¿No es lindo volver a ver a Don Stroud, siquiera por 2 minutos? Para nosotros dicha inclusión es suficiente como para agarrarle la mano (negra) a Django y subirnos a su cabalgata de tres horas en las cuales -si nos ponemos en giles- podrían estar de más algunos clips. Pero en verdad no nos molestaron. Tenemos entendido que en aquél lugar del tiempo, el espacio era extenso. Y para ir de una finca a la otra -dejando esclavistas destrozados en el camino- podías tardar meses. Consideramos que la mejor manera de transcurrir esos trayectos interminables es junto a tu mejor amigo alemán, mientras la música de Luis Bacalov (es ARGENTINO, carajo) brota fuerte y clara desde las cumbres y los campos de algodón. Porque a Django lo liberan de sus grilletes y empieza a gestar una venganza que necesita casi 3 horas de cocción. En el camino adquirirá algunos conocimientos diplomáticos por obra y gracia del Dr. Schultz, interpretado por Christoph Waltz. Lo relacionado al buen gusto no lo aprende de ningún lado: Lo lleva consigo a cada paso, incluso cuando luce un trajecito eduardiano color azul. Y a fuerza de látigo y rifle iremos disfrutando una suerte de shocks justicieros que -créanme- resultarán brillantes pero menores ante el show final, que puede esconder doble recompensa si ejecutamos los movimientos con precisión. Creemos que las críticas duras contra este ejercicio (aquéllas que no perdonan divertirse con el pasado) quedan zanjadas con 2 (dos) flashbacks en los que podemos observar lo que realmente sucedía, aquéllo que los libros ya han aclarado, aquéllo que Steven Spielberg anticipó en Amistad con lujo de detalles. Torsos femeninos destrozados a latigazos. Gritos de dolor. Negros encadenados llorando, pidiendo un atisbo de clemencia que no recibirán jamás. Estas escenas -amén de resultar estupendas en composición y ejecución- duelen tanto, pesan tanto, que lo único que queremos es que Tarantino abandone el flashback justificativo y retome la locura imposible de llevar a buen puerto las intenciones violentas de su súper negro justiciero. Si entrás a la sala con ganas de justificar tu conocimiento y decir que Django es un insulto al western, ó concurrís buscando un melodrama con final anunciado, entonces te equivocaste de film y estás pidiéndole peras al olmo (ó certezas históricas y de género a Tarantino, que en este caso es exactamente lo mismo). En cambio, si vas con ganas de disfrutar de una mezcla de elementos (llevada adelante por un cineasta adicto a chupar escenas maravillosas de cines ya idos) que desemboca en la aventura definitiva sobre todas las que no pudieron ser (en tanto negros matando blancos), entonces Django Sin Cadenas te va a volar el gorro y vas a querer que el metraje dure hasta las 10 de la mañana del otro día. Deseamos con violencia que Tarantino continúe metiéndose con los puntos más oscuros de la historia universal a través de su selección personal de préstamos cinematográficos. Ojalá siga eligiendo los momentos más perros de la historia para llenarlos de brillo y color, de finales tan felices como improbables. Queremos más damas incendiando cines repletos de nazis. Queremos más negros hermosos destrozando a latigazos (y en cámara lenta) a sus antiguos dueños. Yo quiero agitar mi corazón con esta clase de revisiones históricas disparatadas. Para siempre.
El afiche nos recuerda en tono al de Moneyball. Los primeros fogonazos de la trama nos indican alguna epopeya dura y contundente símil Million Dollar Baby. Pero no: Curvas de la Vida no pasa del híbrido complaciente y -para nosotros- fastidioso. Raro, teniendo en cuenta que este bebé de probeta salió de Malpaso, productora cien por cien de la mejor carne creativa del viejo Eastwood. Gus parece la versión beta de Walt Kowalski (Gran Torino), o sea, un señor mayor que en lugar de toser sangre se está quedando ciego. Es igual de cabronazo. En este film no mata centenares de coreanos, tan solo parece haber liquidado a un violador. Y al contrario de Walt, Gus aún mantiene una relación digamos cordial con su simiente, representada aquí por Amy Adams, caracterizada como una pepona arrogante similar a Agustina Kampfer. La muchacha está por lograr un ascenso en su nido de caranchos, pero descuida sus responsabilidades para cuidar de papá, que está a punto de perder su laburo de cazatalentos deportivo por obra y gracia de su incipiente ceguera. Un acto de amor que redundará en paseos por los sitios mas bonitos de Atlanta, Georgia (en materia de geografía gringa se estila escribir primero ciudad y después estado, por que queda re-pistola, como cuando te dicen "en Tucson, Arizona"). ¿Cómo hago para suscribirme a Minga? El paseo no se supone gratuito: La idea es darle una mano a nuestro padre, y mientras tanto desviar nuestra vocación leguleya y redescubrir otra vocación (igual de redituable) relacionada con pelotas, guantes de cuero, estadísticas, vestuarios y hot-dogs. A partir del 2do rollo hace su ingreso Justin Timberlake (cuya participación en este film no supone poroto alguno, excepto quizá por la imperdible oportunidad personal de compartir planos con Eastwood), interpretando a un joven deportista devenido cazatalentos que se acoplará a la disfuncional pareja protagónica -padre e hija- cumpliendo dos funciones: Admirar a uno de ellos y desear profundamente al otro. El inconveniente mayor de Curvas de la Vida radica en su falta de nicho. Y en su engaño. Su protagonista masculino, sus líneas de diálogo e incluso su fotografía (aunque este último punto resulte de una apreciación exclusivamente personal) nos sugieren una historia de esas en las que un condenado hallará consuelo transitorio para luego -y de una vez por todas- tirar la toalla y hacernos llorar. Se presiente el golpe, pero no llega nunca. Todas las escenas que cuentan con densidad dramática son seguidas de alguna huevada hipster de Timberlake que más que descomprimir, desconcierta. Y aún a sabiendas de que lo siguiente probablemente arruine la sorpresa de aquél que aún no haya visto Curvas de la Vida, diremos que el flashback que explica la distancia que papá estableció respecto a su hija es (y estamos siendo benignos) una boludez. Sabemos que Clint Eastwood es capaz de arrancarle los ojos a un trapito en aras de conservar su noción de Pax Americana, pero aquí no sólo era innecesario, si no que nos hizo querer abandonar la sala (ó cerrar el DivX).
Haciéndonos cargo del posible conflicto de intereses que puede suscitar el hecho de parir un artículo crítico sobre Nestor Kirchner – La Película, diremos que la película nos ha fastidiado en gran parte de sus pasajes, del mismo modo que nos ha conmovido en otros. No esquivaremos el sencillo deporte de merendarnos el trabajo de Paula De Luque -como han hecho muchos de nuestros prestigiosos colegas- y diremos que cuando se aparta del material de archivo, su film se convierte en un desafío para cualquiera que se sienta K. Es duro aprobar (¿sos juez vos?) a un ex–tumba que nos cuenta con orgullo que ahora trabaja para el estado. Nos jode tanto como el viento que acaricia los cabellos de la trabajadora social y el vapor que brota de cierto alto guiso en cierto comedor comunitario. Medio que nos molesta, aunque sabemos que eso también fue (es, será) kirchnerismo. Tal vez sea una acción temeraria ponchar esas pretendidas estampitas de clientela y darles sitial de privilegio en este ejercicio (ya no relato, ya no documental, ya no fenómeno, ya no película). Tiene mérito: Pensamos que hacen falta ovarios para hacer un depict semejante respecto a uno de los puntos más sensibles y reprobables para el consumidor kirchnerista pulcro y letrado. Es temerario. No está bien pero... tampoco está mal (otra vez, ¿sos juez vos?). Hubiésemos preferido más planos de tu hermana, pero igual estuviste bien. La crítica: Tal vez la profusión de planos cerrados (excepto en las escenas de masas, o sea, archivo) tenga que ver con la realidad que desborda más allá del encuadre. Cuando los frames testimoniales se abren un poquito más de la cuenta, el conceptito de deuda moral -que tan cómodamente cultivamos frente a nuestras computadoritas- brota en forma de basurales, perros, niños al borde y cascotes. Quizá por eso los planos cerrados de Paula, quizá por eso en el film soplan dos vientos: Uno libre (en el sur, en la ruta, sin seres humanos alrededor) y otro controlado (en un estudio, sobrevolando las cabelleras de los humildes que deben a Néstor sus progresos y sonrisas). Suponemos que había que controlar aquéllos vientos que soplan en cualquier lugar que no sea una ruta del sur, por que probablemente hagan volar perros, basura, cascotes, e incluso niños que continúan al borde. Si te jode el progreso veloz de la gente que pega laburo en ministerios, no te conviene ir al cine esta vez, porque se te van a atragantar los pochoclos. Va a surgirte una bronquita y un asquito semejante al que te provocan las jugadísimas investigaciones de Lanata, que hace 20 años te cuenta la misma boludez: Que un amigo de Fulano pegó laburo en el área de Fulano y ahora tiene cinco casas en Nordelta. Bueno, si te sirve de algo, el ex-tumba que ahora labura para el estado todavía no pegó cinco casas en Nordelta, y no tiene problemas en contar –dichoso- sus progresos poniendo su jeta en HD para que la disfrutes desde tu butaca. No entiendo cómo Jorge Lanata no descubrió a este chabón antes que Paula De Luque y no lo denunció en su programa. Tampoco entiendo cómo Marcelo Birmajer no le escribió algún chiste fácil para hacer al respecto. Dicho sea de paso: Lanata bardea el guión de Polimeni, pero resultaría sano recordar que su programa de denuncias tiene como guionista estrella a Birmajer, que guionó City Hunters, una serie animada patrocinada por Desodorantes Axe en la cual un geronte canoso con colita de caballo onda Jorge Glusberg le explicaba a un neófito cómo habia que hacer para cogerse muchas chicas. Entonces, por elevación y abrazando una hipérbole, Zonafreak declara (yo declaro) que Jorge Lanata no está calificado para hablar de la cualidad de ningún guión, ya sea el de Nestor Kirchner - La Película ó el de Déjala Morir Adentro. Rescatamos (*) los discursos, el material de archivo, las hordas de soldados que parecen estar en otra mientras desde la tarima se les exige otro registro, otro canto, otra vuelta. Y dos frases: Una de Néstor (emitida por él mismo) y otra de Néstor (emitida por Máximo). No vamos a reproducirlas por que tenemos ganas de que vayas al cine a enojarte y a escuchar discursos, por que necesitamos ambas cosas. Bueno, al menos yo. (*) El concepto de rescatar es horrible, por que si hablamos de rescatar tenemos que hablar de alguien (ó algo) que nos ha sido arrebatado. Quienes escribimos paja-cine solemos rescatar elementos puntuales que no exceden lo obvio: Alguna actuación, algún mérito técnico, alguna intención de denuncia medio tirada de los pelos… Nosotros no consideramos Nestor Kirchner – La película como un film. Es un ejercicio que pone a prueba tu paciencia mientras te conmueve de a ratos. Y eso no está nada mal. Viva Nestor.
¡No profanar el sueño de los muertos! nos imploraba Ray Lovelock desde las afueras de Manchester en cierto film de Jorge Grau. Suponemos (y confirmamos) que Lovelock se refería a los muertos del género humano. Gracias al cielo, no especificó nada relacionado con mascotas. Esta versión animada y extendida de Frankenweenie retoma aquel cortometraje que en 1984 significó el divorcio creativo entre Tim Burton y los luminosos muchachos de la Disney. Sin embargo, cabe recordar que un par de films después de aquella ruptura, Burton la pegó (había y hay mercado para esa clase de oscuridad) y Frankenweenie fue desempolvada y relanzada al mercado -en video- llenando las arcas de ambas partes. De modo que a este exponente de arte-objeto lo resucitaron dos veces hasta la fecha. Nos detendremos en la última vez. Más allá de los guiños/homenajes a Karloff, Vincent Price, Peter Lorre y Gamera (ciertos colegas lo confunden con Godzilla) y de los tiernos personajes longilíneos a los que Burton nos tiene acostumbrados desde Vincent, debemos confesar que Frankenweenie nos resultó Exquisita, como la marca de bizcochuelos y gelatinas. Víctor y Sparky antes del shock galvánico. Sparky -la atolondrada mascota de Víctor- es atropellada y se va al cielo de los perritos sólo por un rato, pues su dueño padece un éxtasis cientificista (cebado por un profesor capo) y decide revivir al can aplicando las ideas del genial Luigi Galvani, ese señor que en 1800 teorizó respecto a tejidos muertos, impulsos electromagnéticos y músculos contraídos. Si el galvanismo parece funcionar bien en ranas ¿por qué no en perros? pensará Victor, que elevará la dosis de picana a su máxima expresión a través de rayos y centellas, y provocará el regreso de Sparky, que vuelve igual de atolondrado y lindo, pero con moscas y trozos de carne un poco flojos. El regreso del pichicho provocará envidia e insana competencia entre los compañeritos de Vincent que también quieren ser los mejores de la cursada y -una vez descubierto el procedimiento- todos se dedican a reanimar muertos. Nadie revive una abuela, un tío, un hermanito, un papá o una mamá. La idea es revivir algo muy tuyo, algo que fué recipiente al 100% de tu amor y viceversa. Mascotas, por supuesto. En general perros, pero también pueden aparecer reptiles, aunque todavía no se ha comprobado científicamente la cantidad de amor que puede recibir (y dar) una tortuga. Cuando hacés trampa y revivís una mascota adquirida exclusivamente para este menester, la pudrís. Lo mismo si revivís al asqueroso murciélago que te trajo de regalo tu estúpido y altanero gatito. Y ni hablar si lo que estás buscando revivir son miles de ejemplares de artemia salina (seamonkeys). ¡Eh, gato! Parecería, por lo tanto, que si no hay lazo afectivo fuerte... el animalito resucitado vuelve violento y con ganas de bardear. Lo importante es querer mucho, y que te quieran supongo. Y Burton quiere muchísimo a Frankenweenie -una de sus criaturas más bonitas a la fecha- y el film que lo revive y lo resguarda hace justicia respecto a ese cariño. No contamos un solo plano que no nos resulte una auténtica belleza, pocas veces hemos visto tormentas y barriletes tan bien puestos, jamás pensamos que una linterna podía funcionar como pincel tranquilo y anestésico en la más frenética de nuestras búsquedas, y -por sobre todas las cosas- nunca asistimos a una subjetiva canina tan efectiva como aterradora (un parque de diversiones desde ese ángulo y a ese nivel de sensaciones). Burton subió el voltaje al mango y resucitó a su perrito una vez más. Y ambos se han querido tanto a lo largo del tiempo que el resultado -lejos de ser violento y bardero- es una pequeña maravilla. El correr del tiempo nos enseña que tenemos que aceptar la partida de algunas cosas, y el correr del metraje nos indica que eso no siempre es acertado.
La sombra del Guasón cubre el primer tercio de film casi por completo, pero cuando la manía de extrañarlo está a un-solo-planito-más de convertirse en furia, Bane la bardea en la Bolsa de Comercio y el baile se vuelve sólido, que no es lo mismo que formidable. No obstante, vale. Y disfrutamos del cierre de la trilogía sin siquiera detenernos a pensar qué clase de interés despierta la pobre Ciudad Gótica en los villanos que desean poseerla, terminar de corromperla ó directamente volarla en mil pedazos. No es una ciudad-tentación en tanto calidad de vida ó distribución edilicia, e incluso los esfuerzos de Batman y de la policía (chocha con una Ley Harvey Dent que permitió meter en cana y sin juicio previo a una legión entera de cacos) no han mejorado demasiado las cosas. Así y todo Gótica vuelve a ser blanco de ataque preferido. El film anterior supo entregarle a Batman un villano que se tiraba por completo -y sin red- a la misión absoluta y definitiva de quebrarlo... por adentro. La ciudad y su gente eran una excusa, un elemento secundario en el plan-sin-plan de un hombre dispuesto a arrancarle las entrañas al mito. El villano actual (interpretado por Tom Hardy) quiere anarquizar Gótica y después reventar todo... y si hay tiempo quebrar a Batman. Físicamente. La misión es más grande, y al mismo tiempo, más impersonal. Sí, el Guasón también quería anarquizar la ciudad. Pero su trabajo era puerta a puerta, individuo a individuo. Bane es más groso (en tamaño) y prefiere decir su discurso una sola vez, a lo grande, preferentemente en un estadio colmado. Una máquina de fusión en frío -energía barata y limpia, cortesía de Industrias Wayne- puede convertirse en una bomba atómica si cae en las manos equivocadas, entonces Bruce decide ponerla bajo el control de mademoiselle Cotillard, que parece la persona indicada para hacerse cargo del asunto pues transcurre gran parte del film parlando un argot científico tan aburrido que nadie (nadie) se atrevería a poner en duda ninguna de sus palabras con tal que se quede callada un ratito. Por supuesto que todo se desmadra, por que Bane está tras la máquina con la seria intención de mutarla en bomba, científico ruso secuestrado mediante. De modo que Batman deberá abandonar el knock-out técnico en el cual quedó tras The Dark Knight y retomará las formas, cebado en gran parte por la agilidad de una ladrona de guante negro a la cual Nolan despojó (saludable cambio) del mambo ultraterreno de la muerte prematura y la transmisión por ósmosis de las cualidades de un gato para convertirla nada más ni nada menos que en la ágil Selina Kyle (Anne Hathaway), un personaje de carne y hueso despojado de magias raras que no nos hace extrañar a la Gatúbela de Tim Burton. Otro personaje que aporta lo suyo es el sargento Blake (Joseph Gordon-Levitt), un hombre de bien cuya valía resultará irreprochable con el correr de los minutos y cuya importancia quedará demostrada a escasos metros de la recta final. El film cobra dinamismo, pues. Y se descubre como una pieza de acción sumamente contundente, brillantemente dirigida y con un final digno de su historia. Pero, aunque lo lamentemos, seguimos sintiendo superior a su predecesora. Los relojes digitales en cuenta regresiva -ésos que anuncian muerte cuando llegan al cero y que los guionistas utilizan a mansalva para estirar y tensionar el baile- están presentes en éste film y en el anterior. En The Dark Knight, cuando el reloj corría nuestra tensión pasaba por conocer la resolución exitosa ó fallida de una oscura -pero sincera e inteligente- hipótesis sobre la conducta humana. En The Dark Knight Rises, cuando el reloj corre nuestra tensión pasa por esperar que la velocidad del encargado de desactivar la bomba sea suficiente. En ambos casos el recurso funciona. Pero sólo en uno de ellos fué estupendo.
Nuestro amigo imaginario Roger Ebert -hoy sin maxilar inferior, producto de una serie de fascinantes intervenciones quirúrgicas- hubiese dado lo que no tiene con tal de poseer el medicamento regenerativo que convierte a Curt Connors en un lagarto gigante malaonda. Lamentablemente, la capacidad que tienen estos simpáticos animalitos de regenerarse (y volverse más potentes e inteligentes) no se trasladó a esta regeneración nada deslumbrante de aquélla trilogía dirigida por nuestro otro amigo imaginario, Sam Raimi. Aún sin haber leído la historieta, podemos considerar que el factor cómico funciona como puntal preciso en esta historia particular, o al menos deseábamos que esa parte de la herencia de la trilogía de Raimi no se pierda en la nueva versión. Lamentamos confirmar que las situaciones más graciosas del film son involuntarias y la provocan los parloteos moralistas de Martin Sheen (el tío de Peter Parker), progenitor de Charlie Sheen, que en la vida real la bardea de verdad, no como Calamaro. El cambio más radical (por llamarlo de algún modo) involucra a las telarañas: Las mismas ya no son eyaculadas de modo natural por Peter Parker, si no que ahora son unas cuerdas superpoderosas de fibra elástica que sirven para remolcar boeings y que deben salir bastante caras incluso con el descuento propio de quien las compra al por mayor y por metro. De todos modos, creemos que ese impedimento menor no involucra ningún problema para un superhéroe que consigue una caja de huevos orgánicos a las cuatro de la mañana y que -después de sufrir explosiones, golpes, caídas y quemaduras- se los entrega a su dulce tía sin que se le raye un solo cascarón. El gran -y bonito- Andrew Garfield cumple con su personaje, y lamentamos mucho que el material con el que tuvo que trabajar nos resulte tan flojo. El villano no atemoriza (aquí tampoco pudo hacer demasiado Rhys Ifans, que nos gustó más haciendo de Vladis Grutas en Hannibal Rising) y carece tanto de la demencia descerebrada del Green Goblin de Willem Dafoe como de la maldad diplomática del genial Doc Ock de Alfred Molina. Se trata de un film en el que aún los villanos resultan ser buena gente y nadie muere, ni siquiera el ratero tatuado que se carga al tío de Peter provocando su sed de justicia. También nos resultó extraña la cantidad de ayuda que recibe el héroe durante el film. En la trilogía original, la ayuda de la gente surgía sobre el final del segundo rollo en Spiderman 2, y quizá después. En esta versión, el Hombre Araña necesita de la buena voluntad de su pareja + catorce operarios de grúas de altura + varios canas para derrotar a un malo que no parece demasiado alarmante, ni siquiera cuando amenaza con convertir a toda la ciudad en una gran incubadora de reptilicus. Se trata de la primera entrega de una saga que nos entregará más capítulos en los tiempos que se avecinan. Es probable que la maduración del superhéroe y su historia quede para más adelante y allí la cosa se ponga interesante... aunque esto es un deseo, y no una presunción exacta. Esta entrega, como presentación suavecita del nuevo Peter Parker, a nuestro juicio no resultó del todo buena. Consideramos que la oportunidad se perdió en tres escenas de superacción chata que de tan montadas nos resultaron imposibles de seguir, dispuestas junto a algunos clips musicalizados que no se justifican por ningún sitio excepto por el "lucimiento" del 3D, y debemos admitir que incluso ese apartado no nos disparó la imaginación en ningún momento y nos dolieron bastante los 50 pesos invertidos. Esperamos la próxima entrega con el fuerte deseo de que se priorize el desarrollo intenso por sobre el cotillón innecesario. NUEVA APOSTILLA: "Nos hubiese gustado que..." 1) ...que las telarañas las eyacule Peter Parker. 2) ...que Andrew Garfield abandone sus pequeños tics estilo Keyra Knightley. 3) ...que no existan los tiros de gracia, mucho menos si los ejecuta un cana. 4) ...que el héroe reciba menos ayuda. 5) ...que si van a mostrarnos una rata mutante superdesarrollada comiendo carne picada, que la dejen más de dos segundos en plano. Y que tuerzan el ángulo de cámara y que la banda sonora dispare coros femeninos degenerados, así extrañamos menos a Sam Raimi.
Resulta cuando menos simpático que el formidable inicio de Elefante Blanco le abra paso a la secuencia de créditos acompañado por las contundentes estrofas de "(lo que más me gusta son) Las Cosas que no se Tocan", de Intoxicados. Más si tenemos en cuenta que un curita francés hace caso omiso al gospel urbano de Pity Álvarez y le dedica unos mimos criminales al personaje interpretado por Martina Gusmán. Elefante Blanco nos resultó una película divina, filmada como los dioses. En definitiva, un film a tono con su historia, que es la de un cura villero con background de Barrio Norte que intenta llevar adelante su labor caritativa junto a un pequeño puñado de acompañantes a la causa, algunos de ellos verdaderamente puros, otros definitivamente turbios. La causa involucra trabajo de base (comedor, primeros auxilios y primera comunión) en las villas miseria que crecen como hongos a un par de cuadras de donde se celebra el BAFweek, a través de los pasillos destrozados de un hormiguero de cemento que se soñó hospital y terminó hospedando -sin estrellas- a miles de estrellados. Allí manda el Padre Julián (el Dios Darín), majestuoso cura villero quien por motivos que no viene a cuento relatar aquí incorpora a Nicolás (Jérémie Renier), un misionero belga que transcurrió las de Caín en la espesura peruana y que parece mantener con Darín una amistad lo suficientemente profunda como para acompañarlo en el yugo diario que supone el hecho de tomar lista en un curso de albañilería en el que el 80% de tus alumnos se perdió la oportunidad de aprender cómo levantar un muro de ladrillos por que dejó las neuronas en una virulana repleta de paco. En este panorama tan desolador como estimulante (para cualquier cristiano practicante), Nicolás empieza a ganarse la localía a través de acciones temerarias, que incluyen corridas y guapeos MUY bien dirigidos y fotografiados. También empieza a ganarse la sonrisa kolynos de Luciana (Martina Gusmán), una asistente social que hace censos y también parece mantener estrecha relación con el resto de los soldados de cristo que circundan la realidad del Elefante Blanco ("sos tan rico que te das el lujo de ser pobre", le tira Gusmán a Nico, aunque quizás se estaba refiriendo a lo rico que está el belga con su camperita adidas tumbera). Mientras Nico/Gerónimo(*) crece y copa la parada, a Julián lo apuran con una canonización que parece imposible e incluso contraproducente teniendo en cuenta la olla a presión en la que se encuentra el día a día de la villa (albañiles que no cobran su sueldo, sicarios motorizados que mandan a matar a los de la otra punta del mapa interno, la lluvia que todo lo ensucia y lo embarra) y en aquéllos momentos de distracción ajenos a lo urgente la película parece apurarse (extraño y llamativo... teniendo en cuenta que el guión es un esfuerzo conjunto entre Trapero y los Golden Boys del momento: Fadel, Mitre y Máuregui) y los últimos 15 minutos resultan un desmadre que de tan bien filmado y fotografiado nos bombardea el cerebro y nos hace olvidar (al menos a quien escribe) que está un poco forzado, como más de una línea previa de diálogo, otra vez dejada de lado por la estupenda factura técnica de esta pieza cinematográfica de alta escuela. Enarbolar las cualidades técnicas de un film (cuando algunas de las otras cuestiones del mismo no te cierran) es el último recurso del crítico paja que no se juega del todo. Lo sabemos. Al punto de sostener -y concluír el presente artículo diciendo- que Elefante Blanco es una bestialidad cinematográfica que contiene los mejores planos secuencia de la historia del cine argentino y que le pega en el palo a la épica definitiva por que algunos personajes necesitan explicar qué están haciendo allí a través de frases que nos resultaron forzadas, y por que la sombra luminosa de Carlos Mugica sobrevuela la historia sin la definición suficiente como para superar la dedicatoria y escalar a la posición del homenaje. (*): En la película que pude ver en el cine, el personaje que interpreta Jérémie Renier se llama claramente Nicolás, pero en IMDB y en Filmaffinity le pusieron GERóNIMO. Andá a saber que pasó.
Tal vez uno de los principales atractivos de Un Dios Salvaje radique en la chance de observar lo chula que puede resultar Kate Winslet cuando se afloja la blusa y se permite un par de tragos de más. Una visión por demás deliciosa, más si Kate lleva adelante su numerito en el comedor de tu casa, aún cuando el motivo de su visita radique en el hecho de que su hijo le bajó dos dientes permanentes al tuyo. Así, en un palacete de Recoleta -dentro de un living-room plagado de bellísimos ejemplares Taschen- se sucede un match entre dos parejas sólidas y establecidas. El motivo del cónclave ya ha sido especifiado en el párrafo anterior: En una pelea cuasi callejera, el hijo de Jodie Foster y John C. Reilly termina con dos teclas (dientes) menos. El agresor resulta ser el hijo de Kate Winslet y Christoph Waltz. Un Dios Salvaje parte de una pieza teatral, de la cual se nutre Roman Polanski para llevar adelante un bienvenido pingpong entre estos cuatro monstruos (nos referimos tanto a sus trayectorias como a sus personajes en sí), y aunque echemos de menos ciertos factores que Polanski siempre supo llevar adelante con envidiable pulso, debemos convenir que aquí tenemos una generosa cuota de intensidad en un espacio bastante reducido. Lo que habla a las claras de la destreza del realizador en tanto puesta y en tanto dirección de actores. Es la clase de film que podría llegar a compararse (en la filmografía del director) con Death and The Maiden, film con el cual comparte espacios reducidos, bandos actorales claramente definidos y la reticencia de los mismos a abandonar sus posturas, así sean falsas ú oscuras. El devenir de la charla, con cafecitos y pastel (un pastel que cobrará protagonismo con el correr de los minutos), demostrará que la parejita bienpensante y progre es bastante malcogida y que la parejita profesional y letrada sucumbe cuando el blackberry se queda sin baterías. Tal vez surja un problema de empatías con Un Dios Salvaje, tal vez nos cueste un Perú identificarnos con los protagonistas de ese universo ABC1 de bibliotecas nutridas y tulipancitos holandeses sobre la mesita ratona. Donde encontraremos alguna que otra identificación será en la fiereza a través de la cual los papis defienden (ó destrozan) a sus propios hijos.
Antes de cometer el error de considerar este film como uno de los más impersonales de David Cronemberg, nos permitimos asegurar que esta fiera narración de época -basada en una pieza teatral- ofrece el germen básico (suavizado, pero latente) de gran parte de los maravillosos trastornos psicóticos que David dirigió hace años atrás. Un Método Peligroso es la precuela imposible de casi todo lo que Cronemberg dirigió antes. "No me gusta mi piel", declaró Keyra Knightley en cierta ocasión. Quizá por eso decidió internarse en el cuerpo de Sabina Spielrein, alias Mademoiselle Pulsión Sádica, una de las primeras femmes que parió el psicoanálisis. Sabina necesitaba recibir cinturonazos en la cola, era el único modo a través del cual podía gozar (y aniquilar) ciertas calenturas gestadas durante su niñez. El encargado de propiciárselos es su Maestro, nada más ni nada menos que Carl Jung (Michael Fassbender), prestigioso mosntruo del psicoanálisis que en determinado momento deja de lado su etiqueta de ídolo absoluto y sucumbe al placer de resolver las etapas anales mal resueltas de su discípula favorita, pero sin dejar de mantener a su noviecita rubia de ojos claros que vive en una nube de pedos. Jung transcurre gran parte de Un Método Peligroso llenando espacios. Llena de moretones las preciosas nalgas de Sabina, llena de bebés -y de aburrimiento- el limitado universo de su noviecita rubia oficial, y llena de contrapropuestas la cabeza de su mentor, Sigmund Freud (Viggo Mortensen), que -semestre de por medio- tiene la deferencia de enviarle a su buen amigo pacientes suicidas y cartas extensas. Alguien dijo una vez que el 2 (dos) es un número malcogido, imposible de sostener, a no ser que se lo triangule de alguna forma (incorporando amante, "consejero" ó bebé a la dupla en crisis). Sabina empieza a reclamar cierta regularidad que Jung no está dispuesto a transar, entonces recurre a Sigmund, en parte para cambiar de mentor -está a un par de materias de recibirse- y en parte para ser analizada por el gran maestro. Pero nunca olvidando que el dueño de su progreso mental fué Carl, aunque éste haya procedido con los métodos establecidos por Sigmund. Por sobre el atractivo de observar a Viggo luciéndose en su papel, debemos recordar que Un Método Peligroso tiene en Sigmund Freud un puntal imprescindible pero secundario en su historia. El motor del relato radica en Carl gozando de (y gozando a) Sabina, que en determinado momento se hincha las pelotas de su amante irregular y dispara hacia una dirección en la cual Sigmund deberá tomar partido entre una beneficiada por sus métodos y un gran discípulo suyo que los practica e incluso los ubica en tela de juicio. Un método peligroso funciona como adelanto imposible de gran parte de la temática que abrazó Cronenberg en films pasados. Aquéllos provienen de éste.
Podemos pasar un tiempo extremadamente largo intentando descular con entusiasmo las virtudes técnicas de casi todas las escenas de Enter The Void, pero lamentablemente no podemos dedicarle la misma cantidad de tiempo a hablar de su relato, de su cuento, de su historieta. A las películas de Noé se las recuerda por sus letanías más crudas: 1) "La de la patada en el vientre a la gorda embarazada" 2) "La de la violación de 10 minutos a Mónica Belucci" Ahora corremos el riegso de que Enter The Void sea mencionada en las charlas del futuro como "La del garche filmado desde adentro", ó "La del plano secuencia del aborto", dependiendo del insoportable círculo donde se desarrolle la verbena. Cabe destacar lo de la secuencia de sexo interno, y no por que se trate de una auténtica proeza de prótesis plásticas -que cinco ó seis boludos intentarán destruir con intrascendentes vermouths de especialista- si no mas bien por que la cámara está ubicada en el hipotético útero de Paz de la Huerta, una actriz preciosa con unas tetas imposibles que aquí oficia de hermana del muchacho dealer que se muere y la vigila desde arriba, observando todos sus movimientos. Los movimientos de Paz -lamentablemente- son en su mayoría tristes, de mal rollo, de purificación a través del dolor (concepto que de tan recurrente en el cine serio europeo ya empieza a resultarnos figurita repetida), de boliches nefastos llenos de nada y de dioramas fluo-fluo que en lugar de hacernos sentir niños nos hacen sentir gusanos con anfetamina. No hay nada de malo con el dolor y con lo sórdido, mucho menos con la paja eterna. Lo que puede llegar a incomodarte no radica en el aborto en primer plano si no en la falta de palanca que lo sustente. La historia no camina. Flota, como el muchacho en pena que sobrevuela a su hermana descontrolada. El problema es que si te aburrís no podés agitar tus alas de angelito hacia otra dirección: Estás condenado a ser el mirón privilegiado de una noche fea en la que tu hermana transcurre un rosario de momentos desafortunados. Si ese plan te convence, adelante. A Manohla Dargis le encantó. Además vas a recibir una dosis formidable de diseño sonoro japonés a cargo del bestia Ken Yasumoto. La película es una delicia de frecuencias, de arriba a abajo. Inusual este trato tan privilegiado a los hertz. Íbamos a decir que la secuencia de créditos es linda y efervescente, pero la verdad es que se la robó a Godard. Íbamos a legitimar Enter The Void comentando que se estrenó en Cannes, pero TODAS las películas de Noé se estrenaron en Cannes. El tipo hace una película y la estrena en Cannes, así sin más. Y probablemente desayune croissants con Lucile Hadzihalilovic. Beneficios de radicarte en Francia y transgredir. Si Gaspar dirigiera films aquí, estrenaría en el Gaumont. Es la única conclusión sincera que podemos realizar a esta altura.