La vida provinciana, la relación con esos lugares y la convivencia en un contexto tradicional y conservador son los pilares de este film que tiene como personajes centrales a Ernesto y a Helena, un matrimonio de muchos años que vive en una finca aislada entre campos de tabaco y la selva de alta montaña, en el noroeste argentino. La pareja está atravesando una frágil situación y la dificultad para concebir un hijo los ha sumido en la obsesión y en la pérdida del deseo. Un día, y sin mucho entusiasmo, ambos reciben a Joaquín, un joven primo casi desconocido para ella, que acaba salir de un centro de rehabilitación. El muchacho deja transcurrir los días entre el aburrimiento y la soledad hasta que, casi sin proponérselo, comenzará a mirar a Helena con una pasión que se va transformando en obsesión. En éste, su primer largometraje, la directora Bárbara Sarasola-Day logró su propósito de crear un casi torturante clima en el que lo íntimo busca todo el tiempo sus fronteras. Sus personajes quedan así frente a un doble juego: lo que se comparte y lo que se preserva, lo aceptable y el tabú. Con una lograda fotografía de Lucio Bonelli, que logró imponer el necesario espíritu a la anécdota tanto en los interiores como en los exteriores, rodados en Salta, el elenco supo también construir con enorme naturalidad sus personajes. Luis Ziembrowski (excelente en su papel de hombre humillado), Alejandro Buitrago (el joven que descubre nuevos micromundos) y María Ucedo componen este trío que buscará, cada uno a su manera, la forma de salir indemnes de existencias que les impiden vivir en plenitud.
Razor y The Kid son un dúo de boxeadores que hace treinta años habían disputado la que sería su última pelea. El paso del tiempo comenzó a hacer mella en sus físicos y, mientras Razor se gana la vida como obrero de una acería, The Kid trata de salir a flote en un ámbito bastante sombrío. Atrás han quedado el romance que ambos tuvieron con Sally, el hijo ahora adolescente de uno de ellos y la época de esplendor, dinero y aplausos. Pero las circunstancias harán que vuelvan a enfrentarse en el ring frente a un público que los ha olvidado. No deja de ser curioso que Ajuste de cuentas plantee en la ficción lo que la propia película vende en la vida real: el reencuentro de dos viejas glorias. Sylvester Stallone y Robert De Niro, los dos italoamericanos por antonomasia, son en esta historia un trasunto, con muchos años más, de aquellos Rocky y Jake La Motta que interpretaron, respectivamente, en la saga de Rocky y en Toro salvaje . Claro que ambas son clásicos "serios" de la cinematografía y en cambio este film es una comedia tan pura como dura, que no trata de extraer el potencial dramático de dos personajes tan conocidos como torturados, sino de ironizar acerca de los achaques de la vejez. Pero lo mejor de Ajuste de cuentas es su falta de pretensiones y así, mientras Stallone hace creíble a ese boxeador que, íntimamente, desea volver a enfrentarse con su antiguo rival, De Niro compone al suyo (juerguista, pendenciero y autodestructivo) desde la parodia más absoluta. Y allí está su antigua novia (una Kim Basinger bella como siempre) que vuelve a aparecer para que el conflicto vaya creciendo hasta llegar a ese final a todo vapor.
Un grupo de samuráis cuyo señor feudal es asesinado busca venganza. A ellos se les une Kai, un paria en el que nadie confía, excepto la bella hija del shogun muerto, con quien comenzará un accidentado romance. Llevar a la pantalla una obra tradicional japonesa como La leyenda de los 47 ronin , que ya tuvo incontables versiones cinematográficas, era una tarea casi ciclópea, dado el clima necesario para desarrollar la grandeza de sus escenarios y personajes, que tiene como leit motiv el enfrentamiento entre dos castas. Pero al novel director Carl Reinsch le faltó pulso para relatar la trama, a la que le dio un aire occidental que perjudica al relato tradicional japonés y convierte al film en uno más de muchos realizados en Hollywood sobre la venganza. Los efectos especiales, a pesar de ser uno de los puntos más cuidados de la película, no logran ensamblarse armónicamente con las escenas dramáticas y el conjunto pierde la fuerza necesaria para hacer memorable aquel final, en el que los 47 ronin deberán acatar la sentencia del shogun. Keanu Reeves aporta un rostro inmutable a su Kai, siempre dispuesto a hacer justicia, mientras que el resto del elenco transita con bastante opacidad por sus papeles.
El poder de una imagen La comicidad de Ben Stiller no pasa, como la de muchos colegas norteamericanos, por la morisqueta burda o por los ademanes exagerados y, algunas veces, de muy mal gusto. El actor posee una simpatía que emana de su rostro casi inmutable y de una tímida sonrisa que otorga a sus personajes la necesaria sinceridad para atraer al público. Precisamente estos elementos están en primer plano en La increíble vida de Walter Mitty , una comedia que ronda entre el romance y las más disparatadas aventuras. Aquí el protagonista es un modesto asistente de fotografía en la revista Life que sueña con una existencia más placentera y con conquistar a una bella compañera de trabajo, a la que no se atreve a declararle su amor. Cuando la empresa periodística decide achicarse y convertirse en una publicación digital, su trabajo, casi inseparable de su personalidad, pende de un hilo: el relanzamiento requiere de la aparición de una foto mítica de Life de cuyo extravío Walter se considera (y lo consideran) responsable. El tímido empleado comenzará así un periplo para lograr su objetivo y salvar su carrera, iniciando un alocado camino que lo llevará a los lugares más estrambóticos para dar con el fotógrafo autor de la imagen, quien recorre el mundo en busca de momentos para inmortalizar. La historia, dirigida por el propio Ben Stiller en su tercer intento como realizador, contiene una muy buena dosis de simpatía entrelazada con los sueños y realidades del protagonista que, poco a poco, va percibiendo que su timidez se convierte en audacia y que la realidad supera a su imaginación. Montañas nevadas, peligrosos precipicios y selvas inexpugnables son las sendas que recorre Walter mientras no logra alejar de su mente y de su corazón a la chica de sus sueños. Gracia y ternura son los pilares en que se apoya esta aventura que entretiene y permite, una vez más, demostrar que Ben Stiller conoce de sobra todos los mecanismos de la comedia más alocada. Además de un sólido guión, el director-actor supo reunirse de un elenco que le da pie para que sus alocadas circunstancias contengan la suficiente dosis de comicidad, en tanto que los rubros técnicos fueron otro punto de calidad para que esta increíble vida cobrase el justo término entre la fantasía y la realidad.
La gitana está sentada, frente a una pequeña mesa con cartas de tarot en una callecita del barrio de La Boca. Algunos curiosos se acercan para conocer sus destinos, y ella, con acento español, les promete lo mejor y les solicita una ayuda monetaria. Luego de un rato, ella levanta su improvisado campamento y llega a su casa para encontrarse con Esteban, un vividor que se dedica a seducir mujeres, las enamora y luego las abandona, aunque previamente les deja un folleto con los datos de Marta, su socia, esa gitana. Es el pie para esta historia dramática y atípica que pendula entre lo policial y lo sobrenatural, elementos que el novel director Juan de Francesco supo manejar con indudable convicción, basado en un interesante guión de Nicolás Cisco. Esa presunta gitana halló en Roxana Randón a una actriz que dotó a su personaje de la necesaria dosis de credibilidad y de emoción, elementos imprescindibles para que esa Marta, en definitiva silenciosa y solitaria, tenga la suficiente encarnadura que vira desde sus explosivas dosis de violencia hasta la ternura que le llegará justamente en sus momentos más difíciles. Paisajes de un Buenos Aires reconocible, captados por una fotografía de indudable calidad y personajes cotidianos que acompañan el derrotero de los dos protagonistas son otros hallazgos en este film que habla, en definitiva, de odio, de dolor y de secretos bien guardados.
El documental de Alejandra Martín sigue a cuatro mujeres que comparten a través de Internet el extraño culto a Ana y Mía, suerte de princesas o diosas que representan la anorexia y la bulimia. En la película se ve cómo logran articular estas vidas secretas y las públicas, en la que Rocío procura lucirse en alguna comedia musical mientras cría sola a su pequeña hija; Fiorella es una adolescente rebelde que vive entre rejas en su limitado espacio de cigarrillos y televisión; Carrie siempre se sintió rara y distinta, y Fabiana, reina provincial de la belleza, trata de ser modelo mientras pinta. Documental sin duda atractivo y atípico, el film logra el propósito que impuso su directora al orquestar estas historias paralelas: sus protagonistas apuestan a la sinceridad y al dolor, y sin duda logran establecer una conexión con el público al que le brindan sin melodramatismo sus dolores y sus necesidades. La directora supo, además, rodearse de un impecable equipo técnico que apoya estas confesiones que son, en definitiva, las voces más íntimas de esas mujeres que se atreven a confesar sus debilidades y sus miedos.
Miseria y crimen Misiones no contiene sólo la belleza de su naturaleza agreste y esa tierra colorada que la hacen tan particular, sino que es también una provincia en la que la pobreza aferra con mano dura a sus habitantes. Precisamente uno de ellos es Ramón, que es despedido del aserradero en el que trabaja como peón. En su bicicleta, busca algún lugar en el que pueda ganarse su subsistencia y la de sus familiares, pero la suerte siempre le juega en contra. ¿Qué hacer? El Polaco, un pescador amigo, pasa por las mismas dificultades económicas y le propone trasladar, a través del río, un cargamento de marihuana por cuenta y cargo de Leiva, un reconocido narcotraficante de la zona. El novel director Fernando Pacheco intentó darle a su historia un toque dramático, pero poco a poco las penurias de su protagonista (buen trabajo de Daniel Valenzuela) se volverán repetitivas. El realizador se dejó tentar por los paisajes del lugar, bien fotografiados, pero olvidó en su guión la fuerza emotiva que podía mantener esa constante lucha por comer y sobrevivir. Así, la anécdota se va diluyendo hasta caer en un sopor que no merecía esta buena idea, que pone el foco en uno de los dramas cotidianos en buena parte de nuestro país.
Alocada comedia sobre la mala suerte La mala suerte persigue a Pablo. Está divorciado y su mujer no le permite ver a sus hijas, y además está a punto de ser despedido de su trabajo y, como si esto fuese poco, es víctima de un asalto. ¿Cómo proseguir con su vida sin un peso en los bolsillos? En esos momentos tiene una revelación divina: jugar una boleta al Prode, con las pocas monedas que le quedan. Pero la suerte sigue en su contra y a horas del sorteo es despojado, por dos jóvenes habitantes de una villa, de ese pequeño papel en el que había depositado sus sueños. Decidido a enfrentarse con sus ladrones, se interna en la villa donde, entre otros personajes estrambóticos, encontrará a Rocky, un boxeador en decadencia que comienza a comprender el cúmulo de desgracias que vive Pablo. Pero la boleta en la que él había depositado todas sus esperanzas va a manos de una banda de mafiosos que tienen cautiva a una joven y que se dedican al contrabando de drogas. De aquí en más la trama se transforma en una serie de situaciones que pretenden transformar al film en una disparatada comedia. El director Andrés Edmundo Paternostro supo rescatar en su guión, y hasta la mitad de la historia, las tribulaciones del personaje central, pero luego son demasiados los problemas en que lo sumerge y así esa anécdota que pintaba como una interesante radiografía se transforma en un espiral de inverosímiles aventuras (algunas demasiado alocadas y de dudoso gusto) hasta llegar a un final sorpresivo y poco creíble. Damián de Santo aporta a su papel, a pesar de tantas y tan seguidas desgracias, un sólido oficio, en tanto que Marcelo Mazzarello intenta imponer comicidad a su rol de boxeador olvidado. Todo es aquí, en fin, un intento de seguir las huellas de un hombre de mala suerte, pero la intención queda a mitad de camino entre lo alocado y lo pretendidamente cómico.
Los circos no son sólo esas enormes carpas iluminadas con potentes reflectores, altos trapecios y variedad de animales, sino también son esos humildes lugares, al aire libre, en los que un grupo de entusiastas acróbatas y payasos se ubican para mostrar sus habilidades a cambio de unos pocos pesos dejados en una gorra. La familia de Los Magotes es uno de esos elencos trashumantes que recorre el país con el gran deseo de hacer felices a los espectadores. Pablo, director y maestro de ceremonias, es ciego y está acompañado en las funciones por su esposa Julieta, acróbata y payasa, y por sus hijos, que poseen la audacia de realizar las más inverosímiles acrobacias a gran altura. Así, sobre la base del recorrido que ellos hacen por la zona de Aguas Verdes y por la barriada de Mataderos, el director Juan Imassi compuso un emotivo cuadro en el que esos queribles personajes no sólo muestran sus habilidades, sino también que, frente a una cámara quieta, relatan las vivencias que los llevaron a convertirse en hacedores de pruebas, bromas y malabares. Este documental se convierte, así, en una sencilla historia de pasión y de identificación que se sigue con una sonrisa y, también, con el ánimo dispuesto a insertarse en la vida de Pablo, quien siempre tiene una sonrisa a flor de labios, y de Julieta, animosa y gentil cuando relata historias que despiertan la curiosidad de sus oyentes. El realizador supo imprimirle autenticidad a su film al seguir con ojo certero el camino de Los Magotes, felices en su pequeño mundo cotidiano.
Las ruinas de Machu Picchu son una obra maestra de la arquitectura y la ingeniería. Sus particulares atractivos paisajísticos y el velo de misterio que se ha tejido a su alrededor las han convertido no sólo en uno de los destinos turísticos más populares del planeta. También le valió ser considerada una de las siete maravillas del mundo moderno. En este documental, la cámara del director Fernando Martínez sigue los pasos del viajero desde su llegada al Perú, a quien le permite recorrer las aguas claras del río Titicaca y le da la oportunidad de pasear por Cuzco hasta llegar a su destino: la ciudad en las nubes. Una voz en off relata este viaje que habla de asombros contemporáneos y de secretos milenarios. El film pretende ser algo más que un mero paseo turístico, descubriendo los más escondidos lugares de las ruinas de Machu Picchu, un objetivo totalmente logrado aquí. La música, con la conducción de Héctor Magri, se impone como perfecto fondo del paseo de ese hombre que se asoma a la pantalla con paso cansino y ojos atentos. También una excelente fotografía se pliega a este viaje a una ciudad perdida, siempre dispuesta a abrirse a la mirada atenta de aquellos que tratan de descubrir sus más intensos secretos.