Villa Fiorito es un lugar conocido por todos desde que allí nació Diego Armando Maradona. Pero nueve días antes que él, nació en el mismo barrio Goyo Carrizo. Desde pequeños comenzaron una amistad que fue creciendo con los años, cimentada por el fútbol que comenzaron a practicar en improvisadas canchas y perfeccionaron en las divisiones inferiores de Argentinos Juniors. Desde allí cada uno de ellos tomó distintos rumbos: Diego alcanzó la cumbre del éxito y de la fortuna a nivel mundial, mientas que Goyo se dedicó a entrenar a los jóvenes que llegaban hasta él con ansias de triunfo. Los directores Ezequiel Luka y Gabriel Amiel reconstruyeron en este documental la trayectoria de ese Goyo simpático y locuaz que, poco a poco, y frente a cámara o en reuniones de amigos, recuerda la nostalgia de no haber podido triunfar con Diego en la cancha sin rencor ni envidia. Film cálido y emotivo, El otro Maradona muestra esa amistad desconocida para el gran público.
Nervio y color gauchesco para una venganza Corre el año 1952. En un pequeño pueblo del interior, un muchacho apegado a su hogar y siempre dispuesto a ayudar a sus vecinos es visitado por la tragedia cuando su padre es asesinado durante una carrera de caballos. ¿Quién fue el autor de ese disparo mortal? Cali necesita saberlo aunque el resto parezca comenzar a olvidar el crimen. Al trote de su caballo, deja su hogar en busca de una venganza que, día tras día, le carcome el alma. En su largo andar el muchacho recala en una estancia donde, gracias a la inmediata simpatía que el capataz le dispensa, logra un trabajo de arriero, al tiempo que va conociendo más a fondo a Lucía, hija del dueño del lugar, y así no tardará en nacer entre ambos un romance. Adaptado del relato Sapucay, de Horacio Guarany, el director Fernando Musa, que había debutado en el largometraje con la recordada Fuga de cerebros, logra un entramado tan duro como persistente en esos certeros dibujos que envuelven a Cali apoyado en la creencia popular que sostiene que cuando un hombre muere a traición, éste deberá ser vengado para que su alma descanse en paz. El propio Guarany es quien encarna al capataz quien va marcando el rumbo de Cali, y lo hace con una indudable credibilidad actoral, acompañado por Abel Ayala en su composición del joven buscador de la venganza y por un elenco del que sobresale la labor de Ulises Dumont, en uno de sus últimos papeles para el cine. El realizador supo dotar a su historia del por momentos angustiante clima que pedían esos personajes y así, y sumado a una excelente fotografía y a una adecuada música, el film se convierte en una obra que muestra con color y calor la trayectoria de alguien que hace de su vida el trampolín para no dejar impune una injusta muerte.
Una joven pareja viaja con su automóvil por una oscura carretera. Sus conversaciones son triviales y sus caricias, tiernas, cuando de pronto su vehículo es detenido por otro, del que descienden cuatro individuos y una mujer, quienes secuestran a los ocupantes del primer automóvil. De ahí en más, la historia se insertará en un clima de permanente violencia, ya que el secuestrado logra liberarse de sus cadenas y comenzará a matar de las formas más sangrientas a esos secuestradores que lo alejaron de su bella pareja. El director japonés Ryûhei Kitamura, experto en esta clase de temática gore, no ahorró aquí torturas, cuerpos descuartizados ni escenas de sadismo, a lo que sumó un clima tenebroso y un constante suspenso. La cinematografía norteamericana ya dio infinidad de veces muestras de su deleite por estas tramas donde la conjunción repetida es mostrar mucha sangre y escenas macabras, y aquí la receta se repite casi sin demasiadas variantes hasta llegar a un final inesperado en el que su personaje central promete, casi como un guiño, que su sed de venganza proseguirá en un próximo encuentro con el público seguidor de este tipo de anécdotas.
Desvaído retrato infantil En un pequeño pueblo mendocino, un grupo de alumnos está a punto de comenzar su día escolar. De pronto, la profesora de música muere frente a los aterrados ojos de los integrantes del coro. Entre ellos está Sebastián, que a los 10 años acaba de mudarse a un barrio suburbano junto a su familia, y quien muy pronto comenzará una amistad con Guzmán y Email, un par de pícaros compañeros siempre dispuestos a las más audaces travesuras. Las autoridades disponen que la escuela cierre por luto y así, libres de las obligaciones, el trío comenzará a recorrer el pueblo; los chicos coinciden -con alguna puntada de culpa- en la opinión de que todas las maestras podrían morir en ese instante y nada cambiaría. El film, con algunos tintes dramáticos, transita por las vivencias de esos tres chicos que van conociendo, de a poco y durante esos días sin música, un micromundo pleno de amistad, de necesidad de forjarse un porvenir alejado de la pobreza y de sentirse inundados por la muerte, ese algo del que ninguno de ellos había pensado. El director Matías Rojo intentó insertarse en una trama universal con acento local y con gran sencillez siguió el derrotero de los protagonistas en un momento crucial de sus vidas, pero no logra evitar la monotonía en su narración. Con un elenco que trata de hacer creíbles a los personajes -algo que ocurre sólo en contadas ocasiones- Algunos días sin música queda, finalmente, como poco más que una obra bien intencionada.
Cálido documental Se calcula que alrededor de 3.000.000 de personas desconocen su verdadera identidad en nuestro país, ya que fueron entregadas, vendidas o robadas durante su primera infancia. Esta problemática le sirvió a la directora Alejandra Perdomo para insertarse en este documental, que refleja la lucha de quienes han tomado la difícil decisión de conocer su verdadero origen. Sobre la base de recuerdos, investigaciones y largas esperas, el film desgrana diversos casos que introducen a sus protagonistas en el proceso de las falsas adopciones, y en el robo y la venta de niños recién nacidos. Si bien estos relatos están centrados en Buenos Aires, donde Mercedes Yáñez, titular de la oficina de Derechos Humanos del Registro Civil porteño, realiza una silenciosa tarea para reconstruir esas historias, la cámara también se traslada a España, donde las asociaciones locales que trabajan por la identidad mantienen un fuerte contacto a través de las redes sociales. Con una cámara atenta a palabras y gestos, la realizadora supo comprender y dar calidez a las múltiples aristas de su tema de estudio. En cada uno de los testimonios incluidos en el film se descubre el regocijo de quienes, finalmente, conocen a sus verdaderos padres, o la perseverancia de quienes deben continuar luchando para descubrir las circunstancias de su nacimiento.
En un pequeño pueblo vive Alba, una escéptica y solitaria policía de 35 años con un oscuro pasado. La calma del lugar se rompe cuando una familia entera va muriendo incinerada de rodillas, como rezando, sin una explicación razonable. Frente a estos episodios Alba acepta la guía de El Mago, un niño clarividente recién llegado al pueblo, quien de a poco la transforma en una creyente en asuntos paranormales y, cuando el caso se estanca sólo el don del chico parece ser la única vía para esclarecer esas misteriosas muertes. Sobre la base de personajes sombríos y por momentos delirantes la historia se va transformando en un thriller que sorprende por su arriesgada puesta en escena que gira entre la exposición minimalista y la ensoñación más etérea hasta llegar a un final sorprendente. Así, en una cruza entre el policial y lo fantástico, La segunda muerte cuenta con elementos del llamado cine de género, pero ellos no están conjugados de una manera previsible y es, en algún punto, un film más de climas que de efectismo. El director Santiago Fernández Calvete logró, a pesar de algunas vacilaciones en el relato, crear un entramado que gira en preguntas y respuestas que parecen no tener fin y van complejizándose. La apoyatura del relato halló en Agustina Lecouna, como esa policía que intenta hallar su verdad en medio de estos macabros hechos, a una actriz de indudables méritos, en tanto que el resto del elenco supo salir indemne de la creación de unos personajes singulares siempre dispuestos a esclarecer o a enturbiar el camino de la protagonista. No son menos importantes los rubros técnicos, sobre todo la fotografía y la música, que apoyaron con calidad a esta producción nacional que intenta, y lo logra, insertar a la cinematografía local en un género en el que se mezclan lo policial con lo terrorífico.
Leo, un periodista español dedicado a hacer horóscopos, y Luna, una muchacha sin demasiado interés por el mundo que la rodea, se encuentran una noche en un boliche bailable. Un inmediato flechazo de Cupido parece hacer blanco en el corazón de ambos, y así los dos comenzarán una serie de diálogos triviales que se remontan al pasado de cada uno de ellos. De éstos surgirán ansias de progreso, anécdotas que los tuvieron como protagonistas y mínimos detalles de sus existencias. La historia (de alguna manera hay que calificar a tan conversado film) transcurre en una noche en la que la pareja camina por las calles, se detiene en una cena y se encuentra con algunos amigos de ella. El director Juan Pablo Martínez pretende bucear en las existencias de los enamorados a través de palabras y miradas que abundan en demasía, y sólo lograron una larga y monótona serie de circunstancias que no llevan a ninguna parte. El cantautor español Ismael Serrano procuró hacer creíble su papel, pero tropezó con un rostro inmutable, mientras que Carla Pandolfi, conocida a través de la serie televisiva Violetta , se esfuerza por darle calidez a esa muchacha que parece jugar al amor. Los rubros técnicos no ayudan demasiado a levantar el ritmo de este film que, sin duda, será de pronto olvido.
El amor como una fachada El mundo parece sonreírle a Felipe Mentor. Su empresa está pasando por un muy buen momento y está felizmente casado. Sin embargo, la realidad de su vida es muy distinta de lo que aparenta. ¿Cuál es el secreto de este hombre serio, impávido frente a los problemas de sus empleados y siempre dispuesto a hacerse respetar a fuerza de rigor? El secreto es que su mujer, a la que ama apasionadamente, es una prostituta que, a través de una misteriosa corporación, aceptó compartir con él los placeres conyugales. Felipe desea tener un hijo, pero el contrato que lo liga a ella no lo permite; por ello los jefes de esa corporación lo intiman a dejarla y cambiarla por otra. El director y guionista Fabián Forte supo entretejer con astucia esta maraña plena de secretos, amores frustrados y cotidianos peligros. El personaje central (un excelente trabajo de Osmar Núñez) intentará romper el extraño convenio, pero es vigilado por los responsables de la corporación. La vida de Felipe se va desmoronando, enfrentado a una realidad violenta y miserable, que desembocará en un insólito final. El realizador contó para dar la fuerza requerida a su obra con un equipo técnico de gran calidad y de un elenco en el que, además de Núñez, logran lucirse Moro Anghilleri, Sergio Boris, Karina K y, en papeles menores, pero no exentos de importancia, Federico Luppi y Juan Palomino. La corporación queda, pues, como una pequeña perla en la cinematografía local, tan necesitada de buenos guiones y de ideas originales.
Soñar con una vida mejor Gonzalo o Gonza vive en una villa aledaña de Buenos Aires. Marginado por la sociedad trabaja de "trapito". A pesar de sus problemas con la Justicia, con las drogas y con la violencia callejera, este personaje desea escalar posiciones, alejarse de la miseria que lo rodea y construirse un porvenir que le permita dejar atrás ese micromundo en el que se debate continuamente. Su idea es cursar el bachillerato en una escuela popular junto a un heterogéneo de jóvenes y adultos. Con la indudable necesidad de poner en pantalla esta problemática a través del ojo del documental, el director Javier Di Pasquo se insertó en las tareas diarias de ese muchacho que sueña con una vida mejor. La tarea del realizador, sin duda conocedor de los peregrinajes de esos muchachos dejados de lado, se cumplió a medias, ya que el guión se alarga innecesariamente a través de las reiterativas caminatas del joven, de las escenas de la escuela y de los diálogos, algunos con serias dificultades de sonido. No deja de ser interesante, sin embargo, la presencia de jóvenes y adultos que en esa escuela se mezclan en una combinación heterogénea de compañerismo y de tolerancia para discutir los problemas de la sociedad. De trapito a bachiller se convierte, así, en una cálida mirada a ese espacio en el que muchos intentan forjar su porvenir, pero las reiteraciones hacen que este documental se torne por momentos fatigoso y no logre su propuesta.
Película sin duda atípica, Los desechables recorre las aventuras de tres jóvenes que luchan para lograr una mejor posición económica. El film, interpretado por actores totalmente anónimos, comienza cuando cada uno de ellos muestra su faceta amorosa al lado de otras tantas mujeres algo absorbentes. A través de fragmentos, los protagonistas demuestran la fugacidad de esas relaciones, y luego el entramado se fija en la oficina en la que el jefe y ellos comenzarán una casi amistosa conversación que, poco a poco, irá subiendo de tono hasta convertirse en una discusión en la que cada uno de ellos tratará de superar al otro mediante diálogos en los que quedarán abiertas las puertas de sus ambiciones, de sus cansancios y de sus frustraciones. El director Nicolás Savignone procuró convertir su film en un espejo de la problemática de la juventud de hoy, pero tropezó con el inconveniente de que su historia se aferra a lo teatral, lo que convierte al film, a pesar de su brevedad, en una constante suma de diálogos que explican, más que muestran, las desventuras de sus protagonistas. Poco más se puede decir de esta más que modesta producción que, no obstante, procura insertarse en los desafíos que la vida les impone a los jóvenes. El resultado queda a medias entre el interés de su realizador por poner al descubierto las inquietudes de sus protagonistas y de lograr una película distinta destinada, sin duda, a un público dispuesto a visionar un producto que, sin duda, tiene su interés en esa franja de espectadores que concurren al cine a descubrir algo distinto. Y Los desechables les permite esa pretensión.