El ultimátum Ya en su ópera prima Rama Burshtein sondeaba los tópicos relacionados a los mandatos culturales y al rol de la mujer en sociedades como la judía. Pero en el sector ortodoxo del judaísmo se entretejen una serie de factores que no sólo se vinculan estrictamente con el tema religioso, sino con un modo de entender los caminos hacia la auto realización. A simple vista, Un novio para mi boda podría enrolarse como una comedia romántica israelí for export, ese cine poco interesante que repite a rajatabla los canónicos postulados de Hollywood como la sobrevalorada El gran casamiento griego. Pero no hay que engañarse, porque dentro de esa apartente superficialidad, se desarrolla una historia con planteos válidos, que van más allá de la anécdota de la soltera que busca desesperadamente contraer matrimonio y no tiene suerte con los candidatos que se presentan en su búsqueda. La trama asimila desde el primer minuto la crisis del personaje protagónico y su tensión irresuelta entre su deseo de ser como las demás mujeres ortodoxas y su dilema religioso al anteponer su propia fe como parte de un destino, ajeno a su voluntad. El ultimátum de casarse en treinta días tras un fracaso de un compromiso reciente y la persistencia en conservar el salón de bodas y las invitaciones para concluír con el ritual y cumplir el mandato matrimonial hasta que la muerte la separe, opera en este caso como detonante de la propia voluntad, en el sentido de que esa búsqueda del potencial esposo no se detiene, y mucho más aún los miedos de un nuevo fracaso. Más allá de los clichés y estereotipos siempre ligados a las situaciones de humor, la virtud de Rama Burshtein en este nuevo opus es sostener el verosímil de su historia, sin exagerar ni forzar el cuento de hadas, pero tampoco clausurando la alternativa de final feliz despojada de un cinismo habitual en cierto tipo de comedia romántica, presente para los memoriosos desde El graduado y su final demoledor. Es más que probable que la identificación del público femenino con los avatares y peripecias de Michal (Noa Kooler) prevalezca frente a la mirada del público masculino, aunque eso no quita el interés que pueda suscitar una historia que trasciende su cultura y su coyuntura.
Precioso film israelí cargado de ingenuidad, ternura, fe y amor. El titulo original de Un novio para mi boda es Laavor et hakir (y en inglés se la puede encontrar como Through the Wall o The wedding plan) una comedia romántica dirigida por Rama Burshtein. Sin dudas que una peli de esta naturaleza debía estar dirigida por una mujer. Porque es un desborde de emoción y sensibilidad. Una historia sencilla tan cálidamente contada. Para conocer y descubrir un poco la religión ortodoxa judía. Y para esclarecer que el amor solo se consigue, se logra, con más amor. Mijal (o Michal) una joven de 30 y pico de años decide contratar todo para su boda (salón, templo, servicio de comida) en determinada importante próxima fecha. El detalle para nada menor es que ella se encuentra soltera (no existe “el novio” aun) si está en una especie de desesperada búsqueda. Esta situación la pone frente al ridículo constantemente, pero es tanto lo que cree en Dios que es a él (de alguna manera) a quien pone contra la pared para que aparezca ese novio. Tan tierna historia, tan bien todos los personajes (madre, familia, amigas, posibles novios/esposos) tan creíble y por sobre todo tan bien realizada. La cámara, el zoom, los planos, los detalles están siempre donde deben estar. Super recomendable, no te la arruino para nada si te digo que triunfa ampliamente el amor.
En esta comedia israelí, escrita y dirigida por Rama Burshtein, protagonizada por Noa Koler, se da como supuesto que lo que le ocurre al personaje principal tiene que ver directamente con su formación religiosa judía ortodoxa. Para ella que durante mucho tiempo buscó a su novio ideal, a través de una agencia, la máxima aspiración de su vida es casarse, ser amada, no estar sola, formar una familia. La soledad es sinónimo de humillación Aclarado este punto, a años luz de cualquier reivindicación de género, la comedia que se plantea tiene su ingenio. Un mes antes del casamiento, cuando están degustando la comida de la fiesta, el novio le confiesa su falta de amor, que después tendrá sus derivados. La prometida, decide entregar su suerte a Dios y seguir adelante con la boda, en treinta días, el supremo le dará un novio. Así sigue con las invitaciones, la mudanza al nuevo departamento, el vestido. Y las citas que le arreglan o el destino le depara. En ese camino cada candidato es radiografiado con humor, no pocas ironías y la supuesta fe inquebrantable del “dios proveerá” de la heroína que transita angustias rayanas con la locura y siente que esta al borde del abismo. Con un suspenso bien dosificado y pistas falsas, el entretenimiento liviano esta garantizado.
Una película sólo para creyentes “Hay una o dos cuestiones que pueden hacer algo de ‘ruido’ durante la proyección de La esposa prometida, en particular si el espectador no profesa el judaísmo ortodoxo (la rama jaredí, en este caso)”. Así comenzaba la reseña –publicada en estas mismas páginas hace tres años– de la ópera prima de Rama Burshtein, realizadora israelí convertida al judaísmo ortodoxo que en esa película defendía férreamente, sin el menor atisbo de crítica, los valores de los casamientos concertados. Algo similar, si no exactamente idéntico, puede afirmarse respecto de su nueva película. Pero si en La esposa... el contexto dramático le ofrecía la posibilidad de desarrollar en el relato algunos apuntes psicológicos y ciertas aristas antropológicas, Un novio para mi boda se acomoda desde la primera escena en un formato de comedia romántica relativamente tradicional que, paradójicamente, hace estallar en mil pedazos la posibilidad misma del amor romántico. Ante el desplante de su inminente esposo a menos de un mes del enlace, la protagonista –una mujer de unos treinta años llamada Michal– decide confiar ciegamente en la voluntad de Dios y ponerse un plazo de veintidós días para casarse. Con quien sea y como sea, por supuesto dentro de los márgenes del entorno religioso más cercano. La apuesta a una comedia romántica kosher –esto es, válida en todos los aspectos para el paladar del espectador ultraortodoxo– se choca de bruces con las prácticas culturales e incluso ideológicas de otra clase de plateas. Económicamente independiente, dueña de una pequeña empresa de animación de fiestas especializada en la exhibición de animales exóticos, despierta e inquieta, sólo el dogma religioso parece empujarla a la desesperación por obtener a toda costa un marido. “Quiero dejar de ser minusválida”, le dice a una mujer chamán en la primera escena, refiriéndose literalmente a su condición de soltera. Previsiblemente, le serán presentados varios pretendientes, todos ellos ortodoxos, aunque de las más variadas estirpes, entre otros un joven que no quiere verle el rostro y un hombre sordomudo. Esas escenas jugadas a la comedia agridulce, con los rasgos cada vez más resignados de Michal (la actriz Noa Koler), están entre los mejores momentos de la película, a pesar de su carácter netamente derivativo. Un viaje a Ucrania (en parte, procesión devota) la pondrá de manera casual frente a frente con una estrella de la canción pop, único atisbo de una posible vida fuera de los muros de la tradición jasídica. Como en toda comedia romántica de fuste, el final llegará feliz y a tiempo (por otro lado, dado el planteo de base, la posibilidad de que Dios no proveyera quedaba totalmente fuera de la ecuación). Almibarada o pletórica de fe, tradicionalista o reaccionaria, la mirada que se tenga de Un novio para mi boda –e incluso posibilidad de la empatía con Michal– dependerá casi exclusivamente de las creencias o falta de ellas del espectador, además de su propio imaginario cultural. Desde una perspectiva secular, resulta difícil no ver a Michal como una heroína algo arcaica, no ayudada precisamente por la decisión formal de utilizar el primer plano como el único medio para trasmitir emociones.
Un romance singular Para Michal, la protagonista de esta curiosa historia que mezcla la comedia con lo sentimental, el casamiento no es algo para tomarse a la ligera. De manera que cuando tan solo un mes antes de la fecha prevista para la boda su novio descubre que en realidad no la ama lo suficiente y renuncia a concretar ese gran paso, a pesar de que están en medio de los preparativos -con fiesta, salón, vestido e invitaciones ya repartidas y todo lo demás casi listo- los problemas comienzan a multiplicarse. Pero, por suerte, la frustrada novia es, como su prometido arrepentido, muy creyente (y de las más ortodoxas, para más datos), y lo es tanto que ni por un segundo piensa en alterar sus planes, aunque no cuente por el momento con ningún novio de reemplazo: "Dios proveerá", confía, y sigue con los preparativos en marcha mientras persiste en la búsqueda de otro candidato. Fe es lo que no le falta, aunque los días pasen y lo único que siga faltando para concretar la boda -y lo último- es el novio. Que, por supuesto, no puede ser cualquiera. De más está decir que la chica en cuestión, que es una treintañera, no es precisamente muy convencional, aunque le sobra encanto. Algo similar es lo que ocurre con esta comedia romántica israelí dirigida por Rama Burshtein, que sabe sostener hasta el final su muy singular forma de suspenso. Y que tiene a su simpática protagonista, Noa Koler, como su principal atractivo.
La israelí Un novio para mi boda podría haber sido una comedia romántica de Hollywood protagonizada por Meg Ryan o Julia Roberts en los ’90 o, más acá en el tiempo, por Anne Hathaway o Katherine Heigl. Como en aquéllas, la protagonista es una chica más buena que Lassie a la que, sin embargo, no le sale nada bien. Michal es una mujer judía ortodoxa de 32 años que está a punto de casarse. O estaba, dado que apenas un mes antes de la ceremonia el novio decide cancelar. Ella, ya con el catering contratado, decide seguir adelante con su plan original, aun cuando esto implique encontrar un hombre dispuesto a aceptar el compromiso en treinta días. La directora y guionista Rama Burshtein apuesta por una historia al uso, con Michal cruzándose con potenciales candidatos de los más disímiles en disputa. El abanico abarca desde un rabino hasta una suerte de estrella de la música pop romántica. Rodado casi enteramente en primeros planos y dueño de una puesta en escena y decisiones formales dignas del flamante culebrón de Sebastián Estevanez, el film no funciona en ningún aspecto: como estudio de personaje no va más allá del trazo grueso, como comedia dramática apenas esboza alguna situación interesante y como retrato social es un cúmulo de lugares comunes sobre el judaísmo. Así difícilmente alguien quiera dar el “sí” ante esta película.
Divertida película con estructura clásica que si bien atrasa algunos años en cuanto al rol de la mujer y su empoderamiento, permite conocer más de las costumbres israelíes alrededor del matrimonio. En el derrotero de una joven que desea a toda costa llegar al altar (cualquier parecido con “El Casamiento de Muriel” es coincidencia) y en el afán de progresar sin mirar atrás, la ópera prima se presenta como un entretenimiento noble y potente.
Esta tragicomedia romántica viene de Israel y se centra en Michal, que se queda sin novio con todo listo para la boda y encara una suerte de casting para conseguir nuevo marido. Así, conociendo a uno y a otro, desahogándose con sus amigas y soñando con convertirse en casada, transcurre una película que ni conmueve ni divierte como se propone, echando mano a una retahíla de clichés sobre el el ser y costumbres judío que termina por irritar un poco.
Un novio para mi boda, de Rama Burshtein Por Marcela Barbaro Dentro de la producción audiovisual israelí la incorporación de artistas pertenecientes a la comunidad de los “haredim o ultraortodoxos” se volvió central para el desarrollo cinematográfico con títulos como Kadosh de Amos Gitai y Ya no me amarás de Haim Tabakman, entre otros. Los haredim están sujetos al rigor espiritual, sin alterar ni escaparse de los preceptos religiosos de su comunidad; es el caso de la realizadora judía Rama Burshtein (El corazón tiene sus razones, 2007), quien se aleja del drama de su primer película, para ofrecer una comedia romántica donde la religión ocupa el lugar central. Michal (Noa Koller), es una mujer de unos treinta años abandonada por su novio un mes antes del casamiento. A pesar de tamaña desilusión decide mantener la recepción, las invitaciones y el rabino como su consejero. Lo único que deberá hacer es entregarse a Dios para que le conceda un milagro: encontrar un marido en 30 días. La protagonista se muestra alejada de la religión hasta que sufre el abandono. A partir de allí, su deseo de ser amada y poder amar a alguien la llevará a volcarse a Dios, a quien le implora un novio para el último día de celebración del Janucá (La fiesta de las luces) una celebración judía que abarca ese lapso de tiempo. Desde ya, la recuperación de esa fe se ligará al cumplimiento del deseo. Rama Burshtein tardó diez años en filmar la película por cuestiones religiosas que la alejaban del mundo laico. En su equipo cuenta con dos colaboradores fundamentales: su ayudante de dirección, quien evita cualquier encuentro inconveniente con un hombre, y su rabino, experto en cine judío. De esta manera, la realizadora construye un relato clásico, desde lo formal, donde los primeros planos y la cámara cercana a una protagonista que nunca abandona, le imprimen un tono intimista y contemplativo. Si bien Michal tiene citas con distintos candidatos con quienes mantiene largos diálogos, la premisa religiosa que subyace en la historia, le resta libertad, rebeldía y también predice cierto desenlace. La extrema religiosidad de Burshtein no le permite otra forma más abierta de la que ofrece, hay un condicionamiento per se. La composición de las imágenes y las acciones del resto de los personajes estarán siempre sujetas a ese dogma. Un novio para mi boda o Cruzar el muro como también se la conoce, fue bien recibida en su país como en su paso por diversos Festivales. Obtuvo varios reconocimientos, entre los que se destacan los otorgados por la Academia de cine Israelí y el Festival Internacional de Cine de Haifa como mejor actriz a la talentosa Noa Koller. También fue nominada como mejor película extranjera en el Festival de Cine de Venecia. Si bien la temática de historias en torno a casamientos o bodas han poblado el cine con películas que abordan tópicos bastante similares y quedan en el olvido. En ésta ocasión, Un novio para mi boda no es la excepción, aunque sí se diferencia por el peso de su trasfondo: la fe. Una propuesta, donde no hay otra posibilidad más que la esperanza puesta en la creencia. UN NOVIO PARA MI BODA Laavor et hakir. Israel, 2016. .Guión y dirección: Rama Burshtein. Intérpretes: Dafi Alferon, Noa Kooler, Oded Leopold, Ronny Merhavi, Udi Persi, Jonathan Rozen, Irit Sheleg, Amos Tamam, Oz Zehavi. Música: Roy Edri. Fotografía: Amit Yasur. Duración: 110 minutos.
Yo me quiero casar La película israelí Un novio para mi boda (Laavor et hakir, 2016) se concentra en el deseo de Michal, una joven judía ortodoxa que quiere casarse. Como sea. Casi como si fuera “lo lógico”, cuando se estrena una película de una cinematografía poco difundida buena parte de los espectadores tienden a buscar “lo diferente, lo singular”. Que a veces asume la forma de pintoresquismo, y otras veces la forma de apunte sociocultural más profundo. Un novio para mi boda tiene más de lo primero que de lo segundo. La película es tan rígida (en su forma, pero también en las creencias que predica) que cuesta encontrarle matices más allá de su procedencia. Queda claro que para la realizadora Rama Burshtein el deseo de Michal (Dafi Alferon) es tan genuino como comprensible. Anclada en las creencias más ortodoxas del judaísmo, esta convicción no tiene que ser negativa en términos dramáticos per se. El problema es que sin generar en el personaje otro efecto que no sea el de la insistencia, ese deseo se transforma en un impedimento para que la película plantee ambigüedades, líneas de fuga, nuevas zonas para explorar, en definitiva, por qué esta joven quiere casarse de la forma que sea. Dejada por su pretendiente apenas comienza el film, Michal se autoimpone una regla: en un mes tendrá que dar el sí. En definitiva, el catering está encargado y nadie se quiere perder una boda. Sin transitar otros malestares más que el que ella misma se adjudica, su vida transcurre entre el tiempo que le dedica a su empresa de entretenimientos (una suerte de show itinerante de animales), la recurrencia a compartir su desdicha con cuanta amiga se le acerque, y el desfile de candidatos que le presentan para ponerle un punto final a su amargo derrotero. Además de su unidimensionalidad, Un novio para mi boda tiene otro problema vinculado a su adscripción genérica. Porque más allá de su puesta televisiva, como drama es demasiado irrisoria y como comedia se torna en exceso dramática. Condenada al corset de su tradición y su tesitura, lo que le pasa a Michal es un poco lo que le termina pasando a todo el relato: queda en un pozo desde el que se puede explorar muy poco. De ese lugar al tedio, se imaginarán, no hay mucha distancia.
Lejos de romper con los parámetros que, año tras año, presenta la industria hollywoodense, Un novio para mi boda es una comedia dramática más que abusa de cada lugar común. La película se centra en Michal (Noa Kooler), una judía ortodoxa de 32 años que, en medio de los preparativos para su casamiento, termina la relación con su novio debido a que este no la ama. Lejos de caer en un cuadro pseudo depresivo -y comer helado del pote, como en cualquier película norteamericana para adolescentes-, la protagonista decide seguir adelante con los preparativos de la boda. Michal, empecinada en encontrar a un nuevo amor dentro de los próximos 30 días, decide contratar a una asesora para que le organice citas a ciegas. A medida que avanza la trama, la protagonista va conociendo a los potenciales candidatos para llevarla al altar pero, como es de esperar, ninguno parece ser el indicado, o al menos mostrar interés en poner un anillo en su dedo. En el marco del avance que hubo en los últimos años en cuestiones feministas, Un novio para mi boda, escrita y dirigida por Rama Burshtein, podría haber funcionado como una especie de crítica social hacia el rol que muchas mujeres, sobre todo religiosas, se sienten obligadas a cumplir. Lejos de eso, la película sólo muestra una mujer encaprichada con contraer matrimonio sin importar el por qué. Ni muy, ni tan. Ni drama, ni comedia. Con situaciones cómicas burdas y momentos dramáticos que no generan nada más que aburrimiento, nada ayuda a este film que, a medida que avanza la trama, se va volviendo cada vez menos interesante.
Esta podría ser una comedia simpática y divertida sobre una mujer judía que busca casarse con cualquier hombre a toda costa para llenar su vacío existencial. El problema es que en esta comedia israelí hay sólo clichés del propio género y también sobre el judaísmo. Pese a que la protagonista tiene su carisma, en este film de Rama Burshtein abunda lo previsible y lo ya visto, a un punto que por momentos el espectador podría preguntarse por qué la película no se mete con la farsa y se ríe de sí misma, acaso la única manera de salvar una trama que Hollywood ya nos hizo ver muchas veces, incluso con vuelo, como en el emblemático humor judío del genio de Woody Allen.
Contra viento y marea La directora israelí (nacida en Nueva York), quien debutara auspiciosamente con “La esposa prometida” (2012. estrenada en Argentina dos años después), vuelve a introducirnos en el mundo de la ortodoxia judía israelí, más específicamente de Tel Aviv Torna a empotrarnos (en esto está en juego el titulo original del filme) pues ella pertenece a esa comunidad, habiéndose convertido con su nueva producción en la primera religiosa en filmar un texto que puedan acceder los otros. Su radiografía de ese mundo circula entre la observancia respetuosa y la sublevación imperiosa. Establecida como una comedia, narra la vida de Mijal (Noa Koler), una treintañera, durante los treinta días anteriores a su boda, simultaneamente un mes posterior al abandono a que su prometido le hace objeto. La fecha establecida es la última noche de “Januca”, la fiesta de las luminarias en el calendario judío. No es casual. Ella no acepta no casarse, prosigue con los preparativos de la boda aunque no tenga novio, prometido, o algo. Dios proveerá. Januca es la fiesta de los milagros, de la esperanza, muy cercana en la fechas de navidad, así como en su primera película ponía en juego y duda los mandatos religiosos aquí se establece en romper o no con “La fe mueve montañas”. Si tengo fe, entonces aparecerá el novio, dice constantemente nuestra heroína, en una medida similar al personaje de Bess McNeill en “Contra viento y marea” (1996) interpretado por Emily Watson, pero sin llegar a esos extremos, Pone a prueba los mandatos religiosos casi rayano en el fanatismo. Por qué Dios no puede producir un milagro para mi. ¿Acaso no soy una buena judía, observante, respetuosa? En la prosecución de su “destino” es apoyada, con ciertos limites, por sus afectos más cercanos: su madre, su hermana, su mejor amiga y socia del zoológico ambulante que poseen. Es así que hasta realiza un casting de posibles candidatos para su boda, y es en esta selección donde se juegan las escenas más solazadas cuando las miramos desde lejos. Sobre el personaje pesa el drama. El titulo original del filme podría traducirse como “Atravesar la pared ”, bastante más acorde al texto, en tanto que el elegido para la distribución en nuestro país da una sensación univoca y equivocada de esta producción. Constituida como una comedia, que sin embargo tiene de manera equilibrada su dosis dramática, si algo sostiene toda su estructura es la actuación de la actriz protagómnica, apoyado por los secundarios, y sumado al guión más ingenioso que inteligente, más simpático que humorístico y sin embargo funciona ya que deja en suspensión lo expuesto a la interpretación del espectador. En esto reside una de sus mayores valías. Nada es del todo una certeza.
Aunque se centra en una temática transitada por numerosos films, la directora israelí Rama Burshtein presenta una mirada bastante realista. Michal (Noa Kooler) es judía ortodoxa y se separa de su prometido a un mes de dar el sí. Lejos de cancelar el salón y el catering de la fiesta, decide seguir adelante con sus planes, pero eso implica el desafío de encontrar un novio en 30 días. Un novio para mi boda (Through the Wall, 2016) es una comedia que muestra las dificultades de la protagonista para conseguir pareja en una sociedad signada por los mandatos religiosos y culturales. El rol de la mujer y la imperiosa necesidad de casarse y formar una familia, son los ejes de una película que aleja cualquier representación del romanticismo. Hay momentos en los que se torna un poco larga por los aspectos culturales que resultan ajenos. Y la atención se mantiene sólo por la intriga de saber si Michal va a conseguir lo que busca. Burshtein invita a conocer una sociedad en la que la religión ocupa un papel fundamental. La intención es buena, pero no logra convencer y cae en lugares comunes.
Este es el segundo largometraje de Rama Burshtein. Su anterior película también estaba relacionada con el tema del matrimonio. En esta oportunidad gira en torno a la joven mujer jasídica ortodoxa Michal (Noa Kooler en una buena interpretación, resulta atractiva, agradable y su rostro lo dice todo) estaba a punto de casarse con su novio Gidi (Erez Drigues) pero este le dice que no la ama. Igual no se desilusiona y sigue adelante, le reserva el salón a Shimi, poniendo un plazo de veintidós días para casarse, porque lo logrará a través del milagro de Hanukkah. Cuenta con la ayuda de su madre (Irit Shelleg), su mejor amiga Feggie (Ronny Merhavi) y con la fe que lleva en su ser. Es una comedia dramática disfrutable, que te emociona y te divierte. Posee una buena banda sonora, fotografía y además te permite conocer otros pensamientos y culturas.
CREER O REVENTAR Hay una constante en Un novio para mi boda, el sufrimiento. Más allá de lo que se pueda adivinar como una comedia romántica noventosa -en particular en el timing de los diálogos- con una puesta en escena elegante, la película oculta detrás de cada risa una llaga agridulce que se intensifica a medida nos acercamos al desenlace. Este balance es poco afortunado y confuso, pero tiene una intención: la directora Rama Burshtein no está del todo dispuesta a abrazar el tono ligero de la comedia sin al mismo tiempo afincar un sistema de creencias cimentado en el judaísmo ortodoxo. La protagonista se encuentra alienada en su sistema de creencias por una necesidad irresoluta de casarse y concretarlo le permite, de alguna forma, volver a pertenecer sin la duda que la acongojaba. En definitiva, de eso se trata, es una comedia romántica que se construye desde la fe. No vamos entonces con esta crítica a profundizar sobre los elementos ideológicos y religiosos que la atraviesan, sino a tratar de desmenuzar los motivos de su ejecución irregular. Michal (interpretada por Noa Kooler, que sabe sacar el jugo de los largos primeros planos con que la directora se arrima) es una joven de 32 años con profundos deseos de casarse pero la experiencia se le presenta esquiva. Tras varios encuentros fallidos, finalmente encuentra a Gidi, un joven con quien inicia los preparativos para la boda. Todo marcha de maravillas hasta que, con salón y catering contratado, el muchacho decide plantearle que no la ama. Lejos de abandonar sus planes, Michal decide creer que eventualmente se le va a presentar una nueva pareja con la cual cubrir el espacio abandonado por Gidi. Esto la lleva a conocer potenciales candidatos por distintos medios, manteniéndose el suspenso hasta el final de quién cubriría ese puesto, con la esperanza de que el compromiso se concretará como sea. Esta búsqueda tiene un tono cómico y los mejores momentos del film gracias a la tarea de Kooler, pero también gracias a la naturalidad con la que fluye el diálogo. Desafortunadamente, lo mejor cede a lo peor cuando la protagonista entra en pozos de drama que nos llevan a cuestionar la unidimensionalidad del personaje, ya que no aparece ni una veta de ambigüedad o complejidad en su búsqueda. Lo que es peor, también da lugar a la aparición de líneas que parecen sacadas de libros de autoayuda, haciendo inverosímil la situación dramática que atraviesa. Pero como se mencionó, esto parece tener más que ver con darle rigurosidad y solemnidad a su búsqueda. Visualmente hay en la directora una mirada rigurosa y cuidada que recae en los largos primeros planos que mencionábamos y en el detalle de elegir, sabiamente en algunos casos, dejar algunos elementos fuera de cuadro para focalizarse en Michal y la interacción con su familia y amigas. Este respeto por el punto de vista es lo que nos permite generar empatía más allá de las irregularidades en un guión que por momentos se resquebraja bajo el peso del drama. Por otro lado, y uno tiene la impresión de que esto proviene de la cosmovisión desde la cual plantea el film la realizadora, con toda su unidimensionalidad la protagonista aparece con una complejidad que no se observa en ningún momento en los personajes masculinos, algo que los hace parecer gurúes o entidades, caricaturas idealizadas que emiten cataratas de consejos y observaciones agudas que siempre hacen parecer a Michal o sus amigas como neuróticas, algo que resta verosímil a la interacción entre los personajes -y aún más si de lo que hablamos es, después de todo, de amor-. Comedia romántica irregular con retazos de una sufrida protagonista que tiene lo mejor en la actuación de Kooler, Un novio para mi boda se balancea entre dos géneros y no puede terminar de definirse en el relato, entregando sin embargo un relato que tiene por momentos una notable agudeza.
Yo me quiero casar La directora Rama Burshtein, que se hizo conocida hace cinco años con “La esposa prometida”, cambió de registro y regresa con una comedia romántica, con un humor velado y efectivo, buenas actuaciones y un guión entre el disparate y la fe. La obstinada protagonista, Michal, tiene cerca de 30 años, con un pasado secular y luego convertida a la religión ultraortodoxa, como sucedió realmente a Burshtein, nacida en Nueva York, pero que vive desde su infancia en Jerusalén. Michal está por casarse, con la lista de invitados y el salón contratado, pero el novio se arrepiente a último momento. Sin embargo Michal no cambia sus planes y se promete que en ocho días, antes de la octava noche de Janucá, aparecerá el amor de su vida. Mientras, se suceden citas acordadas con hombres de su comunidad, la desesperación de su familia que ve venir la humillación, una visita a la tumba del rabino Najman en busca de inspiración y su trabajo como animadora de un zoológico ambulante. Michal es interpretada por Noa Koler, quien ganó dos premios a mejor actuación. La actriz transita con con vicción los precipicios a los que la somete la fe de su personaje, o su locura, según algunos candidatos. Burshtein estuvo nominada como mejor directora en el festival de Venecia de 2016 por este filme, el segundo estrenado comercialmente en Argentina. En las dos ocasiones se concentró en contar historias que transcurren en la comunidad ultraortodoxa a la que pertenece. Si primero lo hizo con un drama sobre la relación entre un viudo y su cuñada, para su regreso eligió una comedia reflexiva y un humor al borde del delirio para contar una historia sobre la búsqueda del amor sin importar la religión.