Galería a cielo abierto La relación íntima de cada uno con el arte, ya sea cercana o lejana o en un ambiguo terreno intermedio, va a depender de factores varios como la crianza, el trabajo y el ideario de adulto del individuo en cuestión. Como tantas otras dimensiones que en términos estrictos no son indispensables para la vida, las creaciones simbólicas de todas formas cumplen un rol muy importante en la educación y el enriquecimiento cultural de los pueblos, generando la misma o una mayor satisfacción que otras actividades e impulsos del devenir cotidiano de las personas. Entre un capitalismo que gusta de presentarse -tracción a mentiras- como la única alternativa de sociedad y un conformismo generalizado por parte de los sectores populares, para la mayoría esto del arte autodidacta e independiente resulta un gran misterio porque escapa a los criterios por antonomasia de la razón instrumental y el lucro infinito. De hecho, es ese lazo con el arte el que interroga Visages Villages (2017), un documental muy interesante escrito y dirigido por la veterana realizadora Agnès Varda, quien en algún momento perteneció a la Nouvelle Vague, y Jean René aka JR, un artista callejero urbano especializado en intervenciones basadas en carteles pegados en edificios cual gigantografías alternativas y/ o pintura mural. Como el título lo indica, el film es una road movie que retrata los rostros de los habitantes de los pueblos del interior de Francia, con el objetivo de sacarles fotos, transformarlas en afiches enormes mediante el “camión impresora” de JR y finalmente pegarlas en las fachadas de sus hogares, en sus lugares de trabajo o en espacios públicos concretos. La técnica coquetea a la par con el sustrato artesanal del graffiti, la rapidez del stencil y todo ese realismo despojado y bien enérgico de las propias fotografías. Con una generosa dosis de detalles autobiográficos símil Las Playas de Agnès (Les Plages d'Agnès, 2008) y algo del misticismo bucólico de The Gleaners & I (Les Glaneurs et la Glaneuse, 2000), los realizadores construyen un recorrido de tono picaresco y francamente adorable por las historias y vicisitudes de “gente común” al paso, aunque sin esa típica condescendencia de buena parte de la alta burguesía artística y enfocándose sobre todo en las pequeñas batallas y victorias cotidianas: así tenemos a una mujer que se rehúsa a marcharse de su hogar en un barrio minero a punto de ser destruido, un granjero actual que cultiva 800 hectáreas él solo, una antigua pareja de amantes que fueron en contra de sus respectivas familias, los trabajadores de una planta productora de ácido clorhídrico, un pueblo fantasma, a medio edificar y abandonado, un cartero a la vieja usanza, un jubilado empobrecido con aires de linyera, una mujer que vive del ganado ovino y no lo mutila como las empresas contemporáneas del rubro y finalmente las esposas de tres estibadores portuarios, quienes ven sus figuras reconvertidas en una monumental y bella gigantografía. Desde ya que Varda se permite alguna que otra de sus conocidas “licencias poéticas” (grandes momentos como el de sus pies y sus ojos en los vagones de un tren o el de la chica con la sombrilla en el lateral de un edificio), y hasta incluye un intento de reencuentro con su ex amigo Jean-Luc Godard (sin duda el punto más fuerte de la película, aquí apelando a un recurso paradigmático del cine de Michael Moore, léase el remate anímico). La obra de manera progresiva se posiciona como una experiencia lúdica y muy afable en la que la octogenaria Varda y el treintañero JR conforman un dúo insólito que por un lado propone una visión humanista de la influencia del arte y su capacidad transformadora del entorno social, como decíamos antes, y por otro lado examina los vínculos entre la amistad, la familia, el amor, el trabajo y la propia mortalidad, todo a su vez complementado por una hermosa banda sonora a cargo de Matthieu Chedid. Las galerías a cielo abierto de Agnès y Jean constituyen una señal inequívoca de que es posible un arte que le gane a la publicidad y el marketing capitalistas en lo que hace al dominio visual de las calles y plazas públicas…
Recientemente homenajeada por la Academia con un Oscar a la trayectoria y compitiendo con Visages Villages al mismo premio en el rubro Mejor Película Documental, Agnes Vardá, próxima a cumplir los 90, ya queda como una de las más interesantes artistas mujeres contemporáneas, por trayectoria pero sobre todo por gesto poético, calidad fotográfica y cinematográfica y potencia conceptual en cada una de sus producciones, una larga lista que hemos tratado de reseñar en una nota anterior, que invitamos a leer aquí (Películas recomendadas sobre artistas: Agnes Vardá). La nueva película en cuestión es realizada de la mano y de los ojos de JR, un interesante artista gráfico y urbano francés, de quien ya habíamos tenido una prueba de su arte en 2014, como dejamos registro en esta nota: Empapelan de rostros El Panteón de París durante su restauración. Lo cierto es que JR le presta manos, piernas y ojos a una activa, lúcida y fresca artista que aún tiene mucho para decir. Como trashumantes en busca de historias, salen a encontrar espacios donde mostrar las imágenes que condensan las vidas que van conociendo, articulándose en estaciones de un recorrido que vuelve a redescubrir, como ya había hecho en Les Glaneurs y le glanese (Los espigadores y la espigadora), personajes y situaciones ignotos, la Francia profunda, campesina, idealista, trabajadora, haciendo del cine un documental social y poético. Y ya de entrada comprendemos que la película hablará de eso, de caras y lugares que son tan próximos a Vardá. Tres personajes que fueron tan queridos, dos hombres, Jacques Demy y Jean Luc Godard, y una mujer, Nathalie Sarraute, para dar cuenta de una época central de la Francia cultural e ideológica que marcó un umbral de época que va mucho más allá de la Nouvelle Vague y la Nouveau Roman. Porque Visages son los rostros que Agnes no quiere olvidar, con la lucidez de que para eso están la fotografía y el cine, para darnos la ilusión de que nada va a perderse, de que todo estuvo ahí. Pensando así esta película se vuelve un enorme manifiesto autobiográfico, donde los retratos que construyen ambxs directorxs actualizan todo el sistema de obra de la belga. De Daguerrotypes a Las Playas de Agnés, pasando por Cléo de 5 a 7 y por sus cortometrajes de andanzas con Anna Karina y Godard, estamos ante una obra tan coherente como potente que no deja de enseñarnos, una master class sobre las relaciones entre cine y afectos, arte y vida, fotografía como performance y acción, instante y duración, arder o durar. También es una obra bucólica, idílica, esperanzada, y por eso también, muy política, que muestra los rostros de otra Normandía, con marcas de los alemanes y la Segunda Guerra pero también con ecologistas que cuidan las cabras e imágenes que finalmente las oponen a un mundo mecanizado y desnaturalizado. El sistema de JR, su cámara/impresora ambulante es el instrumento que potencia el mundo Vardá. Y en este dueto de andares y enunciaciones conjuntas, hay también una enseñanza sobre prácticas artísticas contemporáneas, un asumirnos en la ganancia de lo que vamos perdiendo, una necesidad vital de seguir haciendo a pesar de los pesares, retomando la asunción del divino Roland cuando escribió aquello de que “la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”, pero a pesar de ello y para ello, justamente, hay que seguir creando.
Visages Villages: Conociendo caras viejas. La octagenaria Agnès Varda forma un entretenido dúo con el joven artista urbano JR para recorrer Francia, conociendo rostros e historias en un documental para vacacionar las mentes curiosas. Agnès Varda es una artista, cineasta y fotógrafa que desde los años ’50 viene dejando su huella en todo ambiente artístico que se le ocurre explorar. Señalada como uno de los nombres más importantes de la Nueva Ola del cine francés (su viejo amigo Jean-Luc Godard irrumpe de forma muy propia este mismo trabajo) no sólo por su voz en cuanto al feminismo y cuestiones sociales en general, sino también por su aporte a las técnicas modernas del cine. Junto con JR, un joven artista urbano de reconocimiento internacional, deciden documentar un viaje en el que buscaran descubrir rostros e historias escondidos en la bella Francia, al mismo tiempo que plasman las obras de arte propias de JR en todo lugar apto. Un documental que se permite aspirar a atraer mucho más público que sus pares no solo por su nominación al Oscar sino también por proponer una narrativa que puede disfrutar cualquier tipo de público, independientemente de si acostumbra ver este género o no. Sin entrevistas propiamente dichas, es un documental bastante menos estructurado de lo que uno puede asociar al termino si no acostumbra mirar muchos. La calidad de la técnica utilizada se pierde naturalmente dentro de una narrativa creada de forma impecable y para nada artificial. Muchos documentales terminan por descubrirse ante su creador al momento de la edición, pero para hacerlo requieren de abundante material capturado de la manera justa. Mucho mérito tiene el departamento de fotografía encargado de que este proyecto tenga cantidad y calidad por igual. El encargado de transformar ese material es el editor Maxime Pozzio-Garcia (Mobile Homes), que junto a Varda logra construir una red de historias, rostros, imágenes, pensamientos y anécdotas con la capacidad de atrapar a cualquier mente curiosa. Conocer nuevos lugares, nueva gente e historias, permitirse un descanso de lo usual para disfrutar bajo una luz diferentel lo que puede ser mundano para otros. Palabras que no solo pueden describir una escapada ideal para muchos sino también este proyecto de Varda y JR. El film gira en torno a la relación de ambos de manera indirecta; es la inquieta creatividad que ellos comparten el punto de partida de un viaje que, aunque indudablemente con la firma y pulso de una cineasta con toda la experiencia que se puede tener, sería imposible de realizar sin la impronta y los objetivos tan tangibles de JR. Sus objetivos suenan muy simples: sacar fotos, imprimir gigantografías y pegarlas en paredes. Es con esa simpleza que uno deja el cine habiendo disfrutado de historias como la del reino de Pony, el pasajero de tractores o la moza más famosa de Francia, vivencias que uno disfrutaría relatar a sus íntimos al regresar a casa luego de unas enriquecedoras vacaciones. Uno disfruta del descanso en la playa por estar acostumbrado al ajetreo de los estudios o la vida laboral, y es justamente así que este documental resulta ideal para todos aquellos amantes de pasar un buen rato viendo películas o series de ficción. Una vida llena de actuaciones, anti-heroes y villanos solo hará que la inusual propuesta de este documental pueda disfrutarse aún más. Se trata de un viaje maravilloso que sin dudas terminará atrapando a todo aquel que se siente a disfrutarlo. Lo único que esta en duda es la razón para hacerlo, sea el estatus de Varda como una revolucionaria cineasta europea o la curiosidad de ver la risueña dinámica que tiene junto a JR. No importa la razón: entren, siéntense y preparen una sonrisa.
“Visages Villages” es un documental de origen francés, y uno de los grandes candidatos a quedarse con el galardón a Mejor Documental en la próxima entrega de los Oscars. ¿Cuál es el gran atractivo de este film que tiene 100% de calificaciones positivas en Rotten Tomatoes? El largometraje representa una colaboración entre la veterana directora Agnès Varda y el artista gráfico urbano/fotógrafo JR, un joven francés conocido por sus impactantes obras visuales que consisten en enormes intervenciones gráficas en calles y tejados de diversas ciudades de todo el mundo. Es así como estos individuos que unen fuerzas para este proyecto deciden salir a recorrer varias localidades de Francia con el objetivo de realizar distintas obras en lugares abandonados u olvidados, pequeños poblados, construcciones destinadas a ser demolidas o solo territorios aislados. Ambos se suben a una camioneta con forma de cámara y comienzan a transitar un camino emocionante, entretenido y conmovedor que marcará sus vidas para siempre. El relato se desarrolla como una suerte de road movie documental, en el cual dos artistas empezarán un viaje de autodescubrimiento, donde también crearán un vínculo que los enlazará no solo para alcanzar el objetivo del proyecto en cuestión. Varda y JR retratan a muchos personajes que se topan en su camino, ofreciéndoles la oportunidad de pegar dichas capturas instantáneas en lugares que representen puntos destacados de sus vidas. Un film que engloba historias de vida, con mensajes esperanzadores y una poética visual realmente magnética. También cabe destacar la banda sonora compuesta por Mathieu Chedid, que logró aportar su cuota de sensibilidad y nostalgia al hecho narrativo. El documental no representa solamente una serie de testimonios aislados, sino que también nos ofrece un destacado conjunto de imágenes preciosas que embellecen y enaltecen a la obra en sí. Además, habrá algunos guiños para los cinéfilos, relacionados con el cine de Jean-Luc Godard, director con el cual Agnès Varda tuvo la oportunidad de trabajar. “Visages Villages” es un documental estupendo y emotivo. Uno de esos relatos que parecen captados con total naturalidad, producto del talento artístico de sus involucrados. Un largometraje realmente recomendable que se nutre de una buena premisa, un cuidado registro y un poderío visual inmenso.
“Cada rostro cuenta una historia diferente”. Eso dice Agnès Varda en un momento de este documental nominado al Oscar. Tales palabras parecieran el punto de partida para emprender un viaje por algunas villas francesas con el objetivo de intervenir ciertos espacios en compañía de JR. La sencillez de la premisa permite un despliegue agudísimo de humanidad en las intervenciones realizadas por ambos artistas. Porque más allá de las tantas selfies con las que el público irrumpe e interrumpe el viaje, sus fotografías agigantadas en las fachadas de casas, containers y graneros, junto a las entrevistas a algunos fotografiados, brindan otra mirada al día a día de esas personas. Sea con respecto a los operarios de una fábrica, las esposas de unos trabajadores, los habitantes de una urbanización abandonada o los habitués de una cafetería, se advierte que la rutina recupera sentido. Las imágenes a gran escala parecen su estudio magnificado. Así, el documental rastrea tales actividades. Observamos con atención esas fotos de, por ejemplo, las esposas, de unos treinta metros de altura, extendidas a lo largo de varios containers. Las modelos de dichas gigantografías hablan de su propio estado minoritario en un trabajo liderado por hombres. Hay un reconocimiento notorio a la intervención del ser humano sobre los lugares que ocupa o visita. Pero en este viaje también hallamos la aceptación a convivir con el paso del tiempo, al igual que el efecto de ciertos sitios sobre las intervenciones. Como cuando trabajan tan laboriosamente frente al peñasco para colocar la foto enorme de Guy Bourdin y al día siguiente la foto desaparece. Todo artista debe aceptar que sus obras también son efímeras más allá de la recepción, y que atesorar obras implica también soltarlas de a poco. Al mismo tiempo, Visages, Villages retrata un puñado de intimidades de Agnès, como su relación con Jean-Luc Godard, las condiciones que llevaron a las fotos de Guy Bourdin o la decisión estética de JR de lucir sus lentes oscuros pese que a ella le molestan. Pero ese retrato no choca con sus intervenciones sino que les brinda perspectiva. Como si el viaje implicara, simultáneamente, una intervención externa (en algunas fachadas de los pueblos visitados) y una propia, íntima (en la historia personal de los artistas y de todos los que aparecen en las fotos). Visages, Villages ha recibido diversos premios, entre ellos el Ojo de Oro en el Festival de Cannes del año pasado, y reconocimientos en varios eventos de asociaciones de críticos (Los Ángeles, Nueva York). Uno de los datos curiosos de estos Oscars es que, con 89 años, Agnès se convirtió en la nominada de mayor edad en cualquier categoría.
Esto no es un documental Agnes Varda siempre regresa. La realizadora francesa, directora pionera, amiga y colega de Jean-Luc Godard, esposa del fallecido realizador Jacques Demy, responsable de films como Lola (1961) y Los Paraguas de Cherburgo (Les Parapluies de Cherbourg, 1964), continúa en Visages Villages (2017), film ganador del Ojo de Oro, el premio más importante al mejor documental en la última edición del Festival de Cine de Cannes, también nominado al Premio Oscar de la Academia de Hollywood a Mejor Documental, con una de sus grandes pasiones, la combinación del documental con el arte. Aquí Varda inicia una colaboración con el fotógrafo y artista francés JR, quien también tiene una exitosa carrera en el cine documental y en el arte callejero, para crear al igual que en Los Espigadores y La Espigadora (Les Glaneurs et la Glaneuse, 2000) un film caleidoscópico sobre la idiosincrasia francesa a través del contacto con personajes significativos en los lugares que ambos artistas recorren en la camioneta cámara del fotógrafo. Juntos, Varda y JR recorren así distintas ciudades de Francia en la camioneta dispositivo cámara del último para retratar a los personajes que encuentran, tal vez azarosamente, imprimir las imágenes automáticamente desde una ranura al costado a través de los dispositivos técnicos en el interior de la camioneta, con una función similar a la de las cabinas fotográficas instantáneas pero imprimiendo imágenes de mayor tamaño en blanco y negro que después son pegadas en casas de barrios mineros, fabricas, contenedores de puerto, casas abandonadas, esquinas de pueblos, vagones de tren y tanques de agua. La idea del proyecto es producir un efecto artístico, una performance que indague e influya en la identidad de los trabajadores y los ciudadanos de forma radical, fundiendo el arte con la vida, gesto vital y manifiesto filosófico de las vanguardias artísticas y de la mayoría de los proyectos artísticos y cinematográficos de carácter revolucionario del Siglo XX. El trabajo con la imagen es producto de las intervenciones en colaboración de JR y Varda pero también participaron en la cinematografía Roberto De Angelis, Claire Duguet, Julia Fabry, Nicolas Guicheteau, Romain Le Bonniec, Raphaël Minnesota, Valentin Vignet, ayudantes de JR, quien trabaja en equipo tanto en sus performances como en sus documentales/intervenciones. La película también cuenta con la música intimista del cantautor francés Matthieu Chedid, conocido en Francia como M, quien crea alegres y melancólicas melodías de guitarra y piano de acompañan a los artistas en su camino por el país galo. Pero Visages Villages no es un documental sino una intrusión del arte en la vida, un registro de la relación de dos artistas de generaciones diferentes que se encuentran indefectiblemente para transformar sus búsquedas artísticas en una indagación sobre el presente de ambos y sobre sus sueños. A su vez, estos sueños se combinan con las vidas que la película toca a través de las impresiones que Varda y JR pegan y crean para transformar los lugares y las vidas de estas personas que de pronto ven el arte como algo cercano que inunda su realidad. Una vez más el arte y la vida se cruzan, esta vez a partir de una combinación de arte callejero con arte cinematográfico y arte fotográfico para crear una intervención que logra transformar los paisajes de los pueblos del interior de Francia y la relaciones de sus habitantes con esos pueblos, pero también de las fábricas y de los trabajadores, de Varda con su carrera cinematográfica, con la Nouvelle Vague y sus recuerdos, y de JR con las expresiones artísticas que lo preceden. Visages Villages, “rostros pueblos”, es una visión sobre las posibilidades del arte que se funden con el presente de los artistas cuando se adentran en un paisaje inexistente, que solo ellos pueden ver, crear y propagar hacia el futuro.
UNA AVENTURA ESPONTÁNEA Visages Villages es producto del encuentro entre dos artistas. No se trata de algo solemne sino festivo. La misma presentación de los créditos con dibujos animados y el prólogo confirman el aire de desenfado y la libertad que guía a la propuesta: el joven fotógrafo JR, de 33 años, y la maravillosa directora/fotógrafa Agnès Varda, con sus 88 años a cuestas pero con increíble vitalidad, dispuestos a recorrer diversos lugares de Francia para compartir su arte. Una película en estado gerundial, un camino que se construye a medida que se anda. “Lo que me gusta de este proyecto es que se trata de una aventura espontánea”, dice Varda. Y los dos personajes transitan un sendero abierto a la sorpresa y a las reacciones de quienes tienen la suerte de cruzarlos, más ligados a la comedia que a la supuesta trascendencia de las academias. Uno con sus gafas negras; el otro con el andar y la astucia chaplinescos. Si hay algo en claro que tienen sus mentores es que esto es para la gente, para los pueblos, para sus rostros. Dos artistas y un camión que dispara fotos en cinco segundos de las personas que ingresan. Con estos elementos, hay película, es suficiente para internarse y disfrutar de este noble documental. Cada escala plantea una puesta en escena. Lejos de la concepción romántica del artista enfrascado en la incubadora de su inspiración, JR y Agnès involucran a gente de todas las edades y el resultado son sus propios rostros en gigantografías pegadas en las paredes de los barrios. Lo interesante es que nunca caen en una fachada populista y jamás subestiman a los niños, jóvenes y adultos que se prenden en la propuesta, como tampoco necesitan empalagarlos con boludeces teóricas o lloriqueos acerca de concepciones tradicionales en torno a la fotografía. Por el contrario, la misma Agnès siempre está predispuesta a las selfies y a sacarle la lengua a toda pretensión de seriedad impostada. “Es como un juego”, repite ella. Pero, más allá de la espontaneidad y del carácter lúdico, aparece la cuestión de la memoria. Del mismo modo que las fotos sirven para alimentar la memoria colectiva y los recuerdos personales, la experiencia del proyecto es un espejo que reactiva la propia carrera de Agnès en el cine, las impresiones guardadas sobre los lugares recorridos, más la evocación de los espectros del pasado y sobre todo uno, el más temible, el de Jean Luc Godard, esa presencia insomne que aparece en dos momentos claves. Al comienzo, las gafas negras de JR recuerdan a las del joven Jean Luc; al final, Varda le tiene una sorpresa a su compañero de ruta y nos tiene una sorpresa: visitar al polémico director. Sin embargo, lo que encuentran es un mensaje codificado, un golpe bajo. El resultado es decepcionante y ya que estamos con las listas, podría incluirse como el desplante del año. “Es impresentable”, dice ella. Para mí, la frase del 2017 en el cine.
Empapelando ciudades Dos generaciones de artistas se reúnen para hacer un doble proyecto. Por un lado tenemos al joven artista plástico y fotógrafo JR, que acostumbra realizar intervenciones urbanas en cada ciudad que visita; por el otro a una veterana fotógrafa y directora audiovisual que se jacta de haber logrado en su juventud que Jean-Luc Godard se quitara sus permanentes lentes oscuros para uno de sus cortometrajes. Juntos organizan un viaje por los pueblos del interior francés en la camioneta modificada de JR, preparada con un cubículo de fotos y una impresora que le permite ir pegando gigantografías de personajes locales en las paredes de cada sitio que visitan. Al mismo tiempo, Agnès Varda pretende documentar en video sus viajes y actividades para hacer una película que escapa de a ratos de los límites del documental, permitiéndose embellecer con toques de ficción algunas de las secuencias, especialmente las cariñosas charlas que mantiene con quien podría ser su nieto. No hay pretensiones de análisis profundo del mundo del arte en Visages Villages, de hecho buena parte del discurso de ambos consiste justamente en bajar el arte para que llegue a la gente común, invitándolos a participar como protagonistas de cada una de sus intervenciones. Su meta principal es conocer gente al azar que por algún motivo les resulte interesante, conocer algo de sus vidas y mostrarlo para que la rutina del pueblo sea un poquito mejor por lo menos durante los días que duren las imágenes. En la previa vemos sus intercambios de ideas y el proceso de materialización de esas imágenes, mientras que entre intervenciones se toman unos minutos para sentarse en algún sitio que les genere un estímulo emocional para compartir opiniones no sólo sobre el arte en sí: también sobre las formas creativas que tienen de ver cosas comunes del mundo que otra gente deja pasar sin darle mayor importancia. En cierto punto las intervenciones pasan a un segundo plano y se convierten en una excusa para los verdaderos puntos altos de la película: las charlas entre sus dos artífices, el vínculo de amistad cariñosa que cuesta creer que sea fingido. La buena química entre ambos, el humor afectuoso con el que se tratan, logran mantener el interés a lo largo de un film que está al borde de caerse del género documental, y que se preocupa más en transmitir las emociones que produce la generación de arte que el arte en sí mismo. Con sencillez de recursos apelan a la emoción y consiguen arrastrar a pueblos enteros en sus proyectos. Conclusión Aunque entretiene y sus dos protagonistas generan empatía, el contenido documental de Visages Villages parece agotarse pronto y volverse algo repetitivo o poco desarrollado. Ante esto, presta más atención a los artistas que a su obra, pero a ninguno con demasiada profundidad.
Nominada al Oscar a Mejor Documental, ganadora del Independent Spirt Award y premiada en el Festival de Cannes, entre muchas otras distinciones, la más reciente película de Varda (codirigida con el multifacético artista JR) es otra joya de esta incansable recolectora de historias. A punto de cumplir dentro de dos meses 90 años y pese a algunos problemas en la vista que se hacen explícitos durante la película, ese mito viviente del cine francés que es la directora de Cléo de 5 a 7, Sin techo ni ley, Les glaneurs et la glaneuse y Las playas de Agnès concibió este documental / ensayo codirigido con JR, un artista callejero y fotógrafo de culto en Francia. Pese a la notoria diferencia de edad (JR, típico hipster, recién tiene 35) y de estilos, ambos se admiran mutuamente y decidieron hacer un trabajo conjunto. Así, Agnès Varda y JR viajan por todo el país en camioneta descubriendo historias de vida de gente común, fotografiándolos y pegando luego gigantografías en blanco y negro de esas imágenes en lugares de fuertes implicancias emocionales. Tierna, sensible e hilarante a la vez, profundamente humana en la charla -por ejemplo- con las esposas de unos trabajadores portuarios en crisis (también dialogan con mineros de carbón, agricultores, trabajadores de fábricas, productores de quesos, camioneros y un largo etcétera), Visages, villages es un viaje anárquico en el mejor sentido del término (sin cálculo ni rumbo fijo) que apuesta a descubrir la grandeza que reside incluso en esos seres “comunes” o anónimos y cierra con una visita a la casa de un viejo amigo y alguna vez compañero de rutas de Varda como Jean-Luc Godard. No conviene adelantar nada sobre el resultado, pero es un momento de una intensidad tragicómica desgarradora.
La dama y el vagabundo Visages, villages (2017) es una road movie documental que une a la veterana cineasta francesa Agnès Varda con el prestigioso fotógrafo urbano y muralista JR (Women Are Heroes, 2010) en un encuentro cinematográfico que expone dos miradas diferentes sobre una serie de tópicos. Una, algo borrosa por la edad pero siempre precisa; la otra escondida, como la de un Jean-Luc Godard actual, por unos anteojos oscuros inamovibles. Un viaje por Francia en la camioneta de JR (de aspecto de cámara de foto, con una gran lente en un lado) para emprender un proyecto en común entre la dama nonagenaria del pelo bicolor, autora de Las playas de Agnès, 2008), y el fotógrafo y muralista de 33 años, conocido por sus impactantes obras visuales que consisten en enormes intervenciones gráficas en calles y tejados de diversas ciudades de todo el mundo, es el eje de Visages, villages. Los títulos iniciales animados (cuya música está compuesta, como la del resto del film, por el compositor, cantante, productor, fotógrafo y guitarrista francés de origen árabe cristiano libanés M/Matthieu Chedid) sienta el tono descontracturado de Visages, villages, película que comienza con la voz en off del fotógrafo y la cineasta contando cómo no se conocieron. Una búsqueda común los lleva a emprender un viaje por Francia. Por el camino, descubren oficios antiguos, con su vocabulario tradicional puesto en imágenes, tratando de evitar que se desvanezcan, como las letras borrosas que se difuminan ante los ojos de Varda. Conocen a un cartero pintor, un cartero Cheval con cápsulas, una simpática camarera que sostiene el paraguas de bodas de los padres de un vecino, fotografiada ciento de veces por el dúo de inventores-recolectores, mujeres de estibadores convertidas en tótems, sentadas “sobre su propio corazón”, dedos del pie que se dejan ver antes de irse a recorrer Francia, peces que viven una vida de altos vuelos (en una torre de agua)... Como el cartero, los creadores de imágenes van llenando su bolsa a medida que la vacían, con un ánimo lúdico que perpetúa la magia del arte que comparten, entre ellos y con los otros. Varda y JR juegan un juego, sin olvidarse nunca de maravillarse, como cuando recorren a toda velocidad el Museo del Louvre (recreando una célebre escena de una película de Jean-Luc Godard), fotografiando la tumba de Henri Cartier-Bresson y resucitando, a gran tamaño, la buena planta de Guy Bourdin, el fotógrafo-modelo. Allá donde posan su mirada Varda y JR, una multitud de relaciones se establece, como la complicidad entre ambos al mirar juntos el horizonte sincero y solitario.
La mítica realizadora Agnes Vardá y el artista JR plantean un viaje a la Francia profunda con las intenciones de reflexionar sobre la imagen y la percepción, pero también sobre la pasión y el trabajo. Visualmente impactante, la química entre los dos realizadores aporta un aire fresco al cine documental, derribando mitos y prejuicios.
Cómo una idea simple desemboca en una de las mejores películas de los últimos tiempos. Es hermoso ver plasmado en imágenes el encuentro entre dos artistas -disímiles, no sólo en sus quehaceres, sino en sus edades- y luego la relación que establecen entre sí y con quienes serán los protagonistas de Visages villages, el excelente documental que tras alguna dilación se estrena esta semana. Agnès Varda está por cumplir 90 años; JR, el fotógrafo y artista callejero, anda por los 25. No se conocían, pero allí están, recorriendo el interior de Francia, conociendo y retratando personas comunes. La idea es hablar con ellos, reflejar sus historias, tomarles una fotografía, transformarla en una gigantografía en blanco y negro y colocarla en algún lugar específico, pero a la vez emblemático. Visages villages son historias de vida. Historias narradas con emoción, de un lado y del otro de la cámara. El humor de Varda -figura más que simbólica de lo que fue y es el cine de autor en Francia desde los ’60- tiene un humor a toda prueba. Coqueta con su cabello teñido en distintos colores, con su visión que no es ya perfecta, hace con JR un tándem difícil de olvidar. Seductor, entrador, ameno, tanto para sus ocasionales y desprevenidos entrevistados como para el público. Entre quienes aparecen hablando con ellos hay obreros, mineros, campesinos, camioneros, esposas de trabajadores. Cada uno tiene qué decir a esta dupla que recorre con su camioneta o en tren distintas villages para conseguir distintas visages, caras, rostros. La directora de Cléo de 5 a 7 y Las playas de Agnès, que tuvo una relación digamos tormentosa y amigable con Jean-Luc Godard, también tiene su momento en el que se plantea visitar al director de Sin aliento. Para los cinéfilos, es una pequeña gema escondida en otra gran película, para ver una y otra vez. Emotiva y risueña, reconcilia una vez más con las ganas de ver cine.
Antes de cualquier otra cosa: he aquí una película linda, así de simple. La más vital sobreviviente de la Nouvelle Vague, Agnès Varda, por primera vez codirige, y lo hace con el fotógrafo y muralista JR. Visages Villages ("caras pueblos" sería una traducción) los muestra en una relación encantadora, cercana, de amigos que saben que pueden usar el humor y trabajar sobre el físico de cada uno, las edades, las taras a la hora de vestirse, las obsesiones y esos pequeños detalles que nos recuerdan cómo el cine puede convocarnos una vez más a ver cómo personas extraordinarias -y con la vitalidad como estandarte- pueden llevarnos a un viaje inolvidable. Varda y JR parten en una road movie en la que sacan fotos a mucha gente y decoran grandes superficies con esas imágenes. El proyecto es lindo para ver en funcionamiento, las fotos son lindas de ver, los edificios -y también contenedores, por caso- quedan impactantes y bellos con rostros y cuerpos en esas dimensiones. Varda y JR hacen lo que hacen con amor, buen talante, ritmo y una puesta en escena que recoge lo mejor de cada casa (o pueblo), mientras se reflexiona de manera ligera pero nada superficial sobre la imagen. De este documental con no pocos momentos de precisa e incluso cómica ficción no podemos esperar un final que no sea encantador. Y sucede, no sin antes ver a Agnès ubicando en el lugar correcto a la demasiado prolongada petulancia del Godard del siglo XXI.
Visages Villages, de Agnès Varda y JR Por Gustavo Castagna Se vienen sus nueve décadas de vida y pese a los lógicos problemas de salud, las imágenes de Agnès Varda estimulan el futuro, la vitalidad, las ganas de seguir adelante. Su último doc Visages Villages, construido junto al artista plástico visual JR, estimula salir y ver, reconocer y contemplar, descubrir y reflexionar sobre paisajes, contextos y personajes omitidos por la rutina y las necesidades cotidianas. En ese sentido, a diferencia de dos de sus trabajos más cercanos en el tiempo (Les glaneurs et la glaneuse, 2000; Las playas de Agnès, 2008), Visages Villages es un contundente documental de observación que bajo el pretexto del “viaje turístico” arrima más de una opinión sobre el mundo. Ocurre que junto a JR, experto en gigantografías de gente común y anónima, la camarita y las lentes del particular dúo de directores, una señora conocida en el mundo del cine casi nonagenaria y un artista “callejero” con look “cool” y porte parecida a la de un joven Jean-Luc Godard, festeja el placer de estar vivos sin esconder su asombro frente al descubrimiento de ese paisaje placentero pero reacio a las postales bonitas. No es que Visages Villages pretenda convertirse en un reflejo del mundo y sus carencias, al contrario: desde su estimulante energía, en especial, transmitida por Varda, las imágenes hablan por sí solas, sin necesidad de subrayados ni de frases sentenciosas. Operarios, obreros, meseras, una señora que se resiste a un desalojo, referencias a Un perro andaluz, caminatas cortas o no tanto de la pareja de directores, viajes en la van para retratar a una road movie no iniciática, tal vez crepuscular pero nunca mortuoria, caracterizan a la hora y media de un documental fuera de lo común, reflexivo y juguetón, también político y social sin levantar dedos acusadores. Se habla de Godard en el trabajo de Varda y JR y se sale a la búsqueda de la leyenda que vive recluida desde hace tiempo en su mansión ubicada en la pequeña ciudad suiza de Rolle. Los últimos minutos de Visages Villages proponen a priori el reencuentro de dos compañeros de lucha, de aquella irrepetible Nouvelle Vague, de la viuda de Jacques Demy (director de Los paraguas de Cherburgo) y del referente “demasiado ego” de varias generaciones hasta hoy que ya tiene 87 años. Pero no, la frustración dice presente, el fuera de campo se materializa en la ausencia, en un mero cartel que enoja y entristece a Agnès. En esos minutos finales de Visages Villages, Godard decide el final cut sin importarle el momento emotivo de la celebración entre dos viejos conocidos. En esa inesperada coda, el documental de Varda y JR agrega un tercer nombre como responsable, inesperado hasta allí, pero obvio cuando se trata de ejercer (otra vez) un bienvenido (o no) ejercicio de transparente narcisismo. VISAGES VILLAGES Visages Villages. Francia, 2017. Guión y dirección: Agnès Varda y JR. Fotografía: Romain Le Bonniec, Claire Duguet, Nicolas Guicheteau, Roberto De Angelis, Julia Fabry, Raphaël Minnesota y Valentin Vignet. Música: Matthieu Chedid. Edición: Maxime Pozzi-Garcia y Agnès Varda. Distribuidora: IFA Cinema. Duración: 89 minutos.
La belleza de los rostros y los pueblos Campesinos, mineros, amas de casa, hombres, mujeres, niños y ancianos posan para la cámara de los realizadores, cuentan sus historias y terminan revelando su verdadera estatura. Para estos tiempos de iniquidad, ningún antídoto mejor que Visages Villages (Rostros, pueblos), el nuevo documental de Agnès Varda, la venerable abuela de la Nouvelle Vague, que a los 89 años sigue tan activa y lozana como siempre y que aquí entrega una obra de una vitalidad y una nobleza de la que sería bueno que tomaran nota otros cineastas, entregados al cinismo y al escarnio. Siempre atenta a los cruces de lenguajes, géneros y disciplinas, y dueña de una eterna curiosidad y espíritu juvenil, aquí Varda no está sola. La acompaña JR, un fotógrafo y artista perfomático francés de origen tunecino que se convierte en su cómplice, co-director y compañero de viaje. Un poco como en la recordada Les glaneurs et la glaneuse (2000) –sin duda una de sus mejores películas en medio siglo de trabajo–, Visages Villages es una road-movie en toda la regla, como también lo era Sin techo ni ley (1985), su film de ficción más logrado y el que mejor ha tolerado el paso del tiempo, en un cuerpo de obra donde el documental siempre ha llevado las de ganar. Es más, se diría que cada vez que Varda se pone en movimiento, sale a la ruta y se va tropezando con desconocidos con quienes inmediatamente establece una relación de confianza mutua consigue sus trabajos más verdaderos y perennes. A bordo de la camioneta especialmente equipada del fotógrafo JR, que en Francia se ha ganado el apodo de “artivista urbano”, Varda se embarca con su joven amigo en busca de algunos de los pueblos y rincones más olvidados de Francia, para encontrar y conocer a sus habitantes. Y fotografiarlos, porque Varda es también una fotógrafa legendaria. Una fotógrafa que hoy, a su edad, tiene lógicamente problemas de visión, que no hace nada por ocultar. Al contrario, los expone de tal manera que parece posible también ver la realidad del mundo de otro modo, con los ojos de la sabiduría. Y riéndose un poco de sí misma, al hacer de su dúo con JR una suerte de acting de Laurel y Hardy, pero sin ánimo de destruir sino más bien de acariciar, a veces casi al borde del sentimentalismo. Con esas fotos, el dúo dinámico concibe unos enormes murales que –allí mismo, en el acto– el especialista JR se encarga de montar sobre una pared abandonada o la tapia de un granero, como una forma de celebrar la belleza de esa gente anónima con la que se cruzan a su paso. Y devolverles su verdadera, monumental estatura, oculta en los fragores de la vida cotidiana. Campesinos, mineros, trabajadores y trabajadoras portuarios, amas de casa, hombres, mujeres, niños y ancianos pasan por delante de las cámaras de Varda y JR y cuentan algo de sus historias. O más bien, son sus rostros estampados en piedra o madera los que narran con sus facciones la vida que llevan a cuestas. “¿Para qué hacen estos murales?”, pregunta uno de los retratados, ante lo cual Varda dice no tener certezas. “Para dar rienda suelta a la imaginación”, sugiere dubitativa. La respuesta adecuada a esa pregunta parece formularla en cambio un trabajador que, al entrar a la mañana en su fábrica, se encuentra de pronto con un inmenso mural en el que se reconoce junto a todos sus compañeros. “¡Qué sorpresa!”, dice. “Para eso está el arte, ¿no? Para sorprender…” Un solo punto oscuro encuentra Varda en su recorrido. Hacia el final, siente la necesidad de reencontrarse con Jean-Luc Godard, en Rolle, la pequeña ciudad suiza al borde de lago Leman donde vive recluido el ogro legendario. Y haciendo honor a su fama, el monstruo nunca llega a abrir la puerta, no recibe a quien supo ser su amiga y compañera de ruta en los años 60. “Si quiso herirme, lo consiguió”, se lamenta Varda, casi al borde de las lágrimas. Pero no deja de perdonarlo: “Es un perro ingrato, pero igual lo quiero”, dice mientras le deja en el picaporte un pequeño obsequio, tan simple y cálido como quien lo regala.
Por la carretera Agnès Varda es una de las pocas sobrevivientes de la Nouvelle Vague, aquel movimiento francés que supo revolucionar el cine. A sus 88 años regresa con Visages Villages, un documental que incluso estuvo nominado al Oscar en la última entrega. Y si bien a priori uno puede ser reticente a su estilo, no deja de ser una excelente propuesta. JR, artista conocido por intervenir paisajes con gigantografías, acompaña a la directora en una especie de road trip por distintas zonas de Francia, sin mayores intenciones de conocer a sus habitantes para luego homenajearlos con murales. Esta premisa tan pequeña se desarrolla en hora y media de película, con un ritmo lento pero lleno de información: los diálogos, los paisajes y los pequeños gestos cuentan cosas. El film, un ensayo sobre la mirada de diferentes personas, se aleja de las estructuras clásicas del documental y se apega más al devenir, al azar. Los realizadores establecen un vínculo casi maternal (Varda le lleva más de 50 años) y se ven libres, despreocupados, recolectando anécdotas de vida de personas comunes y corrientes. Las miradas, las voces, los gestos, todo lo que vemos en pantalla delata la enorme sensibilidad de JR y Varda. Y, quizás sin proponérselo, el documental es también una reflexión sobre la evolución del arte. A pesar de lo diferente de sus formatos, de sus trayectorias, de sus historias personales, ambos muestran una sensibilidad artística muy profunda, capaz de lograr que sus entrevistados se sinceren y abran sus corazones con ellos. Y no solo provocan a los pequeños personajes con los que interactúan, sino que además logran que las emociones se trasladen a los espectadores. Los paisajes, tanto urbanos como rurales, no solo enmarcan las charlas, sino que al ser intervenidos con las gigantografías de JR modifican su sentido: dejan de ser el contexto de una conversación para incluir en su propia escala a los protagonistas de cada micro historia. Visages Villages demuestra, en principio, tres cosas: que a sus casi 90 años Varda es una realizadora inoxidable; que tras su aspecto de hípster, JR es un artista real, con una sensibilidad y una inquietud magnéticos y reales; y que no hay que ser prejuiciosos con ningún tipo de cine. Si no nos cuentan el cuentito al que estamos habituados, nos pueden abrir la puerta de un mundo completamente nuevo de emociones.
Agnes Varda cumple en mayo 90 gloriosos años, conocida como la abuela de la Nouvelle vague, sigue activa, talentosa, querible, admirable. En este documental que realiza con el artista gráfico y fotógrafo JR (nominado al Oscar y premiado) recorre caminos con su socio creativo tan especial. JR se dedica a fotografiar y luego con esas tomas en gigantografías adorna trenes, paredes, tanques, contamines, fábricas, graneros, tinglados. Pero esa actividad de por sí tan llamativa tiene en la mirada y la comprensión de la directora un significados distinto y conmovedor. En su relato y en su mirada la conjunción es perfecta. La campera por empatía y sabiduría tiene un efecto profundo, bello, único. Pero esas experiencias que se detienen en una fábrica con su persona, en las mujeres de los portuarios transformadas en totems que se sientan literalmente en su corazón, en viviendas que serán destruidas pero hay una rebelde, también hay espacios íntimamente personales. Sus recuerdos, homenajes y dolores físicos. El dolor por el desprecio de otro mito Godard, la relación entrañable con su socio creativo y su familia. Una joven mujer sabia que afronta temas como sus problemas físicos y la muerte y da una lección de un cine que no podemos dejar de ver.
El año pasado le dieron el Oscar Honorario a Agnès Varda, de 88 años, creyendo que se retiraba. En vez de eso, salió con el artista callejero JR, de 33, en una camioneta con forma de cámara fotográfica por los pueblos del interior de Francia. El resultado es esto que ahora vemos, una delicia, ocasión ideal para encontrarse, o reencontrarse, con doña Agnès y disfrutar de su ingenio y su amor a la vida. "Visages/Villages" ("Faces, places" en EE.UU., "Caras y lugares" en España, donde no le hallaron la rima) se fue haciendo sobre la marcha. Por ejemplo, conocen a la única mujer que sigue viviendo en un viejo barrio. Le toman una foto y JR, especialista en gigantografías, pega la ampliación, enorme, en el frente de su casa hasta entonces apagada. Ahora la calle entera luce de otro modo. Hay que verle la cara de asombro a esa mujer. Y lo mismo hacen en otros lados, con toda clase de personas que nunca saldrán en los diarios, pero forman el alma de un pueblo. Todas encantadoras, salvo el único famoso, Jean-Luc Godard, al que van a visitar y los deja afuera. En fin, se quedará sin su gigantografía. La obra entera transcurre en un clima de buen humor, creatividad, algo de nostalgia y una pizca de tristeza, porque Varda ya tiene problemas serios en la vista. Fotógrafa, cineasta y artista plástica desde su juventud, ella es la única figura de la nouvelle vague que aún se mantiene y goza del amor de los espectadores. Imposible dejar de quererla.
Agnés Vardá, considerada la abuela de la Nueva Ola Francesa del cine y quien se encuentra a punto de cumplir 90 años, sigue haciendo películas aun tras sus problemas con la vista, los cuales expone sin vergüenza en su documental “Visages Villages”. Un documental que es como una especie de diario de viaje que realiza junto al artista y amigo JR a través del interior del país, descubriendo personas e inmortalizándolas en fotografías que luego se convierten en murales. Agnés y JR viajan sobre una hermosa camioneta en forma de cámara fotográfica que además funciona como tal, ya que tiene una cabina que saca fotografías tamaño mural. Con ella van encontrando a personas comunes a las que, al escucharlas, cada una tiene una historia muy particular por contar. Y luego instalan esas fotografías en lugares significativos para ellos en tamaños todavía más grandes. Paredes, trenes, containers, cualquier lugar donde haya espacio y que signifique algo (mucho) para esa persona. Dos generaciones de artistas y dos estilos muy distintos, un mito viviente del cine francés y la cultura artística hipster actual se combinan con una bella película como resultado. Una película pequeña pero llena de corazón y emociones (puede ser muy divertida y tierna –y hasta original, como ese comienzo en el que no logran cruzarse- y en otros momentos algo más agridulce y melancólica). Es un placer seguir a Vardá y eso también se nota que le sucede a JR, quien la admira y acompaña aunque a veces se burle cariñosamente de ella para luego ceder a su capricho con tal de que se recuperara de un mal trago. Algo que tiene de interesante además la película, es que transita por varios estadíos para no tornarse luego repetitiva. Conocemos el arte que van llevando a través de estos pueblos, a personas “x” y sus historias, pero también nos vamos adentrando en la relación entre ellos dos y a lo último los seguimos en otro tipo de viaje, mucho más personal, y sobre el cual no conviene adelantar demasiado pero estará relacionada a Godard, figura muy relacionada con la directora. Es ahí cuando Vardá aflora más como persona que como cineasta y termina de imprimirle el alma a la película. “Visages Villages” está concebida a cuatro manos, escrita y dirigida por sus propios protagonistas. Y resulta un viaje encantador. Estuvo nominada como documental a los premios Oscars, no ganó pero se llevó un premio honorífico Vardá (quien además es la persona de mayor edad en ser nominada a esos premios) y además cosechó algunos premios más durante la temporada. Pero todo esto es anecdótico, datos de color. Lo importante es que este mito aún sigue vivo y nos acaba de regalar una película y experiencia bella y conmovedora.
La legendaria Agnés Varda tiene 88, el fotógrafo JR, 33. Se conocieron por casualidad, como registra este documental común, y decidieron salir a recorrer pequeños pueblos de Francia para encontrar y conocer a sus gentes. Una premisa sencilla, un proyecto artístico tan sui generis como su pareja de realizadores y un efecto mayúsculo, de transformación de las comunidades a través de cosas tan simples como pegar fotografías de sí mismos en las paredes. La intervención de Varda/JR produce momentos únicos entre un grupo de operarios de una fábrica, homenajea a la última habitante de un viejo barrio minero, emociona a los voluntarios que convierten un barrio abandonado en un picnic lúdico y colorido. Como reflexión sobre el poder de la imagen, pero sobre todo del que tiene el arte sin intermediarios, en el cara a cara, para transformar a la gente y construir memoria. Visages Villages es una de esas joyitas que no conviene perderse: divertida, sorprendente y emocionante. Lleve a los chicos.
Algo tiene JR que a Varda le recuerda a Jean-luc Godard. Algo, como la negativa del hombre a quitarse las gafas oscuras por un momento para dejar al descubierto su mirada. Pero incluso el cineasta francés aceptó una vez hacerlo para que la diminuta directora lo retrate. En JR este capricho puede entenderse por esa necesidad que defienden muchos street artists de mantener su identidad oculta aunque actualmente figuras reconocidas como las de este treintañero que busca hacer de su obra un lugar de reflexión social, no son perseguidas ya que la moda les otorga la impunidad necesaria como para que no se considere su trabajo como un acto de vandalismo.
Visages Villages de Agnès Varda y JR Se estrena Visages Villages, última obra de la legendaria Agnès Varda que une fuerzas con el fotógrafo JR para una mezcla de documental y road movie, nominado al Oscar 2018. ¿Cómo es la estructura de una road movie clásica? Dos personajes, en apariencia opuestos pero complementarios, que atraviesan diversas aventuras que los terminan conectando y conociendo a sí mismos. Generalmente primero es el entorno el que cobra protagonismo pero, finalmente, todo el viaje trata acerca de ellos. Y la presencia de un tercer personaje suele sobrevolar la mayoría de las obras: puede ser un antagonista tácito o una motivación que sirve -o no- para que ambos logren la conexión emocional que buscaban a lo largo de todo el relato. Visages Villages, disfrazada de documental, cumple con cada característica de una road movie. Tenemos una directora casi nonagenaria con entusiasmo para realizar uno de sus últimos viajes, una de sus últimas aventuras y un joven y creativo (¿revolucionario?) fotógrafo treintañero que necesita un ojo más que lo ayude a crear su nueva obra maestra. Con el humor, la simpatía, la honestidad y la frescura intacta, Agnès Varda -miembro de la nouvelle vague, esposa de Jacques Demy, que brindó obras como Cleo de 5 a 7, Sin techo ni ley y, más recientemente, su autobiografía Las playas de Agnès- convoca a JR para recorrer aldeas humildes de Francia y fotografiar los rostros de sus pobladores para recortarlos y pegarlos en los muros de sus propias casas. Visages Villages propone conocer gente común, trabajadores del interior del país, desde mineros a esposas de empleados portuarios, y más allá de lo anecdótico, Varda y JR recortan la realidad con el arte, lo transforman y, sobre todo, se divierten con ellos, incluso -como sucede en todo viaje- superando adversidades. Pero lo realmente sutil y hermoso de este documental radica más en sus creadores que en su objeto de narración. Quizás se trate de una traición para los ortodoxos del género que odian que los directores terminen hablando más de sí mismos, de sus sentimientos que de su misión, pero la frescura, naturalidad y armonía con que Varda y JR transforman a los “otros” en sí mismos es tan fluida que se vuelve imposible no sentirse atraído y empatizar con ambos personajes. Además Varda ya nada tiene que demostrarle al público, casi 70 años de trabajo avalan su visión y talento. Pero Visages Villages no solamente es un trabajo antropológico y de autodescubrimiento, sino también la revancha de una mujer contra un adversario, que en algún momento fue su amigo. Esta vez no hay un padre, un hermano o un amante perdido que recién aparece en carne y hueso en el tercer acto. Acá hay un colega -un seudochiste cinéfilo que los amantes de la nouvelle vague pueden amar o detestar- contra quien Varda apunta sus dardos. Su presencia es omnisciente de principio a fin y la directora busca bajarlo del pedestal que él mismo construyó desde su alter ego artístico. Quiere humanizarlo. Y lo consigue. Por lo tanto, la película, en gran medida, también habla sobre este personaje, el villano del documental que será, en realidad, una excusa para lograr la verdadera conexión con su joven codirector, que ya había exhibido su humanidad en otras circunstancias, y así cumplir con la meta de toda road movie. Divertida, cuidada desde cada puesta de cámara, dinámica, cinéfila, emotiva sin necesidad de golpes efectistas, Visages Villages es, además, el triunfo del ojo sobre los avatares del cuerpo, del corazón sobre el intelecto, del espíritu artístico sobre la edad.
Visages, villages es el retrato vital, íntimo y sincero de una mujer frente a la idea del paso del tiempo. La nueva película de Agnès Varda junto al joven fotógrafo JR es un verdadero manifiesto de emancipación creativa y una lúcida reflexión sobre el artista y su obra. Aunque la película comienza con la historia ilustrada de un encuentro que nunca tuvo lugar (“no nos conocimos en la panadería ni en la parada del colectivo”), los dos artistas exponen enseguida la congruencia de sus mundos: ambos intentan hacer visible las existencias más ordinarias que acostumbran vivir en las sombras o en el olvido. Reunidos por la misma curiosidad, los dos recorren los caminos de Francia para encontrar a sus habitantes: JR toma fotos que luego agiganta y pega en los muros mientras Agnès los filma. Con una mirada atenta sobre la figura de JR, la cineasta capta la impresionante libertad de acción del joven que escala entre el andamiaje como un alpinista. JR y Varda asumen frente a cámara el carácter improvisado de su viaje. La película se escribe de acuerdo a sus deseos con una narrativa tan ágil como la trayectoria errática de la furgoneta del fotógrafo. Lamentablemente, la brevedad de los encuentros le resta espesor a las historias: los personajes retratados están parados frente a cámara apenas el tiempo justo para dos o tres oraciones. No aprendemos gran cosa sobre los habitantes de la aldea fantasma de Cherence, sobre la moza del pueblo de Bonnieux, ni sobre los trabajadores de una fábrica química en los Alpes. De todas maneras, afloran inesperadamente escenas de verdadera emoción cinematográfica. Con el retrato de antiguos mineros en los muros de un campamento en proceso de demolición o con la imagen fijada en la piedra de la joven camarera que está en la ciudad por un trabajo temporario de verano, la fotografía y el cine se unen para retener el último instante de un presente en vías de extinción. En esta suerte de work in progress de creación espontánea, los dos artistas se divierten invirtiendo el orden de lo real: poniendo fotos de peces en el aire sobre una torre de agua o pegando los gigantescos dedos de los pies de Agnès Varda sobre los vagones de un tren de carga. Los anteojos y el sombrero negro de JR traen el espectro de Jean-Luc Godard. La nostalgia, la vejez y la muerte vuelven como un boomerang: la enfermedad en los ojos de Agnès Varda, la memoria de Jacques Demy y de Henri Cartier-Bresson. JR pega en una enorme piedra al borde del mar una imagen ampliada de Guy Bourdin, fotógrafo y amigo fallecido de Agnès Varda. Mientras contemplamos el retrato del joven tendido como un niño entre la arena y las olas, sabemos que pronto la imagen va a ser borrada por la marea. En esos instantes, el cine prolonga mágicamente el trabajo efímero del artista callejero y fija para la eternidad una obra que está destinada a su degradación.
Decir sobre la jovialidad de la realizadora Agnès Varda, quien con casi 90 años dirige y protagoniza junto al fotógrafo JR Visages Villages, no es lugar común, tampoco comentario gratuito. La jovialidad excede edad, se debe a una persistencia estética que es expresión indisoluble en el cine de Varda. Protagonista de la joven guardia cinematográfica francesa, vanguardista sin rótulo ‑estos "títulos", bien válido en ella, por cierto, son tarea de críticos e investigadores‑, la directora de Cleo de 5 a 7 continúa una tesitura que bien lejos está de ser carcomida u olvidada por los "nuevos" tiempos. Y esto es así porque situada como se la ve, en un momento vital lúcido, con consciencia de lo hecho y lo que todavía falta, Agnès Varda puede hacer cine con una candidez que es fibra íntima y estética inmanente. Es lúcida porque sabe que está situada en el umbral final de su vida ‑si el colectivo demora tres minutos en llegar a la parada, es demasiado tiempo, mejor caminar; se dice‑, y consciente, porque sabe poner en acto lo vivido y amado (recordar, tener memoria, con Jacques Demy como su nombre ángel que invocar, compañero de cine y de vida) a la par de la necesidad faltante: la Varda sabe de lo que habla cuando dice que al cine le hacen falta más personas como Jean‑Luc Godard, ese filósofo solitario ‑así lo señala‑ que supo cómo cambiar el cine. De este modo ‑y tantos otros‑ Visages Villages es un film de amistad; en primera instancia, a partir de una tarea conjunta, emprendida junto a JR. Los dos componen una pareja de contrapunto ameno, afectuoso; él es alto, ella baja; él es ágil, ella lenta; se admiran mutuamente; los comentarios jocosos son repartidos; mientras la línea que dividiría al documental de la ficción se vuelve lábil y entreteje desde la compañía del azar, ese otro amigo en quien tanto confía la cineasta. Fotógrafo y directora de cine se hacen a la tarea, viajan y descubren pueblitos y personas, fábricas, trenes y barcos; con el afán puesto en retratar tantas caras como sean posibles, y con ellas tatuar las fachadas de casas, murales, paredes imprevistas. Las caras se agigantan y visten lo que es visto y vivido casi como rutina, pero agregan ahora una sobrevida. Al tocar cada uno de estos lugares, hay un salto cualitativo y estético en donde las impresiones cambian, los interrogantes surgen, el asombro se comparte. ¿Cuál es el sentido de poner sus dedos (gigantes y móviles) en el vagón de tren?, le preguntan con sinceridad corriente a Varda. La imaginación, responde. Tarea que JR y ella comparten como nudo a desatar. Es así como también burlan en clave cinéfila a Bande à part, mientras replican la escena y fulgor del film de Godard en el Louvre, correteando como locos entre pintores y pinturas, con la Varda empujada en una silla de ruedas. Ese espíritu adolescente, de cine en las venas, se percibe de una manera tan sincera que difícilmente no contagie. Es así como el niño que obtiene una selfie se disculpa de su poco profesionalismo, sin embargo ella lo alienta, le dice que tiene talento. Las imágenes están por todos lados, no hay quien no las produzca, y sin embargo el ojo de la Varda destaca. Obtener imágenes es, al fin y al cabo, habitar en ellas. Y ellas les hace preguntas, con más imágenes. Por ejemplo, Varda dice recordar el momento exacto cuando hizo click a su cámara para obtener la foto de su amigo ahora fallecido ‑una de tantas, él, un modelo habitual para sus imágenes‑, esa misma imagen que ahora habitará de modo efímero un resabio de hormigón de guerra, alemán, hundido en la arena como si de una obra de arte apocalíptica se tratara. La marea se llevará la impresión del papel de foto adherido a la textura áspera. El agua, el viento, acompañan la película mientras estos dos caminantes de cámara en mano visitan y transforman lo que tocan. Mirar, se sabe, no es un acto ingenuo. Mientras lo hacen, Varda y JR observan, seleccionan, destacan. Lo hacen al celebrar los principios de la mujer que cría cabras a las que permite la cornamenta (que otros, en virtud de la rentabilidad, queman a edad temprana); al destacar la compañía femenina entre la vida masculina portuaria (containers apilados con imágenes de sus esposas, y ellas sentadas dentro de sus imágenes); al resaltar la continuidad de la lucha obrera y sus conquistas, que no deben olvidarse; al rememorar la vida de los mineros y sus cuerpos magullados, junto a la estoica mujer que quiere morir en el barrio minero donde siempre vivió porque, al fin y al cabo, se trata de su hogar (¡Bien por ti!, le dice Varda; luego, el rostro de esta mujer al verse a sí misma estampada sobre su propia casa, trasluce una sensibilidad tan profunda como sólo el cine puede capturar). Visages Villages es también, por si no quedó claro, una road movie que se pasea con el horizonte puesto en la dirección del viento. Revolotea liviana y se dirige a los vivos y a los muertos. Visita amistades idas y homenajea vidas admiradas, como cuando descubre la tumba de Henri Cartier‑Bresson. El (casi) desenlace del recorrido descansa en el encuentro que el film augura, mientras prolonga ‑cual Mac Guffin‑, con Jean‑Luc Godard. Decir lo que allí sucede no viene a cuento, para eso es que se va al cine. Basta con señalar que lo que allí pasa no es menor sino bien intenso, bien cinematográfico, con la vida como escenario. Los lentes oscuros de Godard tienen, eso sí, réplica en los de JR. Varda los mira y desafía, quiere que JR le permita observar sus ojos, por fuera de ese distanciamiento oscuro. Una lejana película suya ‑Les fiancés du Pont Mac Donald‑ hubo de provocar ese milagro: allí Godard se quitaba estos lentes. Visages Villages reitera la premisa, mientras sabe que es ella, Agnès Varda, quien ya no puede hacer foco como antes. Hay que saber cómo mirar, responde, ¿por qué preocuparse?
Crítica emitida en Cartelera 1030 por Radio Del Plata (AM 1030) el sábado 31/3/2018 de 19-20hs.
Pocas veces el título de una película —en este caso documental— es tan concreto y directo. Visages Villages (en español, y sin el juego sonante, sería algo así como “Rostros y Pueblos”) resume sin rodeos de qué va este proyecto conjunto entre Agnès Varda, exponente de la Nouvelle Vague y directora de películas como La Pointe Courte, Les Glaneurs et la Glaneuse y Cleo de 5 a 7, y JR, fotógrafo y artista plástico del under francés.
En este film, mezcla de documental y ficción, la prestigiosa directora Agnès Varda JR (89 años) realiza un recorrido con su camioneta, mostrando distintas historia de vida, donde se encuentra con personas que desarrollan diferentes actividades laborales. A través de interesantes diálogos vamos conociendo a estos seres, una buena cuota de humor, además aprovecha para visitar algún amigo y logra emocionar en distintas oportunidades.
La bella, honesta y finalmente conmovedora película codirigida por la veterana realizadora francesa se centra en un recorrido que hizo por distintos pueblos y ciudades francesas junto al fotógrafo JR escuchando las historias de personas comunes y retratándolas en enormes murales. La ya mítica realizadora francesa, una de las pocas sobrevivientes de la generación de la Nouvelle Vague, entrega en VISAGES VILLAGES otro de sus documentales personales, casi diarios íntimos, de los últimos tiempos, sólo que esta vez realizado en compañía del artista visual conocido como JR. El proyecto que los une es recorrer distintas regiones y ciudades de Francia, conociendo a los habitantes de esos pueblos y ciudades en las calles y en sus trabajos para luego retratarlos en enormes murales a la vista de todos. Esa excusa es la que le sirve a Varda para ni más ni menos que conocer gente y darla a conocer, entablar conversaciones sobre sus vidas, observar cómo se vive y se produce en distintos lugares y homenajear a esas personas en murales que son una suerte de reflejo de esa mirada respetusa, cálida, noble y cariñosa de la artista, muy alejada de la reciente moda del relato de vidas pueblerinas patéticas y/o miserables que pueblan el universo del documental pretendidamente cool, provocador o supuestamente gracioso. Acá nadie se ríe ni se burla de nadie. Las risas y las lágrimas son compartidas entre cineastas, protagonistas y espectadores. Sobre el final del filme –que no spoilearemos– la película toma un giro un tanto más gris, más bien gris oscuro, ligado en cierto modo a la historia de Varda y de algunos otros personajes de la Nouvelle Vague. No diremos más: hay que verlo. Es un cierre raro pero tocante y emotivo de otro documental excepcional y humano de la realizadora de LA FELICIDAD.
Obra plena de ternura, sin duda uno de los bellos estrenos del año Más allá del documental, género en el que está clasificado éste estreno, y ratificado por la Academia con su nominación al Oscar este año, “Visages Villages” tiene como arista principal ser la crónica de una amistad anunciada. Ya desde las tres o cuatro situaciones en la introducción Agnés Varda y JB generan empatía con una impronta entre naif y colegial contando cómo es que “no” se conocieron. En ese comienzo la directora de “Sin techo ni ley” (1985) y el joven y prolífico fotógrafo inician una recorrida por algunas comarcas de la Francia interna, en una especie de combi decorada como si fuese una gran cámara fotográfica con ruedas, capaz de disparar y revelar gigantografías con las cuales deciden hacer lo que mejor saben: arte. Arte que interviene lugares olvidados por el progreso o que representan el mismo. La idea es dejar una huella en aquellos rincones visitados en los cuales se detienen cuando sienten que el mismo necesita (o pide a gritos) una intervención que acaso les devuelva la identidad perdida. Así, la dirección de ambos (en todo sentido) se transforma en una reivindicación para los sorprendidos lugareños que terminan por adoptar y adorar la idea. Juegan a armar una baguette gigante en boca de todos, poner un alto a la demolición de una calle decorando los frentes de las casas con fotos antiguas de los mineros que solían vivir allí, o poner en relieve a una camarera en una gran pared de un pueblo dándole sus minutos de notoriedad. Más que lo que hacen es cómo lo hacen y la forma en la cual está construido en el texto cinematográfico, el que deja desplegar lo espontáneo para que fluya ese momento de inspiración que desde el montaje se adivina bastante más prolongado que lo decidido en el corte final. No obstante, el ritmo narrativo no se resiente. Se puede discutir sino hubiese sido conveniente más tiempo de decantación entre un lugar y otro, pero pequeñas anécdotas de viaje sirven como separadores episódicos para que el interés por el crecimiento del vínculo no se pierda. “Visages Villages” (algo así como rostros y pueblitos) no sería posible sin estas dos almas sensibles que, pese a la notable diferencia generacional, no encuentran barreras ideológicas para entender el lugar que el arte puede ocupar en lo cotidiano. Por supuesto que toda la obra es una oda dedicada a las almas sensibles frente a la composición del cuadro, y de hecho cada fotograma se puede recortar y colgar en cualquier living. Desde ese punto de vista, y desde el inocente homenaje a las road movies, aquellos en donde hemos visto crecer amistades inolvidables, esta película es una de esas plenas de una ternura difícil de lograr con momentos de humor natural salido de la sinceridad de ambos. Sin dudas uno de los bellos estrenos del año.
El estreno de una nueva película de la mítica directora belga Agnes Varda, debería ser un acontecimiento anunciado a los cuatro vientos y presentado con grandilocuencia. Por el contrario, termina siendo un film menospreciado, que se estrena en menos salas de las merecidas, y que con suerte estará más de una semana en los cines argentinos. Quizás muchos no sepan quien es Agnes Varda, y valga la pena hablar de ello, a modo de introducción; esta cineasta ha sido uno de los nombres claves de la Nouvelle Vague, junto a directores como Francois Truffaut, Jean-Luc Godard o Eric Rohmer. También podemos decir que es una de las realizadoras mujeres más relevantes de la historia del cine, y que, sin duda alguna, su película emblema es Cleo de 5 a 7, una cinta obligatoria para quien se reconoce como cinéfilo, aunque podemos citar otras tantas, como La felicidad, La pointe courte o Sin techo ni ley. En esta ocasión, la directora y guionista nacida en Bélgica, contó con la colaboración con el artista callejero francés JR, destacado en lo referido a fotografía e intervenciones urbanísticas. A modo de introducción, ambos hablan del reconocimiento que tienen por sobre la obra del otro, donde vemos segmentos de filmes de la directora, y algunos trabajos fotográficos de el joven JR. Visages Villages es una suerte de encuentro entre ambos artistas. La diferencia de años que existe entre ellos es abismal; ella al momento de realizar el documental tenía 88 años, él tan solo 33. No obstante, cuando dos artistas se respetan mutuamente, y encuentran un punto de abordaje en común, suceden estas cosas, y el arte es el principal beneficiado. Visages Villages es el arte en su máxima expresión, pero también es un hermoso viaje, y es la cruza perfecta entre el cine y la fotografía. El documental retrata un poco de todo, con la excusa de fotografiar gente a lo largo del camino, realizar gigantografías, y exponerlas en diversos sitios, con diferentes enfoques y la creatividad como bandera, nos trasladan a una experiencia visual y sensorial que vale la pena ver. A lo largo de los 90 minutos de cinta, presenciamos las distintas intervenciones urbanísticas que terminan resultando del trabajo en conjunto, mediante diversidad de ideas, van decorando paredes y lugares, dotándolos de sentido y significado, sin pasar por alto la belleza de algunas puestas. Sin dudas que el enfoque central de Visages Villages es el arte, aunque por momentos se cruzan situaciones sumamente ocurrentes, que nos sacan una sonrisa, y se percibe cierta naturalidad que ayuda al avance del relato mismo, dotándolo de cierta versatilidad, y sacándolo del estatismo de un documental tradicional. La gracia que sobresale de Agnes Varda también es admirable, su forma de manejarse con la gente, su energía, su simpleza. Estas son las pequeñas, pero suficientes razones, que justifican el visionado de la cinta en cuestión.
LAS PODEROSAS FORMAS DE UN ENCUENTRO Agnés Varda es una realizadora que data de brillar dese de los años 60, contemporánea a los grandes referentes de la Nouvelle Vague como Jean-Luc Godard, François Truffaut y su mismo esposo Jaques Demy. La llamaban “la abuela” porque mientras ella había pasado los 30 el resto del grupo de cineastas nóveles no llegaba a las tres décadas. Una gran realizadora internacionalmente conocida desde su brillante ficción “Cleo de 5” (1962) a sus geniales documentales como el conocido “Daguerrotipos” (1976). Con una pluma narrativa sutil y cinética se ha generado una breve y jugosa lista de obras en este género ya que Varda conoce en profundidad el lenguaje del universo documental y juega con sus matices como pocos lo han hecho. Visage, village se presenta como una obra testamentaria, pareciera una suerte de diario íntimo que comparte con el espectador, no es detalle menor que la realizadora la filma hoy con 89 años, llenos de energía creativa pero con una juventud que ha quedado lejos en el tiempo cronológico del cuerpo. La magia es que aun cuando la palabra testamento resuena a “muerte” y “final” el documental resuma vitalidad, y se muestra como un homenaje a las cosas bellas y a los seres anónimos, dejando ver escena tras escena como Varda mantiene un amor noble y leal por el séptimo arte. Junto a JR, un fotógrafo y muralista callejero, gran artista de nueva ola del arte contemporáneo, arman un proyecto colectivo, una película realizada por ambos. La meta es dejarse llevar -vale la idea de fluir como si el azar marcara el destino- por las rutas del interior de Francia, en busca de seres secretos, diferentes y desconocidos que estudian en su universo cotidiano irrumpiendo en sus vidas mansas y previsibles. Para todos ellos crearán intervenciones fotográficas (gigantografías) modificando sus vidas con estos pequeños estallidos de arte urbano. Y así un día, sin saber cómo ni cuándo, el frente de una casa perdida en la nada, casi pegada al olvido, lleva el rostro gigante de la mujer mayor de un pueblo, y se exhibe enorme y en blanco y negro pegado en el gran muro por donde asoma su puerta. Intervienen la vida con arte en un diálogo permanente entre quien observa y quien es observado, dejando la huella de la obra en la misma realidad, una pared, una puerta, una roca, y mucho más. De ese modo, el viaje es una investigación doble, una doble mirada, por un lado hacia afuera, hacia “el rostro de los otros” donde nos descubrimos y nos resignificamos cada vez, y por otra parte es un viaje al interior del mundo personal de Agnes Varda: su historia y su presente que se abren frente a los ojos ocultos tras los lentes de sol del joven treinteañero JR con quien arma un ping pong donde debaten sus temas, sus amores y sus fantasmas. El diario de Varda despliega su universo interior: sus sueños latentes, sus preguntas sin respuestas, y el mundo de la vejez que impone pérdidas y despedidas de aquello que tuvimos y se va inexorablemente. El mérito del documental que pasea por los estadíos emocionales como si fueran colores y formas, es su precisión narrativa, visual y su contenido lleno de fuerza y debilidad, la doble forma de la condición humana. El hallazgo esencial del relato es que habla de lo que nos queda antes de dejar de ver, de escuchar o de “la existencia de un otro”, mientras el devenir del arte y de las pasiones no se detiene en uno solo sino que van de mano en mano. Es bella la imagen de JR y Agnes juntos en la playa, de alguna manera metafórica ella le “pasa la posta” antes de que llegue el final, todo funda a negro y no haya nada más para decir. Por Victoria Leven @victorialeven
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Rostros y lugares: llevar la imaginación a la vida La cineasta Agnès Varda, cerca de cumplir sus 90 años, realiza este nuevo documental Rostros y lugares (Visages, villages), junto al joven fotógrafo y artista callejero JR. Como comentan en los comienzos de la película, no entienden "por qué no se conocieron antes". Los caminos previos recorridos por estos dos artistas a quienes separan varias décadas se unen en muchos puntos y se expresan fluidamente en esta película. Agnès Varda, contemporánea al movimiento de la Nouvelle Vague a comienzos de los años 60, fue parte del puntapié inicial de la renovación del cine francés. Salir de los estudios a la calle, encontrar las historias y los actores en la vida, liberar la cámara para poder descubrir con las miradas, no respetar la separación mecánica ficción-documental, denunciar la realidad sin dejar de hacer poesía, buscar la aventura y el heroísmo en la gente común, en los trabajadores, jóvenes y vecinos con quienes se comparte el día a día. Por su parte JR se volvió reconocido por su trabajo de murales fotográficos callejeros. Fotografías en blanco y negro que después de ampliadas son pegadas en grandes muros en la ciudad a la vista de todos, porque según el mismo dijo "la calle es la galería más grande del mundo". En estas gigantografías pueden verse mujeres, puños de trabajadores en huelga, inmigrantes, y ojos que acompañan movilizaciones. Coincide en esta dupla de artistas una preocupación común, la de unir el arte y la vida, y en ese acto aportar a transformar el mundo. Rostros y lugares (Visages, villages) es un documental ambulante y sus herramientas de creación, además de la cámara y equipo de sonido, es una camioneta transformada en un laboratorio fotográfico que actúa como dispositivo central en la construcción de la historia. Se dedican a tomar fotos de personas comunes, obreros, ex mineros, mozas, trabajadoras, campesinos, niños, jóvenes, adultos, todos colaboran posando para que sus rostros sean impresos en gigantografías y formen parte de los collages callejeros. Las reflexiones durante el viaje por las distintas zonas de Francia, y durante el trabajo creativo aportan a conocer estas personas, tanto como los pensamientos y anécdotas de vida de Varda y JR. Los realizadores están convencidos que cada rostro tiene una historia que merece ser contada y valorada. "No estés triste, ahora somos amigos", le dice Agnès a la última mujer resistente de un barrio minero que quieren demoler y que se emociona al ver su gigantografía en el frente de su casa. En cada parada una nueva historia y en cada mural nuevos descubrimientos y emociones, "lo que más me ha gustado es conocer gente increíble" comenta la directora mientras reflexiona sobre lo que se ve en la pantalla. Pero no todo serán encuentros, el punto de llegada del viaje planea una cita con el legendario cineasta Jean Luc Godard y su particular intervención se cuela en la construcción final de la película. El documental tiene tanta frescura que se permite reflexionar sobre sí mismo en registro directo, y ante la pregunta sobre el por qué de esta iniciativa Varda responderá "El propósito es el poder de la imaginación, es decir nos permitimos el derecho de llevar nuestra imaginación a la vida de la gente". Agnès Varda es una gran cineasta, poco conocida por el público local, su cine es la cara opuesta de la programación semanal de las pantallas nacionales que difunden un 70% producciones de Hollywood. En su carrera no sólo hay destacadas películas sino también una actitud militante con distintas causas sociales y en especial con los derechos de las mujeres. Una canta y la otra no es una de sus películas de los años 70 a favor del derecho al aborto y ella es una de las firmantes del famoso manifiesto de "Las 343 sin vergüenzas", donde ese número de mujeres admiten haber abortado y lo expresan públicamente como forma de lucha. En 2017 Agnés Varda recibió un Oscar honorífico por su trayectoria, y Rostros y lugares (Visages, villages) fue nominado en 2018 a mejor documental. Muy poco preocupada por no poder asistir a esta ceremonia, la directora envió su foto en una silueta de cartón. En este contexto, durante una entrevista para El Periódico, y ante la pregunta ¿Si tuviera que destacar algo de su carrera que sería? Ella contestó: "Que nunca he rodado historias burguesas. He preferido dedicarme a retratar estibadores, espigadores, pescadores, ocupas, obreros, gente que no tiene poder. Yo veo a un obrero que dice, “mañana me retiro y siento que estoy al borde de un precipicio”, y eso es muy emotivo. Y siento que a lo largo de mi carrera he tratado de decir a las mujeres: “Salid de las cocinas, haceos con las herramientas para cambiar la sociedad”. Estoy contenta. Antonio Gramsci dijo que cuando se mira el mundo solo se puede ser pesimista, pero cuando se pasa a la acción solo se puede ser optimista. Estoy de acuerdo." En la Argentina actual, es una película recomendada para ver, su espíritu trasciende el país de rodaje e invita a pensar cuántas historias dignas de contarse, cuántas imágenes y vidas que pueden volverse gigantes habitan en los lugares de trabajo, los barrios y los pueblos del país, más grandes que muchas fantasías de las pantallas de tv.