A través de la epopeya del doctor Henry Engler, ex dirigente tupamaro y actual médico reconocido por su investigación sobre el mal de Alzheimer, El Círculo establece una estremecedora semblanza del padecimiento de un preso político, y a la vez redimensiona la lucha armada en los desoladores años dictatoriales latinoamericanos. Documental uruguayo con aportes de Alemania, Argentina y Chile, transcurre en distintas localidades de Uruguay y también de Suecia, donde Engler reside actualmente, ya que tras una invitación pasajera, no esperaba enamorarse y echar raíces afectivas y profesionales allí. Un país escandinavo, lejano y frío, donde acaso este hombre lacerado haya encontrado un refugio que cicatrice heridas y apacigüe dolores de un alma mancillada. A través del testimonio esencial de Engler, el lúcido film de José Pedro Charlo y Aldo Garay va determinando un itinerario de vida que lo involucra junto a otros compañeros de militancia armada con los que se irá encontrando, incluyendo al actual Presidente uruguayo José Mujica, cuya breve aparición ilumina la pantalla y endulza los oídos. Estableciendo sutiles paralelismos entre las palabras meditadas de este hombre de origen germánico, algunas referidas a su especialidad en medicina neuronal, y sus duras experiencias de vida, El Círculo justifica su título, reivindica la memoria y ofrece un testimonio notable que desde el Uruguay resuena en toda la región.
Sorprende que este modesta comedia nacional, sin incluir actores renombrados (a excepción de alguna participación especial, como el estupendo Campi), sea lanzada por una distribuidora internacional de alta gama. Más allá que esté bien hecha y tenga puntos de contacto con otras producciones del género argentinas recientes, como Días de vinilo, El vagoneta en el mundo del cine, o Mi primera boda (en la cual también actúa el protagonista Alan Sabbagh), algunos hechos de la trama no se justifican demasiado ni están bien aprovechados. Aún así esta comedia de enredos que incluye toques grotescos y absurdos muy locales, contiene pasajes muy disfrutables, especialmente a través de su típico protagonista perdedor y de pésima estrella. Masterplan arranca con la idea de una estafa perfecta craneada por dos tipos presuntamente rebeldes y listos, una tramoya sin la suficiente elaboración como para salir bien, que desencadenará una serie de divertidos infortunios para el personaje principal. Luego el film presenta una segunda vertiente, que es el vínculo de él con un linyera freak (el delirante Andrés Calabria), que atrae sólo por momentos. La película alterna momentos de humor muy efectivos con otros no tan logrados, yasimismo las actuaciones son desparejas. Pero Alan Sabbagh se destaca claramente y lleva bien el peso expresivo y humorístico del film.
Una película que gira alrededor de la no tan cercana creación de un artefacto sexual femenino, parecía a priori una idea más apropiada para un telefilm a ser emitido en un canal erótico. Sin embargo la directora Tanya Wexler, en su tercer y más importante opus, se las arregla para otorgarle al asunto un interés argumental que escapa cómodamente a este concepto. Es más, Histeria, La historia del deseo no es precisamente un film erotizante, sí un retrato de época levemente psicologista e irónico, con algunos pasos de comedia y una subtrama romántica. Porque la película, fuera de sus connotaciones sexuales, no se destaca por su irreverencia, y trata la historia con cierto espíritu naif. Pierde en el recuerdo de Cuerpos perfectos de Alan Parker, ubicada en época similar y bastante más audaz y desprejuiciada. Aún así, trasladándose a la Inglaterra de finales del siglo XIX, el film ofrece apuntes y hechos llamativos, de los cuales no se tenía demasiada información. En su desarrollo curiosea en la peculiar trayectoria del doctor Joseph Mortimer Granville, que por aquellos años se sumaba un tratamiento médico -y con el cual se presenta la mayor sorpresa-, que indicaba que ciertos síntomas femeninos denominados comunmente como “hysteria”, se debían tratar con masajes en la zona genital. Esta suerte de hedonistas o masturbatorios ginecólogos del pasado empezaron a cobrar notoriedad entre las presuntas pacientes, y el especialista mencionado se atrevió a ir unos pasos más allá en lo suyo. Más allá de la jugosa anécdota, Histeria no ofrece mucho más, e incluso desaprovecha el personaje de la siempre convincente Maggie Gyllenhaal, una defensora de la igualdad de género, de clase y propulsora del sufragio femenino. Vale la pena apreciar el desfile de imágenes de utensilios que acompaña los títulos finales, en sintonía con la temática del film.
Pequeña pero rotunda sorpresa del hijo del escritor y periodista Tomás Eloy Martínez, Blas Eloy Martínez, que en su segundo y autobiográfico film presenta un también pequeño –o no tantopersonaje de la vida cotidiana urbana. Se trata del Oficial Notificador del Poder Judicial, encargado de entregar escritos o cédulas legales a domicilio, oficio esencial pero poco conocido dentro de la maquinaria de la Justicia, hasta que llega el momento en que alguien debe ser notificado de alguna situación irregular dentro de la ley. Un papel que recibirá inexorablemente, aún si se está desarrollando su propio velatorio, como ocurre en una de las primeras y grotescas escenas de una película que revela un submundo rutinario, kafkiano, extraño y también fascinante, como toda realidad oculta que de cuando en cuando revela el cine. Demandas, despidos, desalojos, sucesiones, entre otras tribulaciones judiciales, llegarán a destino de la mano de Eloy, alter ego del realizador, quien se involucrará en historias dolorosas, insólitas, impactantes que lo distraerán irremediablemente de su propia vida, sus sueños y su resquebrajada relación de pareja. El fenomenal Ignacio Toselli, tras su notable protagónico en Buena Vida delivery y su brillante rol en Días de vinilo, descolla aquí como el obsesivo, alienado y frágil protagonista, pieza determinante para ver sin vueltas este modesto pero estupendo film nacional.
En una doble responsabilidad como intérprete y director, Ben Affleck propone con Argo, su tercer opus como cineasta, una pieza completamente distinta a las anteriores. No caben dudas que uno de sus aciertos en este terreno es su capacidad para encontrar historias potentes que además, detalle importante, son sumamente cinematográficas. Lo cual parece desmentir aquellas dudas que afloraron hace cerca de quince años atrás acerca del gran guión que escribió junto a Matt Damon para En busca del destino. Porque en su debut detrás de las cámaras, con la excelente Desapareció una noche, también fue co autor, narrando con calidad y sensibilidad una trama con sino trágico y vuelta de tuerca incluida que escapó al melodrama convencional. En Atracción peligrosa se animó al policial con derivaciones sociales y confirmó sus aptitudes, y ahora se propuso abordar un thriller político evocando sucesos reales. Y lo hizo con enorme convicción, inspirándose acaso, especialmente por su ubicación temporal, en aquellos grandes films de Sidney Lumet, Alan Pakula o Arthur Penn, incluyendo algún toque de Costa-Gavras. El vibrante arranque de alguna manera compensa cierto favoritismo de la historia hacia las bondades de la agencia criminal CIA, que si bien en el film recibe un tono escéptico, forma parte de la esencia del relato. Tony Mendez (Affleck), pertenece a esa administración y es un especialista en rescates de agentes en países en conflicto, y deberá ocuparse de regresar a seis empleados de la embajada de los Estados Unidos refugiados en la de Canadá, en los momentos más álgidos del régimen de Ayatolah Khomeini, decidido a liquidar todo estadounidense que tenga cerca, culpable o inocente. Su idea es simular ser parte de un equipo de filmación de una película estilo Star Wars, titulada como el film, para llevar a cabo una nada sencilla operación de rescate. Las alternativas se desarrollan de una manera lúcida, apasionante y sin respiro en una Argo que, de paso, homenajea al cine. Y un elenco impecable redondea los valores de un film relevante en todos sus rubros.
Partiendo de una interesante idea que confronta a un joven personaje urbano, algo perturbado, con un extenso e inquietante ámbito natural, La araña vampiro lleva adelante una trama con toques de aventura, suspenso y hasta terror. En su segunda película, Gabriel Medina, director de Los paranoicos, cambia totalmente su temática, contexto, búsqueda expresiva y estética, y en lo único que se acerca a la impronta de su primer film es en su caracterización de personajes. El cineasta se vuelve a apoyar no sólo en su inventiva y sólidas herramientas técnicas, sino en la peculiaridad de los roles, y aquí tanto el protagonista como los sujetos que lo rodean tienen extraviadas características. Llevado por su padre a una alejada cabaña en un paraje montañoso para pasar unos días, este principiante en excursiones agrestes es atacado por una araña, que, según afirman los lugareños, tiene una picadura incurable. Esto será el punto de partida de una travesía –o una carrera contra la muerte- junto a un descarriado guía, en pos de un presunto antídoto natural. La mezcla de géneros mencionada no resulta obvia ni evidente, y va envolviendo lentamente al espectador hasta hacerlo partícipe del drama. Con un desenlace más misterioso que feliz, La araña vampiro cuenta con una convincente labor de Martín Piroyansky junto a un intenso y extremo Jorge Sesán.
El subgénero del thriller sobrenatural es uno de los más atrayentes del cine contemporáneo, con un claro refundador como M. Night Shyamalan con su obra emblemática Sexto sentido. Si bien Luces rojas no llega a un logro semejante, además de abordar una temática apasionante, cuenta con uno de los mejores y más sorprendentes desenlaces de la pantalla grande en los últimos tiempos. El cineasta gallego Rodrigo Cortés ha logrado con sólo dos films ser coptado por Hollywood, en un vínculo que se avizora perdurable. Tras la avasallante y lúcida tragicomedia Concursante, protagonizada por Leonardo Sbaraglia en épocas de gran actividad actoral en España, sacudió al ambiente cinematográfico con la claustrofóbica y fenomenal Enterrado. En este caso arriba a su film más ambicioso, no sólo en cuanto a producción y elenco sino también por internarse en tópicos que llegan a ser más escabrosos –y hasta reveladores- de lo que aparentan. Un dúo de académicos e investigadores de fenómenos psíquicos, empecinados en desenmascarar adivinos, predicadores, médiums y especimenes por el estilo, se topan con el retorno, luego de treinta años, de un legendario metafísico ciego, lo cual se transforma en su mayor reto profesional. Alternativas entre dramáticas y paranormales irán acrecentando la tensión y la intriga – brillantemente urdida- de la trama. No caben dudas que Cortés tiene talento y buenas ideas fílmicas y aquí lo vuelve a demostrar, más allá que Luces rojas (o rotas, porque estallan unas cuantas) deje algunos cabos sueltos. Incluso habrá que verla más de una vez, especialmente en sus tomas finales que presentan ciertos simbolismos al pasar. Dentro del sólido reparto hay que destacar a un De Niro con destellos de sus mejores trabajos, a Cillian Murphy, que lleva con convicción casi todo el peso expresivo del film, y la intensa y desbordante participación de Sbaraglia.
Alternando entre una obra de ciencia-ficción con renovadas ideas dentro de las últimas tendencias, con un film por momentos rebuscado y excedido, Looper, asesinos del futuro es una pieza ambiciosa, por momentos atrayente, pero también despareja. Con una dupla protagónica carismática, compuesta por el veterano pero siempre vigente Bruce Willis, bastante identificado con el cine futurista (12 monos, El quinto elemento, Identidad sustituta), junto a uno de los mejores actores de la nueva generación, Joseph Gordon-Levitt, a los que se suma la ascendente y bella Emily Blunt; la película garantiza convicción y seducción actoral. Lo que no significa que el trío ponga al producto totalmente a salvo. Para empezar, resulta bastante difícil entrar en la convención que ambos son la misma versión de un asesino intertemporal (llamados loopers, como reza el título), ya que, salvo por el color de ojos, se parecen muy poco. Más allá del atractivo del dúo, aspecto ya consignado, se trata de una vaguedad del casting. Esto condiciona el film a partir de la media hora en adelante, ya que su arranque es de lo mejor que ha presentado el género en los útimos tiempos, en donde se recicla la idea de los viajes en el tiempo poniendo en primer plano a sicarios futuristas que trabajan para organizaciones criminales de un futuro bien lejano. Con una clara inspiración en Terminator, habrá idas y venidas en el tiempo, entre otras vuelta de tuerca que irán ajustando y enriqueciendo la idea. Luego la trama se ira deshilvanando hasta un segmento final en el que la persecución de un niño con poderes sobrenaturales complejizará y disgregará todo, innecesariamente. En definitiva Looper, asesinos del futuro termina siendo más un desatado film de acción que otra cosa, con lo cual, en definitiva, puede atraer a variados tipos de público.
Una interesante primera obra de ficción presenta el director y productor Alberto Masliah, tras su debut en el documental con Negro Che: Los primeros desaparecidos, acerca de la problemática de la erradicación de la población negra en nuestro país. En este caso el cineasta aborda una historia relacionada con otros asuntos dolorosos, como la identidad y la represión ilegal tras los años de plomo. Con sensibilidad y capacidad narrativa, Masliah afronta el derrotero de Ernesto, residente en Alemania tras la desaparición forzada de sus padres, que intentará aquí reconstruir su pasado pese a una obstinada negación de sus reales sentimientos. Casi sin proponérselo, y con la excusa de hacerse cargo de una empresa de lana, emprenderá en el sur la búsqueda de una casa de campo llamada “Schafhaus”. Paralelamente establecerá fuertes lazos afectivos con lugareños que irán modificando sus planes de regreso, alternativas que permitirán descubrir en pocos trazos características de varios personajes que eligieron su lugar en el mundo. Sergio Surraco lleva adelante su primer protagónico en el cine con convicción y sutileza, dejando entrever emociones detrás de ese germánico fastidioso y distante, bien rodeado por un elenco eficaz en el que se destaca Maria Lía Bagnoli. Una espléndida fotografía enmarca un film pequeño y de estilo clásico, pero logrado.
En una semana nutrida de estrenos nacionales como pocas veces, dos de los seis films que se suman a la cartelera, tienen en su trama y hasta en su título, contenidos germánicos. Además de Schafhaus, parte del metraje de El amigo alemán transcurre y está relacionado con aquel país. De la mano de la directora argentinofrancesa Jeanine Meerapfel llega ahora una epopeya fílmica de fuerte contenido emocional y político, pieza con la cual, además, la realizadora enhebra una suerte de tríptico vinculado a la idea de la amistad. Sus tres películas en Argentina (las otras serían La amiga y Amigomio) tienen nombres que giran alrededor de este término, aunque seguramente el tópico que más las aúna sean las profundas heridas abiertas por la dictadura cívico-militar. Su trama es lo suficientemente abarcativa y ambiciosa como para caer en elipsis continuas y aspectos poco desarrollados, pero a la vez colabora en el interés constante que lleva la historia, sin por otra parte menguar sus componentes emotivos. Hablada en español y alemán -muchas veces los diálogos se inician en un idioma y las réplicas terminan en otro-, y a través de casi medio siglo, entran en el juego dramático la dictadura, la guerrilla, las luchas estudiantiles, las Madres de Plaza de Mayo y entramados familiares ocultos. Meerapfel corre riesgos con todas esas subtramas, pero la da un lugar preferencial a esa potente historia de amor, que prevalece a través del tiempo, entre una judía y un –muy a su pesar- descendiente de nazis. La ambientación es de gran nivel pese a los continuos cambios de locaciones y en las actuaciones confluye lo mejor del espíritu del film. La enorme belleza de Celeste Cid está en absoluta sintonía con su múltiple capacidad de transmitir sentimientos y el joven actor alemán Max Riemelt la acompaña con carisma, pero es su compatriota Benjamin Sadler el que más se destaca, junto con notables participaciones de Noemí Frenkel, Jean Pierre Noher, Carlos Kaspar y Daniel Fanego.