Los caminos de Melingo Después de esa comedia romántica adolescente que fue la injustamente soslayada Dulce de leche, Mariano Galperín pega un volantazo radical con esta mezcla entre rockumental, road movie, comedia slapstick y distintos elementos del cine silente. Su realidad está centrada en la figura del emblemático músico Daniel Melingo, a quien el realizador de Chicos ricos y 1000 boomerangs acompaña por sus viajes físicos y mentales, además de sus encuentros con distintos músicos, filmándolos en un riguroso blanco y negro. A diferencia de Dulce de leche, que se proponía como un pequeño relato de iniciación con todos los elementos artísticos puestos al servicio de la narración, Galperín aquí deja que Melingo sea el conductor de la película. Así, Su realidad no es más que una puesta en pantalla de los deseos del músico.
La mirada que acompaña Mariano Galperín reposa su cámara con habilidad en Su realidad (2014), film que se inmiscuye en la gira que Daniel Melingo junto a su grupo de tango realiza por algunos países europeos. Melingo supo ganarse su lugar en la escena musical argentina, principalmente durante la década del ochenta del siglo pasado y desde ese momento, con mayor o menor trascendencia, pudo forjar una carrera ecléctica y variada y un reconocimiento en el exterior. El Melingo que muestra Galperín es un artista que sigue queriendo imponer su particular punto de vista para, así, logar sus propósitos. Creador constante, una película, un instante frente al río, todo puede ser fuente de inspiración. En una escena la pared blanca de un hotel boutique lo llama a querer plasmar en ella su estado de ánimo, y sin importar las consecuencias, mientras una asistente mira atónita la situación, y Mariano Galperín no aclara si la sorpresa es por la pared "redecorada" o porque lo ve a Melingo "poseído" y en acción. La postura rockera nunca se abandona, o al menos eso demuestra el director en esta película con una mirada que acompaña, y nunca juzga. Y que además apoya la creación y el surrealismo a través de la utilización de figuras retóricas que realzan la narración. De una estación del metro de París, Melingo llega a Buenos Aires. La ciudad lo envuelve. Nunca lo abandona. De hecho en Europa sueña con este lugar y son su mujer e hijo.. Miles de alfajores para compartir con su familia mientras en la pantalla compañeros y músicos (Andrés Calamaro, Jaime Torres, Iván González, etc.) le afirman su espíritu artaudiano, le hablan, lo secundan en las improvisaciones, que con su espíritu transgresor, lo lleva, por ejemplo, a cantar “Canción para mi muerte” al ritmo de la marcha peronista. Galperín espía, en cada presentación está detrás de los músicos y nos regala las performances. Estamos allí con ellos, nada imposibilita el viajar a París, Viena o nuevamente Buenos Aires para poder comprender la cristalización del trabajo de Melingo. En la calle ambos juegan, saben que entre los dos el discurso creado es potente y liberador, con el plus de los planos cercanos y detalles en blanco y negro como para evitar la disipación. Porque queda claro, que además, Melingo es una persona muy fácil de distraerse, y por eso el manager lo persigue constantemente por todos los lugares para que pueda llegar a tiempo a las presentaciones y viajes. Pero por suerte está Galperín para documentar todo y construir, además, una mirada particular que todo el tiempo reafirma la libertad del artista.
El mundo de Daniel Melingo, con un supuesto detrás de escena de una gira, donde ocurren situaciones surrealistas, encuentros, delirios, zapadas, con gente tan conocida como Andrés Calamaro, Jaime Torres, Iván Gonzalez. Humor cáustico, zonas oscuras y luminosas. Un artista en acción.
El director de “Dulce de leche”, Mariano Galperin, dirige un documental en blanco y negro, surrealista por momentos como su título sugiere, enfocado en el músico Daniel Melingo. De gira por Europa, el director muestra al músico desde diferentes ángulos, en situaciones más cotidianas, algunas más lúdicas, permitiéndonos ser testigos no sólo de lo que hace, sino también de lo que piensa, todo esto último retratado de manera poética. La película a la que su director define como “es un viaje” es en efecto una especie de road movie musical, un producto extraño, por momentos cautivantes, pero que no se puede evitar sentir que le falta un esqueleto, algo que conecte todo lo que nos cuenta de un modo un poco más preciso, es decir, con sentido. A simple vista, Su Realidad no es más que un rejunte de escenas, de momentos, en la vida y gira de Melingo, con cierto toque de comedia. No hay dudas de que es un documental inspirado, pero no termina de cuajar, de cerrar, de redondear una idea. Melingo es un personaje y lleva él todo el relato de manera algo excéntrica, claro. El juego de palabras del título ayuda a definir la película, y el juego ambiguo al que se presta. Incluso hay una escena curiosa en la que se fusionan “Canción para mi muerte” con la marcha peronista, algo que suena surreal pero de repente se torna real. Un film sin dudas inspirado y que funciona como peculiar retrato del mundo del rock, pero que da la sensación que se termina quedando corto en sus ideas y si bien se destaca desde todo lo estético, con un guión que se mueve entre lo que se ve y lo que no se ve, o mejor dicho, lo que está y lo que no lo está, Su Realidad es una propuesta documental interesante aunque no termine de despegar como se esperaba.
Melingo, fascinante y desconcertante Mariano Galperín estuvo desde siempre ligado a la música (filmó videoclips y/o ficción con Vicentico, Charly García, Gustavo Cerati, Andrés Calamaro, Mimi Maura y un largo etcétera), pero en el caso de Su realidad apostó directamente al retrato de un artista tan multifacético y provocador como Daniel Melingo. El director de 1000 boomerangs, Chicos ricos, El delantal de Lili y Dulce de leche aprovechó una extensa gira que Melingo emprendió por Europa para presentar su notable disco Linyera para construir lo que en principio parece un clásico rockumental con estructura de road-movie con el detrás de escena del tour, pero que luego va derivando hacia la ficción (con situaciones que van desde lo gracioso a lo forzado como un patético encuentro con dos policías franceses) y, sobre todo, al delirio unipersonal de un Melingo que da rienda suelta a su expresividad y su locura creativa. Más allá de lo caótica y derivativa que resulta por momentos la propuesta, quienes conocen el arte de Melingo encontrarán varios pasajes para el disfrute, como por ejemplo las zapadas íntimas con Calamaro en una habitación de hotel o con Jaime Torres en su casa. Su realidad (título que alude a la realidad vista desde la perspectiva de Melingo, pero también al espíritu surreal de la propuesta) está filmada en un hermoso blanco y negro que sintoniza a la perfección con la impronta melancólica, tanguera y de cabaret de su desconcertante, contradictorio y fascinante protagonista.
Una road movie sin itinerario previo La nueva película del realizador de Dulce de leche, Mariano Galperín, es un documental que no es documental y una ficción que no es ficción. Y a la vez es sí, documental, y sí, ficción. Hay mucho de road movie, de comedia musical y hasta de drama personal en el seguimiento que hace el film de la figura de Daniel Melingo, un músico inclasificable dueño de una trayectoria zigzagueante. Y es precisamente ese derrotero el que absorbe con claridad Su realidad, puesto que el espíritu lúdico sobrevuela todo el metraje, sin seguir un hilo narrativo determinado. Pero esto, que en ocasiones es una virtud porque no ata el film a un plan previo, en ciertos momentos resulta ser perjudicial, con el relato quedando a la deriva y provocando una distancia inconveniente con el espectador. De todos modos, cuando el director vuelve a pensar los géneros y registros, cuando usa -o más bien, se deja usar por- la figura de Melingo para explorar los difusos límites entre las artes y los aspectos personales del artista, el film establece con el público la complicidad justa y necesaria. Una película artificiosa que piensa el artificio, que es puro ego y aún así no queda como pedante.
Viaje al interior de un músico atípico "Su realidad" es un juego de palabras, que puede significar cosas diferentes según se las lea unidas o por separado. Tan es así que en la traducción al inglés, se ha optado directamente por el vocablo "Surreality". Y el asunto viene perfectamente a cuento. Para quienes no saben de su existencia, vale decir que Daniel Melingo es un cantante, clarinetista, saxofonista, guitarrista y compositor que ha recorrido durante muchos años el mundo del rock y que ha sido socio artístico de músicos como Charly García, Pipo Cipolatti, Fabiana Cantilo o Andrés Calamaro, y parte fundamental de grupos como Los Abuelos de la Nada o Los Twist. Pero desde hace unos años, se ha volcado al tango. Partió de un lenguaje cercano al del cantor tradicional al estilo Edmundo Rivero y terminó virando hacia un modo "performance" que tiene mucho de teatral. En este rubro le ha ido para nada mal, ni aquí ni en el exterior; y son habituales sus giras por ciudades europeas que lo acogen de buen agrado. Sin embargo, Daniel Melingo es también un personaje, alguien que no cumple con los mandatos del artista internacional convencional. En tal caso, su "máscara" tiene más que ver con el artista bohemio y romántico, que se muestra poco interesado por las formas y la elegancia, y al que le gusta jugar en ciertos límites aunque sin caerse nunca del todo. Precisamente, esas características del personaje es lo que quiso y logró rescatar el director Mariano Galperín "1000 bumerangs", "Futuro perfecto", "100 tragedias", entre una decena de películas-; partiendo de la realidad pero sin atarse a ella. En esta suerte de documental falseado, se confunde lo real con lo ficcional. Aparecen Melingo, su manager y sus músicos en gira por Europa, aún actuando sobre distintos escenarios o en momentos de ensayo. Hay acciones en locaciones reales de Frankfurt, Buenos Aires, Bruselas, París, Londres o Atenas, aunque nadie se preocupa por explicar en cada caso donde se aloja la cámara. Hay también invitados haciendo de sí mismos en escenas guionadas, como Jaime Torres o el mencionado Calamaro; y también actores y músicos jugando papeles variados, como Miguel Zavaleta, Guillermo Pfening, Iván González, el propio Galperín y algunos más. Con muy buenas imágenes en blanco y negro, el film tiende por momentos a una morosidad y a una "oscuridad" estética que pueden alejar al espectador, pero jamás atraviesa esas líneas; y, de algún modo, se las arregla siempre para sostener el interés, aún cuando hay escenas algo estiradas. Pero, como contraparte, lo surrealista, el humor y hasta el disparate de algunas escenas, suelen llegar en los momentos justos, para divertir al público y hasta para arrancarle alguna carcajada. Por supuesto, la película será más del agrado de aquellos que conocen a Melingo y que entonces saben que mucho de lo que parece surreal no lo es tanto. Pero, a quienes estén dispuestos a meterse en el discurso del protagonista y director, la visión de "Su realidad" puede ser también una experiencia muy agradable.
Gira misteriosa Es una película atípica, imprevisible y anticonvencional, que retrata a ese raro artista llamado Daniel Melingo. Mariano Galperín está muy ligado al rock: empezó como fotógrafo de rockeros, tuvo a Vicentico como protagonista de su opera prima (1000 boomerangs, donde el cantante de los Cadillacs conoció a Valeria Bertuccelli) e incluyó a su amigo Daniel Melingo en un cameo en El delantal de Lili y como musicalizador de Futuro perfecto. Ahora lo eligió como centro de Su realidad, que ganó la Competencia argentina en el último Festival de Mar del Plata. Difícil de clasificar, podría decirse que es un falso documental musical, con mucho de ficción y algo de road movie. Filmada en blanco y negro, la película nos embarca en una gira por Europa de este rockero devenido tanguero: por eso, gran parte transcurre en medios de transporte -trenes, aviones, taxis- y habitaciones de hotel. Se ven, también, las particulares interpretaciones de Melingo arriba del escenario. Pero la intención no es únicamente registrar una gira: la idea principal es sumergirnos en el mundo de esa mezcla de músico, clown y linyera que es Melingo. Pareciera que todo puede suceder en la surrealidad del ex Abuelos de la Nada. Zapadas con Andrés Calamaro y Jaime Torres, un encuentro con un falso ex futbolista, un diálogo sobre gatos con una china que sólo habla en chino, meterse en el metro parisino y aparecer en la calle Corrientes. La gran virtud de la película es ser totalmente imprevisible y anticonvencional. Con altibajos: por momentos consigue crear una atmósfera mágica y misteriosa, y por otros cae en chistes flojos o poco logrados. De cualquier modo, es un tren al que vale la pena subirse.
No es habitual –o, al menos, no es habitual en mí– desear que un documental sobre un músico de rock sea más convencional de lo que es. Pero, en este caso, en varios momentos, tenía la sensación de que era ese, precisamente, mi deseo. Si bien, es cierto, no se trata estrictamente de un documental, este seguimiento a través de giras por Europa más algunas escenas locales del músico Daniel Melingo, su banda y algunos amigos está organizado en función de escenas con él caminando, cruzándose con gente en las calles (sobre todo en París, en algunas escenas guionadas un poco burdamente), ensayando con los músicos, más paseos, viajes y situaciones propias de happenings de película de los 70. Todo esto la vuelve una película muy libre y original, ya que uno nunca sabe hacia donde va ni hay nada parecido a una estructura dramática clásica, pero a la vez la vuelve dispar, con escenas que funcionan mejor que otras, como las conversaciones de los músicos sobre cómo tocar determinadas partes, algunas lecturas de poesías, una zapada con Jaime Torres y una versión de “Canción para mi muerte” de Sui Generis con otra melodía (ya verán) que le calza perfecto. Además, claro, de las bellas imágenes en blanco y negro en su mayoría parisinas, capturadas en un estilo un tantonuevaolero. También se agradece la falta de biografía típica (no se cuenta la historia del músico, ni nunca sabemos donde están ni se habla/explica nada acerca de quién es ni que ha hecho Melingo), pero eso se ve desperdiciado un poco porque casi nunca se la ve a la banda tocar en vivo, salvo por unos pocos segundos. Sin la info y, básicamente, sin la música (no las zapadas y los juegos, sino la música que ellos presentan en sus shows), lo que queda es puro personaje. Y si bien es cierto que Daniel, como personaje, es riquísimo e interesante (tal vez la película lo sobreconstruye como tal, suerte de Tom Waits tanguero, y Melingo se prende en el juego de automitificarse como poeta-lumpen), lo es también debido a que es un notable y original artista, y si eso no termina de vislumbrarse en el filme lo que por momentos queda es una película que gira sobre su propio ombligo, solo para admiradores o amigos. Uno podría terminar por definirla como una película formalmente libre y con algunas grandes escenas, pero también muy dispar y con menos música de lo que uno hubiera querido.
El viajar es un placer Su Realidad viene de ganar el premio a "Mejor Largometraje" en el Festival de Cine de Mar del Plata y además cosechó muchas críticas positivas. Su director, Mariano Galperín (1000 Boomerangs, Dulce de Leche, El Delantal de Lili), ya estuvo sumergido en el mundo de la música, pero desde el lado de los videoclips. Esta vez se metió directamente a retratar un personaje multifacético, creativo y con muchas cosas para decir. ¿Es una road movie?, ¿es un documental?, ¿es un viaje introspectivo?. La película es todo esto y algo más. El film se centra principalmente en la gira europea que realizó el músico Daniel Melingo para presentar "Linyera", su último trabajo. Melingo forjó su carrera en los años 80 y participó de bandas como Los Abuelos de la Nada y Los Twist . Hasta acá todo lleva a pensar en que es una película más que habla de cómo un artista llegó a ser quién es hoy, ¿pero qué pasa si el director invita al espectador a explorar lo que sucede en la mente del protagonista en cuestión?. La trama no tiene un hilo conductor para seguir, pero sí pequeñas situaciones que dejan satisfecho a los ojos y a la mente que no paran de viajar. Hay momentos musicales exquisitos como en el que Melingo, junto a sus músicos, improvisan "Canción para mi muerte" pero al ritmo de la marcha peronista y arriba de un tren. Otro gran momento es el que el músico comparte con Jaime Torres, juntos realizan una zapada digna de guardar en una cajita musical. También nos encontramos con diálogos descabellados, guiños a directores de cine clásico como Luis Buñel y cuestionamientos filosóficos. Todo esto acompañado por un acertado blanco y negro. Todos los elementos que componen Su Realidad, están enlazados de una forma tal que el espectador se siente cómodo, aún dentro del caos que es ese mundo paralelo en el que se sumergió. Quizás no es una película que puede digerir todo el mundo, aunque las puertas estén abiertas, pero el que guste de las pequeñas cosas, de momentos que no tienen explicación y se deje llevar, que vaya, pague una entrada y se siente a disfrutar.
Galperin (Chicos Ricos, El delantal de Lili, Futuro perfecto) da un nuevo giro en su filmografía (¿Cuántos van?) y decide registrar las andanzas del músico Daniel Melingo y su banda durante su tour por Europa. Lejos de convertir esta premisa en un “rockumental” o un documental de observación, como podía esperarse, el director se arriesga y se adentra en otro tipo de relato, apoyado e inspirado en la excentricidad de su protagonista. Un Melingo increíble que transforma cualquier situación cotidiana en un escenario para dar rienda suelta a su locura y espontaneidad (su estadía en el hotel, un viaje en tren, un baile minutos antes de subir a un escenario). Su Realidad se convierte de esa manera en un experimento lúdico y sensorial, lleno de momentos mágicos, surreales y extraños, registrados en una hermosa fotografía en blanco y negro y con un trabajo de montaje magistral. Un gran homenaje al cine.
Retrato cubista de Daniel Melingo Como en un cuento de Cortázar, Daniel Melingo se mete en el metro de París y cuando sale, está en Callao y Corrientes. Buena síntesis del porteñismo internacional del ex Twist, protagonista excluyente de esta suerte de retrato cubista en blanco y negro, premiado como Mejor Película de la Competencia Argentina en la última edición del Festival de Mar del Plata. Filmada básicamente durante una gira europea del actual cantor de tangos, milongas y camperas, como el título lo indica Su realidad busca reflejar, como un espejo roto, no a Melingo en la realidad sino la realidad de Melingo. Lo del espejo roto es porque la película está armada en pedazos, combinando fragmentos documentales con partes de presentaciones, escenas de ficción, misceláneas y hasta algún que otro sueño. Todo lo cual hace de ella, antes que una película orgánica, una serie discontinua de “piezas con Melingo”.“No puedo parar de pensar y, a la vez, no sé muy bien qué estoy pensando”, afirma en una de las primeras escenas el hombre del vozarrón arrabalero, como si fuera una mezcla de Pepe Biondi, Lacan y Brian Jones versión 1969. En el resto del metraje Melingo hace como que vuela por las calles de París, habla con frases de canciones (de otros) y divaga sobre cierto mariscal ruso. De la gira, el realizador, Mariano Galperin, elige, como en su primera película (1000 boomerangs, 1995), los tiempos muertos: habitaciones de hotel, seguimiento de mujeres misteriosas por la calle, Melingo jugando con un yo-yo Russell, improvisando grafogramas o cantando en un tren, junto a sus músicos, un mash-up de “Canción para mi muerte” y la marchita. “Vamos, Melingo”, llama Galperin, que hace de su representante. “Se va el tren, se va lejos”, dice. “No voy en tren, voy en avión”, le contesta el autor de “La canción del linyera”. Como otros fragmentos, el diálogo puede considerarse simpático o bobo, según como lo tome cada uno.El resto son partes brevísimas de conciertos (quien quiera ver a Melingo en vivo está poco menos que frito), de los que se han elegido los actings más excéntricos del multiinstrumentista, encuentros e improvisaciones con músicos famosos (un tema de Pappo con Calamaro, una jam con Jaime Torres), breves esquicios con famosos de otras profesiones (los actores Iván González y Guillermo Pfening, el ex futbolista francés Jacques Lafitte, el escritor Sergio Bizzio, un Miguel Zavaleta totalmente pasado de revoluciones), el propio Galperin haciendo de manager enojado o de hombre que duerme en una caja de contrabajo, los músicos transcribiendo pentagramas verbalmente, un baile de borrachos en el Pêre Lachaise, la preciosa fotografía en blanco y negro de Diego Robaldo. Y sobre todo, claro, el aguardiente vocal del protagonista, una columna sonora por sí sola.
El último porteño del rock Se va el tren, se va lejos, avisa el manager y Melingo le responde no voy en tren, voy en avión. En el avión, el trotamundos rockero reconvertido en cantante de tangos encuentra un simple de Los Beatles; en la habitación, un legítimo yo-yo Russell. Hace piruetas y el alto contraste en blanco y negro agudiza los claroscuros. Posa para un fotógrafo en la fría mañana alemana, con los pelos revueltos como Antonin Artaud o un mimo peligroso sin maquillaje. En el tren a Londres, entona con su grupo “Hubo un tiempo que fue hermoso” con el ritmo de la marcha peronista; en la habitación, de noche, con el fondo de la Catedral de Saint Paul, se para los pelos como la Novia de Frankenstein. Ganador del premio a mejor montaje en el último Festival de Mar del Plata, este documental se sirve de una gira para aprovechar el talento histriónico de Daniel Melingo con un buen ojo fotográfico y otro para la edición. Una suerte de raga improvisado con Calamaro en un hotel parisino y una zapada con el inmortal Jaime Torres en Buenos Aires pintan a Melingo como un diletante musical, pero lo más logrado es la pintura del hombre que a donde lleva su cultura la hace cotizar en valor oro. Él es, de algún modo, el último porteño del rock.