En la actualidad hay un solo tipo que puede considerarse esencial y vital para el cine de terror, y es ni más ni menos que el realizador de esta película. De la cabeza de James Wan salió la última gran saga (sobre todo en términos económicos) que dio este género (“El Juego de Miedo”), la perversa y retorcida “Dead Silence” (2007) e “Insidious” (2011), otra de esas historias de terror que parece idónea para perpetuarse en el tiempo (de hecho, tiene su secuela, próxima a estrenarse), siendo esta además la única capaz de hacerle frente a “Actividad Paranormal” debido a su temática, pero superándola ampliamente en niveles de calidad. Pero como dije en las primeras líneas, James Wan es un tipo vital para el cine de terror en los tiempos que corren, y esto lo podemos disfrutar ahora y confirmar durante mucho tiempo, gracias a su último trabajo, el mejor de su filmografía por lejos, el cual también podría iniciar una saga de grandes niveles de calidad. Lo primero que hay que decir es que “El Conjuro” es una excelente película de terror que asusta dentro y fuera de la sala, no quedan dudas de eso y no recomendarles su visionado sería un grave error, ya que estamos frente a esos films que marcan un antes y después en los vaivenes del género. Mucho más en este, que es el terror, el cual siempre aprovecha modas y que seguramente beberá de todo las ideas que derramó Wan al contarnos de forma precisa, con la medida justa de todo lo que hace falta en esta clase de films (sustos, personajes interesantes, sorpresas, elementos originales y giros inesperados), una historia basada en hechos reales y bastantes perturbadores. Me atrevo a decir que Ed y Lorraine Warren (los personajes interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga) son para este género tan vitales como en su momento lo fueron para los amantes de lo fantástico los agentes Fox Mulder y Dana Scully (David Duchovny y Gillian Anderson) de la serie “Los Expedientes Secretos X”. Son personajes que, de ser explotados y aprovechados de forma correcta, pueden contar mil y un historias sin aburrir jamás. La diferencia, claro, es que los Warren pertenecen a la realidad y muchos de sus trabajos son más escalofriantes de los que podemos llegar a imaginar. Para confirmar eso basta navegar un poco en internet, leer algunos de los tantos libros que se escribieron sobre ellos (personalmente recomiendo “The Demonologist :The Extraordinary Career of Ed and Lorraine Warren“, de Gerald Daniel Brittle) o ver el arranque de “El Conjuro”, donde conocemos uno de sus trabajos más emblemáticos, como lo es el de “Anabelle”, una muñeca que quita el sueño desde el momento en que sabemos su oscuro secreto. El problema, para aquellos que no son muy fanáticos del terror, es que el “El Conjuro” no se propone asustar solamente con esta historia aterradora sino que el verdadero hilo de la trama pasa por otro caso de los Warren y es el de la familia Perron, en Rhode Island (EE.UU), el cual es una absoluta locura. Si decimos fantasmas, posesiones demoníacas, brujas, asesinatos y metemos encima al diablo en el miedo, todo dentro de una casa que ya de por si genera miedo, estamos hablando de un delicioso producto que hará sufrir a todos los que se animen a ver esta película. Y esto lo digo en serio: Sin importar cuán familiarizados estén con el género, todos la van a pasar mal con esta película. Repito, por si alguno todavía no lo entendió; lo que van a ver está basado en hechos reales, lo cual no es poca cosa. ¿Y por qué digo esto? Porque Wan nunca se pasa de la raya, nunca llega al absurdo, nunca es demasiado contundente y siempre logra quedar parado en el medio de lo que puede considerarse como realidad y ficción dentro del relato. Quedará en el espectador y en la opinión que obtenga una vez visto el film, si cree o no lo que le ofrece “El Conjuro”. Es cuestión personal creer en la veracidad de lo que a uno le cuentan. Aunque la balanza se inclina claramente hacia un solo lado al final de la película. Por eso “El Conjuro” es sin dudas su mejor trabajo. Acá el realizador aprovecha al máximo una historia verídica, pero también logra asustar de forma certera con algunos elementos que solo los grandes exponentes del género de terror ofrecen. Los títulos iniciales (que rinden un homenaje a “El Exorcista”, 1973), el metraje encontrado y antiguo (que recuerda y mucho a “La Masacre de Texas”, 1974), la fotografía (casi descolorida, amarga, angustiante y oscura, similar a “The Amityville Horror”, 1979) y la banda sonora compuesta por Joseph Bishara y Mark Isham, además de los efectos especiales correctísimos y cuidadísimos que hacen dudar hasta al más escéptico de todos. No es casualidad que la película tampoco tenga escenas sangrientas, y así y todo sea apta para mayores de 16 años. De hecho, casi no hay sangre en “El Conjuro”. James Wan no la necesita. Solo requiere de la historia correcta, los actores idóneos, el apartado técnico necesario y el tiempo justo para hacerte pasar uno de los mejores momentos dentro de una sala de cine este año, pese a que, se trata de una película de terror que te hará saltar de la butaca más de una vez y sentir incomodo durante toda su duración. En lo personal, estoy frente a una película que viene a desacomodar a mis dos favoritas de lo que va del año. Para cerrar, solo resta por decir que no dejen pasar la oportunidad de reflexionar sobre esa excelente alegoría con la que cierra “El Conjuro”, la cual tiene como centro a una cajita musical y un espejo. Cada uno ve lo que quiere ver, o simplemente no ve aquello que no quiere ver. El terror existe. Y otras cosas también.
Cuando una película se ocupa de reflejar toda una serie de acciones ilegales realizadas sistemáticamente a lo largo de años y años por un grupo de profesionales que bajo el amparo de instituciones gubernamentales tienen como único objetivo aplicar la “ley del talión” de forma paralela a un sistema donde rige la democracia, estamos hablando de algo mucho más que cine. Hablamos de una crítica social, una denuncia explicita sobre hechos concretos, sobre los cuales existe una sola duda (acerca de la veracidad de su desenlace) pero abundan las certezas (los modos de actuar y sus consecuencias). No resulta llamativo que al hablar de “La noche más oscura” aparezcan las voces críticas de aquellos que tienen sus dudas sobre la muerte de Bin Laden, como así también de esas personas que interpretan instantáneamente la aparición de soldados y fuerzas de inteligencia norteamericanas en una película como un mensaje a favor del accionar militar de aquel país. Si llama la atención, en cambio, que haya voces que basen su crítica negativa del film en pretextos tales como su extensa duración, la sobrevalorada actuación de su protagonista, su falta de acción y ritmo. Pareciera que tanto los primeros como los segundos parecen estar completamente mal ubicados a la hora de analizar una película tan compleja, tramposa y políticamente incorrecta que trata sobre temas muy calientes por su cercanía en el tiempo y por sus efectos que todavía siguen generando acontecimientos en la actualidad. “La hora más oscura” de Kathryn Bigelow es un notable trabajo por parte de la realizadora que deja en evidencia las mediocres y pasivas miradas que existen hoy en día, en todo el mundo, sobre la política militar de los Estados Unidos. Tan mediocres que todavía permiten que una de las potencias del mundo ejerza en un periodo de casi 10 años una cacería humana con un final tan previsible, que rompe además con todos los límites aceptados por organizaciones mundiales, y encima está financiada con dinero de personas que viven en una falsa ilusión de país modelo, igualitario y democrático. El merito de Bigelow es mostrarte la impunidad y normalidad con la que agentes de la CIA trabajaron en los últimos años para encontrar a una persona, utilizando no solo métodos inhumanos como la tortura, sino también siendo cómplices y responsables de crímenes, para posteriormente llevar adelante la organización sistemática, planificada y avalada por el presidente Barack Obama de un crimen justificado solamente por los deseos de venganza. Ahí también encuentro otro punto de discrepancia con aquellos que tildan a esta película como partidaria al actual presidente demócrata de los Estados Unidos, ya que la película en todo momento hace referencia a la importante participación que tuvo Obama en esta operación militar. Si bien el film se encarga de dejar en claro que el reflejo de su parte más polémica (la de las torturas y los crímenes) tiene lugar durante la presidencia de Bush, también es muy concreto al mostrarnos que durante la presidencia de Barack esta cacería humana cambió los modos de actuar pero la necesidad de cumplir sus objetivos seguían siendo las mismos, incluso con más presión política de por medio. Toda esta crítica, este crudo reflejo que muestra años y años de violencia y asesinatos en el exterior como una política de estado de los Estados Unidos, Bigelow lo acompaña con un apartado técnico notable, que al igual que en su anterior trabajo es merecedor de ser disfrutado en las mejores condiciones que pueda ofrecer la pantalla grande. Una actuación más que convincente de su protagonista Jessica Chanstain, quien sobre el final deja caer una pequeña cuota de humanidad que busca lograr el mismo impacto que el del protagonista de “The Hurt Locker”, más un ritmo constantemente en crecimiento de esta trama de suspenso que nos deposita en una media hora final soberbia y técnicamente apabullante, hacen a “La noche más oscura” una de las grandes producciones de este año. Kathryn Bigelow demuestra, nuevamente, que es la voz independiente más incendiaria que existe en el cine moderno.
Hay que aclarar el significado en terrenos cinematográficos de dos términos a la hora de hablar de esta producción: en primer lugar “original” hace referencia a mostrarnos un aspecto poco conocido o novedoso sobre algo que ya hemos visto, mientras que en segundo lugar “inteligente” suele utilizarse para hablar de aquellas producciones que exigen cierta voluntad por parte del público para tratar de seguir la línea de lo que se propone, lo que se cuenta. Original e inteligente son dos adjetivos que le quedan perfecto a “The Cabin In The Woods” de Drew Goddard (guionista de ese hit llamado “Cloverfield”), escrita por el cada vez más reconocido Joss Whedon (director de “Los Vengadores” y creador de la serie “Buffy”) y protagonizada por un variado y extenso reparto que va desde Richard Jenkins, Bradley Whitford y Sigourney Weaver hasta Chris Hemsworth, Anna Hutchison y Kristen Conolly. Lo de original encaja de forma idónea debido a que el film de Goddard tiene como protagonistas a un grupo de jóvenes que deciden pasar un fin de semana en una cabaña en medio de la nada, pero desde el prologo del relato, con la introducción de los dos mejores personajes del film (interpretados por Jenkins y Whitford), empezamos a sospechar que no todo es lo que parece y que los giros y revelaciones en la historia estarán a la orden del día. Ahí viene lo de inteligente, porque Whedon como guionista se saca de la manga una historia que te mantiene expectante y desorientado desde el minuto cero hasta su último plano, algo que no suele pasar muy a menudo en el cine, ya sea de terror o de cualquier otro género. El guión de “The Cabin In The Woods” demanda atención absoluta, pero no de esa que es necesaria para entender el relato, sino de aquella que a uno lo entretiene como espectador y es la que consiste en tratar de adelantarse a lo que puede llegar a suceder en el relato. Difícilmente alguien logre ese objetivo, ya que “La Cabaña del Terror” en ese sentido es como una montaña rusa en donde los giros y las formas pueden estar a la vista de todos antes de subirse al recorrido, pero las situaciones inesperadas y las sorpresas te agarran una vez que ya están arriba y te toman completamente desprevenido. Repito (y ahora sí, adentrándome solo en el terreno del cine de terror), pocas veces este género ofreció películas que logren enganchar al espectador hasta el final para que este pueda conocer realmente que es lo que está pasando en el film. No piensen en finales como los de “El Juego del Miedo” (James Wan, 2004) o “Scream” (Wes Craven, 1996), en donde conocemos a quién está detrás de esto. No me refiero a eso precisamente. Lo que realmente ofrece “The Cabin in the Woods” de Goddard es un desenlace donde uno entiende él quien, el cómo, el por qué y el para qué de todo aquello que viene relatando a través de tres actos bastantes particulares. El primero de estos actos es la introducción en toda regla de los personajes, algunos más desarrollados que otros. El segundo es la puesta en marcha de todo un juego bastante original de slasher, con tintes de humor negro y guiños muy ácidos al género de terror en sí mismo, mientras que el acto final puede considerarse casi un relato aparte que, si bien depende de los dos anteriores, tiene consistencia suficiente como para ser autónomo y el más fuerte de todo el film. Lo entretenido al principio, lo inesperado y sorprendente en el medio y el machacazo al final es la fórmula perfecta que encontraron Whedon y Goddard para conceder una película que está a años luz de cualquier otra clase de film de terror que se jacte de ser inteligente y original. “The Cabin in The Woods” es, sin dudas, una película muy personal y particular que con el correr de los años seguramente se convierta en la única de su especie. Esperemos que no sea la última muestra, el espécimen en peligro de extinción, de lo que se puede lograr cuando realmente se trabaja con ganas y talento delante y detrás de las cámaras a la hora de hacer cine. Ganas que se expresan notablemente por lo rebuscado, divertido y dinámico que es el guión (firmado por Whedon), el cual no solamente le pinta la cara a toda una generación de películas del género, sino que además se burla de ellas. Talento que se denota detrás y delante de las cámaras (todo merito de Goddard), ya sea por su correctísima dirección, su acertadísimo elenco, su impecable factura técnica y su pulso para ofrecer al espectador, en medidas exactamente justas, algo que no esperaba bajo ningún punto de vista pero que de todas forma termina comprando. Párrafo aparte quiero dedicarle al soberbio trabajo de David Julyan, compositor que trabajó con Christopher Nolan en “Memento”, “Noches Blancas” y “El Gran Truco”, quien ofrece aquí un trabajo tremendo, dando otro ejemplo más de la seriedad con la que se abarcó el proyecto en todo sentido. No encuentro otra forma de cerrar esta opinión que no sea remarcando el gran trabajo que se sacó de la cabeza la dupla Goddard & Whedon para concebir un film como “La Cabaña del terror” que es de visión obligada para aquellos que buscan en el género de terror una muestra de que inteligencia y originalidad como hacía años no veíamos. Sin dudas una de mis favoritas de este 2013.
El cine siempre debe correr riesgos. Estirar un poco más los límites de lo permitido, trabajar sobre temas que no son moneda frecuente dentro y fuera de él y hacerlo de forma poco convencional para demostrar que es un arte, y como tal, debe ser apreciado, aprehendido y sometido a análisis por parte de aquel que lo ve. Los hermanos Wachowski hicieron una carrera teniendo en cuenta lo anterior tal como lo demuestra la saga “The Matrix”, uno de los hitos generacionales más importantes de las ultimas 2 décadas que difícilmente pueda ser alcanzado y superado, dentro de un tiempo, por alguna otra producción. Ellos saben que el poderío visual, la música imponente y emotiva y los actores reconocidos son meros accesorios que utilizan como carnada para arrastrar al espectador a la sala y, una vez que lo tienen allí dentro, pueden bombardearlos con ideas que tienen la clara intención de hacerlos reflexionar sobre algo que no tenían en mente. Con “Cloud Atlas: La red invisible” el objetivo que logran es que uno tome conciencia del peso de nuestra existencia en este mundo y como aquello que hagamos de nuestras vidas repercutirá para siempre en la historia de otras personas, alcanzando limites impensados, inspirando actos heroicos y volviendo a iniciar el circulo de la trascendencia una y otra vez. Infinitamente. Por siempre. Ayudados por Tom Tykwer (“Corre Lola, corre”, “Perfume”), los Wachowski emergieron vivos de semejante desafío, que consiste en contar dentro de una misma película 6 historias, con suficientemente peso para ser completamente independientes, y entrelazarlas entre sí a través de una serie de concepciones filosóficas y religiosas como la causalidad, reencarnación y el eterno retorno, aunque estas dos últimas sean diametralmente opuestas. Por si no fuera suficientemente riesgoso llevar adelante tal producción, los tres directores optaron por contar estas historias con los mismos actores de un inmenso elenco compuesto por Tom Hanks, Halle Berry, Susan Sarandon, Hugh Grant, Hugo Weaving, Jim Sturgess, Doona Bae, Ben Wishaw, Jim Broadbent y James D’Arcy, ofreciéndonos por lo tanto una factura técnica descomunal en materia de maquillaje y vestuario. Una de las más grandes que hayamos visto en el cine en el último tiempo. Del mismo modo la música de “Cloud Atlas”, compuesta por el trio Reinhold Heil, Johnny Klimek y Tom Twyker, juega un rol clave y fundamental para mantener en pie semejante estructura colosal de narración, la cual demanda constantemente de recursos del séptimo arte que le permitan transmitir de forma intrínseca emoción genuina. La fotografía (Frank Griebe y John Troll alternando paletas de colores constantemente), los efectos visuales, el montaje y la edición también son pilares que logran hundir al espectador en este agitado mar de ideas sobre la existencia, el destino y la vida humana que deja clara huellas en las arenas cinematográficas como nunca antes habíamos visto. Quizás esa grandilocuencia, no de lo técnico que se encuentra altamente a la altura de las circunstancias, sino desde la historia y el guión en la que esta se encuentra plasmada le provoca ciertas dificultades a la hora de mantener el ritmo necesario para mantener entretenido al espectador durante los casi 180 minutos que dura semejante epopeya. Sin embargo no hay que confundir esto último con la calidad de esta película, que pese a su extensa duración y los entendibles quiebres en su ritmo, se consolida plenamente como un ejercicio cinematográfico que se disfruta en su totalidad sin soltar al espectador en ningún momento durante la travesía humana y emotiva que recorre “Cloud Atlas”. La red invisible existe y es aquella que te mantendrá atrapado a esta película de principio a fin, impulsándote a superar un desafío del séptimo arte como nunca antes habías visto.
Woody Allen es un director con muchísimo peso propio dentro de la industria del cine moderno, siendo quizás uno de los pocos realizadores a los que la palabra “cine de autor” le calza perfecto. Obviamente al ser un artista que se embarca en un nuevo proyecto cinematográfico todos los años (de forma religiosa desde 1982, siendo su primer largometraje del año 1969) y un personaje más que interesante también delante de las cámaras, Allen despierta pasiones y emociones que se manifiestan de mil formas en el público y la crítica. Personalmente soy de los que piensan que si tuviéramos que graficar la calidad de los proyectos de los últimos años en la carrera del realizador neoyorquino el resultado se asemejaría bastante al electrocardiograma de un hipertenso. Es decir, Allen en los últimos años se encargó él solito de borrar con los codos lo que escribió con sus propias manos, dejando un sabor semi-amargo en todos los consumidores (frecuentes, momentáneos, devotos y debutantes) de sus películas. Por un lado ese panorama es obvio, ya que como dije más arriba, un tipo que todos los años emprende la difícil tarea de escribir un guión y filmarlo puede caer en el más previsible de los errores que presenta ese escenario: la repetición. Por otro lado tampoco dicha situación actual no parece tan grave debido a que, paradójicamente, luego de una extensa carrera dentro del cine (algunos arriesgados hablaban incluso de que la misma estaba cerca de fin) el éxito, tanto económico como por parte de la crítica acompañado del reconocimiento de diferentes círculos y grupos del cine, por primera vez van firmes de la mano a las películas del inoxidable Woody. Dentro de ese marco es donde aparece “Blue Jasmine”, su nuevo trabajo que viene a levantar los niveles de calidad que se desparramaron por el piso gracias a “A Roma con Amor” y que lamentablemente no pudieron seguir la línea de “Medianoche en París”, film con el que Allen volvió a levantar un Oscar y gracias al cual logró un record personal en la apertura de taquilla norteamericana. Y precisamente porque la carrera de Allen en los últimos años parece un subibaja, “Blue Jasmine” irrumpió este año en los cines de Estados Unidos arrebatándole ese lugar a “Midnight in Paris” posicionándose así como el mayor éxito de apertura de taquilla en el país de donde el bueno de Woody no debería salir muy seguido. Retratando con lentes hermosos San Francisco y algunas partes de Nueva York (de la mano de Javier Aguirresarobe, con quien ya había trabajado en “Vicky Cristina Barcelona”) Allen se mete de lleno en un guión bastante aceitado, dinámico y con ritmo sobre la vida de una snob con problemas psiquiátricos que pierde todo su status social de forma inesperada y decide irse a vivir con su hermanastra para tratar de reconstruir su vida, la cual es desprolija desde mucho antes del incidente. En esa pequeña sinopsis de “Blue Jasmine” encontramos varias pistas para hablar de los pilares que sostienen este trabajo, entre ellas los personajes creados por Allen que desataron las grandes actuaciones de Cate Blanchett (Jasmine, el personaje central), Sally Hawkins (la hermanastra, Ginger) y Alec Baldwin (Hal, el ex-marido de Jasmine). Sin lugar a dudas, lo de Blanchett es un trabajo descomunal, de esos que pagan por completo la entrada del cine. Va mucho más allá de lo que supieron ofrecer las últimas actrices con las que Woody trabajo en sus anteriores proyectos de este último tiempo y difícilmente el realizador pueda dar vuelta la hoja de un nuevo guion sin pensar en esta actriz como protagonista. Pasó y seguramente volverá a pasar que, actrices de talento irregular, se luzcan con los guiones escritos por Allen, pero ojalá que el panorama de aquí en los próximos años sea el mismo que el de “Blue Jasmine” donde una gran actriz tenga entre sus manos un gran guión que le permita construir un personaje maravilloso. Jasmine cumple ese rol dentro del film, porque atrae desde el minuto cero debido a su personalidad avasallante, pero al mismo tiempo solitaria y necesitada de ayuda para salir de una crisis personal gravísima. Por si fuera poco, “Blue Jasmine” es por lejos la película que mejor retrata esa belleza característica que tiene Blanchett y que algunos se animan a discutir. Luego se acomodan en el podio Sally Hawkins (a quien el próximo año veremos en “Godzilla” de Gareth Edwards) quien como la hermana de Jasmine ofrece algunos momentos realmente brillantes, ácidos y bastante polémicos como para discutir a la salida del cine. El personaje de Alec Baldwin es quien completa el combo, aunque poco se puede hablar de él sin desmenuzar la trama y una de las características más importantes que esta presenta: el ritmo y el misterio. Porque en definitiva “Blue Jasmine” es un gran trabajo de Allen en materia de guiones aceitados que te mantienen pegado a la butaca hasta el final, acompañado siempre de risas y situaciones incomodas, algo que el realizador no había podido lograr últimamente. Quizás por eso la única falla que tiene esta producción es que, una vez que conoces todas las razones que desencadenan esta historia, Allen se toma un par de minutos más para cerrar la historia y le quita ese ritmo perfecto que la caracterizaba. De cualquier forma, frente a un año que ofrece espectáculos cinematográficos impresionantes gracias a un gran presupuesto y guiones con firmas multiples, “Blue Jasmine” es la muestra de que el buen cine se construye en base a tres elementos fundamentales que muchas veces se dejan de lado. Una gran película necesita de un muy buen guión, una ágil dirección y una fuerte interpretación. La última producción de nuestro amigo Allen cumple con esa regla antigua e inoxidable, como la pasión del realizador por el cine de la vieja escuela.
Alejado de las temáticas que supieron traerle el reconocimiento que un artista de su talla se merecía, finalmente Danny Boyle, uno de los directores más talentosos para contar historias de superación humana y convertirlas en agradables para la vista y los oídos de los cinéfilos, está de regreso. Más allá del Oscar, el resto de las nominaciones que recibió por “Slumdog Millonaire” (2008) y “127 Horas” (2010) y de haber dirigido la apertura de los últimos juegos olímpicos, el cine extrañaba este Danny, el que es capaz de atornillarte a la butaca con una historia madura (independientemente del género al cual pertenezca) que pone el eje en la naturaleza humana y lo que esta permite hacer a sus protagonistas. Desde “Trainspotting” (1996), “La Playa” (2000), “Exterminio” (2002), “Millones” (2004), “Sunshine: Alerta Solar” (2007) y hasta los anteriormente mencionados, todos los trabajos de Boyle hablan de lo mismo y en el mismo idioma: Personajes que deben superar un momento crítico en sus vidas, sin la ayuda de ninguna otra cosa que no sea la voluntad por seguir adelante y sortear ese obstáculo. Basado en un guión de John Hodge (con quien ya había trabajado en “Trainspotting”) “En Trance” significa el regreso al Boyle sucio, aquel que no tiene miedo de ensuciarse las manos con tal de sumergir al espectador en un espiral de idas y vueltas del cual es difícil salir siempre bien parado. Y por si fuera poco estamos frente al primer thriller de su carrera, un film noir en toda regla que ofrece todo aquello a lo que Boyle nos tiene ya acostumbrados pero en dosis muy grandes y gratificantes. Comenzando el relato con una impresionante secuencia que retrata el robo de una pintura en plena subasta, la historia empieza a seguir los pasos de Simon (perfecto James McAvoy) quien tiene la responsabilidad de proteger la obra de arte, pero a su vez también forma parte del grupo que perpetra el robo liderado por Franck (el grandioso Vincent Cassel) por lo que todo termina en una serie de violentos acontecimientos que dejan a Simon en estado inconsciente. Al despertar del coma, el paradero de la obra sigue siendo todo un misterio, por lo que el grupo de criminales decide pedir ayuda a una respetada hipnoterapeuta (la terriblemente hermosa Rosario Dawson) para resolver el misterio y hacerse de una vez por todas con el botín, sin tener en cuenta los riesgos que desatará en sus protagonistas saber todos los secretos que esconden en su inconsciente. Con un avasallante ritmo que no da respiro ni un segundo, una fotografía suprema de Anthony Don Mantle (ganador del Oscar por su trabajo en “Slumdog Millonaire”) y una excelsa y revitalizante banda sonora compuesta por Rick Smith, pero que además cuenta con el siempre importante aporte de Moby (en uno de los momentos más logrados y perfectos del film), “En Trance” es de esas producciones que de tan vertiginosa y dinámica que es te pasa factura si pestañeas un segundo de más. Párrafo aparte para dos aspectos fundamentales que terminan de convertir al último trabajo de Boyle en una de las mejores películas de este año, que son las actuaciones y la edición del film. Las grandiosas actuaciones de McAvoy, Cassel y Dawson son vitales ya que Boyle intercambia el protagonismo central entre estas tres figuras, corriendo la mirada constantemente para que el espectador nunca pueda anticiparse quien es verdaderamente el eje absoluto de la historia. Un misterio que se resuelve en su tercer acto, donde Boyle hace gala de su impresionante capacidad técnica, apoyándose también en la edición de John Harris, para montar unos minutos finales hipnotizantes y frenéticamente adictivos. Sin dudas “En Trance” es un excelso trabajo de Boyle dentro de su filmografía, que si bien podemos considerar como un regreso, es la muestra más clara de que Danny nunca se fue.
Cuando Ben Stiller estrenaba allá por el 2008 esa excelente comedia titulada “Tropic Thunder” además de regalarnos un producto que era garantía de risas y carcajadas nos estaba ofreciendo un retrato perfecto de lo cruda y absurda que puede ser la industria cinematográfica hollywoodense. Trabajando sobre un guión (también basado en un libro) un realizador novato tenía que filmar una superproducción con un grupo de estrellas, un abultado presupuesto y soportando la presión no solo del creador de la historia sino también de los ambiciosos productores. El resultado era desastroso y al final la verdadera película que salía de semejante producción era un documental que retrataba las idas y vueltas de intentar filmar esa hazaña. Yo creo fervientemente que si dentro de unos años se filmara un documental sobre como se hizo “Guerra Mundial Z” de Marc Forster estaríamos en presencia de un producto mucho más interesante, profundo y reflexivo que la película en sí misma. Sin embargo hay que remitirse a los hechos, que paradójicamente ofrecen dos realidades y una sola verdad: Ni esta adaptación es la mejor que puede hacerse con el gran material escrito por Max Brooks, ni tampoco es el peor de los desastres cinematográficos de los últimos tiempos que nos vendía la prensa desde hace un tiempo sino que, al contrario, es una película decente que cumple su prometido de entretener al público de principio a fin. Partiendo de la base de que la película se trata de una de las primeras superproducciones cinematográficas que se realizan con zombies y que por esa razón contó con un presupuesto cercano a los 200 millones de dólares y de un elenco encabezado por Brad Pitt, “Guerra Mundial Z” cumple todos los requisitos necesarios para convertirse en un blockbuster cuyo único objetivo es convertir sus dos horas de duración en una montaña rusa casi apta para todo público. Con un ritmo frenético, grandes efectos especiales, correcta banda sonora (Marco Beltrami y Muse) y un guión dinámico que esquiva los conflictos interesantes y se centra exclusivamente en la acción, “Guerra Mundial Z” es entretenimiento garantizado a costa de remplazar algunos de los aspectos más característicos del cine zombie clásico (el gore, el drama, la desolación y la desesperación ante el inminente fin del mundo) por otros más pochocleros y familiares. Desde el minuto uno de esta película, pese a unos títulos que intentan sembrar el caos y el desorden a través de imágenes de desastres naturales (musicalizados por Muse), sabemos que Gerry Lane (un sólido y solitario Brad Pitt) hará lo imposible por detener el holocausto de los muertos vivos que amenaza a su familia. Aunque eso signifique recorrer todo el mundo buscando la forma idónea de solucionar el problema. Es decir que quizás los fanáticos más fervientes de estos personajes se encuentren con una de las pocas películas de este subgénero que tiene un fuerte mensaje de “esperanza” y deja de lado la negatividad del asunto, como así también su cara más violenta y políticamente incorrecta. Si hay algo que también se puede rescatar del trabajo de Forster es que pese a sus toneladas de acción y escenas aéreas espectaculares que te sumergen en el caos, la cámara siempre sigue a los personajes que buscan una salida concreta y solida al extraño brote del virus que resucita a los muertos y no aquellos que caen en la resignación o en las salidas fáciles basadas en el uso de la violencia. Entre los primeros está el personaje interpretado por Pitt, que a medida que avanza el metraje se consolida no solo como el tipo con más suerte del mundo, sino también como el único que realmente toma conciencia de que lo que está sucediendo es solo una cara de una situación que puede volverse cada vez peor. Por eso está dispuesto a superar un sinfín de obstáculos que a más de uno dejarían al borde del infarto y finalizar su epopeya con uno de los chivos más evidentes que dio el cine comercial en los últimos años. En definitiva, “Guerra Mundial Z” es una entretenida y decente película de zombies, que adapta el subgénero a un mercado más amplio y numeroso, sin dejar de ser un producto en donde la atracción principal pasa por el vértigo, la adrenalina y terror que nos trasmite ver reflejada la cercanía del fin de los tiempos.
"Como niños" Resulta difícil escribir sobre una película cuando hay mucha emoción, entusiasmo y alegría por parte de quien redacta. Ahora bien, es doblemente difícil escribir sobre un film cuando esos sentimientos brotan por los poros de todos aquellos que ya vieron el film o incluso de aquellos que todavía no, pero que de todas formas, sienten estas sensaciones por otras razones. El que reseña o critica siempre tiene que tener claro que lo escribe es su propia visión, su propio argumento, su opinión subjetiva sobre un film lo que transmite, pero así y todo, debe hacerlo con el fin de tratar de convencer a quien lo lee de que tal película es de la calidad que él propone. El receptor no es estúpido, ni tonto, ni lento, ni perezoso. Puede confiar o no en dichas palabras. Puede coincidir con ellas. Mucho, poco o nada. Y lo que es más importante; El receptor tiene convicciones, valores y una opinión formada que muchas veces ni se siente tocada por lo que dicen otros, sea cual sea el aprecio que les tenga, sobre determinados films. Por eso es difícil, como dije al principio, hablar de estas producciones que generan estos sentimientos, ya que por más que el redactor quiera y lo intente, hay alguien a quien se dirige, alguien en quien piensa cuando escribe: el espectador/receptor. “Metegol” de J.J. Campanella es sin dudas esa clase de películas que despiertan pasiones difíciles de explicar. En realidad, desde un tiempo hasta acá (quizás desde “El Hijo de la Novia”), las películas de Campanella tienen ese efecto, obviamente potenciado luego del destino que corrió “El Secreto de sus Ojos” (2010). Y ahí es donde me quiero parar para arrancar. “Metegol” tiene la mala suerte (por llamarla de alguna forma) de ser la película que viene después de un éxito y suceso que todavía mucho disfrutamos. Y no hablo del Oscar en sí, hablo de la película, la cual hasta el día de hoy podemos seguir viendo y disfrutando sin dejar de lado la magia y las emociones que nos suscita esa historia. “Metegol” es lo que viene después del éxito, pero también mucho más. “Metegol” es la búsqueda de la confirmación de ese éxito, es la ambición de llegar mucho más lejos por parte de su realizador y es además la innovación y revolución por parte de un equipo de trabajo dentro de un género cinematográfico que tiene escasos antecedentes en nuestro país. Todo eso es una carga muy grande con la que entra a la sala, sea cual sea el rol que cumpla, el espectador. Y lamentablemente le juega en contra, ya que estamos ante una muy buena producción, que técnicamente brilla por todos lados, pero que en los papeles no termina de consolidarse como el film que apuesta ser: Un film para grandes y chicos en igual proporciones, tratando de convencer a ambos grupos de espectadores y no quedando en falta con ninguno. Lamentablemente “Metegol” no logra ese objetivo y falla, ofreciendo momentos que una parte de la audiencia disfrutará más que la otra e incluso el guión presenta giros que suelen ser más fáciles de resolver para solo una de estas partes. A su favor tiene, como dije anteriormente, un apartado técnico brillante en el cual la historia se puede apoyar durante todo el transcurso del film, incluso en esos momentos donde hace agua. El ejemplo perfecto de esto es el partido final. Combina y alterna el humor, la seriedad, el drama y el suspenso tantas veces que uno termina por sentirse descolocado, pero no por eso menos asombrado por las imponentes imágenes y la genial musicalización de Emilio Kauderer. Sin embargo hay muchos más aciertos que errores en este film, no quedan dudas. La primera parte, donde conocemos la historia de Amadeo, su vida, su pueblo y que culmina con la aparición de los verdaderos héroes y personajes de la película (el capi, el beto, el loco y el liso), es sin lugar la mayor muestra de que Campanella y Sacheri (guionista del film) lograron combinar en dosis justas las medidas de entretenimiento para grandes y chicos, sin subestimar a uno ni a otros. Durante el segundo acto la película se pierde bastante y gran parte de esto es porque el protagonismo lo empieza a tomar el villano absurdo que propone el film y por la tardía aparición del segundo conflicto que deben resolver los protagonistas (el primero se soluciona muy rápido), el cual además no parece estar tan justificado como su antecesor, pero que así y todo, conlleva a ese final estruendoso, pero también flojo. “Metegol” ofrece un ejemplo, bastante raro, de la utilización de los personajes para llegar al público. Uno como adulto sale de la película habiendo disfrutado más de los que, a priori, eran los personajes para los chicos (los muñequitos del metegol) y los más chicos por su parte, debido al final del film, terminan teniendo más empatía por los protagonistas humanos (Amadeo y su pueblo). ¿Esto está mal? No creo. Seguramente la magia que suele transmitirnos Campanella activó en nosotros el niño interior del que todos hablan. Lo que está mal es que nos deje con ganas de más de eso y no tanto de lo otro. Pero ahora bien, si es un film para chicos, y estos disfrutan de los otros protagonistas, ¿Quiénes somos nosotros para pedir otra cosa? Tendremos que conformarnos con los guiños hacia “2001: Odisea al Espacio” de Stanley Kubrick y “Apocalypse Now” de Francis Ford Coppola. O con los chistes del Loco, los debates del Capi y sus muchachos y las palabras que desliza hacia el final el personaje de Amadeo. Los más chicos, en cambio, tendrán en “Metegol” sus razones (y varias) para disfrutar un buen momento en el cine, con sello, tonada y calidad local. La clave para disfrutar “Metegol” está en sacarse las expectativas de encima, en saber que no todo puede ser perfecto (ni mucho menos tan rápido y a pasos agigantados) y en elegir si vemos la película como niños o como adultos. Si tratamos de hacerlo desde los dos lados, dudo que se disfrute más. Si lo hacemos solo desde uno (sea cual sea), el resultado, es más que aceptable.
No es que me haga el erudito, pero voy a utilizar la metáfora del ronin (el samurái sin amo, por ende, sin destino ni rumbo) para hablar del personaje de Wolverine (interpretado siempre por Hugh Jackman) dentro del cine. Wolverine es, sin lugar a dudas, un samurái sin amo. En las dos primeras películas de los X-Men, las que dirigió Singer en el 2000 y 2003 respectivamente, el personaje de Hugh Jackman sin lugar a dudas era el más llamativo, el más trabajado, el que más tenia para contar y por ende el más necesario para narrar las dos mejores películas que se hicieron con estos personajes creados por Stan Lee y Jack Kirby para Marvel. Luego vino la tercera (y para muchos fatídica) entrega dirigida por Brett Ratner en el año 2006, donde Logan/Wolverine se consolidaba como el eje de todo ese universo, ya que cambiaba el rumbo del mismo con una medida drástica: asesinaba a su amor imposible, Jean Grey (interpretada por Famke Janssen) quien se había convertido en la mutante más poderosa y peligrosa del mundo, para luego perderse así en un exilio en busca de su paz interior. Aquella película, en donde lo último que veíamos de Wolverine es que este huía hacia Canadá, era el final de una saga que, de haber sido trabajada mucho mejor, podría seguir rindiendo frutos hasta el día de hoy. Sin embargo el destino fue otro, y lo que decidió la Fox para seguir explotando los beneficios de estos personajes en el cine fue hacer dos precuelas: en la primera de ellas contaron el origen de Wolverine (X-Men Origenes: Wolverine, Gavin Hood, 2009) y en la segunda narraron el origen del resto de los mutantes (X-Men Primera Generación, Matthew Vaughn, 2011). Si bien la película de Gavin Hood no me parece un completo desastre como muchos la tildan (pese a ofrecer cambios argumentales bastante difíciles de entender) y la de Matthew Vaughnn no me parece la obra maestra que muchos defienden con uñas y dientes, ambas me resultaron un entretenido y claro intento por parte del estudio para tratar de llamar nuevamente la atención del público hacia estos personajes que se habían visto completamente desdibujados con la película del 2006. ¿Lo lograron? Económicamente sí. ¿Argumentalmente? Con la ayuda de remontarse al pasado, y borrar con el codo lo que escribieron con la mano, también. Pero así y todo faltaba algo. Y era ni más ni menos esta película. La que se dedica básicamente a contar lo que todos queríamos saber: ¿Qué pasó con el mutante más importante de todos luego de haberse exiliado para tratar de olvidar su dolor? Ahí es donde radica el mayor acierto del director James Mangold y los guionistas (Marck Bomback y Scott Frank) de “Wolverine Inmortal”: Se preocuparon por contarnos que fue de este personaje luego haber asesinado a su gran amor y haber abandonado al resto de los suyos. Esta película es una secuela directa de “X-Men: La Batalla final” de Brett Ratner (2006). No quedan dudas. Wolverine esta devastado, su vida parece no tener sentido y es una especie de homeless, que por esas cosas del destino, deberá volver a un lugar del pasado (relacionado íntegramente con el film de Gavin Hood) y verse cara a cara con alguien que necesita de su ayuda y de sus dones para cumplir varios objetivos. Algunos, por supuesto, no tan buenos. Pero como dije al principio, Wolverine es un ronin, incluso dentro de este film, ya que es un guerrero sin amo, sin objetivos ni esperanza de encontrar una nueva razón para vivir, con la decisión voluntaria de dejar su pasado atrás y tratar de pasar el resto de sus días sin usar sus poderes ni dar a conocer su maldición, para pasar desapercibido. Tarea difícil de cumplir, sobre todo cuando se pongan delante de él ninjas, yakuzas y un par de villanos más que pondrán en su camino las piedras que debe sortear todo guerrero para ponerse de pie nuevamente y encontrar sus nuevos objetivos, su nuevo rumbo, dentro de su destino. Hasta el mismísimo concepto de la muerte (recordemos que Wolverine es inmortal) será uno de los enemigos que tendrá que sortear nuestro mutante para erigirse como el héroe que realmente es. Todos estos elementos conforman un combo de acción y drama en medidas justas que sirve para que pasemos un agradable momento en el cine y logremos de una vez por todas cerrar de forma coherente parte de la historia de uno de los personajes más entretenidos y oscuros que tiene el cine gracias al mundo de los cómics. Solo Wolverine puede ofrecerte una pelea arriba (literalmente) de un tren bala frente a un grupo de mafiosos y a los dos segundos hacerte un nudo en la garganta a través de un ejemplo de que todos, en algún momento de la vida, necesitamos de la ayuda de alguien más, aunque seamos inmortales, para solucionar algo. La escena de Nagasaki y la llegada de nuestro guerrero al templo donde se desenvuelve el final del film son dos ejemplos más de lo grandioso, complejo y gris que es este personaje que, a simple vista, parece ser una bestia peluda. Como dije al principio, Wolverine es dentro y fuera de esta película un ronin. James Mangold no logró la mejor película con esta figura, pero sin embargo hizo un trabajo más que digno. Hizo lo suficiente para devolverle ese tono oscuro, serio, dramático y solitario al personaje, algo que seguramente se disfrutara mejor cuando tengamos el corte del director en nuestras manos (lo aclaró el mismo realizador hace unos días) y obviamente cuando Wolverine se una, nuevamente, con su grupo de mutantes. Eso es lo que promete el final de este film (atentos con la pobre, pero interesante al fin, escena post-créditos): un regreso en toda regla del universo X-Men por parte de quien supo darle vida dentro del cine. Ese es Brian Synger. Ese es el amo de nuestro querido Wolverine.
"Grande Abrams, muy grande" Una de las cosas que se aprenden con el paso del tiempo es que todo cambia, todo se adapta y todo se renueva para llegar a nuevos públicos y audiencias en materia de entretenimiento. Son muy pocas las veces que estamos frentes a productos completamente nuevos y originales. Podríamos contar con los dedos (y nos costaría mucho) las veces que el séptimo arte en los últimos años nos ofreció algo de lo anteriormente mencionado. Libros, cómics, series de televisión, videojuegos y hasta juegos de mesa, han sido las fuentes de las que se nutrió la industria de cine más grande e importante del mundo para entretener a las más recientes generaciones. Dentro de esa colososal y monstruosa estructura, podrá haber (como lo ejemplifican los hechos) falta de ideas a la hora de concebir proyectos, pero lo que si hay es talento. Poco, pero lo hay. Y J.J. Abrams es un ejemplo de ello, debido a lo que aportó tanto a la televisión (siendo “Lost” su mayor éxito, además de haber producido un par de series más) y al cine (desde un lavado de cara a la saga de “Misión Imposible” y la más que nostálgica y emotiva “Super 8”). Pero también es un referente de lo que mencionábamos al principio, del ciclo de lavados de cara, relanzamientos y remakes de viejas ideas para un público dispuesto a consumirlas, pero de otras formas. Los tiempos del cine cambiaron con el mismísimo paso del tiempo (valga la redundancia) y todo conlleva a otra conclusión mucho más cierta y acertada dentro de la industria: el que no corre, vuela. Abrams y su trabajo detrás de la saga cinematográfica de “Star Trek” revitalizada en el 2009 son la muestra perfecta. Y esta segunda entrega viene a dejar bien en claro cómo es que se deberían hacer las cosas en Hollywood si realmente se decide seguir con este sistema de reinventar clásicos. Lo primero que hay que decir de “Star Trek: En la Oscuridad” es que es una secuela directa, inherente a su predecesora, pese a ser al mismo tiempo, una película de aventuras que se disfruta de gran forma sin haber visto el inicio de las aventuras de esto personajes. Por un lado van a estar aquellos que, al igual que quien les escribe, saben dónde poner el ojo en esta nueva producción con los integrantes de la flota del USS Enterprise, ya sea porque simpatizaron con la historia desde antes del desembarco de Abrams, o porque este ultimo les generó empatía hacia los personajes. Es decir: en la tensa, divertida y por momentos muy emotiva relación de amistad/odio entre Kirk (Chris Pine) y Spock (Zachary Quinto), en el triangulo que forman estos dos con Uhura (Zoe Saldana) y, por supuesto, en el gran villano de turno interpretado por Benedict Cumberbatch, el cual se hace llamar John Harrison, pero todos sabemos bien de quien se trata realmente. Un enorme acierto de los guionistas Alex Kurtzman, Roberto Orci y Damen Lindelof es introducir nuevamente al villano más importante que tiene esta saga y que sin dudas, de salir todo como lo tienen esperado los productores y responsables de este film, será clave en las próximas entregas cinematográficas de “Star Trek”. Pero por otro lado también estarán aquellos que ingresen a la sala teniendo poca o ninguna noción de los personajes y la historia en sí, y que pese a esto, se encontraran con una grata sorpresa: “Star Trek: En la Oscuridad” funciona de maravillas, porque se concentra en los aspectos más sobresalientes que tiene para ofrecer en materia de entretenimiento una historia que sigue vigente desde 1966 y se ha ganado su lugar dentro de ese selecto grupo de producciones que provocan pasiones inexplicables. “Star Trek” no deja de ser una historia de aventuras en donde la amistad, el compañerismo, el suspenso, la acción y la magia (siempre vigente y necesaria en estos productos) son los verdaderos protagonistas. Abrams explota eso al máximo, acompañado de un bestial apartado técnico y un excelente trabajo del elenco, ofreciendo así el segundo paso firme dentro del arduo camino de expandir este universo creado por Gene Rodenberry. No en vano muchos idealistas de “Star Trek” consideran a esta secuela como una de las peores películas de toda la saga que existe, ya que Abrams se dio el lujo de abrir la historia a fronteras muchos más amplias que el sequito de trekkies dispersos a lo largo del mundo. Como diría Bob Dylan: “Los Tiempos están cambiando”. Los nerds ya no son lo que eran. Las exigencias cambian. Los contenidos se adaptan. Los públicos se renuevan, para llegar así a la actualidad, donde cualquiera que vea esta película podrá emocionarse con la frase “Porque tu eres mi amigo” en una escena clave del film. Efectos especiales de una jerarquía notable (el tramo final del film es un derroche visual imponente) al servicio de una historia que vale la pena contar, pequeñas secuencias en donde Abrams y la música de Michael Giacchino dan cátedra de lo que es la producción audiovisual y emoción en la medida justa. Personalmente creo que “Star Trek: En la Oscuridad” tiene todo lo que necesita, no solo para estar entre lo mejor del año, sino para convertirse en la invitación perfecta para que te sumes a este gran universo de aventuras espaciales, cuya frontera, cuyo único límite, es la inmensidad del espacio.