Apelando a la imaginería visual y expresiva con que supo dotar a dos de los mejores films de ciencia-ficción de todas las épocas, Alien y Blade Runner, Ridley Scott, tras varias décadas, vuelve al género con renovadas ínfulas, a través de este Prometeo que esboza una nueva mitología que gira alrededor del primer título mencionado. Aquella El Octavo Pasajero que supo integrar de manera sorprendente el cine futurista y espacial con el más puro y descarnado terror, funciona aquí como punto de partida, transportándonos al “pasado” del original, en una aún fecha muy lejana en el tiempo. Más allá que se trate de otro producto signado por el tan en boga mote de precuela, propone una trama que recupera trazos argumentales dejados de lado (según se ha revelado) del guión de la primer Alien, y aprovecha para hurgar en el origen de la raza humana, sembrando dudas acerca de nuestra condición de terráqueos. Surcada de una intriga bien dosificada, acción, espanto y alta tecnología, Prometeo va amalgamando elementos que dan por resultado un film con pasajes verdaderamente fascinantes, más aún para aquellos que admiran los recursos estéticos de este cineasta. Scott, que luego de la sobrevalorada Gladiador en los últimos años revalidó su talento con la excelente American Gangster y la más que interesante Red de mentiras, retoma con la misma capacidad un género que maneja como pocos. Y si bien deja cabos sueltos y alguna situación no del todo bien resuelta, el espectáculo está asegurado y los seguidores del género y la cultura Alien no saldrán defraudados. Por otra parte las actuaciones superan con holgura lamedia habitual en este tipo de films, con nombres de excelencia como Michael Fassbender (el brillante protagonista de Shame), la camaleónica sueca Noomi Rapace y -como siempre- una bella e impecable Charlize Theron.
Aprovechando al máximo las posibilidades expresivas de esta saga infantil, la tercer entrega de Madagascar ofrece lo que los espectadores (niños o no tanto) esperan y aún más. Eric Darnell y Tom Mc Grath, creadores y guionistas del brillante film original y asimismo de la secuela, retoman los mismos y formidables personajes de aquel zoológico de Nueva York, trasladándolos esta vez a Europa, donde vivirán dinámicas peripecias en las que están incluidas una carpa cirquence que redondea estética y narrativamente la aventura. Madagascar 3: los fugitivos mejora argumentalmente a una parte 2 no tan lograda y propone una trama en la que, inesperadamente, el cine de espionaje europeo y el espíritu del circo se dan la mano. El león Alex, la cebra Marty, la jirafa Melman, la hipopótamo Gloria y los inefables pingüinos mantienen su protagonismo, pero se irán sumando otros cuadrúpedos recreados que forman parte de la troupe ambulante. Y en esta oportunidad también un personaje humano toma importancia: la funcionaria de la policía francesa Madame Chantel Dubois, experta en el control de animales. Una suerte de frenética Cruella De Ville que perseguirá sin descanso a los amigos del zoo. Una propuesta imaginativa y repleta de diversión entre gags, música, baile, parodia al cine de suspenso y otros elementos disfrutables, todo enmarcado en un 3D muy bien utilizado.
Con el recuerdo casi inevitable de Plata dulce, aquella comedia costumbrista de Fernando Ayala sobre otro desquicio económico de nuestro pasado y algún toque de Caballos salvajes, Acorralados obra como una aceptable crónica de crudos momentos acaecidos en 2001. Y lo hace contando una improbable pero no por eso menos creíble historia protagonizada por un hombre mayor atravesado por el desaliento y la indignación. La emblemática figura de Federico Luppi se hace cargo de ese desahuciado Funes, que no puede ni siquiera suicidarse –muy buena escena de arranque en el cementerio- porque un cruento asalto impide que alcance a cumplir su propósito. Pero él tiene un plan para forzar a su banco amurallado a que le sean reintegrados sus ahorros en medio del corralito, aquella intempestiva medida de denominación infantil. En formato de comedia dramática con algo de thriller, el film de Julio Bove (formado en Estados Unidos) incluye fuerte material documental de la época, logrando una pieza llevadera y con momentos de tensión. Fuera del oficio de Luppi, Esther Goris, Gustavo Garzón y Gabriel Corrado, los roles de reparto no cuentan con la misma convicción y esto resiente dramáticamente la propuesta. Por otra parte hay un exceso en la utilización de las muy buenas partituras de Martín Bianchedi, que pudieron haberse dosificado mejor.
Luego de realizar cortometrajes ganadores en varios festivales, la cineasta argentino-suiza Milagros Mumenthaler arriba a su primer largo, Abrir puertas y ventanas, que de alguna manera prosigue con esa tónica festivalera. Su film ya se alzó con importantes premios en Locarno y en Mar del Plata, entre otras distinciones. ¿Las razones? en primer término una buena manufactura y actuaciones valiosas, pero acaso también por introducirse en un siempre fascinante mundo femenino, que suele tener buena recepción en las muestras internacionales. Sea como fuere, se trata de una película atrayente, surcada por sutiles matices e interesantes climas, en una impronta cotidiana con muchos toques sensoriales. En medio de esta estética asoman tres hermanas jóvenes, que deben reacomodar su vida en un caserón suburbano. La pérdida de su abuela les acarrea movilización, confusión y conflictos, pero a regañadientes darán pasos relacionados con el título del film. Melancólica (al compás de las intimistas y bellas canciones que se entrelazan con el espíritu del film), algo estática, y con un guión que podría haber crecido a la par de sus personajes, Abrir puertas y ventanas logra fundamentalmente convicción a través de su trío protagónico, en especial por Maria Canale, quien alcanza a transmitir una compleja gama de sensaciones.
Ningún elefante de ningún color forma parte de las imágenes de este poderoso, avasallante, descarnado último film de Pablo Trapero. El paquidermo al que hace referencia el título es un enorme edificio enclavado en La villa 31, rebautizado así por sus ocupantes. Lo que sesenta años atrás iba a ser el hospital más grande y moderno de Latinoamérica –otro proyecto fagocitado por una urbe desconcertante-, se convierte aquí en el epicentro de una trama tan angustiante como imprescindible. Ambientada en una porción céntrica de esta ciudad desmesurada que ya hace tiempo tiene sus propias favelas nacionales, ex villas, el film focaliza también en las facetas humanas y entrañables que conviven entre la desolación y la brutalidad, tanto interna como externa (la policial y la discriminación de las clases privilegiadas). Elefante Blanco está protagonizada por un actor que jamás rueda una película sin un piso de calidad indispensable, Ricardo Darin, y eso se aprecia con creces en esta nueva obra del realizador de El bonaerense, un cineasta aún joven que desde Mundo grúa dejó sentadas las bases de un cine crudo, comprometido y sin sentimentalismos, pero humanista en su condición más esencial. Con Leonera quizás alcanzó su punto estético y narrativo más alto, pero ahora con Elefante Blanco extrema sus valores expresivos al máximo. La historia engloba a dos curas tercermundistas seguidores del Padre Mugica -claramente homenajeado en la película- y una asistente social trabajando sin descanso en un ámbito feroz y perturbador. Quizás en el meollo de la trama y más aún en el desenlace asome algún cabo suelto, pero aún así la última imagen es absolutamente clara y significativa y el director logra en general un film sin concesiones y con una verosimilitud cinematográfica por momentos conmocionante. El trío protagónico se complementa a la perfección, destacándose la emocionalidad y sensibilidad del belga Jérémie Renier, al lado de unas impecables y a la vez dosificadas caracterizaciones de Martina Gusman y Darín, todo enmarcado por las expansivas partituras del gran Michael Nyman.
El director finlandés Aki Kaurismaki es una extraña mezcla de Ettore Scola y Ed Wood, porque por un lado filma con un estilo –deliberadamente- estático, inexpresivo y lineal y por otro cuenta historias atrapantes y minimalistas pero que alcanzan a emocionar. Esto último sucede en El puerto, Le Havre en su título original, nombre que lleva un apacible y bello pueblo portuario situado al norte de Francia y con el que Kaurismaki arriba a su primera incursión en el cine de ese origen. Su sencilla y cristalina historia no impide que aborde la desoladora situación del inmigrante en terreno europeo, con un tono nostálgico propio de su estilo pero a la vez con gran frescura y dosis atenuadas de ese humor triste y casi negro que abunda en su filmografía, como por ejemplo en su anterior Luces al atardecer. Un niño africano que forma parte de un grupo de refugiados que llegan a ese puerto, entra en contacto con un pescador de malas costumbres que desafiará a su entorno al protegerlo, cumpliendo de alguna manera una postergada función paterna. Todos los personajes del film son intencionadamente estereotipados, y llegan a un espíritu solidario en el que hasta el villano inspector termina siendo querible. Humanismo y minimalismo integrados, dando lugar a una pieza sensible y singular.
Manteniendo intactos los preceptos estéticos y conceptuales del film original y su secuela, Hombres de negro 3 supera al menos la desbordada segunda parte, sin llegar a ser, de todos modos, una pieza brillante. La perfecta continuidad de estilo se debe fundamentalmente al aporte de Barry Sonnenfeld, responsable de ambos films anteriores, y de la pareja protagónica compuesta por Will Smith y Tommy Lee Jones, aunque en este caso se agrega un tercer personaje, con el que juega el número 3 del título. En realidad es uno de ellos en otra etapa de tu vida, a cargo de uno de los actores más requeridos y prestigiosos del cine estadounidense actual, Josh Brolin. No caben dudas que esta tercera entrega de la serie está afirmada en muy buenas ideas, pero no todas las líneas argumentales están bien aprovechadas. El habitual contenido de ciencia-ficción del film vuelve a estar combinado con la comedia, pero aún así algunas sorpresas relacionadas con el vínculo de los roles principales en el pasado le otorgan un inesperado toque sentimental y entrañable al asunto. En esos casos se aprecia algún aporte del productor, un tal Steven Spìelberg. El director de Los locos Addams vuelve a demostrar un buen timming para el humor y algunos toques de creatividad ayudado por un cuarteto de guionistas, que establecen que el agente J (Smith) deba viajar al pasado, al preciso momento del lanzamiento del Apolo 11, para rescatar a su coequiper, el agente K (Jones), intentando a la vez salvar al planeta de la amenaza de un alienígeno. Se producirán variadas ironías relacionadas con el tiempo, que acaso recuerdan planteos de Recuerdos del futuro (especialmente la parte 2) y Terminator. La recreación de época es uno de los ingredientes atractivos del opus 3 de la saga, junto con un trío protagónico en el que Will Smith cumple con creces lo que se espera de él.
Basada en una novela de Nicholas Sparks, autor de éxitos literarios que llegaron al cine como Querido John o La última canción y dirigido por Scott Hicks, quien hace años atrás entregara una valiosa obra como Claroscuro, este drama romántico es apenas una pieza que hace cierto honor al género y no ofrece demasiados elementos fuera de eso. Cuenta con un intérprete principal que va camino al estrellato -al menos en el resto del globo, en Estados Unidos ya es un galán consagrado desde High School Musical -, Zac Efron, que aquí compone un sargento de la Marina norteamericana que halla la foto de una joven y bella mujer en pleno conflicto en territorio iraquí. Esa imagen lo intriga y lo motiva, ya que por un lado no alcanza a ubicar al compañero vivo o muerto a quien pertenecía dicho retrato, y por otro llega a considerar que la fotografía tiene buena estrella para él. El ingrediente que los combatientes se aferren a un objeto que les sirva de amuleto sobrenaturalal en medio de un trance bélico, es un punto no demasiado tratado en el cine y resulta atrayente. Al regresar este soldado a su pueblo se desarrolla el meollo del argumento y explota su costado romántico y melodramático, ya que emprende la búsqueda de la chica de la foto, a la que fnalmente encuentra, sin confesarle su historia. Su secreto y la insidiosa presencia de un ex de ella, llevarán adelante el conflicto principal de la trama.
En los últimos dos o tres años se han dado a conocer varios films argentinos de tono romántico y estructura coral semejantes a esta brillante ópera prima de Federico Finkielstain. Títulos como Amor en tránsito, La ronda, Solos en la ciudad o Güelcom se pueden mencionar; pero sin dudas, más allá de alguna inspiración, este es el mejor largometraje nacional concebido dentro de esta suerte de subgénero. Porque No te enamores de mí cuenta con un sólido guión del propio director, una realización pulida que está al servicio de las diferentes historias que se cuentan y fundamentalmente con un espléndido elenco, versátil para la comedia y el drama. Por el camino de las relaciones de pareja y con distintos matices se va desarrollando un film de ritmo sostenido pero que también se toma saludables tiempos para que sus personajes transiten por determinados trances psicológicos, lo que le da mayor envergadura a la narración. Treintañeros que le buscan rumbo a sus relaciones afectivas con un deseo en común: hallar un amor verdadero que colme sus vidas. El abanico de alternativas es amplio y disfrutable, dotado de la virtud de que las distintas situaciones seducen –valga el término- en forma uniforme, con alguna bienvenida sorpresa final. Finkielstain se muestra además como un gran conductor de actores, entre los que se destacan Guillermo Pfening, intérprete muy requerido por el cine argentino más reciente, que logra quizás su mejor trabajo; y Violeta Urtizberea, que llena la pantalla de gracia y sensibilidad, logrando una dupla imperdible con Ana Pauls, toda una revelación. Y son excelentes los aportes de Julieta Ortega, Pablo Rago, Mercedes Oviedo, la breve participación de Luisina Brando y Tomás Fonzi, en el rol más introvertido y difícil.
Claire Denis es una cineasta parisina que apela a un cine de fuerte contenido sentimental marcado a su vez por temáticas relacionadas con la inmigración, el colonialismo y la confrontación cultural, sin dejar de lado los apuntes políticos. Y en 35 rhums recurre nuevamente a estos ingredientes, aunque en este caso prevalezca el aspecto afectivo. Fundamentalmente el intenso vínculo entre un padre y una hija en un contexto edilicio humilde pero compensado por permanentes dosis de afectividad y cuidado por el otro. La mayoría de los personajes son afro franceses y a través de su conducta, sus grandezas y miserias, veremos la semblanza de un pueblo silencioso dentro de una gran urbe. Pese a que la directora focaliza en la relación y la convivencia de ambos, sin una madre misteriosamente ausente, de él que se gana la vida manejando un subte-tren y ella que estudia antropología y trabaja en una disquería hasta altas horas de la noche, lo social y político se dan alguna vuelta por la historia. Se habla de la deuda externa de los países del Tercer Mundo, se lucha contra el desempleo y el cierre de facultades, pero las relaciones humanas vuelven a aflorar como el tema esencial de 35 rhums (o la cantidad de copas que hay que tomar para volver inolvidable un encuentro). Entrañables interpretaciones de Alex Descas, Mati Diop y Nicole Dogué.