Con perros y con niños Un día los adultos no despiertan y el mundo es de los niños. Ese es el punto de partida de Vendrán lluvias suaves (2018), nueva película de Iván Fund con influencias de Stranger Things, Super 8 (2011) y Cuenta conmigo (Stand by me, 1986), aunque con un estilo minimalista más cercano a Nadie sabe (Still walking, 2004), del japonés Hirokazu Kore-eda. Entre lo lúdico y lo naif transita este relato protagonizado por un grupo de niños que al ver que los adultos permanecen dormidos deberán ingeniárselas para sobrevivir hasta que el “hechizo” termine. Ambientado en un pueblo de provincia, Vendrán lluvias suaves muestra a un grupo de cinco preadolescentes y algunos perros que ante el no despertar de sus padres deciden aprovechar la falta de límites y control para dar rienda suelta a sus deseos aventureros e imaginación. Relato de iniciación, con formato de cuento, Vendrán lluvias suaves, al igual que El día que resistía (2018), trabaja sobre la inocencia, los miedos, los roles que los niños copian de los adultos y aquellos mandatos que inconscientemente absorben con naturalidad. Pero a diferencia de la película de Alessia Chiesa no los aborda a partir del poder y la manipulación sino sobre la amistad y la solidaridad. Fund apunta a un relato simplista, que pese al entorno de ensoñación en que sumerge la historia, con toques fantásticos, está trabajado sobre elementos realistas, donde no salvarán al mundo pero si algún que otro perro.
Unos días atrás, en el Auditorium de Mar del Plata, pudimos ver Skate Kitchen, de Crystal Moselle. Previo al film, nos encontramos con una particularidad: la actriz principal, presente, introdujo la película con el clásico cassette puesto pero la rareza regía en que llevaba consigo un skate, objeto principal del universo que el film narra. Al instante nos resultó llamativo pues somos de la idea de la existencia de un quiebre, una división entre ficción y realidad. Sin embargo, finalmente se trató de un film teen prolijo, honesto y sin aires de grandeza. Con Vendrán lluvias suaves, de Iván Fund, sucedió lo mismo en la antesala: el multitudinario elenco, casi íntegramente conformado por niños, subió al escenario para presentar la película y el micrófono fue directo a uno de los chicos. Al público -claro-, con el elenco “adulto” como cómplice, le pareció agradable; el niño dijo lo que pudo, producto de los nervios, y los espectadores respondieron de la mejor manera. Aquí vienen las malas noticias: respecto de la calidad del film, lamentablemente no ocurrió lo mismo que con el americano. Ya es harto sabido que en los últimos años ha aparecido un especie de fervor nostálgico gracias a Stranger Things, IT, y remakes, secuelas y spin offs de películas de los 70 y 80. Siendo un poco menos benévolos, se podría decir que en realidad hay un deseo por la vuelta a lo infantil. Es cierto, también, que de estas obras también se pueden filtrar algunos elementos interesantes pero que no dejan de pertenecer a la cáscara de los films sobre los que se nutren; por lo menos hay algo parecido a la aventura. En Vendrán lluvias suaves, Fund se va exactamente a lo opuesto, aunque su film está provisto de una premisa interesante que se basa en un mundo -confuso e indefinido- donde los adultos no despiertan. Uno podría intuir que dicha situación a lo sci-fi impulsaría a los niños a las peripecias, aunque después ocurra lo contrario. Es curioso el proceder de la película, pues esboza un intento de ser un film de aventuras pero filmado como una de Malick, con la solemnidad del Nolan de Interstellar y con la pretensión de Tarkosvki o el Kubrick más denso; abundan los silencios, los planos largos del cielo o del campo -mal encuadrado- y los primeros planos de las caras de los niños. El sonido es sostenido por música ocasional pero insoportable, parte de un mecanismo perverso para infundirle al espectador reflexiones que el director no sabe inducir. Sin embargo, lo más cruel de la película reside en el tratamiento que hace de los niños: toda la belleza que (no) logra el film tiene que ver con características intrínsecas (ternura-lindura-blancura) de los infantes, y no con una estética perseguida de lo inocente o lo lúdico. Su propuesta no solo es perversa sino insultante: rebaja a los niños a simples caras bonitas despojándolos de toda trascendencia pero además, también impide que el espectador se conmueva con sus imágenes al no confiar en su capacidad de empatizar con ellas. Hay algo parecido a un personaje: una chica alta que deja entrever una obsesión con su abuelo, pero no solo sus apariciones son esporádicas sino que encima es lo más parecido a un adulto. Por último, y para culminar este soporífero comercial de Cheeky de ochenta minutos (le sobran cuarenta, por lo menos), los niños son sometidos a una alegoría, luego se larga a llover y se van a dormir, todos juntos. Es gracioso: al principio del film, los niños están despiertos (bueno, eso parecen), los adultos diegéticos duermen y al final, los chicos se han ido a dormir y el espectador adulto también.
En un pueblo pequeño de pronto los adultos no se despiertan. Los niños van notando la anomalía y, lejos de desesperarse o tener miedo, deciden atravesar una larga distancia para buscar al hermanito de una de las niñas, que sigue en su casa, al otro lado de la localidad. Es así como la pandilla de niños, sin prisa pero sin pausa y sumando integrantes humanos y perrunos por el camino se da a la aventura. “Nunca grabes con niños o con animales” es uno de los primeros consejos que te dan cuando empezás a estudiar cine. Ivan Fund duplica la apuesta y logra un resultado muy armónico. Con un ritmo lento pero atrapante, el espectador se convierte en un adulto invisible que mira a los chicos caminar solos desde la vereda de enfrente, sin intervenir, sin guiar, dejándolos que tomen ellos mismos todas las decisiones. Y el relato termina de funcionar cuando nos ponemos en los zapatos de un espectador infantil: los niños que vean la película también se sentirán identificados porque los personajes hablan su mismo idioma y viven la peripecia con su misma libertad. La historia se estructura como un cuento infantil, con intertítulos con ilustraciones del estilo de las de los viejos libros, que la separan en capítulos. Se basa, de hecho, en un poema centenario de la norteamericana Sara Teasdale, que versa sobre este posible futuro postapocalíptico. Y justamente, la representación del paisaje es una de las cosas donde se ancla de manera directa la cercanía que sentimos con el relato: el mundo no está destruido, ni en llamas, ni en ruinas. El paisaje es la misma cotideaneidad, el mismo día a día, lo que los niños viven de modo continuo, con la única salvedad que los adultos ya no los acompañan. ¿Sabemos el motivo? ¿Tenemos herramientas para evaluar una posible solución? No. Y tampoco tiene relevancia: el relato de Fund se apoya en el recorrido, en el viaje, en el vínculo de un grupo de niños que mira al mundo con una mezcla de sorpresa e ingenuidad que conmueve. Vendrán lluvias suaves es lo que se dice, realmente, una película para toda la familia. Alejada del impacto, la vertiginosidad y las emociones fuertes, es un retrato profundo y sensible sobre la inocencia y la amistad.
“Vendrán lluvias suaves” nos cuenta la historia de un grupo de niños que un día se levanta y no solo se cortó la luz en todo el pueblo sino que los adultos no se despiertan. Es así como el film abordará las aventuras de estos pequeños y su lucha por sobrevivir. “Vendrán lluvias suaves” nos muestra cómo los chicos se la rebuscan para pasar sus días sin los adultos y hacer sus tareas. Abordan sus miedos pero también aportan su cuota de inocencia y diversión frente a una situación desconocida. Es interesante haber tomado un hecho así desde la perspectiva infantil porque nos otorga otra mirada más naif o menos problemática que la que podrían tener las personas mayores. También vemos la cooperación entre ellos y la constante ayuda que se brinda y que le ofrecen a otros e incluso a los animales. Un mundo apocalíptico para nada en crisis, sino que se convierte en una aventura más. El ritmo del relato es algo pausado, con mayor predominancia de silencios o sonido ambiente que de diálogos o música. Esto hace que por instantes se vuelva un poco pesado. Asimismo, la sensación de corte entre escena y escena se ve acrecentada por la incorporación de imágenes como cuentos, que se relaciona con la historia que se está contando. De todas maneras, es un recurso interesante y le da un toque más infantil a la narración. Por otro lado, uno de los elementos estéticos más destacados es la iluminación, donde se utiliza únicamente la luz natural de día y de noche predomina la oscuridad con el simple destello de linternas cuando se quiere alumbrar algo. No solo es un buen recurso, sino que sigue la línea narrativa de la historia. Continuando con los aspectos técnicos, también cabe subrayar que por momentos se ubica la cámara desde la perspectiva de los protagonistas. Por último, el final se siente un poco simple, con una explicación que podrá no conformar a todos los espectadores. En síntesis, “Vendrán lluvias suaves” es una propuesta con una premisa atractiva y desarrollada a partir de una perspectiva interesante. A favor tiene su elenco de niños frescos casi sin (o sin) experiencia previa como también su originalidad y puesta escénica. Mientras que su ritmo pausado y su final poco profundizado le juegan un poco en contra.
La ciudad de los niños perdidos. En épocas donde el cine apela a escenarios post apocalípticos porque son rentables, sin dejar por supuesto de mencionar el boom de los zombies o aquellas películas de contagio masivo donde sobreviven muy pocos, nadie se pregunta por los niños más allá de esos personajes unidimensionales de este tipo de producto, que en pos de la supervivencia y la enseñanza de sus adultos rápidamente se transforman en algo muy distinto a lo que es un niño. Por eso la principal característica de Vendrán lluvias suaves es la omnipresencia de niños, de la inocencia y también la capacidad de adaptarse a zonas como la planteada desde el relato, con un sentido de la aventura y la búsqueda latente en cada paso y a flor de piel. El director de Los labios además intercala en este anómalo film una estructura narrativa de cuento infantil, con viñetas que cobran sentido en cada capítulo una vez que la idea de viaje y desafío en terreno desconocido llega de manera casi inexplicable y con la singularidad de la ausencia de adultos -duermen y no despiertan- durante toda la película. Durante los primeros minutos, Iván Fund nos muestra la vida cotidiana de un pueblo y anticipa que Alma, personaje pivot del relato, se quedará a dormir en casa ajena por primera vez, junto a otros niños de su misma edad hasta que la vayan a buscar. Esa noche de despedida coincide con un apagón general y Alma en casa ajena despierta con esos niños, sin luz y con los adultos en estado de narcolepsia o algo similar. Pero ella debe regresar a su casa en busca de un hermanito si es que sus padres corrieron la misma suerte que los adultos del lugar. Tranquilamente podríamos estar en presencia de un homenaje al cine de los ochenta y al de aventuras que para aquellos que superamos la barrera de los 40 años genera sabor a nostalgia desde Los Goonies hasta Cuenta conmigo, sin dejar de lado la magistral obra maestra ET el extraterrestre. Pero más allá de este desliz cinéfilo, de este revival a las apuradas, lo que debe reconocerse en el nuevo opus de Iván Fund es la solvencia de un relato de aventuras donde cobra enorme dimensión el paisaje humano y geográfico, esas calles sin gente, las casas que van ocupando el grupo de niños sin dejar un minuto de serlo, con diálogos o juegos en el medio que apartan la mirada del espectador sobre el fenómeno que atraviesa la trama. Similar al dispositivo aunque con otro enfoque es la recordada película de Celina Murga Una semana solos, también con protagonismo absoluto de chicos y ausencia del mundo adulto. No se trata de una relectura de películas como El señor de las moscas, ni siquiera de las mencionadas anteriormente. Se trata ni más ni menos que de una oda a la infancia, al misterio que se esconde en la búsqueda de lo desconocido o en el encuentro de aquello que no se puede explicar sin determinada sensibilidad, cualidad que hoy parece dormida como las siluetas que ocupan de manera fragmentada ese pequeño universo infantil compuesto de miedos, risas, comisuras manchadas de helado y ganas de en lo posible quedar siempre despiertos.
Una mañana, los adultos no se despiertan y los niños quedan librados a su suerte: cuentan con la camaradería como única herramienta para salir adelante. Vendrán lluvias suaves, que acaba de ganar el premio especial del jurado en el Festival de Mar del Plata, sigue a un grupo de chicos que un buen día se encuentran sin la tutela de sus mayores y se lanzan a buscar al hermanito menor de la protagonista, Alma. Estructurada como un cuento infantil, en capítulos marcados por separadores con ilustraciones, la película tiene varias fuentes literarias de inspiración: tomó el título de un poema de Sara Teasdale que describe un paisaje posapocalíptico, y de un breve cuento homónimo de Ray Bradbury que retoma el poema. Una pandilla de menores lanzada a lo incierto por las calles de un pueblo (todo fue filmado en Crespo, Entre Ríos, habitual escenario de los largometrajes de Fund) puede remitir al cine de Spielberg, a títulos emblemáticos como Cuenta conmigo o a homenajes spielbergianos como Stranger Things. Pero aquí el ritmo es otro: hay menos aventura y más introspección. Aquí no hay Demogorgons ni agentes secretos. La película se sale de lo habitual para el cine nacional en cuanto a su premisa fantástica, pero el tono de la narración, contemplativo y sin estridencias, está en una reconocible clave argentina. Lo que se muestra es una fe ciega en el candor de los chicos, en su falta de prejuicios para afrontar los inconvenientes que les pueda presentar la vida. Acompañados por animales, su espíritu lúdico es lo que los sostiene en un entorno adverso. En un marco que podría resultarles desesperante, ellos mantienen la calma, lidian con el fantasma de la muerte y llevan adelante una epopeya mínima. Con un final tan abierto como intrigante, que deja el terreno listo para una continuación.
Una premisa fantástica -¿Qué pasaría si un día los adultos no se despertaran y el mundo quedara habitado solo por niños y animales?- dispara las aventuras infantiles en el corazón de este film de tono íntimo e inspiración literaria -el cuento El pato y la muerte, de Wolf Erlbruch, un poema de Sara Teasdale del que el director tomo prestado el título, un relato de Ray Bradbury que retoma ese poema- filmado en Crespo (Entre Ríos), habitual escenario de las historias de Iván Fund. Ganador del premio del jurado en el Festival de Mar del Plata, el film trabaja con rigor y sensibilidad los primeros contactos que un grupo de chicos curiosos y resueltos tiene con asuntos densos como la muerte y la soledad.
Iván Fund sigue probando nuevos caminos y cada vez más ligados al cine de género. Tras esa perla (que pasó bastante inadvertida) llamada Toublanc, cambia completamente de registro con este film que en principio incursiona en ese subgénero tan querible como el de las aventuras juveniles (Los Goonies, Cuenta conmigo, Súper 8 y el boom de la serie de Netflix Stranger Things) con elementos absurdos por lo inexplicables. En principio vemos a niños y perros (el manual del productor dice que nunca hay que filmar con niños y perros) vagando por una ciudad fantasma, vacía. Uno podría pensar que se trata del momento de la siesta en un pequeño centro urbano de provincia (se rodó en Crespo, Entre Ríos), pero la ausencia de adultos quedará explicada pocos instantes después. Los padres duermen, pero nunca se despiertan (tampoco es que estén muertos). Así, los chicos -que parecen no estar demasiado preocupados- aprovecharán esa falta de control adulto para dar rienda suelta a sus deseos de exploraciones y travesuras (como romper los vidrios de un lugar abandonado y meterse). Como suele ocurrir en este tipo de situaciones (recuérdese, por ejemplo, Nadie sabe, del japonés Hirokazu Kore-eda) surge entre ellos actos de solidaridad y camaradería. Los más grandes ayudarán a los más pequeños en situaciones del tipo desinfectar una herida, bañarse, alimentarse, pero también deberán afrontar algunos conflictos más arduos, como atender a un perro muy lastimado, o sobrellevar un gigantesco corte de luz que le da al film un tono de fábula terrorífica y hasta algo apocalíptica. De todas maneras, quien crea que Fund se convirtió en un nuevo Steven Spielberg o un J.J. Abrams deberá saber que Vendrán lluvias suaves no deja de ser una película minimalista y lúdica, sobre cinco chicos y preadolescentes (los debutantes absolutos Alma Bozzo Kloster, Simona Sieben, Florencia Canavesio, Emilia Izaguirre y Massimo Canavesio) que pasean por el campo, van al río y se acompañan para combatir la soledad. Es una apuesta bucólica y sencilla (aunque con inteligentes ideas visuales) que deja mucho espacio para la observación y los pequeños detalles, en la que buena parte del desafío es encontrar y transmitir la espontaneidad, la naturalidad de estos pequeños intérpretes. Cuando lo logra (y afortunadamente son varios los pasajes) el film consigue seducir y fascinar.
“Vendrán lluvias suaves”, de Iván Fund Por Jorge Bernárdez Octava película de Ivan Fund, director prolífico que ya es una figura habitual del cine argentino y que ha demostrado una mirada personal y poco convencional con títulos como Hoy no tuve miedo o Los labios. Vendrán lluvias suaves trae la sorpresa de que el vehículo elegido esta vez es un relato de corte fantástico, con un grupo de niños entre siete y once años como protagonistas. En un pueblo de provincia una mañana los niños se despiertan y salen de la cama, pero el resto de los habitantes del pueblo no. Los chicos no saben si los adultos murieron, no saben si están dormidos y despertarán y apenas saben que esa mañana sus vidas cambiaron y que deben asociarse para sobrevivir. Hay en ese comienzo distintas promesas posibles de desarrollo y el director elige la más compleja, pero además digamos que lo que elige es el desarrollo posible de una ciencia ficción periférica. Los modelos de Fund son claramente aventuras al estilo de Los Goonies y más cercano en el tiempo la serie Stranger Things, pero lo suyo va más allá de un estructura probada, sino que lo que hace a partir de ese comienzo fantástico es generar un relato que también elude el modelo de otro relato iniciático que ha sido muy usado que es el de El señor de las moscas. Vendrán lluvias suaves se apoya en ese comienzo inquietante para alejarse del género y apoyarse en el desarrollo de las relaciones del grupo en el que los niños, lejos de replicar una sociedad al estilo de los adultos, se apoyan entre sí para ir descubriendo todo lo que la nueva situación les propone. Partiendo de fórmulas reconocibles y queridas por aquellos que aman al cine, la película de Fund tantea otro desarrollo posible, se hace fuerte en un manejo de actores ejemplar y busca nuevas miradas y resoluciones. Un relato fantástico que se hace fuerte evitando efectos especiales y confiando en el clima de extrañeza, que se genera a partir de la situación inicial. Una aventura inusual que necesita el acompañamiento de un espectador que no se asuste de transitar un camino novedoso y arriesgado, una historia que no se apoya en lugares comunes y confía en que una ficción fantástica puede ser posible. VENDRÁN LLUVIAS SUAVES Vendrán lluvias suaves (Argentina/2018). Dirección: Iván Fund. Elenco: Alma Bozzo Kloster, Simona Sieben, Florencia Canavesio, Emilia Izaguirre y Massimo Canavesio. Guión: Iván Fund y Tomás Dotta. Fotografía: Gustavo Schiaffino. Música: Mauro Mourelos. Edición: Lorena Moriconi, Martín Solá e Iván Fund. Dirección de arte: Adrián Suárez. Sonido: Guido Deniro. Distribuidora: 3C Films. Duración: 81 minutos. Apta para mayores de 13 años.
Un bello titulo que viene de un poema de Sara Teasdale que inspiró a Bradbury, para esta historia fantástica, en tono de fábula, que según el director Iván Fund, es “una ensoñación estructurada a modo de cuento infantil” Una historia de un matiz que roza lo apocalíptico pero que desde el punto de vista de los niños se desarrolla sin grandes dramatismos, como opción de aventura para un grupo de chicos. Ellos son los que descubren que todos los adultos, empezando por sus padres, están dormidos y no los pueden despertar. Y que tienen la puerta abierta para una libertad inesperada y tentadora. Con un grupo de pequeños actores, con desigual desempeño, pero mucho entusiasmo, el film desarrolla su cosmovisión entre ingenua y naif de un mundo que puede ser cruel pero no lo es, que tiene atisbos de problemas serios, y una interesante metáfora para los habitantes de la madurez, y que transita el género de las aventuras juveniles. Con una apuesta a lo bucólico, con buenas ideas visuales, el sabor de los pequeños detalles y momentos muy logrados de espontaneidad, solidaridad y situaciones que bordean lo terrorífico. El juego de estos niños parece no tener fin, pero también su valentía e ingenio. Esta película mereció el Astor de Plata, Premio Especial del jurado (que compartió con la coproducción de Brasil y Portugal “Chuva e Cantoria na aldeia dos mortos).
El pueblo que se entregó a la siesta El realizador toma un tópico al parecer trillado –un grupo de niños enfrentado a una situación inesperada, sobrenatural– pero lo recorre sin caer en lugares comunes. El film viene de obtener una Mención Especial del Jurado en el Festival de Mar del Plata. La Competencia Argentina del reciente Festival de Mar del Plata mostró que la cinematografía nacional tiene sus mandatos. Desde ya que ninguno está escrito o forma parte de los contenidos académicos de alguna facultad, pero sus huellas son indisimulables en la pantalla grande. El principal y más visible es aquel que parece desaconsejar filmar lo que se tenga a mano, como si recurrir a universos cercanos y conocidos fuera un pecado. De allí que hayan abundado documentales, ficciones e “híbridos” que apostaban por conjugar lo exótico con lo desconocido viajando hasta lugares alejados e inhóspitos: películas que piensan que a mayor distancia del punto de origen de sus realizadores, mayor será el carácter sorprendente de lo mostrado. Iván Fund es una de excepciones más notables a esta regla, un director que ha construido gran parte de su obra basándose en la observación atenta de las diferentes aristas de la rutina de la localidad entrerriana de Crespo y sus alrededores. Una obra que con Vendrán lluvias suaves pega un volantazo radical entrelazando esa observación con un modelo narrativo ampliamente trajinado –no aquí, desde ya– como el de las aventuras infantiles. Lo sorprendente, entonces, como consecuencia de dejarse sorprender. Tal como afirma el catálogo de Mar del Plata –de donde el film se llevó una Mención Especial del Jurado de la Competencia Internacional–, el guión coescrito por Tomás Dotta y el realizador de Hoy no tuve miedo, Me perdí hace una semana y Toublanc tiene como grandes referencias a Los Goonies y Súper 8. De ellos toma la idea madre de un grupo de chicos sometidos a una experiencia extraordinaria a raíz de un evento anómalo y un tono que coquetea entre el terror infantil y un progresivo corrimiento hacia lo fantástico. Spielberg y la reciente Stranger Things podrían sumarse a la nómina de antecedentes de este film que comienza cuando, luego de un apagón nocturno, los adultos del pueblo caen en un sueño profundo, una suerte de maleficio sin final a la vista que deja a los niños y adolescentes librados a su propia suerte. Fund muestra ese apagón desde una toma aérea que capta el carácter plano y apacible del lugar. Un lugar que, aunque mayormente dormido, tendrá un peso narrativo igual de importante que el de sus protagonistas de carne y hueso. Esa noche Alma había dormido por primera vez fuera de su casa, por lo que el destino de su familia es una auténtica incógnita. Lentamente irá cruzándose en la calle con otros chicos en su misma situación. ¿Qué pasó? ¿Por qué todos duermen menos ellos? El punto de partida pone al espectador a la espera de novedades sobre los motivos del sueño. Pero esas novedades nunca llegan. A cambio, Vendrán lluvias suaves –el título proviene de un cuento breve de Ray Bradbury– muestra el recorrido de los chicos a lo largo de esas calles vacías rumbo a la casa de Alma, donde su hermanito está solo. En ese acompañamiento se cifra la operación del director: las calles son las mismas de siempre, al igual que esos perros que vagabundean sin rumbo definido, pero lo que ha cambiado es la forma de observarlas y su significación. Habitual ámbito de hastío y tiempos dilatados, el terreno funciona ahora como una pista de obstáculos acordes a las particularidades de su fisonomía. Acá no hay monstruos gigantes ni grandes desafíos por la supervivencia; sí una aventura construida sobre la acumulación de pequeñas épicas cotidianas. Rescatar a un perro encerrado en un auto, atender a un chico lastimado luego de caerse de un árbol o atravesar una nube de mosquitos son algunas de las postas que atravesarán los chicos durante el periplo. Fund pega la cámara a ese grupo de chicos de entre 5 y 11 años sometidos a una experiencia bisagra, el potencial inicio de una nueva etapa, para captar al detalle sus expresiones y la construcción de una dinámica. Quizá sea esa contención mutua la que explique la pasividad interna que los atraviesa. Lejos de la desesperación, tanto Alma con el resto del grupo lucen llamativamente calmos. “¿No tenés miedo que tus papás no se despierten?”, le pregunta uno a otro, que responde con un rotundo “no”. En ese sentido, y aun tratándose de un universo con reglas propias, no le hubiera mal a Vendrán lluvias suaves acrecentar la sensación de sorpresa y temor, dos elementos fundamentales del género de aventuras ante la aparición de lo sobrenatural.
Qué mejor plan para un niño que poder hacer lo que quiere cuando los adultos no están para controlar? Entre lo fantástico y lo cotidiano, Ivan Fund crea una fábula atrapante sobre la infancia, una historia como nunca, hasta ahora, el cine nacional lo había hecho. Sensible, honesta y con un gran trabajo actoral de los niños del elenco, en plan aventura y sorpresa.
De clima sereno pero efecto persistente, Vendrán lluvias suaves roza lo fantástico imaginando un pueblo en el que un día los adultos no despiertan y los chicos espontáneamente van agrupándose, ayudándose uno al otro y saliendo en busca de respuestas sin renunciar al juego y la aventura. La película tiene un tono austero y delicado, desenvolviendo sin demasiados sobresaltos algunos momentos de sugestiva belleza, como cuando muestra imágenes consecutivas de pibes de diferentes edades explorando el pueblo semivacío en compañía de sus gatos o perros. En el marco del festival (antes de saber que recibiría un premio) dialogamos con Fund sobre su obra. ¿Qué te motivó a hacer la película? – No hubo un disparador concreto. Siempre hay un conglomerado de elementos que, de a poco, comienzan a ordenarse. En el caso de Vendrán lluvias suaves yo había estado un par de años muy obsesionado con los libros infantiles, las novelas gráficas, los comics. Me había fascinado ese universo que desconocía y, de hecho, tuve la experiencia de hacer un libro llamado El organismo, para el que convoqué a una ilustradora y que por suerte se editó este año en Francia. Con esas inquietudes descubro El pato y la muerte, de Wolf Erlbruch, un libro infantil muy simple, con ilustraciones. Ahí había algo de la forma de relacionarse con el mundo y con la muerte que me interpelaba. Por otro lado, hace ya diez años que hago películas, en los últimos tiempos se fue clausurando cierta búsqueda y volvieron esas ganas de recuperar el cine que yo veía de pibe, por el cual empecé a dedicarme a esto también. – Vendrán lluvias suaves parece una combinación de ese cine que mencionás con tu estilo habitual, con tu propia búsqueda. – Seríamos vende humo si dijéramos que es una película de aventura o de cine fantástico. No es eso. Sólo incorpora elementos de ese lenguaje, como de alguna manera lo hacía Toublanc con el policial. Tenía interés de empezar a incorporar códigos del cine de género. Si se quiere, abrir un poco el hermetismo que tenía mi cine anterior. – Un rasgo que se mantiene es la ternura, una mirada sensible sobre las cosas. – Eso es un halago y me encanta que la película pueda transmitir esa manera de ver el mundo. Estamos bastante bombardeados por un cine que suele ser más un comentario que una experiencia y quería poner la atención en esos matices que hay entre el blanco y el negro. Porque si no pareciera que uno es un predicador, que dice Se viene el Apocalipsis o La salvación es ésta. La realidad afortunadamente siempre es mucho más compleja, con más fisuras. – La película estimula distintas interpretaciones. ¿Hubo alguna reflexión en particular que te interesó dejarle al espectador? – Para mí es valioso que la película dispare ese abanico, que cualquiera de las hipótesis funcionen. Puede haber una lectura epidérmica y cosas más subterráneas. Algunas tan subterráneas que no las ve nadie… Se trata un poco de esta búsqueda que uno está haciendo. Me gustaba que la película se eleve por sobre el blanco y el negro, celebrando la posibilidad de que, finalmente, lo único con lo que contamos es al que tenemos al lado, y cómo lo tratás. Es la única manera de atravesar el mundo, digamos. Los adultos están dormidos, hay cosas que se les pasan. Y aunque tenemos la tendencia a pensar en una catástrofe, los niños ven que eso está pasando pero no les preocupa verdaderamente porque tienen esa mirada matizada por otras cosas. – Por el juego, por ejemplo. – Eso es interesante porque yo pensé mucho en la idea del juego, en cómo está profundamente ligado a su realidad. Cuando el niño juega, se juega la vida, porque en realidad piensa que eso puede pasar. Si bien los niños asumen –tal vez un poco secreta o melancólicamente– esa suerte de desamparo, o de existencialismo pre-púber, devuelven la dimensión real a cada cosa. Como si dijeran Esto está mal, pero mientras tanto… Se puede luchar estando contentos, digamos. Creo incluso que el festival asumió un riesgo al programar Vendrán lluvias suaves, porque en las secciones principales suele haber películas más fácilmente tematizables, en sintonía con la agenda del momento. – ¿Los fundidos a negro representan el gesto de dar vuelta las páginas de un libro? – Sí, total. Tiene que ver con esa visión un poco fragmentada, que te dormís y pescás esto o lo otro. Hay una lógica de ensueño en la película. Por eso es un poco arbitraria en algunas cosas. Bueno, el cine es arbitrario siempre. – Las locaciones elegidas tienen algo de pueblo venido a menos, con esas fábricas abandonadas y casas a medio revocar. No son lugares demasiado bonitos ni terroríficos. – En eso fue fundamental Maxi Schonfeld, ayudó mucho. Como los protagonistas son rubios y de ojos celestes, siempre hacíamos el chiste Alguien va a decir que parece una película danesa, pero en Crespo son todos descendientes de alemanes. No sólo los chicos son de allí, también sus casas y sus perros. Me encantó trabajar con ellos, son una masa. Fueron re cómplices. Proponían todo el tiempo. Son un atajo a la ficción, no tenés que convencerlos de nada. – ¿Por qué te interesó que transcurriera en un lugar indeterminado de Argentina? – Transcurre en lugares que tienen una connotación emocional muy fuerte, porque me crié ahí. La fábrica es donde trabajó mi viejo cuarenta años. La casa es de un amigo, donde yo me quedé a dormir fuera de la mía por primera vez. La idea de no anclarla en una geografía concreta tiene que ver, además, con la idea de que puede estar pasando todo en la cabeza de alguien. Medio en broma y medio en serio, digo que es como El Eternauta con niños. Y el protagonismo lo tiene un grupo, no un héroe. – La música aporta extrañeza y sentimiento al mismo tiempo. Y su uso no es excesivo. – La hizo Mauro Mourelos, un músico de jazz que por primera vez hace música para una película. Yo había tenido una buena experiencia con él con Me perdí hace una semana (2012), en la que hizo un fragmento. Me gusta que la música sea como las piedritas que ponés para ir pasando por encima del agua, Mauro lo entendió perfecto. Hay también cierto uso de la misma como en el cine oriental o el animé. – ¿Por qué no hay teléfonos, computadoras o televisores encendidos? – Entiendo que como director de cine en 2018 debería empezar a incorporar esos elementos al relato. El teléfono de tubo fue fundamental para la historia del cine, por ejemplo. Habría que repensar cómo usar las nuevas tecnologías: la única peli que me gustó cómo está usado eso es Personal Shopper (Olivier Assayas), ya que en la manera en que la protagonista manda los mensajes o usa la computadora hay un hecho estético. En nuestro caso, no lo necesitábamos para la historia. Ayudó que cuando hicimos el casting le preguntábamos a los nenes que venían cuál era su juego favorito y nos decían Jugar al fútbol, a la escondida, ir al parque con los amigos. Casi nadie dijo Jugar a la play. Lo cual me sorprendió. – Hay un plano cenital bastante curioso, con la cámara elevándose, mientras los chicos caminan. – Me pareció un buen recurso para expresar desolación. La cámara está siempre a la altura de los chicos, por eso me parecía importante que un par de planos los contextualizara en ese pueblo abandonado. Se hizo con un dron. Teníamos poco tiempo pero creo que funcionó. Juega también con la idea de que alguien viene del espacio, mirando desde una perspectiva no humana. Además, hay algunas presencias que yo quise que fueran muy sutiles: el que las ve las ve, y el que no, no las ve. Por Fernando G. Varea
OMBLIGUISMO AUTORAL Al principio, el proyecto parece obedecer a esa moda nostálgica por las películas protagonizadas por niños y que tan buenos resultados han generado en la taquilla. Sin embargo, el realizador abandona ese camino (¿el temor a los géneros?, ¿el miedo al qué dirá el público festivalero?). Es indudable la capacidad de Iván Fund por explorar poéticamente a través de las imágenes, esta vez sostenidas incluso por la excelente fotografía de Gustavo Schiaffino. Sin embargo, lo anterior es inversamente proporcional al manejo narrativo, un signo visible en películas anteriores del director. La novedad es la incursión en lo fantástico a partir de un apagón general que provoca un letargo somnoliento en los adultos y que les sirve a los niños para tomar la posta en la ciudad. El gancho es fuerte pero Fund privilegia una atmósfera sobrecargada en lugar de explotar el orden de los hechos. El peor pecado es desaprovechar la espontaneidad y las posibilidades de los chicos. Tampoco el uso del sonido ayuda demasiado, sobre todo porque termina por saturar. Finalmente, el resultado se resiente porque los niños terminan siendo de los tantos personajes autómatas urbanos a los que nos tiene acostumbrado el cine argentino en gran parte. En otras palabras, el ombliguismo autoral se pone por encima de la historia y los personajes.
Su desarrollo tiene un toque de fábula y fantasía, su estructura narrativa se divide en capítulos como si fuese un cuento infantil. Todo se desarrolla en un pueblo rural donde algo especial sucede, tiene un estilo apocalíptico, el lugar se queda sin luz y todos los adultos quedan dormidos, solo quedan despiertos los niños y los animales. Su relato es sencillo e intimista, abundan los silencios, los planos largos, la cámara muestra la cara inocente de esos niños que se mueven con total naturalidad, posee buenas imágenes ilustrativas pero es difícil que el espectador tenga conexión con este planteamiento a lo largo de unos ochenta minutos.
Larga siesta Fue durante una noche como cualquier otra que un extraño fenómeno dejó a oscuras a toda la ciudad. A la mañana siguiente toda la población adulta siguió plácidamente dormida, sin despertar ante nada. Era justo esa noche la primera que Alma pasaba fuera de su casa, quedándose a dormir con unas amigas no sin bastante reticencia. El primer día de misterio pasa sin mucho sobresalto, pero a la segunda mañana le expresa al resto del grupo su deseo de volver a casa, donde su hermanito menor debe estar solo y en peligro mientras sus padres duermen. Así comienza su viaje de aventuras a través de una ciudad pequeña pero apenas conocida, sin saber el camino a seguir pero con un grupo de amigas y perros para secundarla. Ninguno sabrá si hay guerra ni le importará el final El grupo de Alma no parece sorprendido ni asustado cuando descubre que los adultos no se despiertan, y antes de resolver el misterio o intentar pedir ayuda hacen lo que probablemente harían muchos a su edad: saquear el freezer de helados en el kiosko más cercano. Aunque tanta calma es una reacción extraña, es intencional que no veamos casi nada de ese primer día porque lo que importa contar es la aventura que viene después, con el grupo enfrentando pequeños desafíos como perderse en la ciudad, rescatar a un perro o pasar la noche solos. Su misión no es resolver el misterio ni salvar a todo el mundo, sino tan solo a un hermanito menor perdido. Y eso sin perder cada oportunidad de divertirse o hacer amigos que encuentren de camino. Contar la causa del extraño sueño de los adultos no es muy importante tampoco para el director, que se contenta con dar algunos indicios para luego enfocarse en lo que realmente quiere contar, que es el accionar de los chicos dejados a su suerte. Tanta amplitud le juega un poco en contra, porque pretender ser tan grande solo logra que pierda contundencia, diluida en numerosos escenarios y personajes indistinguibles unos de otros por compartir apariencia y por su irrelevancia: son mayormente intercambiables sin que eso afecte a la trama que se cuenta, y apenas Alma tiene una meta específica por más que no se ve muy ansiosa por cumplirla. El mismo sentimiento diluido transmite todo en Vendrán Lluvias Suaves, abarcando actuaciones e imagen de forma pareja y dejando la sensación de una buena idea aprovechada a medias.
Alma se queda por primera en casa de una amiguita y su familia. Debe andar por los ocho años y en la casa hay otros chicos. En la noche se produce un fenómeno estelar. A la mañana, los chicos despiertan, pero los adultos no. Después los chicos descubrirán que lo mismo pasa en otras casa. Esperando que los adultos despierten, cinco chicos acompañados de sus animalitos recorren la zona rural en que viven, juegan, se llenan de golosinas y acompañan a una de las nenas a buscar a su hermano. La mayor oficia de madre, y durante algunos días no duerme porque tiene miedo de no despertar. Singular y mágica, como su título, "Vendrán lluvias suaves" es una nueva producción de Iván Fund ("Los labios", "Toublanc" y otras), realizador santafesino de poco más de treinta años y con siete realizaciones anteriores en el campo del largometraje. Historia narrada como un cuento infantil, a veces con líneas y dibujos de una página que cuenta algún detalle de la narración, "Vendrán lluvias suaves" puede verse como un viaje de chicos que exploran su vecindario. Con fuertes lazos de solidaridad y cierta conciencia de que algo diferente pasa (momentos de ensimismamiento y desconcierto en la mirada), el pequeño grupo libera perros encerrado en autos o los cura de alguna herida, y no olvida antes de partir alimentar al pececito de la casa, para luego dar su lugar a vacas, pájaros y algún mamboretá. El director dice haberse inspirado en un poema de Sara Teasdale, que Bradbury incorpora en el cuento "Vendrán lluvias suaves" y en "El poeta y la muerte" de Wolf Erlbruch. La poesía del relato, ciertos momentos en que la soledad y la muerte parecen rozar sin dramatismo a las criaturas, acercan el filme a sus inspiradores. Otro realizador argentino, Carlos Hugo Christensen, llevó con sensibilidad al cine un relato con niños en que la fantasía daba paso al horror ("Si muero antes de despertar", inspirada en el relato de William Irish). ENVOLTORIO Con algún acercamiento al Andrés Muschietti de "Mamá", "Vendrán lluvias suaves", premiada en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, es una producción sensible, cuidada en sus detalles, con logradas actuaciones de niños, bella fotografía y mágicos toques musicales de Mauro Mourelos, que dan el tono justo del filme.
Después de su reciente paso por la Competencia Internacional del Festival de Cine de Mar del Plata, donde ganó el Gran Premio del Jurado, se estrena Vendrán lluvias suaves, película de Iván Fund escrita junto a Tomás Dotta, que se introduce en el cine de género pero con el estilo que caracteriza a su realizador. Un día de verano que se corta la luz, los adultos no despiertan. Sumidos en una especie de sueño eterno -o al menos provisorio-, los niños despiertan como de costumbre y se encuentran como si estuviesen solos en el mundo, pues los adultos no son más que cuerpos arrojados sobre la cama, no muertos, simplemente durmiendo. Si los adultos no despiertan y los niños se quedan solos, el hermano menor de una de las protagonistas no estará con nadie en su casa. Es entonces que deciden ir a buscarlo, en un principio desenvueltos por la ausencia de la mirada adulta pero, con el paso del día, algo más preocupados. En especial una chica con la que se encuentran en el camino, la mayor, que teme cumplir años y no poder despertar. Y ese trayecto, esa road movie a pie, es el que va a narrar Fund en Vendrán lluvias suaves. Un mundo sin adultos, con niños y mascotas que quedan olvidados y vagando. Es eso principalmente la película, un andar. No hay grandes conflictos ni mucha acción, y sin dudas la película no lo necesita, no para lo que el director, junto a su coguionista Tomás Dotta, pretende contar. En el medio, placas con fragmentos de cuentos infantiles presentan esta especie de viñetas o capítulos, como si fuese un cuento, aunque estas frases no tengan relación directa e impriman más un tono que otra cosa. Fund apuesta a la contemplación, al estilo de cine observacional que tan bien maneja, y no necesita más que eso, una destacable fotografía y un grupo de pequeños actores que le sigan el rastro. La infancia que narra Fund es hermosa pero está llena de terrores que en principio le pertenecen a los adultos. Un film protagonizado exclusivamente por niños podría haber encontrado con facilidad flojeza en las interpretaciones, y sin embargo eso no sucede. Cada uno de ellos se desenvuelve con naturalidad, capaces de mantener incluso esos largos planos que le gustan a su director.
El día que lo niños se quedaron solos. Iván Fund nos propone una rara avis dentro de la Competencia Internacional. De repente, un grupo de niños que se encuentra en una especie de pijama party, notan que están solos. Los adultos no despiertan, están sumidos en una especie de sueño eterno. A partir de ese instante, se formará una hermandad entre ellos. Y la meta será ir a la casa de una de las invitadas, a buscar a su hermanito, que supuestamente está solo. Así se embarcan en una road movie a pie, en la que atravesarán todo tipo de situaciones, con dos acompañantes caninos incluidos. Ellos se ayudan, son solidarios, con claridad van resolviendo los problemas que van surgiendo. Aquí se describe una naturaleza pacífica de los niños, bien alejada de la crueldad. Una especie de fábula que deviene en fantástica, que saca lo mejor de estas almas. No extrañan a sus padres, y se las apañan solos. Pareciera que todavía no están “contaminados” por las imposiciones sociales. Vendrán lluvias suaves tiene una fotografía increíble, actuaciones infantiles bien dirigidas, y emana cierta pacifidad a través de la pantalla. Quizá lo más endeble sea el guion, que queda en medio de un relato fluido, naturalista, de tipo improvisado; contra un final estilo mainstream, que hace recordar a la Señales de Shyamalan; además de cerrar por completo la historia. Un relato tan suave, como las lluvias del título.
Ya en Toublanc el cine de Iván Fund anunciaba un giro: el director, que desde La risa viene mostrándose como un inventor de formas, se replegaba sobre algunos códigos de los géneros y los utilizaba como plataforma para expandir un proyecto de observación del mundo. En Vendrán lluvias suaves, la película toma el motivo de la distopia, eso que a veces se llama cine posapocalíptico. En alguna pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires, sucede algo misterioso: los adultos se quedan dormidos y ya no despiertan, y los chicos deben valerse por sí mismos sin la ayuda de los padres. Ni bien empieza, se entiende que a la película el género le sirve como una estructura, como apenas un montón de convenciones reconocibles con los que llevar a cabo un proyecto exploratorio. No se trata, entonces, de una “relectura”, sino de una lectura más fina, menos atenta a los estallidos narrativos que a los intersticios que se abren más allá (y más acá) del relato. La materia primordial de Vendrán lluvias suaves son los chicos: las cámara los sigue a todas partes y mira bien de cerca, visiblemente fascinada con el grupo. Cada uno descubre a su manera una tragedia que desborda cualquier capacidad de entendimiento: los padres no reaccionan, pero tampoco están muertos, sino suspendidos, como atrapados en un ámbar hecho de sueño. Una vez constatada la situación, los chicos se lanzan a la supervivencia: algunos se atrincheran con mantas y víveres en sus casas, otros salen en busca de amigos. El guion consigue un tono singular que oscila permanentemente entre el drama de la incertidumbre y la exploración libre del entorno y de sus personajes: es como si la película nunca terminara de suscribir a los códigos narrativos de ese tipo de historias y solo volviera sobre el género para aprovechar una carga afectiva conocida, sin la necesidad de atarse a sus mandatos. Los diálogos de los nenes alternan entre el miedo ante lo desconocido y el disfrute de lo extraordinario: el peligro está, lo palpan, lo sienten toda vez que viajan o que está por hacerse de noche, pero algo siempre los devuelve de nuevo a los juegos, a las preguntas simples, a las risas ante alguna gracia. El cambio de estado se hace patente en los espacios familiares invadidos por insectos y animales, como se ve en el desorden de una mesa llena de platos y vasos sucios de la que se adueñan unas chinches. Los perros, figuras siempre presentes en las películas del director, se integran rápidamente a la aventura y ofician de vigías sabios y compañeros de travesuras por igual. La belleza frágil pero luminosa del grupo es potenciada todo el tiempo por un paisaje conurbano deshabitado del que director sabe extraer una intemperie final, una desolación absoluta que parece haber sido diseñada a la medida de la ciencia-ficción. Ante ese espectáculo sobrecogedor uno se pregunta cómo es que el cine argentino solo haya visto allí escenarios naturalistas. Si el cine de Fund esta vez no parece tan interesado en crear formas inéditas, resulta claro en cambio que sigue empeñado en descubrir lo maravilloso escondido en los pliegues de lo cotidiano.
En clave de fábula infantil con cierto terror y suspenso, este relato del director de “Toublanc” se centra en un grupo de chicos que descubre que sus padres no logran despertarse de sus sueños y deciden emprender una aventura con consecuencias inciertas. Las historias de niños solos, alejados y separados de sus padres, dan para mil tipos de permutaciones dramáticas, desde la más social como NADIE SABE, del japonés Hirokazu Kore-eda a la más impresionista y de recorte político como es EL DIA QUE RESISTIA, de Alessia Chiesa, que también se presenta en este festival. Después, claro, están los “coming of age” tan caros a Hollywood cuyo ejemplo más paradigmático acaso sea CUENTA CONMIGO, basada en un relato de Stephen King. VENDRAN LLUVIAS SUAVES abreva en todas esas referencias un poco, pero a la vez es dueña de su propio mundo, uno que combina la magia del cuento infantil con el cine de observación ya clásico de Fund. La historia tiene ribetes de suspenso que hacen suponer una película más directamente fantástica. Y si bien en cierto sentido lo es, gran parte del tiempo eso da un paso al costado en la narración. La premisa es prometedora: una mañana los niños (o un grupo de niños) de un pueblo se levantan y se dan cuenta que todos sus padres duermen. Y que no hay electricidad. Ninguno intenta despertarlos pero da la impresión que los adultos se encuentran bajo una suerte de embrujo o situación propia de película de M. Night Shyamalan. Con los adultos en sueño perpetuo, este grupo de niños empieza a conectar, a jugar, a recorrer lugares y, finalmente, a salir en la búsqueda del hermano pequeño de una de las niñas. Si bien la premisa pone al espectador a la espera de novedades (“plot points”, dirían los guionistas), Fund prefiere dejar de lado cualquier tipo de narración tradicional y elige depositar su mirada en el cotidiano de los chicos: una caminata, una recorrida por el pueblo, la caída de la noche, los objetos con los que juegan, una fogata y así. Los perros también los acompañan y son protagonistas de escenas importantes dentro de este relato que es más impresionista que clásicamente narrativo, al menos hasta llegar a su final. La película está enmarcada en textos de libros de cuentos infantiles que sirven para entender el tono que Fund y su coguionista Tomás Dotta buscan: algo del cuento de terror para niños, con misterios, aventuras y complicaciones. VENDRAN LLUVIAS SUAVES –titulada como y libremente inspirada en un cuento de Ray Bradbury de “Crónicas marcianas”— las tiene, pero Fund prioriza los climas a la aventura y durante la primera media hora al film le cuesta encontrar su tono, y la oscuridad y el silencio por momentos abruma. Pero una vez que los chicos salen de la/s casa/s para el exterior, la película se abre un poco más a los diálogos, a las situaciones de riesgo y al descubrimiento. Más allá de no aprovechar del todo la premisa –que daba para imaginar otro tipo de complicaciones en un filme de espíritu más clasico o hollywoodense–, VENDRAN LLUVIAS SUAVES otorga momentos de bella poesía visual, con la cámara husmeando en los rostros de los niños y animales, deteniéndose en sus juegos infantiles y en sus caminatas por las calles desiertas de un pueblo que parece haber entrado en una siesta eterna. Al final, cuando elementos más fantásticos aparezcan, uno se quedará pensando en que allí había, quizás, otra película a desarrollar. Pero la elección del realizador, ayudado por un muy carismático grupo de niños, todos actores no profesionales, es otra. Y, en su intento de capturar las sensaciones de miedo, camaradería y amistad, consigue exactamente lo que se propone.