Una de las cualidades que se le puede aplicar a la nueva ola del cine francés, es la vital importancia que se le da a la palabra como forma de reforzar la naturalidad de sus personajes. Generalmente reflejada en el caos personal que atraviesan sus protagonistas y la solitaria condición humana de la sociedad moderna. Abarcando una gran parte de estas características, la actriz y directora Valeria Bruni-Tedeschi profundiza una vez más en la inspiración autobiográfica (mejor dicho autoficción según ella) de sus trabajos anteriores, para la realización de “Un Château en Italie”. Nominada a la palma de oro en el festival de Cannes del año pasado y formando parte de la competencia internacional del pasado BAFICI, la cinta de Bruni Tedeschi cuenta la historia de Louise, una ex actriz un poco perdida y siempre al borde de la histeria, que tras la muerte de su padre se ve obligada junto a su adinerada familia a deshacerse del castillo en donde viven. Por si fuera poco su hermano Ludovic, con el que mantiene una relación muy estrecha, es enfermo de sida. Esto no hace más que profundizar la crisis existencial de la protagonista al verse todavía soltera y sin hijos, cuestionando la fragilidad de la vida y lo poco que aprovechó la suya. En este momento de debilidad conoce a Nathan (Louis Garrell, ex pareja en la vida real de Bruni Tedeschi), un hombre veinte años menor que ella, con el cual comienza una relación y le confía todos sus traumas y conflictos. La historia se divide en tres estaciones (invierno, primavera y verano) a modo de capítulos, denotando de forma ágil y simbólica el paso del tiempo en la relación de pareja y la progresión de la enfermedad de su hermano, el cual se va deteriorando lentamente pero sin perder su fuerte carácter dominante sobre su familia. Desde el punto de vista visual “Un Château en Italie” es impecable, destacándose decorados potenciados por la luz natural de las locaciones francesas e italianas. Por otro lado la película cambia constantemente de tono y de género, siempre manteniéndose entre el drama y la comedia. Pero nunca pierde ese encanto romántico y autentico, generando la sensación de que Bruni Tedeschi, como realizadora y protagonista, se entrega completamente a su creación. A su vez, al transcurrir entre Francia e Italia, la ductilidad de los actores principales de representar dos idiosincrasias tan distintas más allá del idioma, le da a la película la impronta de dos de los cines más importantes de la industria. Combinando la proyección física y emocional del actor italiano con la poética de los diálogos del cine francés. Tampoco pasan inadvertidos los guiños al público más añejo, como la inclusión de “Viva la pappa col pomodoro” de Rita Pavone (y con clip incluido en los créditos) o la pequeña participación del legendario actor egipcio Omar Sharif. Estos son detalles que suman a cualquier película. Ante tantas cualidades, probablemente “Un Château en Italie” pueda pecar de ser algo dispersa en determinados momentos, pero como se pudo ver en su anterior película “Actrices”, Bruni Tedeschi sabe narrar de manera atractiva sus vivencias pero a su vez convertir esas emociones en algo universal para el público. Una muy buena alternativa tanto para el amante del cine francés, como para el espectador ocasional que gusta de una buena historia. Por Nicolás Feldmann
Tras su paso por la Competencia Internacional del BAFICI [16], llega a los cines de Buenos Aires Un castillo en Italia (Un château en Italie), tercera película de la actriz y directora italiana Valeria Bruni Tedeschi. ¿Quién me quiere a mí? Louise Rossi Levi (Valeria Bruni Tedeschi) tiene 44 años y pertenece a una familia de mucho dinero, dueña de un castillo en Italia. Su hermano Ludovic es enfermo de sida y su madre parece ser la única con sentido común en la familia. Louise fue actriz en su juventud y transita una crisis existencial, que la hace vivir en un estado casi histérico. La familia construyó su riqueza gracias a las fábricas del padre, y tanto Louise como Ludovic poco tienen que ver con ese rubro y aparentemente nunca se interesaron mucho por trabajar. Las deudas agobian a los Rossi Levi, y se les aconseja que pueden saldarlas vendiendo el castillo y sus suntuosos bienes. Mientras tanto, Louise conoce a Nathan (Louis Garrel), un actor veinte años menor que ella, obsesionado con su pasado como actriz. De a poco, entre el temor y la ansiedad, empiezan una relación amorosa a la vez que Louise trata de hacerle frente al mal momento económico y familiar. El discreto encanto de la burguesía La historia tiene mucho de autobiográfica. Valeria Bruni Tedeschi es actriz, conocida por Munich y 5×2, y proviene de una familia culta y rica (y es la hermana mayor de Carla Bruni). Mantuvo una relación con Louis Garrel, actor 19 años menor que ella e hijo del director Philippe Garrel (en la película Nathan está rodando una película dirigida por su padre). Quizá sea el apego a la historia lo que le juega en contra a la película. El guión y la construcción de los personajes están flojos. Un castillo en Italia gira en torno a Louise y su despliegue de histeria, quizá el único personaje que no consigue generar empatía en el espectador. Corre, grita, salta, llora, no hay medias tintas, todas sus reacciones son exacerbadas y molesta mucho. Ludovic es un mártir, siempre solemne. El personaje de la madre salva la película, la única de la familia con los pies en la tierra y con matices interesantes. Además, no se entiende bien el tono del film, supuestamente es una comedia dramática (o amarga), pero nada resulta lo más mínimamente gracioso. En los momentos de mayor tristeza se pone cursi, en el velorio hay un monólogo lastimoso del amigo borracho de la familia, y el final está muy edulcorado. Para rescatar, hay algunos guiños simpáticos, como la canción de Rita Pavone que cantan los hermanos cuando pasan por la fábrica del padre y el videoclip de dicha canción en los créditos de la película; y la breve escena de coqueteo entre la madre de Louise y el mismísimo Omar Sharif. Conclusión Un castillo en Italia desilusiona, no encuentra el tono adecuado para contar una historia de crisis de todo tipo (existenciales, económicas y familiares) y su protagonista-guionista-directora compone un personaje muy insufrible, lo cual logra que nos interese muy poco lo que le sucede. De todas maneras, es llevadera y tiene algunos elementos rescatables.
La decadencia de la aristocracia. La lógica económica es bastante cruel para aquellos que no se adaptan a las reglas del mercado. La fascinación de la aristocracia de los siglos XVIII y XIX por el tradicionalismo colocó a estas familias en un lugar poco propicio para los negocios en el siglo XX y de a poco -o súbitamente- fueron perdiendo sus fortunas de la mano de gastos suntuarios irresponsables y menguantes entradas financieras. La tercera y última película de la actriz Valeria Bruni Tedeschi como directora, Un Castillo en Italia, es un melodrama familiar alrededor de una familia aristocrática venida a menos cuya vida y patrimonio se estancan a cada minuto debido a la desidia y las malas inversiones. Un Castillo en Italia indaga el devenir de una familia que logró sobrevivir a la debacle de la aristocracia hasta la quiebra de la fábrica del clan, la cual sostenía el imperio Rossi Levi. Mientras la casa pierde su brillo, los sobrevivientes del patriarca debaten qué hacer con el castillo heredado y un extraordinario, hermoso y valioso cuadro satírico del pintor renacentista Pieter Brueghel el Viejo, para dejar al descubierto sus egoísmos, caprichos y malversaciones. En esta farsa aristocrática, Louise es una actriz que ha abandonado su carrera para repensar su vida y su hermano Ludovic es un playboy con HIV que se dedica a mantener sus últimas posesiones en una especie de letanía moribunda mientras su madre está a punto de ir a la cárcel por evasión de impuestos. A todo esto se suma un joven actor obsesionado con Louise, hijo de un director que ha estado con ella años atrás, y Serge, un artista protegido de la familia, otrora amigo de Ludovic y amante de Louise, a punto de la quiebra, resentido y desesperado por obtener una gran suma de dinero para salir del apuro. La síntesis de estos elementos dramáticos y patéticos da como resultado una obra opaca, fuera de época, pero que intenta buscar pasajes para entrar en el presente, encontrando siempre algún resquicio insuficiente. Desde el comienzo del film, la vida parece destinada al fracaso con un castillo, una fábrica cerrada y un apellido que penden cual espada de Damocles sobre las cabezas de una familia que ve todo su mundo derrumbarse de a poco. Un Castillo en Italia es una obra sobre la indolencia ante la vida y la pérdida de toda razón de ser y de vivir. Todo lo sólido se desvanece en el aire y la vitalidad de agota en este contexto emocionalmente sombrío. Solo queda una oquedad vacía de lo que en otro tiempo fue el centro de la vida social de una ciudad. Desgraciadamente, la obra de Bruni Tedeschi no añade nada a los vaivenes de la degeneración de la tradición y la aristocracia, dejando una estela de gravedad aparente sin contenido sobre una cinta que nunca encuentra el camino hacia las causas profundas de la decadencia. Lo que queda es un conjunto de personajes expuestos a sus caprichos sin la indagación de los males de época que acechan a los que osan traspasar los límites de lo posible.
Catarsis sin vuelo Para la directora y actriz Valeria Bruni Tedeschi, sobrevalorada por Cannes el año pasado, el cine es un pretexto para dar rienda suelta a su catarsis más que a su imaginario para construir historias o como ella prefiere “autobiografías ficcionales”. Al igual que en Actrices (2006), las obsesiones y crisis de los cuarenta -soltería, maternidad y pasaje de cuarto de hora en el terreno de la actuación- atravesadas por la hermana de la ex primera dama de Francia, la modelo Carla Bruni, se apoderan rápidamente de la trama, que mezcla algo del humor característico de Bruni Tedeschi con el drama familiar. Es un film donde se destaca, al igual que en su segundo opus, Actrices, la actuación de su madre Marisa Borini, eficaz a la hora de lanzar esos dardos venenosos y críticos que ponen al descubierto las máscaras en las que su hija siempre esconde vulnerabilidades, al tiempo de funcionar como un pequeño motor para que ella emerja emocionalmente robándose varias escenas de corte dramático. Un castillo en Italia funciona a medias cuando la realizadora se despoja del operativo catártico para sumergirse en el retrato de una familia burguesa, acomodada y en plena decadencia, en la que se ventilan tanto los trapitos sucios al sol como el fuerte vinculo afectivo entre Valeria y su hermano Ludovico, (interpretado por el italiano Filippo Timi), enfermo de Sida en etapa terminal en la ficción, para quien el castillo familiar representa no sólo el contacto con el pasado que ya no vuelve, sino el único bastión para no reflejar esa decadencia, aspecto que evidentemente a la francesa le molesta demasiado por la ironía con que maneja a veces el tono de la película.
La familia En su tercera película tras las cámaras, Valeria Bruni Tedeschi ofrece una historia de tinte autobiográfico con un fallido resultado final. Lo que pretende ser divertido deviene en un embole con mayúsculas. La historia de Un castillo en Italia (Un château en Italie, 2013) no es otra que la de su propia vida. Una actriz que deambula entre Francia y el castillo que su familia posee en el norte de Italia. Sin marido, sin hijos, y en medio de una debacle económica familiar, se enamora de un joven actor mucho menor que ella (Louis Garrel, su pareja en la vida real). Pero también es la historia de su hermano enfermo de sida, el cual falleció víctima de ese mal. La gran ausente, su hermana Carla Bruni. El principal problema de esta película es el tono elegido para contarla. Y no porque sea una tragicomedia sino porque en la mayoría de los momentos se confunde la ironía o el humor negro con el grotesco, y es ahí en donde la directora, guionista y actriz falla. La película se vuelve tediosa, no logra atrapar y hace que lo que intenta ser divertido termine aburriendo. No es que reírse de la tragedia esté mal, el problema es que no cause risa. Estrenada en Cannes hace dos años, Un castillo en Italia propone mostrar la decadencia de una familia contraponiéndola con el renacimiento personal, el de la protagonista. Lo que sucede es que Valeria Bruni Tedeschi no le da en la tecla y solo se lucen la arquitectura, la banda de sonido y alguna que otra actuación. El resto olvidable.
Debe ser difícil portar el apellido Bruni para Valeria. Su hermana mayor es quien ha convocado siempre a la prensa (Carla, modelo y cantante), por su matrimonio con el ex primer ministro de Francia, Nicolás Sarkozy. La cuestión puede o no ser anecdótica, pero lo que sí sabemos es que siempre los trabajos de Valeria parecen ser sobrevalorados por la crítica y los medios galos. Sus anteriores films fueron discretos (eso pienso incluso de su mayor éxito, "Act" que fuera premiada en Cannes) y este parece ser el caso de "Un castillo en Italia" (que también estuvo en competencia en el mismo festival), aunque el mayor interés para el espectador, sea el tinte autobiográfico que se desliza en la historia central. Valeria Bruni Tedeschi escribe y dirige una historia sobre una familia de clase acomodada que en crisis, debe enfrentar la venta de un espacio en Italia (aunque el lugar de residencia de sus dueños sea Francia). Louise (Bruni) es la protagonista, una mujer que ronda los 40 y tiene algunas cuestiones para trabajar en terapia. Pero bueno, con muchas ansiedades de por medio y una familia que intenta sobrevivir a la dureza económica de estos tiempos, intenta resolver temas personales. No es que le vaya mal, la cuestión financiera no es la mejor pero... ella nunca estuvo obligada a trabajar, fue actriz y le cuesta pensar en definir algunas cosas para cambiar. En la actualidad, tiene un enamorado, Nathan (Louis Garrel) mucho menor que ella. Pero esa relación es de fascinación y no se construye desde las seguridades, sino desde la exploración pura e histérica que hace Louise para sobrevivir a sus propios escenarios de diaria angustia. Por otra parte, la familia Rossi Levi, está prácticamente en la quiebra y la solución es hacer dinero el castillo italiano. Simple. O no. Hay que pensar que asumir ese final, es una derrota que nadie quiere vivir. En ese debate, la película ofrece una mirada superficial a cómo algunos componentes de la sociedad francesa de clase media enfrenta la recesión de estos últimos años... Bruni elige hacer todo en su película. Va, viene, se enreda en discusiones pasionales, gesticula, se enoja, en un registro...discutible. No se si es su falta de carisma o una discutible variedad de perfiles, pero agota. El resto del elenco cumple, aunque nunca termina el espectador de sentir si es una comedia o un drama, ya que su oscilación no permite definir el objetivo de fondo de la historia. Despareja, por momentos desconcertante, en otros simpática y fluida. Si te va el cine europeo y queres ver a una mujer al borde del ataque de nervios, quizás esta sea una película a tener en cuenta.
Un acto de expurgación pública Con una foja actoral que incluye las italianas La segunda vuelta y La nodriza, las estadounidenses Munich y Un gran año y sobre todo las francesas 5 x 2, Le temps qui reste y Una pareja perfecta, la alternativamente morocha o rubia Valeria Bruni Tedeschi es dueña de una carrera paralela como realizadora, con tres películas a la fecha. Presentada en competencia en Cannes dos años atrás, Un castillo en Italia es la primera de ellas que se estrena en Argentina. Como las previas Es más fácil que un camello (2002) y Actrices (2007), el factor autobiográfico de Un castillo en Italia es tan alto que el opus 3 de VBT parece, como aquéllas, un acto desesperado de expurgación pública.Para Bruni Tedeschi, la historia propia parecería ser, como la Historia para James Joyce, “una pesadilla de la que es necesario despertar”. Nacida en una familia de industriales obscenamente ricos, nieta de un judío italiano que en tiempos de Mussolini se convirtió al catolicismo y al fascismo, su padre emigró a París junto a la familia en los años ’70, tras recibir una amenaza de muerte de las Brigadas Rojas. Hermana “postiza” de la chansoniste y ex primera dama Carla Bruni, Valeria tiene fama de ser una chica conflictuada. Su hermano murió de sida, ella vivió varios años con el french sex symbol Louis Garrel (actual modelo de Valentino Uomo) y durante mucho tiempo quiso ser mamá, hasta que terminaron adoptando un chico. Salvo esto último y toda referencia a Mme. Sarkozy (personaje tabú, según dicen, para VBT), todo lo demás está en Un castillo en Italia, protagonizada por supuesto por ella misma y con su propia madre y ex novio en los papeles respectivos.Doble de la realizadora, Louise, actriz en crisis, vuelve, tras una breve estada en un monasterio (el catolicismo heredado es otro tema obsesionante para la actriz) al impresionante castillo familiar en la zona de Turín. La traen dos motivos: la enfermedad del hermano, que se adivina grave (lo interpreta Filippo Timi, el Duce de Vincere) y la necesidad de convertir en metálico la incalculable pero menguante fortuna familiar, alquilando el castillo para visitas guiadas o vendiendo el Brueghel que tienen colgado. Al mismo tiempo Louise conoce a Nathan (Garrel), que con su mejor pose de galán melancólico le hace saber que no está dispuesto a darle el hijo que anhela.Como escape al conflicto, VBT postula la locura. Locura de los personajes –sobre todo de la protagonista, que huye, transpira, se angustia y tiene reacciones y hasta relaciones fuera de lugar, como el turbador roce físico con el hermano– y locura de la película misma, que avanza a grandes saltos y abruptos cambios de tono, incluyendo irrupciones de absurdo, inminencias fúnebres y una esperanzadora alegoría final. Por su disección del decadentismo gran-burgués y hasta las insinuaciones endogámicas, Un castillo en Italia recuerda a Visconti. Atavismo impúdico (1965), en particular. Por la locura de forma y contenido, incluyendo el peso de los lazos familiares, a alguna de Cassavetes. Pero trueca clasicismo y brote por lisa y llana histeria. Histeria en el sentido clínico en la sobrepasada Louise, en el de la seducción posada que encarna Garrel y en el exhibicionismo autoconfesional a distancia que la propia película representa.
Sensible e inquietante relato autobiográfico Notable actriz y, por lo visto en películas como Actrices y Un castillo en Italia, también una más que interesante guionista y directora, Valeria Bruni-Tedeschi ofrece un relato de neto corte autobiográfico (está basado en dos hechos extremos que afectaron su vida) que incursiona con solvencia tanto en el melodrama más denso como en la comedia de enredos más ligera. Una familia italiana de otrora exitosos industriales se ve obligada a deshacerse del "castillo" del Piamonte en el que vive. Mientras ese viejo mundo se desmorona, una de las hijas llamada Louise Rossi Levi (la propia Bruni-Tedeschi) se enamora a los 43 años de Nathan (Louis Garrel), un actor mucho menor con el que desarrolla una relación casi maternal. Las cosas no serán nada fáciles para esta auténtica antiheroína hasta entonces sin pareja, sin hijos, sin trabajo (ella ha decidido abandonar la actuación), pero con todo tipo de traumas y conflictos. Bruni-Tedeschi no pretende ser sutil ni prolija en esta exploración de la crisis de los 40, en su reflexión sobre los deseos y los miedos (la decisión de tener un hijo y la inminencia de la muerte de su hermano), pero tampoco es complaciente ni demagógica. Con El jardín de los cerezos, de Antón Chéjov, como principal fuente de inspiración, y su propia experiencia familiar como motor del film, Un castillo en Italia estrenada en la competencia oficial del Festival de Cannes 2013 trabaja sobre los contrastes, las oposiciones y las dudas más íntimas de la protagonista. El film, inquietante y por momentos incómodo, cambia todo el tiempo de tono, de género y de dimensión, pero nunca pierde esa sensibilidad, esa autenticidad, esa sensación de que la realizadora y protagonista está poniendo el cuerpo (y su talento, claro) en cada uno de los fotogramas.
Recuerdos de familia La directora y protagonista del filme encara a los personajes con sapiencia y hasta amabilidad, aún en los momentos más dramáticos de la trama. Como una película de contrastes, de encuentros y desencuentros, de choques ha planteado, elaborado y realizado la actriz Valeria Bruni-Tedeschi su tercer largometraje como realizadora. Y así como en su opera prima, "Es más fácil para un camello..." (2003), el tinte autobiográfico está omnipresente. Si bien ignora aquí a su hermana menor, Carla Bruni la cantante y modelo que se casó con el ex presidente francés Nicolás Sarkozy-, sí está la familia de un gran industrial que se ve obligada a vender el castillo del título, y el hermano enfermo de sida. Y su ex pareja en la vida real hace de su pareja, y su madre interpreta a su madre.Freud y una larga corte de entendidos se harían un banquete, es probable, pero el espectador no tendría por qué saber los motivos que llevaron a la actriz de "Actrices" y "Nada que hacer" a realizar la película, y la disfrutarían igual. Por empezar, Louise (Bruni-Tedeschi) tiene ese extraño encanto de las mujeres que saben lo que quieren, pero lo disimulan, y si no saben qué hacer dan piruetas hasta desconcertar a cualquiera. No a Nathan (Louis Garrel), un actor joven que se enamora de ella y la persigue sin respiro. Hablábamos de contrastes. A los propios de las desavenencias entre Louise y Nathan, y los internos de la protagonista, se suman los externos, como esa metáfora de la venta del castillo, con todos lo que eso implica -recuerdos, amores- como el fin de una época. Como la necesidad, a la vez, de dar vuelta la hoja y emprender un camino nuevo, hacia lo desconocido. En eso está, y en eso se debate todo el tiempo Louise, entre su incapacidad para resolver las cosas, pareciera que hasta para lanzarse al amor, y su necesidad de ser madre. Contra lo que pueda creerse a primera vista, no es "Un castillo en Italia" un filme de tinte feminista, sencillamente es que la protagonista es mujer, y Bruni-Tedeschi reflexiona y hace reflexionar sobre el paso del tiempo, lo que el amor va dejando de arrastre y las relaciones familiares desde su punto de vista. En el plano de las actuaciones el nivel es óptimo, incluida la propia directora, aunque a veces parezca como pasada de rosca.
Valeria Bruni-Tedeschi es mejor actriz que directora Valeria Bruni-Tedeschi es una muy buena actriz, que tiene la no tan buena idea de hacer comedias escritas por ella misma junto con las actrices y también directoras Noémie Lvovsky y Agnès de Sacy. Hasta ahora llevan tres: "Es más fácil para un camello", atendible, "Actrices", bastante buena, y la que aquí vemos, digamos que atendible. La primera evocaba los sueños incumplidos de una mujer, sus relaciones fraternas y la angustia ante la cercana muerte del padre. La segunda, los problemas de una actriz con sus colegas y con un amante mucho menor que ella (un asunto que le tocaba de cerca). Y la tercera, los conflictos de una exactriz con la madre, el hermano, el legado paterno, el amante joven y el deseo de ser madre. Esto último le permite una serie de escenas supuestamente graciosas, medio fallidas. Lo otro es más interesante. Se describe ahí una clase venida a menos, puesta a rematar las joyas de la casa, incluyendo un valioso cuadro y la propia casa, que es un "chateau" bastante lindo. La madre y el intendente del pueblo sugieren habilitarlo con fines turísticos, el hijo enfermo rechaza semejante profanación, las demás mujeres tienen pajaritos en la cabeza. Muy significativo, el momento en que todos pasan frente a la fábrica quebrada del padre, festejando en vez de llorar su propia indolencia. Lástima que, con ese buen punto de partida, la obra caiga en los vicios típicos de cierta gente que quiere dirigirse a sí misma. Así, en vez de una historia bien hilvanada, vemos una seguidilla de escenas hechas "para lucimiento", sólo por el antojo de pegar unos gritos que suenan lindo aunque no vengan al caso. Lindo para el ego del elenco, malo para el público. Bruni-Tedeschi, ya lo dijimos, es buena actriz. Filippo Timi, el Mussolini de "Vincere" (donde también hacía de hijo natural) es buen actor. Marisa Borini, madre de Bruni-Tedeschi en la ficción y en la realidad, es una no-actriz totalmente creíble, y compone el único personaje querible de la historia.
Una interesante película de autor de Valeria Bruni Tedeschi, también protagonista que indaga sobre la crisis de los 40, la decadencia de su familia que ya no es poderosa, la agonía de su hermano, las dudas sobre la educación, la posibilidad del amor, la maternidad. Inquietante y despareja.
Entre dos tierras Valeria Bruni Tedeschi dirige y protagoniza esta historia en la que interpreta a Louise, una mujer que ha pasado los cuarenta, esta sola, no ha tenido hijos, y pasa sus días entre París, donde reside, y el castillo de su familia en Italia. Louise va y viene entre ambos idiomas e idiosincrasias, retratando la vida burguesa de ambas culturas. En Italia debe lidiar con su madre y su hermano gravemente enfermo, donde no encuentran solución para los problemas económicos que atraviesa la familia y se niegan a deshacerse de algunos tesoros familiares que pagarían sus deudas, pero que los bajarían del escalón aristocrático al que están subidos. En Francia comienza una relación con un joven bastante menor que ella, y se debate entre disfrutar de la vida con su amante veinteañero o forzarlo a comprometerse y tener un hijo, porque el reloj biológico la apremia. La compleja vida de la protagonista tiene varios matices y es interesante, pero la historia parece nunca encontrar el tono. No sabemos si esta narrada en tono de comedia o de drama, la actriz se pasea histérica por ambos géneros, sin lograr nunca un clima que le de verosimilitud al relato. La película termina resultando un simple retrato de una familia con un gran apellido que ha vivido años de esplendor que ya se han terminado, y deambula en un limbo lejos de la realidad. La actriz, guionista y directora ha volcado mucho de su propia vida en una película que a pesar del buen trabajo de sus actores, no tiene solidez y por momentos hasta resulta absurda.
LA DECADENCIA El castillo en Italia es el último bien material que posee esta familia aristocrática en franco deterioro y pérdida de status social. Sus tres integrantes son la fiel representación de una clase pudiente a la que el dinero no le alcanzó para lograr la felicidad. Un padre muerto, un hijo enfermo de sida, una hija aún sin niños y poco cristiana, y una madre que aún parece vivir en aquel tiempo donde reinaba la abundancia. Rodeados de bienes materiales de alta gama, es la ostentación del lujo la que no pudo (ni podrá) con sus destinos, porque en el final de toda historia, el dinero ya no tiene valor. Desde un punto de vista tragicómico, Un castillo en Italia, viene a contar una historia de pérdidas. A lo largo del filme cada uno de los personajes deberá adolecer de algún sueño anhelado, pero de lo único que se desprenden no es sólo de sus aspiraciones, sino también de sus posesiones. Aquellas que supieron ubicarlos en lo más alto de la escala social. Con secuencias completas en las que “lo trágico” se convierte en comedia, y por qué no en absurdo. El filme busca la complicidad del espectador cuando decide ubicarse en la posición de observador. Allá desde una “mirada neutral”, la película incurre en la lógica de los sueños, y así rozando lo surrealista, empiezan a desfilar una seguidilla de escenas que representan la decadencia en varios niveles. Por un lado, el deterioro institucional de una iglesia católica que necesita vender crucifijos a la fuerza y enseñar a rezar a las personas. Y por el otro, la realidad diluida de otras instituciones como la familia, la salud, o las relaciones interpersonales mismas. A la hija le pesa el mandato social y corre a contra reloj para quedar embarazada, el hijo lucha contra su enfermedad terminal, y la madre se refugia entre obras de arte y su piano vertical mientras el mundo sucumbe. Por eso, es esencial poder ver Un castillo en Italia no como una tragedia pero tampoco como una comedia, sino desde su punto intermedio que en varias oportunidades encontrará a algún espectador riéndose de la muerte o llorando por el amor correspondido. Tal es la ambigüedad de la propuesta estilística que invita a la reflexión a través de las emociones y alguna referencia a la propia vida. La moraleja, si es que se me permite la utilización de dicho concepto, es la que se plantea al mostrar un micro universo que se cae a pedazos, y en donde el dinero perdió su valor de uso. El lujo se opacó por la angustia, pero eso no quita, de ningún modo, la posibilidad de seguir sonriendo. Las estaciones siguen transcurriendo, la vida continúa. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
DERRUMBE Y RECOMIENZO Film simpático y emotivo. Transmite ganas de hacer cine, empuje y vitalidad. No es poco. En sus momentos risueños recupera el tono de la buena comedia costumbrista italiana. Y en los momentos duros, no recarga las tintas. Nos habla de las vicisitudes que enfrenta una familia (madre y dos hijos) venida a menos. Tienen un castillo pero no pueden mantenerlo. El hijo se está muriendo y la hija, Louise, es una ex actriz, que busca un amor, un hijo, un rumbo. Ella es Valeria Bruni-Tedeschi, una buena directora y buena intérprete que encara con aire fresco y despreocupado un relato absolutamente autobiográfico: la que hace de madre es su madre, el que hace de novio es su novio y tuvo un hermano que murió joven. De allí el tono sentido y humano de ese retrato. Transcurre en Italia y Francia. La bancarrota acecha. ¿Alquilarán el castillo, venderán sus cuadros más valiosos? Todos tantean sin encontrar el camino. El amor, la amistad, la religión hacen su parte. En ese árbol abatido de la escena final surge la imagen de un derrumbe que puede ser también la puerta a un nuevo florecer. No es perfecto ni mucho menos, pero sus escenas convencen y sus personajes tienen vida.
La comedia dramática de la actriz/directora francesa (o franco-italiana) intenta funcionar con ese tono entre jovial y aparentemente despreocupado que tienen (o tenían) ciertas películas de la Nouvelle Vague para tratar los temas más serios posibles. Bruni-Tedeschi tiene que lidiar con un hermano enfermo de sida, un romance complicado, un embarazo inesperado y la crisis económica familiar que les obliga a vender el castillo del título en una película que –pese a los temas duros que trata– es simpática y amable en su tono, aunque un poquito dispersa en su construcción narrativa. Basada en las propias experiencias de vida de la realizadora/protagonista y dividida en las cuatro estaciones de un año, UN CASTILLO EN ITALIA puede ser la terapia familiar de una familia multimillonaria italiana, pero logra de cualquier modo trascender esa especificidad y transformar esas emociones en algo más o menos universal.
El discreto encanto de la burguesía Ésta es la historia de la decadencia y desintegración de una gran familia de la burguesía industrial italiana. Es la familia de Louise, pero cuando se reencuentra con Nathan, el hijo de un gran director de cine, de profesión actor, que vive a disgusto con su profesión, y la reconoce como una de las protagonistas de una película de su padre la enamora y los sueños de felicidad resurgen en ambos. El problema de éste producto es que, tanto la búsqueda estético narrativa como el desarrollo de la historia, es llevado adelante por parte de la directora en forma que dejara fuera a la mayor parte del público que no está acostumbrado a consumir este tipo de cine, casi rayano en lo surrealista. De manera paralela, casi como una subtrama del texto principal, relata la historia de su hermano, un enfermo crónico casi terminal, e incluye a la madre de ambos, posiblemente el personaje más identificable desde la salud mental. Una casta de burgueses a los que se le revela el deterioro de la vida que llevaban, cuando todo lo conocido realiza un desplazamiento notable del destino, comience a derrumbarse aquello en lo que se sustentaban Tienen dos disyuntivas, transformar el palacio en un museo y que la gente común invada su privacidad, aunque más no sea dos veces a la semana, o deshacerse de su imperio vendiendo el castillo. Recurrirán a la reina de Inglaterra, y en el camino descubrirán que cuando todo parece desintegrase conocerán los eficaces que logran ser, a veces, los lazos familiares. Cómo una nueva encrucijada se abre frente a ellos tomar el camino correcto o el fácil. Una historia sobre la caída, resurrección y los sueños. Lo mejor de la realización está en la construcción y desarrollo de los personajes, sustentados por las actuaciones tanto de Valeria Bruni Tedeschi, en el personaje de Louise. una histérica, rica insatisfecha, como el personaje de Ludovico Rossi Levi (Filippo tTimi),l hermano enfermo de sida, casi intransigente hasta el último suspiro. La directora Valeria Bruni Tedeschi, para la que supone su tercer filme en la dirección, tras “Actrices” (2003) y “Es más fácil para un camello” (2007) llega con esta obra que a presentado en la competencia oficial del Festival de Cannes en 2013. Sirve como testimonio del carisma, del riesgo que asume, y del refinado talento que posee como guionista y realizadora, quien ya está n post producción de su cuarto obra.
La expresión del vacío El film de Valeria Bruni Tedeschi muestra de cerca un círculo familiar del que no se puede salir, ni acceder. Y es quizás la sensación que tenemos algunos de los que miramos la película, esa idea de no acceder pero quedar atrapado. El eje de la trama es la caída en decadencia de una familia aristocrática, luego de la muerte del padre, y los demás integrantes quedan ahí, en ese castillo que parece quedarles grande. Desde las imágenes y hasta la disposición de los personajes, que no utilizan más que dos o tres espacios de esta mansión, muestran un estado de refugio entre los tres vínculos que quedan: la madre, la hija y el hijo. Los hermanos, aunque ya son adultos, han quedado en una niñez eterna y median su alma de niño con las expectativas que la sociedad tiene para ellos. La relación que mantienen estos dos parece casi incestuosa si no se tiene en cuenta que todo lo que comparten está teñido de esa luz de infancia y complicidad. Al estar juntos parecen tener otras edades y mostrarnos un poco lo que han vivido. Los personajes logran enamorar con sus personalidades auténticas y libres, pero no pueden escapar, aunque tengan sus convicciones, de los requerimientos sociales como el matrimonio y el embarazo. Valeria Bruni Tedeschi representa a una mujer que sufre su género y sus supuestas obligaciones. Es una mujer ya adulta pero sin realizaciones profesionales, ni personales que le den satisfacciones. Asimismo, vemos en ella un papel un tanto hiperbólico de alguien que toda su vida buscó tener tiempo libre para hacer cosas y que al fin y al cabo eso hizo que cayera en el vacío mismo. El castillo representó la vida y las expectativas de esa familia, sus secretos y recuerdos a los que no tenemos acceso. La caída, que simbólicamente se representa cuando cortan el árbol de la casa, personifica también la desestabilización y derrumbe de la familia. Una casa vacía, risas inexplicables y miradas que guardan un secreto al que nunca podremos llegar es lo que nos presenta Un castillo en Italia. Para los espectadores es como mirar una familia desde adentro pero ser un invitado siempre. Pero lejos de crear un distanciamiento, lo que provoca es la intriga y una gran producción de la imaginación para llenar los espacios en lo que no se logra descifrar qué se dice.
Partly autobiographical, A Castle in Italy is written and directed by Valeria Bruni Tedeschi (It’s Easier for a Camel, Actresses) who also plays the lead, Louise, a 43-yer-old woman in need of romance who longs to have children — even more so because she’s not getting any younger. She has a brother, Ludovic (Filippo Timi) who suffers from AIDS-related diseases AND, in a matter of weeks, he’ll probably be dead — Valeri Bruni Tedeschi’s brother, in fact, died of AIDS some years ago. Both of them are under the emotional influence of their absent-minded, worrisome mother (played by Bruni Tedeschi’s real life mother under the stage name of Marisa Borini). As the taxes, insurance policies and salaries needed to maintain their family castle are on the rise, and not having the resources to afford such expenses, they are forced to sell the place together with a large number of famous paintings — a precious Bruegel among them. One day and just by chance, Louise meets Nathan (Louis Garrel), an attractive man who is many, many years younger than her. Sooner rather than later, they embark upon a somewhat heated love affair, only to discover irreconcilable differences as time goes by. So not even love can make Louise’s life any happier. Bruni Tedeschi, the filmmaker, attempts to walk a tight rope here, but she can’t quite make it despite how much she tries. Striking a balance between drama and comedy is never an easy task, and it gets all the more difficult when humour must be smoothly intertwined with really painful stuff. And we’re not talking about black comedy, but rather about some kind of absurd, dry humour. So whereas you may follow the dramatic parts with some interest — particularly because of the more than fine performances of Bruni Tedeschi and her mother — the same cannot be said about the comedic ones. You may smile every now and then, but that’s as far as it goes. On second thought, the conflicts and the resulting drama are only developed to a certain degree, and then they are interrupted and left aside. It is this fragmentary narrative structure that doesn’t quite work either — the film is furthermore divided into three parts, each taking place in a different season: winter, spring and summer. Yes, there are some special moments, some scenes that are moving and funny in their own right, but they are quite few in comparison to the whole. Such an uneven feature with an indecisive tone makes you feel disconnected rather than engaged. You see it all from a distance, very much aware of the way the film tries to dazzle you with its offbeat nature (that is never quite gripping). I guess that’s also why indifference is the prevailing emotion you experience while watching how the sale of this Italian castle is meant as a metaphor for the situation of a family in despair.
Familia en apuros Hermana de la popular Carla Bruni, Valeria Bruni Tedeschi es una figura estelar del cine europeo. A fines de los setenta, su familia huyó de la Italia de las Brigadas Rojas para resguardarse en Francia, desde donde las hermanas se lanzaron a la fama. Pese a que nunca dejó de trabajar en su patria, la actriz tuvo reconocimiento internacional con 5X2 (2004) de François Ozon. Por la misma época, debutaba como directora con un film autobiográfico, y la temática continúa en Un castillo en Italia, donde también actúa. Bruni Tedeschi es Louise, hija de un poderoso y ya fallecido empresario del norte de Italia, cuyo imperio cayó en desgracia. Entre las migajas de esa familia, otrora opulenta y afincada en París, hay un par de pepitas de oro, un Brueghel original y la residencia italiana (el “castillo”) que Louise, su madre (la madre de Bruni Tedeschi), y su hermano (un enfermo terminal de sida, como el hermano de la actriz) no se deciden a vender. La cuestión autobiográfica es una de las razones por las que la película se estrenó en Cannes, pero sin esa referencia (requisito, por otra parte, vano), Un castillo en Italia resulta un puñado de escenas graciosas carente de sustento.
El derrumbe de las falsas promesas El personaje que compone la directora sorprende por sus conductas confusas y de insatisfacción. De ahí en más, el film apela a desenmascarar lo que resta de ese mundo de apariencias y decadencia desde las memorias del personaje. Presentada en la Sección Oficial en Cannes 2013, este tercer largometraje en carácter de directora de la actriz y guionista Valeria Bruni Tedeschi, nacida en Turín en noviembre del 64, vuelve a poner en escena, con amplia conciencia de ello, lo que en las nuevas categorías de la dramaturgia tanto teatral como cinematográfica se denomina "Autoficción"; vocablo que se puede homologar, no igualar, a lo que se conoce como relato autobiográfico. Y en esto caso lo hace no sólo atendiendo a apuntes y recuerdos de su propia historia; sino también a lo que, lateralmente, le van aportando los profesionales que trabajan a su lado. Moviéndose el personaje entre su tierra natal y París. Igualmente, si observamos la ficha técnica, vemos que el equipo está formado en su casi total mayoría por mujeres, lo que podría llegar a suponer en el lector que estamos ante un film de neto rango feminista. Lejos de ello, Un castillo en Italia mira al interior de una historia familiar que está planteada en lo que hace a hombres y mujeres desde sus propias contradicciones. A corazón abierto, Valeria Bruni Tedeschi indaga en los pliegues más riesgosos de una aristocrática familia de la burguesía industrial de la zona del Piamonte, en su momento de irreversible ocaso. Ese aire de cierre de un ciclo, esa atmósfera de un mundo que se apaga, se respira en el interior de ese castillo, ubicado en Castagneto Po, en el cual sólo se observan las paredes descascaradas y la opacada esfumatura de un modo ilusorio de vida. Entre sus paredes, tratando de mantener su marcada elegancia, su hermano, rol que cumple admirable y sensiblemente Filippo Timi (a quien recordamos entre otros films, en Vincere, de Marco Bellocchio, en su doble rol de Mussolini padre e hijo), trata de sobrevivir a una cruel enfermedad, el Sida, aferrándose a los días del pasado; cifrando este sentimiento en la renovada y esperada presencia de su árbol. De formación teatral, tanto la actriz y directora como otros de los que forman parte de este elenco, Un castillo en Italia nos lleva a otro de los clásicos de Anton Chejov, El jardín de los cerezos; pieza estrenada en Moscú en enero de 1904. De esta manera, la figura de ese árbol va a marcar en el film la perdida estación de la infancia y la decadencia de todo un grupo familiar. Un grupo de familia, que sin llegar a ser un retrato firmado por Luchino Visconti, descubre y roza desde una mirada aguda, incisiva, no exenta de desenfado, los espacios difusos de los vínculos sentimentales, del auto engaño, del incesto. Ya desde el inicio, el personaje que compone Valeria Bruni Tedeschi nos sorprende por sus conductas confusas y de insatisfacción. Su crisis existencial, su deseo de ser madre a los cuarenta y tres años, su relación con un joven actor y modelo, nos la presentan en situación de desamparo y de ira. La actriz, de aquí en más, apela desde su personaje, a desenmascarar lo que resta de ese mundo de apariencias. Y se mueve este relato entre lo agónico y lo desaforado, sin tratar de ocultar cierto tono de sarcasmo. En su situación de mujer que espera ser madre, aparece la figura de la religión, que estimo destacar tanto desde su punto de vista como el de su madre; no sólo en la ficción, sino en su propia vida, rol que interpreta Marisa Borini, sentada al piano, desde su vocación de compositora e intérprete. En ese espacio que poco a poco perderá su fisonomía y ese clima de antaño, la pintura de un Brueghel, dos canciones de época, los comentarios de los criados, los secretos de familia, ese piano que ya no se escuchará más y la desplazada figura de un amigo de aquellos días, irán marcando, sin concesiones, el derrumbe de un castillo de falsas promesas e ilusiones, en el que ha quedado, voluntariamente, fuera de la escena, su hermana y cantante, Carla Bruni; esposa del ex presidente de Francia, Nicolás Sarkozy.
Este jueves llega la cinta italiana, Un castillo en Italia de escrita, dirigida y protagonizada por Valeria Bruni Tedeschi. Valeria Bruni-Tedeschi (como dato de color, es la hermana de Carla Burni) lleva muchos años (y una extensa filmografía ya) como actriz y es este su tercer largometraje. Junto a ella, está uno de los nombres más interesantes del cine francés, Louis Garrel. Louise (Bruni) y Ludovic son dos hermanos que junto a su madre tienen un castillo en Italia que perteneció a su padre pero que deberían vender por lo mucho que cuesta simplemente mantenerlo, pero no quieren terminar de deshacerse de ese lugar que representa tanto para ellos. Además, cada uno transita sus propios problemas. Louise es una mujer de cuarenta años, soltera, que siempre quiso tener hijos pero no tuvo la oportunidad. Y Ludovic está enfermo de sida. Los dos hermanos son muy cercanos, generando a veces una intimidad casi incómoda ante los ojos de quienes no la entienden. En el medio, su madre, una mujer religiosa. Pero mientras Ludovic se apoya en el amor de su pareja y probablemente futura esposa, Valeria se siente perdida. Hasta que conoce casualmente a Nathan (Garrel), un actor frustrado que la reconoce inmediatamente como la actriz que alguna vez fue y que, no entiende por qué, nunca continuó con su carrera. Tras la insistencia de él, comienzan una relación, pero no terminan de entenderse. Ella se siente vieja a su lado y quiere tener hijos. Él quiere divertirse pero le gusta pasar el tiempo con ella, aunque le agarran escalofríos inmediatamente después de decírselo. La enfermedad de Ludovic es una bomba a punto de estallar pero Louise apuesta a la vida probando la fecundación in vitro para ver si de una vez en su vida puede llegar a ser madre, sola o acompañada, porque su relación con Nathan es cada vez más inestable. Esta comedia con tintes románticos y dramáticos pone en evidencia, como lo dicen en algún momento, que “los ricos también lloran”, en otras palabras, que el dinero no garantiza nada.
Los diletantes En la película Un castillo en Italia, a través de un juego de ficción y realidad, la realizadora Valerie-Bruni Tedeschi explora en la angustia existencial de una familia acomodada. "Los ricos son todos locos y mezquinos", dice uno. Otro personaje responde a esa afirmación: "Sí, pero también lloran". Los que hablan pertenecen al personal doméstico de una familia, que acompañan silenciosamente las peripecias emocionales y económicas de los dueños y moradores de la propiedad que es un protagonista directo de la trama. No es una afirmación menor y menos aún una escena entre otras. El filme saca a relucir ahí su propia conciencia, el punto de vista que lo articula. Los ricos se exponen, o más precisamente, una directora-actriz escenifica situaciones de su vida duplicando materiales propios en signos de un relato. En Un castillo en Italia hay talento. Valerie Bruni-Tedeschi (la hermana mayor de Carla Bruni) protagoniza elementos de su propia historia y se filma. Como en la película, ella tuvo un hermano que murió de Sida (a quien está dedicada la película); como en la historia que cuenta, ella también tuvo una pareja mucho más joven que ella, y justamente quien interpreta a su enamorado es Louis Garrel, el hijo del gran cineasta Philippe, y que fue su pareja real por varios años. A su vez, el personaje de Garrel tiene un padre que hace cine. ¿Quién es quién? La fluidez circular entre ficción y documental es un juego de espejos evidente, más allá de que en última instancia esta heterodoxa comedia existencialista liviana (valga la paradoja) se sostiene en un cambio de registro permanente en el que recae su atractivo. El inicio promete: Louise, una actriz retirada (Bruni-Tedeschi) despierta con el canto de los monjes del monasterio en el que está descansado. Tal vez se trate de la Vigilias o el Laudes, pero es bien temprano. De ahí se irá para su castillo, y en el camino conocerá previamente por azar a Nathan, un joven actor que está rodando un filme cerca del claustro religioso. Él la reconoce. Es una época de cambios para Louise: su madre, hermano y ella quieren vender o hacer algo con el castillo que les da pérdidas, acaso vender cuadros y reorganizar la economía familiar. El hermano, además, que está por comprometerse con una hermosa mujer, tiene Sida. Quizás se esté por morir. La película trabajará con esas variables dramáticas sumando situaciones: encuentros familiares, subastas de objetos, visitas a la iglesia y algún que otro conflicto amoroso y familiar. El problema radica en que este orbe existencial, en el que se quiere recuperar "el espacio necesario para la vida", el conjunto de situaciones e inquietudes de los personajes parece responder al imperativo de un mero diletantismo. Picotear un poco del vértigo de la muerte, señalar algunos tabúes propios de burgueses, declarar la naturaleza quimérica del Altísimo no llegan a constituirse en acciones que superen la mera enunciación. La angustia de un rico difícilmente sea de naturaleza universal.