historia diferente que resuelve el conflicto de una manera tan burda como inverosímil, explicada con copiosos detalles y subrayada una y otra vez, disipando cualquier potencial duda que es el problema fundamental que presenta el guion escrito por la propia Chen. Sin embargo, en este caso –como en otros de sus trabajos- la ciudad gana una fuerza impactante en el manejo que la directora tiene con la cámara, y el mérito de la acertada primera parte es poder mostrar a esta ciudad como un territorio hostil, poco contenedor y cruel. Tanto como los subrayados aparecen en el guion generando esta sensación de distancia respecto de la historia que se había presentado originalmente, algunos desaciertos en marcación de los actores dentro de la dirección hacen que por ejemplo, un gran actor como Marcos Montes –Omar, el abuelo de Rosita y padre de Lola-, moldee su criatura a los gritos pelados con una excesiva teatralidad que no repercute positivamente en la pantalla. Por el otro lado, acierta en un casting infantil sólido (brillantes Rosita y sus dos hermanos) y con un rol protagónico preponderante, Sofía Brito como Lola, no logra apoderarse en ningún momento de la profundidad que esa madre le exigía al personaje. “ROSITA” se presenta como una película envolvente, atrapante para luego ir sucumbiendo a ciertas derivaciones de la trama que cambian completamente el foco para plantearse el interesante universo íntimo de las relaciones familiares, aunque elige un tono demasiado discursivo y subrayado para su tratamiento.
EL SUBRAYADO IMPONIÉNDOSE A LA SUTILEZA Lola (Sofía Brito), vuelve a su casa y no encuentra a su hija Rosita. Sus otros dos hijos le dicen que salió con su abuelo Omar (Marcos Montes) y todavía no volvió. Lola comienza a preocuparse porque tardan en volver. El contexto de escuchar sobre casos de violación y muerte en los noticieros no ayuda para que se calme, el tiempo pasa, hace una denuncia y en la comisaría se entera que su padre tiene antecedentes. La niña regresa, tiene una lastimadura, y el relato del abuelo presenta lagunas, por lo que Lola empieza a sospechar que su padre ha abusado de la niña. Toda esta primera parte del relato de Rosita está correctamente ejecutada pero los problemas comienzan cuando se entra en una remarcación constante de ciertos elementos para que se pueda entender que la relación entre padre e hija viene arrastrando inconvenientes previos. La película de Verónica Chen quiere tocar un tema importante, pero se desvanece porque no tiene sutilezas, se quiere trabajar sobre el terreno de lo que no se dice y se termina diciendo de más por la carga constante en los textos. Las breves apariciones de Javier Drolas y Luciano Cáceres tienen aspectos positivos, aunque el personaje de Cáceres termina siendo muy anecdótico y solo está en función de explicar un evento del pasado del padre de Lola, que en el final de la película servirá para subrayar de forma excesiva otra de las subtramas. Algunos actores están fuera de registro y su forma de expresar los diálogos queda sobreactuada, lo cual, paradójicamente, va a la par de una película como Rosita, que subraya en exceso lo que quiere transmitir.
Historia de conflictos personales con tono cotidiano, asordinado, suburbano, Rosita es la historia de Lola (Sofía Brito), que vuelve a casa un día, después de dormir con su novio y antes de ir al trabajo, y su pequeña hija, Rosita, no está. Sus dos hijos mayores dicen que salió con Omar, el padre de Lola, en cuya casa viven. Pero las horas pasan, la angustia crece, y como no hay señales de la nena, denuncia en la policía. Aunque la película no va por el lado trágico que puede imaginarse, sino que pone el foco en la problemática relación de Lola con su padre. Y ahí todo se enrarece: ¿qué hicieron durante esas horas de ausencia?, ¿por qué no llamó? ¿qué dice la niña? Porque en esta película de Verónica Chen (Vagón Fumador, Agua) los finales felices pueden abrir la puerta hacia pozos más profundos y difíciles de encarar. Chen mantiene una cuota de misterio acerca de lo que pasa, y esos asuntos informan acerca de los vínculos entre los personajes. Pero de a poco, a través de ese cotidiano, entre casas ajardinadas, corridas a la escuela y pasos firmes de una joven madre, preocupada y fuerte. Hasta cerrar un círculo que se abrió con una primera imagen inquietante, en la que un hombre, de noche, dispara y mata a un perro que ladra.
Lola es una madre que tiene tres hijos de tres padres diferentes (dato que se dice una sola vez y puede llegar a pasarse por alto), su día a día no es sencillo, pero tampoco dramático. La directora Verónica Chen hace foco en la vida de una mamá treintañera sin marido, que apenas le alcanza para vivir con su trabajo, que tiene un novio que le banca algunas situaciones sin chistar y un padre que generalmente se la complica. Omar (brillante rol de Marcos Montes) es un papá ausente, que abandonó a su familia cuando Lola era pequeña y ahora aparece en plan de amor y paz ofreciéndole su casa para que ella viva con sus hijos. Una tarde se lleva a Rosita, la más pequeña, y no vuelve. Ese conflicto desata todas las fantasías de Lola, los miedos del pasado y hasta el temor de que su padre llegue a estar involucrado en la trata de blancas y quiera lucrar con la nena. La directora hace hincapié en casos policiales mediáticos y en ese karma de que siempre lo peor está a la vuelta de la esquina. Hasta que una mañana Omar regresa con su nieta sana y salva y contará los motivos por los cuales pasó la noche afuera. Aquí aparecen las verdades de un pasado asociado a la delincuencia junto con las mentiras, y no tanto, que irá describiendo este hombre en una abierta exposición de una vulnerabilidad alarmante. El filme no es parejo y tiene algunos baches narrativos, pero concluye con un diálogo que resignifica la historia. Y que demuestra que ciertos vínculos son indestructibles.
Lola (Sofía Brito) es una mujer con problemas. Tiene tres hijos chicos, dos varones y una nena, Rosita (Dulce Wagner), de tres padres distintos. Ella trabaja en un spa y la plata no le alcanza, por lo que tiene que vivir en la casa de Omar (Marcos Montes), su padre, con quien no se lleva bien pues él la abandonó a ella y a su madre cuando era muy chica. Pese a todo ella tiene novio, intenta encarar la vida con alegría, hasta que un día vuelve a la casa, encuentra a sus hijos varones jugando y Rosita no está, se la llevó el abuelo Omar y no aparecen en toda la noche. La tensión crece, lo mismo que la desesperación y la angustia. Con un comienzo prometedor, la directora Verónica Chen mantiene el suspenso y la intriga. Pero eso dura poco. La nena y su abuelo regresan a la casa en la mañana siguiente, dando una excusa muy poco convincente. Lola no le cree a su padre que tiene antecedentes penales, pero trabaja como guardia de seguridad en un club náutico. De este modo la historia pega un brusco giro. El interés que el espectador tuvo por Rosita se disipa y lo que importa es la vida que puede tener Lola, de qué manera puede mantener a sus hijos y cómo se relaciona con su padre. La película se sostiene en el protagonismo de Sofía Brito. A su personaje le da todos los matices posibles, como son el amor, el sufrimiento, la ira, el enojo, etc. La variedad de los vaivenes emocionales están muy bien representados en cada escena. Pese a la profundidad y el dramatismo con el que es retratado el film, ya sea desde sus acciones o diálogos, hace agua en la reiteración de la información dada con anterioridad. Si Omar le explicó verbalmente qué es lo que les sucedió y porqué quedaron varados en Retiro, no era necesario luego mostrar el derrotero que hicieron y contar que Omar tiene problemas con la visión y también de ubicación y razonamiento. Porque aquí yace otro inconveniente narrativo, al no poder justificar el hecho de que porta, queremos creer que legalmente, un arma de fuego. Si es así, ¿cómo le dieron el permiso de portación a alguien que no ve bien? Lo mismo sucede con ciertos personajes que influyen poco y nada en la historia, para luego dejarlos de lado. Lamentablemente la realización es despareja. Lo más destacable es observar cómo Lola se reconstruye con un gran esfuerzo propio y, por añadidura, perdonar y mejorar el vínculo con su padre.
Las heridas que deja el tiempo En un panorama bastante raquítico para las películas nacionales, no deja de ser una gran noticia que Verónica Chen estrene una obra así. Verónica Chen es una directora valiosa para el cine argentino. No sólo porque tiene una enorme creatividad, sino porque además conoce los ritmos de un relato y cómo enganchar a un espectador en el universo que propone. Aquí se trata de una madre muy joven, con tres hijos de diferentes padres, que padece una enorme soledad y que un buen día sufre por la desaparición de su hija. Ese momento terrible, de incertidumbre, dura cierto tiempo: la niña reaparece y comienza otro suspenso: la relación de la protagonista con su propio padre, el descubrimiento de las heridas que deja el tiempo, la necesidad de curar todo eso. La película funciona como un thriller de suspenso, quizás demasiado alambicado, pero sostenido hasta el final. En un panorama bastante raquítico para las películas nacionales, no deja de ser una (gran) noticia que Chen estrene una obra así, de esas que no podemos dejar de ver.
Lola es una mujer joven. Parece que su última pareja puede tener futuro. Ahora llega a la casa, después de pasar por el pequeño salón de belleza donde trabaja. Dos chicos juegan con la Play. Son sus hijos, Gus y Alejo. Pero Rosita no está. Dicen que se fue con el abuelo al outlet. Rosita es la nena más chica. Las horas que pasan, el celular olvidado del abuelo y el televisor encendido, la terminan de descontrolar. La imagen en la pantalla muestra la planta de residuos donde se encontró el cadáver de una nena que sufrió un abuso. La ida a la comisaría para denunciar la desaparición enfrenta a Lola con sus miedos. Su padre tiene un prontuario y esas fotos en la comisaría que también hablan de abusos a chicos en una familia ensamblada la remiten a su propia historia, el abandono del padre que se repite con el abandono de los padres de cada uno de sus chicos. Porque ella está sola. Sin el padre de Gus, pero tampoco el padre de Alejo, ni el padre de Rosita. La vida repite la historia. Coincidencia o karma. Sólo lo saben las viejas piedras calientes que coloca en la espalda de los clientes. Pero Rosita va a volver con el abuelo y la historia da un giro en espiral y vuelve al pasado. DRAMA PSICOLOGICO El inicio policial deriva en un drama psicológico que enfrenta a una mujer sola frente a la responsabilidad de tres hijos. Pero también a una mujer sola y un padre que eligió el camino que lo separó de la familia y le hizo conocer la cárcel. Espacio contemporáneo donde conviven la culpa y el deseo, la incomunicación y la desconfianza, los baches de una educación y los resquemores sociales que impiden confesar las propias limitaciones. "Rosita" es un relato que marca, a la vez, un fuerte enfrentamiento y un sólido diálogo entre padres e hijos. Dos momentos de la historia lo señalan, la protesta de los chicos que en la casa del abuelo reniegan del tipo de hogar que les puede dar la madre circunstancialmente, y la confesión de un padre en que conviven la violencia, la culpa y un sentimiento de familia que el tiempo puede llegar a consolidar. Sofía Brito, en el papel de Lola, y Marcos Montes, en un difícil trabajo de composición, destacan en un elenco homogéneo. La directora Verónica Chen ("Vagón fumador", "Mujer conejo"), siempre sorprende con la creatividad que acompaña la elección de sus contenidos. Fotografía, locaciones marinas y escenas tan inesperadas como auténticas (el borracho del andén) dan solidez a un sensible filme argentino.
Filmar el presente y sus derivas conlleva un trabajo a conciencia con múltiples problemáticas que se entrecruzan. Verónica Chen (Vagón fumador, Agua, Mujer conejo), expone de forma precisa la relación entre conflictos sociales, familiares y personales, a la par del vínculo entre estos con el pasado y las proyecciones futuras, como claves para aproximarse a las tensiones y acuerdos cotidianos. En esta oportunidad la directora retoma la historia de Lola (Sofía Brito), una madre joven y trabajadora quien debe hacerse cargo de la crianza de sus tres hijos -Gus, Alejo y Rosita-. Los días de la protagonista se tornan más arduos debido a la ausencia de los padres de los niños y a la necesidad de vivir junto a su propio padre, Omar (Marcos Montes), con quien guarda una relación profundamente conflictiva desde su infancia, puesto que este no estuvo presente. Todo se complica aún más a partir del hecho central del film. Una noche, al volver de su jornada laboral, Lola descubre que sus hijos varones están solos en casa y que su padre se ha llevado a Rosita de compras. El tiempo transcurre, la niña y su abuelo no regresan y Lola decide acudir a la policía. Una vez en la comisaría, lejos de solucionar el problema o calmar su nerviosismo, descubrirá que su padre tiene antecedentes penales. Esto, junto con el relato de Pedro (Luciano Cáceres) quien le confiesa a la protagonista que Omar había trabajado en un prostíbulo durante su juventud, llevará a Lola a un estado de paranoia y desconfianza indecible.
El largo regreso a casa Una desaparición, un padre ausente y una protagonista en permanente tensión. Con maestría, Verónica Chen narra una pequeña pesadilla cotidiana. Omar sube a Rosita a su bicicleta y van desde su casa en Florida al shopping de Beccar. Omar quiere comprarle zapatillas de running a su nieta. Después, quiere mostrarle el obelisco. Y viajan a la Capital. Todo eso sucede por la tarde. Cuando quieren volver, los agarra un paro de trenes. Un segundo infortunio: alguien les roba la bicicleta. La única opción, volver en colectivo, también es descartada. Los colectivos vuelven al conurbano repletos, imposibles de abordar. En última instancia, se quedan a pasar la noche en un bar de la estación Retiro. O al menos, esa es la historia que le cuenta Omar, al día siguiente, a Lola, su hija, cuando regresan. Rosita (Dulce Wagner) tiene una pierna lastimada y le falta su remera, sólo la cubre un buzo. Y Lola (Sofía Brito) está histérica. La explicación no la convence. ¿Qué hicieron su padre y Rosita en el día de su ausencia? En el viaje de tren al spa donde trabaja, en ese día crucial, Lola pasa por la seccional de policía para reportar la ausencia de su hija, cuando se entera de que Omar (Marcos Montes) es sospechoso de un crimen en los docks de zona norte. En este segundo día, en el que transcurrirá toda la trama, Lola deberá decidir qué hace con Omar y qué hacer con su vida, atada a sus tres hijos, un nuevo novio, y un padre que le debe cuentas pendientes. Pero también hay otro modo de contar Rosita, y es el modo en que se desenvuelve el film cronológicamente, desde su inicio. Al atardecer, frente a unos veleros que flotan amarrados, una persona camina hacia el río, de espalda a la cámara. Se escuchan unos ladridos y la persona ejecuta un disparo, al que siguen gemidos de un perro agonizante. Luego de un corte, ladra un American bully enjaulado. Hay más perros enjaulados, en un criadero, y los gemidos de una pareja llevan la cámara adentro de una habitación en penumbras. Allí está Lola. Está encima de Vic, su novio, el criador. Pero Lola está en otra. Su sexto sentido le dice que las cosas en casa no están bien. Post coito, le pide a Víctor que la lleve de vuelta a casa en su camioneta. El muchacho, para contrariar aún más a Lola, aprovecha a llevar uno de sus perros y lo sienta de acompañante. Finalmente, al llegar a su casa, la chica encuentra a dos de sus hijos completamente abstraídos en un videojuego y sin la menor intención de atender a su madre. Recién cuando Lola desconecta el juego, los chicos, como zombis, responden al interrogante de dónde está Rosita. Se fue con Omar, le dicen, a comprar zapatillas nuevas a Beccar. Y eso detona a Lola. Va a su trabajo, se detiene en la comisaría, y descubre que la policía busca a su padre. Entonces todo se oscurece más. El cuarto largometraje de Verónica Chen, autora de films personalísimos como Agua y Vagón fumador, remite un poco a la problemática de mujeres solas contra el mundo que en más de una oportunidad delinearon los hermanos Dardenne. Pero al mismo tiempo, Rosita es como un poliedro, un trabajo hecho para verse desde distintas ópticas que remiten a un solo suceso. Lo subyacente es el permanente estado de tensión de Lola, algo que Brito representa de manera notable. Porque Lola tiene razones para estar fastidiosa. Hay cosas que se dicen y otras que no. Le reprocha a Omar haber abandonado a su madre, y parte de lo que se supone, implica que a su regreso, cargando culpas, el padre haya tenido que albergar en su casa a la nueva familia. En cambio, Lola es más explícita al referirse a sus hijos. Cuando una vecina (Noemí Frenkel) le pregunta por qué el padre nunca está presente, Lola responde que son todos hijos de distinto padre. Dentro de cierta austeridad –no hay banda sonora, no hay gestos expansivos (ni risas ni estallidos)–, Chen sostiene un formalismo lacrado en travellings mientas Lola corre (y sí, hay un paralelismo con el film de Tom Tykwer) y en las escenas bucólicas frente al río, las que abren y cierran el film, y dan a Rosita esa sensación de objeto inacabado, de algún modo laberíntico, que replica las rumiaciones de la protagonista. Ese mismo sentido de pequeño universo sin fin lo refuerzan las actuaciones. Los actores de más renombre, Noemí Frenkel y Luciano Cáceres –como el extravagante amigo de Omar– entran y salen esporádicamente del film, como invitados estelares de una anónima tragedia cotidiana. Finalmente, es sugerente que Chen haya elegido el nombre de la hija menor de Lola para titular su película, y esa movida abre algunos interrogantes. ¿Será que, en la elección, el film se despega de la protagonista principal para extender la temática al drama de cientos de mujeres en su misma situación? ¿Será que los pesos que carga Lola se trasladarán indefectiblemente a Rosita, también con un padre ausente? A diferencia de los films de los Dardenne, que cargan demasiado las tintas en el drama personal, la realizadora diluye el potencial de víctima al mostrar a todos los personajes como víctimas de su propio entorno, y cómo los vínculos dificultan la mutua comprensión. La miniaturización del drama, reducido al incidente que involucra a Rosita, es la excusa para su universalización, realizada de un modo inteligente tanto en lo narrativo como en lo estético.
Luego de 5 años, Verónica Chen regresa al cine con un drama familiar lleno de suspenso y muy actual: la madre en lucha. Sofía Brito deslumbra y se lleva aplausos. La cinta cuenta una historia sobre secretos y desconfianza donde prevalece un clima de tensión alrededor de Lola, su padre y sus 3 hijos. Si bien comienza como un thriller y desespera por la cercanía de los hechos, luego va cambiando hacia una historia familiar, complejizando los vínculos y experiencias para vivir a través de los ojos de Lola. Lola es una joven madre soltera de 3 niños que se gana la vida trabajando en un spa. Vive con Omar, su padre, quien un día se lleva a Rosita, la más pequeña, a comprar unas zapatillas de running, pero no vuelven. Inmediatamente surge la sospecha de algo terrible, acompañado por la influencia de los medios que cuentan historias con finales trágicos. A esto se suma la inoperancia de la policía a medida que pasa el tiempo, interrumpido por el descubrimiento que Lola misma hace sobre los secretos del pasado de su padre. Al aparecer la niña con el abuelo, la angustia de Lola por la desaparición de su hija se calma, pero el argumento se vuelve más intimista cuando ella nota que el relato de Omar sobre lo ocurrido esa noche es confuso. Lola había pensado muchas posibilidades de finales trágicos para Rosita en su ausencia, y todas tenían a su propio padre como un criminal. A partir de ahí, Omar y Lola comienzan a expresar sus sentimientos y a darle un vuelco a su vínculo. Sofía Britos se luce como una joven buscando un espacio donde sentirse contenida, sea en su casa, con sus hijos o con un novio sumamente descomprometido. La fuerza de la protagonista deja de lado cualquier intento de encasillarla como víctima. El atractivo de la película recae en su interpretación y la conexión con el papel de Marcos Montes como Omar, quien nos genera odio y empatía, en distintos momentos. En cuanto a los aspectos técnicos, las locaciones en exteriores son quizás más sofocantes que las de dentro de la casa. Chen construye un fuerte relato donde los climas enfatizan la tensión. Quizás, la película sea demasiado explicativa sobre el último tercio y eso arruina tanto suspenso creado desde el comienzo. Adicionalmente, al llegar la resolución, el espectador se queda con ganas de más, de algo más impactante; aunque eso no quita mérito al buen trabajo que se hace durante toda la película. “Rosita” es una historia verosímil con un guión prolijo. Atrapa al espectador desde la primera inquietud y lo mantiene durante casi toda la historia, gracias a las excelentes actuaciones. Nos sumerge en lo complicado y doloroso de los vínculos familiares. Es un relato simple, pero realista sobre personas que intentar mejorar su relación, a pesar de sus pasados.
Lola es una madre joven y ya con 3 hijos: Gus, Alejo y Rosita, todos de padres diferentes. Trabaja en un salón de belleza. Con su madre internada y sin más familia, Lola lucha por sostener a sus chicos y vivir. Cuando aparece su padre, Omar, a reparar su ausencia y le ofrece una casa y ayuda, Lola acepta. En una decisión apresurada pero obligada por las urgencias, Lola se muda a la casa de Omar. Un día deja a los chicos al cuidado de él para pasar unas horas con su novio, pero cuando vuelve a casa se encuentra a los dos varones solos jugando a la Play y ni rastros de Omar ni de Rosita: ambos han desaparecido. De la simpleza de la historia inicial la película se transforma en un film de suspenso. No en el sentido policial, sino de la angustia de no saber qué ha pasado y que puede pasar. La niña y el abuelo vuelven sanos y salvos, pero la versión de lo que ocurrió durante la ausencia de ambos es rara, por momentos parece inventada, y Rosita comienza a angustiarse cada vez más. Lejos de cualquier agenda coyuntural, Verónica Chen decide contar una historia original cuya resolución muestra una complejidad no muy habitual en el cine argentino. Los personajes se van desarrollando poco a poco y muestra una sensibilidad que habla a las claras de una realizadora inteligente y atenta. La película sorprende en el sentido más humano del término.
Crónica de un delito difuso La película de Verónica Chen narra una situación que se repite a diario en todos los ámbitos de la sociedad Hubo una época en la que los gobiernos utilizaban el cine, ante la falta de la TV, para informar y concientizar a la sociedad de diversos hechos o situaciones que los ciudadanos pueden enfrentar a diario. Esa función, que se ha ido perdiendo en favor del cine comercial, continúa en la tradición de algunos realizadores como Verónica Chen, que en Rosita se anima a indagar en algunos de los temores que acechan a la sociedad actual. La historia comienza cuando Lola (Sofía Brito) una madre joven de 3 hijos, todos ellos de padres diferentes, llega a su casa después de pasar la noche con su novio y encuentra que su padre, en cuya casa vive, ha desaparecido junto con la pequeña Rosita. Desesperada, Lola realiza una denuncia pero a las pocas horas el hombre aparece con la nena, a la que le falta la remera. Con ese panorama, la mente de la joven madre comienza a elucubrar los hechos que llevaron a Omar (Marcos Montes), que cuenta con un pasado marginal, a pasar toda una jornada fuera del hogar con la nena. ¿Quién es una buena y quien una mala madre? ¿Qué nos lleva a definir una cosa o la otra? ¿Cuánto sabemos de las personas que juzgamos? ¿Cuán libremente opinamos, secretamente o en murmullos? ¿Mejoramos como sociedad en los últimos años? ¿Somos más abiertos, más tolerantes, menos machistas? ¿O los vestigios de autoritarismo están muchísimo más instalados en nuestra cultura y en nuestro espíritu de lo que creemos? La directora, conocida por su trabajo en Vagón Fumador (2001), Agua (2013) y Mujer Conejo (2013) hace surgir de la cabeza del espectador todos estos interrogantes a medida que transcurre una historia que, según adelanta, no va a responder a ninguno.
Siempre nos interesa el cine de Verónica Chen. Y, otra vez, no defrauda con una obra ciertamente mutante...
Rosita es una película sobre vínculos, un relato que pone arriba de la mesa la tensión de los lazos parentales y sus subyacencias. El filme presenta en su inicio un disparador eficaz: Lola, la protagonista de este relato es una joven madre de tres hijos que descubre una tarde algo perturbador: Omar, su padre, se ha llevado a su hija de paseo pero el regreso esperado no acontece y recién un día más tarde tendremos noticias de él y de la pequeña niña Rosita. Ese hecho digamos objetivo, empuja al drama de la historia hacia el choque vincular porque durante esa ausencia sin explicación Lola ha elucubrado ideas amenazantes sobre lo que el padre podría llegar a hacer con su hija: venderla, abusar de ella, maltratarla, las más oscuras de las posibilidades se hacen sospecha en ella. Padre – Hija se muestra como una relación de imposibilidades, desconfianza y desencuentro. Los niños y Lola viven con Omar, digamos en una suerte de orden o acuerdo de subsistencia, pero el pacto se quiebra cuando las sospechas que giran en torno a esa ausencia disruptiva tiñen todo lo que rodea a los personajes. Hay cierta “trampa” narrativa a la hora de poder comprender de manera más tridimensional quién es realmente Omar y las caras que componen esa figura. Las cosas parecen una, pero el punto de vista propone la duda y la potencial resignificación de lo que creíamos era de una sola manera. La mayor eficacia del filme no es tal vez el guion con todo su vuelo. En este relato pequeño e íntimo, el poder es el del encuadre, el de la síntesis sonora y visual que propone la directora a través del uso de sugestivos fuera de campo, de encuadres dinámicos y composiciones pensadas para potenciar el estado sensorial de cada escena. Chen elige a contrapelo alejarse cuando otros se acercarían y no mostrar cuando otros dejarían todo a la vista. La cámara siente lo que ve y eso no pasa desapercibido. Por Victoria Leven @LevenVictoria