El imperio mediático En Videocracia, el director Erik Gandini documenta el poder de la televisión y comienza mostrando un bar que era utilizado para realizar un programa de preguntas y respuestas, en el que una mujer se iba sacando la ropa a medida que los participantes contestaban. "Era el comienzo de la tevé del Presidente", asegura el narrador y también director del film. La película accede a las esferas más poderosas, acercándose incluso a la villa veraniega del Presidente Berlusconi en Cerdeña, y revela una historia impresionante, engendrada en la terrible realidad de la "República Televisiva Italiana". Berlusconi es el dueño de los tres canales privados y controla el 90 por ciento de la televisión. La película también se introduce en el mundo del jet set, los casting, los paparazzi y las ilusiones de muchos que mueren por pertenecer al mundo de la pantalla chica. También enfoca a personajes poderosos como Lele Mora y Fabrizio Corona, gente del mundo del espectáculo y acercana al Presidente. La visión del film resulta interesante y también acierta cuando se aproxima a un desconocido, Ricky, un joven que participa en diferentes programas y sueña con "llegar"con su mezcla de estilos de Ricky Martin y Van Damme. Quizás sea un símbolo de la inocencia ante la monstruosidad del imperio mediático. CALIFICACIÓN: BUENA
¿Un mundo feliz? Documental sobre la totalitaria frivolidad impuesta por la televisión. En Videocracy , el realizador Erik Gandini, que nació en Italia y a los 19 años se radicó en Suecia (el dato no es menor), construye un extraordinario retrato de época y tal vez del capitalismo más salvaje. No desde una película solemne, cínica o groseramente política, aunque sus connotaciones lo sean, sino desde documental divertido, aparentemente naif, que provoca -en principio- mucha más risa y asombro que indignación. Lo mismo que nos ocurre al ver un megashow televisivo. Hasta que, desde la perspectiva del tiempo, la distancia o, tampoco lo desechemos, la reflexión, uno se pregunta si los comportamientos sociales no tendrán ese grado de frivolidad, embrutecimiento, masificación, anestesia y vacío. Y además: si ese vacío no será fomentado con fines comerciales y políticos. A través de personajes que parecen satíricos, construidos por un guionista aficionado a los lugares comunes, Videocracy nos muestra -usando las mismas técnicas de un reality- un mundo que ha perdido la subjetividad -esto es: lo que pensamos, lo que deseamos, lo que creemos que es importante y lo que no- bajo el influjo de la televisión, en este caso dominada por el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. ¿Refleja la TV lo que piensa “la gente”, como sostienen los defensores del mercado? ¿O “la gente” es cautiva de un discurso que forma mansos consumidores? El planteo de Gandini, como el de Aldous Huxley en Un mundo feliz , es que estamos frente a un dulce autoritarismo, mediático, mucho más eficaz y penetrante que el de las armas y el miedo. Lo dicho: los personajes de Videocracy son extraordinarios y, a la vez, parecen autoparódicos. Que se hayan prestado a mostrar (¿a interpretar?) lo peor de sí en este filme es sintomático. Lele Mora, un agente televisivo millonario, amigo de Berlusconi, que vive en una “casa blanca” (mansión, en realidad) y viste de blanco y crea estrellas de TV, mientras hace escuchar con orgullo marchas fascistas de su agenda electrónica. Fabrizio Corona, capo de paparazzi que fotografían a famosos para extorsionarlos: una suerte de Pacino en Scarface , con toques de un mediático autóctono de mucha fama, narcisismo, músculos y dinero, y nada de talento. Y Ricky, obrero de la construcción que sueña con alcanzar el edén de las celebridades sin atributos, mezclando los estilos de Van Damme y de Ricky Martin. En la punta de la pirámide, Berlusconi: con su carismática sonrisa gardeliana, su eficaz implante capilar (en esto sí superó a un ex presidente argentino), su egolatría paternalista, su poder político, económico y mediático, su exaltación del sibaritismo (propio) sin límites. En la Argentina, conocemos la adoración que provoca este tipo de personalidades: el sueño de vivir sus vidas, de parecerse a ellos. La supresión de la ideología propia y el embeleso con una imagen, con una vida que es y será para pocos. Gandini trabaja, con sutil y gracioso minimalismo, también el tema de la mujer como objeto (el tráfico, de un modo u otro, de sus cuerpos) y la exaltación del rol materno. Nada de lo que se muestra en este filme es ajeno para un argentino. Por eso es muy recomendable ver(se en) este documental: reírse, pensarse y, por qué no, empezar a cuestionarse. LA FICHA
Videocracy Cómo el ascenso político de Berlusconi marcó a la sociedad italiana contemporánea La TV italiana experimentó una serie de cambios en las tres últimas décadas, a la sombra del nacimiento y del desarrollo de Mediaset, empresa de comunicaciones de Silvio Berlusconi, que de poderoso empresario pasó a convertirse en presidente de su país. Erik Gandini, director y guionista de este documental, se encarga aquí de mostrar esos cambios a través de aquellos hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, los que a fuerza de talento, y también de indudable avaricia por lograr triunfar en la pantalla chica, no vacilan en intervenir en espacios televisivos de dudoso gusto que, no obstante, cuentan con el masivo apoyo del público. El film muestra, pues, el otro lado de la televisión italiana, y lo hace con indudable capacidad de observación, poniendo el ojo de su cámara en ese Berlusconi que se muestra a sí mismo como una víctima, sabiendo desde siempre cómo imponer el poder de la imagen sobre la realidad. Aquí no faltan los más agudos elementos (a veces con rasgos de humor) del trasfondo de una pantalla que, como la italiana, adolece de calidad estética para transformarse casi en un espectáculo circense en el que sus figuras principales luchan a brazo partido para sobresalir en un micromundo poblado de envidias y sexo. En el centro está Berlusconi y su sonrisa sardónica. Siempre dispuesto a ganar las más difíciles partidas con su olfato político, se convierte en el hombre fuerte de una televisión que maneja con hilos de titiritero. Videocracy logra ampliamente así su propósito de denuncia en este largometraje de Gandini, italiano radicado en Suecia. Una música de indudable calidad apoya este documental, mientras que la fotografía no deja escapar ninguno de los más pequeños detalles de los entretelones de esta temática que es, sin duda, un viaje de ida y vuelta en el tiempo sobre cómo la lógica televisiva fue moldeando a una clase política y a todo un país.
Una visita al increíble mundo de Silvio Aunque no revela nada que no se suponga ya sobre el berlusconismo, impacta verlo en los detalles más escabrosos. Pequeño ensayo documental sobre la simbiosis entre berlusconismo y televisión, puede que Videocracy no revele nada nuevo. Por su propia naturaleza hipermediática, todo el mundo tiene una idea aproximada de lo que es Berluscolandia. Lo que Videocracy permite –de modo fragmentario e inconclusivo, sin aspiraciones de totalidad o sistema– es en tal caso dar imágenes, un cuerpo si se quiere, a aquellas ideas previas. Vaya si esas imágenes son efectivas: se sale de verlas como en los años ’70 se salía de Calígula –un emperador y una película con la que el actual primer ministro italiano y este documental tienen tanto que ver–: con el estómago dado vuelta. La diferencia es que la televisión de Berlusconi no tendría problemas en pasar la película de Tinto Brass (el mismo feísmo, el mismo efectismo), pero difícilmente ésta, que la muestra tal como es. “La vida puede ser maravillosa, como en mis canales de televisión”, dice Il Primo Ministro sobre imágenes de conductores riéndose a gritos, chicas semidesnudas, avivadores de aplausos, público-decorado. Exhibido en los festivales de Venecia y Toronto, el documental del bergamasco Erik Gandini muestra las continuidades entre la vida privada de Berlusconi (que en su caso es pública), sus canales (los privados, de la cadena Megaset, y los públicos, de la RAI) y el sistema político que el presidente del Milan impuso desde los ’90. En las tres áreas, lo mismo: enormes sonrisas, un modelo de éxito digno de ser emulado, un Olimpo romano al cual aspirar. Radicado en Suecia (la película no contó con capitales italianos para su rodaje), Gandini entra a ese mundo siguiendo los pasos de Ricky, un chico que quiere ser ídolo de televisión; Fabio, director de cámaras de la versión italiana de Gran Hermano; una fotógrafa de sociedad llamada Marella y el personaje más alucinante de todos, Fabrizio Corona, que trabaja de extorsionador. El culto a la imagen emparienta a los cuatro. Incluido Corona, que llegó a estar preso por el delito de extorsión y que les saca fotos a los famosos... para vendérselas a ellos mismos. Viviendo a los treinta y pico en casa de la mamma (que lo acusa en cámara de no tener novia y no sabe qué decir cuando él deschava que se le aparece en cada cita), a Ricky le gusta bailar y le gustan las artes marciales. Van Damme + Ricky Martin (de allí el nombre) es la fórmula que el muchacho aspira a imponer, si es que algún día logra pasar alguna prueba. Por el momento “trabaja” de público, sospechando que quizá nunca llegue a concretar su sueño. Fabio explica que cuando el ministro va a hablar en cadena hay que terminar los programas antes de horario, cuestión de no dar tiempo a que la gente haga zapping. Marella muestra fotos de las fiestas de Villa Esmeralda –incluyendo a un Berlusconi con look alla Frank Nitti– y cuenta que la villa del primer ministro incluye un volcán, con llamas a control remoto. “El acciona su volcán”, dice la señora de labios colagenados, “y después vienen los bomberos”. Suerte de Maquiavelo del chantaje, Corona parecería ser, de todos estos personajes, el único capaz de ver más allá. “Quiero lograr inmunidad parlamentaria, que es lo que permite cometer crímenes sin ir a la cárcel”, confiesa, tras salir de prisión. “Durante los ocho meses que estuve adentro, planifiqué todo lo que iba a hacer cuando saliera: publicar un libro, editar un disco, fabricar remeras con mi nombre y filmar una película con mi historia.” Y allí se lo ve a Fabrizio más exitoso que nunca, pasando de un set a otro, vivado por la gente tras ser condenado por un crimen: igualito a Travis Bickle en Taxi Driver. ¿Y qué decir de Lele Mora, el relacionista público y amigo personal de Berlusconi, convencido no sólo de que Silvio es un gran líder, sino de que Mu-ssolini era (sic) “una hermosa persona”? El mismo Lele, de aspecto sonriente y bonachón, que tiene grabadas Camisa negra y otros himnos fascistas en su iPod. Es posible que con todas esas piezas –el aspirante, el público, la mamma, los gritos, las chicas, los sets, las cámaras, los traficantes de influencias, los extorsionistas, los nostálgicos del fascio– pueda armarse un rompecabezas, que termine teniendo el rostro tirante del primer ministro. “Menos mal que está Silvio”, cantan las actrices que, en un spot de campaña de su partido, hacen de amas de casa, de profesionales, de mujeres modernas.
Panem et circenses El 80 % de la población italiana se informa a través de la televisión. El presidente de la televisión es también el presidente del país. Silvio Berlusconi maneja tres canales privados y también el del estado, además de varios grupos editoriales. El proceso de alienación iniciado hace décadas, cuando en los comienzos de la tv privada italiana salía al aire un programa de concursos que daba como premio el strip tease de una señorita enmascarada, se fue acentuando hasta colocar a su máximo hacedor en el poder supremo de la república. Todos los que más de una vez nos preguntamos por qué en la televisión italiana siempre hay bellas mujeres al frente de programas que pueden ser políticos, de entretenimiento o de fútbol, encontraremos en este documental algo cercano a una respuesta. La utilización de la belleza femenina como artilugio para atraer a una audiencia machista y retrógrada, sumada a la inacción social frente a ese destrato, acabaron conformando no sólo una tv vaciada de contenido, pasatista y estupidizante, sino también a una sociedad a su medida. Es que no hay otra forma de comprender el hecho de que un sujeto como Berlusconi no sólo haya llegado al poder sino que además se mantenga en él. Este documental de clara factura, se centra en tres personajes, cada uno de ellos, se podría decir, un vértice del triángulo mediático que alimenta al monstruo. Ricky es un pavote de 26 años que aún vive con su madre, fanático de Bruce Lee y Ricky Martin; anhela ser famoso porque según él es la única manera de ser alguien en la vida. Se presenta a todos los castings que puede, acaba como público en los shows televisivos y espera su oportunidad para demostrar que pude ser una "Van Damme que canta". Lele Mora es uno de los sujetos más influyentes en el mundo del espectáculo italiano. Fascista confeso, admirador de Mussolini -tiene como ringtones sus marchas- amanerado y millonario, es además hombre de confianza de Berlusconi, de hecho es quien le habilita las chicas para que el presidente haga sus famosas fiestas privadas. Por último, Fabrizio Corona. Un pillo. Extorsionador profesional dedicado a capturar en fotografías aquello que los famosos quieren ocultar. Maneja a los papparazzi y negocia con el poder. Este personaje en particular nos da una lección clara y contundente acerca de por qué el público es como es. Nos dice lo que todos sabemos pero queremos negar. Corona aprovecha las oportunidades, y se aprovecha de ese público que está ahí, regalado. En tiempos de "Gran Hermano", Ricardo Fort, peleas mediáticas e intentos por parte del gobierno local en hacernos creer que somos presas de un monopolio mediático, es bueno ver este documental que muestra a un monopolio real, equiparable en poder al mexicano de Televisa, para reconocer también lo que nos pasa en nuestra sociedad, evaluar qué tan lejos estamos de la italiana y estar atentos para defendernos de lo que podría venir, desde lo privado o lo estatal. O las dos cosas.
Berlusconi y los ojos de videotape El documental de Gandini no se circunscribe únicamente a narrar el pasado y la actualidad mediática de Silvio Berlusconi, sino también, los cambios que se produjeron en las últimas tres décadas en la RAI y, por extensión, el poder avasallante de la televisión y el inmediato convencimiento de la masa. Los materiales a los que recurre el director (y que manipula a gusto y placer) toman como eje al mandamás italiano, pero también recorre la vida de otros personajes públicos, por ejemplo, el paparazzi Fabrizio Corona, un fotógrafo que chantajea gente famosa y que a través de su particular profesión puede provocar el derrumbe o el triunfo de cualquiera. La dosis de humor está presente en una publicidad de tres minutos, en que mujeres de diversas edades entonan una canción alabando a Berlusconi, en tanto, la gravedad del asunto se confirma en los créditos finales, donde se dan a conocer números que ya de por sí intimidan: la poca libertad de prensa que existe en Italia y, el horror mismo: el 80% de la población confía en aquello que la televisión comunica. Más allá de su rutinaria formato y de su limitado alcance cinematográfico, Videocracy estimula la polémica, el enojo, el fastidio, acaso la irritación, y no solamente por los planos cercanos de la dentadura perfecta y la sonrisa permanente del padrino Silvio. Podría plantearse, por qué no, una versión argentina sobre el poder de la televisión y sus monopolios mediáticos-políticos: cualquier parecido con Videocracy (no) sería producto de la casualidad.
Sin tetas no hay Paraíso Radicado en Suecia (y financiado en su mayor parte por los países escandinavos), el italiano Erik Gandini propone en Videocracy una interesante e inquietante tesis sobre el "imperio" berlusconiano y su impacto sobre una sociedad italiana completamente banalizada y sometida a sus dictados: Il Cavaliere maneja -además del poder político y económico, claro- el 90 por ciento de la televisión y la gente se informa en un 90 por ciento a partir de esa TV. Ergo, su machismo, su misoginia, su exaltación del éxito rápido, sin esfuerzos ni escrúpulos y a cualquier precio, su reivindicación de la chantada, su culto a la belleza, al poder y al dinero o su desprecio por la Justicia han hecho carne en un pueblo encandilado por las luminarias, por el glamour y, sobre todo, por las curvas femeninas. No es la primera vez que el cine italiano se ocupa de las miserias del fenómeno Berlusconi (lo hicieron desde Nanni Moretti hasta el documental Draquila), pero Gandini expone con imágenes de los propios realities de los canales berlusconianos, sumergiéndose en la intimidad de los patéticos personajes que pululan por su entorno y reconstruyendo las "máximas" del modelo y de su líder el estado de las cosas (aterrador) en la península. Por suerte, el director (también narrador) no apela a la bajada de línea discursiva, indignada, de tantos colegas. Las imágenes de archivo y los testimonios que consiguió son tan contundentes que hablan por sí solos. Es probable que algunos -los ya expertos en Berlusconi- sientan que Videocracy propone "más de lo mismo", pero para mí se trata de un más que digno ensayo (sin grandes excesos) sobre un líder, un tiempo y un lugar que indignan y que sirve también como espejo para mirarnos, porque nosotros también elegimos (y reelegimos) a un político riojano bastante parecido a Berlusconi.
La televisione del Cavalieri El documental italiano Videocracy (2009) centra su atención en la televisión italiana destinada al más burdo entretenimiento, cuyo magnate paradójicamente es el presidente de ese país Silvio Berlusconi. La película analiza la relación entre la manipulación mediática y la construcción de una imagen exitosa. Se podrá ver sólo en los Arteplex. La historia de la televisión italiana coincide con el ascenso al poder de su máximo responsable, el Cavalieri Silvio Berlusconi, actual presidente de Italia. El documental narra el proceso cultural que el medio audiovisual fomentó con el paso de los años, todo un mecanismo intencional donde se promueve el costado más primitivo del ser humano. La película de Erik Gandini comienza con el último eslabón de la cadena del éxito artificial que genera el mundo televisivo hasta llegar al primer responsable: Berlusconi. El primer personaje es Rick Canelli, un curioso muchacho que pasa sus días intentando ser reconocido en los canales de TV con sus imitaciones a Van Damme y Ricky Martin. Su destino no puede ser otro que el fracaso y allí se induce la idea ficticia que transmite el film: el éxito de una imagen televisiva no puede ser otro que la construcción de una gran mentira. El otro personaje es Berlusconi. En este interesante análisis de factores que llevan desde “las velinas”, famosas bailarinas sexys que acompañan al conductor del programa, hasta un famoso paparazzi Fabrizio Corona, conocido por extorsionar con fotografías in fraganti a estrellas del mundo del espectáculo, una suerte de Robin Hood moderno, según la definición dada por él mismo. Todos estos personajes descifran en Videocracy, una manera de entender la Italia de Berlusconi, sus injusticias, sus miserias sociales, sus valores morales o mejor dicho la ausencia de ellos. El documental de construcción convencional adquiere momentos grandiosos al tomar distancia siempre de lo que estamos viendo. Accedemos a los acontecimientos como meros turistas, impresionándonos con aquello que deberíamos divertirnos. El culto al sexo, al dinero, al consumo desmedido, a la fama sin importar como, atemorizan en cada segmento. La banda sonora tiene un importante lugar. El sonido viene a funcionar como contraste de las imágenes o a exacerbarlas, con la intención de provocar extrañamiento en lo visto. De este modo, el director Erik Gandini invita a distanciarnos y mirar objetivamente aquello que consumimos a diario sin cuestionarlo. Y no es un tema local de Italia si tenemos en cuenta la televisión de esparcimiento mundial. En un mundo donde la imagen vale más que cualquier idea, los personajes se convierten en una fauna muy particular y sólo el más salvaje puede ser rey. Videocracy nos comenta con altura, justamente cómo este personaje pudo llegar al poder.
Berlusconilandia A pesar del análisis superficial sobre la figura del primer ministro Silvio Berlusconi, propietario actual de casi el 90% de los medios masivos de comunicación italianos, Videocracy es un documental del realizador Erik Gandini que como suele ocurrir dentro de la dialéctica de la polémica fue vetado por Berlusconi al considerarlo como un film político y perjudicial para la televisión estatal. Sin pecar de ingenuos, cabe decir que para este magnate no hay escándalo que pueda quitarle el sueño y que si realmente se hubiese visto perjudicado por este documento la suerte de su realizador hubiese sido otra. El argumento poco convincente del mandatario italiano deja en claro su idea de lo que significa el poder en relación a la palabra política como algo peligroso, dejando manifiesta una ideología que se ampara en el totalitarismo bajo el falso rótulo de democracia, en plena campaña de censura a la libertad de expresión. Lo que sí queda claro, aportando interesantes archivos televisivos recogidos por el documentalista desde los años 70 hasta la actualidad, es que el modelo cultural de la decadencia italiana comenzó en los tempranos años en que Berlusconi solamente dominaba el aire del canal Tele Torino, una pequeña cadena local italiana que sería el antecedente de lo que se conoció más tarde con la llegada de los realities como Tele Basura. Ese poderoso empresario de los medios llegó al poder sirviéndose de cuanto programa chatarra y frívolo se tratara e imponiendo una estética concentrada en la voluptuosidad femenina, el ánimo festivo y la introducción del modelo de vida exitoso que millones anhelan para su futuro aún en nuestros días. Pero por otro lado, más allá del retrato de este hombre de sonrisa artificial, el film presenta otros aspectos y personajes relacionados con la farándula televisiva que exponen naturalmente sus miserias frente a la cámara: es el caso de Fabrizio Corona, una suerte de homoeróticus super macho que se ganaba la vida extorsionando celebridades al mostrar fotos comprometedoras y que tras una breve estadía carcelaria se transformó en un mártir que nunca renunció a su cinismo y ambición, pero que no deja de ser un patético representante de la sociedad de consumo europea. Otro personaje singular es Fabio que se define como el Van Dame italiano, quien denuncia la competencia desleal para figurar en tele cuando pululan en la fauna televisiva chicas lindas y atrevidas dispuestas a todo. No obstante, más allá del tratamiento y el ritmo televisivo del film resulta evidente la falta de contexto socio político (ningún tema social aparece en juego ni las políticas de Berlusconi para afrontar la crisis) tratándose del presidente de Italia y la contradictoria frivolización que a veces expone en el tratamiento de las temáticas al mostrar un fenómeno cultural de una manera superficial y obvia, sin mayor atractivo que destapar alguna pelusa de decadencia cuando todo indica que la suciedad y la mugre no tiene límites.
Logrado relato que permite comprender la relación entre medios, negocios y poder político. En los últimos 30 años, Italia ha ido modificando su estructura social y política, tanto como su fisonomía, su imagen como Nación. En todo este proceso de cambio, Silvio Berlusconi fue el protagonista esencial. En ese documental su realizador propone mirar este proceso a partir del modelo de televisión desarrollado por Il cavalieri. Como a partir de la instalación de un monopolio en los medios masivos en Italia, promovió un cambio de imaginario social, de deseo compartido. De la imagen sobre el éxito y el fracaso. A partir de un primer programa de gran arraigo popular, la televisión berlusconiana se basó en puro espectáculo, mujeres pulposas, y constante implicación al público, ya sea como asistente, concursante telefónico o como potencial estrella en el firmamento televisivo. Cuatro son los personajes sobre los que se basa el recorrido. Tal vez el más sufrido sea un muchacho de un pueblo que imita a Ricky Martin y práctica karate. Convencido de que tal conjunción le facilitará la fama televisiva, ya que ni Ricky Martin práctica artes marciales como Van Damme, ni este baila como el cantante latino. Ningún fracaso en los castings podrá alejarlo de su sueño central: estar en la televisión. Porque estar en la televisión, como él dice, es la puerta al éxito en todos los órdenes de la vida. Los otros personajes que dan cuenta de este mundo televisivo, este mundo de Berlusconi, este mundo de millonarios o, como pretende sintetizar el director, esta Italia televisiva (y televisada) son: el principal agente de televisión, amigo de Berlusconi, habitante de una exclusiva villa de super millonarios, donde también reside el presidente, y orgulloso fascista, que lleva en su celular el himno del viejo partido de Mussolini; un furioso paparazzi que odia a los ricos y famosos, que termina deviniendo el mismo una estrella televisiva y el propio Berlusconi, no ya directamente, sino desde sus apariciones públicas. El documental por momentos queda atrapado en la anécdota o el testimonio algo reiterado, perdiendo potencia política y capacidad explicativa respecto de la impronta de los medios masivos en la transformación social italiana. Pero presenta dos momentos que iluminan, más que cualquier larga explicación, la construcción del imaginario social y la unificación de los discursos sociales. El primero es el momento en que en un centro comercial se realiza el casting para elegir a las bailarinas que rodearán al conductor de un programa. Mientras las niñas/jóvenes bailan sensualmente, y se ofrecen para ser elegidas (porque, como testimonian, es una buena manera de ganar plata, y la puerta para casarse con un futbolista y hacerse millonarias), en los televisores instalados en la sala se observa un partido de futbol del Milan, equipo del propio Berlusconi. La síntesis perfecta de la omnipresencia de los medios y los negocios. El segundo momento brillante, corresponde con la inclusión de una propaganda de su campaña a presidente. Allí puede verse el modelo de mujer que allí se propone como mujeres del pueblo, y su correspondencia con las mujeres en los programas de televisión de sus cadenas. Logrado relato que permite comprender la relación entre medios, negocios y poder político, Videocracy se mete en el otro lado de la televisión con mucha inteligencia y capacidad ilustrativa. Es entretenido y tiene la virtud de la simpleza. Sus 80 minutos de duración es otra de las muestra de sensatez de esta producción.
Pizza con Champagne Yo no creo en las casualidades. Las películas no se estrenan porque sí en cierta época del año, en cierto momento político. Y sí, el estreno “comercial” de Videocracia responde directamente a un acontecimiento que se está viviendo nuevamente en el país: no, no hablo de la Navidad, ni los cortes de ruta, ocupaciones de terrenos, etc. No, hablo del regreso de “Gran Hermano”. Los medios y la realidad política siempre están relacionados, y para que la gente no “vea” esa realidad surgen los programas, que lo único que intentan capturar es la apariencia: los cuerpos, las cirugías estéticas y el aceite que chorrea de los mismos como si fuera una película de Michael Bay. De eso se trata la televisión argentina: la “tinellización” contra “gran hermano”. Quien la tiene más grande. En Italia pasa algo parecido, la única diferencia es que este enfrentamiento lo mediatiza, maneja, manipula la misma persona: Silvio Berlusconi, el presidente de TODA la televisión y Primer Ministro Italiano desde hace ya varios años. Videocracia es un documental hecho en el exilio. Es la única manera que tuvo su realizador para poder terminarlo, imagino. No se trata de un trabajo histórico, sino de una reflexión acerca de la fama, la fortuna, el cirq du freak, y la trampa mediática. Para llegar al Tutti Cappo, Gandini comienza su travesía mostrándonos a Ricky, un aspirante a estrella televisiva, cruza entre Van Damme y Ricky Martin. Lo que sueña es participar en un programa tipo “Gran Hermano” o “Talento Italiano”. Esta búsqueda de los 15 minutos de fama con los que sueña Ricky, llevan al realizador a investigar como se maneja el negocio televisivo, que busca el espectador italiano o mejor dicho, que o quiénes lo obligan a ver solamente cuerpos “atractivos”. Así, llegamos con Lele Mora, representante televisivo multimillonario, amigo del Primer Ministro y fascista confeso. El viaje termina mostrándonos las dos caras de la relación política – fama: por un lado, el perfil mediático de Berlusconi y por otro, el paparazzi extorsionador de artistas, Fabrizio Corona, que termina convirtiéndose en otra figura mediática. La película de Gandini va a provocar en el espectador argentino una no casual identificación: Italia es casi un reflejo de nuestro país. Allá como acá solo nos importa ver fútbol, los culos y las tetas en televisión. Por otro lado, la festiva vida de Berlusconi no podría ser menos diferente a la que tenía cierto ex presidente riojano en los tiempos de la pizza con champagne. Sin embargo, más allá de esto, y de que la finalidad de Gandini no es otra que mostrar fuera de Italia un resumen de los acontecimientos mediáticos que se dan durante el gobierno Berlusconiano, el documental se enamora demasiado de sus personajes cayendo en la misma red paparazzi que en cierta forma “denuncia” o sobre la cual, “reflexiona”. No se trata de una obra política porque no profundiza sobre todos los asuntos extramediáticos del gobierno del Primer Ministro, y se queda bastante en la superficie con respecto a la participación del mismo con las mafias, el negocio del fútbol y la economía italiana. El propósito de Videocracia, es más bien, reflexionar acerca del fanatismo por estar delante de una cámara italiana, y como Berlusconi con sus discursos manipuladores (y siniestros, con spot publicitario a lo M… lo hizo incluido, pero repleto únicamente de mujeres atractivas) ha impostado un mensaje general demagógico, acerca del cuidado de la imagen pública. Mientras se habla del mandatario, el film atrapa, pero cuando en la última media hora, Gandini (quizás por miedo de meterse demasiado con el mandamás) prefiere darle protagonismo al extorsionador Fabrizio Corona, termina perdiendo un poco el hilo de interés inicial. Aun así, el mensaje termina siendo claro: vemos lo que nos obligan a ver. Berlusconi lo hizo. Y acá lo copiamos.
El documental como género cinematográfico –observado desde el especial tratamiento técnico de un proyecto-, si exceptuamos los de temáticas puramente tecnológicas, científicas o educativas, salvo aquellos que plantean aspectos aun en debate, aborda la convivencia humana considerándola en su macro y microcosmos desde el ángulo de visión de los responsables de la obra fílmica: el guión, la producción y la realización. Consecuentemente, la lectura del tema tendrá, cuando menos, un dejo de parcialidad respecto del asunto particular que se pone en consideración, por tratarlo sólo desde una perspectiva. La mayor imparcialidad la alcanza en el momento en que presenta las distintas caras que gravitan en la propuesta, dejando a juicio del destinatario (el espectador) la decisión final sobre los valores positivos y negativos del hecho en cuestión. “Videocracy” en su sinopsis recapitula como en Italia se ha creado otro tipo de totalitarismo según afirma en su guionista y realizador Eric Gandini, el de la videocracia, donde todo es apariencia. Silvio Berlusconi, el polémico empresario, político, y actual primer mandatario italiano, se manifiesta a sí mismo como una víctima, aun cuando ha sabido siempre serpentear todos los vericuetos para imponer el poder de la imagen sobre la realidad palpable. La producción documenta una serie de cambios que ha experimentado la televisión de ese país en las últimas tres décadas, así como el desarrollo que ha tenido el Mediaset, empresa de comunicación presidida por Berlusconi, mediante la cual el cavalieri ha logrado dominar el 80% de la actual televisión de la península, detrás de la cual opera como hábil titiritero. La obra analiza la relación entre la manipulación mediática y la construcción de una imagen exitosa Utiliza mayoritariamente material preexistente de una televisión que domina el panorama con criterio cuasi circense, radiografiada con adecuada selección de imágenes y un montaje apropiado para la realización que apunta a denunciar la operatividad del titular del ejecutivo italiano.
Culocracia Parece que la conocida forma de gobierno que popularizó la revista Barcelona no es exclusiva de este país austral y remoto. Ni es un invento de Tinelli o Sofovich. Según el documental de Erik Gandini, la culocracia empezó a ganar terreno en Italia a fines de los ´70 como un pequeño espectáculo televisivo para las clases populares en el que una chica enmascarada bailaba y se sacaba la ropa cuando la respuesta de un participante era correcta. Años más tarde, ya con la televisión color, la culocracia rige sobre toda la península y corona a su máximo fogonero como Primer Ministro de la República. La “Revolución Cultural” ?como se la llama irónicamente en la película ? alimentada por el grupo de medios del empresario Silvio Berlusconi, donde culos, tetas y personajes berretas son los protagonistas, entendió el poder como una relación simbiótica entre la política y el espectáculo. Esa es más o menos la tesis que intenta poner en pantalla Videocracy. Pan y circo, como en las viejas épocas, y nada muy nuevo. La voz de Gandini, que introduce la película, funciona a modo de comentario y de enlace entre los diferentes registros: imágenes de archivo televisivo, entrevistas a personas que circulan por el mundillo de la fama y seguimientos de personajes extravagantes que pretenden un spot de luz para sí mismos. Hay de todo: una fotógrafa con entrada libre a las fiestas privadas de Berlusconi, un relacionista público amante de Mussolini, un paparazzi que extorsiona a las celebridades con sus fotos indiscretas y Ricky, un wannabe –así figura en los créditos– que ofrece un show en el que mezcla canto y artes marciales. Todos ellos, se dice, forman parte de ese universo que el ahora Primer Ministro imaginó para Italia. Un paraíso a colores lleno de mujeres hermosas, torsos desnudos, risas, amor y dinero. Pero lo que empieza siendo un intento por derretir el mundo plastificado que Silvio le ofrece a cada italiano en su propia casa se fabrica de su mismo material, y ni siquiera la voz de Gandini, con su tono crítico, puede evitar que la película se vaya convirtiendo en otro lugar de exhibición donde muere lo privado. Videocracy, por suerte, no procura ser un documental concluyente sobre un tema tan amplio que abarca todos los aspectos de una sociedad, desde lo económico hasta lo cultural. Quiere poner a Berlusconi en el centro de toda la cuestión, pero enseguida hace que nos olvidemos de él para prestarle más atención a la galería de personajes que nos presenta. Por ejemplo, después de seguir a Ricky por los castings, después de ver el show en el que fusiona a Van Damme con Ricky Martin o escucharlo discutir con la mamma sobre su situación sentimental, no se sabe si eso quiere ser un documento sobre los anhelos de la juventud italiana o la prueba de los daños psicológicos que provocan tantos años de ser televidentes. Lo cierto es que Ricky y los demás personajes se vuelven una atracción más del circo, en este caso, de la pantalla grande. ¿Y la figura de Silvio? Está omnipresente, manejando los hilos. Pero como en el teatro de marionetas, no miramos sus manos sino los muñecos que nos presenta. Videocracy no logra que levantemos la vista, en todo caso sirve para repasar algo que ya conocemos, porque para saber qué tan mal está la tele, no hace falta más que prenderla.
Que siga el circo. “El problema de Italia no es Berlusconi, sino los italianos. La sociedad está enferma” expresó hace un tiempo Umberto Eco. Videocracy coincide con este postulado e intenta bosquejar las causas de tal patología colectiva. Toda vez que Silvio Berlusconi da muestras de su poder absoluto, allí está la televisión para que el pueblo, consciente o inconscientemente, le profese un amor incondicional. Primer ministro de Italia, propietario del equipo de fútbol más popular y de los tres multimedios más prominentes, fascista autodeclarado, mujeriego empedernido, mafioso de primera categoría, ya nada de lo que pueda decirse acerca de sus andanzas sorprende en ninguna parte. La revolución cultural y política del rayo catódico sobre la que “Il cavaliere” construyó su imperio, afirma el director Erik Gandini, comenzó hace unos treinta años. Lo primero que se ve es una grabación en blanco y negro de un viejo quiz show nocturno. Por cada respuesta correcta de los participantes una mujer se desnuda. Es el huevo de la serpiente. A partir de este momento, ya nada volverá a ser igual. Videocracy se vale de todos los recursos que puede ofrecer un documental: narración en off, entrevistas, fotografías en primerísimos primeros planos, música de suspenso y un abundante archivo de ese material televisivo con el que se construyen los sueños. Mujeres voluptuosas bailando lascivamente alrededor de septuagenarios presentadores, audiciones públicas a las cuales asisten hermosas jóvenes con ansias de ser estrellas y casarse con un futbolista (y también, por qué no, hacer carrera en la política bajo el ala protectora de Berlusconi), son postales características de un axioma ineludible: para ser alguien hay que estar en televisión. Gandini introduce a los patéticos personajes que desean integrar ese mundo glamoroso pero nunca lo logran –un karateca que canta canciones de Ricky Martin, una anciana gorda que hace números de strip-tease– así como, en el otro extremo, a los que manejan los hilos del jet set –un agente de talentos amigo de Berlusconi que idolatra a Mussolini, un paparazzi pendenciero que se autodenomina el Robin Hood moderno por robar a los ricos y quedarse con el dinero–. En otras palabras, se nos muestra a los gerentes del circo, a sus empleados y a su público. También se nos muestra al dueño, pero sin decir gran cosa al respecto. No se advierte en Videocracy una intención de análisis sobre el oscuro móvil que une poder y televisión. Todo comentario tiene lugar en la superficie farandulera y bizarra de estos fenómenos. Por momentos todo se torna demasiado obvio, y resulta inevitable asociar aquello que nos muestra Gandini con lo que, en mayor o en menor medida, ocurre en todas las sociedades mediáticas de occidente, incluyendo la nuestra. El interés por el efecto social de los escandaletes televisivos, la prensa amarilla y los reality shows prevalece allí donde eventualmente se podrían haber explorado más a fondo otros tópicos, por ejemplo, esa fascinación fellinesca, misteriosa y ligeramente repugnante que sólo puede despertar la increíble figura de Berlusconi entre los italianos. No casualmente los momentos más logrados de la película lo tienen a él como protagonista involuntario. Con todo, la exposición de la Italia televisiva que propone Gandini no deja de ser, en cierta forma, turbadora. Es la tierra que supo engendrar al Renacimiento y que cinco siglos después parece haberse convertido en una nación decadente y retrógrada, con una sociedad cada vez más ignorante. Si, una vez asimilada esa impresión inicial, trasladamos esta cuestión a la realidad argentina, donde un espécimen como Francisco De Narváez logró ganar una elección importante gracias a sus apariciones en el show de Tinelli, quizá podamos valorar un poco más a Videocracy y, acaso, tomarla como una advertencia –una más– sobre la amenaza que representa la asociación entre medios y política, una amenaza que no por obvia resulta menos alarmante.
Con un estilo descriptivo y sensorial, focalizando en la fuerza de las imágenes y despojado de subrayados, el documentalista Erik Gandini realiza una demoledora semblanza del poder omnímodo del mandamás italiano Silvio Berlusconi. El título del film, Videocracy (algo así como imagencracia), grafica el concepto de un trabajo testimonial que engloba un país dominado y sometido por un empresario capitalista y de derecha que pasa de ser jerarca de los medios a jefe de estado. Gandini, desde una óptica irónicamente objetiva, acentuada por un desapasionado y monocorde relato propio (como Solanas en sus films pero con una expresividad opuesta); muestra a un país, el suyo, embrutecido. Una Italia limitada intelectual, cultural y emocionalmente por los medios hegemonizados por Berlusconi y sus laderos, algunos descaradamente mussolinianos como un famoso empresario televisivo que usa de ring tone una marcha al Duce. Dentro de una impronta eminentemente audiovisual la TV es la reina, mostrando personajes y programas que, más allá de una obvia frivolidad, bordean lo obsceno, lo patético, degradan ideales y anestesian conciencias. Al punto que el espectador por momentos parece estar asistiendo a un film futurista acerca de un país alegórico, dictatorial, orwelliano. Pero no, es el presente en Italia y Videocracy no recurre a ficción ni recreación alguna. El tramo final que aborda el itinerario de un sujeto mediático llamado Corona y un par de datos estadísticos inquietantes, si de un país del primer mundo se trata, terminan de redondear un documental apabullante, magistral, imperdible.
EL CABALLERO DE LA OBSCENIDAD A pesar de ciertas decisiones de puesta en escena, en especial concernientes al sonido, la película de Gandini muestra una experiencia colectiva que excede a Italia y se parece bastante a la realidad argentina. “Si hoy uno quiere analizar Europa hay que empezar con Italia. Cuando uno tiene a alguien como Berlusconi, que resulta un poco como el Guasón interpretado por Jack Nicholson en Batman, tenemos que ver cómo él convierte la democracia en una performance vacía”. Eso decía Slavoj Zizek en una conferencia reciente, y bien se aplica su advertencia para ver Videocracia, un filme que devela al espectáculo como una política y viceversa (y la consecuencia ostensible es el surgimiento de una subjetividad sin sustancia). El Yo es un show, la intimidad una mercancía, la fama una metafísica. El procedimiento de Videocracia, que bien podría llamarse “Pornocracia”, es inductivo. Erik Gandini elige mantener por un buen rato en fuera de campo a Berlusconi y focalizar en personajes conceptuales en los que se pueden verificar los efectos de un país devenido en espectáculo tras 25 años de una cultura televisiva ubicua. Un karateca y bailarín de clase trabajadora, admirador de Ricky Martin y Bruce Lee, dispuesto a todo para llegar a la televisión; Lele Mora, un miembro del CEO de los canales de Berlusconi, admirador de Mussolini, que tiene ringtones con discursos del Duce y una esvástica en pantalla; y Fabrizio Corona, un paparazzi millonario devenido en ícono del machismo narcisista hegemónico, que hasta posa desnudo ante la cámara de Gandini con tal de dejar en claro que su poder económico es una extensión de su poder fálico, son encarnaciones perfectas de un imaginario colectivo y mediático en el que Berlusconi es una deidad, un verdadero Gran Hermano, que ama y vigila, y, fundamentalmente, entrena a la población en el deseo. Ser una celebridad es el éxtasis del hombre ordinario, su camino a la salvación. Un pasaje en el que una mujer cincuentona hace un show de striptease en una audición para un programa de talentos y otra secuencia que transcurre en un shopping durante un casting para elegir a la “veline” (las chicas que bailan 30 segundos al lado del conductor) explicitan el lugar de la mujer en este universo delirante pero real. La máxima ironía es que una ex velina es quien dirige el Ministerio de la Igualdad de Géneros, aunque un spot de campaña protagonizado íntegramente por bellas mujeres es quizás una ilustración “sublime” del lugar de la mujer en este orden simbólico. “Gracias a Dios Silvio existe”, entonan las vírgenes de Italia. Paulatinamente, Berlusconi adquiere protagonismo. El aterrador último plano (“Il cavalieri” en un desfile militar), precedido por otro no menos ominoso en el que baila con unas mujeres, sugiere que Berlusconi es el rostro de un Leviatán mediático. En efecto, Videocracia postula que el orden televisivo abocado al espectáculo no es otra cosa que un fascismo difuso en el que el tirano organiza nuestra eterna diversión.
Videocracia, o el telepoder “El 80% de los italianos se informa a través de la televisión”. Esa cifra apabullante sella el documental Videocracy, una brillante producción del director sueco Erik Gandini que muestra las ramificaciones del imperio mediático de Silvio Berlusconi. El comienzo, con imágenes en blanco y negro mostrando un viejo programa de preguntas y respuestas, plasma el gen de lo que 30 años después dominaría el mercado televisivo: el cuerpo femenino, como objeto. Hace tres décadas y a medida que un televidente respondía correctamente, una chica se iba desvistiendo. Así el documental desmenuza y desnuda poco a poco las miserias de la televisión chatarra que en forma implacable domina el espectro de la pantalla chica. Y lo complementa con un abanico de coloridos personajes dignos de biografías. Obviamente incluyendo a Il Cavaliere y el crecimiento de la RAI y la cadena Mediaset, su monopolio de empresas comunicativas. La cámara de este documental recorre ciudades como Milán, Cerdeña o Roma, cuna de la gesta televisiva de Berlusconi, uno de los estadistas más carismáticos que rodeó el Mediterráneo y que utiliza como pocos las ventajas de la pantalla chica. Desde su impecable estampa señorial, gesta la superficialidad humana que imanta a hombres y mujeres (con y sin talento) que buscan saciar su sed de fama y llenar ciertos vacíos existenciales. A pura sonrisa -fruto de la odontología moderna- el premier adorna carteles y pancartas publicitarias. Y Videocracy también expone el ensamble discursivo de devoción popular (claramente segmentado) hacia el premier. La televisión realitizada de estos tiempos aúna el combo narcisista (en todas sus formas), junto a cucharadas de escándalo y razonamiento en papel moneda que gestó personajes en Italia (y también en Argentina) donde, si no fuera por la bendita TV, no pasarían de la típica rutina de cualquier mortal. Así aparecen las “velinas” italianas que contornean su figura –siempre en silencio- flanqueando a un conductor televisivo. El documental muestra los castings de reclutamiento hacia la fama efímera donde pensamientos tan profundos como “mi objetivo es casarme con un futbolista” redondea la frase romana “pan y circo”. Pero en este film no hay emperadores, ni trigo, sino un foro de luces y cámaras con personajes como Ricky, Lele Mora y Fabrizio Corona. Ricky (26) es un combo malogrado de Jean Claude Van Damme y Ricky Martin. Este experto en karate y admirador del puertorriqueño, a quien tributa en vivo. ¿Su meta?, ser una estrella televisiva, aunque no pasa el filtro de público y rebota en cuanto casting se presenta. Las charlas con su madre (con quien vive) refleja algo de vergüenza ajena, una constante de este documental de 85 minutos que recorre el submundo de la TV con una postura de observación y poca crítica, lo que potencia la calidad del film. Otro personaje es Lele Mora, el pope de los agentes televisivos en Italia, un dandy peterpanesco que vive en una mansión con un diseño interior totalmente blanco. Desde Cerdeña, cuna del jet set, Mora destila pulcritud y serenidad que parece licuar el mundo en el que se mueve. Su cosecha, de potenciales figuras del espectáculo, necesita de cuidados, consejos y mucha orientación. Y allí estará el omnipresente Lele, para brindar sus servicios y confesar su admiración por el dictador Benito Mussolini. Hasta reproduce frente a cámara y orgulloso, el himno fascista de los Camisas Negras. Glup. Fabrizio Corona completa la trilogía de personajes. Con un pasado como asistente de Mora y luego transformado en el capo de los paparazzis locales, el fornido fotógrafo es un experto en primicias de la farándula local. “Veo el dinero, el negocio, no a las personas”, justifica Corona sobre su particular metodología de trabajo. Varias de las imágenes que toma (comprometedoras muchas de ellas) las vende a las celebrities fotografiadas. Esto lo llevó a ser acusado por extorsión y pasar ocho meses en prisión. Pero lo que para muchos sería un calvario, Corona lo transformó en un negocio donde, entre otros ítems, salieron a la venta ¡remeras! con su apellido y hasta llegaron a pagarle 10.000 euros para que esté en un boliche y se fotografíe junto a sus fans. Aunque parece que su futuro volvería a estar en prisión (lo sentenciaron a un año y medio por extorsión a futbolistas del Calcio) el show debe continuar y la TV italiana se sigue retroalimentando con personajes como él. Italia también, país generoso.