Exhibicionismo catártico El cine, cómo cualquier disciplina artística, puede provocar sensaciones contradictorias en el receptor. Y eso es lo que sucede con Una familia gay (2013), una película que plantea un tema interesante pero que se ve opacado ante la obsesiva necesidad de exhibicionismo de su autor y protagonista. A partir de la aprobación de la Ley del Matrimonio Igualitario en Argentina Maximiliano Pelosi se pregunta si en realidad quiere casarse y formar una familia con su pareja de hace cinco años. Ante dicho conflicto interno comenzará a indagar en diferentes personas, profesionales e instituciones para ver si puede encontrar la respuesta que necesita. Planteada de esta manera Una familia gay resulta interesante, sobre todo en épocas en las que el tema de la formación de una familia homoparental aún sigue siendo foco del debate. Pero Pelosi desaprovecha el tema, o más bien lo reduce a pequeñas viñetas ilustradas, para exhibirse practicándole sexo oral a su pareja, haciendo un trío o usar al espectador de psicólogo ante problemas que solamente a él pueden interesarle sin ningún tipo de necesidad en la construcción dramática de la historia. Pese a ser utilizada como una forma catártica personal y que al espectador mucho no tiene porqué importarle, salvo que sea un voyeur al que le guste ver por la ventana de su vecino, Una familia gay tiene algunos planteos interesantes como lo es el disparador inicial que convierte al protagonista en un investigador, sobre todas las posibilidades que hoy en día se dan para poder construir una familia sin importar la elección sexual. Lástima que desaproveche todo lo bueno ante la extrema necesidad de querer mostrarse en exceso y hacer quedar a todos los gays como sólo aquellos que estaban en contra del matrimonio igualitario querían verlos, para asi poder estigmatizarlos. Una oportunidad desaprovechada en un momento único.
Peguntas que incomodan Desde su título ya queda manifestada la idea central de este documental mezclado con ficción del director Maximiliano Pelosi que ya fuera presentado en la sección Panorama del BAFICI y que ahora se estrena comercialmente. La familia homoparental forma parte de un debate social que lejos de estar clausurado cada día cobra mayor envergadura al conocerse los alcances de la ley de matrimonio igualitario y las historias que se tejen detrás de cada trama particular que involucra a parejas gay. Por eso partir de la base de interrogarse, una vez conseguido el derecho, el deseo de casarse es un punto interesante y apto para reflexionar conceptos que, con el correr de los años y de los cambios en la forma de pensar a una familia, habilitan otro tipo de unión o construcción familiar. Ahora bien, salir en busca de respuestas siempre supone tener en claro lo que se quiere preguntar y en ese sentido Una familia gay trastabilla al poner en primer plano la historia del director Maximiliano Pelosi y su intimidad al mismo nivel que el resto de las anécdotas o testimonios de sus entrevistas, todas movilizadas por sus inquietudes personales, contradicciones y dudas acerca de varios tópicos como por ejemplo el matrimonio, entre otros temas tales como el código civil, la religión, experiencias ajenas y para ilustrar el derrotero personal de esa suerte de investigación se apela a la introducción de elementos ficcionales, que al estar atados a la representación quitan espontaneidad al relato. Si bien la idea es aportar ritmo para que la solemnidad no abrume al público el exceso de lo cotidiano y lo mundano le quitan peso a los temas pensados, aunque es justo reconocer la diversidad de voces a lo largo de los 82 minutos de metraje. Existe una búsqueda del humor como subrayado de ciertas pautas culturales por contraste o críticas a los preconceptos sobre la cultura gay pero que no son efectivos a la hora de llamar a la reflexión. Una familia gay celebra por un lado la libertad creativa de su autor pero esa falta de contención o criterio en cuanto a lo narrativo es precisamente su mayor falencia y queda a medio camino de lo que una propuesta más interesante -tal vez con menos énfasis en lo personal- podría haber generado en pos del enriquecimiento de ese debate social.
Después de su exitoso paso por el 15 BAFICI y por la muestra que realizó la DAC por el Día del Director Audiovisual, finalmente llega a salas “Una Familia Gay”(Argentina, 2013) del realizador Maximiliano Pelossi. Este filme documental intenta analizar una problemática que si bien se ha trabajado en otras cintas el director se enfoca sobre su propia vida y la realidad gay en Argentina desde varios aspectos. El arranque de la película lo encuentra a Maximiliano frente a una disyuntiva existencial ya que durante años y años esperó el marco legal ideal para poder formalizar con alguna pareja de su mismo sexo y cuando se enfrenta a la posibilidad de poder hacerlo con su actual pareja, de 5 años de antigüedad, no sabe qué hacer. Este es el disparador para hablar y reflexionar acerca del matrimonio igualitario y las creencias religiosas.. Para “ayudarse” a tomar su “decisión” decide entrevistar a diferentes personas que sí aceptaron esta modalidad y se inmiscuye en su intimidad y también apunta a ver cómo particularmente este tema es tratado dentro de la comunidad judía. Si bien él se define como católico, su pareja es judía practicante y de hecho la idea de realizar el documental surgió cuando el director tuvo una charla con su futura suegra sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. “Una Familia Gay” deambula entre el reportaje tradicional y acartonado (cámara en 45 grados apuntando a quien dará testimonio), la entrevista de sillón y la megalomanía. Pelossi no puede despegarse de la historia que cuenta y se muestra en exceso en la pantalla cuando los comentarios que consigue de los entrevistados son más que interesantes. Una máxima que se escucha en un momento de la cinta describe a la perfección el nudo narrativo de este documental: “Fuimos educados sentimentalmente por Hollywood y las novelas” y Pellossi toma esta afirmación para poder reflexionar sobre su vida personal (cómo se plantó frente al mundo para declarar su homosexualidad, cómo ve la religión y la familia como valor), la sociedad argentina, la comunidad gay, la comunidad judía. Para acercarse desde el interior de la comunidad gay a la idea sobre el matrimonio igualitario.
Una película que no se casa con nadie Maxilimiliano Pelosi continúa en Una familia gay su exploración del mundo homosexual. En este caso, y al igual que su film anterior, Otro entre otros, parte de una anécdota personal. Desde la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario tiene la oportunidad de casarse, pero en verdad no sabe si quiere hacerlo, por lo cual intenta aclarar sus dudas consultando a distintas voces, desde un cura de su colegio secundario hasta a otras parejas gays. El film está articulado como una serie de entrevistas y una ficción (la pareja de Pelosi aún no blanqueó su relación) que recrea los pormenores de la vida íntima del director. En ese sentido, habrá algunas escenas de sexo que hacen un poco de ruido por su poca pertinencia. Esto dicho porque el gran mérito de Una familia gay -y quizá la línea que debería haberse profundizado aún más- es la sinceridad del planteo. Pelosi logra un fuerte grado de cercanía con sus entrevistados partiendo del respeto y la prudencia, dándoles tiempo para que cuenten sus historias sin nunca recargar las tintas sobre la búsqueda de una respuesta concreta. Así, el film resulta un buen retrato de estos tiempos, un conjunto de voces a favor y en contra del matrimonio y la adopción por parte de padres homoparentales realizado con capacidad de entendimiento aun en la disidencia, tensando así la acepción de un término hoy más que nunca en discusión como es el de familia.
Con la puesta en vigencia de la ley de matrimonio igualitario se abrió, dentro de la comunidad gay, una discusión que esta película pone en primer plano: luego de haber sido expulsados de la estructura burguesa de familia durante muchísimo tiempo, los homosexuales establecieron vínculos que se reformularon sin acudir a ese modelo, una realidad inocultable que arma un mapa diferente al de las relaciones más tradicionales. Maximiliano Pelosi le pone el cuerpo a ese debate contando su propia historia. Nacido en el seno de una familia cristiana, Pelosi asumió abiertamente su homosexualidad recién a los 17 años y vive desde hace un tiempo una situación particular: está en pareja con un joven de la comunidad judía que aún no le ha revelado a su familia su verdadera identidad sexual. La película usa ese disparador para abordar diferentes problemas: los efectos de una educación sentimental forjada con el modelo de la narrativa hollywoodense, el papel de las religiones y la familia frente a nuevas alternativas, las dificultades para la adopción que enfrentan las parejas del mismo sexo y la idea establecida de que casamiento equivale a monogamia, una problemática que el nuevo Código Civil ha puesto en cuestión para desgracia de las mentalidades más conservadoras. Mezclando documental y ficción, Pelosi avanza en un relato por momentos excesivamente didáctico y efectista (el uso de la música para subrayar climas emotivos no es la decisión más feliz del director), pero indiscutiblemente honesto. Son los pasajes más rupturistas -una explícita escena de sexo grupal, por caso- los que tiñen de singularidad y osadía a esta película que fue estrenada en el último Bafici y que amplía los interrogantes en torno a los nuevos modelos familiares, a partir de los planteos que el activismo Lgbtiq (lésbico, gay, bisexual, travesti, transgénero, transexual, intersexual y queer) viene agitando en los últimos años, reactualizando discusiones escondidas mucho tiempo tras el muro de la hipocresía y los prejuicios morales.
¿Casarse o no casarse? Hace quince años, una película como Una familia gay hubiera sido casi imposible. Que hoy exista significa que esos años han sido un gran paso en favor de una sociedad más igualitaria para todos. La película vive en una muy lograda frontera entre la ficción y el documental, sin que el espectador logre siempre saber cuánto pertenece a un género y cuánto al otro, además de que esto no sea imprescindible para disfrutar del relato, al contrario. La historia que cuenta es la de un joven que a partir de la posibilidad del matrimonio entre personas del mismo sexo, se pregunta si realmente quiere casarse, ahora que puedo hacerlo. Sin duda, se trata de una película, como ya se ha dicho, impensable años atrás y que hoy muestra un mundo avanzado. Para los militantes de la comunidad gay, casarse es casi corroborar ese derecho adquirido, pero para muchos otros es cuestionarse la naturaleza misma del matrimonio. Con humor, con emoción y con un abarcador espectro de miradas y opiniones, Pelosi consigue plasmar sus inquietudes de forma transparente y e inequívoca, de forma contundente. Se puede decir, con orgullo, que aunque trate temas inherentes a las personas gays, sus preguntas son generales y universales. Amor, sexo, pareja, hijos, religión, estado, familia, son temas para todas las personas que conforman una sociedad. Y las dudas y conflictos a partir de esos temas no le corresponden a un grupo o a una persona en forma exclusiva, sino a todos. En esta universalidad, la película triunfa de forma contundente, sin por eso ser un film que esconda o reniegue de la homosexualidad de su protagonista, o intente ser una versión lavada o televisiva de lo gay. Es más, la película se podría haber llamado sin problemas simplemente Una familia.
¿Me quiero casar? La ley de matrimonio igualitario es sin dudas una conquista social muy importante, y ante esto Maximiliano Pelosi se pregunta si, ahora que tiene la posibilidad, quiere casarse con David, su pareja desde hace cinco años. A partir de este planteo Pelosi dirige y protagoniza un documental sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, que analizando su significación social, legal y religiosa, y las experiencias de diferentes personas que se animaron a dar ese paso, se cuestiona si realmente la ley alcanza para igualarnos a todos. La investigación tiene como fuentes la opinión profesional de expertos, información obtenida de internet y varias entrevistas -muy buenas en su mayoría-, a personas que aportan diferentes puntos de vista sobre el tema: sus propias hermanas, el cura del colegio al que concurrió, amigos que ya se han casado, y miembros de las agrupaciones C.H.A. (Comunidad Homosexual Argentina) y G.L.B.T. (Gay Lesbianas Bisexuales y Transexuales). El documental resulta interesante ya que propone una reflexión sobre el carácter vital y trascendente que el derecho al matrimonio igualitario tiene para quienes han luchado años en busca de los derechos hereditarios y previsionales de los convivientes del mismo sexo, mientras que para otros es sólo una posibilidad que les ha sido dada y sobre la que no se detienen a pensar demasiado en sus consecuencias, y si es lo que realmente quieren. Cabe destacar que no es un documental panfletario de los derechos de los homosexuales, sino un análisis que reflexiona acerca de las parejas y las familias. Sin embargo, vale criticarle que resultan excesivos los pasajes en los que Pelosi filma detalles de su vida cotidiana y de su propia relación de pareja, que lejos de aportar al desarrollo del tema central del documental, parecieran estar dirigidos a marcar más las diferencias que lo que tienen en común con las parejas heterosexuales. Pelosi filma desde su perspectiva -o desde la de alguien con su mismo estilo de vida-, y desde allí plantea dudas comunes a todos: ¿casarse o no casarse?; ¿es posible ser fieles toda la vida?; ¿se puede sobrellevar la convivencia?. Porque más allá de las elecciones personales, el film intenta dejar en claro que estas cavilaciones sólo pueden surgir a partir de la igualdad de derechos, pues de otra forma, no habría lugar para planteos sino para la búsqueda de esa igualdad.
El protagonista del documental es su director, Maximiliano Pelosi, y su punto de partida para indagar sobre sí mismo y su realidad a partir de la promulgación de la ley del matrimonio igualitario: sus ganas de compromiso, el significado de los vínculos, la necesidad de amoldarse o no. Interesante.
Un documental con pinceladas de ficción que indaga en las razones detrás del matrimonio mas allá de nuestro sexo. Yo… me quiero casar? Y usted? En vísperas de la aprobación del matrimonio igualitario, Maximiliano Pelosi comienza a cuestionarse una posibilidad que nunca se le había ocurrido: ¿Por qué casarse? Maximiliano vive con su pareja David desde hace algunos años, con quien tiene una estupenda relación y formaron un hogar, pero nunca antes de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario tuvo que plantearse la posibilidad de casarse con David. Y ahora llegó el momento de poder legalizar ese vinculo ¿Es algo que realmente quiera hacer? Para responderse esa pregunta Maximiliano emprende un viaje que lo hará entrevistar tanto a parejas homosexuales como heterosexuales y que pretende echar algo de luz sobre el tema y, al mismo tiempo, sobre su decisión. Una Familia Gay resulta un documental sumamente informativo y, por momentos, divertido y hasta emotivo. Pelosi se para delante y detrás de la cámara y entrevista desde sus hermanas heterosexuales (casadas y con hijos) hasta parejas del mismo sexo que impulsaron la Ley de Matrimonio Igualitario. Si bien el film sirve para familiarizarnos con esta ley, su máximo acierto está en trascender la barrera de la comunidad homosexual y que todos terminemos cuestionándonos el porque de casarnos, o mejor dicho, las razones de casarnos. Pelosi hace todas las preguntas correctas y arma un abanico de respuestas y 540740_244592735681212_599745209_nposibilidades entrevistando a sus familiares, parejas del mismo sexo e incluso a miembros de la iglesia. Todos y cada uno de ellos tienen distintas opiniones, algunos anteponen el amor y otros los derechos de su comunidad, pero todas son validas y ayudan a construir en el espectador una opinión que quizás, antes, no había contemplado. Si bien como documental Una Familia Gay funciona de manera excelente, su verdadero problema está cuando decide “ficcionalizar” algunas situaciones con el afán de dar el pie al director y asi abrir un nuevo tema a ser tratado. Aunque como idea es buena y suele ser una herramienta útil a la hora de construir un relato documental, estas escenas se sienten sobreactuadas hasta el punto de distraer al espectador y, en algunos casos, sacarlo del relato. Pelosi, con la intención de retratar al máximo su pareja y relación (supongo yo), decide también mostrar momentos íntimos que, como ocurrió durante la proyección, pondrán incómodo a más de uno y llevaron a otros a cuestionarse si realmente era necesario mostrarlo (como también ocurrió durante la proyección). Conclusión Aun con su corta duración (roza los 70 minutos), el verdadero acierto de Una Familia Gay está indagar lo suficiente en el tema para elevar la pregunta de por qué casarnos al espectador y darle un abanico de opiniones necesarias para que cada uno, sin importar su sexo, pueda respondérselas y terminar sacando sus propias conclusiones. - See more at: http://altapeli.com/review-una-familia-gay/#sthash.cXSUPZpx.dpuf
New families, new questions “I’m 34 years old and the same sex marriage law has been passed,” says Argentine filmmaker Maximiliano Pelosi right at the beginning of Una familia gay (A Gay Family), his new documentary focused on what getting legally married can really mean for a member of the LGBT (Lesbian, Gaby, Bisexual, and Transgender) community today in Argentina. As any documentarian would do, Pelosi starts by asking himself some new questions: does he really want to marry his boyfriend with whom he’s been living for five years now? What if the institution of same sex marriage is only replicating the errors of an entire society that has historically discriminated homosexuals? What should the real reasons for getting married be? How about same sex couples having or adopting kids? And this is only the tip of the iceberg. Pelosi effortlessly conducts his own, personal investigation as he interviews friends, relatives, acquaintances, public figures from the LGBT community, and even a priest from the Catholic school he attended as a boy. And they simply and candidly talk about fidelity, rituals, responsibilities, law, expectations, sex, in vitro fertilization, bonds, threesomes, monogamy, agreements, friendship, acceptance, rejection, diversity and, of course, true love. Actually, the many topics addressed and how casually they are addressed are two undeniable assets of Una familia gay. This way, viewers get engaged in a much-welcomed, nonpretentious manner as they become aware of or get more familiar with things that do matter. These are issues that draw as much visibility as possible since they are, precisely, topics that have created strong debates and managed to create a better and fairer society for all. Pelosi is even smart enough to add some humour here and there, as to avoid a too serious approach that would be a turn off. What’s most striking is seeing how honest and heartfelt the director's gaze upon his material is. If I had to choose a most powerful, and also touching part of the film, I think it would be towards the end when César Cigliutti and Marcelo Suntheim, the president of the Argentine Gay Community (CHA), and his longtime partner speak about the kind of protection the same sex marriage law provides in case one the spouses dies. To be more precise, Cigliutti recalls how the scenario was for Carlos Jaúregui, the first president of the CHA, who had AIDS, when his partner died of AIDS and Jaúregui was evicted from the place where they’d had been living together for years. Jaúregui, a tireless and key gay activist, spent his last days in Cigliutti’s home until he died of AIDS in 1996. For those who knew Carlos, remembering him like César and Marcelo do is the best homage he would have wanted (as trite as it sounds). Most important, the fact that what happened to him can’t legally happen again to anyone now, is what his tireless activism, and that of many others after him, has finally achieved, once and for all. As far as documents go, Una familia gay is, in many ways, essential. Yet there’s a downside: cinematically, it’s not nearly that accomplished. The reenactments, for instance, don’t look as natural as needed, but rather a bit staged for the camera. The mise en scene, also, is sort of precarious and quite inexpressive. Even some of the interviews could use a more profound outlook, instead of being only informative. So what could have been a compelling piece of work, is somewhat diminished by the limitations in its film form. It’s easy to see that a film like Una familia gay, with all its flaws, speaks of a determined and defiant director who knows not only what the current agenda in equal legal rights is all about, but also how to get people to talk more about it.
Anexo a la críticia El relato se inicia desde el comienzo como una apuesta intimista y reflexiva en torno a una inquietud fundamental que se hace Maximiliano: el sentido del matrimonio. Maxi está en pareja y convive con David en una relación muy estable, pero la nueva ley de matrimonio igualitario remueve en él preguntas que no sabe cómo responder, y así como Diógenes buscaba a un hombre con su linterna, Maxi busca con su cámara a aquel/aquellos que le puedan aportar sus vivencias, buenas y malas, en relación al matrimonio. Al principio tuve la impresión, reforzada probablemente por el título, de que el relato exploraría las familias alternativas al modelo heterosexual victoriano; pero a medida que el relato fue avanzando, el foco de la exploración -a mi entender- dejó de ser el de las familias (o dejó de serlo preponderantemente), para recentrarse en la construcción y el sostén de los vínculos amorosos, donde incluso el contexto homosexual de las parejas se tornó casi accidental. Creo que lo mejor de la película es lo genuino del proceso en el que se plantean interrogantes para las cuales no hay una respuesta ni definitiva ni generalizable dogmáticamente. No se trata de encontrar un sentido, si no de construirlo, de apropiárselo del único modo en que se puede hacer: participando del mismo desde su origen
Publicada en la edición impresa del diario.
En primera persona He leído algunos textos en los que se acusaba a la segunda película de Maximiliano Pelosi (la primera fue Otro entre otros, una exploración sobre la homosexualidad dentro de la comunidad judía, tema que vuelve a tocar lateralmente en Una familia gay) de “exhibicionista”. Y sí, se trata, en su mayor parte, de un documental en primera persona en el que Pelosi se pone a él y a sus dudas sobre si quiere o no casarse con su novio en el centro de la escena, y vemos varias escenas de su vida cotidiana, con su pareja y con algún que otro familiar directo. Pero es más bien claro que la película se ganó el pacatísimo mote de “exhibicionista” por una escena en particular: aquella en la que Pelosi y su novio buscan a un tercero en el sitio de contactos Manhunt, lo invitan a casa y tienen sexo con él. Y lo vemos con bastante detalle. Esto, lejos de ser una falencia, es uno de los puntos más sobresalientes de la película. No porque se trate de una escena muy bien resuelta: está filmada cual escena de película softcore de esas que solían pasar por The Film Zone y no tengo idea si siguen pasando; está en un registro muy diferente al del resto de la película. Pero es un momento osado en el que Pelosi deja en claro que no tiene ningún interés en rebajarse a hacer algo “para no herir sensibilidades”. De hecho, y debido a eso, tal vez esa ruptura, ese cambio brusco en el registro, sea algo deliberado. El resto de la película se debate entre las entrevistas a cámara y las escenas de la vida cotidiana de su protagonista; entre el documental tradicional y el documental ficcionalizado. Y es en esto último donde la película falla, porque a la parte ficcionalizada le falta espontaneidad; se le ven todo el tiempo los hilos. Tanto en las escenas de la vida conyugal (David, el novio de Pelosi, está interpretado por un actor: Luciano Linardi) como en aquellas que intentan pasar como estrictamente documentales, hay un gran problema en los diálogos y la marcación actoral que hacen que todo sea bastante poco verosímil. En una escena, Pelosi va a llenar un formulario en el registro civil y, en un momento, la chica que lo atiende le pregunta: “¿cómo se llama ella?”, y él le responde: “David”. Y se nota tanto lo guionado del asunto que la escena pierde mucha fuerza. En cambio, es en los relatos a cámara por parte de terceros, en los segmentos realmente documentales -las historias de vida de dos mujeres que lograron concebir un hijo mediante inseminación artificial y de la lucha de los referentes de la CHA César Cigliutti y Marcelo Sundheim-, que el film termina resultando altamente conmovedor.
No sé si me quiero casar, ¿y usted? Una Familia Gay se mueve en una rara zona que va del documental a la ficción, donde los pasajes son sutiles y están muy bien logrados. Maximiliano Pelosi, director, guionista y protagonista de esta película, es gay, y a raíz de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario, se pregunta sobre la validez (legal, moral, social y filosófica) del casamiento entre personas del mismo sexo. Pelosi cuestiona esta ley a la vez que la celebra, pero también se detiene en las reformas que se hicieron sobre el Código Civil, todo desde una perspectiva personal y fresca. Poniendo en tela de juicio las convenciones sociales que conllevan a que una pareja quiera legalizar su unión ante la ley; convenciones que pueden llamarse Hollywood o presiones familiares. De ahí a polemizar sobre la adopción homoparental, los derechos hereditarios de los cónyuges y sobre la concepción misma de familia, hay sólo un paso. Pelosi se mueve de forma inteligente (teniendo a disposición la posibilidad de casarse legalmente, se pregunta si realmente quiere hacerlo), se muestra didáctico (por momentos demasiado, pero para aquellos que no estén familiarizados con el tema, una puesta al día es bienvenida), se pone controversial (por caso, una escena de sexo gay casi explícita que genera una sana ruptura en el fluir de la historia) y se deja ver valiente y sincero, mostrando sus defectos y virtudes, tanto como persona como director. Ficcionaliza su propia vida y es desde este punto de partida que la película encuentra su forma de discurrir sobre los tópicos antes mencionados. Recopilando testimonios de amigos, parejas y representantes de instituciones religiosas y legales (visita a un cura, va al casamiento de unos amigos, consulta a su hermana abogada), Pelosi se pregunta si una pareja homosexual reconocida por la ley no es en realidad una imitación de una heterosexual; si la búsqueda de este reconocimiento legal y social no es sino un resabio de lo que tantas películas hollywoodenses han dejado en nosotros como consumidores occidentales. Se pregunta qué es en realidad una familia, si algo heredado o una construcción. O mejor, una elección. Se plantean muchas preguntas que quedan flotando en el aire, para que el espectador también se cuestione a partir de qué parámetros vive su sexualidad y sus elecciones civiles. Una Familia Gay es una película por demás interesante, previsible por momentos y excesivamente educativa en otros, pero que pone cartas jugadas y actuales sobre la mesa, temas vitales y necesarios de discusión. Enhorabuena.
Lo primero no es la familia En el cine de Maximiliano Pelosi hay un deseo: el deseo de la interrogación. Sus películas son preguntas, del mismo modo que son espejos, o frontones que devuelven la pelota, insistentemente, cuando se echa a rodar el impulso que parece latir debajo de cada fotograma: salir, mirar, vivir, preguntar; ver qué clase de imagen devuelve el espejo. En Otro entre otros la “cuestión gay” incluía fragmentos, dislocaciones, subdivisiones. La pregunta era por la pertenencia. Estar o no estar, ser siempre “otro”. Gay, judío, descastado, desclasado, desastrado, metido hasta el cuello en el closet. Otro dentro de otros, círculos dentro de círculos, divisiones al infinito. Ahora, en Una familia gay, Pelosi se juega todo: es uno para lo otros. Un hombre que hace preguntas. Pelosi no pretende inventar nada, pero su presencia delante de cámara, discreta y contundente a la vez, se encarga de establecer el tono de gracia y generosidad que, dicho rápidamente, constituye la marca esencial de esta etapa de su cine. En el marco de la vigencia de la Ley de matrimonio igualitario, la película se hace la pregunta acerca de si una familia en su forma legitimada por los usos burgueses es necesaria, o si acaso es deseable. Delante del cura de su iglesia de toda la vida, Pelosi se informa de una cláusula que le resulta particularmente intrigante del precepto del matrimonio: la fidelidad. El director no sabe si así vale la pena. En una escena muy graciosa y bien lograda, Pelosi y su novio buscan un chongo en internet para hacer un trío; más adelante, se concreta el encuentro y la película adquiere un aire fassbinderiano teñido de una ligereza de comedia de enredos. En Una familia gay la planificación, la búsqueda de una tesis, cede el lugar a una especie de azar, un ir y venir en el que el propio director –campera de cuero y bufanda, siempre es invierno en la película– sale a la calle (mirar y filmar son la misma cosa) con un dandysmo casi sin esperanzas, pero tampoco sin una pizca de amargura: lo más probable es que no se case; no se quiere casar. Sus hermanas le dicen que se case. Después que si no lo pensó tanto entonces mejor no. La familia gay, podría decir la película, no existe porque una ley lo permita. Incluso parece ser algo que ya estaba antes, la condición natural de una lucha por la felicidad cuyas cuentas no se saldan con tanta sencillez. Una familia gay es un documento de esa lucha denodada; o un documental actuado, reformulado delante de cámara. Los planos cerrados de la fiesta de casamiento de una pareja gay amiga del director tienen una rara fuerza cinematográfica, al dedicarse con fruición a destacar las caras de los protagonistas y dejar, sobre todo, que esas caras hablen: son momentos como esos que señalan la creación de familias de hecho en la película, organizaciones que no se hallan sancionadas por la existencia de una ley que las legitime sino por el deseo y la necesidad: una cuestión vieja como el mundo. En la observación desapasionada de ese fenómeno, Pelosi encuentra la convicción y el carácter distintivo de su película. Filmar lo propio –el entorno, las pulsiones, la insatisfacción, la incertidumbre– cruzando la línea de un lado al otro, como un extranjero que ha perdido los papeles. La película no tiene respuestas y permanece siempre fiel a su primer reflejo: hacer preguntas siempre, incluso en el clima de optimismo que parece imponerse en torno a la cuestión en la Argentina de hoy, ya que esas respuestas nunca parecen alcanzar. En algún punto, da toda la impresión de que con esta segunda película Pelosi retrocediera, incluso venturosamente, hasta ubicarse antes de su película anterior y empezara de nuevo. Se trata, ahora, de poner el cuerpo y preguntarse todo como por primera vez. De pronto, vemos que el director no tiene en verdad un proyecto, no tiene una hipótesis ni puede esperar, tampoco, que el cine le proporcione alguna. Con toda su amabilidad, sus arrebatos de comicidad punzante, incluso con ese tono desapegado con que el director atraviesa los planos de la película, queda claro que Una famila gay no pretende tener la última palabra sino que aspira a una instancia acaso superior: habitar el mundo en estado de duda.