Hace muy pocos días, con motivo del estreno de ULTIMO VIAJE A LAS VEGAS, escribí acá mismo sobre la curiosa carrera de Robert De Niro y calculo que, en unas semanas, se podría hacer lo mismo cuando se estrene AJUSTE DE CUENTAS, la película sobre veteranos boxeadores en la que comparte cartel con Sylvester Stallone (también está, en un pequeño rol, en ESCANDALO AMERICANO, pero eso no califica como curiosa ni como inexplicable). Insistir sobre lo mismo en función del estreno de FAMILIA PELIGROSA sería cansador, por lo que dejo en el espectador la tarea de reflexionar sobre las decisiones cinematográficas tomadas por el actor de TORO SALVAJE y TAXI DRIVER ya hace bastantes años. En defensa de la nueva película de Luc Besson hay que decir que no se trata de un producto impresentable. Es, simplemente, una película discreta y fallida que tiene -otra vez- un muy buen elenco de veteranos que son mucho más interesantes que lo que el realizador francés tiene para contar. De hecho, si IMDB y mi memoria no mienten, es la primera vez que De Niro actúa junto a Tommy Lee Jones. Y es poco, poquísimo lo que actúo con Michelle Pfeiffer previamente. Este trío de actores tienen la capacidad de brindarnos destellos de su talento aún en un producto menor que les exige tan poco como éste. thefamily1El caso de Pfeiffer es casi tan curioso como el de “Bobby” De Niro. Es una gran actriz que sigue igual de talentosa y naturalmente bella como en su época de mayor fama pero actúa muy poco y, cuando lo hace, no tiende a elegir películas demasiado interesantes. En este caso encarna a la mujer de un mafioso neoyorquino interpretado por De Niro que, con sus dos hijos adolescentes, viven en Francia al estar dentro del programa de protección a testigos por haber delatado a importantes mafiosos. Sí, podría ser una secuela de alguna película de Martin Scorsese (que figura como productor ejecutivo aquí) sobre la mafia en la que vemos cómo un delator y su familia intentan integrarse a la vida civil. O bien podría verse como una temporada inédita de LOS SOPRANOS imaginando que la familia se fue de gira por Europa. El tono tiene algo de LOS SOPRANOS (hasta un par de actores secundarios) ya que FAMILIA PELIGROSA apuesta a la comedia por momentos negra y a las constantes referencias cinematográficas. Sin embargo, los personajes nunca terminan de crecer demasiado y el tono cómico no se condice demasiado con algunas hiperviolentas situaciones. Es que el problema de los miembros de la familia “Blake” es que no logran pasar desapercibidos en ningún lado ya que tienden a reaccionar, digamos, un poco agresivamente ante casi cualquier inconveniente, aniquilando, torturando o matando a golpes a cualquier francés que se les cruce y que no les caiga simpático. The-FamilyLos Blake están en un pueblito de mala muerte de Normandia en el que, de milagro, todos parecen hablar muy bien inglés pero a la vez despreciar a los “yanquis” y sus costumbres. Y a ese choque cultural los Blake responderán con una costumbre norteamericana tan o más prototípica que las otras: la violencia. Pero uno debe creer que son buena gente porque se quieren, se protegen y, además, tienen unos mafiosos que los buscan para liquidarlos que son igual de crueles que ellos pero mucho más feos y malos… Así, mientras De Niro ironiza sobre sus otros roles de mafioso (en una escena hasta participa en un debate de cineclub sobre BUENOS MUCHACHOS) y Lee Jones encarna estoicamente al hombre encargado de protegerlos y tratar -sin suerte- que no se metan en problemas, cada miembro de la familia tendrá su pequeña complicación personal. Complicaciones que, curiosamente, parecen olvidarse todas promediando la narración para centrarse en la creciente violencia. Y así, entonces, mientras De Niro sigue apretando el replay de su carrera y los niños muelen a palos a adolescentes franceses como si fueran de papel maché, a Luc Besson no se le caen muchas ideas originales. Habrá pensado que con el concepto central y el casting la cuestión estaba más o menos resuelta, pero el problema es que después de ver por un rato al muy buen elenco (¿quién no disfruta de ese trío de enormes y muy carismáticos actores?) uno siente que no hay mucho más para contar. Una pena.
Con una larga carrera como actor desde muy pequeño, Joseph Gordon-Levitt empezó hace pocos años a probar suerte detrás de cámaras. Tras varios cortos, ENTRE SUS MANOS marca su opera prima como director de un largometraje que también protagoniza. La película, que estuvo en festivales como Sundance y Berlín en 2013, se estrena curiosamente ahora en Argentina. Curiosamente porque llega poco cine independiente americano de este tipo aquí y es seguramente la participación de Scarlett Johansson la que “ayudó” en ese sentido. La película, como el no muy sutil título local lo deja bastante en claro, cuenta la historia de un hombre que, pese a tener todas las chicas que desea, prefiere toda la vida masturbarse mirando porno online en el living de su casa. En la voz en off casi scorseseana que recorre casi toda la narración, Jon (Gordon-Levitt, obviamente) cuenta su vida cotidiana de muchacho musculoso de barrio (New Jersey) a lo Tony Manero: mucho gimnasio, amigos, familia, iglesia y salidas a las noches a boliches en las que, inevitablemente, termina llevándose a una chica a su casa solo para darse cuenta -en el medio de la misma noche- que prefiere toda la vida, digamos, hacer la suya. don-jon-7El tema es que el asunto se volvió ya una adicción, una que empieza a complicarle su vida social. El problema crece cuando conoce a una chica que le gusta en serio (Scarlett Johansson, más sexy que nunca) pero que no consigue del todo hacerle olvidar su “pasión”. Ella no solo lo descubre “con las manos en la masa” (no pude evitarlo), sino que le dice que si sigue consumiendo porno lo va a dejar. Es solo el principio de una serie de cambios y de crisis que irá viviendo Don, que incluyen empezar un curso laboral en el que conoce a una algo curiosa mujer un poco mayor que él que interpreta Julianne Moore. Gordon-Levitt no es lo que se dice sutil como realizador. La película apunta por momentos al humor más grueso (su familia es particularmente caricaturesca) y es claro desde el principio que hay un cierto tono entre condescendiente y burlón respecto a casi todos los personajes y sus vicios y costumbres cotidianas. Ciertos recursos estéticos -como un montaje repetitivo, musical, clipero- aparecen como simpáticos en un principio, pero se vuelven excesivamente reiterativos sobre el final. DON JONEso no quita que ENTRE SUS MANOS no tenga sus muy buenos momentos, empezando por algunos detalles específicos de la vida de Jon con los que muchos se sentirán identificados: la dificultad para establecer relaciones serias y perder la independencia, la presión y las tensas relaciones familiares (con la tele siempre puesta en algún canal deportivo) y las peleas que más de uno tendrá con novias que intentan cambiarle las costumbres. Pero el asunto no evoluciona más allá de algunas posibles sonrisas de reconocimiento: al rato es evidente que la película no pasará de ahí ni intentará explorar más a fondo la, aseguran, creciente adicción a la pornografía online. En una película y unos personajes que tienen la estética de un Megatlón cinematográfico (el gimnasio es casi lo más importante para Don después de su casa y su porno), al menos Gordon-Levitt aprovecha para convertir a la habitualmente un poco distante y misteriosa Johansson en un “minón de barrio”, con duro acento de New Jersey y todo. Con el correr de los minutos vendrá, claro, el conflicto y la posible “redención”, que vendría a ser algo así como que Jon se saque el barrio de encima y se vuelva un hombre que acepte su lado femenino, respete más a las mujeres, etc, etc. El cambio de tono es tardío y si bien otorga algunos buenos momentos (cortesía de Julianne Moore) no alcanza a justificar del todo el recorrido.
¿Cuál es la pregunta más usual que le hacen a los guardias de un museo? Según Johann (Bobby Sommer), quien tiene esa labor en el Kunsthistorisches Museum de Viena, es “¿dónde está el baño?”. A punto tal que muchas veces los guardias, agotados, mandan a los pobres visitantes a dar una vuelta por el camino equivocado. En la inteligente y curiosa conversación que es el centro de MUSEUM HOURS, la película del norteamericano Jem Cohen rodada en Viena, Johann es nuestro principal anfitrión. Su particular ubicación física, la cantidad de tiempo que ha pasado mirando algunas de las grandes obras de la pintura mundial y su amable y respetuosa inteligencia lo convierten en un espectador calificado para conducir al espectador del filme hacia una serie de reflexiones que van desde las obras de arte per se hasta su función cultural pasando por una variada cantidad de temas que exceden el marco cultural y sociopolítico vienés. En una película que podría ser vista como la versión realista y a escala humana de EL ARCA RUSA, de Alexander Sokurov, Johann conoce en el museo a una mujer canadiense, Anne (encarnada por la gran cantautora Mary Margaret O’Hara), quien está en Viena cuidando a un primo que está en coma en un hospital, por lo que pasa muchas de sus horas en el museo. Ambos entablan una relación de amistad que se va desarrollando cinematográficamente mediante conversaciones que discurren por los temas antes citados, partiendo del arte para recorrer varios universos. Y así como los temas, la película sale del museo para recorrer las calles de Viena, algunos de sus sitios históricos, sus bares y restaurantes. museum hoursCohen, cuyo cine personal siempre se ubicó en una zona gris entre el documental, la ficción y la película ensayo (entre sus películas están las notables BENJAMIN SMOKE, CHAIN e INSTRUMENT, además de varios videoclip de R.E.M., entre otras bandas), mantiene aquí un tono que bordea lo documental. Si bien sabemos que no se interpretan a sí mismos (los que hemos ido a la Viennale conocemos bien a Sommer como el coordinador de los transportes del festival), la película transmite la sensación de estar husmeando en una serie de conversaciones y situaciones privadas. En un filme de observación (y escucha) como es MUSEUM HOURS lo más rico es estar atento a los detalles, perderse en la conversación entre los personajes, o escuchar con atención cuando una historiadora de arte explica a unos visitantes particularmente irritantes su mirada al universo de Bruegel, algo que Cohen acompaña desde el montaje, yendo a los detalles visuales de su explicación. A partir de esos momentos, la película logra hacer una pintura de ambos personajes y sus realidades: la mujer sola y algo deprimida fuera de su elemento (y su idioma) y el solitario hombre, gay, de más de 60 años. museumhoursSus conversaciones, de cualquier modo, no siempre tienen que ver con el análisis de las obras de arte. Johann cuenta anécdotas de sus épocas como chofer de bandas de rock y ambos discuten sobre bandas de heavy metal. Anne, en tanto, deja ver su delicada situación personal. Ambos comparten una curiosidad que excede el turismo cultural y que se relaciona más con lo humano, con la forma en que las personas se relacionan (o no) con esos objetos y/o lugares y, más que nada, cómo se relacionan unas con otras. Algunas escenas (una, digamos, casi surrealista, con varias personas desnudas mirando las obras del museo) no funcionan del todo bien y por momentos uno no puede evitar sentirse ante un objeto de promoción cultural disfrazado de película para festivales, pero fuera de esos pequeños momentos lo que transmite MUSEUM HOURS es curiosidad por el mundo, por la historia y por el presente, y por entender cómo las personas se relacionan con el arte y viceversa. Como los cuadros de Bruegel que analizan, Cohen trata de pintar a sus personajes integrados al mundo que habitan. Y como en esas obras, conviene observar muy bien la película para notar donde están guardados sus mejores secretos.
Tras los éxitos de “Hugo” y “Una aventura extraordinaria”, el mercado parece buscar un nuevo tipo de producto navideño: la película que es, a la vez, “prestigiosa” y “para toda la familia”. Martin Scorsese y Ang Lee lo lograron cosechando tanto centenares de millones de dólares como decenas de nominaciones al Oscar. Ben Stiller tal vez no tenga la chapa de esos dos realizadores, pero sabemos que no sólo es un talentoso director (“Zoolander”, “Una guerra de película”) sino que, como actor, protagonizó exitosas sagas navideñas como “La familia de mi novia” y “Una noche en el museo”. Con “La increíble vida de Walter Mitty”, Stiller se carga al hombro una historia mítica escrita por James Thurber en 1939 y adaptada ya al cine en 1947 con la estrella cómica Danny Kaye. Modificada y actualizada, hoy se centra en un hombre tímido y apocado que nunca he hecho nada arriesgado en su vida (fuera de su frondosa imaginación) y que trabaja procesando negativos en el archivo fotográfico de la revista Life. Como la revista está por dejar de salir en papel y casi no quedan fotógrafos que no trabajen en digital, su trabajo se ha vuelto irrelevante. walter-mitty1Pero una combinación de factores lo hará meterse en una aventura que podría cambiar su vida cuando sale en la búsqueda de un mítico fotógrafo (Sean Penn) que le ha enviado su última y mejor fotografía que Walter ha perdido y debe recuperar. Así, Mitty irá a Groenlandia, Islandia y Afganistán, subirá montañas y combatirá con tiburones, andará en helicópteros y se tirará en skate al lado de un volcán en erupción. Una bonita compañera de trabajo (Kristen Wiig) será, obviamente, uno de los puntales para que Mitty decida empezar arriesgarse en su vida. Stiller tiene la ardua tarea, como director, de satisfacer a varios públicos y de ofrecer casi varias películas en una: una más adulta e “independiente” sobre un hombre timorato que saca finalmente la cabeza del pozo, una más “mainstream” con mensaje publicitario de “autoayuda” y una tercera, de aventuras para toda la familia. Y si bien no logra resolver el entuerto por completo, se las arregla para armar un producto entretenido, ingeniosamente estructurado y, curiosamente, con casi mejores secuencias de acción que dramáticas. Ben Stiller in a still from The Secret Life of Walter MittySi todo suena como un pasteurizado Charlie Kaufman para toda la familia, algo de eso hay. La estructura tiene parecidas vueltas entre realidad y ficción, pero en un tono mucho más accesible. En sus peores momentos, “Walter Mitty” tiene un tufillo de adaptación literaria light que hace recordar a “Tan fuerte y tan cerca” o la propia “Aventura extraordinaria”, pero Stiller –acaso por sus orígenes como comediante- nunca termina de tomarse tan en serio ni ponerse místico como esos filmes. Lo hace, por momentos, pero siempre encuentra el toque humorístico que afloja esa misma pomposidad que como director por momentos construye. En esa misma frontera está la utilización de la música. Stiller convoca a una serie de artistas, digamos, alternativos (Arcade Fire, José González, Of Monsters and Men o Rogue Wave) y los ubica como lanzadores de emociones olímpicas, acumulando himno tras himno como si todos estuvieran haciendo audiciones para reemplazar a Sigur Ros en su propio territorio. Es en esa frontera donde la película pierde sutileza y se mueve por zonas un poco más indigestas. De cualquier modo, aún en sus momentos menos logrados, la película conserva un espíritu lúdico admirable y nunca le hace asco a enfrentarse directamente con emociones fuertes. En ese sentido es una película que se siente sincera y honesta, haciéndose cargo de los clichés del caso.
Vi la película de Abdellatif Kechiche durante Cannes y escribí en ese momento la crítica que copio a continuación. Unos días después, LA VIDA DE ADELE iba a ganar la Palma de Oro, se convertiría en una sensación y hasta sería objeto de algunos debates tanto respecto a lo que narra (y cómo lo narra) como a su aparentemente conflictivo rodaje. Durante su paso por la Semana del Cine Europeo -que se organizó en el Cine Gaumont en paralelo a Ventana Sur, a principios de diciembre- volví a ver la película y me pareció apropiado (bah, me dieron ganas) de escribir unas líneas más, a manera de revisión. No me ha cambiado demasiado la visión de la película en términos generales, pero quería agregar algunas ideas nuevas. Aquí, entonces, va la crítica originalmente publicada durante Cannes. La Vie d'AdèleEl realizador franco-argelino de L’ESQUIVE y COUS-COUS logra la que tal vez sea su obra maestra en esta exploración en detalle de la vida de una chica desde los 15 a los 21 años, centrándose especialmente en una larga relación sentimental que tiene con otra chica un poco mayor. Con un realismo a prueba de todo, Kechiche consigue una cercanía física y emocional con sus personajes que es única en el cine contemporáneo, solo comparable a la de los Dardenne, pero aquí en un registro más personal y no tan social. Adele es una adolescente bonita de clase media que va al colegio secundario y empieza a salir con un chico, más por presión de las amigas que por otra cosa. Un día caminando por la calle ve a dos chicas abrazadas y se queda enganchada con una de ellas, de pelo teñido de azul. Y cuando está en la cama con su novio -o bien cuando se masturba- piensa en ella. Una situación medio casual en la escuela la lleva a experimentar con chicas y es así que pasa de una compañera de curso a un bar en el que se encuentra con la “chica del pelo azul”, con la que rápidamente se engancha. Es que la adolescente Adele, bonita y sensual de una manera casi aniñada, llama la atención en ese lugar. Pronto serán amigas y luego más que eso. Seguirán juntas, claro, pero muchísimas más cosas sucederán a los largo de las tres horas del filme que no conviene adelantar acá. laviedadeleKechiche hace una radiografía emocional de Adele, poniendo la cámara encima de su rostro hasta captar su saliva cuando come, sus mocos cuando llora, lágrimas, ojos llorosos y transpiración como si estuviera a cinco centímetros de su alma. Y cuando llegan las escenas de sexo, la cercanía será igual. En un grupo de escenas de sexo que podrían contarse entre las mejores jamás filmadas en el cine convencional (no hablemos de porno ni nada de eso), Kechiche nos pone al espectador como terceros en la intimidad entre chica y chico, al principio, pero más que nada entre las dos mujeres protagonistas, en escenas muy largas que fascinarán a algunos y probablemente incomoden a otros… Con un material bastante simple y arquetípico (una relación complicada más por la propia lógica de la relación que por el hecho de ser entre chicas), Kechiche transmite la experiencia de vida de Adele a lo largo de unos seis años como si nos estuviera pasando a nosotros. La desconocida actriz Adele Exarchopoulos se transforma en una amiga/hermana/familiar del espectador apenas la vemos comer, reírse, hablar y mucho más cuando se emociona, ama y se enoja. Verla crecer en la pantalla es, literalmente, ver a una estrella nacer ante nuestros ojos. la_vie_d_adele_3Adele ama a Emma y se desvive por ella. Emma (la incansable Lea Seydoux) está fascinada por la belleza, la juventud, la pasión y la energía vital de Adele, pero en algún momento aparecerán las diferencias. Emma es una artista, pintora, que promedia los 20 y que tiene un mundo muy separado del de Adele, que empieza a trabajar como maestra y cuyo mundo y gustos son mucho más simples. El filme pone en evidencia esas diferencias (tal vez, demasiado) en sendas escenas en las que las chicas cenan con los respectivos padres. La crisis de identidad sexual, la pasión sexual y el amor profundo entre las dos y las dolorosas crisis son el material nuclear de esta extraordinaria película que dura tres horas pero que podría seguir y seguir. Es que para el final es como si sus protagonistas ya fueran parte de nuestra familia, tan cerca que estamos de ellas y tanto que las vamos viendo crecer y conociendo. la_vie_d_adele_2La naturalidad y frescura de los diálogos, la puesta en escena libre y generosa hacen recordar a L’ESQUIVE, así como a referentes ya clásicos como Jean Eustache y Maurice Pialat. Aquí la película continúa y pasa de la adolessencia a los “veintipico”, de la fascinación salvaje y sexual a la “domesticidad”, pero jamás Kechiche pierde el pulso de lo que cuenta ni de cómo lo cuenta. Está en total control de sus materiales, en especial dejando en claro su mano maestra para los diálogos. Muchos se irá hablando de las escenas sexuales del filme y no está mal que lo hagan ya que Kechiche las ha hecho para eso. Y no sólo por lo excitantes que pueden ser en el sentido más obvio y previsible, sino por lo que bien que revelan la pasión, el cariño, el deseo, la comprensión y el amor que hay entre estos dos gloriosos personajes, que no sólo están entre los mejores que nos dio esta edición de Cannes, sino el cine francés en mucho tiempo. ——————————————————————————————————————————— Revisión del filme: diciembre de 2013 la_vie_d_adele_4Volví a ver LA VIDA DE ADELE en Buenos Aires y en un cine. Como suele pasar con las segundas veces que uno ve un filme, el impacto no es tan fuerte y algunas cosas que parecían sutiles en una primera visión nos pegan como un golpe en la frente por lo obvias y subrayadas. Sigo creyendo que es una gran película, una muy íntima y profunda exploración respecto a las relaciones amorosas, a lo que hay en juego en ellas, a lo que sucede cuando dos personas muy diferentes conectan entre sí y lo difícil que resulta poder sostener esa conexión a lo largo del tiempo. Esta vez, sin embargo, algunas de las oposiciones (sexuales, laborales, de estilo, sociales), entre las dos chicas, se me hicieron un poco reiteradas y demasiado simplistas. AVISO. Lo que sigue aquí contiene potenciales SPOILERS. La película generó algunas controversias, especialmente entre feministas que consideraron extremadamente masculina la mirada sobre los personajes y la forma de mostrar su sexualidad. En un punto es cierto que las escenas sexuales (en especial una de ellas) parecen armadas de una manera sensual que puede ser osada pero está cuidada casi al gusto softcore. Si es más o no “para hombres” no lo sé, pero no creo que se pueda acusar a Kechiche de transformar a sus protagonistas en objetos tomando en cuenta el modo en el que ambas tienen una voz y una personalidad muy individual: son personas, sujetos que respiran en cada imagen de la película. la_vie_d_adele_5La primera vez no se me había hecho larga ni nada parecido. Sentía que la película duraba lo que tenía que durar por la forma de filmar de Kechiche, una característica de varias de sus películas y que podía seguir, inclusive. En esta ocasión sí la sentí larga, pero eso es algo suele suceder cuando uno mira un filme por segunda vez, ya sin el ritmo/suspenso que le da ir descubriendo la historia mientras avanza. Las escenas de Adele en la escuela (ella como maestra) me parecieron un poco reiterativas, por ejemplo. Como la primera vez, siento que hay dos escenas/cuestiones que no me cierran: la escena en la que sus amigas se enojan con Adele porque sospechan que es lesbiana y que la pelea entre las dos amantes se produzca por un breve affaire de Adele (con un hombre) del que ella ostensiblemente se arrepiente. Respecto a la primera, sigo sintiéndola igual: no me creo que ese grupo de chicas reaccione de ese modo ante la novedad, no me dan el tipo. Respecto a la segunda, si bien creo que la “excusa” es menor, es claro también que se trata de eso, de una excusa. Las diferencias entre las chicas estaban empezando a ser evidentes para entonces y, affaire o no, la relación entre ambas era difícil de sostener. Pese a haber pasado el impacto de la primera visión sigo pensando que se trata de una gran película. Tal vez no sea la obra maestra que en un primer momento pude haber pensado que era, pero sin duda es una de las grandes películas del 2013 (2014, para los estrenos argentinos) y, más que ninguna otra cosa, una historia de amor como pocas se han filmado.
El último plano de EL LOBO DE WALL STREET golpea como un mazazo. Mientras Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) habla en una conferencia motivacional, a los que sueñan con convertirse en grandes vendedores les hace un pequeño jueguito que ya vimos antes en el filme: “Vendeme esta lapicera”, les dice, uno por uno. Mientras las distintas personas intentan, sin suerte, ser mínimamente convincentes con la venta, la cámara se aleja y podemos ver a todo el grupo, ansioso y pendiente de los resultados de ese juego. Es esa misma gente que no vimos durante toda la película: las víctimas del sistema que permite que tipos como Belfort existan, crezcan y se vuelvan exitosos. Los que “compran” el Sueño Americano que él vende, tanto ofreciendo sus dinerillos con la esperanza de volverse millonarios de la nada, como por el deseo de participar en ese circuito de comerciantes exitosos. Vendedores y vendidos: la potencial ruina del capitalismo en su versión más descarnada. Los “suckers” clásicos del cine de Martin Scorsese hacen allí su aparición, como en los finales de BUENOS MUCHACHOS y CASINO, dos películas que en muchos sentidos se conectan con EL LOBO DE WALL STREET: es el momento en el que los personajes y los espectadores se enfrentan con la otra vida posible, la que funciona fuera de la excitante, comprometida y salvaje del mundo de los gangsters, apostadores y agentes de Bolsa. Los que toman el subte, viven en los suburbios y, como dirían por acá, “lo miran por TV”. En esa dualidad vive, como incontables personajes de Scorsese, el salvaje Belfort: es un adicto (al dinero, a las drogas, al alcohol, al sexo) que, aún sabiendo que su excesivo estilo de vida lo está llevando directamente al cadalso, no puede evitarlo. La sola perspectiva de estar del lado de los “compradores” de ilusiones, de los suckers, le resulta insoportable. Para él, mejor es caer en su ley. O inventar una ley que justifique todo lo que hace. THE WOLF OF WALL STREETPero aún más que a Henry Hill (BUENOS MUCHACHOS) y a Sam Rothstein (CASINO), la forma en la que Scorsese trata a Belfort tiene más que ver con la de Travis Bickle, el protagonista de TAXI DRIVER. Ahora, como en aquel filme, al director se le cuestiona un apego al personaje que no parece dejar suficientemente en claro que se lo está condenando. Digamos: así como un espectador metido dentro de la febril paranoia de Bickle puede sentir que no tiene nada de malo intentar matar a un candidato político o acribillar a un pimp, por momentos da la impresión que Scorsese no castiga, critica o condena lo suficiente a Belfort. Que hay más admiración y fascinación por el mundo de trampas bursátiles, autos caros, aviones privados, prostitutas de lujo y montañas de cocaína que una lección sobre los males que todas esas cosas provocan. Pero es justamente esa distancia que habitualmente Scorsese no toma para desentenderse y juzgar a sus personajes lo que lo ha hecho un gran director. Está claro que al director lo fascina Belfort y su mundo, lo mismo que le va a pasar a muchos espectadores. La caída vendrá sola, después, y las consecuencias son evidentes, tanto para él y sus colegas como para los “giles” que compraron la basura que él vendía. Pero Belfort no es solo el culpable. Ese monstruo lo creamos todos porque, en un punto, nos fascina ser él. No tiene sentido aplicarle la PC Police (la “policía de la corrección política”, digamos) al cine de Martin Scorsese. Nunca lo tuvo. El problema es que bancarse sin juicio de valor a un personaje como Belfort se hace complicado, especialmente en los puritanos Estados Unidos, que parecen tener muchos menos problemas en celebrar gangsters y asesinos -o identificarse con ellos- que aceptar los apetitos imperiales de un hombre al que no le importa nada en su búsqueda de dinero, sexo, drogas y afines. Belfort, parece, está demasiado cerca de algo que los espectadores ven como potencialmente posible, y es necesario condenarlo en voz alta para que se note. No lo esperen de este filme. wolf3Scorsese narra en tiempo presente: sus personajes no actúan sabiendo lo que les va a pasar. El director se mete en esa firma maníaca de vendedores de acciones basura como si fuera uno más de ese grupo enérgico que parece salido de un vestuario/gimnasio y no de una firma que lleva el aparentemente respetable (aunque trucho) nombre de Stratton Oakmont. Buena parte de las historias que narra el cine -especialmente el americano- dejan entrever todo el tiempo que están narradas (pensadas, organizadas) desde el final y los personajes suelen actuar como condenados por el guión a ir a determinados lugares. Cuando los personajes se exceden, los actores saben que se exceden y actúan en consecuencia, esperando la reprimenda. El director también: los exhibe “equivocados” porque sabe que después viene su reto, aceptación y aprendizaje. Scorsese no. El tipo te mete en medio del placer que genera el exceso, el delito, la trampa y la violencia porque sabe que el espectador, aún el más negador, disfruta perversamente de esa bacanal pasada de rosca. Uno sabe que a una noche de alcohol severa sobreviene una resaca igualmente intensa, pero muchas veces bebe igual, negándose que exista esa posibilidad. Scorsese hace lo mismo: no cuenta la historia de Belfort desde la “sabiduría” de un tipo de 70 años que vio todo y es condescendiente o juzga las desventuras de sus personajes. La cuenta como si tuviera 25 años y fuera la persona más feliz del mundo teniendo sexo con prostitutas en el baño de la oficina. Es esa sensación de tener 25 años y disfrutar de un éxito inusitado la que transmite la película, narrativa y estéticamente. Es, claramente, la película más “al palo” de Scorsese: la más enérgica, brutal, brusca y hasta desprolija. Las escenas empiezan y terminan en cualquier lugar (muchas veces a media res), hay cortes que no pegan y montones de errores de continuidad, pero todo parece entrar dentro de la lógica acelerada, cocainómana, de los personajes y el filme. Y es, por lejos, la más divertida: las situaciones que viven estos personajes generan risas como no sucedía en el cine de Scorsese desde DESPUES DE HORA. Es cierto que tres horas de este ritmo intenso y escenas de vida de estrella de rock algo similares entre sí pueden volverse cansinas y/o repetitivas, pero Scorsese siempre tira veinte ideas a la pantalla a ver cuáles quedan bien. Y la mayoría supera la prueba, si bien dentro de un “sistema narrativo” ya probado varias veces por el realizador, uno que el guionista Terence Winter (THE SOPRANOS, BOARDWALK EMPIRE) entendió desde el primer momento y siguió casi al pie de la letra. wolf4DiCaprio (excelente, intenso, casi virtuoso, a 250 kilómetros por hora) habla a cámara, consume drogas que lo aceleran o lo ralentan a límites insoportables y se mete en orgías bizarras, viajes en barco imposibles, trampas con bancos suizos, discursos inspiradores y excesos de todo tipo, invitando siempre al espectador a ser parte de la fiesta. Esa fiesta, claro, es descontrol puro. Vista con cierta conciencia de lo que está sucediendo, es lamentable: llevan prostitutas a la oficina, lanzan enanos como si fueran dardos, manejan autos y helicópteros completamente “dados vuelta” poniendo en riesgo varias vidas, y así. Pero Belfort y su equipo de enajenados se han vuelto adictos a todo eso y encuentran las más diversas justificaciones para seguir haciéndolo. No importa mucho: están dentro de la rueda que gira y nadie se quiere bajar, por más que los “suckers” del FBI los sigan de cerca. Hay una escena, entre las varias que tienen lugar en la oficina, que llama la atención y deja en claro la postura de Scorsese frente a su material. En un momento Belfort anuncia que va a dejar la compañía, perseguido por el FBI. En medio del discurso, ve a una mujer con la que ha trabajado desde los inicios de la empresa (la película transcurre entre fines de los ’80 y mediados de los ’90) y comenta que hoy viste prendas de lujo y tiene un excelente pasar, pero que cuando la conoció era una madre soltera con deudas que él cubrió. Belfort, la mujer, todos los que escuchan y hasta los espectadores se emocionan con el cuento. Pero a la vez todos somos conscientes que esa celebración del éxito a costa de vender acciones truchas y estafar a miles de personas no debería ser causa de celebración. Pero lo es, uno se emociona con culpa -si se quiere- y esa es la ambigüedad que el filme maneja con una destreza única, algo que no hace en una escena previa en la que una mujer acepta raparse por 10 mil dólares: allí, la sensación de asco que “debe” sentir el espectador está demasiado claramente expuesta. wolf2Con un extraordinario Jonah Hill como el amigo igualmente zarpado y aún menos culposo que él, una excelente y muy bella Margot Robbie como su segunda mujer, y otros secundarios notables, a EL LOBO DE WALL STREET puede faltarle algo de la épica que tenían tanto BUENOS MUCHACHOS como CASINO, pero es igualmente compleja como exploración de ciertos universos donde el dinero y el poder generan personajes y comportamientos excesivos. Hay menos romanticismo en el filme porque las operaciones financieras (el “fugazi”, el polvo de hadas del que habla Matthew McConaughey en una escena antológica) no tienen ese encanto casi mitológico de las familias de la mafia y sus crímenes a mano armada. Aquí el asunto involucra a miles de energúmenos haciendo subir y bajar artificialmente acciones de segunda (el llamado “pump and dump“), llenándose de dinero en el proceso y dejando sin un peso a los “giles” que las compraron. No hay, casi, situaciones de violencia. La excitación, aquí, los personajes deben buscarla por otro lado. Es, también, la más claramente cómica de las películas de Scorsese, con escenas brillantes como la de DiCaprio y Hill consumiendo Quaaludes que los dejan por el piso y que está destinada a convertirse en un clásico de la comedia física. Acaso lo más parecido a una distancia que hay en la película entre el director y los personajes está en la posibilidad de ver lo absurdo y casi delirante de muchas de las situaciones que los personajes viven a través de la comedia. Esa distancia cómica -que algunos ven como celebratoria, ya que Scorsese no parece hacerse cargo de las consecuencias dramáticas de muchos de los actos de Belfort y compañía-, a mí me resulta especialmente lograda y fascinante. Las buenas conciencias ya dijeron todo lo que hace falta decir sobre los excesos del capitalismo salvaje. A Scorsese le importa entender, desde adentro, cómo eso se produce y se sigue regenerando luego de tantas condenas, crisis y caídas del sistema. En un punto, EL LOBO DE WALL STREET es como una película sobre el menemismo (sucede, casi, durante los mismos años) contada por alguien que la vivió desde adentro y que, si bien fue levemente condenado y admite sus excesos, en el fondo no termina de estar del todo arrepentido. El “sistema” no condenó demasiado a Belfort. Ya lo verán en la película, pero es claro que las consecuencias de sus actos no alcanzan ni un poco a estar a la altura de sus crímenes (los económicos, principalmente). Sin embargo, muchos le piden a Scorsese que lo condene, cinematográficamente, de una manera que la propia Justicia no lo ha hecho. Esa es la ironía, la tragedia de esta historia. Ese “sistema” económico rebota, perdona y acepta a personajes como Belfort, y parte de lo interesante que tiene Scorsese para decir incluye esa aceptación de que para que el sistema funcione no conviene castigar demasiado a los personajes ambiciosos que lo hacen girar, más allá de que se excedan en algunas “cosillas”. Scorsese no condena a Belfort. A lo largo de toda la película y, especialmente, en ese último plano, nos pregunta hasta qué punto no somos nosotros los que creamos y sostenemos tanto a tipos como él como al sistema que los genera y reproduce. Todos, en algún punto, somos Belfort.
Uno puede entender las necesidades económicas de los actores, pero -al menos desde acá- cuesta bastante justificar algunas de sus elecciones, especialmente tratándose de un elenco de estrellas que, uno supone, no le debe estar costando llegar a fin de mes como para tener que sumarse a cualquier propuesta que circule por ahí. Robert De Niro, Morgan Freeman, Michael Douglas y Kevin Kline deben haber recibido suculentos salarios (o “una oferta que no pudieron rechazar” aparentemente de los dueños del Hotel Aria donde transcurre buena parte de esta promo, digo, película) para ponerse al frente de ULTIMO VIAJE A LAS VEGAS o le debían un favor a alguien (agente, productor, director, lo que sea). De otra manera no se entiende cómo este equipo de lujo dedicó semanas de su vida y arriesgó su reputación (aún en el caso de De Niro, que no le hace asco a nada) para sumarse a este subproducto comercial, suerte de versión geriátrica de QUE PASO AYER?, sin ni siquiera una pizca del humor zarpado que caracterizó los mejores momentos de esa saga. Cuatro amigos de la adolescencia se juntan cuando todos promedian los 70 para ir a Las Vegas a hacerle una despedida de soltero y luego participar del casamiento de uno de ellos, Douglas, con una mujer mucho más joven que él. De Niro ha quedado viudo hace poco y odia a Douglas por no haber ido al funeral de su esposa: entre ellos hay problemas de toda la vida. Freeman tuvo problemas de salud (un ACV) y le recomiendan no salir de su casa, mientras que Kline también tiene problemas físicos (cadera, espalda, etc.) y pasa sus días aburrido con otros jubilados en la Florida. Douglas es el millonario que parece rejuvenecido gracias a su noviazgo con una chica bella de 32 años. LASTVEGASLa película pone a los cuatro talentosos actores a jugar una serie de pasos de comedia que eran viejos en las épocas de Abbott & Costello, centradas especialmente en el choque de edades entre ellos y el público más joven de Las Vegas. Digamos que la película es una larga serie de chistes malos en los que ellos enseñan a los más chicos ciertas “sanas costumbres” de otras épocas, mientras los más jóvenes los sacan de la autoconmiseración y de la idea que ya no les queda mucho por vivir. Así, entre chistes sobre próstatas, Viagras, whiskies añejos y concursos de belleza, los cuatro “viejitos” (los actores son más jóvenes que sus personajes, lo cual es raro) pasan unos días “de locos” en Las Vegas. Más allá de tres o cuatro bromas simpáticas o algunos momentos donde parece reinar cierta improvisación (Kline y Mary Steenburgen, como una cantante que conocen allí, se destacan), el filme apuesta consistentemente al más bajo denominador común posible. Desde las imágenes de publicidad turística a lo predecible de su historia, nada hay en ULTIMO VIAJE A LAS VEGAS que genere el mínimo interés por fuera de ver caras famosas. En cierto modo es como cuando una gran figura, por esas vueltas del destino, termina trabajando en algún programa de televisión tipo BAILANDO POR UN SUEÑO: el que lo mira lo hace con cierto morbo, sin poder del todo creer que hayan aceptado esa oferta. Last-Vegas-Douglas-Freeman-Kline-De-NiroSi los espectadores no vieron o no guardan buenos recuerdos de TAXI DRIVER, TORO SALVAJE, PECADOS CAPITALES, SUEÑOS DE LIBERTAD, WALL STREET, LA GUERRA DE LOS ROSES o LOS ENREDOS DE WANDA -por citar sólo algunas de las más conocidas películas protagonizadas por el cuarteto de estrellas de este filme- tal vez esta película les haga menos ruido. Pero es de suponer que si van a ver una película con estos actores es porque los conocen y aprecian. La apreciación no cambiará (ni tampoco los 5 Oscars ganados y las 14 nominaciones que tienen entre los cuatro), pero la sensación un poco triste que dejará el filme es que son capaces de hacer casi cualquier cosa por un billete. Es cierto: el mercado cinematográfico últimamente favorece a espectadores mayores de 60 años. Es por ellos, los niños de la animación y los adolescentes de las sagas de superhéroes que están vivos los cines, comercialmente hablando. Los mayores son los menos “digitalizados” que aún siguen yendo a las salas ya que no tienen mucha idea de cómo bajar películas vía torrent. Y Hollywood tiene una tradición ya larga de exitosas películas de jubilados, como COCOON, DOS VIEJOS GRUÑONES, ANTES DE PARTIR, entre otras. No es una tradición caracterizada por los desafíos cinematográficos y ULTIMO VIAJE A LAS VEGAS, tan potencialmente exitosa aquí como lo fue en Estados Unidos, no tiene ninguna intención de quebrar esa tradición de mediocridad.
El que, a esta altura, te garantiza algo parecido a una tortura cinematográfica es el cineasta antes conocido como Alex de la Iglesia. Calculo que su paso por la Academia de Cine le habrá producido algún tipo de daño cerebral profundo porque de otra manera no se explica el bajón enorme de su carrera. Si bien ya hace rato que no hacía grandes películas (¿desde LA COMUNIDAD, que tampoco es la gran cosa?), con LA CHISPA DE LA VIDA llega a un nivel de berretada inesperado, porque la película está mal en cosas que uno da por sentado que el realizador puede hacer bien: cierto sentido del ritmo, actuaciones intensas. Acá ni siquiera está eso. El filme un tontera que quiere denunciar las miserias de las cadenas televisivas y de la gente que le entrega su vida a ellas y que termina explotando esas mismas miserias que supone denunciar. En este caso, todo empieza a partir de un accidente freak que le ocurre a un hombre sin trabajo en un lugar público que, parece, no sólo convoca a los medios de todo el mundo sino que hace que los diarios se editen a las 11 de la noche cuando la supuesta “gran noticia” está en pleno desarrollo. La odiosa película de los payasos era insoportable, pero al menos era personal y tenía sangre. Esta, ni eso, es tan calculada como el accidente del José Mota que protagoniza este esperpento… Y, por favor, ya no pongan más titulares de diarios con punto final en las películas. No existen, nadie lo hace, presten atención un segundo nada más. No es tan difícil…
Nunca fui fanático del cine de Seidl. Las películas que vi suyas tienden siempre a irritarme, a fastidiarme, me genera la sensación de ser alguien descarnado y cruel que somete a sus actores/personajes a situaciones de crueldad y exposición innecesarias, que los ridiculiza para nuestro perverso placer como espectadores, para que nos permitamos sentirnos superiores a esas decadentes criaturas. DOG DAYS me irritó al punto tal que estuve a punto de irme de la sala, si se quiere, a modo de protesta (algo que nunca hice en mi vida). IMPORT/EXPORT me pareció más lograda y compleja, dentro de un esquema relativamente similar. Por eso la sorpresa de PARADISE: LOVE, que empieza como un típico filme de Seidl (planos frontales y secos de gente patética o enferma o con problemas), pero luego va volviéndose más ambigua. Temáticamente es muy simple (mujer de 50 sola viaja a Africa en plan turismo sexual, pero allí se da cuenta que en realidad lo que busca es otra cosa), pero lo que Seidl hace esta vez es transmitir cierta empatía por este personaje, nos permite ponernos en su lugar y no tomarla como un chiste fácil para la satisfacción del espectador que jamás haría, supone, algo tan absurdo como irse de turista sexual a Africa. El filme es excesivamente largo y por momentos reiterativo, pero ya el hecho de que esté protagonizado por seres humanos le suma algunos puntos. Entre esta película y AMOUR, de Michael Haneke (también en competencia en Cannes), además de las obvias conexiones de sus respectivos títulos, habrá que pensar que algo raro está pasando en Austria. Tal vez todo lo humano no les sea tan lejano y puedan conectarse, aunque sea un poco, con el sufrimiento ajeno…
Vi esta película en el Festival de Cannes 2012 y, luego de tantas demoras y atrasos, pensé que ya no se estrenaría en la Argentina. Cuando la vi me pareció un poco anodina y no demasiado creativa, pero no me molestó (como le sucedió a muchos colegas) ni me pareció fascinante (como le pareció a unos pocos). A juzgar por el casi nulo resultado comercial que tuvo en todo el mundo, queda claro que esta versión de EN EL CAMINO no pasará a la historia. De cualquier modo, creo que la película tiene algunos puntos rescatables. Aquí, una versión extendida de la crítica que publiqué aquí mismo durante aquel Cannes de hace casi dos años. on-the-road“Es difícil cerrar opiniones sobre esta película. Muy pocos la consideraron una obra maestra, pero a algunos les gustó mucho. Los más estamos entre los que nos deja más dudas que certezas y los que, directamente, piensan que es mala o muy mala. Salles le imprime a la adaptación de la novela mítica de Jack Kerouac algo similar a lo que hizo con DIARIOS DE MOTOCICLETA. Su estilo es una suerte de “nuevo clasicismo” que toma de los aportes narrativos que hizo al cine mainstream la tradición francesa para lograr este ya no tan nuevo estilo de filmes -un poco como Y TU MAMA TAMBIEN, de Alfonso Cuarón- al que no puede acusarse de banal ni de simplista, pero que tampoco alcanza la crudeza necesaria, la voz personal, para transformarse en algo vivido, sentido, tocante. Se trata de una forma de filmar y narrar “cool”, “estilizada”, “moderna”, pero que también está como removida un paso de lo real, lo urgente y lo personal. Hay destreza y buen gusto, pero nunca parece haber del todo algo verdadero, como si el formato incluyera una distancia emocional insalvable. Porque, es cierto, Salles no escapa a mostrar las partes más duras de la novela, pero de la manera en la que lo hace esa fuerza se difumina, se desarma. Queda la cáscara, el gesto, y la ambición parece tapada por la necesidad de que sea entendida y aceptada por mucha gente. A camino de esos dos mundos -indie y mainstream- anda la película. on-the-road-riley-hedlundPara los que tomen a la novela como un quiebre revolucionario en la historia de la literatura, la película -que retiene buena parte de la historia- les dará esa sensación: que la película es una pasteurización de una gran obra. Para los que pensamos que, a esta altura, tanto el libro como la película forman parte del acervo reusable de la industria cultural, no nos producirá tanta molestia. Nos parecerá otro nuevo episodio en la campaña de conservación de un clásico moderno del canon literario ahora convertido en producto audiovisual de consumo masivo. No errores notables ni el guión, ni en la caracterización ni en las actuaciones. No hay nada que esté necesariamente mal en la película. Pero, a la vez, al verla uno jamás tiene la sensación de que está ante la presencia de un gigantesco monstruo literario. A Salles lo condena la corrección, la prolijidad y las buenas formas. Solo en las escenas en las que los personajes bailan enloquecidamente parece haber algo de la libertad creativa y formal que son esenciales para entender el libro y su éxito. El resto no está a la altura de las circunstancias y uno termina teniendo más ganas de ver el documental que el propio Salles hizo sobre la investigación para el rodaje de la película que la película en sí…”