Lealtades, traiciones y tiroteos Thriller recargado, pero bien llevado. Espionaje y contraespionaje en otra paseo por los espesos pasillos de la CIA. Los protagonistas son un ex agente, que quiere hacer justicia por sus medios (el estupendo, como siempre, Denzel Washington) y un agente novato (Ryan Reynolds) que sueña con poder dejar el puestito aburrido en Ciudad del Cabo para pode encarar una acción en serio. Y el destino los cruza. Y el novato debe custodiar al experimentado ex, al que lo buscan todos. Es que el hombre tiene un pendrive cargado de datos que arden. Y allí, los capos de la CIA aparecen metidos hasta las manos. El final equipara las cargas: el prisionero y el guardia al final comparten algo más que corridas y tiroteos. Buen thriller. La acción nunca decae. Es intensa y tiene espectacularidad y una solida narración. Y a la hora de dibujar sus personajes, acredita más de un acierto (buena escena el adiós del agente novato de una novia desilusionada, aterrada, pero enamorada). A medida que la historia avanza, la traición se agranda. ¿A quién pedir ayuda? El filme insinúa que los hombres siempre podrán entenderse, que las que asustan de verdad son esas instituciones que sólo buscan el poder absoluto. (**** MUY BUENA).
FICCION Y REALIDAD Aburrida adaptación de un relato de Bioy Casares que navega entre lo fantástico y lo costumbrista con telón de fondo de un loco amor imposible. En manos más imaginativas, podía haber sido un filme, de climas, sugerente y mordaz. Pero lo que se ve es una comedia negra, artificiosa e impostada, con personajes de madera, diálogos afectados y una puesta en escena sin imaginación que no deja lugar ni para el misterio ni para el suspenso. Da vueltas sobre la soledad, la compra y venta de almas y los límites entre la normalidad y la locura. Luis Machín hace una buena composición de este ex empleado que ahora arregla relojes en su casita de Parque Chas, donde el paisaje circular refuerza la idea de una narración marcada por el fatalismo. El balance es pobre: almas que se escapan, señoras piantadas, médicos sinuosos, mucho perro y pocos hallazgos.
Así empezaba lo peor Es la precuela del desastre financiero que todavía tiene arrinconado a medio mundo. Estamos en una poderosa empresa financiera horas antes del gran derrumbe del 2008. El filme arranca cuando el tsunami financiero ya estaba en marcha: un gerente de área es despedido junto a otra docena de colaboradores. Reajustes, que le dicen. Pero antes de marcharse, le entrega un pendrive a un colaborador: "echale un vistazo y cuidate". Y en la pantalla surgirán los primeros síntomas de la epidemia que se viene. ¿Qué hacer? Se encienden las alarmas y esa misma noche el presidente de la corporación llega en helicóptero para conducir el salvataje o la huida. Porque nunca se sabe. El filme es eso. Cuenta las doce horas fatales antes del estallido. Todos temían, pero nadie creía que podía ser tan drástico y tan extendido. El libro y la realización es de un debutante, J.C. Chandor, un tipo que sabe lo que hace: está bien escrita, no descuida el tema general, y sabe aproximarse a sus personajes. Un thriller financiero, muy transitado en esta época. Empiezan las dudas, los aprietes, las opciones. No hay lugar para actos heroicos ni para salidas decentes. Hay que salvarse como sea arrojando al agua lo que haga falta. El plan de acción debe conciliar eficacia y urgencia. No hay que detenerse a contar heridos ni dejarse ganar por los sentimientos. Hay que vender ya, antes que todo se descubra. Uno de los gerentes primero se niega, pero al final acepta este plan aniquilador. El resto se mueve como marionetas de una estrategia que los ignora. Buen tema, gran elenco, ritmo preciso, tensión dramática, diálogos filosos y una mirada inquietante sobre un derrumbe que aun sigue generando escombros. Los banqueros saldrán otra vez sin lastimadura pese que ellos causaron el choque. Es que al final -como dice el líder- no hay que preocuparse, porque las crisis siempre vuelven y siempre se resuelven. (**** MUY BUENA).
Un estupendo filme negro Filme negro, de magnífica factura, una historia de perdedores apoyada en la prosa impecable de un director brillante, intenso y riguroso, que construye sin alardes, con morosidad y penetrante poder de observación, una fabula violenta y descarnada que tiene el aliento de un western urbano. El es un mecánico que maneja como los dioses. Conoce al dedillo la ciudad. Trabaja de doble de riesgo y cada tanto, para sumar emoción y dólares, se gana la vida como chofer de atracadores. Un día se le cruza una joven madre que tiene su esposo en la cárcel. Y allí empieza todo. Filme lacónico, excitante, de imágenes no de palabras, un dechado de precisión y ritmo. Tiene clima, calles peligrosas y vacías, música magnifica, silencio ominoso y personajes desolados. Una lección de cine. Es cierto, la historia no está quizá a la misma altura y el final quizá suene algo forzado, pero es la historia de un solitario, uno de esos vaqueros que hacen su parte y se marchan, sin barullo ni recompensa, dejando atrás el botín, las ilusiones y el amor.
RIGUROSO Y CONFUSO La formidable novela de John Le Carre vuelve a la pantalla. Es una historia de espías. Su envoltura formal es casi un desafío: no hay vistosas escenas de acción, no hay corridas, no hay suspenso. Es un estudio a veces moroso pero siempre inteligente sobre el mundo del espionaje, tan plagado de oscuridades y falsedades, tan rico y fascinante. El tema es así: el servicio secreto británico, en plena guerra fría, convoca al retirado George Smiley. Debe detectar un agente doble que pasa información al enemigo. Hay cuatro o cinco sospechosos en ese entramado tan lleno de recovecos. La ambientación (escaleras, piezas lóbregas, tonos grises, pisos demolidos, ámbitos cerrados) parecen copiar la personalidad de estos seres oscuros. La realización es impecable y las actuaciones, tan elusivas y tan controladas, le suman intrigas a esta película que va y viene en el tiempo, que está llena de detalles, un relato donde importa, más que el desenlace de la intriga, la representación de ese mundo tan lleno de contradicciones. Un film interesante. Lástima que sea tan denso y tan confuso que resulta imposible seguir. Los desfiles de nombres y los cambiantes relatos terminan extraviando al espectador más atento. Es atractivo, pero pesado. Smiley busca y en ese camino también va encontrando aspectos de su vida privada que estaban tan oculto como ese agente infiel: su mujer lo engaña. Es que el alma humana está poblada de dobleces. Y el amor siempre atrae a los traidores
Aprender a buscar... y a encontrar "Hay que seguir buscando". Es una frase que le ha dejado su padre a su hijo Thomas. El hombre murió en el atentado a las Torres Gemelas. Y Thomas no hace otra cosa que eso: buscarlo. De su padre le quedó una llave, muchos recuerdos lindos y esos juegos de ingenio que lo incitaban a explorar todo. Y ahora, ya sin él, desquiciado por esa ausencia, el nene usará esa llave misteriosa para salir a buscarlo. ¿A qué cerradura pertenece, qué guarda, por qué el padre la tenía escondida? ¿Es un secreto o un legado? El pibe lo vive como una exigencia y se largará por calles de Manhattan para encontrar la respuesta. La alegoría es clara: esa cerradura no lo llevará hasta el padre, pero quizá le permita encontrar un mañana distinto. El planteo es interesante. Las llaves a veces no abren lo que uno quiere. Y lo bueno de las búsquedas es que uno puede encontrar lo que no sabía que estaba. El filme trabaja sobre el duelo imposible, la culpa, la redención, el azar, el recuerdo y el olvido. Pero su realización no está a la misma altura. Le cuesta arrancar y tras alcanzar buenos momentos (la despedida de la llave) se va derrumbando. Manipuladora y efectista, se lanza desesperadamente hacia un final meloso y aleccionador. Todos aprenden: el hijo, la madre, los vecinos, el otro hijo, el abuelo. Entre tantas lágrimas y gratitudes apenas sobrevive la vieja consigna del padre: hay que seguir buscando. Porque siempre algo vamos a encontrar. (*** BUENA).
VOLVER A CASA "La vida es una travesía rumbo a casa", dijo Melville. Y Spielberg revive esa alegoría en este filme vistoso, colorido, repleto de aventuras, una película que habla de la nobleza y que pone en el centro a una caballo, ejemplo de tenacidad, lealtad, un caballo único, que atraviesa todo, la guerra la paz, los campos, las trincheras y que hasta logra, en plena guerra, un intervalo de paz entre dos soldados enemigos. Volver a casa es lo que ansía ese muchacho que lo crió y ese caballo. Y no solo ellos: un personaje pone como ejemplo a las palomas mensajeras, que vuelan por encima de todo para poder llegar a casa. Y que no miran abajo para que nada las turbe. De todo esto, del aprender a pasar por encima del horror (guerra, humillaciones, pobreza, abusos) habla este filme, que registra muchos sufrimientos y muchos personajes nobles, un filme que trota sobre la sangre, la piedad, el atropello, la dignidad y la esperanza. Un cine de sentimientos primarios y hechura clásica, que no elude ni golpes demagógicos ni sentimentalismos, pero que le deja a Spielberg sacar otra vez de la galera sus inspirados recursos: belleza visual, intensidad, ritmo, destreza narrativa, personajes bien tallados, historia conmovedora. Spielberg y su caballo nos invitan a volver a casa. Y nos dejan su receta: hay que volar y volar hasta llegar a la inocencia, sin mirar abajo (ni atrás). (**** MUY BUENA)
Gracia, emoción y ternura en un filme encantador Encantadora, graciosa, poética. Es un homenaje al poder de la imagen (no hay palabras). Y es una dulce fábula que empieza como una comedia costumbrista y va girando hacia el melodrama. También, un inspirado homenaje al cine mudo, a su formato y a su estética, pero un tributo que jamás orilla la parodia o la reverencia exagerada. Una celebración respetuosa, tierna y seductora. Nos habla de un Georges un súper galán del cine mudo que ve temblar su fama cuando llega el sonoro. Y cuenta todo desde ese lugar, como si fuera otra película de aquella de finales de los años 20, cuando llegaron juntos la crisis y el cine sonoro. Mientras la carrera de Georges declina, al mismo tiempo asciende al estrellato una figura nueva, la dulce Peppy. El amor los ronda, pero el azar los va separando. Es una historia de amor a destiempo: cuando él está en la cima, ella arranca; cuando ella brilla, Georges se apaga. El vive como una tragedia ese derrumbe. Pero tiene orgullo y dignidad. Y ella es de las que sabe reconocer el amor genuino en ese mundo de ficción, de vanidades y de cartón pintado. También es un acercamiento al mundo de los actores, tan inestable siempre, y una reflexión sobre la amistad, el triunfo y la soledad. El director cuenta todo sin palabras. Con gestos, miradas, insinuaciones. El acercamiento, el flechazo (memorable cuando repiten la escena en el set porque se olvidan de sus papeles), la tristeza, todo está y nada se dice. Es un filme que se disfruta. Y no necesita palabras ni color ni efectos especiales para traernos otra vieja historia de amor. (***** EXCELENTE).
OTRAS DE FANTASMAS Película de fantasmas y apariciones, bien ambientada en un pueblito gris, árido. En las afueras está la lúgubre casona que esconde un terrible secreto. Allí debe dirigirse un joven abogado, viudo, que acepta esta tarea para no quedarse sin trabajo. La idea es poner al día todos los papeles para que esa negra residencia se pueda vender. Ignora que se mete en las entrañas de una leyenda que habla de chicos desaparecidos y de damas que aparecen. El filme tiene a su favor que deja a un lado las escenas sádicas de un género que cada vez exagera un poco más sus trazos gruesos y truculento. Y tampoco te atiborra de efectos especiales. Es un relato de corta clásico, con vidrios empañados, casas oscuras, ruidos inquietantes, apariciones, gritos y un desfile de personajes secundarios bien presentados. Y es también le crónica negra de una pérdida: el abogado, que sueña con su esposa muerta, se la pasa descubriendo tras las ventanas a mujeres fantasmas que huyen a su mirada. ¡Marche un analista por allá! (*** BUENA)
Inocencia y magia en un cálido homenaje al cine Cuento tierno, filme de aventuras, conmovedor homenaje al cine y a sus ganas de enseñar a soñar, vistoso canto a la magia y a la inocencia. Martin Scorsese, tras muchos años de explorar rincones turbios, vuelve a la niñez para rescatar la memoria de un arte que a su niñez le dio sueños y que hoy le tributa inspiración y gracia a su vida. El 3D le agrega otra textura a un cine vertiginoso, visualmente seductor, que cuenta las andanzas de este par de huérfanos en una estación parisina de finales de los años 20: Hugo e Isabelle deben ajustar cuentas con los relojes (el tiempo y la vida) y con una existencia llena de pérdidas pero también de sueños. Pero el personaje que ocupa el centro de la historia es Georges Melies, el primer director de cine que dejó a un lado el registro básico de los pioneros, para ir a buscar en la magia y la imaginación la sustancia de este arte que estaba naciendo. Melies la pasó mal. Fue ignorado y gran parte de su obra se ha perdido. La película lo muestra como un viejo cascarrabias que tiene un puesto de relojería en esa estación y que al final será rescatado del olvido por una máquina que viene a salvarlo. Ese robot y Hugo lo pondrán otra vez en escena para que el cine -máquina al fin- pueda recuperar su carga de magia y fascinación. Todo rueda en este filme emotivo: el cine, los trenes, los relojes, hasta el robot. La existencia es un engranaje; y las casualidades y los olvidos, las pérdidas y los reencuentros forman parte de su mágico andar. Scorsese acaso quiera decirnos que la vida está llena de piecitas que deben ser ajustadas para que nada se detenga.