Un Momento de Amor (Mal de pierres, 2016) tiene poco de romántico y mucho de frustración sexual. En este sentido, el título original, Mal de Piedras, es más apropiado. Si hay momento de amor, está rodeado por interminables tramos de dolor y enfermedad. Gabrielle es una chica de campo. Vive en la casona de su familia burguesa y está ansiosa por explorar su sexualidad. Se mete en un río, se sube la pollera y deja que el agua fluya entre sus piernas. Intenta seducir a su maestro de literatura y, cuando la rechaza, arma un escándalo en frente de todos sus conocidos. Como estamos en los años 50, a la protagonista se la considera una loca, por su sensualidad desenfrenada y sus ataques de ira. Y por lo tanto su madre, que no es ninguna adelantada a la época, le ofrece dos opciones: o se casa con un humilde obrero español, exiliado y veterano de la guerra civil, o ingresa en un instituto psiquiátrico. Resignada, Gabrielle se convierte en la esposa del sacrificado José. Pero el matrimonio arreglado, obviamente, no la satisface, y sus deseos siguen errantes, en busca de un cuerpo ajeno donde depositarse. Todo cambia cuando a ella le diagnostican cálculos renales y le prescriben una estadía en un balneario, donde conoce a otro internado, también veterano, en su caso de la guerra de Indochina: el teniente André. Planteado así el triángulo amoroso, es bastante predecible lo que sucederá después, o no, porque la trama reserva algunas sorpresas para los últimos minutos. Sin embargo, ninguno de los tres protagonistas parece un ser humano. Retomando el asunto del título y sus múltiples traducciones, es curiosa la versión en inglés: Del Terreno de la Luna. Y sí, los personajes podrían ser lunáticos en más de un sentido, una tríada de extraterrestres inescrutables. No es culpa de los actores, por cierto. El problema es que no tienen mucha tela para cortar. Marion Cotillard hace lo que puede como Gabrielle, quien es pura necesidad de disfrutar lo que se le niega. Es eléctrica y hermosa, llena de vitalidad y energía, pero está encorsetada por su rol, como si fuera una velocista a la que nunca dejan arrancar. El barcelonés Àlex Brendemühl, que conocemos por su interpretación de Mengele en Wakolda (2013), prueba infinitas variaciones de la paciencia y la sumisión, a las que le agrega una bronca subterránea que es lo más interesante de su actuación. Y Louis Garrel, que hace de André, es eterno misterio y languidez, cuerpo juvenil y ojos ancianos. Impenetrable, enigmático, opera en la narración apenas como objeto de contemplación para Gabrielle. Que los tres sean buenos actores le aporta bastante al film, porque con sus gestos insinúan profundidades -de deseo, de bronca, de tristeza, de soledad- que ni el guión ni la dirección se encargan de excavar. Las imágenes están bellamente compuestas, sin duda. Hay un claro intento de evocar, a través de la cámara, la mirada sensual de Gabrielle. Pero en la estética hay algo de postal, de reel turístico, que nos aleja de lo carnal. Y los últimos minutos de la película confirman esta distancia, parecen darle la razón a la madre conservadora de Gabrielle. Intuyo que si la directora y co-guionista Nicole García leyera estas palabras le arrancaría la cabeza a quien escribe, y le diría que no, que ella celebra la sexualidad de su heroína. Es cierto que la película no juzga a su protagonista sino todo lo contrario, pero tampoco le ofrece la oportunidad de gozar. Justo cuando ella lo logra, se le niega la victoria. Es un potente giro melodramático, pero no sentimos del todo el golpe de la caída o el vacío de la pérdida, porque la aventura de Gabrielle con el teniente apenas está desarrollada. Lo que ella hace después, digamos que algunos entenderán como sabiduría y otros lamentarán como derrota.
Tras su paso por la Competencia Oficial del último Festival de Cannes y tras obtener 8 nominaciones a los premios César, se estrena en 13 salas argentinas esta nueva película como realizadora de la también prestigiosa actriz francesa. Un momento de amor (Mal de Pierres, Francia-Bélgica-Canadá/2016). Dirección: Nicole Garcia. Elenco: Marion Cotillard, Louis Garrel, Alex Brendemühl, Brigitte Roüan y Victoire Du Bois. Guión: Jacques Fieschi y Nicole Garcia, basado en la novela de Milena Agus. Fotografía: Christophe Beaucarne. Música: Daniel Pemberton. Edición: Simon Jacquet. Diseño de producción: Arnaud de Moleron. Distribuidora: CDI Films. Duración: 120 minutos. Apta para mayores de 16 años. Salas: 13 (Arte Multiplex Belgrano, Belgrano Multiplex, BAMA Cine Arte, Lorca, Village Recoleta, Patio Bullrich, General Paz, Showcase Belgrano, Showcase Norte, Del Centro de Rosario, Paradiso de La Plata, América de Santa Fe y Showcase Cordoba). La directora de El adversario, Place Vendôme, El hijo preferido y Selon Charlie contó con la estrella Marion Cotillard para este melodrama clásico (basado en una exitosa novela) que sigue veinte años en la vida de Gabrielle, una joven de espíritu libre y poco atada a las rígidas convenciones y estructuras de la sociedad francesa de posguerra. La presión familiar hace que se case -sin amor- con José (Alex Brendemühl, protagonista de Wakolda), un exiliado que ha escapado de la Guerra Civil Española, pero durante una estancia en un spa donde recibe un tratamiento para poder concebir un bebé, conoce y se enamora de André (Louis Garrel). La película -típica exploración de un triángulo amoroso, los desengaños, los sacrificios, la culpa, la pasión contenida- va y viene entre las décadas de 1940 y 1960 con una belleza y una prolijidad formal que no alcanzan a disimular ciertos a esta altura lugares comunes (como esas cartas desgarradoras que nunca llegan a destino) de la épica romántica.
Fallida película de Nicole García, con una idea que no termina de cerrar del todo. El melodrama en el que se envuelve la historia de una mujer enferma y su reciente conquista amorosa, nunca termina por consolidar alguna idea cinematográfica válida sobre aquello que la pasión debería encender la pantalla. Tal vez por eso, en cada juzgamiento que García hace sobre sus personajes es en donde todo cae en redundancia.
Mas que una historia de amor es el estudio de un carácter. El de una mujer que comete el pecado de expresar su pasión con la intensidad desatada de sus sentimientos. Pero en un entorno que reprime esas expresiones. Rechazada sin más por el hombre que ama, quedará expuesta a una sociedad que la trata como a una loca Por eso esa joven hermosa debe aceptar. Una boda sin amor o ser encerrada en una institución. Su vida con su marido es un infierno hasta que va a tratarse a un hospital donde un nuevo amor despertara otra vez su pasión. Con idas y vueltas en el tiempo, con elementos fantásticos y confusiones resueltas muchos años después. Más que el realismo o la credibilidad de lo que ocurre interesa la intensidad de un ser nacido para amar demasiado. Y la directora Nicole García encuentra en Marion Cotillard a la intérprete perfecta, que deslumbra con sus recursos, que sobresale con el espesor de sus matices. La acompañan Louis Garrel y Alex Brendemuhl. Son veinte años en la vida de una mujer que vivió mas en sus ensoñaciones que en la realidad, una heroína de otro tiempo, pero un personaje sobre el que gira todo el film.
Las piedras del mal Marion Cotillard protagoniza un drama sobre una mujer prisionera de su matrimonio pero enamorada de otro sujeto, donde abundan las lágrimas, la pasión y la desnudez. Si traducimos el nombre original en francés del film Un momento de amor (Mal de Pierres, 2016), se nos presenta el título “Mal de piedras”, el cual presenta una idea común y corriente. Una mujer que sufre de piedras renales y que debe internarse para ser tratada. Allí conoce a un paciente y el amor brota hasta por los poros. Sin dudas, un escenario muy poco frecuente para un amor pero sobretodo desalentador ya que hay un límite que se interpone ante ellos: su marido. Nicole Garcia dirige su nuevo film buceando en un drama que no logra acoplarse y cae. ¿Es arriesgado? Si, las escenas son fuertes y apasionadas. ¿Es conmovedor? No, las escenas son predecibles y no logran impacto. ¿Logra entretener? Si, pese a ser un film francés, se llevan sus casi 120 minutos con absoluta tranquilidad. Entonces, ¿cómo podemos definir al nuevo film de dicha directora/actriz francesa? Aprovechando el título del mismo, y jugando con las palabras, dicha película termina siendo “Las piedras del mal”. Pero no porque ellas están endemoniadas o pecan de maldad. Para nada. Si no porque las mismas profundizan un concepto en el film que no es tal, ya que dicho padecimiento es una anécdota a la profunda historia que se intenta contar. Por lo tanto, ahogarse en dicho título, y tratar de sostenerse excusándose al respecto, deja en evidencia que es un tema consumible. La vida útil durable puede estar en otros conceptos y acá el film se resume en justificaciones exagerando la moral y las circunstancias que viven. Una de las escenas del film refleja la desesperación por el alta del paciente que se enamora. Lo que debería exteriorizar franqueza, presta a la confusión. No está definida a simple vista alegría del personaje principal y, al contrario, denota egoísmo y aleja al espectador de la empatía. Por lo tanto, el film intenta sostenerse por el drama, por vivir una vida que uno no desea. Se resume y queda simplificado, por lo que abundan los minutos, las lágrimas y el exceso de desnudez del personaje. En lugar de desnudarse en alma, termina siendo superficial y casi sin sentido. Marion Cotillard despierta suspiros en la platea masculina y no está en duda su capacidad actoral. Los films que elige realizar en su tierra natal rara vez son inequívocos y destaca a punto tal de lograr ser contendiente en los premios que se distribuyen anualmente. Un momento de amor es una película que quiere ser ambiciosa pero se limita, tal como se limita el personaje por su coraza matrimonial, y se simplifica, tal como lo expone en un título tan minúsculo.
Dirigida por la también actriz Nicole García, este drama basado en una novela de éxito gira en torno a Gabrielle, una mujer histérica con problemas para adaptarse a la bucólica y aburrida vida que le tocó, interpretada por la superstar Marion Cotillard. Casada a prepo con un albañil español (Alex Brendemühl), por una madre dura y pragmática, vivirá las tensiones entre las fantasías románticas, fruto de su propia naturaleza impulsiva, y la realidad serena, afectuosa, no demasiado imaginativa, que le ofrece su pareja. Sensible, intrigante, aunque por momentos no demasiado entretenida.
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Un momento de amor: melodrama lavado e inerte La directora -y actriz- Nicole Garcia tuvo en su carrera películas misteriosas e intensas como Place Vendôme y El adversario, que se vuelven añoranza frente a algo como Un momento de amor. Aquí estamos ante un relato mayormente construido como flashback, ante un melodrama lavado, inerte, anestesiado, hecho de forma caligráfica, con una pasmosa incapacidad para poner en escena el deseo y para transmitir alguna clase de deseo en la mirada, para hacernos creer en lo que el artista pone en juego, para convencernos y seducirnos frente a lo que experimentamos, así sea falso de toda falsedad. Algo así como lo que pedía Oscar Wilde: necesitamos menos creer en lo que se nos dice que en la decisión de quien lo dice, porque así creeremos todo. Pero ni una opción ni la otra: Garcia filma esta historia de mujer infatuada en los años cincuenta con una molicie casi paródica: los arrebatos y los enamoramientos de Gabrielle (Marion Cotillard) -con agua en sus genitales incluida- son de una obviedad inadmisible, sobre todo porque aquí no hay fuga hacia ningún vuelo estilístico ni delirio alguno (sobre esta base, Luis Buñuel, Manoel de Oliveira, Raúl Ruiz o Arturo Ripstein podrían haber hecho una gran película). El delirio, en todo caso, es apenas clínico, mortalmente pedestre, inane, como toda esta película "bien hecha y bien actuada", en el sentido más irrelevante y olvidable de esa palabra de cuatro letras.
La lectora cuya imaginación lo podía casi todo Marion Cotillard es una mujer que necesita amar con desesperación, en este filme intrincado. Es una historia de amor vivida con desesperación, como una tragedia, pero a Gabrielle le resulta imposible sentir de otra forma. Su imaginación, lectora febril, es tal que podría jugarle una mala pasada. Nicole García adaptó (y mucho) la novela Mal de pierres, de la italiana Milena Agus. Tanto, que trasladó las acciones de Cerdeña, en Italia, donde transcurre todo el libro, a una región francesa cercana a España, y a Suiza. Culminada la Segunda Guerra Mundial, Gabrielle (Marion Cotillard) sufre el mal de las piedras, cálculos en los riñones, pero su familia cree (“Con ella nunca se sabe…”, es la opinión de su madre distante) que en verdad sufre de una “inestabilidad emocional”. Primero la casan de prepo con un trabajador rural español que huyó del franquismo, José (Alex Brandemühl, Mengele en Wakolda). “Será desdichado. No lo amo, no lo amaré”, le dice Gabrielle. “Yo tampoco la amo”, le miente José. Lo cierto es que Gabrielle terminará internada en una clínica en Suiza, para recuperarse. Allí Gabrielle conocerá a un soldado herido en Indochina (Louis Garrel, de Soñadores, de Bertolucci), y creerá encontrar en él al amor de su vida. La película de la directora de Place Vendôme habla sobre las posibilidades del amor, aunque a veces pierde las riendas (como si fuera posible tenerlas dialogando sobre ese tema). Toma a Gabrielle no como una loca de amor, sí como una mujer que necesita amar con desesperación. Y cuando la realidad no le ofrece la consecuencia de lo que busca, bueno, ahí comienzan a jugar la imaginación, el deseo, la frustración. Marion Cotillard está casi todo el tiempo en pantalla. Difícil imaginar cómo hubiera sido esta película sin la presencia de la actriz de La vie en rose y Dos días, una noche. Su Gabrielle es libre e independiente, va por lo que desea, pero con un ímpetu que el guión no sabe, ya no explicar sino esbozar. García da por sobreentendidas demasiadas cuestiones, sin llegar a psicologismos. Y Cotillard batalla. la pelea y guerrea con todo lo que tiene a mano, que en la pantalla cuando no son los diálogos, son los gestos. Los cuerpos como recortados en la campiña, o las violetas cortadas son apenas los toques de color de un filme que sintetiza todo en un diálogo: “Cuando me prestan un libro, termina mal”. “Entonces, se lo regalo”. Ojalá fuera tan fácil.
Polansky lo habría hecho mucho mejor "Cuando me prestan libros, todo termina mal". El personaje de Marion Cotillard en este drama francés tiene toda la razón: es que una cosa es amar los libros según los consejos de Sarmiento, y otra muy distinta es tener sexo con el libro que le prestó uno de sus amores imposibles. La protagonista es la bella hija díscola de una rica familia de la campiña francesa que no puede adaptarse a ese estilo de vida conservador, por lo que su madre decide que hay que casarla a como dé lugar con el primero que aparezca, o internarla en un manicomio. Corre la década de 1950 y el candidato al matrimonio es un albañil español escapado del franquismo. La chica es terrible con su marido, al punto de no consumar la unión hasta que él le pague unos billetes como a una prostituta. Y luego, mientras él le tiene una paciencia increíble, ella acosa sexualmente a un veterano de la guerra de Indochina vencido por la enfermedad y el opio. La actriz Nicole García, vista en famosos films como "El cuerpo de mi enemigo" o "Los unos y los otros", dirige con más prolijidad que garra o imaginación. Un Polansky hubiera logrado un film más picante, pero como lo contrafáctico no nos es posible, lo que queda es este melodrama con buena ambientación de época, buena fotografía y una muy atractiva Marion Cotillard.
La realizadora Nicole Garcia relata en Un momento de amor una historia enfocada en una mujer francesa durante los años 50 y sus ilusiones de una vida diferente. Nicole Garcia dirige la adaptación de la novela Mal de Pierres (título original del film) con el protagónico imprescindible de Marion Cotillard. La actriz interpreta con una dosis justa de fragilidad y seguridad combinadas a una joven distinta al resto, o a lo que el resto espera de ella. En la década del 50 ella se muestra libre e impulsiva. Hasta que su madre encuentra como solución casarla con un catalán, matrimonio en el que ella seguirá firme en su posición indomable. Cuando una enfermedad la lleva a instalarse en una casa de rehabilitación, conoce a un teniente, interpretado por Louis Garrel, del cual se enamora y deposita en él sus fantasías y deseos de una vida diferente, más emocionante. Es a partir de este momento que la película se torna más interesante, dejando atrás solamente a un personaje inestable y eufórico para vislumbrar la idea de un amor prohibido. Así, la película va retratando diferentes momentos en la vida de Gabrielle, este personaje femenino que se guía antes que nada por lo que siente. Cotillard es el alma de la película, vemos y sentimos todo a través de ella. La actriz transita los diferentes estadíos de sus personajes de manera siempre convincente. Su interpretación es por momentos muy visceral, pero lo cierto es que es capaz de transmitir mucho desde su cuerpo pero a veces también sólo desde una mirada, desde unos ojos que se tornan lagrimosos y unos labios que hacen fuerza para mantenerse quietos. Así es su personaje, alguien que no siempre logra controlar ese cúmulo de emociones que lleva dentro. Es también imprescindible la participación de Álex Brendemühl, quien interpreta a ese marido que, aún conociéndola en todas sus formas, acompaña e intenta darle la mejor vida que puede a esa mujer que tiene a su lado.
La guerra interior La película de Nicole García es un melodrama que se apoya en la dinámica de un triángulo amoroso, donde la figura y el carisma de la sensual Marion Cotillard eclipsa a los dos actores que la acompañan. En este caso, Louis Garrel y Alex Brendemühl. Se trata en un sentido de dos guerras, por un lado la que tiene que ver con los conflictos bélicos reales luego de los años 50, más precisamente la de indochina ligada al personaje interpretado por el joven francés Louis Garrel, en el rol de un soldado herido de quien la protagonista se enamora perdidamente, y por otro de la guerra interior de la propia Gabrielle en pugna entre el deseo sexual, producto del despertar del cuerpo y la represión relacionada con la época y con el papel de la mujer en esa sociedad. Despojada de todo romanticismo rosa, el relato se concentra en los trastornos emocionales de una mujer a quien la obligan a contraer matrimonio con un obrero español -sobreviviente de la guerra civil española – al que no ama, única opción para evitar una internación en un psiquiátrico. Gabrielle es una mujer impulsiva, seductora y capaz de poner en jaque todo tipo de norma social, que su familia de origen burgués procura defender a rajatabla. Su franqueza hacia su flamante esposo deviene en un pacto mutuo que se termina por consolidar con lo que podría denominarse un matrimonio por conveniencia. Sin embargo, el matrimonio implica la obligación de tener hijos y un problema de cálculos renales origina una estadía en un balneario para someterse a un tratamiento, alejada de su esposo. Allí, conoce a un soldado y a partir de ese momento el tortuoso triángulo extiende sus vértices, el film adopta entonces cierta atmósfera de tensión y una incipiente obsesión de la protagonista que con algunas vueltas de tuerca imprimen al relato un ritmo diferente. Tal vez, la película de Nicole García busque hacerse cargo de la represión sexual de Gabrielle y por eso oscile entre un sutil erotismo, pero que queda empañada por el drama y las conductas erráticas de la más damnificada en la relación. Lo que es de destacarse es la labor de Marion Cotillard, su fotogenia y capacidad para componer un personaje torturado, sin la exageración del gesto pero con mucha intensidad en sus intervenciones y exposición física.
Cine de (malas) épocas. Los años ´50 no fueron los mejores para las mujeres occidentales. Faltaban décadas para su revolución sexual y una mujer que desafiara a la norma social era rápidamente excluida. En este contexto, el personaje de Gabrielle representa el espíritu libre, una mujer enamorada del amor, vibrante, intensa. Y, así también, apasionadamente conflictiva. En su pueblo la consideran una loca. Quizás hoy la veríamos más como una ingenua del amor, dotada de un exceso de pasión y una desmedida ilusión romántica (que es mucho más fuerte que ella). A lo largo de este estudio de personaje, que recuerda a la inmortal Madame Bovary de Flaubert, la vemos crecer desde adolescente hasta su madurez, en busca de emociones que la saquen de la cotidianeidad y le permitan vivir la vida. Una de ellas –oh, casualidad– será su amante en la clínica a la que va a curarse sus piedras en los riñones. Un conflicto conocido: Este melodrama clásico –que seguramente apasionará a los fans del género– se mueve con mucha lentitud durante 120 minutos donde no pasa tanto como uno querría. Luego de que Gabrielle se casa, sin amor, debido a la presión familiar, con un hombre (José, Alex Brendemühl, protagonista de interesante Wakolda) comienza a explorarse el refritado triángulo amoroso, completo con mentiras, culpas, desengaños, esas cartas románticas que nunca llegan y mucha pasión contenida. Su ingreso a una casa de retiro de rehabilitación la lleva a conocer al teniente André Sauvage (Louis Garrel) de quien quedará enamorada. ¿Y cómo no hacerlo? Es sensible, hermoso, frágil, toca el piano (por supuesto)… más trillado, imposible. Admito que no disfruto de este tipo de historias, pero ésta es demasiado cliché para siquiera llegar a interesar al alma. El trío protagonista cumple (lo de Marion Cotillard es muy bueno y se monta la película al hombro) pero no alcanza para levantar la película. Ni siquiera el “shyamalan twist”, un giro argumental sorpresa que llega en los minutos finales y convierte a Un momento de amor en una especie de thriller paranoico, hace que esta producción insípida pueda merecer mi recomendación. Conclusión: Por más que contemos con grandes actuaciones y una satisfactoria puesta en escena, la extensísima duración del relato y el guión gastado, más cercano a las películas melosas que pueden hallarse en el canal Europa Europa, hacen que Un momento de amor sea muy tediosa. Melodrama puro, de esos que caen en todos los lugares comunes. Un relato romántico sobre la posibilidad de la felicidad que, lamentablemente, da el mensaje revolucionario equivocado.
Melodrama pasional con ínfulas literarias. “Este es un primer encuentro, nos volveremos a ver”, le dice el señero doctor a Gabrielle Rabascal. Corren los primeros años 50 y el especialista quizás esté pensando en ese término aún utilizado en aquellos tiempos: histeria femenina. Es que la joven, usualmente con la cabeza enfrascada en algún libro o directamente en la luna, se ha obsesionado a tal punto con su profesor –casado y a punto de ser padre– que la familia ha decidido hacer finalmente una consulta médica. La experimentada actriz y realizadora francesa Nicole Garcia (Place Vendôme, El adversario) se apropia aquí de la novela Mal de piedras, de la autora genovesa Milena Agus, e intenta consumar un matrimonio de difícil convivencia: el melodrama pasional con ínfulas literarias y el estudio de carácter psicológico. Y es que Gabrielle –en un papel diseñado a medida para Marion Cotillard–, más allá de ser una muchacha de carácter fuerte que siente como las convenciones sociales y familiares la encorsetan hasta la asfixia, efectivamente sufre de un par de males. En principio el mal de pierres del título original (los familiares cálculos renales), pero también una predisposición hacia la melancolía y el apasionamiento amoroso, una cierta fragilidad a la hora de recibir el flechazo y caer rendida ante la imposibilidad de la consumación. La primera escena del film, en la ciudad de Lyon y una década más tarde, anticipa que la protagonista finalmente se casará y tendrá un hijo, aunque el súbito reconocimiento de un domicilio que se creía olvidado la hará bajar del taxi ante el desconcierto de los suyos. El relato volverá a esa instancia durante los últimos minutos, pero el tuétano narrativo recorrerá una década de vida previa: el casamiento acordado con un inmigrante español llamado José (el catalán Àlex Brendemühl, recordado protagonista de Las horas del día, de Jaime Rosales), su mudanza a La Ciotat y el comienzo de un exitoso negocio en la construcción, la pérdida de un embarazo y el diagnóstico de la enfermedad renal, cuya consecuencia directa será la estancia durante varias semanas en un hotel termal suizo. Allí conocerá al teniente André Sauvage (un impertérrito Louis Garrel, que no le hace los honores a semejante apellido), postrado por una enfermedad contraída en el frente de batalla de Indochina, el comienzo de otro apasionamiento que no terminará -ni mucho menos- junto con el alta médica. Las intenciones de Garcia son evidentes: unir el clasicismo romántico con una descripción de circunstancias sociales, en momentos en los cuales el rol de la mujer estaba cristalizado en compartimientos estáticos. Si bien el film logra algunos apuntes interesantes al respecto –en particular en lo que hace a la relación de la protagonista con su madre–, Un momento de amor no logra que esos dos intereses terminen de coagular y el resultado es un relato episódico en el cual los momentos de mayor intensidad se sienten forzados por las expresiones de los intérpretes, el encuadre y la música. La novela de Agus, escrita en forma de diario personal, está empapada por la subjetividad de la narradora. La película, en cambio, está construida a partir de, al menos, dos miradas, aunque una de ellas permanezca oculta durante bastante tiempo, generando un efecto quizás no deseado por la realizadora: cada paso de la heroína puede ser visto como un acto de entrega amorosa, un acceso de capricho o el más radical de los egoísmos.
Una historia de amor, apasionante, donde juega el deseo, la frustración y la fantasía. Narra la experiencia de Gabrielle (Marion Cotillard, "La vie en rose", "Dos días, una noche". Nuevamente nos ofrece una interpretación brillante), una mujer especial, cuya familia decide que se case con un trabajador rural español que huyó del franquismo, José (catalán Alex Brandemühl, Mengele en “Wakolda”; “Truman”. Logra darle buenos matices a su interpretación), ella no lo ama y termina aceptándolo. Pero Gabrielle sufre de la "enfermedad de la piedra", tiene cálculos renales y una de las consecuencias es que le podría quitar la posibilidad de ser madre, por lo tanto José la interna en un sanatorio en Suiza, en ese lugar se enamora perdidamente del teniente André Sauvage (Louis Garrel), quien se encuentra gravemente enfermo. Gran parte de su desarrollo se halla construido a través del flashback, por momentos resulta un poco difícil seguir su relato, mostrando a esta mujer cargada de un desequilibrio emocional. La directora para destacar algunos momentos melodramáticos utiliza la fotografía de Christophe Beaucarne , con una sutil belleza, marcando los cielos y paisajes de la Provenza y Suiza, como así también la música de Daniel Pemberton ("El agente de CIPOL", "Steve Jobs"), entre otros elementos. Recomiendo el libro, en el cual podes encontrar más detalles.
A los maridos, mejor imaginarlos que soportarlos Con un poco de oficio y mucho desgano, Nicole García ha despachado esta historia de amor, linda por fuera y algo vacía por dentro. Nos sitúa en una granja francesa de comienzos de los años 40. Y habla de la falsa percepción de una chica trastornada que soñaba desesperadamente con amar, pero no encontraba destinatario. Ella no concebía el amor sino como un juego de obsesiones. Una vez se enamoró de un profesor, pero el metejón acabó en un escándalo. Por eso la familia decide adoptar un remedio drástico: conseguirle un novio y casarla. Y allí entrará en escena un campesino de pocas palabras, rudo y sencillo, un español que viene escapando de la guerra civil y que ve con buenos ojos a esta chica linda y complicada (las lindas suelen serlo) que, rayada o no, lo podrá poner al día con el sexo y las ilusiones. Pero no es fácil. Si las novias comunes, dan trabajo, imagínese lo que promete una señora que en la noche de bodas le avisa a ese esposo con ganas que se abstenga de tocarla. Y el pobre marido acusará recibo del faltazo matrimonial. Primero visitará cada sábado un prostíbulo de cercanías. Y al final deberá pagarle a su esposa para poder hacerle el amor, un recurso que la economía familiar agradece. Como la cosa mal o bien, funciona, el tipo quiere tener un hijo pero ella no, porque no lo ama y jura que no lo amará nunca. Y allí entrará en escena una casa de enfermos, que recibe a puro manguerazo a una muchacha que va curarse de los riñones y al final acabará acomodando el corazón y el deseo, gracias a una imaginación y a un enfermo, incurables. Cuando la realidad, desestabiliza, la fantasía salva. Y ella aprovechará su estadía en esa casa de reposo para poder entrar a un mundo que se ajusta perfectamente a sus apetencias. La historia, un melodrama desmelenado, en manos de un realizador arriesgado podía haber derivado en una exploración apasionada sobre un amor loco que encuentra en la imaginación la única forma de materializarse. En esta crónica sobre desencantos varios, la realización fría, decorativa y convencional sólo pone de manifiesto prolijidad y convencionalismos. Falta intensidad y profundidad. Marion Cotillard, siempre talentosa, aquí compone sin esfuerzo a esta granjera con patitos desordenados que al final encontrará remedio junto a este marido silencioso y paciente. El, a puro sacrificio logrará lo que necesitaba. Venía de la guerra y cualquier promesa de tranquilidad lo calma. Ella nos quiere enseñar que un poco de imaginación y otro poco de locura a veces le hacen bien al matrimonio.
Deseo, locura y decepción Gabrielle (Marion Cotillard) es una joven apasionada que vive en un pequeño pueblo de Francia, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Su familia cree que sufre de una seria inestabilidad emocional, y entonces deciden “arreglarle” un matrimonio con un exiliado español, que acepta el trato a cambio de un trabajo. En medio de este matrimonio sin amor, Gabrielle se interna en un spa para tratarse de cálculos en sus riñones. Y allí va a conocer y se va a enamorar perdidamente de André (Louis Garrel), un soldado enfermo. “Un momento de amor” comienza como un melodrama clásico y prolijo, pero de a poco se convierte en una película inocua y superficial, que no ahonda en ninguno de los temas que aborda. La directora francesa Nicole Garcia (que se lució en otras películas como “El adversario”, “Place Vendôme” o “El hijo preferido”) no llega a transmitir el drama de su protagonista —que lucha entre el deseo, la locura y la frustración— y Cotillard queda encorsetada en ese personaje que termina agobiando en su deriva. Es inexplicable que esta película haya conseguido ocho nominaciones a los premios César. Y más inexplicable todavía es su final, tan arrebatado como simplista.
EL AMOR Y LA FURIA Un momento de amor, de Nicole García -figura del cine francés más reconocida como actriz que como directora-, arranca con una pésima traducción -inexplicable cómo Mal de piedras se convierte en Un momento de amor-, y continúa confirmando desde su estructura dramática todos los prejuicios que se pueden tener hacia el cine qualité europeo. Esto no quita una mirada femenina audaz a pesar de sus clichés visuales y un relato que hace de las dos horas una larga jornada hasta los últimos veinte minutos del desenlace, que procuran atar todos los cabos sueltos que abre el enorme flashback. Su convencionalidad narrativa y un apartado visual prolijo que entrega escasas secuencias memorables hacen de esta película un film poco atractivo al que, sin embargo, la actuación de Marion Cotillard sostiene con estoicismo a pesar de las irregularidades. Gabrielle (Cotillard), se encuentra junto a su marido José (interpretado por Alex Brendemuhl) llevando a su hijo a un concurso de piano en Lyon. Repentinamente ella tiene una corazonada y abandona el coche, anunciando que los alcanzará luego. Este es el pie que abre el enorme flashback que esencialmente describe cómo se llega a ese punto y el porqué de esa decisión. Y aquí está el primer problema del film: el peso de lo que ocurre no termina de justificar casi una hora y media de un relato que, de no ser por alguna elección visual, podría confundirse con un melodrama televisivo soso y previsible. García nos pone inmediatamente en la sensibilidad de Gabrielle, que parece tener algún problema para contener sus emociones, algo que la familia se apresuró a diagnosticar como locura tras una malograda fiesta en el pueblo, donde no fue correspondida por su profesor. Su madre, interpretada por Briggite Rouan, arregla entonces un matrimonio con un muchacho trabajador al que cree “correcto” (José), desencadenando una relación arreglada condenada al desamor. Naturalmente, al situarse en los cincuenta, existe una lectura arcaica sobre la mujer que hace que necesite un “macho” a su lado, algo que la película da a entender a través del personaje de la madre. Sin embargo, la forzada convivencia se ve interrumpida por una enfermedad en los riñones (de aquí el título original “mal de piedras”) que la lleva a ser internada en un sanatorio hasta su eventual cura. Allí conoce a un teniente (interpretado por Louis Garrel) con el que tiene un apasionado romance que le permite evadirse de las presiones de su vida, pero su cura lo alejará de este amor, del que no recibirá ninguna respuesta a pesar de haber acordado volver a encontrarse. Las piezas que faltan en este rompecabezas son el giro del desenlace, que da respuestas pero termina siendo torpe en su ejecución. En definitiva, Un momento de amor es un film que ingresa en esa cuestionable zona del cine “arte” más sobrevalorado, aquel que se escuda en temáticas densas que, cuando se van deconstruyendo, terminan dejando sabor a poco debido a la vacuidad narrativa y un clasicismo que desde su convencionalidad termina aburriendo por su linealidad. No pueden negarse algunas pinceladas de talento en, por ejemplo, un plano largo que funciona como elipsis en el momento en el que crece el hijo de Gabrielle, o la sequedad de algunos diálogos que se desarrollan con sutileza, en particular aquellos que se dan con la madre de Gabrielle, uno de los focos de conflicto mejor resueltos. Sin embargo, se trata de un estreno esencialmente olvidable.
¿La imaginación es más fuerte y preponderante que la razón?. ¿Los deseos subliminales son más poderosos como para no ver la realidad? Eso es lo que afecta a la protagonista de este drama que vive una doble vida: Una es la que recrea su mente, y ella acepta como la real y la otra es la real, verdadera, que no le gusta pero la acepta con resignación. Gabrielle (Marion Cotillard) nació en una familia estricta, ultraconservadora, donde la que decide, y se le obedece, es a su madre, porque las cosas son así, y aunque se las discutan, se las acata a regañadientes. Tal vez, ante este panorama opresivo, la protagonista se interesa con pasión por la lectura de novelas románticas y pretende vivir así, como lo que está escrito en los libros. La historia dirigida por Nicole García se desarrolla en una campiña francesa, poco después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial. Aunque su familia piensa que sólo tiene problemas emocionales, padece además cálculos renales, que la hacen sufrir mucho cada vez que tiene un cólico. La mejor idea que tiene su madre es casarla con uno de sus peones rurales, José (Alex Brendemühl) que mira a su hija con sumo interés, aunque ella está, o cree estar, enamorada de un hombre casado. Gabrielle transita su matrimonio constantemente triste y no tiene pudor en mostrarse así ante su marido, pese a que él la respeta y la cuida ella está disconforme y tiene una vida desdichada. Por sus problemas renales, José convence a su mujer de internarla en una clínica suiza que tiene los máximos adelantos médicos de esa época. La vida de ambos cambiará con este hecho, la de ella, porque está aburrida y visitará con frecuencia a un soldado herido en Indochina André (Louis Garrel) que le despertará nuevos sentimientos. Los vaivenes que sufre la protagonista también se instalan en la película, que está contada como un flashback, y que además hay que estar atentos al poder imaginativo de Gabrielle. Marion Cotillard sostiene todo el peso de este largometraje y demuestra que es una gran actriz, pero los personajes que la acompañan lucen demasiado acartonados, de manual, donde cada uno cumple su papel ayudando a que la historia fluya y se luzca la intérprete. Esta realización desde su concepto primario es muy pretenciosa, cuenta con una gran producción, bellos escenarios, y una lograda ambientación de época, pero se choca con una dura realidad como la que golpea a Gabrielle.
La prolífica realizadora Nicole García presenta Mal de pierres (la enfermedad de las piedras) o Un momento de amor, un melodrama francés de época protagonizado por la grandísima Marion Cotillard en un rol que la deja desplegar todo su encanto. Tal vez un poco extensa y previsible, la película cuenta la historia de una mujer de pueblo considerada loca por su familia. Es fácil catalogarla de tal cuando sus comportamientos sociales, para 1950, no eran los adecuados para una señorita de su procedencia. Pero por las venas de Gabrielle emerge la excitación propia de una joven enardecida por la velocidad de sus pensamientos. Y García rescata esta cualidad esencial del personaje para dar pie a un relato desde el punto de vista femenino acerca de lo que significa el amor. Dada la insostenible situación de Gabrielle en su pueblo natal, su madre le propone dos alternativas: el psiquiátrico o un matrimonio arreglado. Optando por la segunda vía, la joven hipotecará su futuro a costas de un matrimonio sin amor. Pero una enfermedad la llevará a internarse de varios meses donde finalmente descubrirá el verdadero amor. Es en un hotel sanitario suizo donde aparecerá el Sr. Sauvage (Louis Garrel), un excombatiente en resiliencia que captura toda su atención. Un momento de amor es un relato cinematográfico que se presenta bajo la estructura de un gran flashback motorizado por la repentina aparición de un recuerdo de la protagonista al ver el nombre de una calle en la ciudad de Lyon: la rue de Cominnes, que transporta a Gabrielle, no solo a los días de su internación en Suiza, sino también a la agradable compañía del intrigante Sr. Sauvage. El Sr. Sauvage alguna vez le confiesa que los pacientes del hospital eran llevados a Lyon para morir y no es casualidad que el film comience con el matrimonio más su hijo arribando a dicha ciudad, que en la diégesis del film significa la muerte. Porque la pulsión de muerte está atravesada por todo el relato, jugando una doble partida con la locura y la desdicha. En su constante apatía, Gabrielle quería morir hasta que conoció al Sr. Sauvage, pero aun así su destino la encuentra en Lyon donde defectiblemente algo morirá. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Vuelve Marion Cotillard, vuelve la magia. Después de la discutible "Allied" (de la que sólo ella se salva), tenemos aquí una realización de una actriz y directora prestigiosa en Francia, Nicole Garcia, quien elige adaptar la novela de la italiana Milena Agus "Mal de pierres". La trama está ambientada en los años 50' cuando una mujer, Gabrielle (Cotillard) contrae matrimonio sin estar enamorada. Ella desde el comienzo se muestra atravesada por el sexo y transgresora a tal punto que su familia le impone un camino drástico. O se casa o terminará institucionalizada. Lo cierto es que esta circunstancia la empuja a casarse no en los mejores términos. Práctica habitual en su medio en ese tiempo, esto genera un ruido fuerte en su relación con el español asilado en Francia, José (Alex Brendemuhl a quien viéramos en "Wakolda" y "Truman"), su esposo. El no entiende demasiado de lo que le sucede a su mujer y está preocupado por ayudarla, honestamente. Es así que la envía a una cara clínica suiza para tratarse de una dolencia en los riñones (de ahí el título original) en su idea de que eso puede afianzar su relación de cara a agrandar eventualmente a la familia. Gabrielle dará en el spa para rehabilitarse, con un oficial, André Sauvage (Louis Garrel), quien viene de la guerra en Indochina con graves problemas de salud. El es un alma sensible, toca el piano y... se enamora rapidamente de la indómita mujer. El tema será cuando a ella le den el alta y tenga que regresar a la vida monótona y gris que le ofrece su relación con el pobre José. La historia se sostiene por el increíble magnetismo del personaje central. Me atrevo a decir que no es esta una historia puramente romántica, sino que muestra el interior de una mujer desfazada de su tiempo y esa circunstancia que la invade. Gabrielle es un ícono de sexualidad contenida que busca manifestarse. Y está en el lugar equivocado, en un mal momento. García lleva el tema con oficio, hay mucho de Cotillard en pantalla (y eso es siempre bueno) y la película es entretenida aunque un poco extensa en su recorrido. No siempre da la talla dramática pero sí se muestra clara en su propósito y está bien contada. Cotillard, va camino a convertirse en leyenda para su país. Este film quizás no le reporte tanto prestigio pero consolida su imagen de actriz comprometida con las historias profundas.