El pueblo más austral del mundo, sus inhóspitos paisajes y sus habitantes, son los protagonistas del documental Puerto Almanza, en el cual los directores nos hacen convivir con los aspectos más personales de habitar en donde nadie más habitaría. Santiago vive su vida tranquilo en Puerto Almanza, al sur de la provincia de Tierra del Fuego, último asentamiento humano antes de la Antártida. Recaló ahí huyendo de un pasado de adicción al juego y luego de haber pasado diez años en la cárcel. Rolo también vive allí, pero él no está huyendo de nada. Vivió su vida como un nómade, dejó hijos sin reconocer y pasó por muchos lugares, hasta que llegó a Puerto Almanza y se enamoró del lugar, asentándose por primera vez en su vida adulta. Allí se convirtió en laburante, concubino y padre y ahora vive una vida más tranquila. Puerto Almanza es un documental sobre un lugar que es la definición exacta del concepto de inhóspito. Es el pueblo más al sur del mundo, tiene pocos habitantes y la localidad gubernamental más cercana está a más de 70 kilómetros del lugar. Sus habitantes tienen que sostenerse con la pesca y autoabastecerse de los elementos necesarios para vivir, incluyendo la leña que es esencial para calefaccionar las casas en la zona. Aunque la premisa al principio parece ser la idiosincrasia del pueblo y sus costumbres, el documental enseguida se acerca a Santiago y Rolo y, sin mediar ninguna explicación, sus vidas pasan a ser el eje principal. La película nos construye desde ahí la historia de ellos dos y el paraje en sí tiene poca presencia, solamente atravesado por sus comentarios y anécdotas. La ausencia de personajes femeninos en el film es altamente llamativa, siendo la maestra la única a la que se le dedica algo de tiempo. La esposa de Rolo cocina casi siempre de espaldas y no emite palabra y más allá de los dos personajes principales y algunos amigos que vemos esporádicamente, no parece haber más gente en Almanza, mucho menos mujeres. Para aquellos que disfrutan del formato documental de entrevistas a personajes pintorescos, Puerto Almanza tiene justamente eso para ofrecer. Pero para aquellos interesados en saber más sobre este lugar o sobre cómo es vivir en el asentamiento más austral del mundo, poco y nada se termina sabiendo. La decisión desde la fotografía de no mostrar el esplendor de los paisajes de la zona se contrapone con esto en gran parte, ya que no podemos como espectadores empatizar con el enamoramiento que genera el lugar ni apreciar lo hosco de las condiciones de vida.
Mezcla de signo de los tiempos con comedia costumbrista, La protagonista nos cuenta una historia de autodescubrimiento en la era de la conexión virtual. Paula es una actriz que no está trabajando como tal. Obtiene sus ingresos dando clases en bares y participa de focus groups para marketing, en los cuales actúa personajes por encargo y hasta eso hace sin convicción. Su vida parece no tener rumbo en ninguno de los aspectos, hasta que un accidentado intento de robo en un restaurant le da una inesperada pero también efímera popularidad. Lejos de la post-adolescencia, la mujer en la que Paula se convirtió le resulta a ella misma una extraña. Sus vínculos, sus trabajos e incluso su vocación parecen lejanos y poco importantes. Esta especie de comedia costumbrista argentina, alejada del histrionismo y los chistes, toma un personaje que atraviesa una crisis existencial y, lejos de dramatizarla o victimizarla, la nutre de una especie de gracia contenida que parece ajena a su persona pero no a quienes la rodean. Ya hemos visto muchos films que tratan la angustia de un personaje en plena adultez que no encuentra sentido a su vida, pero lo que destaca a esta película, particularmente, es su entramado en el contexto de un mundo donde las relaciones virtuales suelen parecer más importantes en comparación a las interacciones en la vida real. Paula no trabaja de actriz y sin embargo ante las cámaras se vuelve una inmediata celebridad sin tener ningún mérito real, y ni ella misma logra explicar muy bien qué es lo que pasó. En medio de las repercusiones por ese episodio, ella parece encontrar un nicho en el cual la gente la reconoce y la hace sentir como una celebridad. Sin embargo el personaje no se siente cómodo al mezclar sus afectos con esa nueva faceta de su vida y, rápidamente, el interés que el episodio generó, decae, tanto para ella como para su entorno. La actuación de Rosario Varela es convincente y es, en gran parte, lo que hace que la película funcione tan bien. Algunas cosas son un poco forzadas pero tienen probablemente más que ver con la dirección actoral que con ella. Los personajes secundarios acompañan bien casi todo el tiempo, destacándose la pequeña intervención de Manuel Vignau como el ex novio y, aparentemente, único actor realmente consagrado de su entorno. Aunque la premisa inicial parece bastante sencilla, y en definitiva lo es, el gran acierto de La protagonista es poder mostrar una visión del mundo actual en el que Paula se encuentra perdida, a través de pequeños símbolos y fragmentos de información a lo largo del relato, en lugar de apelar a los clásicos diálogos sobre explicativos. Cada dato que vamos obteniendo del personaje de Paula nos va construyendo la realidad en la que vive, y que vamos comprendiendo cada vez más. Destacable también la fotografía del film en el cual abundan planos muy bellos que complementan la dicotomía que se vive entre la congoja del personaje y la belleza que la rodea, así como la gran decisión de montar el film como si fuesen pequeños capítulos a los que les cuesta mucho unirse entre sí, tal como le pasa a Paula. La protagonista es un lindo film que se disfruta tanto desde lo estético como desde lo humano, y que logra que el espectador se relacione con su personaje central sin forzar el dramatismo ni apelar a situaciones muy forzadas, una película que logra congeniar un planteo emocional profundo al mismo tiempo que hacer pasar un rato muy entretenido.
En Lejos de Pekín, una pareja que está a punto de adoptar a un bebé se vuelve el centro del conflicto cuando las cosas no salen como deberían y tienen que convivir con la frustración y la incertidumbre. María y Daniel son un matrimonio yendo a buscar a la bebé que el sistema de adopción les ha asignado. Llegan en medio de una lluvia que parece no va a detenerse nunca, pero nada les importa porque están a punto de cumplir su sueño de ser padres. El problema es que, en la parte final del proceso, el tan ansiado encuentro con su futura hija es interrumpido cuando la madre biológica reaparece. El matrimonio es enviado a pasar la noche a un hotel para esperar novedades y es allí donde las tensiones y angustias se transformarán en catalizadores de los conflictos personales de los integrantes de la pareja. No existe algo así como la pareja perfecta y Lejos de Pekín se dispone a hablar sobre eso. La aparente tranquilidad y armonía con la que conocemos a los protagonistas se desarma en cuanto llegan al hotel y los temores que los acorralan destapan las cosas que cada uno parece venir conteniendo. Daniel enfrenta el conflicto como si nada hubiese pasado mientras que María parece una olla a presión, y como tal, explota ante su marido que no logra del todo ver cuál es su lugar en los reclamos que ella le está haciendo. El planteo desde el guion es interesante pero se ve diluido por la falta de verosímil en la forma de diálogo de sus protagonistas, que no sólo empiezan a tratarse de forma más distante y peleadora a lo que aparentemente es su relación habitual, sino que también modifican radicalmente la forma en la que se hablan, volviendo los diálogos bastante poco creíbles. Esto es particularmente notorio en el personaje de María (correctamente interpretado por Elena Roger) que se vuelve tan agresiva con el más bien pasivo personaje de Daniel (Javier Drolas), que pierde enseguida la empatía del espectador, haciendo difícil que el relato lo involucre emocionalmente. El aspecto más destacable del film es la imagen. Agustín “Tedi” Álvarez, a cargo de la dirección de fotografía y de la cámara, aprovecha el recurso de la lluvia constante transformando esa metáfora en una puesta de cámara bella en todo momento, acercándose con delicadeza a cierta estética que parece casi salida de un film coreano y que lleva al espectador más emotividad que la aparentemente conflictiva personalidad de María.
El documental Lo intangible acompaña a Marcos Kramer en su viaje a San Pedro, donde intentará descubrir todo lo que pueda sobre Fernando García Curten, un artista plástico que se ha dedicado mayormente a la pintura y el dibujo, pero que encontró su más potente y perturbadora expresión en la escultura a base de desechos y partes recicladas de muebles. García Curten, quien vive en aparente reclusión en San Pedro, abre las puertas de su casa museo para que Marcos pueda palpar su obra mientras charla íntimamente con él. La obra de García Curten es la definición del arte expresionista. Sus dibujos y esculturas son perturbadores e hipnóticos, y no alcanza la mirada para recorrerlos. Para aquellos que alguna vez pudimos ver sus obras personalmente, inabarcables es la palabra que mejor las definiría. El documental arranca recorriendo minuciosamente las esculturas, presentando a esos personajes monstruosos creados en base a descartes para, inmediatamente después, abandonarlos e ir al encuentro de Marcos, escritor y licenciado en artes visuales que va en búsqueda de este artista sobre el cual quiere escribir un libro. García Curten, presentado como un ermitaño minutos antes, arranca entonces un relato de sus comienzos como artista plástico y, contra todo pronóstico, se abre de lleno a contar una historia que lo marcó como persona y moldeó como artista. Queda claro de su relato que aquello que lo vuelve único no estuvo ahí sin embargo, la semilla de su arte estuvo siempre dentro de su ser y sólo necesitaba despojarse del preconcepto de lo que el arte significa y abrirse paso. Sus dibujos y pinturas, que van desde la pintura elaborada a bocetos en lápiz sobre papel, son conmovedores, impresionan al espectador y no se vuelven nunca repetitivos. Pero son sus esculturas, sin duda, las que se llevan toda la atención. Hechas a partir de basura que encuentra en la calle, trozos de madera, partes de muebles rotos, sus esculturas adquieren formas igualmente pesadillescas y fascinantes, que son imposibles de abarcar por el ojo humano (ya lo son en persona, mucho más en un film), pero que se vuelven interesantes de recorrer a través de la mirada fascinada de Marcos y el amor que por ellas siente su autor.
Mezcla de suspenso con algo de road movie, llega La sabiduría, una película argentina que busca hacer cine de género con un toque autoral. Tres amigas dejan la ciudad para pasar un fin de semana en el campo, alejadas de todo contacto con la sociedad: no hay internet, no hay señal de celular, no hay televisión. La primera noche deciden acudir a una celebración con los peones del campo y aborígenes de la zona, pero luego de la ingesta de una droga, Mara y Luz despertarán sin saber dónde está Tini. Ahí comienza una búsqueda que las conectará con los usos y costumbres de ese campo pampeano de una forma que no imaginaron. El cine de terror o suspenso en nuestro país no parece todavía haber encontrado un código propio, y el director Eduardo Pinto parece estar muy consciente de eso. Utilizando las estructuras del relato de las películas slasher ambientadas en el decadente sur norteamericano, La sabiduría traduce este código a nuestra pampa, lo embebe de nuestra propia historia fundacional y provoca el mismo choque de clases que el cine yankee tan bien maneja desde que Tobe Hopper lo reformuló, en 1974, con su film La masacre de Texas. El mayor mérito que el film tiene es la construcción de los climas. La película no abunda en explicaciones redundantes y deja que los personajes y los paisajes vayan construyendo, de a poco, la sensación de desamparo que, finalmente, desencadenará una carrera por sobrevivir a una cacería ancestral que las protagonistas no conocen ni comprenden. En este sentido es extraña la decisión estética que se presenta en la escena de los títulos, en la cual el espectador se ve enfrentado con diversas imágenes y sonidos violentos que lo alertan sobre el tono del film, desaprovechando así la construcción que desde el guion se busca, donde todo el inicio de la película podría embaucar al propio espectador que, tal como sus protagonistas, no está preparado para lo que luego va a venir. La historia sufre a lo largo del film algunos problemas relacionados con la falta de una estética propia. Escenas traducidas literalmente de la del cine norteamericano, que acá pierden poder por no representar en nada la idiosincrasia de nuestro país, idiosincrasia que es esencial en esta historia. También hay problemas en la constante discontinuidad de la posición del sol, que quedan plasmados en planos que no se corresponden con los tiempos del relato (tardes que serían mañanas, etc.)y que desconcentran al espectador, alejándolo de la trama. Un punto muy a favor que tiene la película es que el clima que se construye desde el guion es bellamente acompañado por la dirección de arte que, desde pequeños toques como las pinturas en la pared hasta grandes declaraciones como los vestidos que portan las protagonistas, le permiten al espectador intuir el tono del relato de forma muy precisa, siendo estas herramientas muy útiles al momento de decodificar los acontecimientos. Las actrices desempeñan su rol correctamente y, aunque también sus personajes se embeben de los clichés del género, logran lo importante, que es que la química entre las tres es creíble, lo cual se vuelve imprescindible para que esta historia se sostenga. Nuevamente es en el guion donde surgen algunos problemas, ya que conocemos algo de Tini y mucho de Luz, pero de Mara, quien parece ser la líder del grupo (por lo menos en este fin de semana) no sabemos nada, excepto la información necesaria para que el desenlace pueda llevarse a cabo.
Llega a los cines Sólo el amor, un film para jóvenes plagado de canciones, pero con pocas buenas ideas. Noah (Franco Masini) es el cantante de una banda de rock/pop independiente que busca hacerse conocida. Por casualidad conoce a Emma (Yamila Saud) y ambos conectan casi instantáneamente. Al mismo tiempo un aparente golpe de suerte le da al grupo musical la posibilidad de triunfar de la mano de una nueva manager que cambia al baterista y el nombre de la banda, y los dispara a la fama, haciendo que en el camino Noah pierda la amistad con su amigo percusionista y ponga en peligro su relación con Emma, llevándolo además al borde del suicidio. Sólo el amor es una película para adolescentes que cuenta una historia de amor sencilla y una escalada a la fama con la que muchos sueñan. El punto más destacable del film es Franco Masini, su protagonista, que sin destacarse demasiado cumple con el carisma necesario para que el público, mayormente adolescente, quede fascinado con él. Su performance, vocalmente hablando, también está muy bien. El resto del film parece no tener un hilo conductor. Todos los conflictos (legales, la separación de los amigos, el distanciamiento de Emma con su padre, etc.) son reemplazados por elipsis y así las partes de la trama que podrían acercar al público, desaparecen. Las situaciones que sí se ven en pantalla son absurdas, carentes de realismo y el código de actuación de algunos personajes se vuelve casi intolerable por lo forzado. En ese proceso se pierde la posibilidad de disfrutar por ejemplo del personaje de Andrea Frigerio, una manager sin escrúpulos que, según dice el padre de Emma, hace algo malo, pero que el espectador nunca llega a saber qué es. Plantear un intento de suicidio en un joven no es una tarea sencilla para un film y esta película demuestra el por qué. El guion se olvida de desarrollar la parte emocional de los conflictos, dejando las decisiones del personaje como algo más cercano a un capricho que a la desesperación en sí. Eso sumado a que realmente nunca se sabe qué es lo que pasó, no hay forma de que el espectador se conecte con la historia. La fotografía tiene momentos interesantes en algunos videoclips, pero la mayor parte del tiempo opera como un cliché reproduciendo estéticas elaboradas del cine noir o expresionista, que no sirven para reemplazar un conflicto que no se termina nunca de desarrollar en la pantalla.
El director Christian Petzold nos trae Transit, un film con una muy interesante visión sobre uno de los temas olvidados en la mayor parte de aquellos que hablan de la segunda guerra mundial. Georg es un alemán que quedó varado en París luego de la ocupación nazi. Perseguido por los aliados, busca desesperado un camino de salida y lo encuentra a través de un escritor muerto que había recibido el ofrecimiento de escapar a México. Así Georg se embarca en un viaje por tierra hasta llegar al puerto de salida en el cuál conoce a la esposa del escritor, quien no sabe que su esposo murió, y de la cual él se enamora perdidamente. Es muy interesante observar cómo el conflicto inmenso de la guerra puede ser, con gracia, reducido a una historia de amor entre dos personas que, desesperadas, buscan construir un vínculo que los conecte con algo parecido a un hogar. Georg y Marie, cada uno en una búsqueda diferente a la del otro, se encuentran en medio del caos, de la pobreza y la desesperación y logran establecer una conexión que va más allá de las palabras, una química que se percibe en la pantalla sin que el guion se vuelva sobreexplicativo. En ese sentido, es majestuoso el trabajo actoral de Franz Rogowski que compone un personaje sufrido absolutamente verosímil trabajado desde la sutileza del personaje y no desde la gesticulación o la palabra excesiva. Al director Christian Petzold lo conocimos en nuestro país en el 2013 con su película Bárbara (nominada al Oscar como mejor película extranjera) y luego con Ave Fénix en el 2014, ambas de época. Con Transit (film que completa junto con los anteriores la trilogía que el autor denomina “El amor en los tiempos de los sistemas opresivos”) retoma el concepto de la recreación de época, pero le agrega un giro que provoca que el espectador se enfrente con un material que lo lleva a repensar todo el tiempo lo que está mirando. El trabajo visual es inabarcable en una primera visión, Petzold logra un complejo entramado de imágenes y sentidos que logra reflejar el ayer y el hoy de un continente desahuciado por el hambre y la desesperación, sin caer nunca en el golpe bajo. Todos los aspectos del film están sumamente pensados. La fotografía, el arte y sobre todo los diálogos, dan cuenta de una producción sumamente cuidada, enfocada a lograr que el espectador se comprometa emocionalmente con cada decisión acertada que se toma, transformándolo en un espectador activo que no se sienta en la butaca a ver solamente una historia de amor, sino en uno con la necesidad imperiosa de implicarse en lo que está pasando.
Un hecho real, un despertar sexual y un ambiente familiar hosco, vuelven a Marilyn un personaje digno de contar en un film que marca el prometedor debut en el largometraje de Martín Rodríguez Redondo. Marcos es un joven de 17 años que vive en el seno de una familia de trabajadores del campo. Estudia y recibe el incondicional apoyo de su padre, quien entiende el potencial de su hijo y lo respeta en el distanciamiento que tiene por la tarea rural, lo que que resiente a su madre y hermano que trabajan junto al padre de sol a sol. El progenitor fallece luego de un disgusto, dejando a la familia sola en una situación precaria y donde su vivienda corre peligro al no poder generar el dinero para pagar el alquiler. Al mismo tiempo Marcos se va transformando (aunque no lentamente) en Marilyn, una joven trans. En su despertar sexual, él no sólo se siente atraído por jóvenes de su mismo sexo sino que también disfruta de vestirse con ropas de mujer. El entorno social y su familia no lo comprenden, lo discriminan y agreden constantemente, lo que va llevando a Marcos al límite de la desesperación. Marilyn es un film con muchos aciertos, principalmente la empatía que el director logra generar en el espectador que entra sin tapujos ni traumas en sintonía con el personaje de Marcos, con una pintura alejada de los traumas clásicos de estos relatos y mucho más cercana a la convicción que él siente por su deseo sexual y su elección de vida. Marcos es encarnado con naturalidad y soltura por el también debutante Walter Rodríguez, que pasa del introspectivo joven a la desfachatada Marilyn con la misma gracia con la que el director cambia el tono del relato de escena a escena. El elenco acompaña también de forma impecable, particularmente la madre compuesta por la actriz chilena Catalina Saavedra (a quien conocimos en Argentina en la excepcional película La nana de Sebastián Silva, 2009) quien compone al duro personaje que le toca lidiar con la muerte de su esposo, el riesgo de perder lo poco que logró en su vida y lo inabarcable que le resulta el conflicto sexual de su hijo. Cuando un director sabe lo que tiene que contar se nota en todos los aspectos de la realización y esto queda claro en la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo. La misma naturalidad con la que Marcos y Marilyn conviven en el film se refleja en el montaje y particularmente en la fotografía de Guillermo Saposnik que va desde el árido mundo de Marcos al potencialmente colorido mundo de su alter ego femenino.
Directo desde el universo de Spider-Man, pero alejado de la historia del superhéroe, llega Venom, un film de aventuras que toma a un personaje ya conocido por el público y le intenta dar, con pocos aciertos, un nuevo giro. Eddie Brock es un reportero dedicado a destapar escándalos y desenmascarar lobos vestidos de corderos. Ahora le toca el turno a Carlton Drake, un inescrupuloso magnate que utiliza personas pobres para experimentar con sus drogas farmacéuticas. En plena investigación, Brock descubre por accidente el último proyecto de Drake y termina infectado con uno de sus parásitos, el mismísimo Venom. Así, mientras lucha por sobrevivir a la persecución del malvado millonario, deberá aprender a relacionarse y colaborar con esta criatura que cohabita en su cuerpo. Venom no es una película inmirable, pero está lejos de ser un producto redondo. El principal problema es que nadie en el film parece tener muy en claro que es lo que el guion está queriendo contar. Eddie Brock es interpretado por Tom Hardy, uno de los mejores y más conocidos actores de hoy día. Sin embargo su personaje deambula por las diferentes etapas de la relación simbiótica con Venom sin tener una personalidad clara. ¿Es Venom un monstruo? ¿Es un villano en el universo de Spider-Man? ¿Es un justiciero? Nada queda en claro en el film. Solo un par de gags al final sugieren una posible idea de adónde apunta este film que, aparentemente, intenta ser una saga nueva basada en este personaje. El guion se estanca bastantes veces en un intento por presentar un villano que sea común para Brock y Venom, pero nunca termina generando en el espectador demasiado interés, lo cual se potencia por lo poco lograda e interesante que es la confrontación final.
Viaje inesperado marca el retorno de Juan José Jusid al cine, un regreso que no deja entrever la calidad que el director supo lograr en su filmografía anterior. Pablo vive su vida en Río. Una hermosa novia, una carrera prometedora y una oficina con una vista paradisíaca. Todo cambia cuando recibe el llamado de Ana, su ex esposa y la madre de Andrés, su hijo adolescente. Ella le cuenta que el muchacho no está bien y que tanto en la escuela como en el ámbito familiar se presentan problemas constantemente, y entonces Pablo decide viajar a Buenos Aires para poder intervenir como pueda con su hijo para quien él es casi un desconocido, dando así lugar al Viaje inesperado que da título al film. Más allá de que la historia del film carece de originalidad, la trama nunca llega a atrapar al espectador, la cantidad de clichés con los que el guion pretende ahondar en el aspecto emocional de la historia nunca llegan a conectar del todo con el conflicto. Incluso el intento forzado de relacionar esta historia con el bullying tampoco funciona, queda descolgado del argumento principal y nunca termina de ser incorporado por los personajes hasta los últimos minutos del film. Las actuaciones son otro punto que no llega nunca a desarrollarse bien en el film, más allá de la correcta interpretación de Tomás Wicz en el papel de Andrés, Pablo Rago bucea en el código de la telenovela lo que no ayuda a sortear la trama forzada y repetitiva de la película y su personaje habla un portugués que se vuelve involuntariamente gracioso.