Esta es otra comedia protagonizada y producida por Adam Sandler, para bien y para mal. Por un lado, quienes suelen divertirse con sus comedias ("You Don´t Mess with the Zohan", "I Now Pronounce You Chuck & Larry", "Click", "Mr. Deeds", "Anger Management", "Little Nicky") seguramente irán a verla, sin preocuparse por las malas criticas que reciba, y se reirán un poco. A ellos les recomiendo evitar este comentario y sacar su entrada. Por otro lado, para quienes no suelen disfrutar sus comedias (me uno a este grupo), esta es otra muestra de la decadencia de aquel buen comediante de "Happy Gilmore". Las últimas películas producidas, protagonizadas y, en muchos casos, escritas por él, mezclan ese repetido humor ordinario con algún mensaje sentimentaloide que busca dar. En "Grown Ups", Sandler reune a un grupo de comediantes y amigos, casi todos de su época en "Saturday Night Live" (Kevin James, Chris Rock, David Spade y Rob Schneider), quienes interpretan a un grupo de la infancia que vuelve a reunirse, 30 años después, durante un fin de semana en un hermoso lugar. Aquí conocemos al exitoso agente, su fina mujer y sus 3 hijos malcriados; al marido dominado que se ocupa de las tareas de la casa, su mujer, suegra e hijos; al hombre sensible casado con una mujer mayor y sus sexys hijas; al padre de familia, su esposa sobreprotectora e hijo; y, por último, al soltero inmaduro. Al igual que en la pésima "Couples Retreat", estos pocos días alejados de la rutina les servirán no sólo para reencontrarse y divertirse, sino también para solucionar todos sus problemas familiares y de pareja. Pareciera que Sandler escribió este flojísimo guión como excusa para reunirse con estos viejos amigos y pasarla bien en un lindo lugar durante algunas semanas. De paso, filmaron esta mala comedia y se ganaron varios millones. Sandler parece desganado y con poco interés por hacer reír. Kevin James, que me divertía en la serie "King of Queens", sólo tiene algún momento de humor físico y recibe los típicos chistes sobre su gordura. El resto de los comediantes (Chris Rock, David Spade y Rob Schneider) resultan insoportables. Lo único para rescatar de las últimas películas de Sandler es que siempre elije alguna actriz hermosa... Kate Beckinsale, Jessica Biel, Emmanuelle Chriqui y ahora, Salma Hayek. La sensación final es que los protagonistas se divirtieron más haciéndola que los espectadores viéndola.
Una pena que Sandler no haya aprovechado este elenco de grandes comediantes para haber hecho una muy buena comedia, pero, no hay duda que le dio preferencia al chiste inmediato que al buen argumento. Y esto lo podés comprobar hasta...
De Cassavetes a los Campanelli Pocos son los actores cómicos que adquieren reconocimiento inmediato, ya sea para celebrarlos o para denostarlos. En esta dirección de excepciones, la particular carrera cinematográfica de Adam Sandler suele demandar un plus adicional de indagaciones y reflexiones sobre el oficio del intérprete y su personaje. Ojo, no porque se trate de un actor extraordinario o porque se lo considere un payaso inflado (verán que estoy planteando las evaluaciones más polarizadas) y el resto de las gamas de grises no merezcan atención, sino porque en su obra como actor-guionista-productor se suceden elementos reflexivos que no suelen observarse en el resto de la comedia industrial. Es por eso que enfrentar un film de la “factoría Sandler” siempre resulte una tarea imprevisible, ya que, justamente, nos podemos encontrar con películas más o menos logradas, pero con un pleno conocimiento del lugar en el mundo desde donde se mira. Sin ánimo de hacer una historia de la obra del actor-productor, resulta notable evidenciar dos grandes universos en la carrera actoral consolidada de Sandler (es decir, de 1995 para acá): uno salvaje, perteneciente a los hombres-niños, que todavía no han aceptado crecer (Billy Madison, Happy Gilmore, Ocho noches de locura, Un papa genial, por ejemplo), el otro, el de los adultos melancólicos, introvertidos, humillados de algún modo, que añoran un tiempo pasado y mejor (Click, Locos de ira y fuera de su propia productora, Hazme reir). En el medio las excepciones a la regla, que buscan alejarse del physique du rol “sandleriano” y que lo acercan más al eclecticismo anárquico de sus personajes en Saturday Night Live (Little Nicky, No te metas con Zohan, The Waterboy) o que muestran un Sandler más humanista (Como si fuera la primera vez, La mejor de mis bodas), menos egocéntrico, saliéndose de la estrella cómica para entregarse a la comedia, democratizando la participación con sus compañeros. Estas últimas son, justamente, aquellas que “hacen ruido” en concepto de “obra” y de “autor” y quizás las que resulten extrañas a paladar negro de los seguidores incondicionales. Lamentablemente, Son como niños, que permitía preveer en su primer media hora -y durante buena parte de su trayecto- algo inclasificable, una suerte de versión bufa de Maridos, de John Casavettes, desbarranca en un tono solemne, forzado e innecesario, como si el mismo Sandler necesitara volver a las bases, a eso que el público reconoce y busca en sus películas masivamente… pero ¿Qué entrega Son como niños? Básicamente, una síntesis reflexiva de varios ejes de la obra de Sandler como personaje, pero sin anestesia ni solución de continuidad. El resultado es algo así como una celebración narcisista de los tópicos de la factoría (actúan en la película casi todos los amigos de la casa, recurrentes en muchos de sus otros films) bajo una premisa que reúne elementos, como si Sandler tuviera plena conciencia del callejón sin salida al que lo lleva la maduración cronológica de su personaje de ficción (el personaje Sandler como una invención que trasciende la pantalla y nos afecta por medio de una extraña empatía), pero como si no le importara mucho el resultado. Seré breve: cinco amigos de la infancia y adolescencia se reencuentran a partir de la muerte de su antiguo y querido entrenador de básquet. El encuentro se produce en el funeral y se extiende durante un fin de semana en una casa de campo… sólo que incluye mujeres e hijos de cada uno de los integrantes del grupo de amigos. Con semejante premisa, la película oscila durante un primer tercio entre la melancolía y el chiste socarrón entre grandulones, en donde brilla mucho más el grupo de amigos que Sandler mismo. Esto genera un extraño placer propio de una reunión cordial, amigable, de camaradería, pero, naturalmente, atravesada por eructos, flatulencias y otras marcas de la Nueva Comedia Americana. Ahí donde la película parecía transitar por un camino ausente de conflictos, por el mero disfrute hawksiano de la celebración grupal, de la comida, de las mujeres y hasta de las familias disfuncionales, se cambia la velocidad radicalmente y todo desencadena en algo insólito: una sumatoria de subconflictos familiares (padres que descuidan a sus niños pero aprenden la lección), clasistas (peleas de clase entre aquellos que lograron “salir del pueblo” y triunfar económicamente contra los frustrados pueblerinos…todo otro tema pobremente incluido) y etarios (niños que no juegan al aire libre y se la pasan jugando playsatation y con sus celulares vs. padres que no comprenden el cambio de los tiempos), por no decir feministas (las mujeres independientes son mal vistas mientras que aquellas que se entregan a sus parejas apenas tienen algunas luces) se hace presente o al menos emerge, explota. Extrañamente, la película, que permitía vislumbrar una idea de familia, convivencia y amistad acorde a los ejemplos más interesantes y disfuncionales de la NCA termina en una suerte de oda convencional no muy lejana a los Campanelli o los Benvenuto. Así de brusco es el cambio, así de innecesario el quiebre de tono que hasta los personajes hacen giros imposibles sin que logremos entender el por qué. El acabado termina siendo frankensteiniano, un híbrido conformista que es puro presente congelado: no hay a dónde ir, no hay cómo escapar de sí más que por medio de la repetición ad infinitum (Mike Myers sabe algo de esto)…en ese gesto desesperado y narcisista, Sandler parece estar cada día más cerca del George Simmons que personificaba en Hazme Reír (Judd Appatow, 2009), es decir, inmerso en la reflexión sobre el triste oficio de hacer reír con la propia cara como máscara.
Todo tiempo pasado fue mejor Adam Sandler es una figura destacada dentro de la comedia norteamericana. Esta película lo tiene como productor, guionista y también actor. Este nuevo acercamiento al género está dirigido por el especialista Dennis Dugan, el mismo de Yo los pronuncio marido y Larry. Cinco amigos, ex compañeros del equipo de básquet, se reúnen años después junto a sus esposas (Salma Hayek, Maria Bello, Maya Rudolph) e hijos para rendirle tributo a su recién fallecido entrenador de basquetbol de la infancia. Deciden pasar el 4 de julio en una amplia cabaña que los alberga y allí llegan cada uno con sus flamantes automóviles, acordes a cada personalidad y estilos de vidas diferentes. Lo que comienza como una comedia pasatista sin demasiadas pretensiones se convierte a la media hora en una aburrido retrato sobre la amistad y la adolescencia perdidas. Todos rondan los cuarenta, tienen hijos (algunos una verdadera pesadilla y otro que a los cuatro años sigue tomando el pecho de su madre), suegras e hijas seductoras que se roban las miradas de los otros padres. Entre parques acuáticos, paseos en bote y almuerzos, el grupo intenta pasarla bien y recordar al entrenador que los unió, pero el problema de Son como niños es que a la media hora se acaban los gags y todo se vuelve rutinario y poco gracioso. Un film que se inscribe en la línea de títulos como Sólo para parejas, pero con sucesión de chistes escatológicos, una suegra obesa que se "parece a Idi Amin" y un perro cuyas cuerdas vocales han sido extirpadas para que no ladre. Eso es lo que propone Adam Sadnler, un buen intérprete que aquí se ve perdido ante la inconsistencia del relato y la buena voluntad de los actores por levantar el nivel del mismo. Tampoco aportan demasiado una resplandeciente Salma Hayek ni Steve Buscemi, quien reaparece en un rol menor. El mejor es Rob Schnerider como una suerte de gurú y casado con Gloria (Joyce Van Patten), una mujer mucho mayor que él.
Esta es la clásica película donde los actores la pasan mejor filmándola que los espectadores viéndola. Adam Sandler es un artista extraño que cada tanto te sorprende con excelentes interpretaciones como la que brindó en Embriagado de amor, Reign over me y recientemente en Funny People, de Judd Apatow, pero después te sale con estas mediocridades que no tienen explicación. Acá se juntó con su grupo personal de amigos con lo que hace años trabaja y seguramente el rodaje debe haber sido una fiesta, pero el resultado del film no es bueno. Ya de por si a la película la aniquilaron desde el trailer donde pusieron todas las escenas graciosas. Si viste el avance entonces ya conocés la película y vistes los mejores momentos. El problema de Son como niños es que no tiene una trama concreta y vende un concepto equivocado. El título no hace creer que se trata de un grupo de amigos inmaduros que se comportan como chicos cuando todos lo que vemos es a un grupo de borrachos inadaptados que se juntan para bardearse entre sí. El filme es como un rejunte de escenas supuestamente graciosas al que el editor luego le intentó dar el formato de un largometraje. Rob Schneider es quien tiene algunos buenos momentos que no quemaron en el trailer, pero no hay mucho más. Para la clase de film que hicieron los 102 minutos se hacen eternos. Después de las buenas películas que hizo en el último tiempo, donde pudo mostrar otra faceta como actor, Adam Sandler ya está viejo para estas comedias que hacía cuando recién arrancaba en su carrera. La verdad que hay mejores propuestas en la cartelera a la hora de comprar una entrada al cine.
Hazme reír...al menos un poco Son como niños (Grown Ups, 2010) es Adam Sandler poseído por el espíritu escatológico de los hermanos Farrelly. Adam Sandler culposo. Adam Sandler con moraleja. Adam Sandler lejos de Adam Sandler. Corre el año 1978 cuando un grupo de amigos pre-adolescentes alcanzan la cumbre deportiva obteniendo el título de la Liga infantil de Básquet, prohijados por el manto de sabiduría del entrenador. Más de tres décadas después, su muerte los vuelve a reunir. Allí, durante un fin de semana en el mismo lugar donde paladearon la gloria, descubrirán que, más o menos exitosos, más o menos felices, la esencia y la amistad entre ellos está latente. Resultaba un gran enigma el norte al que apuntaría la carrera del otrora Saturday Night Live luego de la crepuscular Hazme Reír (Funny people, 2009), editada directo a DVD algunos meses atrás. El film de Judd Apatow era quizá la comedia más amarga que el cine norteamericano dio en los últimos lustros: en cada costura de la historia ¿autobiográfica? (con audios originales de Sandler y Cía.) de un comediante de stand up solitario y aquejado por un cáncer cuyo único vínculo que a duras penas encuadra en los cánones de la amistad es un empleado que lo idolatra, se traslucía un drama existencialista, que cuestionaba la forma y el contenido de su carrera artística. Era una película de clausura embebida en una profunda melancolía por aquel mundo que fue y ya no es; no sólo el cierre de una etapa en la vida profesional de Sandler –cuyo personaje se acepta obsoleto y se corría hacia un rol más pedagógico- sino también en la forma de ver, hacer y entender su cine. Por eso Son como niños adquiría una magnificación inusitada para los habituales espectadores del actor de cabeza ovoide: era difícil que su filmografía permaneciera indistinta a Hazme reír. Son como niños es, antes que una mala película, una película inconsciente, característica aún más notoria cuando el comediante oficia también de productor y guionista. Que los personajes sean adultos negados a esa condición, adolescentes retroactivos eternos que aspiran al entretenimiento más vacuo e intrascendente propio de los sub-20, es un característica larval de su productora Happy Gilmore. Lo novedoso es la aparición del goce culposo, de la aceptación de que esa feliz inmadurez es algo socialmente mal visto, mundanamente incorrecto. Por eso todos terminan pidiéndose disculpas, reconociendo sus inmadureces e imperfecciones en una ronda expiatoria. Son como niños está más cerca de la moraleja burda y chillona de Click (2006) que –digamos- del desparpajo e irreverencia de No te metas con Zohan (You Don't Mess with the Zohan, 2008) o cualquiera de los films del siglo pasado. Pero el film de Dennis Dugan tampoco pisa inseguro la senda de la redención. Como un signo de búsqueda, o quizá del rumbo perdido, la apuesta por momentos es hacía un elemento hasta ahora ajeno al universo sandleriano: la escatología en sus más diversas formas y sonidos. Son Como niños está sobrevolada por el espíritu de los hermanos Farrelly. Pero si ellos tiene ánimos de provocar y de movilizar desde lo escatológico, aquí todo resulta gratuito, innecesario. Quizá el momento más auténticamente SNL sea ese juego menos pueril que estúpido donde se tira una flecha hacia arriba y todos deben huir del círculo. Es un tan solo una escena que revoza absurdo, que apela al sentido más básico y genuino del humor slapstick, aquel donde abundan golpes y mofadas físicas. Hay apenas muestras de oficio del pálido y desgarbado Steve Buscemi y de ese eterno secundario que es Rob Schneider, que clama a gritos un protagónico que lo catapulte a los primeros planos de la actual comedia norteamericana. Ellos y el perro sin cuerdas vocales (quizá uno de los chistes más logrados del año) salvan la película. Son como niños, la primera película de Sandler post-Hazme reír, se debía mucho más.
Lo que se quedó en el camino Había razones para esperar una nueva (gran) comedia norteamericana. Un proyecto que cuenta en su elenco con Adam Sandler, Kevin James, Chris Rock, David Spade, Rob Schneider, Salma Hayek, Maria Bello, Maya Rudolph; coescrito por el propio Sandler; dirigido por Dennis Dugan (quien supo dirigir en su momento dos de las mejores películas de Adam Sandler como Un papá genial y No te metas con Zohan) podía generar expectativas. Las expectativas se caen cuando finalmente vemos Son como niños. La verdad sea dicha: probablemente una de las razones por las que esta película decepciona sea que sabemos (sospechamos) que podría haber sido mucho mejor. Son como niños tiene algunos chistes buenos, pero no los suficientes como para remontar el pesado armazón que los sostiene. El argumento es viejo: un grupo de compañeros de la escuela primaria en un pueblo chico se reencuentra después de décadas cuando muere su entrenador de básquetbol. Ya los chicos armaron su vida, están panzones, tienen familias, están bastante cansados. Para celebrar el funeral que se merece este mítico entrenador, todas las familias deciden pasar juntas un fin de semana en una casa frente a un lago, donde solían juntarse ellos cuando eran chicos. En este fin de semana, cada uno aprenderá una lección de vida, todos volverán a conectarse con lo que "realmente es importante" (léase, la familia, los amigos de infancia, la "vida común", la relación matrimonial) y de paso se resolverán los problemas económicos que algunos de ellos estaban teniendo. El problema no son todos los lugares comunes que se recorren (y están todos), las ideas un poco rancias que se manejan, lo absolutamente esquemático de todos los personajes desde el principio hasta el final. Después de todo, la comedia americana de los últimos tiempos no ha sido necesariamente revolucionaria en sus planteos ideológicos y ha sabido sacarle jugo a estereotipos y personajes absurdos (con Sandler a la cabeza). El problema es, sencillamente, que la película no causa demasiada gracia. Un conocido me dijo que creía que el problema de este dream team de actores es que ya se están poniendo viejos y están oxidados como para improvisar, como hacían en sus mejores épocas. Es cierto que Son como niños queda aplastada por su propio guión, que resulta demasiado previsible, demasiado "cargado de emociones" y plagado de ideas bastante aburridas (un ejemplo: los hijos del personaje de Adam Sandler, que son unos malcriados insoportables hasta que entran en contacto con "gente común" y "diversión de verdad" como tirar piedras en un lago). Por otro lado, no hace mucho el propio Sandler protagonizó Hazme reír, una gran película tal vez no tan cómica que toca temas similares a los de esta y que revela al actor en muy buena forma y con aspectos nuevos. Muchas veces pasa que un proyecto que uno imaginaba imbatible resulta una gran decepción. El cine es así: no puede calcularse. Las recetas (por más nobles que sean sus ingredients) a veces no cuajan. De todas formas, sigue siendo una buena noticia que pase una comedia por la cartelera local .
Salgan al sol, idiotas Cinco amigos de la infancia se reunen luego de treinta años en el funeral del entrenador que les hizo ganar un campeonato de basquet cuando eran chicos. Cada uno hizo su vida, a algunos les fue bien, a otros no; lo importante es que tienen la oportunidad de estar juntos por un fin de semana, en una casa de campo y revivir los viejos tiempos. Claro que no están solos, sino con sus familias, donde no faltan chicos que viven pegados a sus celulares sin idea de lo que es jugar al aire libre. El marcado contraste que se muestra entre lo que los padres y los chicos consideran apropiado para divertirse y pasar el rato, vale en definitiva para exhibir la moraleja del filme. Haciendo base en el humor simplón y escatológico que la comedia estadounidense ha dado en los últimos veinte años, desconociendo así el legado de décadas de comediantes ingeniosos, Adam Sandler se pone a la cabeza de un elenco contemporáneo a él, moldeados desde el "Saturday Night Live", algunos más graciosos que otros, pero todos tocando la misma cuerda. Y eso es justamente lo que hace que, con todos sus defectos, este filme funcione. Gags a repetición, situaciones creadas como bolas de nieve que a veces rematan efectivamente, y ninguna pretención extra más que la de ofrecer un pasatiempo efímero, son suficientes razones para que el lector tome la decisión por su cuenta y riesgo. No hay sorpresas en esta película, apenas un puñado de comediantes que están a años luz de ser lo mejor que haya dado Hollywood, pero que tal vez puedan arrancar alguna sonrisa.
Una comedia bastante infantil Son como niños no logra superar las obviedades y los clichés de su planteo La dupla conformada por el director Dennis Dugan y el actor, productor y ocasional guionista Adam Sandler ha concretado en los últimos 15 años seis películas, todas muy exitosas y un par de ellas (Un papá genial, No te metas con Zohan) bastante atendibles. En Son como niños , con Sandler como coautor de la trama, pero sin el protagonismo exclusivo de otros films suyos (hay una apuesta por una estructura coral con varias estrellas de la comedia norteamericana rodeándolo), el resultado es de lo más decepcionante que en términos artísticos ha entregado esta prolífica asociación entre realizador e intérprete (ya tienen dos nuevos proyectos en camino para el año próximo). La película arranca con un prólogo ambientado en 1978, cuando un equipo infantil de básquet gana un campeonato interescolar en el último segundo. Tres décadas más tarde, el entrenador de aquel grupo muere y los ya cuarentones ex jugadores se reencuentran en el funeral para homenajearlo. Uno de ellos, un exitoso agente de Hollywood (Sandler), alquila una casona junto a un lago e invita a los otros cuatro, típicos perdedores, excéntricos pero de buen corazón (Kevin James, Chris Rock, David Spade y Rob Schneider), a pasar el tradicional fin de semana largo del 4 de julio junto con sus esposas e hijos. Un ámbito y un contexto ideales para todo tipo de enredos, malos entendidos, travesuras, bromas y torpezas protagonizadas por estos adultos inmaduros a los que alude el título. Como en todo producto de la denominada Nueva Comedia Americana, hay muchos chistes de doble sentido, escatológicos y sexuales, pero esta vez la propuesta no sólo no es transgresora en su retrato de las familias disfuncionales sino que termina siendo concesiva. El problema mayor, de todas maneras, tampoco es que sea complaciente (está lleno de historias que dejan al espectador satisfecho aún apelando a ciertas resoluciones demagógicas) sino que aquí todo se resuelve con torpeza y sin ingenio. La película -con muchas más carencias que aciertos- intenta contraponer la camaradería masculina con la femenina (por allí aparecen, muy desaprovechadas, Salma Hayek, Maria Bello, Maya Rudolph y la veterana Joyce Van Patten), pero el contraste tampoco funciona. Esta celebración de la amistad más allá de las diferencias tiene, es cierto, un puñado de observaciones graciosas y emotivas, pero esos hallazgos son escasos dentro de una comedia que, en definitiva, resulta demasiado obvia y superficial.
Volver a los trece Varios amigos de la infancia pasan un fin de semana juntos, pero ahora con sus familias. El universo que ofrece Adam Sandler no es para todos los espectadores. Es de esperar que buena parte de ellos, ante lo que propone Son como niños , salga preguntándose cómo es que Sandler y el grupo de comediantes que lo acompaña aquí (Chris Rock, Kevin James, Rob Schneider y David Spade) son considerados como algunos de los tipos más graciosos de los Estados Unidos. Y, en parte, tendrán razón. Esta es otra de esas películas en las que la mezcla de comedia y “película de lecciones familiares” no combinan del todo bien, generando que la cuestión no termine de funcionar ni para uno ni para los otros. En la primera parte, un típico grupo sandleriano de hombres que se comportan como niños (aunque el personaje de Sandler es el más serio de todos) se reúne después de 30 años cuando muere el entrenador de básquet que los sacó campeones en el secundario. Ese reencuentro viene acompañado de un fin de semana en un bonito caserón frente a un lago donde pasaron los cinco parte de su infancia y adolescencia, y al que vuelven ya con familias (madres, esposas, hijos) y con vidas que han tomado rumbos muy diversos. Sandler es un agente de Hollywood, casado con una diseñadora (Salma Hayek), y tienen tres muy malcriados hijos y una nana a disposición. James es un vendedor obeso cuya mujer aún da de mamar a su niño de cuatro años. Rock encarna a un amo de casa que no es muy bien tratado ni por su esposa ni por su madre. Schneider es un devoto de todo lo New Age y está en pareja con una anciana. Spade es el único soltero y eso, aparentemente, lo transforma en un baboso y alcohólico. Mientras reparan cuestiones de pareja, rearman lazos familiares, se reencuentran con su “niño interior” y logran que los chicos aprecien la vida al natural y compartir experiencias en familia, Son como niños combina escenas de humor físico y disparatado (ver el cameo de Steve Buscemi o lo que hace la suegra de Rock), con cargadas e ironías permanentes lanzadas entre los amigos, hasta que el asunto va trocando -pero no mucho- hacia la zona sentimental. No es de las películas más interesantes de Sandler (otras, mucho mejores, como No te metas con Zohan no se estrenaron) y apenas tiene elementos como para entretener a sus fans más acérrimos y, porqué no, al que gusta de las comedias gruesas con un estilo reminiscente a cierta saga de “bañeros” locales.
Casi empiezo la crítica igual que mi amigo Zapata. Porque la realidad es que no hay otra forma de definir a esta película. Estimo que si uno está con un grupo de amigos, podría hacer un montón de chistes que podrían sonar desubicados para terceras personas... y eso es lo que pasa con Son como niños, porque realmente uno se queda mirando sorprendido con algunas escenas, con lo que quisieron contar. Un ejemplo de esto es el tema del amamantamiento al niño grandecito... Tiene un mensajito de fondo para que los chicos se vuelvan a divertir como antes, pero mezclado con todo lo otro es un cambalache. Algunos chiste están bien, pero la mayoría o son localistas o demasiado pavotes y "guasos". Es otra de esas películas de Adam Sandler siguiendo el camino de Eddie Murphy, y que si sigue así hipotecará su carrera. Una pena no solo por el, también por todos los que acompañan, que al venir en algunos casos de SNL podrían seguir aquel espíritu y no hacer estas cosas. Inentendible que existan algunas copias en castellano, porque realmente no da el target. En fin... una mas de Sandler para olvidar.
Más reblandecido que nunca, Adam Sandler vuelve a cargar las tintas con una comedia malograda donde quedan expuestas las carácterisicas de su estilo, que mezcla chistes tontos con algo de irreverencia y un elenco de comediantes amigos bastante desaprovechado. Salvo algunas esporádicas escenas con el protagonismo absoluto de Kevin James, quíen a la hora del humor fisico se lleva los aplausos, sumada alguna intervención inteligente de James Spader -otro de los amigos incondicionales de Sandler- el film nunca alcanza el vuelo esperado y rebosa de sentimentalismo y cursilería que se acentúan promediando el final.
Hay comedias que optan por desarrollar un humor inteligente, en el sentido que con miradas, silencios y un guión exquisito, sin la necesidad de llevar adelante obscenidades, se divierte al espectador. Otras, como es el caso de esta película, deciden encarar las escenas con chistes repetitivos, poco originales y discriminatorios.
Un grupo de cinco amigos, que en algún momento de su infancia fueron campeones locales de Básquet, se reúnen para hacerle honor a su viejo entrenador. Sin embargo, la convivencia entre ellos, y sus familias, resulta más divertida de lo esperado. Adam Sandler sentó cabeza, ya no es Billy Maddison, ni Happy Gilmore. Viene de hacer algunos dramas como Hazme Reir o La Esperanza Vive en Mi, y aún cuando hace comedia se mete con temas muchos más serios, matrimonio gay, conflicto Israel-Palestina, o bien, el envejecer, dependiendo el caso. Sin embargo, y sin tener en cuenta la profundidad o calidad con la que se trató estos temas en las películas que produjo, su mayor talento siempre ha sido la comedia. Si bien Son Como Niños dista de ser su mejor comedia – ni siquiera es una gran comedia – marca el regreso a las buenas épocas de Sandler. El film es eso, una comedia, hay risas, que llegan desde distintos lugares, hay un bagaje amplio de recursos para sacarle una carcajada al espectador, un bagaje donde, aunque haya cosas ya vistas, logra sorprender al espectador. Lo curioso es que para llegar a esto evitó recurrir al camino fácil, al ser el epicentro, la estrella de la película. Aquí el verdadero protagonista es el reparto. Una sumatoria de nombres reconocidos, donde ninguno se destaca por encima de los demás, pero donde todos tienen su pequeño momento de gloria. Tal vez uno le sienta gusto a poco a las participaciones de cada uno, pero está bastante bien regulado el tiempo en pantalla que reciben todos. Lo que sorprende aún más es que la participación de los personajes femeninos, normalmente las Salma Hayek o Maria Bello, quedarían eclipsadas por la figura de los nombres importantes de la comedia norteamericana, siendo meras sombras o acompañantes de las estrellas que el público va a ver. Gratamente, este no es el caso. Sin poder llegar a decir que son tan protagonistas como los Chris Rock, Kevin James, o David Spade, las damas de la película tienen sus momentos de brillo, pocos, pero efectivos, y definitivamente más de los que se le otorgan. Tal vez el único defecto importante de la película caiga en la lección moral que pretende dar. No tanto porque uno no espere recibirla – lamentablemente siempre llega el tan mentado “mensaje” de la película – sino por el contexto donde se presenta, y el contenido de ese mensaje. Evitando caer en frases hechas o hacer evidente el final de la película, creo que la resolución entre “vencedores” y “vencidos” es un tanto irrespetuosa, a la sociedad estadounidense y en parte, al espectador. Este es un problema que el cine del que es parte Adam Sandler, acarrea desde hace rato. El mismo que se hizo presente en Click, y que fue protagonista en los dos dramas antes mencionados. Sin tener la necesidad de ahondar en muchas profundidades, la película podría haber sido mucho más que esto, esquivo con altura muchos clichés, pero solo para caer deliberadamente en muchos otros, y es una lastima. No obstante, el resultado final es un filme genuinamente gracioso, con un par de detalles interesantes que logran escaparle a las películas de este género de “reencontrase con la juventud”, un reparto sólido, cuyo único defecto es extender demasiado la lección sobre el espectador.
Chicos eran dlos de antes. Un grupo de amigos, compañeros de un equipo campeón de básquet en los años 70, se reencuentran 30 años después. Los cinco cuarentones, sus mujeres, hijos y hasta una suegra vacacionan en una casa que guarda cierto valor afectivo. Ese encuentro servirá para que revivan los tiempos en que eran chicos y hasta compartan las mismas travesuras y cargadas de otrora. Claro, la película es una suma de obviedades, de gags mil veces vistos en las películas de la industria norteamericana. Apenas la imagen de un partido de básquet, con las jugadas calcadas a las que hacían de pibes, se convierte en el punto alto del filme. Sandler coescribió y produjo esta película, pero otra vez se olvidó de actuar. Por suerte la bella presencia de Salma Hayek y María Bello alivian el mal trago.
Si no fuera por la presencia de Sandler y sus amigos, Son como niños caería rápidamente en esa la categoría de películas familiares autocelebratorias que bordean la vergüenza y el asco moral. Y digo Sandler y sus amigos porque eso es lo que se percibe a lo largo de los ciento dos minutos de película: que Adam Sandler invitó a Kevin James, Rob Schneider o David Spade para reírse un rato y poco más que eso. “Chicos, vénganse a casa este fin de semana que hacemos un asado y de paso filmamos una película”. La camaradería del grupo se nota más allá de los diálogos, los gags o la construcción de los personajes, y es fácil sentirse compinche de ellos por un rato burlándose de las mismas cosas. En eso, Son como niños es una película generosa, porque nos invita a participar de la intimidad de los personajes y a ser sus cómplices. Como en la escena del velorio, cuando Schneider canta el Ave María y los demás se tientan: esas risas desbordadas valen más que todos los discurseos sobre la naturaleza y la familia que vienen después. De a ratos, Dennis Dugan recupera lo mejor de las películas de Sandler: la incorrección y el humor físico; el nene de James de cuatro años que todavía toma la teta de la madre, los chistes con la novia de Schneider (mucho más vieja que él) o los golpes en la frente que le propinan a Spade cuando se queda dormido son algunos de los mejores. Y lo físico, como corresponde a toda película de Sandler, ocupa un lugar de peso que excede el humor: en Son como niños los cuerpos de los personajes cobran un matiz dramático fundamental, como ocurre con la inmensidad barroca de James o la pequeñez y elegancia de Spade. En ese marco corporal, el deporte (eterno tema del cine sandleriano) se vuelve casi una manera de realizarse en el mundo. Un campeonato de básquet es el vínculo más importante con el pasado y la forma de ajustar cuentas con el presente. Pero acá es donde Dugan se enreda, porque pareciera que todas las aspiraciones de los padres de la película se resumen en que sus hijos tomen contacto con la naturaleza como lo hacían ellos cuando eran chicos. Jugar a la Playstation 3 está mal y tirar piedras al agua es un acto de humanidad plena: en ese contraste maniqueo y simplón se condensa gran parte de la ideología de la película. A la par de otros grandes tópicos que campean en el cine estadounidense, esa revalorización de lo natural es caprichosa y nunca está explicada. Son como niños, además, es muy pobre a la hora de construir el humor. Más allá de uno o dos buenos diálogos (que funcionan más por la química que hay entre los actores que por la precisión del guión) o algunos gags físicos efectivos, Dugan apuesta a los chistes repetitivos y previsibles, en especial al slapstick en su versión más chata, como se nota en las caídas o heridas que reciben varios personajes. La operación es igual de grosera cuando se piensa a la familia: los matrimonios tienen problemas y los hijos son insoportables pero al final todo se arregla porque la gente se quiere y, parece decir la película, es mucho peor estar por fuera de los límites de la seguridad familiar que padecer sus efectos, como le pasa al personaje de David Spade, el único soltero del grupo (las mujeres le dicen que le falta madurar porque no está casado, aunque a él se lo note muy satisfecho con su vida). El problema no es la postura que se adopta sino que la visión de la película, miope y de corto alcance, carece de matices que le ayuden a elaborar un comentario menos tosco sobre las bondades de la familia. La única forma de escapar del aleccionamiento torpe de Son como niños es verla como una improvisada reunión de amigotes, una película hecha a las apuradas que necesita de una excusa para mostrar a sus personajes muriéndose de risa en una iglesia o tirándose por un tobogán de agua.
Aquellos gloriosos viejos tiempos De los estallidos de furia y la calma melancólica de Embriagado de amor (Paul Thomas Anderson, 2002) y Locos de ira (Peter Segal, 2003), pasando por los personajes buenazos y gloriosamente independientes de Un papá genial (Dennis Dugan, 1999), La herencia del Sr. Deeds (Steven Brill, 2002) y Happy Gilmore (Dennis Dugan, 1996), hasta la reflexión melancólica y existencial de la extraordinaria Hazme reír (Judd Apatow, 2009), Adam Sandler es una de las pocas figuras de los fundadores de la Nueva Comedia Americana –en donde se alinean Wes Anderson, Bobby y Peter Farrelly, Ben Stiller, Jim Carrey, Owen Wilson y Will Farrel entre otros-, que el público masivo distingue como una marca en los proyectos que participa. El actor, músico, guionista y productor neoyorquino, que como buena parte de los comediantes que cambiaron el género en Hollywood se hizo verdaderamente popular en el eterno y siempre vigente Saturday Night Live, es una especie de héroe de los relatos que hacen base en la épica de la eterna adolescencia. Ahora bien, Son como niños sigue en la misma línea pero clausura de mala manera esta especie de sub género, abordado decenas de veces en los últimos años. La película parece decir que el tiempo, los recursos, tics, historias y en definitiva, la visión del mundo de este tipo de historias van agotándose, en tanto sus creadores se hacen más grandes. Así, con la dirección del veterano Duggan, luego de una breve introducción donde se muestra a un grupo de cinco chicos en su momento de gloria cuando ganan un campeonato de básquet, el guión del propio Sandler junto a Fred Wolf, reúne a los protagonistas 30 años después, en el funeral del entrenador que los llevó a la gloria en la niñez. De ahí en más, al transitadísimo recurso de mostrar el ¿qué pasó en la vida de?, que como es de esperar transitan un presente árido, amargo y lleno de frustraciones, se le suman los chistes demasiado fáciles -este cronista contó apenas tres gags relativamente efectivos-, el desperdicio de figuras como Rob Schneider, Chris Rock, Maya Rudolph y Steve Buscemi, las resoluciones apresuradas, y hasta una alarmante línea del relato, que transita por la constatación reaccionaria de que todo tiempo pasado fue mejor.
Los chicos crecen (para mal) Adam Sandler es uno de los actores-autores de la comedia norteamericana más interesantes que hay, por varias razones. Primero que nada es, junto a Ben Stiller, el que ha logrado mayor proyección a nivel mundial, a diferencia de otros, como Will Ferrell o Jason Segel, que han quedado circunscriptos a las fronteras estadounidenses. Segundo, porque es tan desparejo como ecléctico en sus obsesiones temáticas y/o estéticas. Tercero, porque incluso sus filmes más mediocres, como Click, son pertinentes muestras de cómo un excelente comediante puede caer muy pero muy bajo. Como viene haciendo últimamente, Sandler se rodeó de todo un grupete de amigos, pero no para cameos o secundarios, sino para papeles protagónicos, que incluso compiten con su estrella. Y esto en Son como niños se explicita mucho más, ya que esta historia sobre un grupo de amigos de la infancia que se reencuentran luego de treinta años a partir de la muerte de su entrenador de básquet, explicita dos nociones: los vínculos amistosos entre estas figuras y la conciencia de que el paso del tiempo ha hecho mella en sus cuerpos y mentes, ambos trasladados desde el plano real al ficcional. Pero hay varios problemas. Para empezar, los amigotes de Adam: Chris Rock, David Spade, Kevin James y Rob Schneider (estos dos últimos en menor medida) a lo largo de sus carreras han ido demostrando que, por desgracia, les sienta mejor el formato televisivo que el cinematográfico. Es como si sus ideas tuvieran capacidad de expansión para un sketch, un monólogo o una sitcom, no para un largometraje. De ahí la recurrencia a chistes con pedos o tetas, que ya de por sí carecen de gracia. A eso se suma el cansancio que parece evidenciar Sandler, lejos de la fructífera exploración de sus personajes iracundos, las relaciones humanas e incluso los comportamientos políticos entre las naciones y etnias. Sin embargo, lo peor pasa por el subtexto subyacente en la trama, de carácter altamente retrógrado y despótico. A diferencia de otros filmes sandlerianos, como La herencia del señor Deeds o Locos de ira, el humor no adopta un rol de defensa de los oprimidos y marginales, sino de simple burla hacia el más débil. Algo parecido sucede con el rol de las mujeres: no adquieren nunca una identidad propia, están siempre en función de los hombres y la única forma en que se les permite divertirse es mediante la apreciación completamente superficial de otro hombre. Y ni que hablar de la resolución de los conflictos de pareja, que se resuelven en una escena desmadejada, más o menos así: “che, tenemos conflictos”, “bueno, pero no te preocupes, que está todo bien”, “OK, tenés razón, fin del tema”. Es llamativa la arbitrariedad con que se reivindica la institución matrimonial, como si no quedara ningún otro camino y se tuviera que sacrificar toda objeción, por más razonable que sea. Adam Sandler sigue fluctuando entre el conservadurismo ideológico y narrativo, y la vocación rupturista y desenfadada. Son como niños se inscribe en la primera tendencia, aunque no provoca la misma indignación que Click o Golpe bajo. Sus próximos proyectos -Just go with it y The zookeper- a priori no nos hacen albergar muchas esperanzas, pero mientras tanto podemos aferrarnos a la idea de que este tipo nos ha hecho disfrutar de grandes películas como La mejor de mis bodas, Little Nicky, Embriagado de amor o Como si fuera la primera vez. Y eso no es poca cosa.
La decadencia Sandler vuelve a confundir madurez con conservadurismo y el trazo grueso lo acerca más al cine de los hermanos Sofovich que a los filmes inaugurales de la nueva comedia americana. La nueva comedia yanqui en su aparición, entre otras cosas, permitió observar en sus protagonistas (casi siempre masculinos, treinteañeros) un claro síndrome de Peter Pan. Hombres que viven en una infancia eterna, que se niegan a asumir su edad o al menos se muestran incapaces de demostrar un gesto de madurez o responsabilidad alguna. Los actores, nuevos comediantes (dónde Saturday Night Live se constituye en semillero), se forman en ese estereotipo y las películas dan cuenta de ello de manera indirecta, simbólica, como resultado de un análisis posterior. Creo que por primera vez en Son como niños la explicitación es la base fundante. Un grupo de cinco amigos (Sandler, James, Rock, Spade, Schneider), que de pequeños eran parte integrante de un equipo de básquet, vuelven a encontrarse después de treinta años ante la noticia de la muerte de su entrenador. La vida los ha llevado por caminos diferentes pero tienen un pasado en común (uno comprenderá que más que pretérito ese ayer es un hoy eterno, perpetuo, algo así como el Presente Continuo del idioma inglés) e inmediatamente organizan un fin de semana en una hermosa casona que da a un lago y que los albergará a todos, ahora con sus respectivas familias. Cada uno tendrá la posibilidad de enfrentar aquellos problemas que los aquejan como grupo o individuos. Algunos de esos problemas hasta son presentados como fundamentales y/o bastante centrales para las relaciones familiares establecidas y sólo pueden creerse como tales si uno acepta la premisa de que un problema es “el” problema para quien lo padece, pero no por su importancia abstracta ni su desarrollo. Y además se resuelven de tal forma que tampoco se sostiene su cacareada y supuesta profundidad. La película es una comedia de trazo grueso que echa mano a todos los consabidos recursos humorísticos (eructos, flatulencias, vómitos, toqueteos de partes pudendas, etc.) que rozan la grosería para cierto gusto pacato, que demuestran escasa inteligencia para desarrollar otros acercamientos al humor y que, a esta altura, ya ni pueden considerarse políticamente incorrectos. Y que a todo esto le suma un desarrollo de la historia previsible y aburrido. Y la marca del orillo de su protagonista estrella, guionista y productor Adam Sandler. Sandler viene trastabillando hace ya muchos filmes confundiendo madurez con conservadurismo. La ideología con la que plantea las construcciones familiares en sus proyectos lo va encaminando en una especie de rémora del reaganismo de los ’80. Melodrama de bajo cuño, progresismo, sentimentalismo burdo, bajada de línea, moralina barata (véase Click; Cuentos que no son cuento; Yo los declaro marido y… Larry). Y en Son como niños le suma el patrioterismo de las banderas y la independencia nacional. Y la condescendencia disfrazada de buena conciencia (el juego de básquet en el presente es la prueba). Eso sí, todo sostenido por la división (binaria) sexista del macho. Con todos los prejuicios habidos y por haber. Las mujeres son lindas, jóvenes y estúpidas o no son. Los hombres lindos (que no son ellos) muestran su falla. Los gordos, los latinos, los pobres. Todo se encasilla y es motivo de humor. Claro que hay excepciones (algunas practicadas sobre ellos mismos) que pretenden demostrar que tal regla no es posible de usar para hablar de este filme. Pero es como si dijéramos que porque Flor de la V tiene éxito la sociedad argentina aceptó a las travestis o que porque se legalizó el matrimonio igualitario, el prejuicio social se terminó. Cada vez más algunos de estos cómicos se asemejan a las representaciones que veíamos en las películas de humor (¿?) de los hermanos Sofovich. Lastimosas y sostenedoras del status quo.
Esta realización apunta a ser una comedia sobre cinco amigos que se reencuentran después de treinta años, convocados por la muerte de su entrenador de basketball para despedirlo y rendirle homenaje. Se reúnen todos acompañados de sus esposas e hijos en la casa del lago, donde ellos celebraban el campeonato ganado en la infancia. A pesar que sus vidas han tomado distintos caminos, los amigos empiezan a reconectarse, rememorar y poner en practica los que hacían de chicos, volver a repetir esos recuerdos y contarse lo que pasa en sus vidas. Trasmitirles a los hijos malcriados que valoren la vida al natural y los juegos en familia. A ellos se suma el soltero con adicciones, el amo de casa maltratado por su mujer y su madre, el de New Age que esta en pareja con alguien que lo dobla en edad, y por ultimo el vendedor que se quedo sin trabajo. Hay algunas escenas de humor aceptable, pero resulta ínfimo para que el espectador apenas tenga oportunidad de insinuar una sonrisa, fracasando como pretendido entretenimiento, aunque pueda incluir situaciones sólo entendibles para el publico estadounidense. Se trata de una mezcla de elementos de comedia en el marco de la amistad y los lazos familiares más lo sentimental, que no funciona, al menos entre el espectador argentino, por carecer de ingenio y frescura, pese al esfuerzo de un buen elenco.
Reunión de amigos Cinco amigos de la infancia se reúnen nuevamente después de muchos años desencadenando en un sinfín de burlas y eventos divertidos. Cada uno de ellos tiene sus particularidades que los vuelven graciosos y por momentos la demencia de algunas instancias hace a la experiencia sumamente disfrutable. Sin embargo, la diversión se ve envuelta en tantos conflictos superfluos y chistes vulgares o repetitivos que el resultado termina siendo demasiado deficiente. "Son como niños" presenta una historia cargada de todo tipo de situaciones, por momentos hay instancias de locura descerebrada donde los personajes sufren de la comedia física más brutal y en otras donde la gracia queda relegada a chistes más elementales y vulgares. Si bien, en la gran mayoría de la historia se observan burlas no muy logradas entre los protagonistas los gags físicos con sus golpes y caídas, son verdaderamente disfrutables. Sin embargo, el gran problema de la película radica en su errónea intención de dejar un mensaje sobre la niñez, la familia o la madurez. No solo, las supuestas enseñanzas son torpes y absurdas, sino que atrofian al desarrollo de la trama y ahogan a los personajes en resoluciones deplorables. Durante toda la película recorre la sensación de que la historia es una simple excusa para entrelazar algunos chistes y eso termina provocando que con el correr de los minutos las peripecias de los cinco amigos se vallan volviendo menos atractivas y más aburridas.