Otro drama de época para la actriz Keira Knightley, protagonista de Orgullo y prejuicio; Expiación: deseo y pecado; Anna Karenina y Colette: Liberación y deseo, que la coloca en una relación tormentosa en tiempos de posguerra. Viviendo con el enemigo ambienta la acción en la Alemania de 1946, cuando Rachael Morgan -Keira Knightley- llega en tren a Hamburgo, en pleno invierno y arrastrando el dolor de la pérdida de su hijo en un bombardeo de Londres, para reunirse con su marido Lewis -Jason Clarke, el actor de Cementerio de animales-, un coronel británico. Lo que prometía un reencuentro feliz pronto se transforma en una convivencia incómoda porque Lewis toma posesión de una mansión que aún sigue intacta después de los embates de la guerra. Allí vivirá con su esposa y con los antiguos propietarios: Lubert, un viudo alemán -Alexander Skarsgård- y su atormentada hija Fedra -Flora Thiemann- que lo culpa por la muerte de su madre. En esta atmósfera de encierro que arrastra el horror bélico, el cruce de personajes enciende la seducción y la traición. Una historia de amor y desamor que encuentra logrados momentos románticos apoyados en el buen elenco y con una ambientación que muestra las ruinas de la ciudad como así también el resquebrajamiento de un matrimonio que venía estancado por la frialdad y la distancia. La película dirigida por James Kenty producida por Ridley Scott, entrega bellas imágenes -diseño de arte y vestuario- en una trama previsibie que funciona a pesar de sus escasas dosis de acción debido a las actuaciones de Knightley y Skarsgård. Hay un contraste entre el frío exterior -con las secuelas de la guerra- y un interior que combustiona a partir de la atracción y la relación secreta entre Rachael y Lubert. Un triángulo amoroso entre adultos que pone en evidencia el tema de las pérdidas y un romance juvenil entre Fedra y un chico nazi oculto, que tendrá también sus consecuencias trágicas.
1946, Hamburgo. Hace unos meses los Aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial y Lewis Morgan, un coronel británico, debe mudarse a la ciudad alemana para reconstruirla. Lo acompañará su mujer Rachel, quien recién en su nuevo hogar se enterará que deberá convivir con el antiguo dueño de la mansión, un alemán, y su hija conflictuada. “Viviendo con el enemigo” (o “The Aftermath”, en su título original) nos ofrece una historia potente que se beneficia de un sólido trío protagónico integrado por Keira Knightley, Alexander Skarsgard y Jason Clarke, y su reconstrucción de época, pero que falla a la hora de traer una historia innovadora. Una trama clásica de fondo que se vuelve predecible y un vínculo amoroso poco trabajado. Ambientada en la Segunda Guerra Mundial, “Viviendo con el enemigo” sobresale principalmente dentro de los aspectos técnicos, con una lograda reconstrucción de época en su vestuario y decoración, como también en una fotografía oscura, una ambientación fría de un lugar devastado por la guerra y una banda sonora que acompaña a cada clima buscado por el film. Asimismo, tenemos unas muy buenas interpretaciones de un trío protagónico que prometía desde sus nombres, pero que además cumple con creces a la hora de encarnar a cada uno de sus roles, respetando el idioma original de los personajes, sin caer en el inglés universal (incluso al principio podemos ver las dificultades de entendimiento con el alemán). Keira Knightley se pone en la piel de una mujer que ha sufrido una pérdida personal, más allá del contexto bélico, que la afecta en su forma de ser y comportarse. La relación con el marido (Jason Clarke) es distante, no solo por lo vivido sino también por su fría personalidad y su trabajo activo. Alexander Skarsgard, por su parte, cumple el rol de un alemán que está sufriendo las consecuencias de la pérdida de la guerra, y se convierte en un personaje enigmático y retraído. ¿De qué lado estaba durante el nazismo? ¿Es culpable o inocente? En este sentido, se realiza un buen manejo del clima de tensión y del drama, a pesar de que uno espera un golpe de efecto final que no termina de llegar. A pesar del intrigante contexto bélico, detrás observamos una historia clásica de dos personas que se encuentran en distintos bandos, que al principio se repelen y luego comienzan a relacionarse de una forma más afectiva. De esta manera, la trama se vuelve poco innovadora y se torna predecible durante la mayor parte del film, con un giro final que sorprende, pero que es uno de los pocos. Lo mismo ocurre con el vínculo que forjan los personajes de Knightley y Skarsgard que resulta poco creíble, no solo porque como espectador uno ya intuye que entre ellos va a nacer alguna especie de relación, sino porque la misma surge sin mayor justificación. Se podría haber trabajado este aspecto de una forma más paulatina y profunda. Por otro lado, existen algunas subtramas que no tienen demasiado peso. En síntesis, “Viviendo con el enemigo” resulta una historia convencional, que presenta algunas fallas a la hora de componer el vínculo central entre los personajes y la elaboración de ciertas tramas. De todas formas, cumple con la reconstrucción de época requerida y con las interpretaciones de un sólido elenco.
No hay muchas historias de amor que transcurran a pocos meses de terminada la Segunda Guerra Mundial, en las ruinas de una Hamburgo en la que la convivencia entre las tropas aliadas y los habitantes es decididamente difícil. Allí llega Rachael (Keira Knightley, con sus aires de señora, o los que les pueden dar sus 34 años), siguiendo el destino de su esposo, el coronel Lewis Morgan (el habitué de las salas porteñas Jason Clarke, de Cementerio de animales y Obsesión). El militar tiene que ordenar el caos entre los civiles, los soldados y varios partidarios de Hitler que tienen marcado a fuego su pertenencia al partido nazi (con el 88 en el antebrazo, por la octava letra H, y Heil Hitler). Nada es sencillo, porque la pareja esconde, o mejor dicho, no habla de una tragedia que les ha ocurrido y que no vamos a spoilear. Lo cierto es que el lugar donde Rachael paseará su deshabillé de seda, sus tacos altos, sus vestidos de gala para salir a fiestas es la mansión donde habitaba un arquitecto (Alexsander Skarsgard, de Big Little Lies y la floja La leyenda de Tarzán). Pero -siempre hay un pero- el coronel en vez de enviar al alemán y a su hija adolescente a un campamento, les ofrece quedarse en el piso de arriba. De la pésima predisposición original de Rachael -quien no quiere saber nada con tener un nazi cerca- a las escenas de sexo más o menos desenfrenado se pasa en un chasquido de dedos. Tal vez porque no hay mucha atracción en el matrimonio, porque Rachael descubre que Lubert no era nazi, porque besaba bien o porque hacía falta para apurar el metraje. Pero ese amor es poco convincente, forzado, aunque necesario para que se desarrolle la trama. Inevitable desde el primer vistazo que se dan la británica y el alemán. Pero esto no es The Reader. No. Lo cierto es que este triángulo amoroso en tiempos de decadencia moral tiene en sus vértices a tres buenas personas. Déjese de lado el morbo o no del adulterio: Lewis, Rachael y Herr Lubert son tres personajes con pérdidas en sus espaldas (el local enviudó: su esposa murió en un bombardeo inglés) y se las arreglarán como puedan. Quien no puede resolver el conflicto de manera adecuada es el director James Kent, con un pasado eminentemente televisivo, que en algunas secuencias llegando al final echa mano de artilugios que, en vez de solidificar la historia, la debilitan. Será una serie de coincidencias -Freda, la hija de Lubert (Flora Thiemann) se enamora de un muchacho de la resistencia nazi-, pero se llega a un desenlace que parece forzado cuando se debió arribar a él por convencimiento. El trío protagónico está muy bien y cumple con las características de sus personajes, desde la frialdad de Clarke hasta el clasicismo de época que le conocemos bien a la actriz de Orgullo y prejuicio y Expiación, deseo y pecado. Las secuelas a las que se refiere el título original (más adecuado que el local o latinoamericano, que parece una remake de Durmiendo con el enemigo, en la que la que sufría horrores era Julia Roberts) terminan siendo un baño de moralina. Tiempos difíciles los de la posguerra, y ni qué hablar de la credibilidad en el cine en pleno siglo XXI.
Viviendo con el Enemigo: Secuelas de posguerra. Una pareja británica se muda a la helada Hamburgo con el objetivo de reconstruir la ciudad luego de la Segunda Guerra Mundial. El problema es que ambos habitarán en una mansión de un ciudadano alemán que vive con su hija luego de que una explosión le haya quitado a su esposa. Los cuatro deberán convivir con todos los sentimientos de la reciente guerra a flor de piel. Uno diría que con una premisa tan atractiva como intrigante y con un elenco estelar compuesto por Keira Knightley, Jason Clarke y Alexander Skarsgård, “Viviendo con el Enemigo” (o “The Aftermath” en su título original) sería un éxito asegurado. No obstante, James Kent (Testament of Youth – 2014) nos otorga un melodrama bastante clásico, predecible y plagado de lugares comunes. El largometraje, como bien mencionábamos anteriormente, tiene lugar en 1946 en la Alemania de Posguerra, y tiene como foco principal de atención a Rachael Morgan (Knightley), una ciudadana inglesa que aterriza en las ruinas de Hamburgo en pleno invierno para reunirse con su marido, Lewis (Clarke), un coronel británico que ha recibido la misión de reconstruir la ciudad destruida. Pero cuando van a mudarse a su nueva casa, Rachael descubre con asombro que Lewis ha tomado una decisión inesperada: compartirán la enorme casa con sus antiguos propietarios, un viudo alemán (Skarsgård) y su atormentada hija. En esta atmósfera cargada de hostilidad, desconfianza y el dolor se darán una serie de acontecimientos relacionados con la pasión y la traición. Como verán, el panorama es bastante simple y previsible, ya que la desconfiada Rachael irá acercándose poco a poco a Lubert cuando se dé cuenta de que su matrimonio cayó en un pozo debido a ciertos hechos pasados bastante fatídicos. El joven personaje de Skarsgård representará un nuevo horizonte esperanzador y un alejamiento de aquel matrimonio estancado. El problema radica principalmente en que el comienzo del affaire es presentado de un momento para el otro y no resulta muy verosímil el vínculo afectivo desarrollado. A su vez, las subtramas que involucran a la hija del residente alemán y la de Lewis en su trabajo como coronel tampoco llegan a tener el peso necesario para ser intrigantes o atractivas más allá de la convergencia de ambas sobre el final de la película. En términos narrativos hay bastantes incoherencias y momentos que no terminan de encajar en la estructura general de la obra. La película termina siendo un conjunto de acontecimientos forzados y puestos en contraste con el solo objetivo de acrecentar el efecto melodramático que busca alcanzar. Por otro lado, podemos decir que el elenco sí logra destacarse más allá de las falencias enumeradas, componiendo un trío protagónico ejemplar. El trabajo de Clark es impecable al igual que el de Knightley (algo a lo que ya nos tiene acostumbrados hace tiempo), mientras que Skarsgård compone a un personaje estoico, enigmático y golpeado por la guerra que busca sacar a su familia adelante. En cuanto a los aspectos técnicos, no hay mucho que objetarle a la cinta ya que logra una reproducción de época maravillosa, una puesta en escena inspirada, un diseño de producción y vestuario excelso y una fotografía gélida y sombría que termina de redondear una atmósfera opresiva donde se sitúa el relato. Resulta bastante decepcionante que “Viviendo con el Enemigo” desaproveche todo su potencial interpretativo y técnico con un guion poco original, trillado y bastante fallido en bastantes aspectos. Un drama poco convincente y edulcorado que no le hace justicia al atractivo escenario histórico planteado. Solo para los espectadores que no tengan demasiadas exigencias.
Novelón de posguerra. Abundan en el séptimo arte las historias que suceden durante la Segunda Mundial. Tal vez por ese motivo Viviendo con el enemigo (The Aftermath, 2019) eligió centrar su conflicto en el marco de posguerra. Todo quedó en manos de James Kent, director proveniente de la televisión y prácticamente sin experiencia en ámbito cinematográfico. La que se cuenta es la historia de Rachael Morgan (Keira Knightley), quien viaja a una arrasada Hamburgo para acompañar a su esposo, un militar británico interpretado por Jason Clarke, durante los meses posteriores al triunfo de los aliados en tierras bávaras. A la pareja le es asignada una lujosa casa en la cual vivir, perteneciente a una familia que perdió a la madre durante los bombardeos en la ciudad, sobreviviendo el padre Stephen Lubert (Alexander Skarsgard) y su hija adolescente. Por un motivo poco desarrollado, ambas familias deben vivir bajo el mismo techo, motivo generador de diversos puntos de tensión que van desde lo cultural y social hasta lo llanamente sexual, al punto tal que la señora Morgan comienza un pequeño affair con el señor Lubert. La historia basada en el libro de Rhidian Brook deriva en un dramón a tono con la novela de la tarde, a base de un melodrama que se construye de forma meticulosa durante gran parte del relato y de manera inexplicable decide quemar gran parte de sus cartuchos en el tercer acto, obteniendo como resultado una progresión narrativa bastante despareja. Tanto Knightley como Clarke reinciden en esta clase de roles llamativamente iterativos en sus respectivas carreras: ella como la mujer sufrida que busca una vía de escape de su realidad y él como ese hombre recio incapaz de comprender (al menos hasta que ya es demasiado tarde) lo mal que la pasan quienes lo acompañan cotidianamente. Hay un gran trabajo a nivel diseño de arte, en particular durante aquellas secuencias que nos muestran a una Hamburgo destruida por los bombardeos de los aliados, luchando por una reconstrucción que parece sufrirse ladrillo a ladrillo a coste de los más pobres. A pesar de tratarse de un eje menor dentro del film, también hay una representación interesante respecto del escenario de posguerra y los nuevos conflictos del pueblo alemán tras las derrota en la que derivó el conflicto bélico. El mayor problema de Viviendo con el enemigo probablemente sea haber puesto en primer lugar esta suerte de triángulo amoroso que carece del interés, la frescura y la tensión necesarias. Más aún teniendo en cuenta la riqueza del resto de los ejes “satélite” que podrían haber entregado una historia mucho más atractiva en el caso de que hubiesen conseguido el espacio necesario dentro del relato.
Amor en tiempos difíciles Viviendo con el Enemigo (The Aftermath, 2019) es una película dramática de época dirigida por James Kent (Testamento de Juventud, 2014) y co-escrita por Joe Shrapnel, Anna Waterhouse y Rhidian Brook, autor galés de la novela homónima en la que la cinta está basada. Producida por Ridley Scott, el reparto incluye a Keira Knightley, Alexander Skarsgård (Big Little Lies, La Leyenda de Tarzán), Jason Clarke, Flora Thiemann, Fionn O'Shea, Kate Phillips, Anna Katharina Schimrigk, entre otros. Alemania, 1946. Luego de la victoria de los Aliados, Rachael Morgan (Keira Knightley) se baja del tren en Hamburgo para reencontrarse con su marido Lewis (Jason Clarke), coronel británico que allí debe ocuparse de reconstruir la invernal ciudad bombardeada. La pareja pasará a alojarse en la enorme y ordenada casa del alemán viudo Stephen Lubert (Alexander Skarsgård), arquitecto que vive con su hija adolescente Freda (Flora Thiemann). Ellos están próximos a mudarse a un campamento de refugiados, sin embargo Lewis consulta con su esposa si no es mejor permitirles que se queden, lo cual a Rachael no le convence mucho pero termina aceptándolo. Con Lewis pasando más horas fuera del hogar debido a su trabajo, la intimidad entre Rachael y Herr Lubert será inevitable. Ya son bastantes las películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, es por eso que el nuevo filme de James Kent resulta un soplo de aire fresco para los dramas de época: aquí seremos testigos de cómo quedó Europa después del conflicto y el panorama no es para nada alentador. Las innumerables muertes de personas inocentes, las casas hechas trizas y el polvo en cada rincón, sumado a un gélido invierno, generan una atmósfera entristecedora que se contrapone con la lujosa mansión en donde los protagonistas conviven. Indudablemente Keira Knightley es la opción ideal para historias de este estilo. A la actriz la cámara la adora, siendo muy fácil empatizar con Rachael de inmediato, una mujer que sufrió la pérdida en primera persona al igual que el alemán. Si hay algo que la película derrocha es tensión sexual entre estos dos personajes, una tensión que está súper bien desarrollada: el director consigue con éxito que no juzguemos a nadie por las decisiones que toman, más bien lo que se da es comprensión por la situación de cada uno. En este relato no existen personas buenas ni malas, más bien hay humanos padecientes, que son incapaces de expresar con palabras el dolor que sienten y la soledad los carcome por dentro así como necesitan urgentemente el contacto físico. Con una preciosa fotografía a cargo de Franz Lustig, la película también demuestra la división que había en ese entonces entre ingleses y alemanes. Los primeros no querían ni acercarse a sus “enemigos” debido a ideas preconcebidas, sin embargo una vez que se entabla conversación se hace más notorio que no deberían existir líneas separadoras ya que cualquiera, sea de la nacionalidad que sea, se ha visto afectado por la guerra. Solo hay una cosa que objetarle a esta producción y se basa en la subtrama que existe con respecto al personaje de la hija adolescente de Herr Lubert. La joven está implicada con un chico que forma parte de la organización paramilitar Hitler Youth. Aunque este tópico también es interesante, tiene muy pocas escenas en el filme, lo que deja varias incógnitas al respecto y da como resultado una situación un tanto inverosímil. Por otro lado, el desenlace inesperado sorprenderá a más de uno y dejará las emociones a flor de piel. Por más que sea correctísimo, uno no queda satisfecho, dejando una sensación rara luego de salir de la sala. Llena de sensualidad y deseo, Viviendo con el Enemigo construye una trama atrapante alrededor de la manera que tiene cada uno de afrontar la pérdida, la culpa y el “qué pasó después”, que es tan relevante como la guerra misma. Con actuaciones muy dignas y espléndidos vestuarios, una vez más Keira Knightley demuestra que está hecha para papeles de época sólidos y profundos.
Viviendo con el enemigo arranca con un problema de base: su título. Si bien no existe una traducción literal certera para The Aftermatch, tal como se titula originalmente, podrían haber elegido algo que no suene a film de los 90s o que preste a la confusión de “¿Está película no la vimos?” Amén de eso, la cinta peca de previsibilidad. Sabés desde el minuto uno casi todo lo que va a ocurrir. Tiene una construcción de personajes, y una trama, muy lineal. Lo que, si rescato, es que está muy bien construido el clima social de la post guerra en Alemania. Gran recreación histórica en vestimenta y locaciones, y es ahí en donde el director James Kent hace un buen trabajo, porque logra transmitir desolación y tensión. A nivel puesta, el film es correcto en su narrativa, pero los planos son bastante genéricos, no hay buenas construcciones ni angulaciones que llamen mucho la atención. En cuanto al elenco, Keira Knightley tendría que dejar de hacer papeles de época por un tiempo. Está claro que le salen genial, pero satura un poco. Aquí está bien. Pero solo eso. Ha laburado mucho mejor en sus otros roles. Por su parte, Alexander Skarsgård resulta poco creíble en ese rol. Ojo, me suele gustar su forma de trabajar. Pero este no fue el caso. Distinto es el laburo que hace Jason Clarke, cuya carrera está en ascenso desde hace rato y, sin embargo, no es tan popular como debería. En definitiva, Viviendo con el enemigo es una película que no dice demasiado y que se queda a medio camino de todo lo que propone.
Keira Knightley continúa su cruzada personal por convertirse en la actriz con la mayor cantidad de películas de época en su filmografía. A esta altura ya es una abonada regular al género y aunque las historias en la que interviene no siempre despiertan el mismo atractivo por lo general a ella se la disfruta bastante porque es una muy buena actriz. Viviendo con el enemigo es esa clase de drama con triángulos amorosos que por lo general son más disfrutados por el público que la prensa. El director inglés James Kent, quien fue responsable de Testamento de juventud (2014), con Alicia Vikander, vuelve a construir un romance con un conflicto bélico como telón de fondo. La trama se desarrolla en 1946 en una Hamburgo destruida tras el conflicto de la Segunda Guerra Mundial. Una característica interesante de este film es el retrato que presenta de los bandos en conflicto tras la posguerra. Desde el rechazo general que despertaba el pueblo alemán en el resto de la población a la secuelas psicológicas y el resentimiento que dejó el nazismo en sus seguidores. Viviendo con el enemigo resulta una película muy atractiva cuando explora estas cuestiones y el dolor que acarrean los sobrevivientes que perdieron seres queridos. Lamentablemente el foco del film no se concentra en este tema y eventualmente se vuelve mucho más trillada cuando la dirección se estanca en el melodrama romántico. Keira presenta una sólida interpretación y está muy bien acompañada por Stellan Skarsgard y Jason Clarke quienes llegan a tener sus momentos destacados. A medida que se desarrolla el conflicto el contexto histórico siempre resulta mucho más interesante que los dramas personales que viven los protagonistas que deriva en el cliché del affair extramatrimonial. Aunque la producción del director Kent es impecable y cuenta con un buen reparto queda la sensación que el film tenía el potencial para brindar una obra superior de no contar con un guión tan predecible. No obstante, los aficionados al género pueden llegar a disfrutarla con más entusiasmo.
Viviendo con el enemigo es un ejemplo cabal de cine apolillado; esto es, de un tipo de cine que se hacía hace 25 o 30 años y que hoy luce como extrapolado de su tiempo. Melodrama plagado de lugares comunes, la película propone un triángulo amoroso imposible en medio de la posguerra. Rachael Morgan (Keira Knightley, en su enésima participación en una película de época) llega a Hamburgo para reunirse con su marido Lewis (Jason Clarke), un coronel británico que tiene la misión de poner un poco de orden en medio de las ruinas. Lo que no sabe es que compartirán techo con un viudo alemán (Alexander Skarsgård) y su hija. Lo que ocurre es de manual: Rachael al principio desconfía del anfitrión, pero después empieza a mirarlo con otros ojos, todo mientras Lewis sigue enfrascado en su trabajo. Más allá de lo inverosímil de la situación, la película tiene un guión plagado de diálogos altisonantes que los actores enuncian en un tono grave y solemne, además de una serie de situaciones que parecen sacadas de una telenovela de Andrea del Boca. Por si fuera poco, la puesta en escena es tan majestuosa y elegante con fría y distante. Imposible que funcione una historia sobre la pasión cuando si algo no hay es justamente... pasión.
Viviendo con el enemigo cuenta la historia del después. Del después de la victoria aliada en una Hamburgo devastada, del después del dolor que dejan las pérdidas irreparables, del después de un amor extraviado por las frías exigencias de la reconstrucción. James Kent adapta el best seller de Rhidian Brook con una extraña sujeción, como si quisiera crear la ilusión de que esa historia está filmada con el didactismo que exigen sus inmediatas consecuencias. Pero la guerra también está teñida de años de historia del cine, y filmar a la distancia un melodrama sobre un amor ilícito, sobre la tensa convivencia entre enemigos bélicos, sobre las heridas con las que las naciones engendran su nuevo futuro, requiere menos discreta corrección que algo de arrebato y riesgo. La imponente casa del arquitecto Lubert y su hija Freda se convierte en un pequeño mapa de la ciudad ocupada por las fuerzas aliadas, con sus zonas prohibidas, sus cuadros retirados, sus espacios de esperados encuentros. Allí llegan el coronel Morgan y su esposa, británicos en tierra enemiga, que combinan su propio duelo con el aura culposa de la victoria. El director maneja ese juego geográfico con pericia antes que intensidad, pero consigue dar el marco necesario a la soledad que atraviesa a Keira Knightley, y hace que Jason Clarke sea quien mejor lo aproveche, en ese gesto de contenido dolor que solo el silencio de su propia derrota puede contener.
Un triángulo amoroso inusual en un momento histórico y un lugar poco frecuentado. Se trata de la ciudad de Hamburgo, que antes de caer el nazismo, fue sometida a un devastador bombardeo de cinco días de las fuerzas aliadas (la suma de todas las bombas arrojadas por los alemanes sobre Londres en toda la guerra) el resultado fueron más de 100 mil víctimas, una destrucción de 2.500 hectáreas y millones de alemanes sin hogar y sin comida. En ese escenario, llega la ciudad la protagonista Rachel Morgan, con la pesada carga de haber perdido a su hijo en un bombardeo alemán y haber tenido que soportar ese dolor prácticamente en soledad. Su marido, un militar de alto rango, ocupaba todo su tiempo en la guerra. Y ahora debe centrarse en la reconstrucción de Hamburgo, nada menos. Contra el sentimiento de los demás ingleses, él cree en una reconciliación, aun bajo los ataques terroristas de los resabios nazis. El matrimonio distante se instala en una bella mansión ocupada por un arquitecto y su hija, que convivirán por permiso del militar. Este hombre padece el dolor de haber perdido a su esposa en uno de los bombardeos aliados. En esa situación el melodrama muestra como esos seres lastimados, solitarios, desamparados se ven envueltos en una pasión inexplicable, abrupta pero entendible. Una manera de aislarse de sus prejuicios, de una realidad dolorosa, de un desconsuelo infinito. Keira Knightly siempre talentosa y bella le da intensidad a su personaje, pero es Jason Clarke el que sobresale con exacta actuación de hombre rodeado de pesares, bienintencionado en un mundo destrozado. Alexander Skarsgärd convincente y seductor en ese personaje reflexivo, gentil y educado. Una historia de amor con la recreación de lo clásico, como en “las películas de antes”. Con impecable reconstrucción de época y un interesante punto de vista que le escapa a los estereotipos de vencedores y vencidos. (G.M)
Como una de Migré, pero sin melodrama Un triángulo amoroso en la ruinas de Hamburgo hacia 1945 tiene de todo menos lo esencial: pasión y circulación del deseo. Fines del año 1945. La cámara sobrevuela los restos de Hamburgo, deteniéndose en las montañas de escombros que rodean las ruinas de los edificios devastados y los alemanes que pululan por las calles sin rumbo, cual zombies de The Walking Dead, luego de las miles de bombas arrojadas por los aviones del bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Es una secuencia filmada con elegancia y pulcritud, dos características inherentes a la puesta en escena de esta enésima aproximación a las consecuencias del conflicto bélico más devastador de la historia llamada Viviendo con el enemigo. Una aproximación tan majestuosa y elegante en su forma como vacía en su contenido, en tanto es muy difícil contar un triángulo amoroso movido por la pasión cuando si hay algo que falta aquí es justamente eso: pasión, sangre en las venas, circulación de deseo. Hasta esa ciudad alemana llega el coronel Lewis Morgan (Jason Clarke) junto a mujer Rachael (Keira Knightley, doctorada en personajes de otras épocas). Él tiene la misión de supervisar una reconstrucción pacífica; ella, la de… bueno, acompañarlo. Sin hoteles ni nada que se le parezca para hospedarse, terminan ocupando el caserón -que permaneció indemne a las bombas, como si la guerra hubiera sucedido en otro lugar- donde viven el arquitecto Stephen Lubert (Alexander Skarsgård) y su hija adolescente. Mientras el coronel anda de acá para allá intentando poner un poco de orden entre tanto caos, ella empezará a mirar con desconfianza a su anfitrión, a quien a su vez no le gusta ni un poco compartir el techo con una parejita de ingleses, más aun cuando su mujer murió en uno de los bombardeos. Pero, miradita va, interrogatorio para saber si el alemán fue un colaboracionista nazi viene, el vínculo de Stephen y Rachael empieza a tomar temperatura. O al menos eso parece. Lo de temperatura es, desde ya, en sentido metafórico, porque la película de James Kent -basada en la novela homónima de Rhidian Brook- prioriza la belleza formal y la recreación histórica antes que el universo interno de sus personajes. Como si fuera una de Migré pero sin el evidente amor por el melodrama del guionista argentino, Viviendo con el enemigo recurre a todos los lugares comunes del género: muertes, duelos inconclusos, deseo de venganza, conspiraciones, infidelidades y un largo, larguísimo etcétera. De él también toma una serie de diálogos altisonantes y tremendistas que lo actores interpretan como si estuvieran en un teatro y debieran ser vistos y oídos desde la última fila. Involuntariamente cómico (ver la escena la que Rachael encuentra una foto con el rostro de su marido quemado con un cigarrillo) en su búsqueda de ser serio e importante, el relato termina de cavarse su propia fosa cuando, en uno de sus desesperados intentos por evitar que su mujer se vaya con el alemán, el coronel grite a los cuatros vientos “sos la parte de mí”. Ella como mera posesión personal: típico de marichulo.
Triángulo amoroso en épocas de post-guerra. Esto ya se ha visto, señores de Hollywood. Dejando de lado una más que desacertada (¿o sería muy acertada?) traslación del título original, “Viviendo con el Enemigo” (The Aftermath, 2019) es uno de esos claros ejemplos donde un montón de grandes actores se juntan bajo una mala premisa. La película de James Kent -realizador más afecto a la TV inglesa- nos lleva a la Alemania post Segunda Guerra Mundial, donde los ingleses, los rusos y los norteamericanos (bah, los aliados) cantaron victoria y ahora tienen que poner un poco de orden entre el caos y la miseria que quedó tras el conflicto. Pasados unos cuantos meses desde el armisticio, la muy inglesa Rachael Morgan (Keira Knightley) llega a la destruida ciudad de Hamburgo para reencontrarse con su marido Lewis (Jason Clarke), coronel de las fuerzas británicas encargado de la reconstrucción. Como miembros del bando triunfante, los Morgan tienen algunos privilegios, como poder asentarse en la mansión de Stephen Lubert (Alexander Skarsgård), un arquitecto viudo que, junto a su hija adolescente, deben abandonar el hogar y cedérselo a sus nuevos ocupantes. Pero Lewis es un hombre sensible y permite que los Lubert se queden en el altillo de la casa, algo que no le cae nada bien a su mujer, quien no ve con buenos ojos a los alemanes en general. La señora tiene sus razones, y a partir de ahí se van a dar varias situaciones tensas entre ella y su vecino forzado. Mientras tanto, su esposo pasa los días demasiado ocupado lidiando con la restauración de la ciudad, y algunas bandas violentas de simpatizantes nazis que todavía quieren seguir esparciendo la violencia y elodio. En este clima tan tenso, las relaciones matrimoniales no encuentran mucha cabida, y compartiendo algunas penas, la enemistad entre Rachel y Stephen pronto se convierte en algo más pasional. ¿Cómo puede pasar esto casi de la noche a la mañana? Gracias a la magia del guión de Joe Shrapnel y Anna Waterhouse, basado en la novela homónima de Rhidian Brook. Un relato incoherente y bastante forzado desde el minuto cero, que intenta contarnos un drama romántico con trasfondo bélico, que no tiene pies ni cabeza, justamente, por la cambiante actitud de sus personajes principales. Desde su arribo a la mansión, Rachel se nos presenta como una mujer fría y odiadora, incapaz de ver más allá de sus propios problemas. Por su parte, el director parece creer que los alemanes de 1946 son todos unos santos, y los ingleses los villanos de la película que vienen a maltratarlos (curiosamente, nunca se nombra el Holocausto y sus atrocidades). Ok, no sería lo uno ni lo otro, pero los puntos de vista de Kent están un poco confusos y desaliñados. Por supuesto que quiere dejar en claro que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos, pero la narración y la “ideología” están tan mal llevadas, que “Viviendo con el Enemigo” nunca encuentra la veta ni el tono correcto. Entre miraditas cómplices, malos tratos, culpas y abandonos, el matrimonio de los Morgan se va extinguiendo, mientras crece el romance entre Rachel y Lubert. Este escenario de traición durante la guerra ya parece un cliché en sí mismo -¿se acuerdan de “El Ocaso de un Amor” (The End of the Affair, 1999)?-, acá complicado con una trama secundaria protagonizada por Heike (Anna Katharina Schimrigk), la hija del arquitecto, todavía más incongruente. La gata Keira Igual, hay algo peor que la narración en sí y es la química entre estos apasionados protagonistas. Ya sabemos que el pobre Clarke no da pie con bola con sus últimos estrenos (te estamos mirando a vos, “Cementerio de Animales”), pero peor es la poca onda que le ponen Knightley y Skarsgård a una relación que no nos transmite nada más que tedio y mucha previsibilidad. El conjunto nos puede dejar una buena puesta en escena y reconstrucción de época; una discusión sobre, justamente, las secuelas de la guerra para ambos bandos del conflicto (aunque acá el análisis carece de profundidad); y un buen uso de la cámara y los espacios, donde los escenarios pueden convertirse en un personaje más de la historia. Por lo demás, “Viviendo con el Enemigo” es una película maltrecha que falla desde su premisa y el desarrollo de la trama y su trió protagonista, y nos entrega un desenlace todavía más insatisfactorio e incoherente que invalida todo lo anterior. Un verdadero derroche de talento y alguna que otra idea, que se pierde entre los caprichos y los lugares comunes del relato y sus realizadores.
Hamburgo, 1946. Las Fuerzas Británicas están a cargo de la zona con el propósito de reconstruirla después de haberla bombardeado, organizar sus instituciones de otra forma, y “desnazificar” a los ciudadanos más peligrosos. Para que cumpla cómodamente su deber, al coronel Morgan (personaje ficcional) se le asigna una mansión expropiada. Muy considerado, el oficial deja que sus antiguos dueños permanezcan en ella. Se trata de un arquitecto viudo y su hija adolescente, una chica difícil, que acaso pueda unirse a los nazis todavía sueltos. El arquitecto, en cambio, no ofrece problemas. Hasta que entra en contacto íntimo con la mujer del coronel. Pero esa ya es otra clase de problema. La relación tiene sus excusas en el desgaste del matrimonio y el dolor de las pérdidas mutuas: en la guerra ella perdió a su hijo, y él a su esposa. De todos modos, parece una relación algo apresurada. Veremos qué le parece al coronel cuando se entere. Acá solo podemos anticipar que todo se cuenta de un modo elegante, medianamente suave, apenas alterado por alguna circunstancia exterior. Keyra Knightley, Jason Clarke y Alexander Skarsgard, intérpretes, James Kent, director, Franz Lusting, exquisito director de fotografía, amén de la vestuarista, la peinadora, la directora de arte, en fin, todos contribuyen a lo que podría llamarse “una novela fina”, agradable de ver. Claro que la historia tendría más nervio con un especialista en melodramas tortuosos como el alemán Christian Petzold, o con una adaptación más atenta al personaje del hijo menor que por algo aparece en la novela original de Ridhian Brook en que se basa esta película. Ya habrá otras versiones.
James Kent nos trae "Viviendo con el enemigo" (The Aftermath), un drama histórico producido por el genial Ridley Scott y con un elenco estelar. Hamburgo, años 40. Después de la Segunda Guerra Mundial el control de Alemania estaba dividido entre británicos, estadounidenses, rusos y franceses cuya misión era sacar de las cenizas a la nación devastada por la guerra. Un panorama demoledor. Calles plagadas de escombros, desaparecidos, muertos y los vivos restantes sin hogar ni comida. Rachael Morgan (Keira Knightley) llega a la fría ciudad para reunirse con su marido Lewis (Jason Clarke), un coronel británico al que le han encargado la supervisión de la reconstrucción pacífica del lugar . Al llegar, no logra salir del asombro cuando descubre que compartirán la mansión con sus dueños previos, el arquitecto viudo Stephen Lubert (Alexander Skarsgård) y su hija Freda. Allí el clima será otro. La enemistad y un matrimonio desgastado darán lugar a la pasión y la traición. "La escuela de diseño y arquitectura Bauhaus rechazaba todo lo que fuera un simple adorno. Buscaba la estética, pero con una función" explica Stephen a sus nuevos inquilinos. Resulta irónico ver como la película no hace justicia a esta regla y siente vacía a pesar de lo bella. El contexto histórico resulta más que interesante y de entrada me dio la impresión de estar sumergiéndome en "La película del año"; con el pasar de los minutos toda esperanza se diluyó. Se abandonan varios elementos de la trama y todo se torna chato sin giros interesantes en la historia ni personajes desarrollados. Pero al mismo tiempo, la puesta en escena es magnífica y gracias a un gran trabajo de fotografía, dirección de arte, vestuario y música, se refleja la época a la perfección. A veces los actores no llegan a cumplir con la exigencia del guión, yo creo que acá sucede lo contrario. Es un género que Keira Knightley ya conoce bien, sin embargo, la credibilidad en su personaje, Rachel, se pierde de a ratos cuando desaparece mágicamente esa mujer atormentada y llena de dolor que se plantea al comienzo. Alexander Skarsgård consigue interpretar al optimista alemán cuya vida se desmoronó con la guerra y nos sigue demostrando sus dotes actorales a pesar de no lograr explotar por completo su interpretación. Quedan capas de la historia sin explorar debido a la falta de un mayor desarrollo de los vínculos en el guión y en las escenas de romance se recae en la elaboración de situaciones más gráficas de lo esperado para ilustrar un amor con débiles fundamentos. Tomando como parámetro el gran equipo con el que la cinta cuenta, me gustaría haber visto un melodrama menos convencional y mejor elaborado. James Kent es ya un experimentado en series y documentales para la televisión; esto sumado al elenco y a Ridley Scott, tenía todos los elementos para ser un éxito. Igualmente, quienes busquen disfrutar de un drama romántico de época no duden en ver "Viviendo con el enemigo" y juzgarla por su cuenta. Por Matías Villanueva
La nueva película del director James Kent (más abocado a la tv) es una adaptación de la novela de Rhidian Brook. La historia gira en torno a un coronel asignado a reconstruir parte de la ciudad tras ganar la Segunda Guerra Mundial y a su mujer, quienes van a vivir a una casa antes ocupada por una familia de alemanes. Rachael y Lewis eligen, en realidad él toma la decisión ante una primera resistencia de parte de ella, convivir en esa enorme casa junto a ellos: un viudo y su hija adolescente. La casa es de los ingleses, eso queda claro, pero los alemanes tienen una parte para ellos, casi como si fuesen el servicio. El trabajo mantiene a Lewis muy alejado de la casa mientras que con Rachael sucede todo lo contrario, pasa demasiado tiempo encerrada con sus fantasmas en una casa grande, con gente que no conoce y sirvientes que le hablan en un idioma que no entiende. En medio de esas separaciones forzosas, en las que Lewis parte con el ejército y es testigo de los horrores de una guerra que se dio por finalizada pero no parece tener fin, o cuyas consecuencias son igual de terribles, Rachael choca constantemente con Stephan, en realidad busca justamente lo contrario, no chocárselo, no verlo, evitarlo. Un acercamiento inesperado hacia su hija, Freda, un personaje que al principio no parece tener mucha dimensión y se presenta más bien como una adolescente problemática pero cuyas acciones luego presentarán consecuencias importantes, cambia su modo de ver a la familia con la que convive a la fuerza. De a poco comienza a acercarse a ese hombre a medida que su marido se aleja y pasa más tiempo fuera de su casa. Lo que viene es lo que podemos imaginar: un triángulo amoroso, una historia de un amor clandestino entre la inglesa y el alemán, e ilusiones de un posible futuro juntos lejos de todo. ¿Se puede uno permitirse soñar en el lugar y tiempo donde están? “Viviendo con el enemigo” no es más que un drama enfrascado en un fuerte contexto histórico. La relación que toma protagonismo en el relato no cuenta con la suficiente pasión y al mismo tiempo funciona para no tapar esa realidad en la que viven. Hay un mundo ahí afuera que intenta recomponerse pero todavía está muy roto. Jason Clarke (actualmente en cartelera con “Cementerio de animales”) es este coronel que guarda oscuros secretos y que busca refugiarse constantemente en su trabajo. Keira Knightley es quien interpreta a Rachael, la mujer que siempre se queda sola, que siempre se ha quedado sola, aun cuando más necesitaba compañía ante una fuerte pérdida sufrida de manera reciente, y sin embargo siempre una fiel compañera. El sueco Alexander Skarsgaard interpreta al alemán Stephan, ese hombre que también carga con una pérdida y al mismo tiempo necesita estar compuesto para cuidar de su hija, quien a su vez ya comienza a tener sus propios ideales. En medio del reparto quien termina luciéndose es Keira Knightley, actriz siempre capaz de dotar de mucha pasión a sus personajes desde la sutileza que provocan sus miradas y sus gestos. Si la película funciona como un drama de pasiones en medio de su importante contexto histórico es antes que nada por ella, porque además la trama elige mayormente su punto de vista. Lo que podría haberse convertido con facilidad en un culebrón consigue llegar a un buen puerto más allá de resultar mucho más interesante su primera mitad, donde se plantean las situaciones y la relación entre ingleses y alemanes. Estamos ante un drama interesante que de todos modos no termina de aprovechar lo que tiene entre manos y carece de la pasión necesaria. Resulta entretenida y poco más.
EL MELODRAMA ANTES QUE LA ÉPOCA Las guerras mundiales continúan siendo –lógicamente- traumas no resueltos para las naciones europeas y por eso los cines de esas latitudes (apoyándose muchas veces en bases literarias) suelen volver una y otra vez a esos años, con el desafío constante de no repetirse. Dentro de ese espectro, lo de Viviendo con el enemigo –espantosa traducción local para el original The aftermath– tiene su ligera cuota de originalidad, a partir de cómo pone a dialogar las distintas miradas que se fueron construyendo durante la posguerra. El film de James Kent, basado en una novela de Rhidian Brook, se centra inicialmente en Rachael (Keira Knightley), quien viaja de Londres a Hamburgo, donde la espera su esposo, Lewis (Jason Clarke), un oficial que está a cargo de buena parte de la supervisión de la reconstrucción luego de la guerra, en una ciudad en ruinas, donde la gente está acuciada por el hambre y los resabios del nazismo todavía están activos. A la pareja le toca vivir en una residencia confiscada y deberán convivir con los antiguos ocupantes: Stephen (Alexander Skarsgård), un arquitecto alemán, y su hija adolescente, a los que se suman el personal de servidumbre. Esa convivencia será cada vez más tensa, con lo íntimo y lo político retroalimentándose. Lo más interesante y atractivo de Viviendo con el enemigo está en la vertiente personal y particular, a partir de cómo el relato dosifica la información desde las miradas, los gestos, los silencios y el lenguaje corporal. Así se va conociendo el pasado de Rachael y Lewis, marcado por la pérdida de un hijo durante un bombardeo en la Guerra, que es una herida no cerrada y que agrieta el matrimonio; la carga que representa para Stephen la muerte de su esposa y la problemática convivencia con su hija; pero también las diferencias entre los distintos ocupantes de la casa, que luego mutan cuando Rachael y Stephen comienzan a desarrollar una atracción romántica, creando de esta forma un triángulo amoroso. No sucede lo mismo con el retrato de esa Alemania en descomposición, donde los distintos bandos en disputa en intercambian los roles de víctimas y victimarios: allí, a la película le cuesta mucho enhebrar una mirada que vaya más allá del discurso esquemático y biempensante. Eso se nota particularmente en algunos personajes de reparto, como un oficial británico que desconfía de todos los alemanes, y un joven integrante de una organización clandestina que se la pasa remarcando su adhesión al nazismo. En cierto modo, Viviendo con el enemigo parece reconocer sus propias limitaciones para la reflexión histórica y por eso le va dando cada vez más peso al melodrama romántico. Y aunque cae en unos cuantos subrayados, además de un par de resoluciones apresuradas (particularmente en el final), cuenta a su favor con la humanidad y nobleza de los protagonistas. Rachael, Lewis y Stephen conforman un triángulo donde confluyen la frialdad y lo pasional, en el que las actuaciones de Knigthley, Clarke y Skarsgård sostienen buena parte de la credibilidad de la historia y hasta le dan un marco potente a la época. Viviendo con el enemigo es, al fin y al cabo, mucho más atrayente por lo particular que por lo general.
Dentro de la trama vamos conociendo a un matrimonio, el coronel británico Lewis Morgan (Jason Clarke) y su esposa Rachael Morgan (Keira Knightley) que se ven obligados a trasladarse a las ruinas de Hamburgo y compartir su vivienda con el alemán Stefan Lubert (Alexander Skarsgård) y su hija adolescente Freda Lubert (Flora Thiemann), de ahí en más se siente cierta tensión, las angustias y lo que deja ciertos hechos producto de la guerra. Se encuentra bien construida desde lo que se va generando entre esas personas que conviven en una misma casa, por momentos con choques de amor, de odio y de venganza. La soledad y la muerte, en algún momento los invadió, la falta de comunicación y los sentimientos enterrados que pueden generar distintos daños a las personas. El director James Kent hace arder a los personajes en una fogata de pasiones, odio, deseo, en un desequilibrio emocional y abriendo la posibilidad que tiene una pareja de reinventarse. El actor australiano Jason Clarke (“El primer hombre en la luna”), logra un estupenda interpretación, le da matices y llega a momentos memorables cuando exalta sus emociones; la actriz inglesa Keira Knightley es un mujer fuerte pero a la vez frágil y transmite su tristeza desde lo gestual y el actor sueco Alexander Skärsgard (La leyenda de Tarzán) un ser que busca su identidad, su dignidad y la búsqueda de reconstruir una nueva familia. El film narra los distintos momentos que viven las familias en el periodo de la posguerra, sobre todo está presente lo que fue dejando por dentro y bajo un ambiente desolador, todo lleno de escombros, cadáveres, dolor y sufrimiento. Si bien su desarrollo resulta previsible, goza de buenas actuaciones, tiene ciertos toques psicológicos, una adecuada ambientación, fotografía y música.
Apenas 6 meses han pasado de la necesaria victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. La ciudad de Hamburgo es prácticamente puro escombro; los sobrevivientes tienen que volver a empezar y al mismo tiempo examinar sus conciencias en lo privado y demostrar frente a los triunfadores la distancia frente al régimen vencido. Una de las pocas virtudes del film de Kent radica en señalar la laboriosa tarea colectiva de examinar la conciencia: ¿cómo seguir adelante después de los campos? ¿Cómo sentirse alemán tras la barbarie? Tales cavilaciones se desarrollan toscamente, como también los resortes del melodrama que se impone como tema principal.
¿Debo decir me tocan todas a mi? ¿Habré llegado tarde al reparto? ¿Qué hice yo para merecer esto? Estoy hablando de tener que pensar en que escribir sobre las películas, que el prócer que tenemos como nuestro jefe me encargó. ¿Será solo un acto de venganza por criticarlo que no va los médicos, o el encono tiene otros orígenes? Casi una reproducción de su titulo, todavía no lo considero un enemigo, en cualquier momento, si continua con esta catarata de maldades. Hagamos lo que me solicita. Todo aquello que rodea al texto en tanto guión literario es lo mejor que tiene esta producción. La historia se centra en la relación triangular amorosa de una pareja de británicos con un germano dentro de la mansión del alemán, a las afueras de la ciudad de Hamburgo, recién finalizada la segunda guerra mundial. El director hace jugar el espacio físico donde se desarrolla la mayor parte de las acciones como un reflejo del exterior, con espacios prohibidos, los permitidos, los cercados y los comunes, esos que jugaran un papel importante para los encuentros y desencuentros. Los primeros físicos, los segundos dialécticos. También hace buen uso de la dirección de arte y en especial de la fotografía. No ocurre lo mismo con la banda sonora que hasta tiene deslices que pecan mas de ingenuos que como fallidos, como por ejemplo el incluir en determinados momentos música de jazz que solo altera lo construido sobre el personaje, quien había aclarado su formación musical con “Claro de Luna” de Claude Debussy, en claro antagonismo con el anfitrión. Pero ahí se termina todo, pues el relato peca de previsibilidad absoluta, no solo eso, nada esta construido ni desarrollado respetando los tiempos necesarios para que las acciones se sucedan, todo dan la sensación de ser impulsos sin desarrollo ni justificación, por parte de los personajes. El coronel Lewis Morgan (Jason Clarke) es destinado a la ciudad de Hamburgo para poner orden en los restos de la ciudad después de la guerra, allí llega junto a Rachel (Keira Knightley) su esposa, haciendo uso de sus privilegios, se apropia de la mansión familiar del arquitecto Sthepen Lubert (Alexander Skarsgård) quien vive junto a su hija y la servidumbre. El inglés demuestra que no es un militar yankee, es todo un caballero ingles, por su parte el alemán aclara más de una vez, nunca haberse afiliado al partido nazi. Ella una inglesa flemática de pura cepa. La convivencia igualmente no será fácil, ambas familias traen de arrastre sendas tragedias provocadas por la situación vivida tiempo antes. De hecho el titulo original remite a “consecuencias”, pero nada puede suceder por generación espontánea. El filme se estructura de forma clásica, utilizando las subtramas, la de la hija del alemán en relación con un joven nazi fanático, o la del coronel con la obediencia debida, que funcionan más como cierre de cuestiones de personajes que como impulsoras de la narración. El filme empieza muy abajo, no despierta interés alguno en ningún momento, la esperanza que despegue esta puesta en los actores, que son eficientes, pero no son grúas que pueda levantar de la medianía general al guión que dio origen al filme.
Amor y traición en tiempos de guerra La película presenta un triángulo amoroso de ribetes trágicos en la Alemania de la posguerra El coronel inglés Lewis Morgan se encuentra en Hamburgo a pocos meses de terminada la Segunda Guerra Mundial. Tiene por misión supervisar la reconstrucción de la derruida ciudad, y es por eso que su esposa se traslada a su lado. La casa de un arquitecto viudo y su hija se convertirá en el hogar de la pareja británica. En medio de una convivencia cargada de tensiones y rencores, surgirá la pasión y un amor prohibido con inesperadas consecuencias. El realizador James Kent logra una acertada reconstrucción de la Alemania del cuarenta y hace gala de un magistral diseño de arte, en el que abundan los decorados grises y tristes que lucen a tono con el espíritu de los personajes principales. Keira Knightley (pasional y soberbia actuación) como la esposa atormentada que carga en su interior con un profundo dolor; Jason Clarke como el militar del bando ganador que sin embargo no puede evitar sentir culpa por las atrocidades que le ha tocado ejecutar; y Alexander Skarsgard como el alemán al que los golpes de la guerra no pueden quebrar, conforman un trío efectivo, creíble y empático. Cada uno de ellos tienen su momento de lucimiento en el metraje, pero cuando comparten escenas es donde sacan lo mejor de sí. Pese a contar con un marco pocas veces explotado dentro del género bélico (como es la reconstrucción tras la caída de Hitler), el realizador prefiere centrarse más en los conflictos personales que en el entramado histórico general. Así por momentos la trama se acerca al melodrama, dejando de lado cuestiones como el revanchismo del ejército ganador o la apesadumbrada vida de los derrotados. Es un drama romántico de época y es por eso que en algunos momentos la historia bordea lugares comunes, en otros se presenta maniquea y ciertamente apela a distintos clichés. Pese a esto, el manejo de la tensión sexual, así como la utilización de las miradas para decir más que lo que rezan las palabras, están bien manejadas por un director que a la hora de rodar ha sabido combinar buen gusto con pericia técnica. Viviendo con el enemigo quizás no sobreviva en la memoria de los espectadores como otras exponentes del género. Sin embargo, logra hacer suya una fórmula que a pesar de haber impregnado mucho celuloide a lo largo de los años aún sigue funcionando y conmoviendo.
Melodrama algo rancio, con la reconstrucción de Alemania tras la guerra como telón de fondo. Recién terminada la Segunda Guerra Mundial, llega a Alemania Rachel Morgan, para reunirse con su marido, Lewis, un militar inglés encargado de reconstruir Hamburgo, ciudad arrasada por la contienda bélica. Ambos van a vivir en una mansión confiscada a su dueño, un arquitecto viudo, que vive con su hija adolescente. El coronel decide que los pobladores de la casa puedan seguir viviendo en ella, confinados al piso superior. No tardarán en aparecer tensiones, producto de dos bandos enfrentados: vencedores y vencidos. Pero también la atracción de los opuestos, en forma de triángulo amoroso. El film de James Kent, basado en una novela de Rhidian Brook, tropieza con lugares comunes de mínima tensión, un poco de tragedia, una pizca de erotismo, un aire conspirativo por acá, un poco del muestrario de los horrores de la guerra por allá, algo de venganza y mucho de elegancia formal en los ambientes de la mansión en la que transcurre, contrastando con las ruinas de una ciudad devastada por las bombas. Para colmo, el título en Argentina, Viviendo con el enemigo, recuerda demasiado a la película de Julia Roberts de los ’90 y no tiene demasiado que ver con el original, que es Aftermath, algo así como las secuelas o consecuencias negativas de un hecho. Las tensiones culturales podrían haber resultado más interesantes, al fin y al cabo el enemigo que vive en la casa puede ser un juego de doble lectura sobre ocupantes y ocupadores de dos bandos contrapuestos. Y el guion no desarrolla del todo aspectos más sugestivos y sutiles, apenas un par de obsesiones de Rachel sobre qué había colgado en el lugar que dejó un cuadro o la sospecha de que el dueño de la casa, por el sólo hecho de ser alemán, tenga simpatía por el nazismo. Duda que se podría haber terminado cuando se menciona a una simple silla que está en el mobiliario de la casa, la Mr. lounge de Ludwig Mies van der Rohe, de la Escuela de la Bauhaus, que fue cerrada por el nazismo. El elenco hace lo que puede en una marcación actoral de declamación teatral: en primer lugar, por Keira Knightley que, en el comienzo, parece una imbécil caprichosa; Jason Clarke, un militar con no demasiado brío para la tarea que le fue encomendada y el tercer vértice de este triángulo, Alexander Skarsgård, al que quizás le haya llegado este rol, luego de su perturbador personaje en Big little Lies.
"Viviendo con el enemigo" se sitúa en una época poco explorada por el cine: apenas después de la Segunda Guerra, en una Hamburgo destruida, con los alemanes derrotados y los aliados tratando de dominar el territorio. Pero este contexto histórico es lo único que se puede rescatar de la película. La trama gira alrededor de un militar británico y su esposa (Keira Knightley), que se instalan en Hamburgo, en una mansión lujosa que se salvó de las bombas. El tema es que deciden (de buenos que son) compartir parte de la casa con su dueño, un arquitecto alemán culto y distinguido. Pronto habrá un triángulo amoroso cantado, y la historia gira a un melodrama previsible y aburrido. Los diálogos solemnes y la resolución de telenovela terminan por derrumbar a la película.
Hamburgo, unos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial. Lewis Morgan (Jason Clarke) un coronel británico y su esposa Rachael (Keira Knightley) se mudan a un caserón en las afuera de la ciudad durante el período de reconstrucción de la post guerra. Su nuevo hogar, es en realidad una casa confiscada a una familia alemana. Stefan Lubert (Alexander Skarsgård) era el dueño de la propiedad hasta su llegada. Viudo y con una hija, ahora deberá convivir con los recién llegados, lo cual causará tensiones de todo tipo. En paralelo fuerzas nazis todavía se resisten a la ocupación de los aliados y ponen en riesgo a cada extranjero de la ciudad. Los traumas del matrimonio y de la familia con la que conviven, las secuelas a las que alude el título original del film, pondrán las emociones a flor de piel y desatarán el melodrama que es el núcleo de la historia en el contexto de una Alemania en proceso de reconstrucción. Película de época y melodrama eficiente y de manual, sin la más mínima novedad. De esos films que cuando salen bien son indiscutibles pero que en general se pierden en la multitud de películas parecidas. Keira Knightley es una actriz nacida para esta clase de papeles que aprovecha una y otra vez para su propio lucimiento y también para mejorar en nivel de las películas que cuentan con la suerte de tenerla como protagonista. Todo el resto de los actores y una esperable producción impecable le dan a Viviendo con el enemigo un nivel sólido aunque sin ningún hallazgo en particular.
Crítica emitida al aire en Zensitive Radio Nordelta